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Para el psicoanálisis los recuerdos no deben leerse sólo como recuerdos, sino como formaciones
de compromiso que sustituyen lo reprimido.
“El inconsciente es ese capítulo de mi historia que está marcado por un blanco u ocupado por un
embuste: es el capítulo censurado. Pero la verdad puede volverse a encontrar; lo más a menudo
ya está escrita en otra parte. A saber:
en la evolución semántica: y esto responde al stock y a las acepciones del vocabulario que me es
particular, como al estilo de mi vida y a mi carácter.
en la tradición también, y aun en las leyendas que bajo una forma heroica vehiculan mi historia.
en los rastros, finalmente, que conservan las distorsiones, necesitadas para la conexión del
capítulo adulterado con los capítulos que lo enmarcan, y cuyo sentido se restablecerá en el
análisis”.
Lacan nos da en este párrafo los elementos para construir inconsciente, no hay que buscarlo en las
tinieblas, ni en el fondo de vaya a saber qué; el inconsciente pulsa por salir, emerge para la
construcción de la verdad de cada historia y se construye en un análisis.
Es justamente esta asunción por el sujeto de su historia, en cuanto está constituida por la palabra
dirigida al otro, a lo que Freud da el nombre de psicoanálisis.
Voy a tomar lo que Lacan llama en este texto documentos de archivo, los recuerdos infantiles o
encubridores.
Normalmente se esperaría que el contenido más frecuente de los recuerdos fueran miedos,
vergüenza, dolor, acontecimientos importantes que hayan impactado al niño. Pero no, tienen
contenidos indiferentes que no pudieron provocar efecto en el niño.
En el tratamiento psicoanalítico se construyen los fragmentos del suceso infantil omitido, nos dice
Freud.
En la constitución de los recuerdos de este orden hay dos fuerzas: una quiere recordar el suceso y
otra se resiste.
Este proceso inconsciente que pasa por conflicto, represión y sustitución como transacción es la
clave también para la formación de síntomas.
Los síntomas, sueños, recuerdos, lapsus y chistes son formaciones del inconsciente.
El recuerdo encubridor no debe su valor al propio contenido, sino a la relación con otro contenido
reprimido.
Los recuerdos infantiles nos muestran los primeros años de nuestra existencia, no como fueron,
sino como nos parecen al evocarlos.
Estos recuerdos no han emergido en esta época, sino que han sido formados en ella. En la
formación y en la selección de recuerdos interviene toda una serie de motivos ajenos a la fidelidad
histórica.
Un hombre de veinticuatro años conserva una imagen de cuando tenía cinco. Está sentado sobre
una sillita junto a su tía, que le enseña el abecedario.
La distinción entre m y n le trae dificultades y le pide a la tía que lo ayude. Ella le dice que la m
tiene una pieza más, una diferencia con la n.
Luego, en el curso del análisis este recuerdo tomó otro significado: el saber de la diferencia entre
las letras está en sustitución del saber de la diferencia entre un varón y una niña. El varón también
tenía una pieza más que la niña.
El trabajo con las formaciones permite tramitar en el análisis las fantasías o fantasmas del tiempo
del Edipo que han sido reprimidos. Con este trabajo se abre, entonces, la vía para la construcción
de la sexualidad infantil.
Si no construimos este tiempo con los analizantes, estaremos haciendo algún tipo de terapia,
trabajando con lo imaginario, pero no un psicoanálisis.
5 heridas emocionales de la infancia que persisten cuando somos adultos
Los problemas vividos en la infancia dejan heridas emocionales que vaticinan cómo será nuestra
calidad de vida cuando seamos adultos. Además, estos pueden influir significativamente en como
nuestros niños de hoy actuarán mañana y en como nosotros, por otro lado, afrontaremos las
adversidades.
1- El miedo al abandono
La soledad es el peor enemigo de quien vivió el abandono en su infancia. Habrá una constante
vigilancia hacia esta carencia, lo que ocasionará que quien la haya padecido abandone a sus
parejas y a sus proyectos de forma temprana, por temor a ser ella la abandonada. Sería algo así
como “te dejo antes de que tú me dejes a mí”, “nadie me apoya, no estoy dispuesto a soportar
esto”, “si te vas, no vuelvas…”.
Las personas que han tenido las heridas emocionales del abandono en la infancia, tendrán que
trabajar su miedo a la soledad, su temor a ser rechazadas y las barreras invisibles al contacto
físico.
La herida causada por el abandono no es fácil de curar. Así, tú mismo serás consciente de que ha
comenzado a cicatrizar cuando el temor a los momentos de soledad desaparezca y en ellos
empiece a fluir un diálogo interior positivo y esperanzador.
Su mayor temor es afrontar una separación, de forma que las relaciones son vividas con dosis de
inseguridad, miedo y recelo, siendo más vulnerables a la creación de vínculos de dependencia
afectiva.
Cómo sanar la herida: Trabajando el miedo a la soledad, el temor a ser rechazados y las barreras
invisibles al contacto físico. Es el niño interior, y no el adulto, quien teme que lo dejen, por lo que
hay que abrazarlo para que se sienta seguro y sea capaz poco a poco de disfrutar de sus
momentos de soledad.
