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MÓDULO 3. La iglesia, los sacramentos, la moral (6 ECTS)
Eclestiología
Asignatura 7. 2 ECTS
ECLESIOLOGÍA
Í NDICE
1 Aproximación a la situación actual de la Iglesia ................................................................. 2
1.1 Vivencia apocalíptica de Iglesia ................................................................................... 2
1.2 Los aspectos culturales y sociológicos de un diagnóstico teológico de nuestra época 3
2 La misión de la Iglesia en la constitución Gaudium et Spes ................................................ 4
2.1 Introducción .................................................................................................................. 4
2.2 Algunos datos sobre la constitución GS ....................................................................... 5
2.3 La misión de la Iglesia hoy ........................................................................................... 8
3 El ser de la Iglesia: la Iglesia, misterio de salvación y pueblo de Dios ............................. 11
3.1 Proceso de redacción de la Lumen Gentium ............................................................... 11
3.2 Origen trinitario de la Iglesia ...................................................................................... 15
3.3 Origen histórico de la Iglesia ...................................................................................... 16
3.4 La Iglesia, pueblo de Dios .......................................................................................... 19
4 La estructura de la Iglesia .................................................................................................. 22
4.1 Introducción ................................................................................................................ 22
4.2 Ministerios y carismas en la Iglesia del Nuevo Testamento....................................... 23
4.3 El ministerio ordenado ................................................................................................ 27
4.4 Pueblo sacerdotal y ministerio sacerdotal LG 10: essentia et non gradu tantum........ 29
4.5 Teología del laicado .................................................................................................... 31
5 El reino y la Iglesia ............................................................................................................ 33
5.1 Introducción ................................................................................................................ 33
5.2 Relación entre el Reino de Dios y la Iglesia. .............................................................. 34
5.3 Síntesis ........................................................................................................................ 35
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La Iglesia vive hoy una situación problemática; existen problemas intraeclesiales que
habrá que solucionar, pero sería muy peligroso (y desde mi punto de vista, falso) el querer
explicar la situación problemática de la Iglesia a partir de sus conflictos internos. Comparto la
tesis de Medard Kehl en su libro “¿Adónde va la Iglesia?”, para el que las raíces de la situación
del Cristianismo y de la Iglesia en Europa se debe a la separación de Iglesia y de cultura
occidental, que ha ido creciendo con la historia, se desarrolló de forma teórica durante la
ilustración en el siglo XVIII y se está haciendo realidad en nuestros días de una forma acelerada.
Actualmente vivimos un “salto modernizador” “un impulso modernizador” que ha provocado
el que todas las instituciones, que por historia pretenden una visión completa del mundo y de la
realidad, hayan entrado en crisis.
La Iglesia católica, además, siente esto de forma acentuada porque ha tenido y tiene
todavía que renunciar al influjo que ha ejercido en la formación de la cultura occidental. La
unión entre Iglesia y cultura se ha roto de tal forma que la Iglesia ha de volver a intentar una
nueva definición del sentido y la presentación de la fe y de la propia Iglesia. Esto se vivencia y
se convierte en urgencia cuando se capta la perdida de identificación de los cristianos con las
instituciones eclesiásticas.
Por todo ello, es importante comprender que los problemas intraeclesiales que se han
manifestado, quizá con excesiva virulencia, en los últimos tiempos no son la raíz de la crisis
eclesial que padecemos, lo cual no quiere decir que estos conflictos no estén influyendo de
forma innecesaria en esa crisis ni tampoco que hayan sido solucionados siempre con acierto.
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La raíz del problema eclesial, por decirlo con otras palabras, está en que lo que supone
el núcleo principal de la Iglesia, que no es otro que la fe personal en Dios, es algo que hoy ha
dejado de ser significativo y esto hace que las preguntas se vuelvan mucho más acuciantes para
la propia Iglesia y para los cristianos más implicados: ¿en qué consiste el papel de la Iglesia en
una sociedad moderna? ¿cuál es su misión, si su centro, o sea, la fe personal en Dios, está siendo
tan poco demandado?
DE NUESTRA ÉPOCA
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encontrará mucha gente que vaya a la Iglesia buscando el mensaje original de salvación, que
vean en la Iglesia el espacio vital donde se vive la fe). Si, por el contrario, las Iglesias no ceden
ante esta, desde mi punto de vista, tentación, entonces se encuentran con que pierden relevancia
social y, a partir de un grado de decepción suficiente por parte del público, éste no tarda en
buscarse apaños más cómodos.
Por otro lado hay que hablar de una religión intimista: el lema de “Jesús, sí; Iglesia,
no” ha cambiado por el de “Religión, puede que sí; Dios personal, no” (Metz). Hoy se está
dando una apertura a la trascendencia, al carácter misterioso de la vida, a la numinosidad
cósmica, a la madre tierra... pero no hay un interés por el diálogo con un tú trascendente, que
es lo típico y específico de la religión cristiana.
2.1 I NTRODUCCIÓN
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considerar aceptable la unión de trono y altar, de concebir a la Iglesia como una “sociedad
perfecta”, a aceptar la autonomía del mundo y a poder hablar de una “secularidad cristiana”. Se
produce una nueva valoración del mundo, en la que este no aparece como el contrario a la
Iglesia, ni el mero lugar donde ésta puede desarrollar su misión. El capítulo IV es la clave de la
constitución GS, al igual que el número 45 es la clave de este capítulo. En este número la
constitución remite a la definición de Iglesia que ya aparece en la Lumen Gentium. La Iglesia
como “sacramento universal de salvación” tiene como misión ayudar a que el Reino de Dios
llegue a la tierra. Como dice Chenu, aquí se encuentra la esencia doctrinal de la GS: “la Iglesia
es constitucionalmente, por naturaleza, como misterio continuado de la presencia de Cristo en
la historia. Así es como la Iglesia está en el mundo de hoy”1.
La GS asume que no existe más que una única historia, en donde Dios ofrece su
salvación; ya no se podrá hablar de un orden de la creación (que tendrá su correlación en el
orden temporal) y un orden de la redención (que se correspondería con el orden sobrenatural)
y por ello, “no hay, por una parte, construcción del mundo sin interés ni valor para el Reino; y,
de otra, Reino de Dios sin interés ni utilidad en la construcción del mundo”2.
De esta manera las búsquedas auténticas del ser humano tienden hacia Cristo, que es
el centro de todas las aspiraciones humanas (GS 45); por ello la humanidad entera camina hacia
la meta que es la salvación definitiva en Dios y por ello, la Iglesia se encuentra enraizada
totalmente en la historia humana, si bien sabe que “sólo en el siglo futuro podrá alcanzar
plenamente la salvación” (40).
En segundo lugar, se presenta, por tanto, una Iglesia extrovertida, que busca un
lenguaje comprensible y aceptable a todos los seres humanos. De hecho, los destinatarios de la
constitución son todos los seres humanos. Es evidente que para poder llevar a cabo un diálogo
con toda la humanidad se ha de buscar aquello en lo que se coincide. La GS asume el método
inductivo, por el que se parte del punto de unión entre la Iglesia y el mundo, para desde ahí
hablar del misterio de la salvación. A esto se debe el que la primera parte del documento,
doctrinal, tome al ser humano como ese punto de comunión entre las dos realidades. Pero se
toma el ser humano "todo entero, cuerpo y alma, corazón y conciencia, inteligencia y voluntad"
(n. 3). Así el concilio presenta una antropología renovada. El ser humano, imagen de Dios, se
concibe como un ser abierto a la esperanza. Mientras que en tiempos anteriores los hombres
buscaron la “salvación” en el pasado, concibiendo la historia como un proceso de decadencia
1
CHENU, M.-D., Misión de la Iglesia en el mundo contemporáneo, en: BARAUNA, G. (ed.), La Iglesia en el Mundo de hoy,
Studium, Madrid 1967, 381.
