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BLEICHMAR. TEORÍA Y CLÍNICA. ARTICULACIÓN O FRACTURA.

Parecería que los psicoanalistas nos hemos instalado, y cada vez más cómodamente, en el
interior de una revolución gestada a fines del siglo pasado, atravesada por todas las utopías de
su tiempo, cuya herencia recibimos. Esta revolución de pensamiento que produjo el
psicoanálisis no se redujo sólo a la posibilidad de capturar significativamente las
determinaciones deseantes acerca de las cuales filósofos y poetas se habían interrogado desde
los comienzos de la humanidad misma. Tampoco al hecho de generar, por primera vez, de
modo sistemático, una comprensión de las "motivaciones de la conducta" y poder erigir ante
ella un sistema de transformaciones que no se quedara en lo fenoménico -sintomal- y su
recomposición. El psicoanálisis constituyo -y constituye, aún hoy-, una teoría de la subjetividad
y un método para su conocimiento que abrió las condiciones para la comprensión y
transformación de aspectos del accionar humano no abarcables, hasta ese momento, por las
múltiples disciplinas que pretendían su cercamiento. Ni la psiquiatría, ni la neurología, ni la
sociología, ni la psicología, podían dar cuenta de la constitución de la subjetividad y su
operancia. Ninguna de ellas podía -ni puede aun hoy- producir las transformaciones a las
cuales el psicoanálisis fue convocado y del cual salio victorioso en múltiples batallas.

Y, sin embargo, esto no es suficiente para evitar la profundidad de una crisis que hace a sus
fundamentos mismos.

La práctica analítica está en crisis, y ello no es efecto sólo de las condiciones tanto económicas
como sociales en la cual se despliega hoy nuestra tarea. Tampoco es efecto de una
postmodernidad cuya invocación mágica resuena con cierta frecuencia en los discursos
justificatorios de la impotencia y el empobrecimiento del campo del pensamiento. Los alcances
de la crisis, los alcances de la postmodernidad, son fenómenos a ser ubicados cuidadosamente
en los bordes -límites- de nuestra práctica; hay que darles el peso necesario, pero no bascular
en su dirección todas las imposibilidades ni las incapacidades.

La práctica analítica está en crisis a nivel de sus fundamentos, donde se expresan las más
variadas fórmulas eximitorias sea del fracaso o de la inmovilidad, mediante la repetición hasta
el cansancio de justificaciones de una acción cuyos principios no siempre -más aún, ni siquiera
en la mayoría de los casos- se derivan de las formulaciones teóricas que parecen regirla. Y está
en crisis también en razón del no asentamiento de sus paradigmas de base, de la imposibilidad
de seguir remodelando un edificio que ya tiene un siglo sin revisar sus cimientos.

Señalemos simplemente, al respecto, la cantidad de corrientes que propician el


embanderamiento empobrecido a la sombra de un autor que se ha limitado a agregar uno o
dos toques a la construcción de base sin demasiado cuidado por preguntarse cual es el estilo
original. La dificultad para la normalización de paradigmas, los intercambios sostenidos sin
revisión de los fundamentos, son dos de los elementos que confluyen en esta crisis. El tercer
elemento a subrayar, consiste en el hecho de que, desde hace ya muchos años, práctica y
teoría parecerían ir cada una por su lado. Si un teoricismo dogmático cobraba dominancia
sobre gran parte de los intercambios realizados en la década del 80, los 90 parecen estar
atravesados por un retorno al empirio-clinicismo en el cual sólo el trabajo con el paciente
deviene soberano. Y, sin embargo, este retorno circular que retoma los postulados empiristas
del psicoanálisis anglosajón de los 50, se presenta tan novedoso como engañoso.
No alcanza, indudablemente, con afinar nuestras herramientas para evitar los impasses a las
cuales diariamente nos enfrentamos; por mucho que se afine un telescopio, será imposible
acceder a la estructura del átomo mediante su empleo. La inclusión de nuevas técnicas no
resolverá tampoco la cuestión; se puede jugar al ensayo y error durante años, e incluso
redescubrir, después de múltiples vueltas, propuestas y formulaciones desempolvadas a las
cuales se remoza y aggiorna un poquito sin que los postulados que las generaron sean
discutidos, con el riesgo de volver a archivarlas después de un lapso de tiempo.

