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ANUNCIO Y PROPOSICIÓN DE LA FE HOY: ASPIRACIONES Y DESAFÍOS

(André FOSSION S.J.)

Es claro para nosotros hoy que hay un mundo que hemos conocido que está muriendo y un mundo nuevo que nace.
Esta mutación sociocultural de gran envergadura toca todos los dominios y afecta por lo mismo al cristianismo. Sin
ninguna duda, éste ha sido alcanzado y tocado en su misma esencia; hay un cristianismo que muere, pero también es
cierto, debemos esperarlo, un cristianismo que nace. Es sobre esta emergencia de un cristianismo renovado que nace
que quisiera dedicar mi reflexión. Mis objetivos serán: humildes, simples, francos y también, así lo espero,
comprometedores.
Mi exposición está dividida en tres partes. La primera se ocupará de los desafíos nuevos e inéditos que ponen en
crisis la fe cristiana y su trasmisión a las generaciones futuras. La segunda parte reflexionará sobre la cuestión de
cómo vivir espiritualmente esta situación de crisis. Qué espiritualidad necesitamos desarrollar hoy para favorecer la
emergencia de un cristianismo renovado. En fin, en la tercera parte, propondré tres orientaciones pastorales que
pueden contribuir a la emergencia, engendramiento y desarrollo del nuevo cristianismo renovado.

1-. EL CRECIMIENTO Y FORTALEZA DE LAS SABIDURÍAS PAGANAS-LAICAS

1.1. Una doble secularización: pública y privada


El mundo occidental europeo ha conocido, me parece a mí, una doble secularización. La primera es la secularización
de la vida pública. Esta secularización de la vida pública se ha visto comprometida, de manera decisiva, desde el fin
del siglo XVIII con la revolución democrática, la afirmación de los derechos del hombre, el desarrollo de las ciencias
y la autonomía de la razón filosófica. En esta sociedad nueva nacida de la modernidad la religión no cuenta más, como
en el antiguo régimen, con su rol de fundamentación de la vida y orientación del mundo. En otras palabras, la sociedad
moderna se ha emancipado de la “tutela religiosa y clerical”. Sin embargo la religión no desaparece, pero es enviada
al fuero íntimo del individuo, restringida a lo personal en un mundo que se ha vuelto pluralista. En el pasado, en el
periodo de cristiandad: nacer y llegar a ser cristiano iban juntos. La fe se trasmitía a través de un ambiente cultural
favorable; hacía parte de las evidencias comunes compartidas. La doctrina se trasmitía bajo el régimen de un triple
criterio que “era necesario”:
 Las verdades que hay que creer
 Los mandamientos que hay que cumplir
 Los sacramentos que hay que recibir.
Al contrario, con la llegada de la modernidad, lo que la sociedad trasmite, no es la fe sino la libertad religiosa del
ciudadano. Es el primer efecto de la secularización: mientras que la sociedad llega a ser políticamente laica, la fe
religiosa pasa a los dominios de lo privado, de las convicciones libres y personales. El mismo cristianismo contribuyó,
por él mismo, a esta emancipación y maduración de la sociedad con respecto a la religión. Es por eso que Marcel
GAUCHET habla del cristianismo como “la religión que posibilita salir de la religión” en su libro “La Religión en la
democracia”.
Pero asistimos hay también a una doble fase de la secularización: no solamente a la secularización de la vida pública,
sino también a la secularización de la vida privada. Son los individuos mismos quienes se alejan de las formas
heredadas del cristianismo ya que no responden más a sus aspiraciones, porque han perdió el sentido, no son más
respuesta para las inquietudes de los hombres de hoy, porque no son entendibles y menos creíbles. Asistimos, en efecto
hoy, a una toma de distancia masiva de las personas con respecto al cristianismo instituido. Los síntomas de la crisis
son evidentes:
 Disminución del número de cristianos comprometido y practicantes.
 Menos niños catequizados o que solicitan ser catequizados,
 Crisis de vocaciones sacerdotales y religiosas.
 Comunidades cristianas envejecidas
Las resistencias con relación a la fe cristiana son múltiples, acostumbro a enumerar cinco:
 Un Dios innombrable. Es la posición agnóstica. No sabemos y no lo sabremos jamás si Dios existe.
 Un Dios increíble. Es la postura de una cierta concepción de la ciencia que reduce lo real a lo que es
verificable.
 Un Dios insoportable. Es la postura de todos lo que se han alejado de la vida cristiana y de su educación
cristiana porque pesaba sobre ellos como una losa dogmática y moralizante que más que ayudar a vivir
aplastaba y de la que se han liberado para crecer en humanidad. La fe cristiana es para ellos un impedimento
para crecer como seres humanos.

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 Un Dios indescifrable. La resistencia consiste en este caso, en comprender a Dios y la fe ante la diversidad,
alejamiento y complejidad del lenguaje actual de la fe que dejan cada vez más perplejas a las personas.
 Un Dios inclasificable. Es el caso de los que entienden que Dios no tiene lugar, se disuelve. Se puede uno
pasar de la cuestión de Dios. No es necesario ni planteárselo y se instalan tranquilamente en una vida
arreligiosa.
Estas cinco resistencias constituyen poco a poco lo que es trasmitido y heredado por las jóvenes generaciones.
Constituyen, para nosotros mismos, un desafío que no es otro que el que esas generaciones puedan sobrepasar estas
dificultades y acceder a la fe de una manera madura y personal.

1.2. El crecimiento de las sabidurías y de las concepciones paganas


Lo que surge de esta resistencia a asumir la herencia cristiana, es, bajo nuevas formas, una vuelta a concepciones,
ideologías, sabidurías sin contenido ni “verdad trascendente”, apuntando de manera práctica, a encarar la vida tanto
individual como colectiva sin otro horizonte que el de la vida presente. Agrego aquí gustoso el análisis de Chantal
DELSOL en su libro “La era de la renuncia”. Su tesis es que estamos hoy ante la instauración de modos de ser y de
pensar comparables a los que precedieron al Occidente cristiano y a aquellos que se desarrollaron fuera de Occidente
cristiano, en particular el budismo. “Todo ocurre como si la humanidad occidental, dice Chantal, (es en todo caso
cierto al menos para Europa), descubriera después de una gran iluminación la esencia del hombre de siempre. (…)
La desaparición de la fe en un Dios único señala una vuelta, a través de formas nuevas, a los mitos y concepciones
que se estructuraron antes y fuera de la órbita cristiana, el espíritu de los seres humanos”.
El paréntesis de los monoteísmos se cierra y vuelve a aparecer la potencia de las concepciones e ideologías antiguas.
Las maneras de vivir que renuncian a la pretensión de la verdad, llevan la vida como mejor pueden ya que ella es el
único suelo cierto y sagrado, totalmente secular sin embargo. Estas ideologías o concepciones manifiestan, sin
embargo, un equilibrio sutil de estoicismo, epicureísmo y panteísmo. Estoicismo, porque no hay nada más allá a
esperar y no queda otra que atenerse a la realidad de la muerte y a los límites de este mundo que es el nuestro.
Epicureísmo, pues, dentro de esos límites consentidos, existe por lo menos un camino de felicidad que consiste en
llevar adelante una vida dichosa y placentera para sí mismo, para los demás y para la sociedad. Panteísmo, en fin, en
el sentido de que no hay nada antes del mundo, ni más allá del mundo, ni alteridad que lo trascienda, que hable, diga,
llame o pueda revelarse.
El mundo es lo único real que nos ha sido dado. No está en diálogo con nadie y no tiene ninguna finalidad. Somos
nosotros los humanos lo que sí tenemos preguntas y proyectos. En su obra “El espíritu del ateísmo. Introducción a
una espiritualidad sin Dios”, André Comte-Sponville, nos previene: “tenemos que amar más y esperar menos. Es el
amor y no la esperanza la que nos hace vivir”, escribe este autor. Nos conviene entonces rebajar nuestras
pretensiones de alcanzar un sentido y abandonar nuestras esperanzas, esforzándonos en vivir humanamente sin ellas,
en el correspondiente destino programado de la vida ordinaria. De esta manera, la moral substituye a la religión y la
sabiduría a la fe, sigue diciendo este autor.