2
CHENU, op. cit., 383.
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de una etapa dorada inicial, en la actualidad, la esperanza del ser humano está puesta en el
futuro. La relación que existe entre esas propuestas intramundanas de salvación y la salvación
cristiana, que también está fijada en el futuro es evidente, si bien es también distinta.
En tercer lugar, la iglesia no tutela al mundo y no sólo le enseña, sino que también
aprende de él. Si la Iglesia y el mundo son los caminantes de la única historia hacia la misma
meta, entonces en el encuentro mutuo se produce el enriquecimiento mutuo. La Iglesia toma
conciencia de “poder ofrecer una gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre y a su
historia” y toma conciencia de que “el mundo puede ayudarle mucho y de múltiples maneras
en la preparación del Evangelio” (GS 40).
La ayuda que la Iglesia presta al hombre concreto consiste en un empujarlo hacia el
encuentro con Dios a través de sus propias acciones y obras. Por ello, la Iglesia valora todo lo
que de positivo tiene el trabajo humano, pero también ha de ayudar a la purificación de todas
las obras humanas, pues el pecado es una realidad presente en este mundo.
2.2.3 Su recepción
El documento conciliar que nos ocupa ha sido uno de los que más opiniones
encontradas ha suscitado. Al margen de las diversas aproximaciones posibles del texto, hay que
decir que algunos de los elementos que aparecen en la GS están sujetos a una determinada
concepción filosófica subyacente o a una visión concreta de las realidades del mundo. Por esta
razón, lo más importante, en mi opinión, de este documento es la dinámica que potenció. La
GS inauguró un nuevo espíritu en las relaciones entre la Iglesia y el mundo en el que vive
inserta.
Este nuevo espíritu dio sobre todo un fruto doble. Primero en el desarrollo de la
denominada “opción por los pobres” y en la elaboración de la teología de la liberación, que se
plasmó en Latinoamérica en los años setenta. La segunda conferencia del episcopado
latinoamericano en Medellín tuvo lugar en 1968 y supuso la recepción del Vaticano II por parte
de la iglesia latinoamericana. La recepción no significó sencillamente una aplicación de la letra
del concilio a la situación latinoamericana, sino más bien una relectura desde la perspectiva de
los pobres. Si bien la teología de la liberación había nacido antes que la conferencia e influyó
en algunos de los documentos de la misma, Medellín supuso el espaldarazo a la constitución de
una teología a nivel continental.
Segundo, la presentación de la iglesia a partir de la misión. Consecuencia de la nueva
valoración del mundo es la consideración de los laicos como agentes propiamente eclesiales.
Es toda la Iglesia la que da testimonio, son todos los cristianos, y no sólo la jerarquía o el vértice
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de la pirámide, los que están llamados a ser testigos de Cristo en el mundo en el que estén. La
Iglesia ha pasado a ser Iglesia-en-misión, de tal forma que es la misión la que condiciona y
define lo que es la iglesia. A partir de la Lumen Gentium y la GS se puede decir que misión y
ser de la Iglesia son idénticos (ser sacramento de salvación, ser signo del Reino de Dios). A
partir de esta definición la Iglesia se entiende a sí misma a partir del Reino, que será la creación
liberada ya de toda esclavitud y pecado, y a partir del mundo, lugar donde ese Reino está
llamado a realizarse históricamente.
Desde muy pronto el concilio Vaticano II fue objeto de críticas. Estas se basaban
principalmente en lagunas que el concilio ciertamente tiene y en temas que fueron tratados
deficientemente. Por otra parte, el hecho de que el Concilio haya dejado temas abiertos a una
ulterior profundización es un acierto.
En particular la GS es uno de esos documentos abiertos, debido sobre todo al tema
objeto de su estudio. Si es verdad que se trata de una constitución referente a la iglesia en su
relación con el mundo en el que vive, las afirmaciones concretas, relativas a la praxis, van a
depender fundamentalmente de la visión que se tenga de ese mundo y van a ser válidas en la
medida en que las condiciones históricas, sociales y culturales no varíen. En este sentido, tienen
un valor más permanente las afirmaciones que la GS nos presenta en su primera parte, de cuño
más doctrinal, que los diversos temas desarrollados en la segunda parte.
La pregunta en nuestro mundo de hoy sería la misma que la formulada por los padres
conciliares: ¿cuál es la misión de la iglesia hoy? Esta es una pregunta que el concilio no puede
responder de forma concreta y universal, sino que corresponde a cada comunidad cristiana dar
una respuesta coherente y valiente.
Vivimos en un mundo más consciente de la brecha que existe entre el Norte y el Sur,
pero también más indiferente ante las desigualdades siempre crecientes. Ante esta realidad no
se puede hablar de que la misión de la iglesia en el mundo sea exactamente igual en el Norte y
en el Sur; el encuentro del evangelio con la cultura tiene que colocar los acentos en lugares
distintos. En el “primer mundo” se vive una situación de hartazgo; ha nacido el “hombre
perplejo” como sucesor del hombre sumiso de la cristiandad y del arrogante de la modernidad.
Pero la perplejidad hacia los logros del progreso no hacen que el ser humano destrone al dinero,
y a las otras fuentes de esplendor y los reconduzca al papel de mediadores que tienen.
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alejada del consumismo que “alimenta la ilusión de que el objeto puede satisfacer nuestras
expectativas”3.
Si bien es verdad que el Vaticano II fue el primer concilio, donde realmente estaba
representada la iglesia universal, también lo es que el mundo del que se habla en la GS es el
mundo moderno, es decir, el mundo occidental, aun cuando el concilio tuviera también en
mente los continentes del tercer mundo.
Este proceso de universalización no puede parar. De hecho, hoy se presenta la
catolicidad como la puesta en cuestión de un incuestionado eurocentrismo en la comprensión
del cristianismo. Ya hemos señalado cómo fue la Iglesia latinoamericana la que subrayó el tema
3
BRUCKNER, P., Miseria de la prosperidad. La religión del mercado y sus enemigos, Barcelona, Tusquets, 2003, p. 174.
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de la liberación al recibir, profundizar y hacer avanzar las ideas de la GS. También otros
continentes están llamados a aportar su recepción creativa del concilio y a enriquecer a toda la
Iglesia con savia nueva.
En este tema el “hacia dentro” y el “hacia fuera” de la Iglesia se encuentran
entrelazados. En el nivel de la Iglesia universal, la catolicidad de la Iglesia ha de concretizarse
en la superación de una comprensión de la unidad y de la catolicidad de forma centralista y
uniforme y en la actualización consecuente de la Iglesia como comunidad de Iglesias y
comunidades eclesiales. Iglesia universal, universalidad y catolicidad de la Iglesia se realizarán
en la medida en que se produzca un proceso mutuo de aprendizaje entre las diferentes Iglesias
locales y entre las diversas Iglesias continentales (o regionales). Al mismo tiempo
aprenderemos todos en la Iglesia a reconocer y valorar la pluralidad de culturas, de las que esas
Iglesias participan, y que colaboran a que en el mundo se vaya realizando el Reino.
