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BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1986
MARCO PALLIS
ESPECTRO LUMINOSO
DEL
BUDISMO
BARCELONA
EDITORIAL HERDER
1986
Versión castellana de ESTEVE SERRA. de ia obra de
MARCO P.U.LIS. A BuiklMsi 'Épecmtm.
Georga Alien & U n w l n Ltd.. L o n d r e s 1980
¡SBN 84-254-1486-5
EL AUTOR
De todas las cosas procedentes de una causa, la causa
ha sido mostrada por el así venido, y también su
cesación, el gran mendicante ha declarado.
Mahávagga I, 23
ÍNDICE
Prefacio 9
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PREFACIO
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Prefacio
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Prefacio
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Nota sobre la transcripción de palabras extranjeras
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II
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Vivir el propio karma
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Vivir el propio karma
que, cuando por fin llega el momento del cambio, éste sea tanto
más doloroso para los seres en cuestión: se dan cuenta de repente
de que su estado de dicha no es perpetuo, sino que está sujeto al
nacimiento y a la muerte igual que todos los demás estados de
existencia. Como dijo un monje mongol a quien esto escribe: «Los
dioses longevos son estúpidos.» La ausencia de contrastes que ca-
racteriza a su condición los adormece en un exceso de confianza,
con el resultado de que, cuando llega el instante fatal, no están
preparados en absoluto y pueden llegar a hundirse hasta el mismo
infierno, destino éste verdaderamente lamentable.
No todos los dioses muestran sin embargo esta falta de inteli-
gencia Muchos desempeñan un papel honorable en las historias de
Buda. Algunos, como Garuda, el corcel de Vishnu semejante a un
halcón, están constantemente a las órdenes de la persona de Buda,
cuyo parasol se encargan de llevar; otros, y especialmente Brahma,
rey de los devas, ruegan a Buda, después de su iluminación, que
predique la doctrina, por miedo de que el mundo vaya a su perdi-
ción total. Este papel desempeñado por los dioses, que consiguen
vencer la «reserva» de Buda, aparece en la vida de todo buda
instructor y expresa simbólicamente que el conocimiento poseído
por un ser ihiminado es tan profundo que resulta virtualmente
intransferible a los hombres en su estado actual de ignorancia.
Buda consiente, no obstante, en enseñar, mostrando así que a pesar
de la ignorancia la luz no es inalcanzable. De ello tenemos que dar
gracias a la iniciativa de los dioses.
Los titanes, o asuras, por su parte, aunque superiores a los
hombres por los diversos poderes que poseen, siempre se represen-
tan como seres pendencieros, llenos de envidia para con los dioses
y su felicidad, y siempre conspirando para destronarlos. Típica-
mente, son seres que por sus austeridades, sus intensos trabajos
desarrollados en varios campos, han podido incrementar sus facul-
tades naturales hasta el punto de amenazar al propio cielo. A veces
la ambición titánica lleva incluso la máscara del altruismo, como
cuando Prometeo roba el fuego a los dioses para dárselo a los
hombres, exponiéndolos así a las consecuencias de su propio acto
"de profanación. Es típica del temperamento asúrico o prometeico
la utilización imprudente de poderes excepcionales por toda clase
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1. Según el calendario indio, ésta es la luna llena del mes de mayo, durante la cual
Buda, sentado bajo el árbol del mundo, en Gaya, alcanza la iluminación.
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II
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El matrimonio de la sabiduría y el método
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diciendo que no tiene principio pero que tiene fin; en otras pala-
bras, el proceso de paso continuo de causa a efecto se deja sin
definir en cuanto al origen, pero ese proceso y la posibilidad de
sufrimiento que trae aparejada puede ser neutralizado mediante la
integración en el centro, donde la rueda del renacimiento no rueda
Considerado negativamente, esto será la extinción nirvánica o la
autoanulación; considerado positivamente, es el despertar a la ilu-
minación, la budeidad. Compárese esto con la visión cristiana que
representa el otro extremo, a saber la descripción del mundo como
dotado de principio en la creación pero capaz de llegar a ser un
mundo sin final en la salvación a través de Cristo. Una paradoja
metafísica equivale a la otra, pues hablando en rigor el principio y
el final pertenecen a la misma dualidad; su disociación en cual-
quier dirección es metafísicamente inconcebible. El carácter para-
dójico de las dos enunciaciones mencionadas se explica desde el
punto de vista de una intención espiritual, de una llanaada a la
realización; ninguna de ellas debe llevarse demasiado lejos en su
literalidad, pero cada una expresa la verdad a su manera.
