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¿Quién no ha experimentado delante de un cuadro esa sensación de estar limitado, a falta de claves

para descifrarlo? Decía San Basilio: “Lo que las palabras dicen al oído, el arte lo muestra en silencio”.
Y es que la fe gana en profundidad a la hora de contemplar un cuadro. Es como una cuarta
dimensión, porque hay confidencias que el artista no exige al espectador. Una obra de arte sacro es
incompleta si la fe está ausente…el artista no insiste, solo invita a la esperanza.al espectador.

Uno de los rasgos característicos de la cultura postmoderna es haber perdido la capacidad de buscar,
de asombro, primer paso de la auténtica sabiduría. El arte como virtud que perfecciona el alma ha
servido para transmitir himnos de alabanza, salmos, música, para contemplar, admirar y renovar
nuestra mirada.

El pasado 6-7 de Noviembre del 2010 Benedicto XVI, “el peregrino de la fe”, vino a España para
recordarnos que “somos seres en búsqueda, seres necesitados de verdad y belleza”. En la Basílica
de la Sagrada Familia, inmenso monumento en piedra a la fe, esperanza y caridad, icono de
Barcelona, símbolo de la Nueva Evangelización y obra del arquitecto modernista Gaudí, quien nos
invita a transformar el corazón de piedra en un corazón de carne, el Papa demostró una vez más su
sensibilidad estética al expresar que la experiencia de la belleza es un camino hacia el misterio, y en
último término a Dios.

contemplar para amar

Si el arte, según la tradición clásica (Aristóteles, Santo Tomás) es “la razón correcta de las cosas que
se hacen o producen”, el arte cristiano al servicio de la Iglesia ha sido durante siglos capaz de
anunciar a Cristo. La belleza tiene un poder inmenso en la evangelización de las culturas. La belleza
del arte tiene además una fuerza pedagógica para introducirnos en el misterio de la Verdad con un
lenguaje contemplativo.

En su bella carta a los artistas, Benedicto XVI, les llama “custodios de la belleza”, y les exhorta a ser
testigos de la fe y esperanza “para poder hablar al corazón de la humanidad, tocar la sensibilidad
personal y colectiva, suscitar sueños de esperanza y ocasión única para acercar la verdad cristiana
a creyentes y no creyentes por medio de la expresión artística”. Si la esencia de la belleza es elevar
la mente, el arte tiene una importante función social: dar un alma al mundo, porque allí donde se
desprecia la belleza el hombre se empobrece.

La capacidad de favorecer la contemplación en un mundo de prisas, donde la inmediatez y el


constante cambio pervierten al hombre, donde la mediocridad o telebasura cierran las puertas a la
capacidad de asombro, primero hemos de renovar, educar nuestra mirada, sentir nuestra propia
limitación y sólo desde la infancia espiritual, librarnos de una mirada técnica, utilitarista,
despersonalizada o incapaz de satisfacer las expectativas del mundo de hoy. Contemplar desde la
pequeñez y restaurarlo todo en el amor de Dios.

La belleza que la fe genera, es un relato fascinante, escenario que nuestro mundo aguarda… porque
para el hombre la culminación de la belleza es el amor, la capacidad de amar y sentirse amado
plasmadas en la Sagrada Familia. El hecho de que Dios asuma la carne humana revoluciona la vida
humana y también la historia del arte. Rafael, Murillo, Miguel Angel nos introducen magistralmente
en la vida cotidiana de la Sagrada Familia de Nazaret, casa de oración, comunidad de armonía,
respeto y entrega. Amar sin horas y sin prisas, como no las tiene Dios. Pedagogía divina que esconde
estas cosas a los sabios e inteligentes y se las revela a los pequeños.
la biblia de los sencillos

Un diálogo entre fe y arte, dos grandes realidades de la vida humana, que invitan a la noble
inclinación del alma: guardar silencio, que no es vacío, sino presencia de Dios. Porque hay silencios
ausentes, heroicos, que sonrojan, calculadores, interesados, pero también, silencios llenos de
prudencia, de discreción, de escucha…

Decía Aristóteles: “El talento en silencio se nutre mejor”… Hay un silencio creativo, el del artista que
plasma su obra, porque hay obras de arte que han sido creadas para contemplar a Dios y guardar
silencio de admiración, de ternura, de gratitud…

La imagen también es predicación evangélica, es la biblia de los sencillos. Cómo no hablar de las
“biblias de piedra del románico”, donde se enseñaba todo un código de actuación a un público no
ilustrado, el Maistas Domini o Cristo en Majestad como Señor del tiempo y de las cosas, bendiciendo
con su mano derecha mientras con la izquierda porta el libro de la vida “Ego sum lux mundi”, quien
impone su majestad y grandiosidad a los hombres que han de ser juzgados. Todo un programa
figurativo para transmitir los principios básicos del cristianismo en los tímpanos de las fachadas de
iglesias de peregrinación, fiel reflejo del orden universal y donde todo obedecía a una necesidad
simbólica: el peregrino debía sentirse colmado de admiración, permanecer estupefacto, embargado
de sentimientos religiosos, hasta alcanzar a través de la belleza humana, la belleza divina.