1.3. Se respeta al cristianismo pero se lo mantiene a distancia y se procura pasar de él.


Este avance impresionante de las teorías paganas, no es simplemente una vuelta a un pasado antiguo. Estas teorías y
sabidurías de hoy en día, han aprendido de la historia; se han fogueado en la lucha por los derechos humanos y se han
nutrido del aporte de las ciencias. Contienen también aspectos del cristianismo. Toman de él los valores esenciales y
en ese sentido le son fieles. Se muestran agradecidos y reconocen su aporte a la humanización. Incluso le manifiestan
respeto y reconocimiento. Comte-Sponville, por ejemplo, escribe esto que me resulta sintomático respecto de nuestra
época: “he llegado a la conclusión de definirme como ateo fiel; ateo puesto que no creo en ningún Dios ni en
ningún poder sobrenatural; pero fiel, porque me reconozco parte de una historia, de una tradición, de una
comunidad y especialmente de unos valores judeo-cristianos (greco-judeo-cristianos) que son los nuestros”
Si bien estas teorías o sabidurías nuevas muestran respeto y reconocimiento hacia el cristianismo, también es cierto
que pretenden, mantenerlo a distancia para protegerse de él. Estas sabidurías de hoy, en efecto, mantienen en su
memoria las desviaciones y perversiones que el cristianismo ha manifestado a lo largo de su historia y cuyo gusto
amargo subiste aun en las conciencias de mucha gente e incluso en su cuerpo. Ese gusto amargo tiene como nombre:
dogmatismo, tutela clerical, moralismo, pretensión de tener la única verdad, culpabilización, una sospecha
respecto al placer, la supremacía del hombre sobre la mujer , etc. Estas desviaciones no aparecen simplemente
como accidentales o circunstanciales, sino como ligadas a la pretensión del poder y de la violencia. Es en este sentido
que las teorías o sabidurías paganas entienden que deben mantener lejos y distanciarse de la influencia del
cristianismo, defender la laicidad de la sociedad y protegerla de todo poder hegemónico.

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Es más, el cristianismo parece como un estado de vida ya caducado, para dejar lugar a una humanidad menos
ambiciosa ya que sabe que no hay nada más allá o después de la muerte, pero más serena, más pacífica y reconciliada.
Chantal DELSOL describe bien la dificultad del momento que vivimos:
“Es el mundo del monoteísmo, escribe, que se manifiesta como una excepción y estamos en camino a
sustraernos de esta excepción. (…) Esto no indica o quiere decir que seamos monstruos que hemos vuelto a la
barbarie. Estamos sencillamente en camino de encontrar referentes más relativos, más fáciles y menos exigentes de
los que todos los hombres se han servido para vivir en vanas relaciones con este mundo. Esta metamorfosis que no
nos priva ni de cultura, ni de vida social, ni de moral transforma sin embargo esta relación con el mundo, con una
radicalidad que aún estamos lejos de sospechar la envergadura de sus consecuencias”.
Aunque nuestros contemporáneos no se planteen el problema a este nivel de radicalidad que presenta Chantal
DELSOL, encontrar la respuesta es muy útil para todos. Tenemos el desafío de realizar un cambio de “paradigma
sociocultural”. La situación hoy es realmente inédita. Estamos, ante todo, llamados a vivirlo con humildad, audacia y
esperanza, preparándonos a operar libremente los cambios necesarios en el seno de la Iglesia que la fidelidad al
Evangelio nos podrá sugerir, para aprender de este mundo, para hacer lo posible para que se entienda la propuesta
cristiana y hacerla valer de tal manera que sea entendible y deseable para nuestros contemporáneos.

2-. UNA ESPIRITUALIDAD PARA PODER VIVIR EL MOMENTO PRESENTE Y LA MISIÓN


Ante el desafío que representan las sabidurías nuevas que sustituyen a la fe cristiana, no es conveniente proponer
inmediatamente perspectivas pastorales. Necesitamos antes hacer una reflexión profunda sobre las actitudes
espirituales a adoptar para mantenernos en la brecha y poder atravesar este momento nuevo, que por otra parte es el
nuestro, con esperanza. Tenemos necesidad hoy más que nunca de una espiritualidad pastoral. La evangelización del
mundo contemporáneo comienza por nosotros mismos, a través de los cuestionamientos que el mismo Evangelio nos
hace y de las actitudes que asumimos. La dificultad está en dejar nacer, dejar que aparezca, con discernimiento y a la
luz del Evangelio, lo que aspira a nacer en nosotros, en la Iglesia y en el mundo. Quisiera en este segundo punto
proponer también algunas actitudes fundamentales para los pastores, y más globalmente para todos los cristianos en su
misión de anunciar el Evangelio.

2.1. “Ver a Dios en todas las cosas”


Esta expresión es ignaciana como bien sabemos. Apareció en el contexto de una crisis personal intensa que vivió San
Ignacio de Loyola y de un cambio de paradigma cultural. La expresión no es nueva pero guarda toda su vigencia en un
mundo que está viviendo una mutación muy grande en su desarrollo donde la fe es puesta a prueba. “Ver a Dios en
todas las cosas”, es para el testigo de la fe reconocer el amor de Dios en el mundo. Este encuentro, en lo concreto de
la existencia, es la presencia de un Dios que engendra vida, que ama, se revela, salva e invita a cada uno a llegar a ser
él mismo. Hoy, en este mundo secularizado que es el nuestro, ¿no tendremos que agudizar nuestra mirada para
descubrir el Espíritu de Dios “que todo lo penetra”? En la cultura actual en la que Dios no es evidente a la
inteligencia ni necesario para vivir, ¿no tendremos que reconocer en esto la grandeza del hombre que puede vivir sin
Dios y también la grandeza de Dios que, en su inmensa generosidad, no ha dispuesto que sea necesario que el ser
humano lo reconozca para poder llevar adelante una vida sensata, generosa y alegre y de esa manera poder ser
engendrado a la vida que Dios mismo nos ofrece vivir? En otras palabras, en un mundo que no necesita de Dios,
nosotros tenemos la capacidad de discernir a través de su no-evidencia, de su no-necesidad, la presencia misma de
Dios que da la vida gratuitamente desapareciendo, retirándose con la mayor discreción y respeto a la criatura.
¿La fe cristiana no nos ha enseñado a reconocer a Dios en su anonadamiento, en su abajamiento, en su encarnación y
kénosis? Así nosotros tenemos el desafío de reconocer la obra de Dios en el mundo de la increencia y de las sabidurías
e ideologías paganas. Es ahí en ese mundo, a través de un verdadero diálogo y de un auténtico cuestionamiento, que
puede nacer la fe y la presencia de Dios. Este mundo, en medio de su increencia, dice algo de la gracia misericordiosa
de Dios que da la vida gratuitamente sin pedir nada y desaparece. La increencia no es el fruto de un pecado que
oscurece la conciencia. La no-evidencia de la fe como la posibilidad de vivir sin ella dejan trasparentar el amor
infinito de Dios que da sin reclamar nada, sin retorno obligado. Somos testigos de este amor infinito de Dios para con
todos los hombres, crean o no, y de la esperanza que nos abre esta actitud de Dios.

2.2. Aceptar que la fe cristina no es necesaria para la salvación, pero sí las bienaventuranzas evangélicas
como camino de salvación
Ver a Dios obrando en todas las cosas, en virtud de la generosidad de su amor, nos parece particularmente
importante en un mundo secularizado y pluralista.