Más aún, gran parte de teorizaciones que aparentan novedad son la reinvención de algo que
fue dejado durante anos de lado, olvidado, y vuelto a formular por alguien que ni siquiera
conoce en que circuito teórico-clínico fue el descubrimiento previamente inscripto A estos
intentos empobrecidos se aúna la esperanza de resolución espontánea vía otros campos: la
recuperación de la esperanza biológica a fines de depositar en los nuevos descubrimientos
genéticos posibilidades de transformación que se sustraen, en muchos casos, a nuestra
práctica, o el recurso a una supuesta interdisciplinariedad en la cual los saberes convocados
obturan sus propias falencias a partir de una supuesta ilusión de totalización que permitiría el
encubrimiento de las miserias vigentes. Ninguna de estas posibilidades se revela como
fecunda; parecerían ser más bien paliativos que sólo propician la demora en la búsqueda de
los factores de fondo que determinan nuestros impasses actuales.

A la oposición entre teoría y clínica -que propone a la primera como realizando la abstracción,
los conceptos, las ideas y a la segunda como aludiendo a la descripción concreta- opondremos,
siguiendo a Laplanche , aquella establecida entre teorética y práctica. La primera incluyendo
tanto el descriptivo -vale decir el conocimiento del objeto, su modelización, las leyes que rigen
su funcionamiento- como el prescriptivo -las indicaciones que del objeto mismo se desprenden
para operar en su transformación. Vayamos en primer lugar al descriptivo. Sabemos que en
Freud, en el interior de las mutaciones que los diversos modelos van planteando, se sostienen
algunos ejes generales considerados por el mismo como invariables más allá de las
transformaciones que sufran: posicionamiento tópico de los sistemas psíquicos -desde una
tópica en la cual siempre los lugares se definen, paradójicamente, no por relación al
inconciente sino al posicionamiento del sujeto, vale decir del yo (o del
preconciente/conciente); concepción del conflicto en tanto intra-subjetivo -vale decir inter-
sistémico-; circulación de dos tipos de energía -libre/ligada, procesos primarios/secundarios-;
lugar de la sexualidad infantil en tanto reprimida; noción de defensa no solo en su operancia
en la clínica sino respecto a la complejización del funcionamiento psíquico en general...

A partir de estos ejes presentes en los diversos modelos que van armando el esqueleto de su
obra, se define un prescriptivo: conjunto de reglas que permiten el conocimiento y la
transformación del objeto en la clínica -vale decir en la praxis específica propuesta-. Se trata,
en realidad, de poner en concordancia las relaciones entre objeto y método. La praxis se
define entonces por un modo particular de articulación entre ambos que permite el trabajo
sobre el objeto. Si el objeto es el inconciente, y sobre todo el inconciente reprimido, es
coherente que el método consista en la libre asociación: vale decir en la posibilidad de
desplegar, de hacer circular, representaciones que permitan el acceso a aquello que se sustrae
al sujeto.
El modelo es aparentemente simple, siempre y cuando nos enfrentemos al modo de
funcionamiento de un aparato psíquico constituido, regido por un funcionamiento
normalmente neurótico. En este caso descriptivo y prescriptivo concuerdan, al punto tal de
brindar la ilusión de sostener cierta autonomía el uno por relación al otro. Es aquí donde el
prescriptivo deviene un imperativo categórico: "haz eso", y opera como regla que se ha
independizado de sus fuentes de origen.

Las hipótesis explicativas de un síntoma deben estar, mínimamente, en concordancia con el


método mediante el cual se busca el sentido del mismo. El análisis individual no puede
sostenerse sino a condición de suponer que la neurosis es el efecto de la incidencia del
inconciente singular, de las transacciones que este establece con el preconciente-conciente, en
la producción sintomal de un ser humano. Y una vez escogida esta opción, la explicación causal
debe ser buscada en el entramado fantasmático del sujeto mismo (lo cual no implica, en modo
alguno, desestimar las determinaciones intersubjetivas, exógenos, que llevaron a la formación
de tal fantasmática), en razón de que el síntoma es el efecto de una transacción intrasubjetiva,
es decir intrapsíquica, tendiente a un reequilibramiento de la economía libidinal en el marco
de los circuitos deseantes y defensivos que esta impone.