Después del Vaticano II es imposible hacer una eclesiología que no tenga en cuenta
las aportaciones de dicho concilio. El Vaticano II es un concilio que tuvo una gran repercusión,
tanto en el ámbito católico, como en las demás iglesias cristianas, que también se han visto
obligadas a repensar sus concepciones eclesiológicas. Así se reconoce en la Encyclopédie du
protestantisme (París 1995): “Es innegable que este Concilio fue un momento importante para
todas las Iglesias cristianas. Ha contribuido a renovar la reflexión teológica, en particular eclesio-
lógica, en el protestantismo. Ha inaugurado un período de intercambios ecuménicos densos y
fructuosos, si bien los riesgos restauracionistas y los reflejos de identidad reaparecen regularmente
de una parte y de otra”.
En forma parecida se ha expresado el mundo ortodoxo: “Mediante el Concilio, la
Iglesia católica romana ha pasado del estadio del monólogo al del diálogo con otras Iglesias
(...). El Vaticano II es una realidad no sólo para la Iglesia católica, que está expresamente
comprometida con lo allí decidido, sino también para las otras Iglesias que estuvieron en
estrecho contacto con los trabajos del Concilio (...). Tampoco la Iglesia ortodoxa puede esquivar
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• hay que entender y practicar de forma íntegra los textos del concilio Vaticano II.
• hay que entender como una unidad la letra y el espíritu del concilio.
• al igual que todo concilio, el Vaticano II debe ser entendido a la luz de la tradición global
de la Iglesia.
• el concilio último entiende la continuidad de lo católico como unidad compuesta por la
tradición y por la interpretación que es una actualización viviente con vistas a la situación
concreta del momento.
Otra hermenéutica muy distinta es la presentada por R. Velasco6. El autor da tres claves
para interpretar el Concilio Vaticano II:
• “Una clave de interpretación que guiará nuestro trabajo es ésta: el cambio histórico,
pretendido claramente por el concilio en la manera de entenderse la Iglesia a sí misma, y
en la manera de entender su relación con la historia”.
• “Otra clave interpretativa que nos va a guiar, según esto, es la sugerida por el cardenal
Suenens poco después de la clausura del concilios. “Extraer de la ganga de los incisos y de
los circunloquios, las afirmaciones básicas y centrales”.
• “No se trata sólo de entender y profundizar los documentos conciliares, se trata también
de proseguir el concilio, de hacerle avanzar hacia el cambio histórico iniciado por él. No
se puede ser fiel al concilio sino yendo más allá que él, en innovación y en creatividad
permanentes. En definitiva, el Vaticano II fue un acontecimiento del Espíritu, de ese
Espíritu que sigue siendo “creador” de su Iglesia, y que sigue haciendo “nuevas todas las
cosas”.
4
DAMASKINÓS PAPANDREOU en la obra en colaboración Stimmen der Orthodoxie. Zu Grundfragen des Zweiten Vatikanums (= Voces
de la Ortodoxia. Sobre cuestiones fundamentales del Vaticano II), ed. por D. Papandreou, Freiburg/Basel 1969, 7.
5
KASPER, W., El desafío permanente del Vaticano II, en: Teología e Iglesia, Herder, Barcelona 1989, 401–413.
6
VELASCO, R., La Iglesia de Jesús, Verbo Divino, Madrid 1992, 236–238.
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Evidentemente, lo mejor será que empezar por leer el propio texto del Concilio, y
fundamentalmente la Lumen Gentium, donde se nos presenta la idea y la imagen en cuanto a
las líneas de fuerza que la propia Iglesia tiene de ella misma.
Presentamos aquí sencillamente una introducción sobre ciertos ejes que se pueden
descubrir en el documento conciliar. Una división simple para acercarse a cualquier texto es la
relación entre forma/estructura y el contenido. Empecemos por la estructura del texto. Esto se
puede hacer a partir de los diversos esquemas.
El estudio que hizo el concilio sobre la Iglesia se realiza en tres etapas: una mirada
hacia adentro; una mirada hacia el contexto religioso, hacia las demás religiones y confesiones;
y una mirada hacia las cosas del mundo.
Es destacable en la LG lo siguiente.
Parte 1 (Cap. 1-2): El misterio de la Iglesia (el ser de la Iglesia).
La Iglesia no se describe más con categorías sociológicas (sociedad perfecta) sino con
categorías teológicas: la Iglesia es, en primer lugar, “misterio” y, a partir de aquí y desde esta
perspectiva, también sociedad.
Pero, de hecho, el principal pensamiento rector de la eclesiología del concilio se
encuentra en la idea de “Pueblo de Dios”. Pueblo de Dios hace referencia en primer lugar, a la
transitoriedad de la Iglesia, a su peregrinar por esta tierra (n. 9,2). Por otro lado, la misión
sacramental de ese pueblo hace que la Iglesia sea universal (9,3). La universalidad se manifiesta
en el interior de la Iglesia en la idea del sacerdocio común de todos los fieles (10), en la
estructura eclesiológica de los siete sacramentos, que influyen en todo el conjunto de la
existencia cristiana (11) y en la afirmación de que todos los fieles no pueden errar en asuntos
de fe, por lo que la Iglesia no puede equivocarse en asuntos de fe (12,1). Así se corrige la
eclesiología de la contrarreforma, la cual veía, en último término, al ministerio como la garantía
de una inerrancia en la fe.
La idea de la Iglesia como Pueblo de Dios modifica también las relaciones dentro de
la humanidad, estableciéndose lazos entre la Iglesia y toda la humanidad. El texto más
importante se encuentra en LG 13,4.
Parte 2 (cap. 3-4): La estructura de la Iglesia.
Después de la visión salvífica de la Iglesia pasa el concilio a tratar la imagen concreta
de la misma. Es en este punto donde, de hecho, se concentraron y se pueden todavía concentrar
las tensiones. En los dos capítulos anteriores se ha intentado, y con acierto, solucionar los
problemas aplicando a la Iglesia la categoría de sacramento. Con ella se opta por un elemento
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El capítulo 6 sobre los religiosos es la concreción del capítulo 5 para este grupo. La
vida religiosa no se describe más como un estado (estado de perfección) sino como una forma
carismática de existencia, de la que, sin embargo, la Iglesia no puede prescindir.
Parte 4 (cap. 7-8): La consumación de la Iglesia.
La Iglesia ha sido vista desde el principio incluida en la historia de salvación. La Iglesia
vive en el tiempo y trabaja para bien de estos tiempos, pero su horizonte no se acaba en la
temporalidad. La Iglesia es pasajera; la Iglesia está orientada a la salvación -no es la salvación-
; es parte del mundo que ha de pasar y, por tanto, también vive en la espera. La Iglesia es, con
palabras teológicas, una realidad escatológica.
En el capítulo 7 se describe esta realidad de forma más teórica; en el capítulo 8 de
forma más práctica y concreta en la figura de María.
Así toda la Iglesia aparece como el pueblo unido “por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo” (LG 4).
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3.3.1 Introducción
7
TILLARD, J.-M. R., Iglesia de Iglesias, 57s.
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la Iglesia tal como la conocemos. Para ello no basta reseñar el proceso, tras la muerte de Jesús
y el anuncio de su resurrección, de la Iglesia primitiva o los diferentes esquemas eclesiológicos
que aparecen en el NT. “Lo decisivo para la normatividad de la Iglesia primitiva y de su teología
es su nexo constitutivo con el Jesucristo histórico, que como tal trajo la salvación definitiva
(“escatológica”), cuyo cuerpo, comunidad, pueblo y sacramento pretende ser la Iglesia desde
su origen hasta hoy, y a cuya realización tiene que servir. ¿De qué género es este nexo?”8.