La mentalidad que fomentan el hinduísmo y el budismo no es
de las que ven un problema en el mal o en el sufrimiento, como ha
ocurrido en otras partes, porque el sentido de lo relativo y de su
carácter ambivalente -a la vez velo sobre lo absoluto y factor que
lo revela-, de una realidad en un nivel y una ilusión en otro, está
demasiado arraigado en el pensamiento indio para permitir que el
mal sea considerado como algo más que un caso particular de lo
relativo, visto desde su ángulo privativo. El sufrimiento en todas
sus formas se acepta, pues, como una medida de la aparente lejanía
del mundo con relación al principio divino. El principio está abso-
lutamente omnipresente en el mundo, pero el mundo está relativa-
mente ausente del principio, y esta aparente contradicción entre la
esencia y los accidentes se paga con sufrimiento. Al identificarnos
consciente o inconscientemente, o por nuestros actos, con nuestros
accidentes, por medio de lo cual se crea y se nutre una personali-
dad especiosa, provocamos una repercusión ineludible en forma
del bien y del mal que en consecuencia configuran nuestras vidas
mientras somos arrastrados por la corriente del devenir. En tanto
esta corriente siga fluyendo, en el paso de la acción a la reacción
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¿Cabe la gracia en el budismo?
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siguientes palabras: «Que todos los seres de las tres esferas, por la
plegaria de mi contemplación... alcancen finalmente la budeidad.»
Esto otorga la carta misma de la gracia y su operación en el
mundo; apenas necesita más comentario.
Lo único que tal vez sea útil añadir es que si en el cristianismo,
por ejemplo, el aspecto de personalidad divina a veces puede pare-
cer que ha ocultado la quididad de la deidad, en el caso del
budismo, aunque este peligro se ha evitado deligentemente, se
encuentra sin embargo cierta expresión personal de lo divino en
forma distributiva, a saber, en la compañía o sangha celestial de los
budas y bodhisattvas, los primeros de los cuales representan su
aspecto estático y los segundos el dinámico, como la misericordia
cuando se proyecta en el samsara. En la sección final de este
ensayo, cuando estudiemos la doctrina de la tierra pura, volvere-
mos sobre este tema.
Después de esta excursión a las alturas debemos bajar de nuevo
a la tierra y examinar un medio concreto de gracia ya niencionado
antes, que quizá ha ayudado más que cualquier otro a mantener
vivo el recuerdo de la iluminación entre los hombres. Se trata de la
imagen de Buda haciendo el gesto de tocar la tierra (bhumi-spar-
sha). Todos los rincones del mundo budista conocen y aman esta
imagen; tanto el theravada como el mahayana han producido ma-
ravillosos ejemplares de ella. Si hay una representación simbólica a
la que corresponda propiamente la palabra «milagroso», es sin duda
ésta.
El relato de cómo llegó a existir una imagen de Buda es instruc-
tivo, puesto que el budismo al principio no era partidario de la
imaginería antropomórfica y prefería símbolos más elementales. Se
dice que se hicieron varios intentos frustrados de registrar la ima-
gen de Buda por motivos de índole personal, como el deseo-de
recordar una figura amada y venerada, etc.; en estos casos siempre
existe cierta confusión entre la apariencia y la realidad, de ahí la
prohibición del ídolo en el judaismo y el islam, por ejemplo. Sin
embargo en este caso intervino la compasión del victorioso; estaba
dispuesto a permitir una imagen de sí mismo a condición de que
fuera un verdadero símbolo y no una mera reproducción de super-
ficies; esta distinción es muy importante. Cediendo a los ruegos de
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VI
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Consideraciones sobre la alquimia tántrica
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1. El simbolismo chino del yin y yang transmite un mensaje similar: el yin, principio
femenino de color oscuro que representa el lado pasivo y potencial de las cosas (shakti podría
bien traducirse como .potencia») y el yang, masculino, de color claro y que representa el lado
activo o esencial, se combinan en un diagrama circular, a modo de mandala, cuyas mitades
entrelazadas significan un matrimonio; cada una contiene además un puntito de color
opuesto, que indica la interpenetración no dualista de los principios así representados'.