No es posible variar la hipótesis explicativa sin variar el modelo de partida e incluso la unidad
de análisis elegida. Y esto es posible, pero hay que fundamentarlo. A un siglo de acumulación
de hipótesis, en un campo definido por el intento de cercamiento de un objeto cuya
aprehensión es compleja y cuya característica es la de sustraerse a medida que a el nos
aproximamos, con variaciones de modelos epistémicos y ante un avance arrollador de campos
científicos conexos, una tarea de "depuración de paradigmas" y de ordenamiento de nuestro
piso teórico se hace necesario si pretendemos dar algún orden de racionalidad a una práctica
que suponemos plausible de producir transformaciones. Nuestras propuestas clínicas, nuestras
opciones explicativas, son efecto del modo con el cual concebimos, a partir de nuestra
"metapsicología de bolsillo", los procesos de la causalidad psíquica y la teoría del conflicto en
la cual el síntoma se sostiene.

Redefinir constantemente los modelos con los cuales trabajamos, hacerlos concordar con las
posiciones que a lo largo de los años hemos ido estableciendo por relación a lo inconciente,
nos lleva a someter a revisión tanto nuestras certezas adquiridas como las formulaciones de
partida sobre las cuales se ha ido forjando nuestro pensamiento teorético.

Dificultades para sostener un esquema unificado de la clínica a partir de la obra freudiana.


Volvamos a la relación que establecemos, en el interior del prescriptivo, entre objeto y
método. Dijimos que el método de la libre asociación, propuesto por Freud a partir de su
trabajo sobre las neurosis, es coherente con un modelo del aparato psíquico regido por ciertas
reglas. Este modelo, descripto de inicio en "La interpretación de los sueños", nos confronta a
un aparato psíquico capaz de dar lugar a formaciones del inconciente: la operancia de los
sistemas constituidos y del funcionamiento de la represión como forma privilegiada de la
defensa dando cuenta de un funcionamiento pleno de la tópica. Procesos primarios y
secundarios, fijación -al inconciente-, de lo pulsional reprimido –definido este pulsional sea
históricamente: teoría de la huella mnémica, o por delegación: teoría del representante
representativo. Levantamiento de la represión (secundaria) y libre asociación son entonces
correlativos. La función del analista se limitará al levantamiento de las resistencias -modo de
expresión de la represión en el interior de la cura-, y a "hacer conciente lo inconciente"
mediante el engarzamiento de las representaciones reprimidas en el interior del discurso del
preconciente. Sin embargo, basta adentrarse minimamente en estos postulados para darse
cuenta de que se abre a partir de ellos una complejidad mayor que la supuesta (y de
consecuencias clínicas importantes).

Para ello habrá que salir de los intentos simplificadores -¡incluso empobrecedores!- mediante
los cuales cierto freudismo intento esquematizar hasta la caricatura el esquema originario,
para plantear que el movimiento teórico que Freud opera no es lineal y mucho menos
homogéneo.

Señalemos algunas líneas al respecto. En primer lugar, las propias contradicciones internas a la
obra. Por una parte, el relevamiento, por parte de Freud mismo, de los modelos con los cuales
opera. No se trata, indudablemente, de subsumir una tópica en otra, una teoría de las
pulsiones en otra, una teoría de la angustia en otra. Tampoco de señalar que son dos teorías
de la angustia, dos teorías de las pulsiones, dos tópicas. Se trata de ver, en el interior del
procesamiento teórico, el encaminamiento que lleva a Freud a sostener un movimiento en el
cual algunos articuladores se conservan pero en un contexto teórico que los hace devenir "lo
mismo y otro".

