Sei sulla pagina 1di 4

http://fundacionvillanueva.org/base/ventana.php?q=MOBILIARIO&url=CI5185.

htm

EL NACIONAL - MARTES 20 DE ABRIL DE 1999

Ciudad

El patrimonio de la Ciudad Universitaria (I)

La anarquía arquitectónica deteriora la UCV

Mientras se definen reglamentos, comisiones y planes, el Alma Mater se opaca cercada por alteraciones
en sus estructuras, intervenciones no planificadas, deterioro y olvido. Aunque los senderos maravillosos
subsisten, hay un verdadero recorrido del horror, que rompe con la perspectiva que soñó Villanueva y
acaba con el esplendor de un monumento nacional en el que cada día viven más de 150 mil personas

HERCILIA GARNICA

Una gran sombra oculta parte de la luz natural con la que se concibió hace más de 50 años la
Universidad Central de Venezuela. Barreras, escollos y límites oscurecen una ciudad proyectada con luz
por Carlos Raúl Villanueva. Aunque su espíritu sigue desbordado en cada rincón de nuestra Alma Mater,
hay señales que han comenzado a opacar ese esplendor.

En las 202 hectáreas que conforman la Ciudad Universitaria es posible encontrar de todo, como si de
una pequeña Caracas se tratara. Desde maleza rebelde y salvaje, alzada en cualquiera de los múltiples
espacios verdes que por fortuna abundan en la UCV, hasta tabiques que esconden parte del patrimonio
artístico que ostenta nuestra máxima casa de estudios.

Y aún podemos mencionar más: las fachadas de muchos de los edificios más emblemáticos han perdido
su encanto. Esa visión original que proyectó Villanueva tan sólo es posible encontrarla en archivos,
fotografías y reseñas de quienes los disfrutaron intactos. O se caen a pedazos o frente a ellos se
colocaron tarantines, puertas y paredes que transformaron el espíritu que cada estructura despedía
desde su piel.

Junto a los más estudiados edificios se elevaron galpones con techos de zinc. Cerca de ellos creció la
maleza; sobre las paredes se pegó propaganda; los quioscos abrieron sus puertas sin que aún existiera
norma alguna sobre su fabricación; los aires acondicionados refrescaron el ambiente, a costa de perder
las relaciones visuales y las ventilaciones naturales de facultades y escuelas; con rejas cercaron los
espacios abiertos y jardines; se agregaron muros, se demolieron otros y -sin darnos cuenta- empezó a
cambiar el rostro de la UCV. Hay quienes aseguran, incluso, que la "cultura del rancho" se implantó en
los terrenos de una urbe que fue soñada primero, y materializada después.

La vida, sin embargo, siguió transcurriendo para las casi 150 mil personas que circulan a diario por esa
pequeña ciudad, donde con facilidad se reproducen los mismos problemas de una jurisdicción tan
compleja como el municipio Libertador.

A la par, las decisiones se siguieron tomando. Cualquier decano de facultad o cualquier director de
escuela, con igual proporción de recursos y atribuciones, podía -y aún puede- emprender
transformaciones estructurales en sus respectivas sedes sin otro norte que su propia necesidad
coyuntural.
Así, empezaron a transformarse las fachadas de Odontología y Ciencias, por sólo mencionar dos
ejemplos, pese a la existencia de las direcciones de Servicios Generales y Planeamiento Físico,
responsables del mantenimiento y las construcciones de toda la Ciudad Universitaria, de la Comisión de
Conservación y de la vigencia de la Resolución número 167, la cual establece, entre otras cosas, que
será responsabilidad de la referida comisión "el cuido y protección de las edificaciones, obras de arte, y
áreas abiertas del recinto universitario, tanto en Caracas como en Maracay. El Consejo Universitario la
dotará de facultades para revisar y proponer cualquier proyecto de modificación y crecimiento físico y
para que defina las políticas generales de conservación de la Ciudad Universitaria".

Anarquía citadina

Aún cuando las reglas parecían estar claras, entre marzo y mayo de 1998 renunciaron tres de los siete
miembros de la Comisión de Conservación, después de que fuera aprobada la construcción de una
nueva edificación para la Facultad de Ciencias, la cual fue objetada por esos especialistas a través de un
informe técnico detallado; mientras que, en marzo de 1999, renuncia el decano de Arquitectura, Abner
Colmenares, luego de agotar las gestiones para reconstituir la comisión y ante el continuo
desconocimiento por parte de las autoridades universitarias de las recomendaciones técnicas elaboradas
y entregadas.

Allí, precisamente, radica el problema que la propia secretaria del Consejo Universitario, Ocarina Castillo,
reconoció cuando señaló que hasta ahora las pautas de conservación de la UCV han operado de
manera anárquica, y que no hay correspondencia entre las distintas directrices que se producen en torno
al mantenimiento de todo el campus.

Siente que la Facultad de Arquitectura es la gran conciencia estética de la máxima casa de estudios,
pero -lamentablemente- "no se rige por normas ni dicta pautas, y tampoco su opinión es vinculante".

Aunque aclaró que no forman parte de sus atribuciones formales las referidas a la estructura física de la
Ciudad Universitaria, cree que la comisión debe fortalecerse y unificar los criterios y planteamientos
relacionados con la recuperación de la universidad.