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tipo más profundo; la verdad más bien parece ser que lo que puede
denominarse sin abuso de lenguaje la «revelación tántrica» perte-
nece a las dos grandes tradiciones indias a las que adoptó, como si
dijéramos en respuesta a una necesidad cíclica, en un desborda-
miento providencial del espíritu de una manera que no implica
ningún menoscabo con respecto a la originalidad de ninguna de las
formas tradicionales. Veamos más bien aquí un ejemplo de esa
compasión universal y divina que, con aparente menosprecio de
todas las fronteras delimitadas racionalmente, proporciona lo que
se necesita para la salvación de los seres dolientes en un momento
y un lugar determinados. No sin razón los métodos espirituales
tántricos se consideran, dondequiera que se practiquen, una vía
sumamente adecuada a las condiciones de la fase actual del ciclo
cósmico, en la que las vías más primordiales, y en cierto sentido
más inflexibles, ya no satisfacen plenamente las necesidades.
Para resumir lo anterior: la representación de la no dualidad en
la forma de la fusión de un amor conyugal macho y hembra, así
como las prácticas yóguicas diversamente características relaciona-
das con ella, basta para probar el parentesco fundamental que
existe entre el tantra hindú y el budista, a pesar de algunas diver-
gencias importantes de detalle. Sentada esta identidad básica, sería
exagerado, sin embargo, tratar de establecer una correspondencia
punto por punto en los simbolismos respectivos: shakti y prajna
no son simplemente ideas intercambiables, y cada una de las dos
corrientes tántricas ha dado lugar evidentemente a algunas caracte-
rísticas originales, de acuerdo con su genio particular, de modo
que la relación impersonal prajna-upaya que ha caracterizado al
budismo mahayana, por una parte, y la presentación personificada
característica del teísmo hindú, Shiva-shakti, por otra, han podido
desarrollarse a partir del mismo simbolismo erótico sin riesgo de
confusión en una u otra dirección. Dudo que se pueda llegar
mucho más cerca de la verdad de esta cuestión3.
A modo de ilustración de lo que podría describirse como un
subterfugio metafisico, típico a su manera, por el cual se puede
discernir una identidad subyacente más allá de una aparente expre-
sión de rivalidad interreligiosa, me gustaría relatar una explicación
bastante divertida que me dio un lama cuando residía en Shigatse
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Sin duda la respuesta que todo aspirante sincero dará es que «el
mundo es siempre el mundo aun cuando sople una suave brisa; así
también la bodhi es la bodhi aun en el tiempo más feo. Por lo
tanto, aunque quedara como el único seguidor de la vía en un
mundo desatento más allá de toda esperanza, yo seguiría practi-
cando esta vía sin mirar atrás». No hay nada idealista en tal actitud;
la imponen las consideraciones más prácticas. El mensaje esencial
de los. sutras y los tantras no se diferencia en nada de éste.
Aunque al introducir la cuestión que acabamos de tratar era
natural referirse primero a la tierra de origen del tantra en Asia,
también se podría preguntar si, en las condiciones excepcionales
que hoy prevalecen, no podría tener lugar la exportación de méto-
dos tántricos en otras direcciones, lo que podría originar nuevas
floraciones locales. Los que hacen esta pregunta piensan normal-
mente en la dispersión de lamas tibetanos por varios países extran-
jeros, de lo cual algunos esperan que se pueda dar un nuevo
ímpetu a fuerzas espirituales de Occidente que ahora están dormi-
das. De hecho, durante los últimos años se han establecido un
determinado número de centros en diversas partes de Europa y
América bajo la dirección de nuestros tibetanos aptos para conferir
iniciaciones tántricas e impartir enseñanzas. Esto ha abierto nuevas
puertas para muchos, con consecuencias impredecibles por lo que
respecta al futuro.