Es acá donde se nos plantea la insuficiencia de la formula, que tanto entusiasmo despertara en
nosotros hace algunos anos, de "retorno a Freud" para dar solución a las discrepancias
existentes entre la teoría y la clínica -o entre la teorética y la práctica. Porque el retorno a
Freud en términos de apoyatura en la autoridad de su pensamiento no puede desembocar
sino en un nuevo dogmatismo, en el cual se cercenen todas las contradicciones presentes en
sus textos o se sumen eclécticamente posiciones incompatibles para dar cuenta, de modo
coyuntural, siempre corriendo "atrás de los hechos", del cúmulo de problemas que nos toca
enfrentar. Ello nos lleva a proponer un abandono de todo prejuicio que conciba a la obra de
Freud en términos de un pensamiento lineal encaminado hacia su "máxima perfección", o
reduciendo el concepto a "la cosa misma" y suponiendo que todo lo que en ella encontramos
da cuenta de la realidad factual. Un entramado conceptual no opera sino como un modelo que
posibilita el cercamiento de un aspecto de lo real; da cuenta entonces de lo real, pero no lo
captura en su totalidad.

El proceso contradictorio que describimos en su encaminamiento no proviene de "errores del


juicio" ni de verdades parciales que podrían ser sumadas fácilmente; el es efecto de la
contradicción vigente en la cosa misma: del hecho de que el objeto cuyo conocimiento se
propone se sustraiga permanentemente, lo cual lleva a que los diversos movimientos que su
cercamiento encontramos no sea sino el efecto de su intento de aprehensión desde diversas
posiciones. Irreductibilidad de la revolución freudiana a todo proyecto axiomático La dificultad
para homogeneizar la obra se presenta así como enorme. Ante ello ha habido intentos de
convertir los conocimientos acumulados, una vez parcializados y jerarquizados bajo uno u otro
enfoque, en un proyecto axiomático y a partir de ello la clínica encerrada en cuatro o cinco
formulas más o menos transmisibles al modo de un corpus cerrado. Esto parecería
absolutamente opuesto al método, ya que en psicoanálisis, tanto en su teoría como en su
clínica, el a priori estanca de inicio algo que esta destinado, por su propio movimiento, a la
retroacción, al Nachtraglich.

Entre la ortodoxia dogmática de otrora -hace no tanto tiempo- y el cinismo descarnado de una
legalidad en la cual todo es posible, ¿cómo reencontrar ejes fecundos que se tensen en la
dirección de una búsqueda progresiva? Gran parte de las grandes revoluciones intrateóricas
sufridas por el psicoanálisis a lo largo del siglo que culminaron en la transformación y el relevo
de paradigmas estuvo guiada por la ilusión del Todo. Indudablemente, cada movimiento
permitió generar un acrecentamiento de predicción de hechos nuevos, de nuevos contenidos
empíricos.

Tal el caso del kleinismo, que extendió los límites de la analizabilidad a la infancia y a las
psicosis, generando conceptos que ampliaron nuestro horizonte clínico general y abrió nuevas
condiciones para pensar fenómenos insospechados: conceptos como el de defensas precoces,
angustias psicóticas, la reinscripción de la angustia como angustia del yo ante el ataque de la
pulsión de muerte, todos ellos amplían nuestras posibilidades de comprensión y general
nuevas perspectivas clínicas. El lacanismo, por su parte, definió por primera vez de manera
radical el desatrapamiento del mundo simbólico respecto de la biología, inauguró una
posibilidad de definir el orden de materialidad específico con el cual pensar la fundación del
inconsciente por relación a la estructura determinante del Edipo y llevó hasta las últimas
consecuencias propuestas de Freud por relación a la función determinante del otro en la
constitución psíquica y a sus consecuencias en el plano de la clínica.

Ambas constituyeron "revoluciones" científicas, en el sentido específico que Kuhn aporta a


este concepto: como una transformación de los paradigmas de base, de las verdades
asentadas que la comunidad científica comparte consensualmente. Ambas incrementaron
también, indudablemente, el numero de anomalías hasta culminar en programas de
investigación estancados o regresivos. Pero más allá del horizonte que inauguraron, tuvieron
dos destinos, ambos empobrecedores en nuestra opinión: A partir de cada una de ellas se
intento constituir una nueva ortodoxia que hacia pivotear el cúmulo de conocimientos y
contradicciones de la obra freudiana sobre un solo eje, o fueron subsumidos ecléctica y
parcialmente en una sumatoria con otras teorías sin preguntarse por el orden de proveniencia
de los enunciados que las constituían. Cada una de ella, por su parte, parecería correr el riesgo
de haber agotado sus posibilidades productivas, en razón de que conserva sus ojos en las
antiguas preguntas, sigue enlazada al antiguo horizonte donde no son "visibles" los nuevos
problemas.

