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Introducción
Los procesos de migración de comunidades campesinas se han venido acentuando a través de la
historia en el contexto colombiano. Aunque las alteraciones demográficas son preocupantes, es
más preocupante aún que debido a ello exista una pérdida cultural significativa heredada de las
comunidades campesinas y que esto sea generado por causas ajenas a las mismas comunidades,
es decir por causas como los intereses económicos, la acumulación de capitales, etcétera; y
preocupa aún más las consecuencias económicas, sociales, culturales y políticas que conlleva.
Diferentes investigaciones del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo), la
CEPAL, el DANE, entre otros, nos demuestran que en evidencia ha habido un problema de
migración campo ciudad en el transcurso del tiempo transcurrido entre 1973 y el 2010. Además,
se hace una caracterización de las transformaciones en el uso del suelo y las variaciones
económicas que trae consigo la variación demográfica y la redistribución espacial. Aun así,
estos estudios carecen de la identificación de las causas estructurales que generan dicha
migración de los campos a las ciudades, además no se particulariza en las afectaciones que han
sufrido las comunidades campesinas de las regiones, algunas de las cuales han tenido que
cambiar radicalmente su actividad económica y laboral y muchas de ellas han tenido que migrar
a las ciudades a buscar posibilidades laborales y de subsistencia.
Contexto general
Nuestro país está atravesado por una larga historia de conflictos rurales generados por la disputa
de la tenencia de la tierra y los cuales han forjado afectaciones múltiples a las comunidades
rurales de nuestro país. La migración de comunidades campesinas a las ciudades se ha
incrementado sobre todo en la segunda mitad del siglo XX y se viene agudizando para el siglo
XXI. Las principales causas de esto son “la concentración y el acceso inequitativo a la tierra;
conflictos por el uso del suelo; el despojo y abandono de la tierra generado por actores
violentos pero también por el mercado (tema en discusión); el poder fundamentado en su
propiedad, la violencia e ilegalidad; la tierra tomada como factor especulativo y de baja
tributación; el uso de la misma como instrumento de guerra y el lavado de activos de capitales
ilícitos; la alta informalidad en cuanto a la tenencia de la tierra; y la falta de un sistema de
información moderno y actualizado de catastro.” (Machado 2012).
Así pues, estas causas no solo vienen intensificando el fenómeno de migración campo ciudad,
sino que aún no tienen una solución real desde una política pública estatal que mitigue este
fenómeno, por el contrario, el modelo de despojo, extractivismo, monocultivo y, en síntesis, el
modelo de desarrollo neoliberal tiende a intensificar de manera profunda la problemática de la
tenencia de la tierra y por ende a aumentar la migración campo ciudad.
De esta forma la disputa por la tierra se viene acrecentando y ahora con gran diversidad de
actores, los cuales tienen intereses directos que generan dichos conflictos de disputa. Las
razones por la cuales se da este fenómeno son las siguientes según Absalón Machado (2013):
Inicialmente se transforma la concepción que se tiene de la tierra, pues desde las comunidades
campesinas ésta no es considerada como una mercancía, sino más bien como un medio de
producción de alimentos para abastecer las necesidades alimentarias de la población. Así mismo,
hay una variación significativa en las dinámicas rurales, donde se pierde la cultura de producir
alimentos para garantizar la soberanía alimentaria de la población y se pasa a concebir la tierra
como un factor de producción para la acumulación de capital, cambiando entonces su uso para
fortalecer procesos que generen mayor rentabilidad como: la creación de monocultivos para
generar productos de exportación (principalmente flores, agrocombustibles, alimentos, etc.),
aclarando que estos monocultivos de alimentos no tienen el objetivo de garantizar la
alimentación sino que tienen un fin meramente económico de acumulación de capital y que en
su mayoría son productos de exportación, no para garantizar la seguridad alimentaria del país,
pues “han cambiado las prioridades en materia agropecuaria: la tierra, vista tradicionalmente
como un recurso que debía ser utilizado para la producción de alimentos básicos, se destina
cada vez más a la producción agropecuaria exportable…” (Idem. Página 51); igualmente la
extracción de recursos minero-energéticos y la expansión de los procesos de industrialización.