Nos queda ahora por considerar lo que puede denominarse
adecuadamente «el espíritu del tantra», nuestra tercera categoría del
preámbulo de este ensayo. ¿Cuáles son, pues, los criterios con los
que reconocer a este espíritu, dondequiera pueda darse? A su
modo esta pregunta es importante en toda circunstancia y todo
hombre con intereses espirituales puede sacar provecho de su res-
puesta, aun cuando su propia vía de realización no adopte una de
las formas clasificadas como tántricas. Un breve examen de esta
cuestión nos proporcionará así una conclusión natural a las presen-
tes consideraciones sobre la espiritualidad tántrica.
Esencialmente, se puede hablar de un sentido tántrico o de un
espíritu tántrico (el primero sería la facultad que permite reconocer
la presencia del segundo) en conexión con cualquier doctrina o
método cuyo objetivo consciente sea la transmutación del alma
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4. Una de las obras mejor documentada y más inteligible sobre el tema que hoy se
pueden encontrar, es la de Titus Burckhardt, Alquimia, Plaza y Janés, Barcelona 1976.
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VI
1. La palabra nembutsu es una forma abreviada de la frase namu amida butsu. que en sí
es una reducción japonesa de la fórmula sánscrita namo'miiabhaya buddhaya. Su significado
literal es «alabanzas al Buddha Amitabha»; ñamo comprende la fe, veneración y gratitud que
los seres sufrientes deben a Buda como dispensador de la luz; el nombre Amitabha significa
«luz infinita». Esta fórmula ha proporcionado su mantra invocatorio a la escuela del budismo
de la Tierra Pura; este «campo de buda» recibe su nombre del paraíso de Amitabha, situado
simbólicamente en el Oeste. Las enseñanzas de la tierra pura, enunciadas por primera vez por
los maestros indios Nagarjuna y Vasubhandu, llegó al Japón a través de China y se difundió
ampliamente gracias al ejemplo de dos grandes santos. Honen (1133-1212) y su eminejite^
discípulo Shinran (1173-1262), que dio a la tradición su forma presente con el nombre de
jodo-Shinsu, es decir «verdadera secta de la tierra pura». Entre nosotros la palabra «secta»
tiene resonancias desafortunadas, pero su uso en este contexto, sin connotaciones negativas,
ha llegado a ser convencional. Estos hechos elementales serán suficientes para preparar para
lo que sigue a los lectores no familiarizados con el budismo japonés.
2. El epíteto «mitológico» se emplea deliberadamente con el fin de llamar la atención
sobre una característica importante de la comunicación tradicional que la terminología mo-
derna tiende a subestimar. La palabra griega mythos, de la que deriva la nuestra, original-
mente no significaba más que un relato, y no un tipo particular de relato, supuestamente
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ficticio, como hoy en dia. Se daba por sentado que estas historias contenían una verdad,
aunque sólo fuera porque, para la mentalidad natural de las gentes formadas por los grandes
mitos, otra cosa hubiera parecido absurda; la idea de una literatura de ficción entendida como
medio pasajero de distracción era del todo ajena a esa mentalidad, lo mismo que la idea de
una alegoría inventada, por muy elevado que fuera su fin. Como factor de la inteligencia
humana, el sentido mitológico corresponde a una dimensión de la realidad que, sin este
sentido, seria inaccesible.
En esencia, los mitos no pertenecen a ninguna época particular; hay una actualidad
permanente en los acontecimientos que relatan, lo cual constituye el secreto de su poder de
influir sobre las almas de los hombres siglo tras siglo.
3. En el Tibet la palabra equivalente a bodhisattva. junto con sus usos más técnicos, se
emplea a menudo donde nosotros utilizaríamos la expresión «santo», lo cual no tiene nada de
sorprendente, puesto que una persona santa muestra de forma patente los rasgos característi-
cos de una bodhisattvidad incipiente.