De la relación entre objeto y método en la construcción de una teorética

Retomemos el concepto de problemática para considerar el siguiente aspecto: La ciencia no


puede plantear problemas sino en el terreno y el horizonte de una estructura teórica definida:
su problemática, la que constituye la condición de posibilidad definida absoluta y, por lo tanto,
la determinación absoluta de las formas de planteamiento de todo problema, en un momento
dado de su proceso. La problemática produce la conexión jerárquica y necesaria en que se
articulan los temas de un discurso. No se aprehende abordando un repertorio finito y riguroso
de conceptos, sino produciendo el concepto de su nexo, la reconstitución del entramado en
que se tejen las doctrinas.
Cuando las teorías se llenan de "anomalías" en su intento de resolver problemas que no
encuentran solución dentro del paradigma heredado, y son llevadas a recurrir a hipótesis
auxiliares para explicar las observaciones incomodas, o aun en casos extremos las ignoran, los
científicos se ven obligados a producir revoluciones que permitan una transformación de los
paradigmas. En este sentido, el movimiento conceptual no se produce en una confrontación
entre teoría y clínica, sino en un procesamiento que podría tomar la siguiente dirección:
teorética ‡ práctica (insuficiencia de la teoría) ‡ reconceptualización categorial. Supongamos
que repensemos ahora, para dar cuenta de este movimiento, una redefinición conceptual que
venimos trabajando hace algunos años respecto al modo de implementación y funcionamiento
del método analítico. Dos cuestiones aparentemente alejadas del campo clínico y que sin
embargo, desde la perspectiva que proponemos, plantean su profunda implicancia en él
mismo: nos referimos al estatuto ontológico del inconciente -vale decir a la creencia en la
existencia real del mismo- y a los orígenes que determinan su operancia. De la concepción que
hace a un inconciente en tanto existente, tópicamente definido y constituido por contenidos
específicos y por una legalidad que en el opera, se desprende la premisa del análisis individual,
singular, del sujeto psíquico.

El análisis, como método de conocimiento del inconciente y de transformación de las


relaciones entre este y el preconciente-conciente solo puede ser plausible a partir de
considerar que el sufrimiento psíquico es siempre propiciado por un conflicto inter-sistémico,
vale decir intrapsíquico. La intersubjetividad no será concebida entonces como el motor del
conflicto, ni como su vía de resolución, sino como el campo privilegiado en el cual el conflicto
se produce a partir de la activación de determinaciones intrasubjetivas. En este sentido Freud
no presenta fisuras. El síntoma será siempre el efecto de una transacción entre sistemas, una
"formación del inconciente" en tanto solución de compromiso entre sistemas en pugna. El
reconocimiento del realismo del inconciente tendrá una consecuencia clínica mayor: ni el
sueño, ni el síntoma, ni la transferencia misma, podrán ser considerados como productos
puros del campo clínico, sino que plantearan su vigencia más allá de las fronteras del análisis.
El síntoma no se agotará en su significación ni el sueño en su relato, ya que su existencia será
independiente del campo analítico. A partir de ello, el analista nunca podrá formular, sino
como metáfora, que una formación del inconciente de cualquier tipo le sea destinada. Ello no
impedirá que reconozca la neurosis de transferencia como un producto nuevo, pero no
inédito, ya que el análisis no hará sino recoger, recuperar, de modo privilegiado, aquello que
es patrimonio del funcionamiento psíquico más allá de sus fronteras.

Del lado de los orígenes del inconciente, por su parte, dos grandes líneas quedan abiertas a
partir de la propuesta freudiana. A ellas nos hemos referido anteriormente, sus consecuencias
en la clínica son enormes: Por una parte, aquella que considera al inconciente como existente
desde los orígenes, vale decir endogenamente constituido. El mundo exterior puede ser
concebido así como una pantalla de proyección sobre el cual el mundo interno se explicita. Por
otra, la que concibe al inconciente como fundado, efecto esta fundación de la presencia
sexualizante del otro humano, operando en los orígenes para instaurar ciertas experiencias
inscriptas destinadas a la fijación tópica y la retranscripcion por après-coup. Esta segunda línea
interna en la obra de Freud, por la cual hemos tomado partido, no agota, sin embargo, todas
las posibilidades que de ella pueden ser extraídas. Exigen una recomposición tanto intra-
teórica -en el marco de los descubrimientos posteriores- así como inter-teórica -en el contexto
científico del siglo. Señalemos de modo sucinto que, desde esta segunda perspectiva, no se
trata de que el otro se inscriba como tal en el inconciente en constitución. El inconciente será
definido como efecto residual del contacto sexualizante con el semejante, y los restos
metabólicos de este proceso constituirán inscripciones que, siendo de origen heterónimo, han
perdido la referencia al orden de partida.

