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ÍNDICE

ÍNDICE__________________________________________________________________________1
INTRODUCCIÓN___________________________________________________________________2
CAPÍTULO I______________________________________________________________________3

LA JUSTIFICACIÓN EN LA CARTA A LOS ROMANOS________________________________________3

CAPÍTULO II_____________________________________________________________________6
LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN LUTERO Y CALVINO__________________________________________6
1. Martín Lutero______________________________________________________________________6
A) Las indulgencias___________________________________________________________________________6
B) Lutero y los reformadores____________________________________________________________________7
C) Una posible respuesta a las pregunta___________________________________________________________7
D) ¿Por quién optar entonces, por Dios o por el Hombre, por la fe o por las obras?_________________________7
E) Visión de la libertad “de servo arbitrio”_________________________________________________________8
F) Sola Fides:________________________________________________________________________________8
G) Concepción forense de la Justificación_________________________________________________________9
H) Santificación_____________________________________________________________________________10
I) Obras___________________________________________________________________________________10
CAPÍTULO III____________________________________________________________________11
LA JUSTIFICACIÓN EN LA DOCTRINA CATÓLICA________________________________________11
1. La justificación en el Concilio de Trento________________________________________________11
A) Enseñanza del Concilio sobre el pecado original, la concupiscencia y el libre albedrío___________________12
B) Sobre la naturaleza y causas de la justificación__________________________________________________12
C) Relación fe-justificación____________________________________________________________________13
2. La Justificación en el Catecismo de la Iglesia Católica____________________________________14
3. Significado de la doctrina católica de la Justificación_____________________________________15
CAPÍTULO IV__________________________________________________________________17
LA JUSTIFICIACIÓN: DESARROLLO ECUMÉNICO DE LA DOCTRINA_______________17
1. Acuerdo Católico-Luterano__________________________________________________________18
A) Las diferentes perspectivas__________________________________________________________________18
B) Los puntos del acuerdo_____________________________________________________________________19
2. Acuerdo Católico-Anglicano “La Salvación y la Iglesia” de la ARCIC II____________________20
A) Puntos del tratado_________________________________________________________________________20
B) Respuesta de la Santa Sede al documento de la ARCIC II__________________________________________21
3. La declaración conjunta Católica-Luterana sobre la justificación (31-10-1999)_______________22
A) Puntos tratados en el acuerdo________________________________________________________________23
B) Algunos puntos en los que todavía no se ha llegado a acuerdo______________________________________24
CONCLUSIÓN____________________________________________________________________25
BIBLIOGRAFÍA__________________________________________________________________26
2

INTRODUCCIÓN

El tema de la justificación forma parte, dentro del gran entramado teológico, del tratado de
gracia, es un tema central en este tratado. En efecto, la justificación es el momento en el que el
hombre queda totalmente introducido en la vida divina, el momento en el que el hombre goza ya de
una amistad con Dios que cambia su ser, borrando en él el pecado mortal. Se podría decir que es el
momento cumbre de la salvación en el hombre, la posesión de la gracia habitual, el estado
coherente de una vida cristiana que comienza en la fe y se desarrolla en el amor a Dios que lleva
como consecuencia el cumplimiento de sus mandatos. Justificación es, por tanto, también,
divinización, elevación sobrenatural. Así lo ha entendido siempre la tradición oriental.

Ahora bien, este estado de justificación, por el que el hombre pecador se hace amigo de Dios
y alcanza la inhabitación divina que le transforma interiormente, divinizándolo, es un
acontecimiento que tiene su fase de preparación. Normalmente es algo que no ocurre de un modo
repentino y brusco, sino mediante un proceso de transformación interna que va creciendo. El adulto
se dispone a la justificación por medio de ciertos actos como son la fe, el temor, la esperanza y el
amor. Estos actos son realizados por iniciativa de la gracia acompañada con la libre cooperación del
hombre y suponen una auténtica preparación a la justificación, aunque no un merecimiento estricto
de la misma. En el momento mismo de la justificación, el hombre llega a amar a Dios sobre todas
las cosas, estando por ello dispuesto a guardar sus mandamientos. No se justifica si no está
dispuesto desde el amor (por eso se habla de una “fe que obra por la caridad”) a guardar la ley; de
modo que esta conversión y santificación viene a ser una dimensión interior de la misma
justificación.

Esta impresionante realidad constituye el verdadero trasfondo teológico del trabajo que
ahora presentamos. De manera breve pero sintética se ha querido profundizar el acto mismo de la
justificación en el hombre desde varios ángulos. En efecto, comenzamos con un estudio bíblico de
la gracia justificante, concretamente en la carta de San Pablo a los romanos. En un segundo
momento, pasamos al estudio histórico-teológico de la cuestión, específicamente en el contexto de
la reforma protestante y la contrarreforma con Trento. Y por último, hacemos un somero análisis
ecuménico de la justificación en el escenario anglicano-católico y luterano-católico.

Estamos conscientes, finalmente, que el trabajo requiere de mucha más rigurosidad. Sin
embargo, pensamos que se han podido alcanzar, en cierto sentido, las expectativas propuestas.
3

CAPÍTULO I

LA JUSTIFICACIÓN EN LA CARTA A LOS ROMANOS

La epístola a los Romanos representa una de las más bellas síntesis de la doctrina paulina.
No se trata, sin embargo, ni de una síntesis completa, ni contiene toda su doctrina. El interés
primordial que le otorgó la controversia luterana sería perjudicial si nos hiciera olvidar el
complemento de las otras epístolas que la integran en una síntesis más extensa. Por esto en este
capítulo en el que estudiaremos de forma directa la doctrina de la justificación en la carta a los
Romanos, citaremos también la carta a los Gálatas en la que también Pablo desarrolla este tema.
Al igual que en la carta a los Gálatas, en la carta a los Romanos san Pablo contrapone el
Cristo justicia de Dios a la justicia que los hombres pretendían conseguir con sus propios esfuerzos.
Pablo se opone a los cristianos judaizantes que ponían su confianza en la ley. Para él esto es un
retroceso que haría inútil la obra de Cristo (Gal 5,4).
Sin negar el valor de la economía antigua, le asigna los justos límites de etapa provisional en
el conjunto del plan de salvación (Gal 3,23-25).
La Ley de Moisés, buena y santa en sí (Rm 7,12), hizo que el hombre conociera la voluntad
de Dios, pero sin comunicarle la fuerza interior para cumplirla; por lo mismo no consiguió más que
hacerle consciente de su pecado y de la necesidad que tiene de la ayuda de Dios (Rm 3,20; 7,7-13).
Pues bien, esa ayuda de pura gracia, prometida en otro tiempo a Abrahán antes del don de la ley
(Rm 4), acaba de ser concluida en Cristo Jesús: su muerte y su resurrección han obrado la
destrucción de la vieja humanidad, viciada por el pecado de Adán, y la creación de una humanidad
nueva de la que él es el prototipo (Rm 15,12-21).1
El hombre, unido a Cristo por la fe y animado de su Espíritu, recibe ya gratuitamente la
verdadera justicia y puede vivir según la voluntad divina (Rm 8,1-4). Cierto de que su fe ha de
florecer en obras buenas, pero esas obras realizadas por la fuerza del Espíritu (Rm 8,5-13), ya no
son las obras de la Ley en que ponían orgullosamente su confianza los judíos. Son obras realizadas
por todos los que creen, aun cuando hayan venido del paganismo (Rm 4,11). Así pues, la economía
mosaica, que tuvo su valor de etapa preparatoria, ha caducado ya. Los judíos que pretenden
mantenerse en ella, se colocan fuera de la verdadera salvación. Dios ha permitido su ceguera para
hacer posible el acceso a los gentiles. Sin embargo, no pierden definitivamente su vocación primera,