De hecho, hoy, más que nunca, la figura de Jesús constituye un “recuerdo peligroso”
para la Iglesia por varias razones:
8
KEHL, M., La Iglesia, 243.
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fundamentalmente en Mt 16, 18ss (se solían citar también Lc 22,32; Jn 21,15-17). Se llegaba a
decir también que Jesús había dejado su Iglesia fundada como una sociedad jerárquica,
monárquica, perpetuamente duradera y dotada de un magisterio infalible... que todo ello era de
“derecho divino” y, por lo tanto, inmutable.
Esta postura ha sido puesta en cuestión por parte de diversos autores. Por un lado,
Hatch y los modernistas Harnack y Loisy niegan la relación entre Jesús y la Iglesia. Jesús
predicó el Reino de Dios en un contexto escatológico, o sea, pensaba que estaba cerca la llegada
del Reino. La Iglesia fue fundada por los discípulos de Jesús cuando se vio que, de hecho, el
Reino de Dios no llegaba. Por otro lado, Bultmann y Schnackenburg niegan el problema al
desarrollar una teología donde lo único importante es el anuncio de salvación. Para Bultmann
lo importante es el encuentro con Cristo y dicho encuentro se produce en el anuncio de la
palabra. Con ello, el Jesús histórico deja de tener importancia y, consecuentemente, la relación
entre el Jesús histórico y la Iglesia también.
Es la postura más difundida entre muchos teólogos. A su favor está el que es fácil de
entender. En síntesis: Jesús no fundó la Iglesia en un momento puntual, sino que la fue fundando
a lo largo de toda su vida, a través de una serie de hechos que fueron preparando y realizando
el nacimiento de la Iglesia.
Partimos de lo que es común a todos los autores: hay un acuerdo en que los documentos
de la Iglesia afirman que Jesucristo es el verdadero fundador de la Iglesia; no, ciertamente, con
lo que pudiera calificarse de ‘un acto fundacional’ histórico, determinado y localizado en un
momento concreto, sino con una larga y madura preparación, que culminó en los sucesos
pascuales.
La relación entre el Jesús histórico, su obra y la Iglesia pospascual se puede desarrollar
a partir de la idea de “continuidad estructural”. Esta continuidad estructural parte de la
constatación de que Jesús estableció durante su vida signos comunitarios de la llegada del Reino
de Dios. La primera comunidad será la encargada de asumir y actualizar esos signos como
formas preparatorias de la Iglesia. Dichos signos responden a realidades importantes, que
pertenecen a dimensiones fundamentales: dimensión pneumatológica / cristológica /
escatológica y estructural.
Es importante subrayar la continuidad estructural entre los signos que se dieron en
Jesús y los signos que se dieron en la primera comunidad cristiana: en unas condiciones
históricas nuevas aparecen determinadas formas estructurales centrales de la Iglesia como
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Fe en comunidad
participación en la fe
correlación entre
alcanzar la fe juntos y de la Iglesia mediante
pueblo de Dios y iglesia de Dios
solidariamente la profesión de la fe y
Reino de Dios
el bautismo
Comensalidad: cuerpo de Cristo
Reino de Dios en
comensalidad con el Eucaristía como signo
banquete con pobres y cuerpo de Cristo
resucitado de unidad
pecadores
Signo de salvación para todos los pueblos
Israel, signo para los Iglesia escogida de Iglesias locales- Iglesia
pueblo de Dios
pueblos judíos y paganos universal
Predicación por mandato divino
vocación del grupo de servicio de fundación el ministerio de el “servicio pastoral”
discípulos/as de la Iglesia por los dirección en la Iglesia
apóstoles primitiva
La concepción de la Iglesia como pueblo de Dios es uno de las ideas más sobresalientes
del Vaticano II. A partir de los esquemas varios sobre la LG podemos observar el giro que se
produjo en el planteamiento de la cuestión desde el primer esquema al último. La originalidad
mayor fue la introducción del capítulo segundo después del misterio de la Iglesia y antes de
tratar la constitución jerárquica de la misma. La designación de Iglesia como “pueblo de Dios”
no es una imagen de Iglesia al lado de las otras, a pesar que las otras imágenes sean tan buenas
como ésta, incluso a pesar de que hayan tenido una tradición más larga que la de pueblo de
Dios.
Hay que reconocer “en esta orientación bastante nueva una de las mayores
originalidades tanto de la constitución como del concilio”9. En una primera lectura parece fácil
comprender que el capítulo 2 de la LG pretende presentar lo común a todos los miembros de la
9
LUBAC, H. DE, Paradosso e misterio della Chiesa, Milán 1979, 43, cit. por VELASCO, La Iglesia de Jesús, 248.
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Iglesia antes de que se pasen a establecer las diferencias existentes entre los diversos miembros
de ella (de lo que tratarán los capítulos 3 y 4 de la LG).
En general, podemos decir que el concilio “al haber optado por comenzar su reflexión
teológica con la idea del misterio de la Iglesia, se pone un término a las eclesiologías
institucionales, jurídicas y societarias que resaltaban los elementos visibles (es decir, se pone
fin a la época de la contrarreforma). Y al establecer que la Iglesia es el pueblo de Dios, se hace
una opción por lo comunitario y lo personal como lo más determinante de la Iglesia”10.
En la Lumen Gentium se dice claramente que Dios quiso siempre salvar a los hombres
en grupo y no de forma individual. Así se eligió un pueblo, el pueblo de Israel, algo que es
perfeccionado por Jesús, a través de su nueva alianza. Jesús es la cabeza de este “pueblo
mesiánico”.
Con ello, se establece la relación entre Israel, que ya se llamaba Iglesia y el nuevo
pueblo de Dios, que es la Iglesia de Cristo. Este pueblo tiene unas cualidades.
a) es un pueblo de sacerdotes (el sacerdocio común se diferencia del sacerdocio
ministerial de manera esencial, no solamente de manera gradual). La celebración
de los sacramentos actualiza esta sacerdotalidad de todo el pueblo.
b) es un pueblo de profetas: en la proclamación de la fe y en la manifestación de sus
carismas.
c) este pueblo es universal, católico: “Todos los hombres, por tanto, están invitados
a esta unidad católica del Pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz
universal. A esta unidad pertenecen de diversas maneras o a ella están destinados
los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en general llamados
a la salvación por la gracia de Dios”.
El concilio va, con ello, a establecer una relación de todos los hombres con la
Iglesia, con los fieles católicos, con los cristianos no católicos y con los no
cristianos.
d) por último, se establece el carácter misionero del pueblo de Dios: “De esta manera,
la Iglesia ora y trabaja al mismo tiempo para que la totalidad del mundo se
transforme en Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu y para que
10
ESTRADA, J. A., Del misterio de la Iglesia al pueblo de Dios, Sígueme, Salamanca 1988, 175.
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Todos los creyentes son pueblo de Dios; queda, pues, excluida una clericalización de
la Iglesia. Esta ha sido quizá la aportación más práctica del Concilio. Evidentemente no se trata
de un descubrimiento de finales de este siglo, como si la historia anterior de la Iglesia hubiera
considerado a ésta como únicamente constituida por el clero. De lo que se trata, más bien, es
del acierto de acercarse a la realidad “ecclesia” partiendo de aquello que nos hace a todos
iguales, porque todos somos miembros de pleno derecho de la comunidad creyente en Cristo.