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Subrayar cómo nuestra fe cristiana nos conduce a reconocer, sin vueltas, que ésta no es un requisito obligado para ser
engendrado a la vida de Dios y salvado exige una actitud ante los demás. En un contexto bien diferente podemos decir
hoy con Pedro a la asamblea de Jerusalén:
“Quién somos nosotros para impedir actuar a Dios como Él quiera” (Hec. 11,17). Somos testigos de la salvación
pero no podemos determinar nunca el alcance de la misma porque eso depende del Señor.
No tenemos ningún derecho de limitarla. Al final de la exhortación apostólica Evangelii Nuntiandi, Pablo VI escribe lo
siguiente: “Sería conveniente que cada cristiano y cada evangelizador profundizara en la oración este
pensamiento: los seres humanos podrán salvarse por otros caminos, gracias a la misericordia de Dios, incluso si no
les anunciamos el Evangelio”. Esta frase de Pablo VI retomada en los Lineamenta del próximo sínodo sobre la
evangelización, subraya que Dios puede salvar por los caminos que Él entienda mejor y que son los suyos. Gracias a
Dios, en base a su gran misericordia, Él tiene otros caminos para engendrar a la vida que nos ofrece, que los de la
propia fe cristiana. Sin embargo, como cristianos, podemos afirmar que la gracia de Dios para el mundo se manifiesta
y actúa en la Iglesia y a través de los sacramentos, pero tenemos que tener en cuenta también esta otra afirmación de la
Gaudium et Spes, retomada en el Catecismo de la Iglesia Católica que dice lo siguiente: “ Puesto que Jesucristo a
muerto por todos, y que la vocación última del hombre es realmente única, es decir, divina, debemos reconocer que
el Espíritu Santo ofrece a todos los hombres, de una manera que solamente Él conoce, la posibilidad de ser
asociados al misterio pascual”. Quiere decir esto que el poder salvador de Dios va más allá de las realidades
eclesiales. Estas realidades eclesiales testimonian la gracia de Dios presente en el mundo pero estas mismas realidades
no pueden limitar el accionar de Dios ni contradecir los caminos que Él tiene para los seres humanos. La gracia de
Dios es significada y testimoniada por la Iglesia y pasa por los sacramentos, pero esta gracia operante de Dios no está
ligada únicamente a los sacramentos y a la Iglesia. En el Catecismo de la Iglesia Católica se dice en el apartado 1257:
“Dios a ligado la salvación al sacramento del Bautismo pero Él mismo no está solamente ligado a sus
sacramentos”. Dios los desborda. En efecto, el único camino de salvación es el de las bienaventuranzas: “Dichosos
los pobres de corazón, dichosos los mansos, dichosos los que tienen hambre de justicia, dichosos los constructores
de la paz, el Reino de los cielos es de ellos”. El evangelio de las bienaventuranzas se dirige a todos y a todas.
Pertenece, sin duda, a la tradición cristiana pero va más allá de ella y esto nos obliga a fijarnos en el poder creador y
salvador de Dios que actúa en todo ser humano de cualquier religión, convicción o cultura, desde el momento que la
persona las pone en práctica o al menos desea ponerlas en práctica.

2.3. Lo primero la caridad


Por lo tanto, la primera misión de los cristianos es vivir ellos mismos el espíritu de las bienaventuranzas. Todos
somos responsables del amor de Dios derramado en nuestros corazones. Este amor nos invita a amar de la misma
manera que nosotros hemos sido amados. Por lo tanto, nuestra primera misión como cristianos consiste en acoger esa
corriente de caridad que existe en el mundo, que nos precede, de la que tenemos que estar agradecidos y de tomar
partido, en la medida que podamos, en nombre mismo de nuestra fe que es la que nos permite descubrir y valorar este
amor de Dios derramado en el mundo y testimoniar quién es la fuente y origen de ese amor y proclamar cuál ha sido
su modo de hacerse presente en nuestra historia a través de su Hijo Jesucristo. La Iglesia, en este sentido, está
orientada a la caridad, al servicio, hacia todos los hombres de buena voluntad, sin proselitismo ni eclesiocentrismo. Se
trata simplemente de hacer crecer a la humanidad, de participar en el nacimiento a la vida que Dios nos regala y que
no tiene otro camino que el del amor y el de la caridad. En este sentido, la comunidad de los cristianos es ante todo
diaconal: “La idea de servicio, decía Pablo VI en su discurso de clausura del concilio, ha ocupado un lugar central
durante el concilio y en sus textos (…) La Iglesia ha sido proclamada, por decirlo de alguna manera servidora de
la humanidad (…) Toda su riqueza doctrinal no tiene otra finalidad que servir al hombre y a la humanidad”. Esta
diaconía es una manera amable de convivir en el mundo en nombre de la gracia de Dios manifestada en Jesucristo,
gratuitamente, sin otra finalidad que el ejercicio humanizador y vivificante de la caridad.

2.4. Hacer del anuncio evangélico un acto de caridad mediante el desarrollo generoso de la diaconía
para que el gozo y la alegría de las personas sean completos
Pero entonces, ¿si la fe cristiana no es necesaria para llevar una vida alegre, con sentido y generosa, si la fe
cristiana no es un camino obligado para ser engendrado a la vida de Dios y entrar en el Reino, para qué sirve
anunciar el Evangelio? ¿Para qué entonces esforzarse por anunciarlo? Por amor, por caridad, para seguir dando
testimonio del amor de Dios que ya está presente en el mundo, para hacer conocer al origen y fuente de ese amor. Es el
amor hacia los demás para que su dicha y alegría sean completas que nos empuja a anunciar el Evangelio. El anuncio
es un acto de caridad que viene a injertarse en la diaconía, en el servicio. El anuncio ofrece al otro, por amor, lo que
uno tiene de más precioso para ofrecer.

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Si la fe cristiana es radicalmente no-necesaria para ser engendrado a la vida de Dios, es sin embargo radicalmente
preciosa, buena y saludable por todo lo que nos permite conocer, reconocer, descubrir y celebrar respecto a nuestra
vocación divina. Es el amor a los demás, tanto como el derecho que tienen las personas a esperarlo, lo que nos empuja
a ser testigos de nuestra fe. Y no para que las personas se salven, Dios lo puede hacer a su manera, sino para que
disfruten del amor de Dios revelado en Jesucristo y testimoniado por sus discípulos; por la comunidad que dice seguir
a Jesucristo y fundamenta su vida y proyecto en Él.
Ser testigos del amor de Dios para que los demás disfruten la alegría de saberse amados como hijos e hijas de Dios
Padre y disfrutar de la dicha de la promesa de una vida que no tendrá fin. Esta es en realidad una gracia suplementaria
que viene a agregarse a la gracia de la existencia que Dios Padre misericordioso concede y nos participa. El
reconocimiento de esta gracia, transforma y transfigura la propia existencia e invita a un diálogo con quien es tan
generoso con nosotros. Esto es un verdadero nuevo nacimiento: “En Cristo, dice Pablo, llegan a ser una nueva
creatura”. (2 Cor. ,5-17) El efecto de este reconocimiento es la alegría, dicho de otra manera, un suplemento de
alegría tanto para el testigo que propone la fe como para quien la acepta: “Lo que hemos visto y oído, se lo
anunciamos para que estén en comunión con nosotros, y nuestra comunión es comunión con el Padre y con su
Hijo Jesucristo. Y les escribimos esto para que nuestra y vuestra fe sea completa”. (1ª Jn. 1,5-6)