1
Cf. Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao. 1998, págs. 1642-1643
4

porque Dios es fiel: algunos de ellos, el “pequeño resto” anunciado por los profetas han creído; los
demás se convertirán algún día (Rm 9,11).
En adelante, los fieles de Cristo, sean de origen judío o gentil, deben estar totalmente unidos
en la caridad y en la ayuda mutua (Rm 12,1-15,13).2
Contra una economía de salvación fundada en los principios del mérito y la retribución,
cuyo instrumento serían las obras de la ley, Pablo diseña una economía de salvación fundada en el
principio del amor gratuito divino, cuyo instrumento es la fe.3 Por esto Pablo:
1. A Moisés opone a Abrahán, quien “no obtuvo la justicia por las obras” sino porque creyó en
Dios” y esa fe “le fue reputada como justicia” en virtud de la promesa divina de la que “se
fió enteramente” (Cf. Rm 4). Abrahán era el prototipo del justo en el AT, y Pablo aprovecha
esta apreciación para hacer ver que aquello por lo que agradó a Dios no consistía en ningún
tipo de obras, sino en la fe, es decir, en la adhesión sin vacilaciones a la palabra promisoria
que se le había dirigido.

2. A los méritos de los patriarcas opone la predestinación, elección y llamada anteriores e


incluso, independientes de cualquier mérito: “…a los que llamó, justificó; a los que justificó,
los glorificó” (Rm 8,28-30; Cf. 9,11-13.20-24)

3. A la justificación fundada en una presunta justicia distributiva se opone la justificación


fundada en la justicia salvífica gratuita. Los pecadores “son justificados por el don de su
gracia” (Rm 3,21-26)

4. A la justificación por las obras de la ley se opone la justificación por la fe. La justicia de
Dios se ha manifestado “independientemente de la ley… por la fe en Jesucristo” (Rm 3,21).
Somos justificados por la fe: por la fe el creyente reconoce expresamente la necesidad
absoluta de Cristo y se entrega a él, en respuesta a la total autoentrega con que Cristo lo ha
gratificado. Por tanto, la fe requiere una decisión libre del hombre, que incluye un
compromiso de conversión, pues al contraponer fe y obras no es que Pablo desautorice las
obras, ya que él mismo hace este elogio: “gloria, honor y paz a todo el que obre bien, al

2
Ídem
3
Juan Luis Ruiz de la Peña, “El Don de Dios”. Antropología teológica especial. Sal Terrae, Santander, 1991, pág. 255
5

judío y al griego… ésos serán justificados” (Cf. 2,26). Para el Apóstol, la fe que justifica va
unida al amor y a sus obras.4 Comprobemos esta afirmación con dos textos de sus cartas:

“En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tiene valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad”
(Gal 5,6).
“Con nadie tengáis otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama a su prójimo ha cumplido la ley… La
caridad, es por tanto, la ley en su plenitud” (Rm 13, 8-10)

Pablo une la fe a la obediencia, a la adhesión al acontecimiento cristológico (la persona de


Cristo y su evangelio). Creer es tener por verdadero algo, reconocer y aceptar la palabra revelada.
Como conclusión de este primer capítulo, se puede decir que para san Pablo gracia,
justificación y fe “son tres conceptos neurálgicos” de su soteriología. “Cada uno de ellos implica a
los otros dos y lo que resulta de esta triada inescindible es un nuevo ser, “Ser en Cristo”…;
expresión que san Pablo no se cansa de repetir y que denota un cambio radical de la condición
humana, tanto en el nivel ontológico como en el operativo”.5

4
Cf. Ídem., págs. 255-260
5
Ídem., págs. 259-260
6

CAPÍTULO II
LA JUSTIFICACIÓN SEGÚN LUTERO Y CALVINO
La teología de la reforma va a plantear un problema serio a la hora de comprender la
justificación. Es el punto clave de la Reforma misma, el punto a partir del cual se juzga todo lo
demás. En él se establece una división en el seno mismo del cristianismo, con consecuencias para
toda la fe y toda la teología que todavía hoy perduran. Y, en el fondo de todo ello, una experiencia
personal de Lutero que le lleva a comprender a Dios mismo de forma diferente a como lo había
hecho la Tradición hasta entonces.6

1. Martín Lutero
Martín Lutero nació en Eisleben en 1483, hijo de una familia de origen campestre y dueña
de una mina. Atendía la escuela latina en Mansfeld desde 1488, continuando sus estudios en
Magdeburgo y luego en Eisenach. En 1501, empieza sus estudios en Erfurt con la intención de
hacerse abogado.

En 1505, tomó una decisión que iba a cambiar el curso de su vida de manera radical.
Decidió entrar al monasterio Agustino en Erfurt.

Esa decisión, junto a la búsqueda de un Dios gracioso y la voluntad del mismo, culminó en
el desarrollo de la reforma de la Iglesia. Las experiencias negativas que Lutero tuvo con los medios
eclesiales de gracia, no solo favorecieron la crítica respecto al lamentable estado de las prácticas en
la Iglesia, sino más bien le obligaron a una revisión fundamental de la teología medieval.

A) Las indulgencias
En 1517 aparece en escena un monje dominico, Tetzel, predicador de las indulgencias. Por
medio de la compra de indulgencias, según la enseñanza tradicional, se libraba a las almas recluidas
en el purgatorio de los tormentos del mismo. El dinero obtenido en esta ocasión por este medio
sería invertido, a partes iguales, en la erección de la basílica de San Pedro en Roma y en la compra
por parte de Alberto de Hohenzollern de un obispado. Fue entonces cuando Lutero escribió y clavó
en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg sus Noventa y cinco tesis. Este documento fue la
chispa que puso en marcha todo un proceso cuyas consecuencias iban a ser de largo alcance.

Su crítica pública contra el abuso de las cartas de indulgencias en 1517 no solo produjo la
discusión deseada, sino que además causó la apertura de un tribunal de inquisición culminando en
6
Cf. Sayés A. J., La gracia de Cristo, BAC, Madrid, 1993, p.217.
7

la excomunión de Lutero, después de la dieta imperial de Worms, en 1521. Federico el Sabio


organizó un "secuestro" para proteger la vida de Martín Lutero. Lutero se quedaba en el castillo
Wartburg como Doncel Jorge por casi un año, traduciendo el Nuevo Testamento al alemán.