Ahora bien, las ideas son creadoras de realidad, so pena de que se conviertan en
palabras vanas que no significan nada. Por ello, si de verdad creemos que la Iglesia es “pueblo
de Dios”, que todos formamos parte de ese pueblo, entonces se le pone un freno y se hace una
crítica a lo que se puede llamar “clericalización de la Iglesia”. En concreto se excluye:
• la identificación entre Iglesia y una parte de ella: basta pensar en el lenguaje cuando
decimos expresiones del tipo “la Iglesia y los laicos”, como si se pudiera distinguir
entre ambas realidades (tampoco se podría decir “la Iglesia y la jerarquía” por la
misma razón, aunque esta expresión se ha oído menos que la anterior).
• una estructuración concreta tal que impida que, de alguna forma, se transparente la
igualdad esencial de todos los miembros del mismo pueblo...
El pueblo de Dios abre a la universalidad. Queda excluida una exclusivización de la
Iglesia. Si la Iglesia es “pueblo de Dios” entonces no se puede concebir a ésta comenzando por
el individuo. No se trata únicamente de que Dios me llama a mí y al otro y al otro para formar
una Iglesia, que, a la postre, sería la suma de los individuos piadosos. Para entender la Iglesia
hay que partir no del individuo aislado sino de todo el pueblo, de la comunidad en la que el
individuo está incorporado, ciertamente de forma personal y libre. La salvación que Jesús
predicaba era la salvación para todo el pueblo (ya anteriormente los profetas, los jueces... habían
sido llamados por Dios para desempeñar su función de cara a la salvación del pueblo escogido).
Todavía más: la Iglesia como pueblo de Dios es signo e instrumento de la unión íntima
del género humano con Dios. La salvación que Dios ofrece engloba a toda la humanidad, que
es la llamada, la convocada por Dios a unirse a su pueblo. La Iglesia, por ello, no puede sentirse
señora exclusiva de esa salvación divina.
El Pueblo de Dios, lo es también por libre decisión humana. Si antes hemos dicho que
la Iglesia no es la suma de los individuos y que es fundamental la llamada, la convocación de
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Dios, también es importante saber que el pueblo de Dios no existe sin hombres y mujeres. No
se puede hablar de una Iglesia hipostasiada, es decir, por encima e independientemente de las
personas que la forman. Por ello, no se puede concebir a la Iglesia como una institución
intermedia entre Dios y los hombres, porque, aunque la Iglesia como comunidad es algo más
que la suma de las individualidades, también es verdad que la Iglesia sigue siendo “la
comunidad de los creyentes, que Dios ha congregado para formar su pueblo”. La Iglesia no es
Dios, ni Cristo, ni el Espíritu, sino que la Iglesia somos nosotros.
4 L A ESTRUCTURA DE LA I GLESIA
4.1 I NTRODUCCIÓN
Si bien en rigor toda presentación del ministerio ordenado ha de ser precedida de una
teología de la Iglesia y de la comunidad, nos permitimos continuar nuestro estudio de la
eclesiología y situar aquí la presentación del ministerio y de su problemática para cumplir con
nuestro objetivo de presentar la eclesiología a partir de la Lumen Gentium.
Hay que señalar, ya desde el comienzo, que nos enfrentamos ahora a un tema
complicado; primero porque hay multitud de aspectos y de preguntas (de las cuales no
podremos tratar todas), segundo, porque las opiniones y los resultados de los trabajos exegéticos
e históricos no son unánimes, lo cual indica que hay que seguir profundizando y tercero, porque
es un tema “experiencial” en el que se juega mucho y, por ello, hay muchos intereses diversos.
Demasiadas veces se “retroproyectan” opiniones, desarrollos e ideas posteriores a los datos del
Nuevo Testamento.
11
KÜNG, H., La Iglesia, 158.
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La Escritura ofrece datos sobre cuál fue la estructura de las primeras comunidades
cristianas.
Algo que está claro es que Jesús había llamado a su seguimiento. Al principio esta
llamada había estado dirigida a individuos concretos, a los que se les pedía la renuncia a la
propiedad, al oficio ejercido hasta entonces, el desligamiento de la familia... Este seguimiento
llevó a los discípulos a estar con él, no estaban con Jesús para llegar a ser maestros. La llamada
de Jesús es para que los discípulos participen de la tarea que él tenía encomendada, pudiéndose
ver este movimiento en la línea de los movimientos profético-carismáticos del AT. “Los
seguidores de Jesús estaban unidos con él en el servicio y en el destino escatológico”12.
En el grupo de los seguidores se pueden ver una serie de grupos muy diversos: nos
vamos a encontrar pronto con la existencia de unos ministerios.
Tenemos, en primer lugar, el grupo de los doce: son nombrados en los cuatro
evangelios, en Hechos, en Apocalipsis y en 1Cor 15, 5. Es un grupo nacido de la iniciativa de
Jesús y no de una iniciativa espontánea de los discípulos. Se encuentran unidos a la persona y
a la misión de Jesús. Es un grupo con un marcado carácter escatológico. Los doce, más que un
grupo con una función especial o más elevada que el resto de los discípulos, representan la
llamada de Jesús a todo el pueblo de Israel y es un símbolo de la restitución del pueblo de Dios
que se produce en la actuación de Jesús. La elección de los doce ha de ser interpretada en
relación con el envío de Jesús a Israel como un todo. Esto hace que Jesús no constituyera una
estructura de “gobierno” dentro del grupo, como sí ocurrió en otros movimientos (p. ej.
Qumran), que se consideraban como un resto salvado de entre la massa perditionis. Lo nuevo
en el grupo de Jesús no es su organización sino la que está debajo del envío: “Jesús coloca a
este grupo subordinado al servicio”.
Tenemos por otro lado a los apóstoles. La interpretación más tradicional y la que ha
estado vigente en todas las confesiones es la postura que aparece en Lucas. Este evangelista
identifica a los apóstoles con el grupo de los doce. Sólo este evangelista (6,13) afirma que Jesús
llamara a los doce también apóstoles. Lo más seguro es que el concepto de apóstol se
desarrollara después de la Pascua y que el grupo de los apóstoles tuviera su punto de arranque
en la experiencia de la resurrección de Jesús. Pablo destaca mucho este punto (Gal 1, 12; Rom
1,5; 1Cor 15,10 y 9,1). La posición privilegiada de los Doce se sustituyó por el grupo de los
12
KÜNG, H., La Iglesia, 511.
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Apóstoles, grupo que se apoyó en la llamada y el envío por parte del Señor resucitado. A este
grupo perteneció seguro Pedro y hoy en día no se puede dudar de que también pertenecieran
los demás del grupo de los doce (pero también Pablo, Andrónico y Junio -Rom 16,7-, Barnabas
y Santiago). Queda en vigor la idea de que el apóstol es designado por el mismo Cristo (Rom
1,1), que es testigo de la resurrección y que su testimonio y su obra “evangelizadora”
constituyen un fundamento permanente, único e insustituible, sobre el que la Iglesia es
construida (2Cor 11, 4s).
Existen todavía toda una serie de ministerios que están en relación con el Espíritu (más
que con Jesús como los anteriores) y que se encuentran, al menos en apariencia, libres de toda
fijación ritual o institucional. Así nos encontramos con una serie de carismas en las diversas
listas que Pablo nos ha dejado (Rom 12, 6-9: profecía, ministerio, enseñanza...; 1Cor 12,8; Ef
4, 11). No hay, en principio, una jerarquía entre estos dones del Espíritu, aunque se subraya que
el más importante es el de la caridad.