Concebido el semejante como agente privilegiado en la constitución del inconciente, este


inconciente no será necesariamente reflejo homotésico -por correspondencia, punto a punto-
del deseo del otro. La precomposición, trascripción, metabolización de estos elementos
primarios, su fijación y represión, permitirá las complejidades a partir de las cuales los destinos
de pulsión devendrán destinos del sujeto psíquico. Una vez constituido el inconciente por
represión originaria, el sentido del síntoma no podrá ser buscado en otro lugar que en las
construcciones significantes, autoteorizantes, que el sujeto mismo produzca. No habrá
"sentido perdido", en razón de que este sentido nunca se produjo. Ello a partir de que el
semejante sexualizante, constituyente, ignoro el mismo el hecho de que sus propios actos
propician tales inscripciones ("Un sentido a si mismo ignorado", ha llamado Jean Laplanche a
esta función seductora, sexualizante, mediante la cual los seres humanos pulsan a la crían
desconociendo el hecho mismo de emitir mensajes sexuales, enigmáticos, destinados a la
autoteorización del cachorro una vez que en el se han implantado). Si la "fijación" al
inconciente no será directa ni inmediata, sino efecto de la represión originaria, si su fuerza de
contrainvestimiento fijara tópicamente estos representantes al inconciente, antes de que ella
opere (o si fracasara) no podrá hablarse en sentido estricto de "síntoma". El "síntoma", en
sentido psicoanalítico, como rehusamiento de una inlograda satisfacción pulsional, solo podrá
ser concebido como formación del inconciente a partir de una separación plena entre ambos
sistemas. Toda manifestación de displacer y sufrimiento anteriores a este clivaje, o efecto de
una falla del mismo (caso de los procesos psicóticos) deberá ser explorada en sus órdenes de
determinación constituyente, y en tal sentido la técnica -vale decir la prescripción clínica-
efecto del reconocimiento del modo tópico de funcionamiento dominante del aparato
psíquico en cuestión.

Definido el aparato psíquico como aparato en constitución a partir de las intervenciones


sexualizantes y normativizantes del semejante, los tiempos de esta constitución podrán ser
históricamente cercados y, en razón de ello, las intervenciones analíticas podrán ser plausibles
de definirse por relación a los nudos inter-subjetivos que determinan estos movimientos. A
modo de ejemplo: un trastorno -no sintomal, vale decir no transaccional entre los sistemas
psíquicos- puede dar cuenta de una falla en el proceso de diferenciación subjetiva como efecto
de la relación engolfante que una madre narcisista establece con su hijo. Desde esta
perspectiva, una intervención analítica tendiente a establecer los cortes necesarios en el
interior de la díada puede ser la premisa necesaria para abrir las vías de una subjetivación
abierta a nuevas recomposiciones. La pesquisa del momento estructural constitutivo definirá,
bajo parámetros metapsicológicos, la elección clínica; se realizará entonces un proceso de
ajuste entre nuestras prescripciones respecto al modelo de aparato psíquico funcionante y las
determinaciones que lo rigen. Fundación y existencia del inconciente determinaran nuestro
accionar clínico. El orden será invertido: a diferencia de cierta tendencia clásica que antepone
el método al objeto, intentaremos definir el objeto -vale decir el descriptivo- para, a partir de
este, determinar el método a aplicar. Nos reencontramos aquí, a partir de la opción que hemos
tomado, con la cuestión central de este desarrollo que estamos proponiendo: dar cuenta de
que las relaciones entre teoría y clínica deben ser reformuladas en el marco de una
reformulación del objeto que ponga en concordancia el método necesario para su abordaje y
transformación. La prescripción de un análisis individual, de un tratamiento de binomio madre-
hijo, de entrevistas de la pareja parental, de una psicoterapia familiar, no pueden dejar de dar
cuenta de la racionalidad en la cual se sostiene. La unidad de análisis sobre la cual operar no es
arbitrariamente elegida sino efecto de un cuidadoso proceso de deslinde de las condiciones de
existencia real del objeto. "El pensador frente a la complejidad es el pensador frente a la
elección de las partes y sus todos" . Un objeto, la subjetividad en tanto singular, histórica y en
conflicto, efecto de la combinatoria azarosa pero determinante de otro objeto: la estructura
deseante singular y articulada de partida: he aquí la gran cuestión de la clínica psicoanalítica.
En sus ensamblajes, articulaciones y recomposiciones, se definen las modalidades del objeto
que impone nuestras intervenciones clínicas.