B) Lutero y los reformadores


Claramente se puede ver que la teología y el pensamiento de Lutero están fuertemente
marcados por los elementos derivados de su experiencia religiosa, aunque no sólo por esto. En la
formación de Lutero destaca la impronta del nominalismo, que se reveló pronto insuficientemente,
para pacificar su conciencia y orientarlo en la famosa búsqueda de un Dios misericordioso y
agraciante.

Ya dentro de sus primeros años como profesor de teología, Lutero vive más que una
problemática teológica, un fuerte drama personal, centrado en la angustiosa incertidumbre de la
propia salvación, ¿Cómo encontrarla? Y es por ello que empieza ha cuestionarse: ¿Cómo me mira
Dios?; ¿qué hacer para ser digno del amor, y no del odio, divino? Y sobre todo: ¿Cómo librarme
de la concupiscencia7 que me domina y que representa objetivamente una trasgresión de
precepto “non concupisce”?

C) Una posible respuesta a las pregunta


En 1513, y al hilo de una detenida lectura a la carta a los romanos, se produce un gran giro
decisivo. A raíz de la crisis y de la compresión de la carta a los Romanos Lutero comprende el
auténtico sentido de la expresión paulina “justicia de Dios”. Tal expresión denota, no la acción
vindicativa del Juez que castiga, sino la iniciativa salvífica de Dios que reconcilia gratuitamente al
pecador. Ante esta visión de Lutero sobre cómo conseguir la justificación, dirá que, con los “actos”
y “obras”, el hombre seguirá experimentando la angustia incansable de esforzarse en vano por
aniquilar el pecado indestructible que lo inhabita y lo domina.

D) ¿Por quién optar entonces, por Dios o por el Hombre, por la fe o por las obras?
Para Lutero no hay duda que hay que optar por Dios. Ante esta opción por Dios, va a decir
Lutero: “sola fides, sola gratia, solus Christus, solus Deus”. Esta ha sido la visión catalizadora de
esta revelación revolucionaria del texto de Rm 3,28 8, al cual él le agrega el adjetivo “sola” lo cual
hace más categóricamente la exclusión de las buenas obras para conseguir la salvación. No hay

7
La concupiscencia Lutero la identifica con el pecado original y no como una inclinación de la naturaleza al mal.
8
“Pues nosotros decimos que uno está en gracia de Dios por la (sola) fe, y no por el cumplimiento de la Ley”.
8

duda de que está tan arraigado el pecado en el interior del hombre caído que nada puede extirparlo,
ni la buenas obras ni los Sacramentos. Es indudable, asimismo, que la concupiscencia hace al ser
humano digno de la ira divina y del castigo eterno y legitima la afirmación de la corrupción de la
naturaleza9, puesto que afecta la razón, a la voluntad y a los sentimientos, incapacitando a todas esas
potencias para obrar el bien.

E) Visión de la libertad “de servo arbitrio”


Visión en la cual sostiene que el pecado ha hecho al hombre no-libre: “tras el pecado, el
libre albedrío es algo de sólo título”. Batirse a favor de la gracia equivale, a batirse en contra de la
libertad; la no-libertad del hombre es “el eje del asunto”, el quicio sobre el que gira su entera
comprensión de la justificación. En efecto, para Lutero, el hombre es una naturaleza corrompida y
un sujeto desprovisto de libertad, y aquí tenemos una pregunta: ¿Qué le toca entonces hacer en
orden a la salvación? Y como era de esperar la respuesta de Lutero será “sola fides”. Así pues, la
tesis del libre albedrío se conecta inmediatamente con la fe y, por ende, con la comprensión luterana
de la justificación.

F) Sola Fides:
¿Qué entiende Lutero por fe? Es indudable que para Lutero, la fe es la firme y gozosa
confianza de que Dios quiere agraciar al pecador, merced a la promesa que le ha hecho en Cristo. Y
que es ante todo fe fiducial. Es decir, la certeza de que Dios mira al pecador con misericordia
benevolencia a pesar de su pecado; el esperarlo todo de la pura bondad divina; el no esperar nada de
la condición humana. La fe fiducial sería principio conformador (causa formal), principio agente
(causa eficiente), principio condicionante (conditio sine qua non) de la justificación. O sea, es una
comprensión instrumental de la fe; ella es algo así como la prótesis con la que el pecador alcanza o
es alcanzado por la justicia de Cristo, es la acción por la que Dios, en vez de imputar al ser humano
su pecado, le imputa la justicia de Cristo.

G) Concepción forense de la Justificación


Esto quiere decir que el cristiano es justo o santo por santidad ajena o extrínseca; es decir, es
justo por misericordia y gracia de Dios. Esta manera de entender la justificación es una salida a la
9
Lutero sostenía que la concupiscencia hace a la naturaleza del hombre una “naturaleza radicalmente corrompida”.
9

angustia de la conciencia atenazada por el terror de la eterna condenación. Cristo ha venido para
darnos la certeza de la salvación, de modo que “el que duda, está condenado, pues Dios promete la
salvación”. La justificación sería una declaración en virtud de la cual Dios tiene por justo al que era
(y continúa siendo) pecador. El pecado persiste pero ya no imputado.

El cristiano no es justo según la sustancia, según un hábito o cualidad intrínseca, sino en


relación con la gracia divina. Se privilegia la categoría de relación en contra de hábito o cualidad
(categorías escolásticas). Con esto, Lutero tarta de reaccionar contra una concepción cosista de la
gracia, según él, dominante en la teología de entonces.

Como consecuencia de esta justificación forense aparece la célebre tesis de Lutero: “simul
justus et peccator”: el hombre es “a la vez justo y pecador”. “Pecador en realidad y de verdad pero
justo por imputación y promesa.” Los predicados pecador-justo son antitéticos y su unión
paradójica. Sin embargo, Lutero entiende justicia y pecado como denotaciones de una relación: en
sí mismo el hombre es pecador y no dejará de serlo nunca; no obstante, el hecho de que Dios se
relacione con él permite atribuirle el calificativo de justo.

Lutero considera la fórmula: “simul justus et peccator” como la cifra compendiada de su


entera comprensión de la justificación.

Con todo lo dicho, parece que Lutero enfatizó mucho el carácter forense de la justificación.
¿Significaba esto que el reformador pensaba en una mera imputación extrínseca de la justicia? ¿O
hay lugar en su concepción para una justicia efectiva? La justificación luterana ¿es una simple
declaración unilateral, por parte de Dios, que no produce ninguna inmutación real en el interior del
hombre justificado?

Ante estas preguntas hay muchas divisiones, con todo va ganando terreno la idea de que,
Lutero no sostenía la interpretación exasperadamente extrincesista (que sí es propia de algunas
formas de luteranismo ortodoxo). Con esto entramos a lo que Lutero llamó la “segunda parte de la
justificación”, es decir, la santificación.

H) Santificación
En ésta se incluyen los rasgos de una regeneración ética merced al don del Espíritu. Lutero
llega incluso a hablar de una extinción gradual del pecado, que sin embargo, nunca será total antes
del término de la existencia humana.
10

Sin embargo, el propio Lutero no llegó nunca a una síntesis satisfactoria entre los dos
aspectos (forense y efectivo) de la justificación. Téngase en cuenta, que en Lutero, la santificación
no coincide con la justificación ni es una implicación necesaria de ella, sino una mera consecuencia.