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4. Las seis paramitas o virtudes trascendentes: según una convención mahayana. daña.
la disposición a ponerse al servicio de los demás, la caridad en el sentido más amplio,
encabeza la lista como signo que permite reconocer al bodhisattva. Sin embargo es poco
probable que un hombre alcance tal grado de abnegación sin antes adoptar una vida discipli-
nada de inspiración religiosa, shila. en su doble aspecto de abstención consciente del pecado y
conformidad positiva a las prescripciones rituales, doctrinales y otras de la religión e t w _
cuestión; esta conformidad no se da sin esfuerzo, virya, el espíritu combativo. Como comple-
mento de las virtudes anteriores, viene de forma natural shanti. el contento, el reposo en el
propio ser. Sólo después de cierta fusión de estas tres virtudes se puede esperar sentir con
fuerza una inclinación hacia daña, que señala el camino de la vocación del bodhisattva. Las
dos últimas paramitas. a saber, dhyana. contemplación, que implica el discernimiento entre
lo real y lo iluáorio. y prajna. la sabiduría trascendente, que es una síntesis de todas las demás
virtudes, conpletan el marco vital de los mahayanistas. Evidentemente, este modelo general
es aplicable a otras religiones, además del budismo.
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I
Inmaculado, sin pecado y blanco de tez
De la cabeza del Buda perfecto nacido,
vuelve tus ojos misericordiosos a los seres.
Adorado sea Chenrezig.
II
Pueda yo pronto por el mérito de esta (invocación)
ser dotado del poder de Chenrezig.
Que todos los seres sin excepción alguna
sean establecidos en su tierra.
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7. «En términos generales»: esta reserva era necesaria dado que nadie está en condicio-
nes de valorar todas las repercusiones de su trabajo o de sus medios de vida en un mundo
siempre cambiante. Todo lo que un hombre puede hacer es evitar las prácticas evidentemente
perversas, conformándose al mismo tiempo en grado razonable a las circunstancias en las
que su karma le ha colocado. En otras épocas, cuando las vocaciones eran más definidas y
estaban garantizadas por la religión, el discernimiento era relativamente fácil aunque no fuera
absolutamente infalible en la práctica. Hoy en día, con las abrumadoras complicaciones que
llenan la vida de casi todo el mundo, a un hombre no le cabe más que intentar conformarse
lo mejor que pueda a las prescripciones ideales del Sendero Óctuple en los dos aspectos en
cuestión; no es necesario que se cree problemas de conciencia por lo que está obviamente
fuera del alcance de la elección humana. Esto no significa, claro está, que no se deban tener
escrúpúlos con respecto a lo que se hace o se deja de hacer; cuando todavía es posible el
discernimiento, debe ejercerse a la luz de las enseñanzas de Buda
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VIII
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El dharma y los dharmas
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esperando ser liberado. Cuando Jesucristo dijo que «si éstos (hom-
bres no perceptivos) callaran, las mismas piedras clamarían» no
estaba manifestando una alegoría pintoresca para expresar su idea;
apuntaba al hecho literal de que toda cosa que se halla en la
creación puede ser llamada por una providencia misericordiosa a
dar testimonio de una verdad que el hombre, su potavoz normal,
ha descuidado advertir en el momento oportuno. Ésta es una
posibilidad que la tradición amerindia ha aprovechado del modo
más positivo: para los habitantes indígenas de América, toda la
naturaleza es como un sutra siempre abierto en el que puede leerse
el mensaje multiforme del Gran Espíritu. El dharma dé las formas
es como una ciencia de recordatorios en acción recíproca; en este
sentido, nuestra sensibilidad se ha ido atrofiando gradualmente por
el peso de una sofisticación creciente. El reejercitarse a leer los
signos de la naturaleza día tras día y hora tras hora al modo de los
pieles rojas constituye un upaya de gran poder y sutileza, el cual,
además, nunca está muy lejos de esa compasión espontánea que
tradicionalmente se atribuye al upaya como ayudante providencial
de prajna. Tal es el dharma de las formas naturales.
