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UN HOMBRE NECIO

TEXTO 1 Samuel 26:21

Introducción

En Mateo 5:22, el Señor nos advierte del peligro de llamar a alguien, “Necio”. Sin
embargo, este es el término que las Escrituras emplean para referirse a ciertas
personas. El que niega la existencia de Dios es necio (Sal 14:1). También es necio
aquella persona que rehúsa reconocer las grandes obras de Dios (Sal 92:5-6). Cristo
llama, ‘Necio’, a una persona que se esfuerza por amontonar bienes materiales, pero
que no prepara su alma para la eternidad (Lucas 12:20).

En el texto que estudiaremos hoy, un hombre se describe a sí mismo como ‘Necio’. Es


un texto sumamente triste. El hombre es nada menos que Saúl, el rey de Israel.
Pero, ¿por qué se llamó a sí mismo, ‘necio’? Sencillamente porque a pesar de haber
disfrutado de muchos privilegios, no supo aprovecharlos. Cometió una serie de errores
muy serios que destruyeron su vida y su felicidad. Estudiaremos su caso, para
aprender lecciones espirituales que debemos aplicar a nuestras vidas.

1. SAUL DISFRUTÓ MUCHOS PRIVILEGIOS

a. Era Físicamente Impresionante

Según el refrán, ‘las apariencias engañan’; sin embargo, vivimos en un mundo que
pone un alto valor sobre la apariencia física (el ‘look’ de la persona). Esto no es nada
nuevo; siempre ha sido así. La gente es evaluada por su apariencia física. Los que
son de baja estatura, por lo general son menospreciados; en cambio, a los que son
altos, se les presta más atención.

Saúl disfrutó el privilegio de ser un hombre alto. En 1 Sam 9:2 leemos que “de
hombros para arriba” Saúl “sobrepasaba a cualquiera del pueblo”. Evidentemente, era
un hombre impresionante. Su presencia impactaba a la gente que le rodeaba.

Cuando Samuel lo vio por primera vez, quedó impresionado. Inmediatamente pensó,
‘Este debe ser el futuro rey de Israel’. Y fue cierto; Dios lo confirm (1 Sam 9:17).
Otros también quedaron impresionados con su estatura. Cuando Samuel lo presento
ante Israel, es interesante notar lo que dijo: “¿Habéis visto al que ha elegido Jehová,
que no hay semejante a él en todo el pueblo?” (1 Sam 10:23). Cuando Samuel dijo,
“no hay semejante a él”, no estaba pensando en sus virtudes espirituales, o en sus
habilidades de liderazgo, sino simplemente en su aspecto físico.

Las mujeres no se quedaron atrás en su interés por Saúl. ¡Qué mujer no quisiera
casarse con un hombre alto, físicamente impresionante! Saúl llegó a acostumbrarse a
la atención de las mujeres, porque cuando ellas se empezaron a fijar en otro (David),
Saúl se incomodó mucho (1 Sam 18:6-9).
b. Era Económicamente Rico

Saúl provenía de una buena familia en Israel. Su padre era un hombre poderoso (1
Sam 9:1). La palabra, “valeroso”, es la traducción de una frase en hebreo que indica
‘poder’ económico. Es la frase que se usa para describir a Booz, en Rut 2:1 (“hombre
rico”). 1 Sam 9:3 indica que el padre de Saúl tenía varias asnas, que en ese tiempo
eran consideradas de gran valor (ver Job 1:3; el número de las asnas, en relación con
los demás animales, apunta al valor económico de esos animales).

En los días de Samuel, Israel estaba pasando por un tiempo muy difícil. Los filisteos
dominaban al país, imponiendo condiciones que mantenían al pueblo de Dios en la
pobreza. Saúl fue exento de ello. Él creció en medio de la riqueza material
(relativamente hablando).

c. Era Socialmente Privilegiado

Un hombre como Saúl, físicamente impresionante y económicamente rico, tenía


grandes ventajas en la vida. Pero hay algo más que debemos notar. Nació en una
época en que Israel deseaba tener un rey (1 Sam 8:5). Dios accedió a su pedido, y
nombró a Saúl rey (1 Sam 9:16-17; 10:1). Saúl fue aceptado por las tribus de Israel
(1 Sam 10:24), y pronto formó su corte. Disfrutó algunas victorias militares (1 Sam
11:11), y llegó a ser muy conocido y muy popular (1 Sam 11:15). Lo mejor que
Israel podía ofrecer, era suyo para tomarlo, si lo deseaba (1 Sam 9:20).

d. Era Espiritualmente Bendecido

Cuando fue ungido rey sobre Israel, Dios prometió darle una medida del Espíritu
Santo, para ayudarle a cumplir la tarea de ser rey (1 Sam 10:6-7). Las cosas
sucedieron tal como Dios predijo (1 Sam 10:9-11). Saúl fue cambiado, ungido, y
concedido poder de lo alto. Además de esta ayuda interna, disfrutó el apoyo externo
de Samuel, quien vino a ser un tremendo guía y mentor espiritual para Saúl.

¡Qué tremendos privilegios tuvo este hombre!