Ahora bien, la migración de las zonas rurales ha generado que los centros urbanos se acrecientan
de manera significativa, esto ampliando las periferias de las grandes ciudades y generando una
inestabilidad social profunda, donde las desigualdades sociales como el desempleo, la pobreza,
la tercerización laboral, etcétera, han aumentado de manera significativa en las dos últimas
décadas; además de los problemas de soberanía alimentaria, producción agraria de alimentos,
detrimento del medio ambiente, contaminación y la ampliación de los cinturones de miseria en
los centros urbanos. A partir de esta perspectiva, se puede hacer un énfasis en la relación
estructural enmarcada en el ámbito rural y urbano configurando el espacio desde puntos
relevantes como las condiciones sociales y económicas como producto de una acelerada
dinámica demográfica que se establece en la migración interregional a partir de las disputas y el
posterior despojo de la tierra.
Antecedentes históricos
Este de por si no es un tema nuevo para nuestro país, es más, ni siquiera es un fenómeno que se
haya dado durante los últimos dos siglos, sino que por el contrario tiene su origen desde la época
de la colonial, donde los colonizadores asignaban territorios baldíos a las personas que habitan y
trabajan la tierra para la producción de alimentos y el abastecimiento de toda la población.
Posteriormente, entre 1810 y 1861 se dieron dos fenómenos que ayudaron a incrementar la
acumulación de tierras, uno de ellos fue la abolición de los resguardos para las comunidades
nativas y el otro fue la llamada desamortización de las tierras, que consistía en expropiar a la
iglesia, las órdenes religiosas y todo aquel que hubiese adquirido sus tierras por medio de
testamentos o avistamientos; de esta forma las tierras expropiadas se ponían en subasta pública y
de esta forma se empezaron a consolidar poderíos territoriales ya que los individuos con
capacidad económica adquirieron una gran cantidad de tierras, generando una concentración de
las mismas en las familias más adineradas de la época.
Ya para 1936 se creó la ley 200, en donde su principal objetivo era mitigar esos conflictos por la
tierra, dando claridad sobre cómo debía ser la reglamentación de la expulsión de arrendatarios,
la asignación de títulos de propiedad, entre otras normas para reglamentar la tenencia de la
tierra. Sin embargo, la acumulación de tierras en pequeños grupos de propietarios se mantiene y
aumenta ya que la ley 200 no tenía como fin la distribución equitativa de la tierra sino la
reglamentación de títulos de propiedad.
“La fallida reforma agraria de 1936 no apaciguó los crecientes conflictos de tierras. Muy por el
contrario, dichos conflictos se exacerbaron durante La Violencia (1948-1960). El
desplazamiento de propietarios de tierras, el abandono de predios y las ventas coaccionadas a
precios bajos fueron estrategias comunes. Además, al igual que sucede actualmente, la
incertidumbre sobre los derechos de propiedad y la ausencia total de entidades del Estado en
ciertas regiones facilitaron la apropiación de las tierras”.
El posterior conflicto armado fue generado principalmente por el acceso a la propiedad de tierra
y por la serie de desplazamientos de comunidades campesinas que habitaban tierras de interés
estratégico de los grandes terratenientes. El crecimiento en la intensidad del conflicto armado
generó nuevos desplazamientos y una lucha más profunda por el territorio que se ha prolongado
hasta la actualidad. Sin embargo, no se ha mitigado la desigualdad en el acceso a la tierra y por
el contrario las políticas de estado y la reconfiguración del modelo económico han profundizado
y agudizado esta sentida problemática, acrecentando la brecha de desigualdades entre clases
sociales. Esto trae consigo repercusiones sobre el espacio, lo que es importante tratar para
entender las transformaciones estructurales del espacio en la propiedad rural que se quieren
resolver en un escenario de post-acuerdo.
Aunque el conflicto por la tierra afecta todo el territorio, en especial los sectores rurales, esto no
quiere decir que afecte solo el campo, ya que la ruralidad en Colombia aún tiene un peso
importante que está estrechamente relacionado con la ciudad. En este sentido, hablar de la
tenencia de la tierra en Colombia exige además comprender unos procesos migratorios que se
dan dentro de una lógica de crecimiento de urbano, que son importantes para entender aspectos
del conflicto en Colombia que es agudizado por el crecimiento de las ciudades. En palabras de
Gustavo Duncan: “En el nuevo contexto de la disputa por la configuración del Estado, la
connotación de lo rural o del campo deja de estar vinculada a la imagen tradicional de zonas
agrestes bajo el orden de economías y sociedades campesinas. Ahora se trata de las áreas de
influencia de municipios e incluso ciudades intermedias que de la mano de su historia rural han
experimentado procesos de urbanización, tercerización de la economía e integración con otras
regiones” (Gustavo Duncan, 2005).