Cuando un ser se manifiesta en una forma humana participará
evidentemente de aquellas condiciones afirmativas aunque limitati-
vas que pertenecen por igual a todas las incorporaciones formales,
cualquiera que sea su especie. Es conveniente señalar este hecho
general como preludio a la consideración del aspecto del dharma
que nos concierne más inmediatamente, no sólo como seres huma-
nos, sino también como seres particulares dentro de la categoría
común de la humanidad. El sujeto participa de dos aspectos, indi-
vidual y colectivo, cada uno de los cuales posee implicaciones
dhármicas de gran importancia. En una posición intermedia entre
ambos se encuentra el dharma que afecta a la familia; dado que
este último, como el dharma de un individuo, está directamente
vinculado a la necesidad biológica, ocupa evidentemente un lugar
más cercano al individuo que a cualquier interés de grupo, aun
cuando comparte algunas características de este último. La tradi-
ción confuciana, tal como se resume ritualmente en el culto a los
antepasados, constituye un comentario ético sobre el dharma fami-
liar no superado en precisión y profundidad de conocimiento. Por
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que aludía Jesucristo cuando dijo que «el reino de los cielos está
dentro de vosotros». A esta segunda categoría pertenece todo lo que
se refiere a una dedicación iniciática con sus prácticas concomitan-
tes, cuya figura rectora es el maestro espirita! (llámesele gurí, lama,
roshi, jeque o starets), el cual es distinto del sacerdote sacrificial,
cuyo ámbito normal es la parte exotérica de la tradición, con sus
rituales, sus enseñanzas dogmáticas, sus comentarios escolásticos,
y su código moral. Como factor primordial de iluminación abierto
a todos deben mencionarse también las formas de piedad ibhakti);
pero éstas, así como el arte sagrado, ocupan una posición algo
ambigua en la frontera entre la inteligencia más vuelta hacia lo
exterior y la equilibrada interiormente; en cierto sentido, la piedad
religiosa pertenece a ambas. A modo de criterio para saber si una
persona se encuentra más en su elemento en uno u otro terreno, se
puede empezar por averiguar si habitualmente se inclina más en
un sentido sentimental o en un sentido objetivo cuando trata de
juzgar a los hombres o los acontecimientos. Si es lo primero, se
puede inferir una predisposición exotérica; si es lo segundo, una
designación esotérica es más probable que se ajuste a su caso.
De todos modos, parece estar suficientemente claro que con
una mentalidad de tendencia exotérica, para la que la lealtad a una
forma (incluyendo sus limitaciones que, no obstante, se tiende a
pasar por alto) se convierte en la única prueba de ortodoxia, lo más
probable es que se tenga una actitud parcial contra las demás
formas, aunque quizá esta actitud no sea del todo inevitable. Para
saber lo que esto puede significar en casos extremos sólo hay que
pensar en los cruzados medievales o en los guerreros musulmanes
que invadieron la India, todos ellos gentes sinceramente piadosas.
¿Quién puede acordarse de Somnath o Nalanda sin conmoverse?
El desapego y la imparcialidad acompañan de modo más natural a
una perspectiva introversa de sí mismo y del mundo, perspectiva
que además incluye la conciencia de la fragilidad inherente a toda
forma, por muy sagrada que sea. Por esta razón, Guénon fue
llevado a concluir, en lo cual no se equivocaba del todo, que el
reconocimiento, aun en su sentido parcial, de la validez dhármica
de las formas ajenas sólo es factible para los miembros de una
minoría esotérica, que probablemente operaría en secreto, como él
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VIII
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esta vez su ímpetu resultará ser el más fuerte y será el otro ser
quien se desviará su vez, y así indefinidamente.
¿Qué sugiere esta imagen sino un contrapunto que, por su
continua interacción de tensiones y liberaciones, expresa esa uni-
dad de la que han surgido sus elementos constitutivos y a la que
éstos tratan siempre de volver consciente o inconsciente? El para-
lelo musical es evidente, y esto es de hecho lo que confiere a la
música contrapuntística su extraño poder para conmover el alma.
El rigor del principio contrapuntístico que gobierna la música de
los siglos XV, XVI, y XVII de la Europa occidental explica fácil-
mente el inmenso efecto que este tipo de música tiene sobre los
intérpretes y, en un grado ligeramente inferior, sobre los oyentes.