Para el católico la santificación y la justificación coinciden, para el reformador no, la


justificación se da por la fe aunque el pecado perdure, y a partir de ahí es donde han de brotar las
obras de santidad. Para Lutero, está siempre excluida la cooperación del hombre con Dios que
sea fuente de méritos ante él.

I) Obras
El reformador se niega rotundamente a ver en las obras la menor virtud justificante. Sin
embargo, esto no significa un rechazo del recto obrar, que equivaldría en la práctica al inmoralismo.
El propio Lutero tuvo que atajar en este punto los malentendidos: “no rechazamos totalmente las
buenas obras, más bien las sostenemos y enseñamos”. Las obras buenas son signo inequívoco de la
santificación.

Las obras surgen de la fe, son algo que mana espontáneamente de ella, de modo que no
constituyen ningún mérito del hombre en orden a la justificación. El cristiano es libre frente a las
obras y no necesita más que la fe. Sin embargo, es imposible que la fe exista sin buenas obras,
celosas numerosas y grandes.10

Las buenas obras son el fruto espontáneo, como los frutos que nacen del buen árbol. La fe se
encarna en las obras, se manifiesta en ellas como realidad, de modo que la falta de obras buenas da
motivo para dudar de la existencia de la misma.11

En otras palabras, el cristiano no puede ser ajeno al propósito de llevar una vida buena; pero
se trata de una renovación que no pertenece a la justificación ni tampoco la prepara, sino que la
sigue como fruto suyo.12

10
Cf. Sayés A. J., La gracia de Cristo, BAC, Madrid, 1993, p.223ss.
11
Cf. Ídem.
12
Cf. Ibíd., p.224.
11

CAPÍTULO III

LA JUSTIFICACIÓN EN LA DOCTRINA CATÓLICA

La doctrina católica sobre la justificación sólo puede entenderse en profundidad a partir de


la Reforma protestante. En efecto, hemos visto ya, que la reforma, sobre todo Lutero y Calvino, han
puesto sobre el tapete como asunto cardinal el problema de la justificación. Problema que
podríamos resumir en los puntos siguientes13: ¿corrupción total de la naturaleza humana a resultas
del pecado original? ¿Albedrío libre o siervo? ¿Justificación forense o efectiva? ¿Fe sola o fe y
obras? Sobre estos puntos se centraron las controversias entre católicos y protestantes. Y son
también, estos mismos puntos, los que retuvieron la atención prioritaria del Concilio de Trento. Es
en este Concilio, en efecto, y sobre estas circunstancias históricas, donde saldrá a la luz, de una
manera ya más sistemática y rigurosamente argumentativa la doctrina católica sobre la justificación.
En este capítulo, estudiaremos esta doctrina bajo dos aspectos: El primer aspecto: la justificación en
el Concilio de Trento y en el Catecismo de la Iglesia Católica; y el segundo aspecto: significado y
repercusiones de la doctrina católica sobre la justificación.

1. La justificación en el Concilio de Trento


Los Padres de Trento eran conscientes de que el tema de la justificación era el tema más
importante del concilio. Pero al mismo tiempo se tenía conciencia de que era el tema más difícil,
porque, a diferencia del tema del pecado original, sobre la justificación no se habían pronunciado
anteriormente otros concilios. No era posible apoyarse en un Magisterio previo. Por ello, el concilio
tuvo que abordar el tema por sus propias fuerzas si quería responder adecuadamente a la crisis
luterana.

El concilio se proponía como criterio fundamental no condenar personas, sino doctrinas.

El decreto sobre la justificación consta de 16 capítulos y 33 cánones:

- Capítulos: 1-6: el hombre aún no justificado.

- Capítulos: 7-9: de la justificación en sí misma.

- Capítulos: 10-16: el hombre ya justificado.

13
Cf. Ruíz de la Peña, J.L., El Don de Dios, p.294-304.
12

A) Enseñanza del Concilio sobre el pecado original, la concupiscencia y el libre albedrío


 Enseña que el bautismo quita todo lo que tiene “verdadera y propia razón de pecado”, en
vez de limitarse a hacer que éste sea simplemente “no imputado”.

 Consiguientemente, la concupiscencia “no es pecado en los bautizados”.

 La naturaleza y la ley son incapaces de justificar al pecador (tesis directamente


antipelagiana, en efecto, los pelagianos consideraban a la naturaleza humana radicalmente
buena), sin embargo, el libre arbitrio, “si bien atenuado y desviado, no se ha extinguido”
rechazándose por tanto la tesis luterana del siervo arbitrio (para los cuales no existía libertad
en el hombre, en efecto, por el pecado y la concupiscencia se tenía que hablar más bien de
no-libertad en el ser humano).

 Era necesaria la Redención en y por Cristo que se aplica a través del Bautismo, pero no sin
la libre y activa cooperación humana; (contra la comprensión puramente pasiva de la
justificación). Con esto, el Concilio trataba de subrayar algo que se consideraba
irrenunciable, y que estaba ya en la raíz de la intuición agustiniana (ni la gracia sola ni la
libertad sola): el hombre (también el pecador) está permanentemente ante Dios como sujeto
responsable, no como mero objeto inerme; es siempre persona y no cosa; el trato que Dios
le dispensa respetará siempre esta estructura básica de la condición humana. De lo contrario,
Dios no respetaría su propia creación. La prioridad de la gracia divina es indiscutible y
absoluta, pero no conlleva la anulación –ni supone la inexistencia- de la libertad humana.
Sin negar, por tanto, lo que había de válido en la posición luterana, el concilio corrige su
eventual unilateralidad.

B) Sobre la naturaleza y causas de la justificación


 En los capítulos 7-9 Trento trata lo que era el “problema cardinal”: en qué consiste esa
justificación y cuáles son sus causas.

Naturaleza de la justificación

 En este aspecto el concilio enseña que la justificación comprende un doble aspecto: la


“remisión de los pecados” (aspecto negativo) y la “santificación y renovación del hombre
interior” (aspecto positivo). Por tanto, la justificación es efectiva, produce una inmutación
real e interna en el pecador; no es una mera declaración forense, extrínseca, sin
13

virtualidades transformadoras. Pues, de ser así, la gracia podría menos que el pecado, no
sería la potencia recreadora y sanadora que nos revela la Escritura.

Causas de la justificación

 El concilio enumera cinco causas de la justificación (es el único pasaje escolástico del
decreto), usando el esquema aristotélico:
1. Causa final (“la gloria de Dios y de Jesucristo”)
2. Causa eficiente (“Dios misericordioso”)
3. Causa meritoria (“La Pasión de Jesucristo”)
4. Causa instrumental (“el Sacramento del Bautismo”)
5. Causa formal (“la justicia de Dios”) “no con la (justicia) con la que es justo (Dios), sino con
la que nos hace justos”.

¿Qué es lo que está detrás de esta última formulación sobre la causa formal que al parecer fue la
única que tuvo problemas al examinarse?