Está claro que la estructura espacial en Colombia expresa una hegemonía económica que
prevalece dentro de la sociedad; la macroeconomía y la noción desarrollo predominante en el
territorio han concentrado la población, respondiendo a una necesidad de cubrimiento de los
servicios. La pérdida de la potencialidad rural en Latinoamérica se debe a una segregación
producida por un orden económico, (Clichevsky, N. 2000)
Para tener una claridad más concreta de la situación actual en la tenencia de la tierra en
Colombia, citaremos las cifras recopiladas por Absalón Machado (2013):
“Los datos sobre tenencia de la tierra reflejan esa situación tan extrema:
• El índice GINI de tierras en Colombia es de 0.87 (en cuanto más cerca de 1, más
grande es la concentración de las tierras en pocas manos) – uno de los más altos del
mundo.
• 86,3% de los propietarios tienen 8,8% de la superficie con propiedades de menos de 20
hectáreas.
• 10,7% de los propietarios tienen 14,6% de la superficie con propiedades de entre 20 y
100 hectáreas
• 2,6% de los propietarios tienen 14% de la superficie con propiedades de entre 100 y
500 hectáreas
• 0,4% de los propietarios tienen 62,6% de la superficie con propiedades de más de 500
hectáreas” (Absalón Machado, Director del Informe del PNUD de Desarrollo Humano
2011 “Colombia rural, razones para la esperanza”).”
Este mapa muestra la comparación entre la brecha urbana y rural que se establece
mayoritariamente en el centro del país. A medida que la problemática de la tierra se incrementa,
los campesinos despojados se adentran en las inmediaciones de las urbes con un relativo
crecimiento económico y que ven como una alternativa para su subsistencia. Aunque un gran
porcentaje del territorio se encuentra enmarcado en el ámbito rural (señalado de color verde) se
hace evidente un paulatino declive en su estructura, generado, como se ha mencionado
anteriormente, por una alta concentración de la tierra aunada al conflicto regido bajo unos
intereses determinados en el desarrollo de su ocupación espacial.
Política Agraria
Como ejemplos concretos de leyes agrarias que profundizan el modelo económico y por ende
agudizan las contradicciones sociales en la actualidad, se encuentran: la ley de restitución de
tierras, la ley de hidrocarburos, el código minero, la ley de ZIDRES, entre otras políticas lesivas
que en vez de mitigar las problemáticas agrarias las acrecientan, aumentando la concentración
de la tierra, el desplazamiento forzado y no forzado, las desigualdades sociales y el conflicto
social y político del país.
Para empezar hablar del despojo en Colombia, y antes de adentrar en el tema predominante en
este punto, es necesario hacer énfasis en la idea anterior, sobre las políticas agrarias y las
reformas rurales, que en síntesis reproducen las formas de despojo de las tierras a través de
leyes que emprenden la ruralidad dentro de una lógica de acumulación de terrenos; esto se suma
a otro elemento causa y consecuencia del conflicto armado, que es el eje principal del despojo
de las tierras, dando como resultado la pérdida de 6,6 millones de hectáreas (Gómez Hernández
B, 2011) desmejorando la situación de la ocupación y tenencia inequitativa de la tierra.
Antes de profundizar en las consecuencias que se han dado estrictamente por el conflicto
armado, es preciso evalúar casos concretos que han contribuido al despojo de la tierra y que se
construyeron bajo una lógica económica de acaparamiento de tierras. Algunos de ellos son: la
ley general agraria y de desarrollo rural, junto con la ley de restitución de tierras, que
buscaban la “sostenibilidad”, “competitividad” y “goce efectivo” de la tierra, pero que en el
fondo defendían el proceso de reconversión de uso del suelo, que cobija los códigos mineros y
justificaba las dinámicas de despojo por el crecimiento de las actividades macroeconómicas en
los sectores rurales (Planeta Paz - PCS Consejería en Proyectos, 2012). Así existió una
protección de la lógica del acaparamiento de tierras, promoviendo el desplazamiento y por ende
agravando las condiciones del conflicto armado.
Es necesario analizar los factores que pretende solucionar el acuerdo frente al problema de la
ocupación y la tenencia de la tierra a partir del punto 1, el cual corresponde a la implementación
de una reforma rural integral en Colombia. Las principales problemáticas que se tratan en
cuanto a la ocupación de las tierra, se encaminan hacia una conciliación respecto a los conflictos
de la propiedad, buscando mitigar factores que han sido producto del conflicto armado (Acuerdo
final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera, 2016),
pero no se piensa acabar con los efectos que estallaron el conflicto evidentemente, se debe a que
el Estado no quiere poner en discusión el modelo económico predominante en el territorio. Sin
embargo, no se puede descalificar la magnitud y la significación de la conciliación que tiene el
acuerdo final, tomando como eje principal la ocupación y tenencia de la tierra, además de las
transformaciones que puede generar la reforma rural integral y la facilitación del acceso de la
tierra en la estructura espacial.