2.5. Unir en este anuncio rigor intelectual y gratuidad


Las resistencias con respecto a la fe que he presentado más arriba y el desafío que representan las sabidurías e
ideologías que hoy se proponen como salvadoras, nos están diciendo a las claras que la fe cristiana no es nada fácil de
asumir por sus exigencias y propuestas de vida. Esto es así y seguirá siendo cada vez más en los contextos que se
vienen desarrollando o configurando lo cual suponen cada vez más también una postura o actitud que implica un
trabajo personal, una adhesión libre, madura y reflexiva. De ahí la importancia de la razón, de la inteligencia humana.
Lo peor, en esta situación actual, sería el instalarse en una “pereza intelectual”, en una “falta de argumentación”, en
el “discurso fácil”, “usado”, “pactado con anterioridad”. La exigencia intelectual, por el contrario, es participar en
un esfuerzo intelectual que trata de lograr que la fe sea “comprensible, audible, posible” para el hombre
contemporáneo en su lenguaje e intentando no contradecirla. La proposición de la fe, si bien interpela la razón, no la
contradice. La proposición de la fe no obliga, ni debe obligar; ofrece la posibilidad de pensar y profundizar en la
propuesta. La proposición de la fe une a la vez: “contundencia y suavidad”. Contundencia por las cuestiones que
propone, suavidad por la libertad que ofrece y que deja para responder. La proposición de la fe, en efecto, no pesa ni
deber pesar; no presiona ni oprime, pero sí ofrece el libre reconocimiento de lo bueno y beneficioso de ese bien
fundamentado por la inteligencia como del carácter saludable que conlleva. En este sentido el discurso de la fe debe
transcurrir en un doble movimiento de “posibilidad y deseabilidad”.
En este sentido, respecto a la trasmisión de la fe, es necesario, que abandonemos cualquier imaginario que tenga
que ver con el “poder y la inposición”. Un nuevo creyente será siempre una sorpresa y no el producto de
nuestros esfuerzos. Si la fe se tramite, es cierto, no es sin nuestro esfuerzo y compromiso, sin nuestro aporte. Por lo
tanto, no somos nosotros los autores de la trasmisión de la fe. Es la persona en su libertad que es “capaz de recibir a
Dios”; “Homo Capax Dei”. “Y es Dios mismo que no está lejos de cada uno de nosotros”, nos dice San Pablo en los
Hechos 17,22 hablando en el Areópago a los atenienses. “Es el Espíritu Santo el actor principal de la
evangelización”, nos recuerda Pablo VI en el documento Evangelli Nuntiandi (75). Es decir, que nosotros no tenemos
el poder de trasmitir la fe, sin embargo nuestro aporte consiste en vigilar sobre las condiciones que la hacen posible,
comprensible y deseable. La acción pastoral, no consiste en comunicar la fe- lo que no está en nuestro poder- pero
sí a hacerla posible, facilitarla y quitar los obstáculos. “Soy de la idea de no acumular cargas y obstáculos a los
paganos que se convierten a Dios” (Hec. 15,19), dice el Apóstol Santiago en el Concilio de Jerusalén.
Por lo tanto el enuncio de la fe, por más riguroso que sea, está invitado a moverse dentro de una modalidad de
anuncio que tenemos que calificarla de gratuita, totalmente gratuita sin esperar respuesta. El testimonio de la gratuidad
de Dios afecta indefectiblemente a la manera de anunciarlo y testimoniarlo. Recordemos, a este respecto, la frase de
Pedro: “Estén siempre preparados para dar razón de la esperanza que está en Uds., pero que sea siempre con
delicadeza y respeto” (1ª Pedro 3, 15-16). Pablo VI subraya en la Evangelli Nuntiandi esta exigencia del respeto a las
personas: “Respeto a la situación religiosa y espiritual de las personas que se evangeliza. Respeto de su ritmo que
no tenemos el derecho de forzar. Respeto de su conciencia y de sus convicciones, que no debemos presionar” (79).
Por lo tanto dar razón de la esperanza que tenemos implica que el proceso del anuncio sea totalmente gratuito. ¿Cómo
caracterizar el estilo gratuito-gracioso? El campo semántico tan rico de esta palabra “gracia” nos puede ayudar.
Comporta las nociones de gratuidad como en “gratis”, pero también de reconocimiento como en “gratitud”.
Comporta la dimensión de perdón como “agraciado”. Está ligada al placer y a la dicha como en “agradable”. Está
ligada también a la belleza como en “graciosa”.

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Comporta aún la acepción de dulzura, no violencia y vulnerabilidad como en “grácil”. El estilo gratuito de la
proposición de la fe compone todos estos trazos-dimensiones de: gratuidad, gratitud, perdón, placer, bondad y
dulzura. Y este estilo gratuito de la proposición de la fe es expresión de la gracia de Dios que se encuentra en el
anuncio.
Termino aquí mi segunda reflexión. Se trataba de precisar los trazos de una espiritualidad misionera, de una manera de
hacer pastoral, de un estilo de hacer pastoral. Esta espiritualidad está llamada a animar toda acción pastoral.

3. UNA MODALIDAD PASTORAL RENOVADA Y ABIERTA A LA INNOVACIÓN

Abordo ahora el tercer punto de esta disertación. ¿De qué modelo pastoral, de qué dispositivo pastoral
tenemos necesidad para dar a la evangelización, al anuncio y a la proposición de la fe, las mejores condiciones
de éxito?

Una distinción preliminar: Pastoral de encuadramiento o Pastoral de alumbramiento


Como planteamiento preliminar quisiera distinguir esquemáticamente lo que podríamos llamar “pastoral de
encuadramiento” por un lado y “pastoral de alumbramiento” por otro.
La pastoral de encuadramiento es una pastoral que pone en acción un “plan”. El plan es elaborado por los
responsables y aplicado tal cual ha sido concebido. En este modelo de pastoral se definen una serie de objetivos y se
planifican las etapas a seguir. Este modelo de pastoral se desarrolla bajo el paradigma del dominio y del poder que van
aplicando el plan establecido desde una concepción empresarial. El objetivo final pretende, a partir de los propios
proyectos y de las propias fuerzas, configurar una Iglesia y un mundo según la propia concepción.
La pastoral de alumbramiento se apoya sobre otros principios. Sin duda necesita de una planificación, de una
organización y de un monitoreo por parte de los responsables. Pero en vez de hablar de “plan” hablaremos aquí de
“modelo”. Al contrario que en un plan que se impone desde arriba, el “modelo o dispositivo” tiene por objetivo el
“hacer posible”, “el posibilitar, autorizar a ser autores y creadores” a los propios involucrados. Se escuchan, se
atienden las aspiraciones y se pone al servicio, con competencia y discernimiento de lo que está por nacer, aceptando,
de esta manera una cierta no- prisa y no-violencia. Se tiene más en cuenta el proceso y situación de las personas que
la planificación establecida. Se opta por la paciencia y el no-dominio de la situación. La pastoral del alumbramiento,
no entra dentro de la dinámica de la empresa, sino en una dinámica de lo emergente. Este estilo o modalidad no
obedece a la lógica del dominio sino que trata de apoyarse en los recursos que aparecen en el entorno. En fin, en una
pastoral del alumbramiento, se aceptan o se parte de las condiciones que surgen de todo nacimiento: uno no es el
dueño y señor de la vida y del crecimiento de la misma, la recibe. En segundo lugar uno engendra siempre algo
distinto de uno mismo. Lo que nace es siempre diferente de uno. Por lo tanto, se puede decir que la pastoral del
alumbramiento se inscribe en la óptica y en la dinámica evangélica de las “parábolas del sembrador” o de las
“parábolas de la simiente”. Las parábolas evangélicas de la semilla vienen muy bien para expresar lo que venimos
diciendo sobre la pastoral del alumbramiento. Estas parábolas expresan muy bien cómo la evangelización no se realiza
a través de un régimen de producción que uno planifica y dirige sino a través de un régimen de cuidado de lo que nace,
de lo nuevo que surge a cuyo servicio uno se pone acompañándolo después de haber sembrado.
Las tres propuestas pastorales que voy a presentar se inscriben dentro de la perspectiva de la pastoral del
alumbramiento.