Aparecen además otros ministerios que no han sido instituidos por Jesús y que no
aparecen en primer plano como dones del Espíritu sino que son instituidos por la comunidad
eclesial. Así nos encontramos con el grupo de los “siete” (Hch 6, 1-6): Lucas cuenta cómo son
los doce los que establecen este grupo para el servicio de las mesas y para el servicio de la
Palabra. Participan, por ello, de la misión de los apóstoles -y la tradición ha visto aquí el origen
del diaconado-. En este grupo nos encontramos con tres elementos importantes: la presencia de
los dones del Espíritu, la elección por parte de la comunidad y la imposición de las manos. En
Hech 13, 1-313 nos encontramos con la elección, por obra del Espíritu, de Bernabé y Pablo y
son numerosas las personas (incluidas mujeres) que en las cartas desempeñan algún tipo de
ministerio. Por último podemos ver 2 Tim 2,2 donde se sugiere una especie de sucesión en la
persona de Timoteo14.
Al final de la época apostólica aparece en Jerusalén el ministerio de los presbíteros y
de los epíscopos. La distinción entre ambos ministerios no es clara y en la mayoría de los casos
son términos cuasi sinónimos. Su aparición se debió a la necesidad de mantener la conexión
con los orígenes, con Jesús, una vez que los testigos directos de él iban muriendo. Por ello se
va a acentuar el tema de la guarda del “depósito” (1 Tim 6,20).
13
“Había en la Iglesia fundada en Antioquía profetas y maestros, Bernabé, Simeón llamado Níger, Lucio el cirenense,
Manahén, hermano de leche del tretarca Herodes, y Saulo. Mientras estaban celebrando el culto del Señor y ayunando, dijo el
Espírtiu Santo: ‘Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado’. Entonces, después de haber ayunado
y orado, les impusieron las manos y les enviaron.”
14
“... y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir
a otros.”
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Por tanto, nos encontramos con que en la primera comunidad, tal y como aparece en
los escritos neotestamentarios, existen carismas y ministerios. Debido a que este par va a dar
lugar posteriormente a la discusión sobre qué estructura es la propia de la Iglesia (ministerial o
carismática) y a que se prestan a dificultades vamos a intentar aclarar qué se entiende por ellos.
Carisma: “serían la gracia, en primer lugar, y en segundo lugar las capacidades que
con ella se dan y su colación efectiva principalmente para el bien de la comunidad creyente; de
manera muy particular designan los dones del ES. En Pablo significa el efecto de la gracia, en
la persona y en la comunidad, tanto como su carácter de don (en Rom 6 veces y 7 en 1 Cor). En
las cartas pastorales se refiere al ministerio (de gracia) otorgado.
Si bien los carismas fueron muy importantes en la Iglesia primitiva y también lo son
de cara a la explicación del ministerio ordenado, pronto despertaron desconfianza, ya que se
veían como excepciones del período fundacional de la Iglesia. Además muy pronto surgieron
grupos que reclamaban para sí unos carismas especiales y que, al ser grupos de exaltados, fueron
combatidos (montanistas, los anabaptistas...) A tener en cuenta: los carismas fueron combatidos
en la medida en que querían estructurar la Iglesia (como en los grupos anteriores), pero no
cuando se entendían que eran un enriquecimiento de la misma y se dejaban encajar en la
estructura eclesial: esto es lo que pasaba con los diferentes carismas de la vida religiosa... Por
ello, los carismas no han constituido un tema de la teología dogmática y sí de la teología práctica
o espiritual.
Las autoridades eclesiásticas siempre han subrayado la línea trazada por Pablo en 1Cor
12-14, donde se insiste en el recto ordenamiento de los carismas para la edificación de la Iglesia;
con ello se rechazaba cualquier desorden, aun cuando eso supusiera la exclusión de algún
carisma. Con la idea de la inhabitación del Espíritu, los carismas vuelven a ocupar un lugar en
la reflexión dogmática (tanto León XIII como, sobre todo Pío XII en 1943 con la encíclica
Mystici Corporis).
La LG intenta conectar carismas individuales y comunitarios en 10-12.
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produce la misión: en vida de Jesús, sus discípulos reciben el encargo de anunciar con palabras
y signos visibles la llegada inminente del reino de Dios; los discípulos pospascuales, en cambio,
atestiguan la llegada del Reino ya producida en el acontecimiento de Jesús.
La Iglesia tiene una constitución jerárquica. Esto es algo que aparece claramente en la
tradición y en la enseñanza autoritativa de la Iglesia.¿De qué estamos hablando? ¿Qué significa
que la Iglesia tiene una estructura jerárquica?
En plan sintético, esto significa que en la Iglesia existe “autoridad” (potestas sacra
dice la LG). Rápidamente habría que decir que el que la iglesia tenga una estructura jerárquica
no significa que en ella exista autoridad (para eliminar de una vez la comprensión errónea que
se puede concluir de ello).
Sintéticamente: Que en la Iglesia existe una autoridad, un ministerio eclesial no es más
que decir que la función de Cristo como aquél que se encuentra, de alguna forma, fuera y
enfrente de la comunidad, como su cabeza... sigue realizándose sacramentalmente en la Iglesia.
Gráficamente, decir que la Iglesia tiene una estructura jerárquica no es esto.
Papa
Obispos,
clero,
religiosos/a
Fieles
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Decir que la Iglesia tiene una estructura jerárquica es más bien lo siguiente.
Jesucristo Comunidad
La tesis común católica es que “el ministerio eclesial mantiene viva en la Iglesia y para
la Iglesia la palabra y la acción de Jesucristo y preside así como representante de Cristo, también
a los otros fieles y sus carismas pneumáticos”15.
¿Qué significa que el ministro “representa” a Cristo?: sencillamente que el ministro
continúa y actualiza de forma sacramental la relación que Cristo tenía con su Iglesia. Cristo es
el enviado del Padre a cumplir una misión; la Iglesia convocada por él no es Cristo y éste
siempre tendrá frente a ella una posición de autoridad, de esposo, de cabeza. En este sentido
Cristo se encuentra por encima de la Iglesia y enfrente de ella. De la misma manera, el
ministerio actualiza que el centro de la Iglesia no se encuentra en ella misma sino en Cristo, en
15
GRESHAKE, G., Ser sacerdote, 70.
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su palabra y en su acción salvífica. Para que ello sea así, se necesita de un sacramento, de una
estructura en la que la comunidad contemple y haga suya esta tensión que siempre existirá entre
Cristo y la Iglesia.
GRADU TANTUM
Queremos ahora unir el ministerio sacerdotal con el sacerdocio común de todos los
fieles. Partamos de que usamos la misma palabra muchas veces para dos cosas distintas. Por un
lado, el sacerdocio común es algo que todos compartimos. Todos participamos del culto
auténtico “en espíritu y verdad”, la proexistencia de Jesús y el acceso directo a Dios. Por otro
lado, tenemos el sacerdocio ministerial. Es el ministerio que sacramentalmente actúa en
representación de Cristo y de la Iglesia y que intenta asegurar la continuación de la misión y
del envío de Cristo y de su Iglesia.
Los datos exegéticos son siempre interpretados de diversa manera: mientras que la
teología católica subraya que los apóstoles recibieron un mandato especial de Jesús, por lo que
tienen un origen propio, y, por ende, no derivan de la comunidad y que los apóstoles encargaron
a unos cuantos la continuidad de su misión, los reformados creen que, a la muerte de los
apóstoles, la misión de estos pasó al pueblo de Dios en su conjunto, de tal forma que o bien
16
ID., 90.
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todos los bautizados son ahora ministros o bien la Iglesia crea unos ministerios específicos. El
ministerio postapostólico no se enraizaría entonces en Cristo sino que sería exclusivamente una
función delegada de la comunidad eclesial.