“El desarrollo rural integral es determinante para impulsar la integración de las regiones y el
desarrollo social, social económico y equitativa del país.
La segunda problemática que se viene presentando es en torno al “Decreto 902 del 29 de mayo
del 2017”, proyecto de ley principal para la implementación del punto 1 del acuerdo “reforma
rural integral”. Las inconsistencias y contradicciones del decreto con el acuerdo firmado son
evidentes, de las cuales la más relevante en cuanto a la tenencia y distribución de la tierra
refiere, es que en de los artículos 6 y 36 de dicho decreto (“sujetos de formalización a título
oneroso” y “formalización de predios privados” respectivamente) se va en contra vía al espíritu
del acuerdo de que las comunidades que no poseen tierra o que no tienen la suficiente, puedan
acceder a ella y a la formalización de la misma, pues estos artículos contemplan que familias o
personas naturales o jurídicas con patrimonio superior a 700 smvm o propietarios, poseedores y
ocupantes de predios iguales o superior a una UAF (Unidad Agrícola Familiar) pueden acceder
a la formalización, lo cual implica que se legalizaría la acumulación de UAF y de baldíos,
contradiciendo la ley agrario 160 de 1994. (Decreto 902, 2017) y (Verdad Abierta, 2017).
Además de ello se asegura que “poseedores de grandes capitales” tal como lo nombra el decreto,
puedan acceder a la adjudicación, formalización y legalización de baldíos, factor que
seguramente contribuirá al incremento de la inequidad en la tenencia de la tierra, yendo en
contra vía del acuerdo de paz ya firmado.
A manera de reflexión
La tierra ha pasado por un proceso continuo de acumulación en nuestro país desde la época de la
colonia, pasando por todos los periodos históricos trascendentales desde entonces, tales como la
independencia, la época de la violencia y llegando aún hasta nuestros tiempos, donde a
diferencia de haber disminuido el proceso de acumulación, se acentúa con cada vez más fuerza,
llevando al campesinado a una muerte lenta. Por ello, es evidente que uno de los principales
factores del decrecimiento poblacional del campo colombiano, es la acumulación de tierras,
problemática que es generada por el acaparamiento de las mismas en una porción
sustancialmente pequeña de la población del país, por la legislación agraria que desprotege al
campesinado y protege a los terratenientes, por el privilegio de los intereses económicos de un
país, por encima de los intereses de las comunidades campesinas y del conjunto del pueblo
colombiano.
Nuestro país atraviesa por un proceso coyuntural histórico, pues tenemos un acuerdo de paz
estancado entre las FARC-EP y el gobierno colombiano debido a la lentitud con que se ha dado
la implementación, empezando por la aprobación de los proyectos de ley necesarios para ella
que además, como lo vimos anteriormente, contradicen en gran medida lo pactado entre el
Gobierno Nacional y las FARC, dejando en duda las posibilidades reales de una “Reforma
Rural Integral” que beneficie realmente al campesinado sin tierra.
Además, el país hoy vive un segundo proceso de paz entre el ELN y el Gobierno Nacional el
cual, a pesar de los múltiples tropiezos que ha tenido, ha logrado acordar un cese al fuego
bilateral, que se espera sea el cese definitivo de hostilidades y se pueda llegar a la terminación
real de la lucha política con armas en nuestro país. Sin embargo, para que esto se dé, es
necesario el acompañamiento constante de la sociedad, los movimientos y organizaciones
sociales; necesario también que el gobierno muestre voluntad de cumplimiento real de los
acuerdos ya firmados y que se acabe definitivamente el asesinato y la percusión política a
líderes y lideresas del movimiento social y defensores y defensoras de los derechos humanos.
Referencias bibliográficas
• Salgado Araméndez, Carlos (2012) Los conflictos rurales y los escenarios a futuro. La
cuestión agraria en Colombia: tierra, desarrollo y paz. Documento de trabajo.
• Fajardo, Dario (2002). Tierra, poder político y reformas agraria y rural. Instituto
Latinoamericanode Servicios Legales Alternativos, ILSA. Bogotá.
• Decreto de Ley 902 del 9 de mayo del 2017. Presidencia de la República de Colombia.
Obtenido de:
http://es.presidencia.gov.co/normativa/normativa/DECRETO%20902%20DEL%2029%
20DE%20MAYO%20DE%202017.pdf