1. Comunidades eclesiales vivas y comprometidas, fundamentadas en el Evangelio, que asumen el propio


servicio ministerial de la comunidad.
El riesgo que amenaza a la Iglesia hoy es el convertirse en una institución funcional, depositaria de lo sagrado que
distribuye sacramentos a esa franja de la población que permanece todavía comprometida con una religiosidad y que,
individualmente, sin establecer lazos fraternos ni aceptar la lectura compartida de las Escrituras, solicita los ritos. La
tentación hoy para la Iglesia sería de dar prioridad a esta tendencia y de restaurar lo sagrado especialmente a partir de
la liturgia para tratar de frenar la secularización rampante de la sociedad y el avance de las ideologías y movimientos
sectarios. ¿Pero es a esto que nos invita el Evangelio?
El anuncio evangélico de Cristo Jesús y el testimonio de su resurrección son, sin ninguna duda, de otra naturaleza
y comportan otras prácticas y posturas. La fe en Jesucristo resucitado nos invita a entrar en otro estilo de vida, en una
manera de ser en la cual nos reconozcamos hermanos y hermanas de Cristo, hijos e hijas de un mismo Padre e
invitados a participar de una vida que no tendrá fin. La fe cristiana nos hace testigos solidarios de esta gracia que está
actuando ya en el mundo, “Semina Verbi” – “Semillas del Verbo”, y ofrecida a todos.

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Este estilo de vida cristiana invita nos invita a reunirnos para vivir la fraternidad que nos ha sido dada en nombre
de Jesucristo, para alimentar su fe, para celebrarla en la gratuidad y acción de gracias y para disponerse a asumir los
compromisos sociales – “volver a la Galilea de las naciones” – donde Cristo nos precede, para humanizar el mundo y
anunciar la Buena Nueva.
La evangelización hoy pasa por la creación de comunidades cristianas que asumen solidariamente el
compromiso de su fe, la autenticidad de su fraternidad y la determinación de su compromiso al servicio del mundo.
Esta tarea evangelizadora requiere que estas pequeñas comunidades puedan además hacerse cargo del servicio
ministerial sacramental a través de alguno de sus propios miembros.
Vayamos más lejos a partir de la lectura de los signos de los tiempos y desde el discernimiento que nos viene de
las llamadas del Espíritu para vislumbrar perspectivas concretas para este tiempo en el que nos encontramos.
Existe una gran crisis de vocaciones sacerdotales según como se conciben tradicionalmente, una disminución
drástica de los cristianos practicantes, un éxodo masivo de jóvenes y no tan jóvenes de los lugares de culto. No se
puede leer esto como un alejamiento de Dios sino más bien como el efecto de un cambio de paradigma socio-cultural,
mencionado más arriba, que modifica sustancialmente la relación de las personas de hoy con lo religioso y lo sagrado.
En estas condiciones en las que los cristianos se han liberado de la “tutela clerical”, lo que realmente interesa, es que
se puedan reunir y formar comunidades que, pastoralmente, se sepan organizar ellas mismas, se alimenten de las
Escrituras y procuren darse ellas misma un servicio ministerial sacramental que se adecúe a su realidad y necesidades.
(Ya hay Obispos en distintas partes de la Iglesia que lo solicitan. Posibilidad de que las pequeñas comunidades
tengan su ministro ordenado, casado o no, perteneciente a su propia comunidad y que estaría en contacto con un
ministro no casado responsable de una demarcación territorial más amplia, por ej. , una parroquia quien coordinaría
la pastoral de conjunto de varias pequeñas comunidades y atendería a los otros ministros de las pequeñas
comunidades).
En estas situaciones, lo que dice el Vaticano II sobre el derecho que tienen las comunidades cristianas de recibir en
abundancia la ayuda de los sacramentos, adquiere hoy toda su actualidad. “Como todos los cristianos, los laicos, dice
el Concilio, tiene el derecho de recibir en abundancia de los pastores sagrados los bienes que se desprenden de los
tesoros espirituales de la Iglesia, especialmente la Palabra de Dios y los Sacramentos”.
Esto quiere decir, que los pastores tienen el deber de honrar este derecho y de vigilar para que las comunidades
cristianas dispongan de un servicio ministerial abundante. No es posible, según esto, organizar una iglesia de
asambleas dominicales sin sacerdote. No pueden resignarse a sufrir la escasez de sacerdotes paliando el servicio
pastoral y ministerial con algunas prácticas supletorias esperando que vengan tiempos mejores, sobrecargando a los
sacerdotes que quedan con más servicios ministeriales que lo único que se logra es que se vuelvan autoritarios y
terminen desmotivándose. Este tiempo y situación exigen que la organización ministerial sea de otra manera, de una
manera nueva, diferente y adecuada a las circunstancias. La Iglesia tiene la libertad de hacerlo, con sabiduría y
discernimiento, pero sin miedo. La solución no es de ordenar personas casadas para suplir la deficiencia de sacerdotes
celibatarios. Este no es el principal desafío. El principal desafío es eclesiológico: Se trata de animar y pastorear a
nivel territorial, comunidades responsables y solidarias y ordenar según esa necesidad personas que estén realmente
comprometidas en esa comunidad para que puedan asegurar, de manera adaptada, el servicio de los sacramentos que
esas comunidades necesitan. En un mundo que cambia de paradigma cultural, la Iglesia, me parece que hoy en día
está llamada a organizar el servicio ministerial de las pequeñas comunidades de manera nueva, permitiendo y
favoreciendo una diversidad de llamados y de acceso al ministerio sacerdotal, alegrándose de ver en su seno figuras
diferentes de sacerdotes y maneras diferentes de organizar el misterio sacerdotal. En su libro ¿A quién ordenar?
Hacia una nueva figura sacerdotal, Mons. Fritz LOBINGER propone una perspectiva: “Hoy, las comunidades
parroquiales deben nuevamente asumir plenamente la responsabilidad de su vida y de sus actividades, procurando
ser auto-ministeriales” (…) Sugerimos la introducción en la Iglesia de un nuevo modelo de sacerdotes, que
trabajen paralelamente con el clero actual y que serían de alguna manera el complemento. Nos inspiramos para
esto en San pablo que, en sus cartas, distingue los sacerdotes misioneros, que según Pablo fundan comunidades, y
los sacerdotes que dirigen una comunidad y presiden la eucaristía, así son los presbíteros en Corinto. Es de estos
ejemplos y textos que tomamos los nombres dados a estos dos tipo de sacerdotes: sacerdotes paulinos y sacerdotes
corintios”.
(Fritz LOBINGER nació en Alemania en 1929, vive en Sudáfrica desde 1956. Tiene un doctorado en
misionología. Ha enseñado en diversos lugares de África y Asia. Ha sido Obispo de la diócesis de Aliwal desde 1986 a
2004)
Sea como sea y más allá de la iniciativa de Mons. Fritz LOBINGER, creo que es necesario organizar el servicio
ministerial de las comunidades de manera distinta transfiriendo las responsabilidades a las propias comunidades y
procurando que se hagan cargo de forma solidaria estas mismas comunidades.