REFLEXIÓN

¿Somos conscientes de los privilegios que Dios nos ha dado? ¿Reconocemos las
bendiciones de Dios en nuestras vidas? ¿Hemos hecho buen uso de esas bendiciones?
¿Las valoramos? ¿Las usamos para bien?

Lamentablemente, Saúl no aprovechó las bendiciones que Dios le dio. Lo que lo llevó
a la necedad espiritual, fue lo siguiente:
2. ÉL COMETIÓ UNA SERIE DE ERRORES FUNDAMENTALES

a. Desobedeció a Dios

La manera en que llegó a ser rey indicó claramente que era un hombre que estaba, o
debió estar, bajo la autoridad de Dios. Eso significaba que Saúl tenía que obedecer a
Dios. Lamentablemente, eso fue precisamente lo que NO hizo. Tenemos un ejemplo
de ello en el segundo año de su reinado (1 Sam 13).

Estaban en medio de una guerra contra los filisteos. Saúl había atacado a una
guarnición de los filisteos, quienes reaccionaron enviando un gran ejército (1 Sam
13:4-5). El pueblo de Israel se puso muy nervioso (1 Sam 13:6-7), y Saúl estaba
esperando que Samuel llegara, como lo había prometido. En realidad, Samuel le había
ordenado esperar hasta que él llegara, para ofrecer sacrificios y pedir la ayuda de Dios
(1 Sam 13:8). Pero Saúl, viendo el temor del pueblo, decidió actuar. Aunque no era
sacerdote, ofreció sacrificios (1 Sam 13:9), desobedeciendo así la palabra de Dios. Lo
hizo por razones pragmáticas. Puso a un lado la Palabra de Dios, y decidió hacer lo
que él quería hacer. En esa manera desobedeció a Dios, quien lo había llamado a ser
rey. Samuel fue muy claro en su reacción: “locamente has hecho; no guardaste el
mandamiento de Jehová tu Dios” (1 Sam 13:13-14). Fue el inicio de su necedad
espiritual.

b. Menospreció la Palabra de Dios

Poco después algo parecido ocurrió (1 Sam 15). Dios le dio una orden por medio de
Samuel (v.1). La manera en que le habló dio a entender que Dios le estaba dando una
última oportunidad para salvarse (en el sentido de retener su reinado) – “está atento a
las palabras de Jehová”. La orden de Dios fue bastante clara, aunque nada placentero
(v.3).

En los siguientes versos, pareciera que Saúl estaba obedeciendo a Dios (v.7-8); pero
no fue una obediencia completa (v.8-9). Ahora, Dios mismo reacciona (v.10-11). Saúl
era culpable no sólo de desobedecer la Palabra de Dios, sino de menospreciarla.
Desechó la Palabra de Dios, y actuó conforme a sus propios criterios (v.23). Al final, ni
mostró un verdadero arrepentimiento. De labios para fuera, reconoció su pecado
(v.30a), pero sus palabras dan a entender que en realidad lo único que le preocupaba
era cómo quedaba ante los hombres (v.30b). Habla de adorar a Dios (v.30c), pero no
tiene la menor idea de lo que eso significa (v.22).

c. Le Echó la Culpa a Otras Personas por Sus Propios Errores

Lo hizo en 1 Sam 13:11-12, y también aquí (1 Sam 15:15). ¡Cuán fácil es hacer eso!
Adán lo hizo (Gén 3:11-12); Eva lo hizo (Gén 3:13). Todos caemos en la tentación de
hacer lo mismo. Pero es algo sumamente necio. Debemos aprender a aceptar la
responsabilidad por nuestras acciones.
d. Rehusó Reconocer al Ungido de Dios

Habiendo rechazado a Saúl, Dios escogió a David, y mandó a Samuel para que lo
ungiera rey de Israel (1 Sam 16). Saúl se percató de ello, y debió haberlo reconocido
como tal. En verdad, Saúl recibió muchos beneficios del Ungido de Dios:

- David salvó al pueblo de Israel de Goliat.


- David alivió a Saúl cuando estaba atormentado por un espíritu malo.
- David salvó a Saúl de sus enemigos, los filisteos.

Pero, ¿qué hizo Saúl frente a todo eso? Persiguió a David, y trató de matarlo repetidas
veces, aunque David no hizo nada en su contra; más bien, le perdonó en más que una
oportunidad.

Fue después de uno de esos momentos en que David le perdonó la vida a Saúl, que él
confiesa, “He aquí yo he hecho neciamente, y he errado en gran manera” (1 Sam
26:21). ¡Qué fin más triste para este hombre altamente privilegiado!

Conclusión

Siglos después, otro ‘Saúl’, de la misma tribu de Benjamín, fue escogido por Dios a ser
un apóstol, y entregó su vida al servicio de Dios. El fin de su vida fue muy diferente a
la del rey Saúl. Saulo de Tarso (el apóstol Pablo) terminó su vida diciendo: “He
peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe…me está guardada
la corona de justicia” (2 Tim 4:7-8a).

Cristo es el Ungido de Dios. Él ha hecho tanto por nosotros. ¿Por qué seguimos
resistiéndole, y oponiéndonos a Su reinado? Es necio hacerlo, porque Cristo va a
reinar. Lo más sabio es someternos a Él, y dejar que Él gobierne en nuestras vidas.

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