2- El miedo al rechazo
El miedo al rechazo es una de las heridas emocionales más profundas, pues implica el rechazo de
nuestro interior. Con interior nos referimos a nuestras vivencias, a nuestros pensamientos y a
nuestros sentimientos.
En su aparición pueden influir múltiples factores, tales como el rechazo de los progenitores, de la
familia o de los iguales. Genera pensamientos de rechazo, de no ser deseado y de descalificación
hacia uno mismo.
Si es tu caso, ocúpate de tu lugar, de arriesgar y de tomar decisiones por ti mismo. Cada vez te
molestará menos que la gente se aleje y no te tomarás como algo personal que se olviden de ti en
algún momento.
Es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos,
sentimientos y vivencias. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los
padres, familiares cercanos o iguales a medida que el niño va creciendo.
Cuando un niño recibe señales de rechazo, crece en su interior la semilla del autodesprecio y
piensa que no es digno de amar ni de ser amado, interpretando todo lo que le sucede a través del
filtro de su herida. La mínima crítica le originará sufrimiento y, para compensarlo, necesitará el
reconocimiento y la aprobación por lo demás.
Cómo sanar la herida: Empenzando a valorarse y reconocerse por sí mismo, obviando los mensajes
que el crítico interno le envía, procedentes de su infancia.
3- La humillación
Esta herida se genera cuando en su momento sentimos que los demás nos desaprueban y nos
critican. Podemos generar estos problemas en nuestros niños diciéndoles que son torpes, malos o
unos pesados, así como aireando sus problemas ante los demás; esto destruye la autoestima
infantil.
Las heridas emocionales de la humillación generan con frecuencia una personalidad dependiente.
Además, podemos haber aprendido a ser “tiranos” y egoístas como un mecanismo de defensa, e
incluso a humillar a los demás como escudo protector.
Haber sufrido este tipo de experiencias requiere que trabajemos nuestra independencia, nuestra
libertad, la comprensión de nuestras necesidades y temores, así como nuestras prioridades.
Esta herida se abre cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, afectando
directamente a su autoestima, sobre todo, cuando lo ridiculizan.
Construye una personalidad dependiente que está dispuesta a hacer cualquier cosa por sentirse
útil y válida, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que si los demás no lo reconocen, él
tampoco lo hará.
Cómo sanar la herida: La humillación se erige como una carga emocional pesada en la espalda que
necesita ser soltada a través del perdón hacia las personas que lo dañaron, haciendo las paces con
el pasado.
Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres principalmente, no
cumpliendo sus promesas. Esto genera una desconfianza que se puede transformar en envidia y
otros sentimientos negativos, por no sentirse merecedor de lo prometido y de lo que otros tienen.
Haber padecido una traición en la infancia construye personas controladoras y que quieren
tenerlo todo atado y reatado. Si has padecido estos problemas en la infancia, es probable que
sientas la necesidad de ejercer cierto control sobre los demás, lo que frecuentemente se justifica
con un carácter fuerte.
Estas personas suelen confirmar sus errores por su forma de actuar. Sanar las heridas emocionales
de la traición requiere trabajar la paciencia, la tolerancia y el saber vivir, así como aprender a estar
solo y a delegar responsabilidades.
Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres porque no ha cumplido
una promesa. Esta situación generará sentimientos de aislamiento y desconfianza que, en
ocasiones, pueden transformarse en envidia, debido a que el niño no se siente merecedor de lo
prometido y de lo que otras personas tienen.
Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, en la que predomina la necesidad de
control para asegurar la fidelidad y lealtad, que muchas veces no permite respirar a los demás.
Cómo sanar la herida: Hay que trabajar la paciencia, la tolerancia, la confianza y la delegación de
responsabilidades en los demás.
5- La injusticia
La injusticia como herida emocional se origina en un entorno en el que los cuidadores principales
son fríos y autoritarios. En la infancia, una exigencia en demasía y que sobrepase los límites
generará sentimientos de ineficacia y de inutilidad, tanto en la niñez como en la edad adulta.
Las consecuencias directas de la injusticia en la conducta de quien lo padece será la rigidez, pues
estas personas intentan ser muy importantes y adquirir un gran poder. Además, es probable se
haya creado un fanatismo por el orden y el perfeccionismo, así como la incapacidad para tomar
decisiones con seguridad.
Ahora que ya conocemos las cinco heridas del alma que pueden afectar a nuestro bienestar, a
nuestra salud y a nuestra capacidad para desarrollarnos como personas, podemos comenzar a
sanarlas.
Esta herida emocional se origina cuando los progenitores son fríos y rígidos, con una educación
autoritaria y no respetuosa hacia los niños. La exigencia constante generará sentimientos de
ineficacia, inutilidad y la sensación de injusticia.
Esta herida emocional genera adultos rígidos que no serán capaces de negociar ni de mantener
diálogos con opiniones diversas. Sus intenciones girarán en torno a ganar poder e importancia,
siendo fanáticos del orden y el perfeccionismo.
Cómo sanar la herida: La forma de curarse es trabajar la rigidez mental, cultivando la flexibilidad y
la confianza hacia los demás.