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Sobre este aspecto, el mundo del que hablaba al inicio que respeta pero que pone a distancia a la Iglesia, nos mira.
Si apoyándonos en las fuerzas vivas de las comunidades, nos organizamos de manera diferente, con modelos de
sacerdotes distintos, quizás, quienes se han alejado de la Iglesia, cansados de hacerle la guerra, reconozcan la nueva
imagen del Evangelio. En cuanto a las comunidades cristianas, según lo que yo sé y según mi experiencia,
apesadumbradas por el futuro que les preocupa, esta perspectiva que presentamos, las llenaría de alegría y les
devolvería la esperanza y la confianza.
Según la tradición ignaciana, el llamado de Dios done se construye una alegría durable. Por lo tanto, abrir la
posibilidad de un servicio sacramental asumido por las mismas comunidades de maneras diversas por personas salidas
de esas mismas comunidades y ordenadas para este fin, sería seguramente causa de gran alegría y de mucha esperanza
para las comunidades cristianas actuales. Y por lo mismo, una condición para la nueva evangelización.

2. Comunidades al servicio de la humanidad y portadoras de la Buena Nueva.


Las comunidades de las que vengo de hablar deberán adquirir una verdadera “competencia misionera”, es decir,
una conciencia de su misión en la sociedad y una conciencia clara de las distintas maneras de ponerla en acción con
espíritu evangélico. Esta competencia misionera, me parece, requiere una acertada articulación de la diaconía, el
servicio a la humanidad y el anuncio evangélico.
En el segundo punto de mi exposición, ya había anunciado este principio. La comunidad cristiana está ordenada
prioritariamente a la caridad, sin proselitismo ni eclesiologismo. En cuanto al anuncio, es él mismo un acto de caridad
que viene a injertarse sobre la diaconía, el servicio como entrega gratuita. ¿Cómo vivir, en lo concreto de cada día, la
articulación entre diaconía y anuncio? ¿Cómo vivir la diaconía? ¿Cómo injertar ahí el anuncio ?

2.1. La diaconía (el servicio a la humanidad) o, dicho de otra manera, proponer los valores del Evangelio a
esta sociedad. (Se puede ampliar este concepto en el libro del Cardenal Martini, “Vivir los valores evangélicos”, Ed.
PPC. Madrid 2001)
La primera misión de las comunidades cristianas consiste en favorecer el crecimiento de las figuras y valores
evangélicos en la sociedad. Entendemos por “figuras del evangelio”, las actitudes, los comportamientos, las acciones,
los servicios, que más allá de su sentido y de su valor inmediato, pueden hacer pensar en el Evangelio. El Evangelio
mismo nos ofrece ejemplos de estas “figuras”: “Los ciegos ven, los cojos andan, los sordos oyen”; son estos hechos
que tiene su propio valor y su sentido propio, pero, además, presentan y representan el Reino de Dios. La primera
misión de los cristianos y de las comunidades cristianas es el favorecer la emergencia y el desarrollo de las “figuras
del Reino” en el tejido social: “La ayuda mutua, el cuidado de los más débiles, la educación de los niños y jóvenes,
la atención a los enfermos, la visita a los presos, acompañar a los agonizantes, el perdón de las ofensas, la
liberación de los malos espíritus, la reconciliación entre los adversarios, la lucha por la justicia”. En definitiva es el
programa de vida de las bienaventuranzas evangélicas, de los valores evangélicos universales y valiosos para todos los
hombres. Contribuir a la emergencia y desarrollo de las “figuras del Reino de Dios”, no es otra cosa que identificarse
y ponerse al servicio de la humanidad, ayudar a ir pasando de situaciones menos humanas a más humanas. Y esta
misión es ya participación en el nacimiento y alumbramiento a la vida que Dios nos ofrece.

Precisemos en tres puntos la manera de promover “la configuración del Evangelio en la sociedad actual”.
 La primera modalidad, consiste en reconocer esas “figuras del Evangelio” que mencionaba anteriormente
que están ya presentes en la sociedad. La primera actitud de la Iglesia, en su misión pastoral, no consiste en
ofrecer al mundo lo que no tiene éste, sino de acoger al mundo – “La Galilea de las Naciones” – para poder
reconocer en él las semillas, trazos del Espíritu del Resucitado que nos precede. Sin ninguna duda podemos
decir que siempre en nuestra tarea evangelizadora, somos adelantados y precedidos por la gracia y caridad de
Dios derramado en el corazón de todos los hombres. Esto quiere decir que las comunidades cristianas
necesitan ser evangelizadas, dejarse evangelizar por las “figuras del Reino” que ellas mismas pueden
reconocer presentes ya en este mundo. Nos falta capacidad de “sorpresa y de dejarnos sorprender” por la
acción del Espíritu en las personas, estar más atentas a lo que nos ofrecen. “Nos falta escucha y nos sobra
prepotencia”. Jesús de Nazaret cuando empieza su misión tuvo esta capacidad de aprender de la realidad que
le envolvía. Las bienaventuranzas, las aprendió al verlas en acción en los pobres de corazón, en los
misericordiosos, en los artesanos de la paz. De la misma manera, la Iglesia, necesita dejarse enseñar por los
comportamientos y actitudes evangélicas que encontramos en el mundo, en la vida concreta de las personas
con las que compartimos esta vida. Esto requiere por parte de la Iglesia la capacidad de aprender del mundo en
el que el Espíritu de Cristo Resucitado nos precede y habla de una manera que puede sorprendernos.

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 En segundo lugar. Saber, que la tarea de los cristianos no consiste solamente en reconocer las “figuras del
Evangelio” presentes en la sociedad. Consiste también en promoverlas, favorecerlas, comprometerse con
todos los hombres de buena voluntad en la construcción de un mundo más humano que pueda manifestar el
Evangelio. Gracias a la fe en el amor de Dios, tenemos que promover de todos los modos posibles, los valores
evangélicos en la sociedad y por lo tanto luchar contra todo lo que “desfigura” al ser humano. La misión,
según este criterio, consiste en comprometerse prioritariamente en los lugares de mayor pobreza, de mayor
soledad y sufrimiento, de exclusión y desesperanza. Estamos llamados a comprometernos de forma creativa en
la instauración o restauración de unas justas relaciones entre los sexos, entre las clases sociales, entre las
generaciones, entre las culturas, entre las naciones, entre las religiones, con el medio ambiente.
La comunidad cristiana debe promover una búsqueda rigurosa de estos aspectos y realizar gestos simbólicos,
proféticos que hablen y cuestionen a las conciencias. Es a través de todos estos compromisos que se construye
la amistad y la fraternidad entre todas las comunidades cristianas del mundo. Recordemos el imperativo
evangélico: “Hacerse amigos con inteligencia y habilidad, construir de esta manera el tesoro del
reconocimiento recíproco”. No lo olvidemos, la autoridad de la Iglesia, se apoya en el reconocimiento que los
hombres y mujeres de hoy, los pobres especialmente, experimentan gracias al compromiso de los cristianos en
el servicio a la humanidad.

 En tercer lugar. Para que ocurra esto, es necesario que la comunidad cristiana, en su funcionamiento, en sus
instituciones, sea para el mundo y en el mundo una “figura del Evangelio”. La exigencia aquí pasa por
construir una Iglesia basada en la reciprocidad, sobre la igual dignidad de sus miembros, sobre el ejercicio del
poder ordenado y ajustado al servicio, al desarrollo de todos sus miembros, de manera que todos puedan
reconocer que ser cristiano es un auténtico camino de humanización. La credibilidad de la Iglesia reside, en
este sentido, en la excelencia de las relaciones que promueve y en el acierto en el ejercicio del poder en su
seno. Esta cuestión hoy en día es crucial, particularmente en Europa, donde la imagen de la Iglesia,
particularmente respecto al funcionamiento jerárquico, está realmente desacreditada. Por lo mismo, el
Evangelio nos advierte: “Los reyes y jefes de las naciones paganas mandan como dueños y señores, y los
que ejercen el poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores. Entre Uds. que no sea así. Al contrario, el
más grande que se haga el más pequeño y el que manda que sea el servidor”. (Lc. 22,25-26). La autoridad
dentro de la Iglesia tendría que ser pensada, como quien autoriza, posibilita, promueve, quien literalmente
hablando, hace al otro “autor” y “actor”. Los ámbitos de la autoridad deberían ser concebidos como plurales:
Las Escrituras, el Magisterio, el “sensus fidelium”, las leyes morales, la conciencia personal. Todos estos
ámbitos de autoridad son aspectos que al interactuar se relativizan no absolutizando ninguno. Ninguno ocupa
el más alto mando, justamente para dejar ese lugar a quien corresponde, el Espíritu Santo. Construir una
Iglesia en la que cada persona sea consciente de su ciudadanía eclesial, en la que pueden ejercerla
efectivamente, en la que todos y todas disfrutan de la misma dignidad, esto significa ser hoy en el mundo una
“figura del Evangelio”. Se trata, por lo tanto, de asegurar en el seno de la Iglesia una vida fraterna y un
funcionamiento institucional – la Koinonia – que puedan ser vividos, leídos y reconocidos como buenos,
saludables, humanizantes. Es en la preocupación por lo humano, en efecto, que se puede ver, se deja ver el
paso de Dios y la figura de lo divino.