Se quiere afirmar dos cosas:

1. Por un lado, que el hombre no puede justificarse sin la justicia divina.

2. Y por otro, se niega, que el hombre se haga formalmente justo por la justicia divina meramente
imputada, no apropiada, no inherente en el justificado. En efecto, la gracia justificante es un don
estable, aposentado en el interior del hombre, implica por tanto una realidad ontológica, de suerte
que el justificado no sólo se llama, sino que es verdaderamente justo. Trata el concilio de excluir
una vez más la concepción puramente extrincesista de la justificación, tan alejada del realismo con
que Pablo y Juan hablaban de ésta como (nueva) vida, a saber, como la vida de Cristo insertada en
el cristiano.

C) Relación fe-justificación
 La fe es, afirma el Concilio, “inicio, fundamento y raíz de toda la justificación”. Además la
justificación es gratuita: “nada de lo que precede a la justificación merece la gracia misma de la
justificación” nada ni la propia fe: se conviene así con los protestantes en el carácter gratuito y
en la primacía absoluta de la gracia.

 Ahora bien, pero ¿qué entiende el Concilio por fe?


14

- No era la presunta certeza subjetiva de la propia salvación, pues “nadie puede saber con
certeza de fe que ha conseguido la gracia de Dios”.

- Los reformadores sostenían que la sola fe (fiducial) como mera “confianza” en la divina
misericordia justifica, negando la necesidad, junto a la fe, de un movimiento de la voluntad
que coopere a la consecución de la gracia y negando igualmente toda concepción de la fe
como un asentimiento intelectual.

- La fe justificante, señala el concilio, es la fe informada por la caridad o en palabras del


Apóstol, “la fe que obra por la caridad” (Gal 5,6).

- Ni la mera confianza ni el mero asentimiento intelectual tienen virtud justificante; la fe que


salva ha de comprender algo más, “algo que confiera al acto de asentimiento intelectual la
calidad de una conversión del hombre entero a Dios, ese algo más es el amor. Por tanto,
rente a la sola fides entendida como fiducia (como certeza subjetiva de la propia salvación),
se enseña una fides viva, animada y autentificada por el amor.

2. La Justificación en el Catecismo de la Iglesia Católica

Después de Trento toda la enseñanza sobre el tema de la justificación que se dio en la Iglesia
tenía como base la doctrina del concilio. Es éste el caso del Catecismo de la Iglesia Católica que no
hace sino explicar y comentar la enseñanza tridentina en este tema. Sin embargo, lo hace teniendo
en cuenta la doctrina del Concilio Vaticano II y los recientes avances ecuménicos. Veamos, algunos
puntos:

 La primera obra de la gracia es la conversión, que obra la justificación (1989).

 La justificación arranca al hombre del pecado que contradice al amor de Dios (1990).

 Con la justificación son difundidas en nuestros corazones la fe, la esperanza y la caridad (1991)

 La justificación nos fue merecida por la Pasión de Cristo, que se ofreció en la cruz. La
justificación es concedida por el Bautismo, sacramento de fe (1992).

 La justificación establece la colaboración entre la gracia de Dios y la libertad del hombre, que
asiente con la fe y coopera con la caridad todo a impulsos del Espíritu Santo que lo previene (1993).

 La justificación es la obra más excelente del amor de Dios porque implica la santificación de
todo el ser (1994-1995).
15

3. Significado de la doctrina católica de la Justificación14


A la luz de toda esta doctrina, expuesta en el concilio de Trento, en el Catecismo de la
Iglesia y en las declaraciones del Magisterio de la Iglesia, podemos afirmar que la justificación es la
santificación y renovación interna del hombre por la gracia santificante; la gracia de la justificación
obra, como principio permanente de vida sobrenatural, tanto el perdón de los pecados como una
renovación y santificación inseparables de las virtudes teologales. Por consiguiente, se trata de un
estado que Dios otorga gratuitamente al hombre: Dios nos hace justos y amigos suyos, nos hace sus
hijos, herederos de la vida eterna y partícipes de su naturaleza divina. La doctrina católica pone de
manifiesto la primacía de la misericordia divina, la eficacia y gratuidad de su acción por la que el
hombre queda realmente purificado y elevado, sin detrimento de su libertad y de nada propiamente
humano.

La doctrina sobre la justificación se sitúa en el centro del dogma católico: en ella repercuten la
consideración de las relaciones entre hombre y Dios, del pecado, de la libertad, de la Redención; y
ella influye a su vez en la comprensión del vivir cristiano, de la Iglesia, de los Sacramentos. El
concilio de Trento, como hemos visto, hace hincapié en algunas tesis católicas centrales: la
justificación es obra de Dios y afecta intrínsecamente al ser del hombre, la iniciativa de la
justificación viene de Dios, pero en ella coopera el hombre libremente movido y sostenido por la
gracia. En estas frases está en núcleo del tema, en el que se entrecruzan las perspectivas teológicas,
cristológicas, antropológicas y eclesiológico-sacramentales. Estas perspectivas se iluminan unas a
otras.

- La perspectiva teológica recuerda que la iniciativa viene de Dios y que es la voluntad


salvífica universal de Dios la que sostiene todas sus obras.

- La dimensión cristológica apunta hacia la revelación que el Padre hace en el Hijo y


mantiene siempre viva a través del Espíritu Santo, renovando así al hombre con el don de la
filiación adoptiva.

- La dimensión antropológica nos hace ver al hombre como ser ordenado a Dios, y llamado
gratuitamente a la participación en la vida misma divina, dotado de la capacidad de
responder a Dios con libertad y amor según él le requiere.

- La dimensión eclesiológico-sacramental presenta a la Iglesia como “sacramento visible” de


la unión salvífica de Jesucristo según la expresión del Vaticano II (LG 9).
14
Manuel José R., voz: Justificación, en: Gran Enciclopedia Rialp, Tomo 13, pp. 703-705.
16

La doctrina de la justificación, recuerda, por otra parte, el carácter de lucha que tiene la
existencia actual del hombre: “toda la vida humana, la individual y la colectiva, se presenta como
lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas.” (GS 13). Pero frente
a este panorama de lucha reconoce la realidad de la gracia: Dios, que ama al hombre, es
Todopoderoso y su amor ha vencido al mal y al pecado. La Redención operada por Jesucristo pone
a disposición del hombre pecador una nueva vida.
17