Por ejemplo, en una fantasía para violas, o en la música sacra
de ese período, ¿qué es lo que ocurre de forma típica? El silencio
es afirmado, y por tanto también roto, por la enunciación primera
de un tema, que evoca, desde otro intérprete, o bien conformidad
(es decir, repetición del tema en la tonalidad original o si no en una
tonalidad conexa) o bien contraste (es decir, réplica en forma de
otro tema); pero esta misma relación, por cuanto introduce una
dualidad, conduce a la colisión en un punto u otro. La parte más
fuerte empuja a la más débñ fuera de su curso hasta que el sentido
de oposición (que es lo que significa «discordia») ha cesado, sólo
para dar lugar a otra oposición igual cuando las partes en cuestión
encuentren nuevos puntos de resistencia al tratar de cruzar el
camino de otra parte o partes. La búsqueda de la libertad prosigue
mientras este proceso continúa; cada relación de concordia repre-
senta una libertad relativa y provisional con su grado correspon-
diente de bienestar, pero, en tanto existe un proceso de cambio
ninguna situación puede ser confortable por mucho tiempo. Las
oposiciones seguirán surgiendo, con la consiguiente incitación a
resolverlas: sólo mediante un retorno a la unidad original, cuyo
recuerdo latente constituye el incentivo para lograr este mismo
retorno, puede encontrarse por fin la paz.
Al igual que en el mundo uno se encuentra con situaciones
difíciles y con situaciones fáciles, imponiendo las primeras un
esfuerzo suplementario y permitiendo las segundas un movimiento
relajado, también en nuestro esquema contrapuntístico encontra-
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que podemos buscar refugio. Pero no, ¿qué ha pasado con esa luz?
Estoy seguro de haberla visto claramente. Ha desaparecido, ¿qué
vamos a hacer ahora? Creo haber notado una gota de lluvia. Mira,
ahí está de nuevo. Apresurémonos.»
Si esta pequeña parábola de la experiencia de un hombre du-
rante su paso en la dirección de la autoaniquilación, junto con los
diversos comentarios que han conducido a ella, ha resultado ser de
alguna ayuda para otros decididos a llegar a la misma meta, habrá
valido la pena escribir estas líneas, de otro modo, no. Quizá la
manera más apropiada de terminar este capítulo tan variado sea
repitiendo las palabras con que se abrió: Impermanente es el ser
humano, predispuesto al sufrimiento, carente de sí mismo, Esta
frase tan a menudo citada no es sino una amplificación de la
primera de las cuatro nobles verdades de Buda, la verdad del
sufrimiento, a la que no añade nada esencial. La comprensión de
su significado pleno está reservada al hombre que, siguiendo el
ejemplo de Buda, se siente a su vez al pie del árbol del mundo
desafiando los ataques de Mara mientras la luna de Vaisakh, el
halo de Amitabha, vierte sobre él su luz bienaventurada. Para tal
hombbre, atta y anatta, «sí mismo» y «sin sí mismo», dejarán de
plantearle interrogantes; en cuanto a nosotros, muchas leguas de-
bemos recorrer todavía antes de poder hacer lo mismo. O tal vez
sean sólo unas pocas... El árbol de la bodhi está en todas partes;
cualquier tiempo es el tiempo de Vaisakh para el hombre de fe
despierta.
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ROTA MVNDI
Colección dirigida por JOSÉ OLIVES PUIG, Dr. Phil.
Así como en la rueda los distintos rayos partiendo del eje ase-
guran la consistencia de la llanta y posibilitan su movimiento
giratorio, así también el principio o centro inmutable de toda
manifestación asegura mediante las diversas tradiciones, que
lo expresan y revelan en distintos tiempos y lugares, la coheren-
cia del mundo y la naturaleza cíclica de su acontecer. Distintas
en su forma externa y contingente, las múltiples tradiciones his-
tóricas del género humano —sean éstas religiosas o puramen-
te metafísicas— coinciden sin embargo en su origen eterno,
motor inmóvil, luz de luz, fuente de toda palabra y de toda
vida. Por ello el hombre en el regreso hacia el sol esencial de
su ser— y sea cual fuere el rayo de su camino— contempla
la disolución de diferencias entre credos y escrituras que desde
un enfoque literal y exotérico parecían contrapuestos y hasta
antagónicos.
La rueda del mundo, símbolo presente en todas las tradi-
ciones, se adopta como emblema de la presente colección, que
pretende ofrecer distintos reflejos del saber revelado, con el
propósito de recordar su unidad trascendente y el valor perenne
de su mensaje.
Tomos publicados hasta el presente (tamaño 14 X 22 cm.):