2.2.- El anuncio del Evangelio y la revelación de las « figuras del Evangelio ».


Pero el reconocimiento de esas actitudes, posturas y valores evangélicos en el mundo requiere que el
Evangelio no solamente sea vivido sino igualmente anunciado explícitamente y que las figuras sean reveladas. “La fe
proviene de haber escuchado, entendido para lo que es necesario que alguien la anuncie, la proclame” (Rom.
10,17), dice Pablo, el enuncio evangélico viene así justamente a injertarse sobre el servicio y la entrega, en un acto
suplementario de caridad, como su desarrollo gratuito, para revelar el sentido y ofrecer el misterio. El desafío hoy es el
lograr hacer comprender la Buena Noticia en un mundo secularizado que no tiene ningún interés en escucharlo, no lo
espera de ninguna manera, pero que por otro lado es profundamente sensible al misterio del amor que está en él, al
tesoro que representa y a los interrogantes que plantea. Por lo tanto no hay otro camino para hacer que el anuncio sea
pertinente que el de la caridad. Sin el misterio de amor y de gracia que lo precede y lo anima, el anuncio no sería más
que viento “Si no tengo caridad, dice Pablo, no soy más que una campaña que retumba” (1ª Cor. 13,1).
Es este mismo amor el que nos invita a diversificar los modos y formas del anuncio debido a la preocupación e
interés por las personas, para encontrarlas ahí donde viven, a través del complejo campo de la comunicación. Quisiera
distinguir en esta reflexión seis formas fundamentales del anuncio.

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El anuncio puede tener una forma “keygmática”, cuando el testigo de la fe la anuncia de manera breve,
inteligente, entusiasta. Puede tomar la forma “narrativa y testimonial” cuando el testigo narra su propia historia de fe
y suscita el deseo de creer. El anuncio toma cuerpo, en este caso, a través de un testimonio de vida. Puede, además,
tomar una forma “expositiva”; una obra de teología o un catecismo para adultos pueden, por lo tanto, ofrecer un
primer contacto con la fe, quitar los obstáculos y suscitar el deseo de creer. También está la forma “dialogal o
apologética” del anuncio cuando el testigo, dentro de un debate argumentado, se esfuerza en dar razón de su fe. El
anuncio puede adquirir aún la forma “litúrgica”; la liturgia cristiana es muchas veces frecuentada por personas que
están alejadas de la fe y sin embargo puede ofrecer sobre ellas el rol de primer anuncio. En fin tenemos todavía la
forma “cultural” del anuncio. Mantener en el campo cultural la memoria del cristianismo, los signos de su historia, las
marcas de sus valores, el patrimonio artístico, el tesoro de su espiritualidad, su reflexión filosófica y teológica, es
posibilitar a los ciudadanos el reencontrarse con la tradición cristiana, profundizar en ella o incluso apropiársela.

3. Comunidades vivas que saben ofrecer un modelo de iniciación cristiana


Lo que acabamos de decir sobre la diaconía y el anuncio concierne a la evangelización en sentido estricto. Con
esta tercera orientación pastoral, entramos de lleno en el acompañamiento catequístico, en el itinerario del camino
cristiano, en el proceso de catecumenado de quienes han sido tocados por el anuncio evangélico y quieren dar un paso
en su camino de fe y en el estilo de vida cristiana.
Este proceso de fe será siempre trabajoso. El primer anuncio no tiene como efecto inmediato suscitar la fe. El
primer anuncio suscita más bien un cuestionamiento, provoca una interpelación. Cuestiona y pone en movimiento:
“¿Y tú, que dices de Él?” (Jn. 9,17) – “¿Para ti quién soy yo?” (Mc. 8,29) – « ¿Qué te parece? ». Responder a estos
cuestionamientos lleva tiempo. Creer en Jesucristo, especialmente en la cultura secularista de nuestro mundo, no es un
acto espontáneo que sale porque sí. La fe es una tarea, un alumbramiento, una gestación, un camino que puede llegar a
ser lento y largo entre incredulidad y credulidad. Hoy en día, en una sociedad secularizada, el camino de la fe es
siempre una travesía marcada por las dudas y las resistencias. De ahí la necesidad de un acompañamiento, de una
iniciación. Este término ha adquirido hoy en día en la Iglesia una gran resonancia. Etimológicamente significa:
caminar, inicio, hacer camino (in – ire); la iniciación es una entrada en un camino pero guiada. Implica un devenir:
“No se nace cristiano, se hace uno cristiano en el camino”. Esta fórmula de Tertuliano es hoy más actual que nunca.
No estamos, como en el período de la cristiandad, en una lógica de la herencia cristiana en el que la fe se trasmitía a
través del contexto social como la lengua materna, por ejemplo, sino en una lógica de la decisión, de la adhesión, de la
convicción libre y personal lo cual supone una lucha, caminar en medio de dudas y resistencias. El término
“convicción” (con-vivere) conlleva esta idea de lucha y de victoria. La “convicción” es una victoria sobre la duda,
pero también, paradójicamente, una derrota: “uno se deja vencer y convencer” por una palabra, un testimonio, por un
interlocutor y su propuesta. Uno se rinde a sus argumentos al reconocer su fundamentación, la pertinencia del tema o
el carácter saludable y beneficioso de las proposiciones. El horizonte de este propósito no es otro que el de subrayar la
necesidad de comunidades cristianas que sean capaces de ofrecer a quienes se han sentido tocados por el enuncio del
evangelio, un modelo de iniciación, un itinerario a recorrer que les permita entrar en un camino de fe acompañados.
¿Cómo funciona un itinerario de iniciación cristiana? Se pueden señalar al menos cuatro características
esenciales.
 En primer lugar, un itinerario de iniciación cristiana requiere un “tejido comunitario fraterno”, “una
comunidad de referencia”. Cuando un candidato se presenta para realizar un camino de fe, lo primero no es
enseñarle las verdades de la fe, sino de ofrecerle un espacio comunitario, de acogida mutua y de hospitalidad
compartida en nombre del Evangelio. Es decir, que toda la propuesta sobre la iniciación cristiana estará
siempre intrínsecamente ligada a la proposición de una libre pertenencia a la comunidad de los cristianos. El
itinerario de iniciación a la vida cristiana implica un sentimiento de pertenecía - que habrá que confirmar,
profundizar – a la comunidad cristiana. La comunidad cristiana es el lugar donde se desarrolla y la animadora
de dicho itinerario. Es por lo que hoy, más que nunca, necesitamos comunidades cristianas fraternas que unan
las distintas generaciones y que constituyan, por su estilo de vida, un ambiente en el cual los nuevos miembros
deseen encontrarse y permanecer.
 En segundo lugar, un itinerario de iniciación cristiana tiene que ofrecer experiencia de vida y que esas
experiencias “permitan pensar, cuestionen”. Las experiencias de vida permiten reflexionar y son la ocasión
para comenzar un trabajo de profundización y aprendizaje. Es la puesta en práctica del “principio
mistagógico”. Se vive una experiencia y esa experiencia se convierte en punto de partida para una reflexión,
un aprendizaje, una enseñanza. La didáctica clásica parte de una enseñanza y sigue con la aplicación práctica.
La dinámica de la iniciación sigue el movimiento inverso: se parte de la práctica, de las experiencias de vida y
estas son el punto de partida de la reflexión, del aprendizaje, de la enseñanza. En el proceso de la iniciación