Sin embargo, la comisión continúa desmembrada, sin que ello signifique que el compromiso de los
especialistas haya acabado.

Abner Colmenares tiene un dossier de documentos, oficios y comunicaciones en los que ha volcado su
preocupación y la de toda la Facultad por el evidente deterioro que ha sufrido a lo largo de los últimos
años la UCV.

Coincide con Castillo al señalar que el patrimonio cultural de la Universidad está en peligro, "debido a la
falta de una política coherente de conservación de las edificaciones, espacios abiertos y obras artísticas".

Esta deformación ha provocado que "los trabajos de remodelación, ampliación y mantenimiento de las
estructuras se hayan ejecutado sin la adecuada asistencia técnica especializada, dejando en arquitectos,
ingenieros y constructores -sin experiencia en conservación del Patrimonio- la toma de decisiones, pero
sobre todo tales trabajos de planta física han sido ordenados dentro de la discrecionalidad que tienen las
autoridades universitarias".

El resultado está a la vista: alteración de los edificios, intervenciones de mala calidad, uso inadecuado de
materiales en las reparaciones, invasión de espacios con añadidos no compatibles con el carácter
original de la obra, desaparición de elementos y componentes arquitectónicos originales. Todo eso lo
traduce Colmenares en "caos visual por la incoherencia de las nuevas estructuras, la alteración sensible

del paisajismo y la aparición de una señalización y mobiliario urbano discordantes".


Es decir, que es inobjetable el deterioro visual, espacial y ambiental de la Ciudad Universitaria. Lo peor
es que todavía no se cuenta con programas de conservación y planificación, ni con la estructura
administrativa y operativa adecuada.

Colmenares admite que han habido algunos esfuerzos aislados de varias autoridades universitarias, pero
esas medidas no han sido suficientes. "Falta de continuidad y coherencia para llevarlas a término,
dificultades operativas para su ejecución, poco convencimiento acerca de la importancia patrimonial de la
obra o las presiones políticas, las cuales por lo general apuntan a resolver lo urgente y no lo importante,
pues se toman para lo inmediato y no para lo trascendente", son algunas de las razones que pueden
explicar el por qué de la anarquía y de la incoherencia.

Tal vez por ello se han diluido los intentos de cohesión que se han formulado desde la fenecida
comisión, las propuestas que se han hecho en el Plan Rector, que aún espera la aprobación del
reglamento, y la postulación de la Ciudad Universitaria como Patrimonio Cultural de la Humanidad ante
la Unesco.

Esos pasos no han podido generar una política de gestión coordinada ni mucho menos promover una
conciencia verdadera acerca del valor patrimonial que ostenta la UCV, el más importante de Venezuela.

La cultura del rancho

Aunque reconocen la instauración de una suerte de "cultura del rancho" en la UCV, y admiten que
durante años se han hecho intervenciones en todas las estructuras de la Ciudad Universitaria, el término
deterioro no es aceptado con facilidad por Simón Malavé, director de Servicios Generales, y Simón
Boada, director de Planeamiento.

Están seguros de que ese calificativo tuvo algún sentido hace dos años, cuando ellos no ocupaban los
cargos que ejercen en la actualidad, el personal dedicado al mantenimiento no estaba dedicado a sus
labores porque lo distraían los asuntos sindicales y, en consecuencia, las obras de conservación estaban
paralizadas.

Si aún persisten las dudas y algunas enumeraciones saltan en la conversación, Malavé y Boada
apelarán a la condición de ciudad que ostenta la UCV para justificar porqué algunas cosas no funcionan
como deberían funcionar.

Recuerdan las 150 mil personas que circulan por los predios universitarios, la existencia de un hospital
de referencia, de los institutos de Medicina Tropical y de Inmunología -que también reciben pacientes- y
del peso que eso genera en el campus.

Calcula Malavé que el centro de Caracas, entendiendo como tal al sector que se extiende desde El
Silencio hasta la quebrada Anauco, es más pequeño que la propia Alma Mater, y sin embargo tienen
alcalde, policías y concejales, cada uno con atribuciones específicas.

En la UCV, los mecanismos también están descentralizados, sólo que las intervenciones que cada una
de las autoridades hace no tienen en cuenta parámetros generales que le den coherencia a la institución.
Es decir, las consultas a las direcciones de Servicios Generales y a las de Planeamiento no son
sistemáticas y el argumento de los interventores suele ser el de la funcionalidad.
El panorama se empeora aún más, si recordamos que la dirección que coordina Malavé también debe
encargarse del mantenimiento de los servicios generales, y esa obligación se convierte en la aventura
diaria de un verdadero apaga fuegos.

Esto impide que los proyectos de actualización de la infraestructura se realicen antes de que colapsen.
Ya el plan está elaborado, pero las necesidades presupuestarias son multimillonarias.

Nada más en electricidad se necesita un millardo de bolívares para cambiar 30 kilómetros de cables; la
modificación de las tuberías que datan de hace más de 40 años tampoco aguarda por más tiempo;
tampoco, la impermeabilización, la recuperación de la línea de vapor, de las instalaciones de gas y hasta
la sustitución de la cerámica vitrificada de la Biblioteca Central, que hay que traer de Italia y cuyo costo
asciende a más de 100 millones de bolívares.

Potrebbero piacerti anche