La pregunta que permanece es si tiene alguna relación el sacerdocio común con el
sacerdocio ministerial. Si el texto del Vaticano II hubiera sido “essentia et non gradu”, la
solución sería fácil: sacerdocio común y ministerial son dos cosas distintas, por lo que su
relación no es intrínseca. El problema es que el texto dice: “essentia et non gradu tantum”, por
lo que parece que, junto a una diferencia en cuanto a la esencia, obliga a establecer una relación
en cuanto al grado. Eso ¿qué significa?
El sacerdocio común no excluye el sacerdocio ministerial. El sacerdocio general no
significa que cada individuo sea su propio sacerdote: la idea del sacerdocio común es aplicable
fundamentalmente a todo el pueblo, que participa así y queda implicado en la proexistencia
sacerdotal de Jesús (o sea, en la entrega que Jesús hace de su propia vida, que es el culto
auténtico a Dios). el carácter sacerdotal de todo el pueblo de Dios no excluye que el sacerdocio
aparezca diferenciado sacramentalmente en su esencia más íntima y en su realización vital (o
sea, no excluye el que algunos miembros de la Iglesia sean instituidos por Cristo para un
servicio determinado, en concreto para que le “representen” de cara a la comunidad). Cristo, de
hecho, transmite su palabra y los dones de su Espíritu de modo sacramental, o sea a través de
signos asumidos y potenciados por él, que remiten a su persona y la representan de forma eficaz.
Uno de estos signos mediadores, aun cuando no sea el único, es el ministerio apostólico.
El sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común, como está al servicio
de toda la Iglesia. No hay concurrencia. La meta es que todos los cristianos vivamos el
sacerdocio común y, en este sentido, mientras que el sacerdocio común no es un servicio
intraeclesial, el sacerocio ministerial sí es un SERVICIO. Todos los cristianos tendríamos que
estar agradecidos por ese signo sacramental eficaz... El sacerdocio ministerial, o mejor, los
ministros han de saberse y ser servidores. Será bien ejercido, en el fondo, en la medida en que
hagan que todos los cristianos vivamos nuestros ser pueblo sacerdotal como hemos dicho (¡ojo!,
el ministerio es ciertamente también un poder, con lo que el ministerio sacerdotal debería tener
cuidado con el poder).
Se puede decir que esa expresión del Vaticano II (essentia et non gradu tantum)
significa algo así como que no se puede establecer la diferencia entre ambos “sacerdocios” con
las categorías del más y del menos. No es que unos tengan unas potestades y otros no. La
diferencia es de otra índole, es una diferencia esencial que “reside [...] en el plano del signo,
eficaz y significativo. El sacerdote, al frente de la comunidad, es el signo eficaz de que Cristo
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es Señor de su Iglesia y está presente con sus dones de salvación”17. Quizá lo que habría que
hacer sería utilizar palabras distintas para realidades distintas y establecer, por tanto, bien clara
la diferencia entre lo que es el ser de todo el pueblo de Dios y un ministerio concreto de cara a
ese pueblo.
En la más reciente bibliografía sobre teología y espiritualidad laical, los caminos no son nítidos.
En cualquier caso, debemos hacernos esta pregunta más global y comprometida: ¿estamos ante
el redescubrimiento de los laicos, y con ello de su espiritualidad, o ante el redescubrimiento de
la Iglesia misma y su relación con la sociedad?
Tres parecen ser las líneas básicas o troncales por donde discurre la teología y espiritualidad del
laicado:
– ser laico no es otra cosa que ser cristiano sin más;– la secularidad o laicidad (índole secular)
como nota específica de toda Iglesia, y de los laicos en particular;– reforzamiento del binomio
comunidad-ministerios como alternativa al binomio clérigos-laicos.Ampliamos dichas líneas para
entender el alcance de lo afirmado.
No se debe pensar y actuar como si hubiera que “añadir algo” al ser cristiano, como por ejemplo
el estar en el mundo o el ejercer algún ministerio.
Sobre todo, en esta época postcristiana, hay que mostrar la originalidad del ser cristiano, que no
es algo que pueda sin más darse por supuesto.
En realidad, la figura y el problema del laico han surgido de una serie de circunstancias históricas
que han privilegiado el ministerio sacerdotal, y el carisma religioso, relegando a los laicos. Con
ello surgió, de rebote, una distancia entre el simple bautizado, los consagrados, y la jerarquía
17
GRESHAKE, G., Ser sacerdote, 83.
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Para evitar reduccionismos de la época anterior se destaca el valor eclesial de esa actividad
mundana así como la presencia de la gracia y de la dimensión salvífica de las actividades
realizadas por los laicos en orden a la santificación.Con su obrar en el mundo, el laico, es signo
de comunión eclesial, participa de la única y misma misión eclesial.
Sin duda, y con mucho, este tema de la secularidad laical es el que más literatura teológica ha
producido. Las posturas van desde una defensa decidida y una exaltación de lo secular, como
identidad ontológica y teológica propia del laico (P. Rodríguez, J.L. Illanes, G. Lo Castro, L.
Moreira Neves), hasta la defensa de una mitigación o equilibrio de esta índole secular propia del
laico al relacionarlo con la secularidad de toda la Iglesia en el marco de la relación Iglesia-mundo
(R. Blázquez, W. Kasper, G. Reigner, B. Forte, E. Bueno).
En cualquier caso, cuando se habla de la laicidad (secularidad) como rasgo de toda la Iglesia se
quiere decir con ello que sería un lamentable reduccionismo atribuir la referencia al mundo a un
solo sector de miembros de la iglesia, es decir, a los laicos. Si bien la laicidad marcaría “al fiel
laico” lo peculiar de su vocación y misión.En realidad también los que han recibido la imposición
de manos tienen una dimensión secular. Igualmente las vocaciones de especial consagración.
Teológicamente la laicidad de toda la Iglesia se comprende desde el significado de la relación
iglesia-mundo, y desde el sacerdocio común, el profetismo y la dimensión regia; todo bautizado
es miembro de una iglesia que ha de servir al mundo para hacer presente la voluntad salvífica
de Dios y su reino, aunque efectivamente cada bautizado ejerce o desarrolla esa laicidad de
modo propio y peculiar, por lo que hay diversidad de ministerios y de funciones y, en cierta
medida, de “presencia y situación” en el mundo, en la historia y en la sociedad.
La cuestión está por tanto en resaltar lo específico de la secularidad de los laicos (“su índole
secular”), pero no en hacer de la misma algo “solo y exclusivo” de ellos.
Esta categoría de laicidad (secularidad), como ha señalado B. Forte, ha sufrido diversas etapas
históricas: desde un rechazo de la misma (eclesiocentrismo donde se exasperaba la dimensión
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Se puede afirmar que la categoría de laicidad (secularidad) ha servido como categoría “puente”
para despertar y redescubrir la vocación y misión propias del laico. Pero dicho redescubrimiento
de la secularidad o laicidad como dimensión de toda la iglesia, unido al redescubrimiento de la
eclesialidad total, exigen la superación en el seno de la iglesia de todo clasismo y la no reducción
a parcelas o cotos. Se concluye que el laico sólo puede ser definido en referencia a una
constelación histórica determinada en la relación iglesia-comunidad temporal, recuperándose el
marco eclesiológico y la proyección evangelizadora-transformadora de la realidad. Desde aquí
su espiritualidad profunda.