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cristiana, la experiencia que el catecúmeno está llamado a vivir es, en primer lugar, la experiencia de la
comunidad cristiana en sus distintas manifestaciones: comunitaria (Koinonia), litúrgica (leitourgia), caritativa
(diakonia), testimonial (marturia). La comunidad, en este sentido, es el “libro abierto” que el catecúmeno está
llamado a leer y agregar su propia página escrita por él. Es la pedagogía evangélica del “Vengan y vean” (Jn.
1,39).

 En tercer lugar, el itinerario de iniciación cristiana implica, que sea alimentado a través de la Palabra de Dios
compartida en torno a los Evangelios, al Credo, en unión siempre con la experiencia de vida de la propia
comunidad. La Palabra compartida en torno a los Evangelios, posibilita poco a poco, en relación con la
experiencia de vida, una inteligencia y comprensión de la fe que la hace comprensible, posible y deseable.
Este trabajo de la comprensión de la fe requiere tiempo, ya que supone una trasformación de criterios e ideas a
veces sólidamente ancladas que pueden llevar a errores, a desvíos y visiones alienantes. El proceso de
iniciación cristiana exige por lo tanto un esfuerzo intelectual, y esto no porque la fe esté reservada a los
inteligentes, sino en cuanto que la inteligencia y capacidad de reflexión de todos es puesta en acción y
comprometida en este proceso. Se es necesariamente creyente con la propia inteligencia puesta en marcha.
 En cuarto lugar, el itinerario de iniciación cristiana está marcado por distintos “momentos, etapas; marcadas
ritualmente, litúrgicamente”. Etapas que uno va recorriendo libremente, a su propio ritmo a medida que el
deseo inicial va madurando. El itinerario catecumenal, con sus diferentes etapas rituales (entrada en el
catecumenado, llamado, escrutinio sobre el parecer solicitado a la comunidad, la proclamación del Credo,
los sacramentos de la iniciación) es un modelo que puede inspirar toda catequesis. Lo importante es que las
etapas y su significado estén claramente definidas y sean conocidas desde el inicio, aunque la manera de
recorrerlas tanto como la duración puedan adaptarse según el proceso de cada persona. En este sentido no hay
recorrido catequético que esté fijado con anterioridad; corresponde a cada uno y cada una de las personas de
caminar a su ritmo.
La dificultad en este momento es que estamos en un periodo que por una parte requiere procesos de iniciación,
itinerarios a recorrer y por otro seguimos ofreciendo actividades catequísticas que pertenecen todavía a la “lógica de
la herencia cristiana”, al periodo de la cristiandad creyendo que las personas aún nacen cristianas; herencia en la que
todavía predomina una catequesis cuyo corte didáctico presupone la fe y que aún se trasmite social y culturalmente.
Nos encontramos de esta manera con contradicciones que lo único que logran es debilitar la fe y las comunidades: los
sacramentos son vividos como simples ritos que corresponden a las etapas del crecimiento humano que se celebran
humanamente bajo el manto de una vaga religiosidad en lugar de llegar a pedirlos como fruto de un proceso específico
de maduración de la fe ligada a una libre decisión de pertenecer a una comunidad de cristianos. Es por lo que decimos
que la Iglesia hoy debe adoptar decididamente un modelo de iniciación, un proceso de maduración de la fe, un
itinerario a recorrer que favorezcan la decisión personal de asumir ese estilo de vida y en una comunidad concreta.

* *
*
Estamos hoy ante un “cambio de paradigma sociocultural” y con este cambio un “avance significativo” de
ideologías, sabidurías y propuestas claramente laicas y sin ninguna apertura a lo trascendente. Un cierto estilo de
cristianismo está muriendo, pero eso no significa que muera el cristianismo. El modelo pastoral y el dispositivo
referido al proceso de iniciación cristiana, cuyos trazos y características como también la espiritualidad misionera que
la animan he tratado de explicar, pueden contribuir creo, ha hacer emerger, por la fuerza del Espíritu, comunidades
vivas que estén al servicio de la Humanidad y a la vez portadoras de la Buena Nueva gratuita de Nuestro Señor
Jesucristo. Todavía nos cuesta mucho dejarnos “sorprender” por el Espíritu Santo y por la acción de éste en las
diferentes culturas, especialmente las no occidentales. Estamos todavía muy atados a nuestra cultura occidental en la
que se desarrolló fuertemente el cristianismo.

(Conferencia dada en el gran seminario de Milán, el 16 de abril de 2012. En esta conferencia desarrolla
varios aspectos de su libro “Dios deseable. Proposición de la fe e Iniciación”, del cual ya les había ofrecido la
traducción sobre la “competencia cristiana y la enseñanza religiosa en los centros educativos católicos”.

Nota bibliográfica

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Andrés FOSSION es sacerdote jesuita, doctor en Teología, Profesor en el centro Internacional de Catequesis de de
Pastoral Lumen Vitae de Bruselas. Enseña también Ciencias Religiosas en las Facultades Universitarias de Namur.
Ha sido director del Centro Lumen Vitae desde 1992 hasta 2002 y presidente del Equipo Europeo de Catequesis
desde 1998 hasta 2006, a quien sucedió en el cargo el Hno. Enzo BIEMMI.
(El Hno. Enzo ha sido invitado por el Papa a participar en el Sínodo sobre la Nueva Evangelización como experto
en catequesis).
En el año 2007, Andrés FOSSION fue invitado al Capítulo General de los Hnos. de la Sagrada Familia, realizado
en Valladolid (España) como asesor durante el proceso de discernimiento realizado durante la primera semana.

Es autor de varios libros: Lire les Ecritures (Lumen Vitae, Bruxelles,1980) (Leggere le Scritture, Elledici, Torino,
1982), La catéchèse dans le champ de la communication, (Collection Cogitatio Fidei, Cerf, Paris, 1990), Dieu
toujours recommencé. Essai sur la catéchèse contemporaine, (Lumen Vitae, Cerf, Novalis, Bruxelles, 1997), Une
nouvelle fois. Vingt chemins pour recommencer à croire, ( Lumen Vitae, l’Atelier, Novalis, 2004)
(Ricomenciare a credere. Venti itinerari di Vangelo, EDB, Bologna, 2004). Dieu désirable, Proposition de la foi et
initiation,Collection « Pédagogie catéchétique », Edition Lumen Vitae, Novalis, Bruxelles-Montréal, 2010 (Il Dio
desiderabile, Proposta della fede e iniziazione cristiana, EDB, Bologna, 2011).
Es colaborador regular de la revista Lumen Vitae. Ha dirigido y colaborado en la redacción de una veintena de
manuales de catequesis para la enseñanza religiosa escolar: la colección Passion de Dieu, passion de l’homme (De
Boeck, Lumen Vitae) et la collection Champs de grâce (De Boeck, Lumen Vitae).
Es responsable del sitio Web de documentación y formación a distancia de Lumen Vitae
http://www.lumenonline.net Adresse mail andre.fossion@lumenvitae.be

(Traducción del artículo por el Hno. Aurelio ARREBA, octubre de 2012)

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