CAPÍTULO IV

LA JUSTIFICIACIÓN: DESARROLLO ECUMÉNICO DE LA DOCTRINA

Terminaremos este trabajo con unas breves informaciones sobre el estado actual de la
discusión ecuménica en torno al problema de la justificación. Es sabido que la doctrina de la
justificación ha sido considerada tradicionalmente como uno de los puntos de oposición entre los
católicos y los protestantes. Y de hecho hemos visto, en nuestro recorrido por la doctrina de Lutero
y en el estudio sobre el decreto del concilio de Trento que las formulaciones son claramente
diferentes y parecen a primera vista inconciliables.
Pero en las últimas décadas del siglo XX se ha creado una nueva situación. Influyó mucho la
discusión que se produjo a raíz de la publicación en 1957 de la conocida obra de H. Küng sobre la
justificación en Karl Barth y la comparación de su pensamiento con la doctrina católica. Desde
entonces se han realizado estudios similares que han logrado un avance en la comprensión mutua de
la justificación entre protestantes y católicos. Se han publicado diferentes documentos
interconfesionales en los últimos años.
En la medida en que esto sea así, se puede afirmar que el camino de la comprensión entre
católicos y protestantes en este punto puede estar abierto, al menos en medida suficiente para no
justificar una recíproca exclusión por este motivo. Es de esperar que el camino de comprensión
mutua en el que se han dado tantos progresos pueda continuar.15
A continuación estudiaremos el acuerdo católico-luterano llevado a cabo en Estados Unidos
y que representa el primer intento de reconciliación ecuménica que haya tenido lugar en este punto.
Es enormemente interesante verificar en él el diferente talante y mentalidad que se da en la posición
católica y protestante. Al final exponemos los puntos, en los que se ha logrado el acuerdo.
Hablaremos también el acuerdo que en este punto de la justificación se ha logrado con los
anglicanos y que lleva por título “La salvación y la Iglesia” y finalmente hablaremos de la reciente
“Declaración Conjunta Católica-Luterana sobre la justificación de fecha más reciente (31-10-
1999).

15
Cf. Luis Ladaria, “Teología del pecado original y de la gracia”. B.A.C., Madrid. Sapientia Fidei, Serie de manuales
de Teología.1993, págs. 227-230
18

1. Acuerdo Católico-Luterano

A) Las diferentes perspectivas


Es indudable que, en el tema de la justificación, la perspectiva protestante presenta una
sensibilidad y un talante propios, mientras que la perspectiva católica, sin negar lo que la visión
protestante tiene de legítimo, ha subrayado más bien lo que ésta olvidaba. En ningún punto como en
este se refleja la diferente mentalidad entre unos y otros. En el clima polémico del pasado, dice el
documento, esta diferente mentalidad fue generadora de conflictos que hoy en día, tras el desarrollo
del diálogo ecuménico y la investigación histórica, parecen estar ya en gran parte superados.16
Es claro que los protestantes han subrayado con énfasis la absoluta iniciativa de Dios, y la
primacía absoluta de su acción, mientras que los católicos sin quitar en ningún momento el primado
absoluto de la gracia, han profundizado más en la transformación interior del hombre, de modo que
para ellos la santificación coincide con la justificación. El católico debe admitir que la justificación
se debe a la total iniciativa de Dios, aun cuando por la necesidad histórica ha subrayado más el tema
de la transformación interior del hombre.
En consecuencia, los luteranos entienden la justificación (dice el acuerdo) más como
una imputación forense de la justicia de Cristo realizada en la fe aunque afirman también la realidad
de la santificación y de las obras más como fruto de la justificación que como implicación sine qua
non de la misma. En este sentido, la doctrina luterana de la justicia imputada va dirigida, dice el
documento, a salvaguardar el carácter incondicional de las promesas de Cristo.17
Los católicos, sin prejuzgar para nada el carácter prioritario de la gracia defienden que la
salvación en su totalidad es un don de Dios, ponen de manifiesto que la justificación implica
también, por parte del hombre, un proceso vital interno por el que el hombre progresivamente pasa
del alejamiento de Dios en el pecado a la amistad con Dios. Se trata, como dice Alfaro, de una
justificación creada, de la renovación interior del hombre: “Sin esa interna conversión no tiene lugar
la salvación del individuo humano; las fuentes de la revelación son muy explícitas”. 18 Es decir, por
parte del hombre hay actitudes que condicionan el efecto creado de la gracia.
Una diferencia también importante es la que se refiere a la identidad o no entre justificación
y santificación. Para el católico la justificación tiene lugar al mismo tiempo que la santificación, son
dos aspectos de una misma realidad: uno se justifica en el momento en que, aceptando totalmente el

16
Cf. José Antonio Sayés, “La gracia de Cristo”. B.A.C., Madrid. Historia Salutis, Serie de monografías de Teología
dogmática.1993, págs. 249-250
17
Ídem., pág. 250
18
Es citado por Sayés, Op. Cit., pág. 251
19

don de la gracia divina, se deja penetrar por ella, amando a Dios sobre todo y determinándose a
cumplir sus mandatos. El luterano no condiciona la justificación a la santificación, pues ello
socavaría la absoluta confianza que el hombre tiene que tener en Dios y podría conducir a una
conciencia atormentada. No, al justo no se le pide como implicación y condición sine qua non la
santificación, la determinación de aborrecer ya el pecado con el compromiso de no hacerlo. Se le
pide que crea, y como fruto de esa fe irán surgiendo la santificación y las obras. En este sentido,
para el luterano, el pecado permanece en él y es hecho agradable ante los ojos de Dios. La
santificación es, por tanto, algo que coincide con la justificación y piensa el católico que tal
justificación no prejuzga el don absoluto de Dios, ya que se realiza mediante la gracia que Dios da y
que el hombre hace suya. No es, por tanto, primordialmente una obra humana sino un don de Dios.
Sabe por otro lado, el católico que la justificación está sujeta a la amenaza de la tentación y que el
justificado puede caer de nuevo en el pecado.19
Los protestantes responden a esto que de ese modo se deja lugar a la ansiedad y la angustia
en el hombre, que puede pecar de ansiedad o, lo que es peor, puede pecar incluso, de complacencia
en sus obras, mientras que los católicos, señala el documento, tienen miedo de que la posición
luterana abandone a la hora de la verdad, la seriedad de las obras.
Las diferencias son por tanto claras. Sin embargo, el documento señala que se ha dado un
acuerdo en la medida que se ha dado una mayor comprensión mutua, un esclarecimiento mayor de
los hechos históricos y un recurso más esclarecido a las fuentes bíblicas.

B) Los puntos del acuerdo20


He aquí los puntos fundamentales del acuerdo:
1. La justificación es en su totalidad obra de Dios. Por la justificación somos declarados y
hechos justos, por lo tanto, no es una ficción legal. Dios, al justificar, efectúa lo que
promete; él perdona los pecados y nos hace realmente justos.
2. La Escritura, la proclamación de la Palabra y los sacramentos son medios por los que el
evangelio como poder de Dios para salvación, viene concretamente a los individuos para
despertar y fortalecer la fe justificante.
3. En la justificación recibimos por la fe los efectos de la acción de Cristo en nuestro favor. La
fe justificante no es simplemente conocimiento histórico o convicción intelectual, sino la
respuesta al evangelio confiada y comprometedora para uno mismo

19
Ídem., págs. 251-253
20
Cf. Ídem., pág. 255
20

4. La fe justificante no puede existir sin esperanza y amor; se traduce necesariamente en obras


buenas. Pero no hay que engreírse por eso.
5. El pecado ya no reina en el justificado, pero éste continúa sujeto a inclinaciones
pecaminosas y a los ataques del pecado, así que cuando es dejado a sus propias fuerzas, peca
repetidamente.
6. La recompensa eterna prometida al justo es un don, porque depende enteramente de la
gracia de Dios en Cristo, el único mediador entre Dios y la humanidad caída.
7. Dios premiará las buenas obras del justificado: “dará a cada cual conforme a sus obras” (Rm
2,6).
8. La prioridad de la voluntad redentora de Dios sobre toda obra humana al brindar la
salvación final es reconocida por nuestras dos tradiciones en la doctrina clásica de la
predestinación.