Sobre el optimismo psicoanalítico

Intento, como se ve, la diferenciación entre determinaciones edipicas, de partida, y momentos


constitutivos del aparato psíquico del sujeto en prospectiva de análisis. El tipo de intervención
debe desprenderse cuidadosamente del momento de estructuración y de las condiciones que
generan el nudo patógeno -lo cual determinará si estamos o no ante la presencia de un
síntoma, de una formación neurótica, o de un trastorno en el marco de las relaciones
intersubjetivas que constituyen al sujeto psíquico. Si confrontamos nuestros programas de
investigación -teoréticos, vale decir teóricos de consecuencias clínicas, o de sometimiento de
nuestra clínica a su racionalidad metapsicológicay damos cuenta de nuestros enunciados, el
dialogo entre analistas puede ser posible. Nos referimos al verdadero dialogo: no a la
confrontación agonística que lleva a la liquidación del adversario ni el pseudo-democratismo
en el cual los intercambios devienen imposibles detrás de una aparente impasibilidad amable.
La crisis del psicoanálisis no es la única existente. A medida que los sistemas conceptuales se
complejizan cada vez es más difícil sostener teorías unificadas y paradigmas no enfrentados.
En la física actual, en la biología, los núcleos más fuertes están sometidos a caución en razón
de diferencias centrales que las atraviesan.

Este optimismo no pierde, sin embargo, de vista, los conocimientos acumulados a lo largo del
tiempo. En psicoanálisis las cosas se complejizan aún más. Si la definición inicial contiene, a
pesar de su provisionalidad, la esencia del circulo que genera , y ello es verdad para todo
proceso de conocimiento -incluso aquel en el cual conocer y transformar van aunados, tal
como ocurre en nuestra clínica- en nuestro indagar cotidiano a la situación inicial precisa se
añade una temporalidad no lineal, no determinada de inicio, una temporalidad definida por el
après-coup. Y, sin embargo, el après-coup no es el azar; la indeterminación se rige en el
interior de un abanico posible de determinaciones.

Entre lo azaroso del acontecimiento y la determinación après-coup, cierta predictibilidad sigue


vigente. De eso se trata cuando iniciamos un proceso clínico: determinamos las variables en
juego que dan origen al sufrimiento en cuestión, definimos su procedencia y sus modos de
articulación, ubicamos en un topos -intrasubjetivo, intersubjetivo, de acuerdo a los
movimientos de constitución reales, vigentes- las posibilidades de ejercicio del conflicto y sus
modos de resolución posible, espontánea, en aras de definir nuestra intervención

En cada acto inaugural de un proceso clínico, al igual que en el establecimiento de toda


hipótesis científica de trabajo, el conocimiento sigue conservando el valor de una
representación meta, no necesariamente engañosa; la caída de la certeza absoluta no es la
caída de todas las verdades parciales adquiridas -plausibles de revisión, pero no catastrofadas
por la deificación de la ignorancia. El ordenamiento de nuestras hipótesis de base, su
corroboración clínica y la redefinición permanente del objeto en tanto objeto que se refunda
en cada proceso singular de la vida y de la clínica, pueden abrir mayores garantías para que el
enlace entre nuestra teoría y la clínica vuelva a anudar al psicoanálisis al pensamiento
contemporáneo -como única garantía de vigencia histórica y de supervivencia moral.

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