Los tramos cuadrados simbolizaban la tierra, y el ábside, de estructura semicircular, lo divino, como
la curvatura de la cabeza de Cristo. Era el santuario de Dios. El crucero, participando de las dos
formas geométricas, unía dos mundos, lo terrestre y lo divino. La orientación: la cabecera hacia el
sol naciente (sol salutis) y los pies de la iglesia hacia el sol del atardecer (sol iustitiae), que habrá de
juzgar a todos los hombres, de ahí que las fachadas románicas cuiden el contenido simbólico del
Juicio Final. Dextera Domini, Pantocrator y Crismón, fueron fruto de un proceso de abstracción y
fuente de presencia divina a través del arte.

Los bestiarios medievales o el lenguaje secreto del mundo animal desde el punto de vista mitológico,
cultural o religioso de procedencia pagana, son sacralizados en el románico, convirtiéndolos en
portadores de virtudes o vicios. El cordero cuyo paralelismo con Jesucristo nos recuerda la cena
judía de Pascua; el león símbolo de fortaleza, nobleza y valentía, en la iconografía cristiana atributo
de San Jerónimo y con alas símbolo de San Marcos; la serpiente representando el pecado; el simio
los instintos básicos o vanidades humanas; basiliscos, arpías, centauros, grifos o monstruos con uñas
de cuervo y patas de león no eran más que símbolos de una belleza mutable, porque lo feo hacía
sentir nostalgia de lo divino.

Los valores racionales del Renacimiento y el anhelo humanista de la búsqueda racional de la verdad
a través de la filosofía, siguiendo el canon clasicista de Rafael, los vemos reflejados en la Sala de la
Signatura de los Museos Vaticanos. Las catedrales, concebidas como símbolo de la iglesia espiritual,
espacios diáfanos, translúcidos donde las vidrieras transmiten la luz de la esperanza, del sol
verdadero que es Dios. Los robustos pilares simbolizan la fe, y la bóveda, la caridad divina: las tres
virtudes teologales y la morada terrenal de Dios, pues según el libro de la sabiduría 11, 21: “Dios
ordenó todas las cosas por su medida, su número y su peso”.
¡qué bella eres amada mía!

A partir del siglo XII, con la influencia franciscana, se humaniza la Virgen, tratando de acercar a la
religiosidad popular su dulzura resaltando el papel de la línea materna en la educación humana del
Hijo de Dios. La voluntad popular convierte a Santa Ana, Madre de la Virgen, en patrona y abogada
de las madres de familia. Se busca intensificar la respuesta emocional de los feligreses.

La exquisitez y elegancia de Rafael en sus madonas, vírgenes que desbordan humanidad, serenidad,
dulzura y actitud ensimismante, es el resultado de una delicadeza natural que emana del alma.
Saborear la riqueza de la iconografía mariana, las letanías y los atributos fundamentales de la
Inmaculada Concepción, Tiépolo, Alejo Fernández, Zurbarán, Murillo, Velázquez, todo un elenco de
pintores quienes con absoluta maestría, transforman la obra pictórica en oración, interpretando
símbolos marianos: enaltecida como “Estrella de la mañana”y “Puerta del cielo”, representada con
una luna bajo sus pies según el libro del Apocalipsis: “Una mujer vestida de sol con 12 estrellas en
la cabeza”, origen de la bandera europea; los lirios acompañando su virginidad perpetua y
mostrando la absoluta singularidad de María.

Ella es la mujer predestinada, la que iba con su descendencia a aplastar la serpiente infernal. En el
Génesis 3,14, tras el pecado original, Dios le dice a la serpiente “Pondré enemistad entre ti y la
mujer, entre tu estirpe y la suya. Ella te aplastará la cabeza con sus pies”. Y así es como aparece en
multitud de lienzos que nos recuerdan este anuncio de esperanza, la dramática realidad humana,
un escenario donde se confrontan el bien y el mal, la verdad y la mentira o decidir por cuenta propia
lo que está mal o bien. En María, Dios nos ofrece un potencial evangelizador decisivo. Ella es el
camino que nos lleva a Dios.

cultura y fe; imagen y oración

Los efectos teatrales del barroco y la propaganda de la Iglesia Católica Universal tras el Concilio de
Trento (1545-1563) los vemos reflejados en la profusión decorativa y el desarrollo de la cultura
conventual, carmelitas, cartujos, jesuitas, benedictinos, franciscanos, dominicos y todo el Siglo de
Oro español, llevando su impulso misionero al otro lado del océano, a Nueva España, creando una
plataforma común de identidades compartidas a través del arte y y trasplantando toda la iconografía
mariana a Méjico, como en el caso de la composición de exquisita belleza de Basilio de Salazar,
novohispano, “Exaltación franciscana de la Inmaculada Concepción” (s. XVII).

Insertar la expresión de la fe en la corriente cultural y artística y hacer ver lo que la fe aporta a la


Historia y a la cultura es el objetivo de estas líneas. Cuidar, conservar, cultivar y fomentar la cultura
de nuestros pueblos y ciudades encuentra coordenadas coincidentes con la Iglesia, fiel
colaboradora, promotora de fe y cultura.

Si la belleza es capaz de iluminar al ser humano, renovemos nuestra mirada, abramos los ojos y el
corazón -“effetá”- para vislumbrar las puertas del cielo y poder decir como San Agustín “Tarde te
amé, belleza antigua y nueva, tarde te he amado”.

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