El mismo Y. Congar es el que ha favorecido esta postura que trata de superar el binomio clásico
clérigo/laico, como intento de desarrollar los presupuestos conciliares y de recoger las
conclusiones más sobresalientes de los estudios neotestamentarios y de los diálogos
ecuménicos. La comunidad cristiana posee una dimensión tanto pneumatológica como
cristológica: es receptora de pluralidad de carismas para atender a los diversos servicios y
necesidades que experimenta en su dimensión evangelizadora y en sus actividades internas. Si
el ministerio apostólico enlaza con el ministerio histórico de Jesucristo, ello no debe ir en perjuicio
de los otros carismas que existen en la comunidad.
Por ello la comunidad cristiana debe tener la creatividad suficiente para estructurarse conforme
a estos criterios. El ministerio ordenado garantiza la continuidad apostólica y sirve a la unidad de
los diversos carismas, pero no debe ser ejercido como opresión o anulación del resto de los
carismas existentes en la comunidad. De aquí se deduce la promoción de los ministerios laicales.
5 E L REINO Y LA I GLESIA
5.1 I NTRODUCCIÓN
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Digo “de hecho”, porque, en principio, Cristo ya es Señor de toda la creación. Con la
resurrección el Padre justificó la obra de su Hijo, y constituyó a Jesús como aquél ante el que
toda realidad y criatura tiene que doblar la rodilla, según expresión de san Pablo. Sin embargo,
es evidente que esta relación de Señorío que tiene Cristo con toda la creación no se ha
manifestado totalmente, o no ha llegado a constituirse con todas sus consecuencias.
La consumación de la Iglesia se producirá, como dice el Vaticano II, con los cielos
nuevos y la tierra nueva (LG 48). Existe una tensión entre la ciudad presente y la ciudad futura
(LG 50), tensión que nos impele a trabajar, a esforzarnos y a esperar el Reino (LG 50). Pues
bien, a esa realidad que es el nuevo orden que se establecerá definitivamente cuando Cristo sea
Señor de todo y de todos, cuando la paternidad divina y la hermandad entre los hombres sea
una realidad... a todo eso lo llamamos el Reino.
La famosa frase de Loisy: “Jesús vino a predicar el reino y lo que apareció fue la
Iglesia” nos puede ayudar a situar el tema: ¿cuál es la relación entre ambas realidades?
En este tema, de hecho, se enfrentan, y habrá que combinar, tres realidades: Iglesia,
mundo y Soberanía de Dios. El mundo es el lugar donde se produce la acción de Dios y también
la acción de la Iglesia -de la comunidad creyente-. La Iglesia es aquella “congregación de
creyentes en Cristo” que continúa la misión de Jesucristo aquí en el mundo. La “Soberanía de
Dios” es el concepto que tomamos como sinónimo de Reino de Dios: la soberanía de Dios tiene
por sujeto a Dios mismo. Es él el que es y habrá de ser soberano total. A que Dios sea soberano
aquí en el mundo apuntó tanto la acción de Jesús, como apunta la acción de la Iglesia, como
apuntan las acciones diversas de todos los hombres que se son movidos por el espíritu de Dios.
Reino de Dios e Iglesia se articulan a partir del concepto de “sacramento”. Con ello
hay que tener en cuenta que se ha relacionado a la Iglesia fundamentalmente con el Padre, en
cuanto que se presenta a la Iglesia desde la perspectiva escatológica. Como dice M. Kehl “la
Iglesia entiende su propia realidad a la luz del último fin de la creación donde se cumple
definitivamente la voluntad salvífica universal del Padre y Creador del mundo”18. Esa plenitud
de la creación que se entiende como reunión de todos los justos en una Iglesia universal en la
casa del Padre es la plenitud del Reino de Dios (LG2) y la Iglesia habrá alcanzado la meta
cuando todos los hombres se encuentren reunidos en la casa del Padre y en esta historia la
18
KEHL, M., La Iglesia, 80-81.
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misión de la Iglesia, lo que le da el ser es el contribuir con todas sus fuerzas a que esto se
produzca. Por eso la Iglesia fue definida y “es en Cristo como un sacramento, o sea, signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”19.
5.3 S ÍNTESIS
No hay una identificación perfecta entre Reino de Dios y la Iglesia. El Reino de Dios
está todavía por venir, no se ha consumado. El Reino de Dios implica que Dios reine, y que
reine de hecho y no solo como una idea. El mundo está llamado a ser Reino de Dios, o sea, a
ser todo él el lugar del señorío y del reinado de Dios cuando éste, en un acto definitivo,
establezca las coordenadas de paternidad y de fraternidad como las constitutivas.
Este reino no es la Iglesia en cuanto que ese Reino de Dios supone la exclusión de toda
estructura opresora, supone la realización en la práctica de la reconciliación universal de todos
los hombres entre sí y con Dios. La Iglesia, por su condición humana, y por lo tanto, pecadora,
condición que mantendrá hasta el final de los tiempos va camino también, junto con todas las
personas de buena voluntad, hacia el cumplimiento de la promesa realizada por Dios.
Además no podemos pensar que todo el mundo esté llamado, de hecho, a convertirse
en Iglesia. La Iglesia no es más que la servidora del Reino de Dios y también debería ser el
signo de que ese Reino ya ha comenzado a hacerse presente en la tierra.
La diferencia entre Reino de Dios e Iglesia aparece ya en los últimos documentos
eclesiales (LG 11; Evangelii Nuntiandi; Redemptoris Missio). En este último documento se nos
proponen cuatro líneas por las que la Iglesia es servidora del Reino:
a) como anunciadora de la llegada del Reino y de la necesidad de conversión.
b) con la fundación de nuevas Iglesias locales.
c) con el empeño de difundir a lo largo del mundo los valores del evangelio.
d) con la oración empeñada en conseguir que Dios instaure definitivamente el Reino
dentro del mundo (Redemptoris Missio 9).
Esta separación entre la Iglesia y el Reino de Dios responde también a lo que aparece
en el NT. En él no hay identidad entre Iglesia y Reino de Dios y tampoco hay identidad entre
los miembros de uno y otro (“no basta decir Señor...”. Mt 7,21-23).
No hay una separación absoluta entre Reino de Dios e Iglesia. El Reino de Dios y la
Iglesia se encuentran vinculados en la medida en que existe una continuidad entre Jesús y la
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LG 1; también LG 9.
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DECA Infantil y Primaria Módulo 3: La Iglesia, los Sacramentos y la Moral Eclesiología
Iglesia, entre la misión de aquél y la misión de ésta. Esta continuidad se hace patente cuando
Jesús mismo envía a sus discípulos a predicar el Reino, a anunciarlo. Por eso, a los miembros
de la Iglesia se les pide vivir de acuerdo con las exigencias del Reino. Todos los encargos y
prerrogativas que recibe la Iglesia son recibidos en función del Reino: desde Pedro, que recibe
las llaves del Reino, hasta el poder de bautizar, que se hace en función de la conversión al Reino.
Es evidente, por tanto, que la Iglesia está al servicio del Reino de Dios y por ello, no
es posible una Iglesia eclesiocéntrica, sino que debe ser “reinocéntrica”. Sin embargo, si el
Reino es obra del poder del Padre, el servicio de la Iglesia tampoco puede ser el de quien
reclama todo el protagonismo. El Reino tiene al Señor por protagonista. Es El quien lo da, es
El quien lo construye. Como dice Juan Pablo II en Redemptoris Missio: la Iglesia puede
colaborar con su acción y con su oración a la construcción del Reino, pero debemos saber que
nosotros no construimos el Reino, el Reino es un don.
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