No hay duda, como dice Sayés, de que este acuerdo tiene aspectos positivos: se afirma que
tanto para católicos como para luteranos la justificación es iniciativa divina, se subraya la
cooperación del hombre. Ciertamente esto no lo es todo en la doctrina de la justificación, se pueden
matizar otros aspectos y precisar otros, pero no se puede negar que este acuerdo ha significado un
progreso.21

2. Acuerdo Católico-Anglicano “La Salvación y la Iglesia” de la ARCIC II


También el movimiento ecuménico entre católicos y anglicanos ha progresado. La segunda
Comisión Internacional Anglicano-Católica Romana (ARCIC II) después de un período de tiempo
considerable elaboró un documento el año 1989, titulado: “La salvación y la Iglesia”. En este
documento los teólogos anglicanos y católicos que lo redactaron dicen tener algunos aspectos
comunes en la doctrina que se relaciona con el tema de la justificación.

A) Puntos del tratado


Entre las afirmaciones más importantes del documento están:
1. La gracia borra los pecados.
2. El hombre coopera libremente.
3. El evangelio llama a los cristianos a poner su fe en la misericordia de Dios y proporciona la
certeza de la salvación.
4. La justificación y la santificación son dos aspectos del mismo acto divino (1 Cor 6,11).
5. La remisión de los pecados no es sólo haber sido declarado justo, es “renovación actual”,
renacimiento a una vida nueva.

21
Cf. Ídem. págs. 256-257
21

6. La fe viva y el amor son inseparables en Cristo. Las buenas obras nacen necesariamente. de
la fe viva con buenas obras porque son fruto del Espíritu.
7. Las obras hechas con la libertad concedida en el Espíritu serán recompensadas por parte de
Dios. Cuando Dios premia nuestros méritos, corona sus dones porque todo acto que conduce
a la justificación es don de Dios.
8. La Iglesia da testimonio de la salvación de Dios.
9. Dios está siempre dispuesto a perdonar nuestros pecados por grandes que sean
10. La fe de la Iglesia Católica y la anglicana coinciden en lo esencial.22

B) Respuesta de la Santa Sede al documento de la ARCIC II

En el L’Osservatore Romano del 4 de junio de 1989 la Congregación para la Doctrina de la


Fe publicó unas “Observaciones acerca del documento de la ARCIC II” (Segunda Comisión
Internacional Anglicano-Católica Romana) “La salvación y la Iglesia”. En resumen, dice lo
siguiente:
- El documento es “sustancialmente positivo”. Pero no lo es hasta el punto de ratificar la
afirmación conclusiva (n. 32), según la cual la Iglesia Católica “se encuentra de acuerdo sobre los
aspectos esenciales de la doctrina de la salvación y sobre el papel de la Iglesia dentro de la misma”.
- Católicos y anglicanos no coincidimos en “ciertos aspectos de la eclesiología y de la doctrina
sacramental”.
 “El papel de la Iglesia en la salvación no es solo el de dar testimonio de la salvación, sino
también, y sobre todo, el de ser instrumento eficaz –de modo particular por medio de los
siete sacramentos- de la justificación y de la santificación: este punto esencial debería
elaborarse mejor, a partir principalmente, de la Lumen gentium…”

- “Convendría precisar más la relación entre la gracia y la fe, en cuanto “inicitium salutis” (cf. n.
9)”. Esto es con lo referente al capítulo “Salvación y fe”.
- Respecto al capítulo “Salvación y buenas obras” conviene “precisar mejor la doctrina de la
gracia y del mérito en relación con la distinción entre justificación y santificación”.
Y “si se quiere conservar la fórmula “simul iustus et peccator”, -dice la Sagrada Congregación-
debería ser ulteriormente aclarada, evitando todo equívoco” (pág. 16).

22
Cf. Ídem., pág. 258
22

3. La declaración conjunta Católica-Luterana sobre la justificación (31-10-1999)

El 31 de octubre de 1999 tuvo lugar en Augsburgo (Alemania) la firma de la declaración


conjunta sobre la doctrina de la justificación por parte de la Iglesia Católica y de la Federación
Luterana Mundial.
Durante siglos las posiciones de católicos y protestantes en el tema de la justificación han
sido consideradas, por ambas partes, como incompatibles. Por un lado, los luteranos han
considerado la afirmación católica de la cooperación humana con la gracia como una disminución
del valor de la acción de Cristo o un intento de establecer “la propia justicia”; por su parte, los
católicos han reprochado a las posiciones de Lutero que la justificación resulta exterior al hombre y
no afecta a su ser profundo.

Sin duda, como ya hemos estudiado son dos visiones distintas del hombre pecador y
alcanzado por la gracia, que no han de hacer olvidar, sin embargo, una coincidencia fundamental:
sólo por la gracia de Cristo puede lograr el hombre la salvación y sería pretensión vana confiar
en las propias fuerzas o en los propios méritos. Precisamente en virtud de estos puntos básicos de
acuerdo, con el renovado clima ecuménico que ha caracterizado los últimos decenios de este siglo,
se han producido muchos intentos de aproximación de las posturas luterana y católica. Este
progreso se debe:

1. a un estudio aún más profundo de la Sagrada Escritura y de la Tradición de los Padres de la


Iglesia.
2. A una intensa investigación que ha tenido como objeto tanto la historia de la reforma y del
concilio de Trento como de sus intenciones.23

La importancia de este acontecimiento la podemos medir por las siguientes palabras:


“El 31 de octubre de 1999 puede ser considerado como un día feliz en la historia del
movimiento ecuménico. En una fecha y en un lugar históricamente significativos, altos
representantes de la Iglesia católica y de la federación luterana mundial, firmaron en
Augsburgo una “Declaración oficial común”. Los firmantes reconocían que la
“Declaración conjunta sobre la doctrina de justificación” (DCJ) de la federación luterana

23
Cf. L’Osservatore Romano, 21 de enero de 2000. Artículo: “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la
Justificación”., pág. 9
23

mundial y de la Iglesia católica constituía un “paso decisivo en el camino para superar la


división eclesial” (DCJ, 44)”.24

A) Puntos tratados en el acuerdo

La declaración conjunta comienza recordando los aspectos centrales del mensaje bíblico
sobre la justificación:

1. La Justificación es obra del Dios Trino: el Padre ha enviado a su Hijo al mundo para la
salvación de los pecadores; la encarnación, la muerte y resurrección de Cristo son el
fundamento de la justificación; solo por la gracia y por la fe en la acción salvífica de Cristo
recibimos el Espíritu Santo, que renueva nuestros corazones.
2. Solamente por la fe se puede recibir esta salvación. La fe misma es un don de Dios por
medio del Espíritu.
a. “En cuanto pecadores nuestra nueva vida obedece únicamente al perdón y la
misericordia renovadora que Dios imparte como un don y nosotros recibimos en la fe
y nunca por mérito propio, cualquiera que este sea” (Declaración conjunta, 17).
3. “Existe un consenso sobre verdades fundamentales de la doctrina de la justificación”
(Declaración conjunta, 40).
4. Aunque el hombre es justificado está en peligro continuo que viene del poder del pecado y
su acción en los cristianos. En este sentido, católicos y luteranos juntos pueden comprender
al cristiano como “simul iustus et peccator”, a pesar de sus diferentes enfoques de este
tema.
5. La concupiscencia no corresponde al designio originario de Dios sobre la humanidad.
6. La obra de la gracia de Dios no excluye la acción humana. Los justificados tienen también la
responsabilidad de no echar a perder la gracia y de vivir en ella (Anexo 2, D.).
7. La doctrina de la justificación es un criterio irrenunciable para la doctrina y la praxis de la
Iglesia, “tiene su verdad y significado específico dentro del entero contexto de la confesión
fundamental de la fe trinitaria de la Iglesia” (Anexo 3).25

24
Cf. L’Osservatore Romano, 30 de marzo de 2001. Artículo: “Reflexión acerca de la Declaración conjunta sobre la
doctrina de la justificación”, pág. 10
25
Cf. Cf. L’Osservatore Romano, 21 de enero de 2000. Artículo: “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la
Justificación”, págs. 9 y 11
24

B) Algunos puntos en los que todavía no se ha llegado a acuerdo

1. La concupiscencia no es en sí misma, en sentido estricto pecado. Así lo enseña la Iglesia,


pero para los luteranos la concupiscencia se entiende como el deseo egoísta de los seres
humanos que, a la luz de la Ley, espiritualmente entendida, es considerado como pecado.

2. La fórmula “simul iustus et peccator” es interpretada de forma diferente. Para los


luteranos el hombre es totalmente justo porque Dios le perdona los pecados y le comunica
la justicia de Cristo; pero cuando se mira a sí mismo, reconoce que es a la vez totalmente
pecador, porque el pecado habita en él.
Para los católicos Dios no odia nada en los renacidos, pero el hombre puede apartarse de
Dios por el pecado si se deja seducir por la concupiscencia.26
Aunque no se ha llegado a acuerdo en estos dos puntos en lo referente a la justificación, no
deja de ser un gran acontecimiento la firma de la declaración conjunta por parte del cardenal
Edwuard Idris Cassidy, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los
cristianos, y el Dr. Christian Krause, presidente de la Federación luterana mundial, el pasado 31 de
octubre de 1999. A pesar de largas décadas de estudio y mutuas revisiones, correcciones, y
precisiones ha valido la pena todo ese laborioso trabajo. No deja de ser un gran “Motivo de
Esperanza” para confiar en la unidad de los cristianos.
Para corroborar esto, podemos terminar con estas palabras del cardenal Walter Kasper:
“Llegará el día en que el don de la unidad nos será concedido de modo sorprendente… Yo
estoy firmemente convencido de que… un día, con los ojos llenos de estupor,
constataremos que el espíritu de Dios ha derribado los muros de división y ha trazado para
nosotros senderos nuevos”.27

26
Cf. Ídem., pág. 11
27
L’Osservatore Romano, 4 de Febrero de 2000, Artículo: “Un Motivo de Esperanza”. Comentario a la Declaración
conjunta católica-luterana sobre la doctrina de la justificación. Walter Kasper, pág. 11
25

CONCLUSIÓN

El tema de la justificación, tal como se puede intuir por este trabajo de investigación, no ha
dejado de causar inquietud en los teólogos sobre todo a partir del siglo XVI por la gran polémica
que causó el padre agustino alemán Martín Lutero. Hasta nuestros días la reflexión teológica ha
buscado precisar más estudiando a fondo especialmente las cartas paulinas (con mayor énfasis en la
carta a los Romanos) y los Padres de la Iglesia.
Todo comenzó con Lutero. Él consideraba que la justificación no era solo una cuestión
teórica, sino esencialmente existencial. Se preguntaba: “¿Cómo encontrar a un Dios misericordioso?
¿Cómo encontrar en mí la paz y la serenidad?” Lutero debió experimentar que, por más que se
esforzara en realizar obras buenas, no lograba alcanzar la paz interior. Eso le llevó casi a la
desesperación.
Por último, a través del estudio de la Sagrada Escritura, y especialmente de la carta de san
Pablo a los Romanos, hizo una experiencia profunda. Descubrió que san Pablo, cuando hablaba de
la justificación, no quería afirmar que Dios nos considera justos porque nos hemos justificado por
nuestras buenas obras, sino porque él nos acepta como pecadores. No se trata de nuestra
justificación, sino de la justicia de Dios, justicia que Dios nos da por los méritos de Cristo, sin
nuestra colaboración, solo por gracia y solo por fe (“sola gratia, sola fides”).
El concilio de Trento no pudo aceptar esa doctrina, tal como se entendía en ese tiempo.
Concluyó que podemos cooperar a nuestra justificación, no con nuestras propias fuerzas, sino
porque la gracia nos inspira y nos capacita para hacerlo. Además, el concilio de Trento quería
poner de relieve que Dios no sólo nos declara justos, sino que también nos hace justos; que nos
santifica y, sin mérito por nuestra parte, nos renueva, de modo que, por medio de la gracia –como
afirman las Sagradas Escrituras- somos una nueva criatura. La fe debe hacerse efectiva en el amor y
en las obras de caridad
Por último, también hemos estudiado como en el diálogo ecuménico lo que nos acercó no
fueron acomodaciones fáciles, o una actitud falsa de conciliación o liberalismo, sino una vuelta
común a las fuentes de nuestra fe. Actualmente las convicciones teológicas tanto de los católicos
como las de los luteranos no están cerradas, sino abiertas al diálogo y a la verdad. El movimiento
ecuménico, en lo que se refiere al tema de la justificación ha avanzado mucho y sigue avanzando.
26

BIBLIOGRAFÍA

- L’Osservatore Romano, 21 de enero de 2000. Artículo: “Declaración Conjunta sobre la


Doctrina de la Justificación”, págs. 9 y 11

- L’Osservatore Romano, 4 de Febrero de 2000, Artículo: “Un Motivo de Esperanza”.


Comentario a la Declaración conjunta católica-luterana sobre la doctrina de la
justificación. Walter Kasper, pág. 11

- Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer, Bilbao. 1998

- Juan Luis Ruiz de la Peña, “El Don de Dios”. Antropología teológica especial. Sal Terrae,
Santander, 1991

- Congregación para la Doctrina de la Fe, “Observaciones acerca del documento de la


ARCIC II” “La salvación y la Iglesia”. L’Osservatore Romano, 4 de junio de 1989, pág. 16

- Luis Ladaria, “Teología del pecado original y de la gracia”. B.A.C., Madrid. Sapientia
Fidei, Serie de manuales de Teología.1993

- José Antonio Sayés, “La gracia de Cristo”. B.A.C., Madrid. Historia Salutis, Serie de
monografías de Teología dogmática.1993

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