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LA PROSTITUCIÓN
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BEATRIZ GIMENO
LA PROSTITUCIÓN
Aportaciones para un debate abierto
edicions bellaterra
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ISBN: 978-84-7290-566-5
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FEDERICA MONTSENY
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Índice
Introducción, 13
1. Aproximación al debate, 31
¿Qué clase de debate tenemos?, 31 • El debate feminista, 45 • Rom-
piendo el binarismo: posiciones híbridas, 62 • La justificación ideoló-
gica de la prostitución, 69
5. El estigma, 185
Genealogía del estigma, 187 • La pobreza como estigma, 191 • La
funcionalidad del estigma: una interpretación alternativa, 193
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Bibliografía, 289
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Introducción
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1. Rosa Cobo hace un análisis muy interesante de este proceso y de sus consecuen-
cias para el feminismo en Hacia una nueva política sexual: las mujeres ante la reac-
ción patriarcal, Catarata, Madrid, 2011.
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8. «Doble vínculo» es un concepto que usa Radin (1996) para describir una situa-
ción en la que hay varias opciones y todas son malas. El concepto lo toma de Fraser
(1997) para explicar que en el feminismo nos encontramos muchas veces en esa si-
tuación de doble vínculo.
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que tienen que ver con las mujeres, y en el que todas las opciones pa-
recen malas. Pero este dilema se da en otros muchos aspectos de la
política. Es el dilema entre priorizar las políticas afirmativas o las po-
líticas de transformación; entre dar derechos en el corto plazo para
atajar situaciones injustas, derechos que pueden resultar a la larga
perjudiciales o ralentizar la transformación social y luchar por trans-
formar radicalmente y desde el principio un sistema basado en la
desigualdad de género, lo cual ni parece rápido ni tiene el éxito ga-
rantizado. Y tener que elegir. Pero, como digo, esta elección, esta dis-
cusión, la abordamos en muchas otras discusiones políticas sin este
desgarro. La virulencia que se suele producir aquí demuestra que no
estamos debatiendo únicamente la conveniencia o no de aprobar le-
yes u ordenanzas relacionadas con la prostitución, sino que hay algo
más en juego; algo que nos toca las vísceras a las feministas, algo que
permanece más o menos oculto pero que está presente siempre que ha-
blamos de prostitución; y demuestra también que hay muchos intere-
ses en juego. Creo que una de las razones por las que no es posible
avanzar es porque no se sacan a la luz cuestiones de fondo a las que
tendríamos que enfrentarnos al abordar este tema; cuestiones relacio-
nadas con la sexualidad, con la clase y la raza, pero también con la
manera en que nos construimos hombres y mujeres, con estructuras
de dominación que tienen que ver con el género y la heteronormati-
vidad, por ejemplo, estructuras que asumen y aceptan muchas de las
feministas implicadas en este debate. En ese sentido podríamos decir
que en el debate de la prostitución no es fácil poner todas las cartas
sobre la mesa.
Por eso, mi acercamiento a la prostitución es a partir del debate
que feministas antiprostitución y proprostitución mantienen dentro
del feminismo.9 Pretendo hacer un análisis del debate en sí mismo, del
tipo de debate que tenemos porque, como he mencionado, estoy con-
vencida de que el debate es parte del problema, cuando debería ser
parte de la solución. Así, mi acercamiento a la prostitución comienza
con el debate como objeto de estudio y, a partir de ahí, analizo algu-
nos de los principales argumentos que se defienden en cada uno de
los sectores enfrentados.
9. No analizo otras posiciones relativas a la cuestión pero que se hacen desde fuera
del feminismo, desde posiciones religiosas, por ejemplo.
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10. Alicia Puleo hace un lúcido análisis del papel de la transgresión en el mundo
posmoderno en su libro Ecofeminismo. Para otro mundo posible, Cátedra, Valencia,
2011.
11. La expresión es de Donna Haraway.
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1.
Aproximación al debate
Una de las tesis de este libro es que uno de los problemas del acerca-
miento feminista a la prostitución es el debate en sí mismo, el no-de-
bate en realidad. Desde que el feminismo, en los setenta, se dividió en
dos mitades respecto a este asunto, la brecha entre ambas posiciones
no ha hecho sino ensancharse y polarizarse sin que quepa la posibili-
dad de adoptar posiciones matizadas que no se identifiquen absoluta-
mente ni con un polo ni con el otro. Llevamos casi cincuenta años o
más discutiendo lo mismo en el seno del feminismo sin movernos ni
un ápice. ¿Tiene eso importancia? Al fin y al cabo, ya no hablamos de
feminismo sino de «feminismos». Además, no son pocos los conflic-
tos en los que no hay posibilidad de acuerdo entre las partes implica-
das y no necesariamente es bueno empeñarnos en buscar una solu-
ción. Comparto, por supuesto, la idea de que no es posible debatir
todo con todo el mundo y que hay posiciones ideológicamente inasu-
mibles desde el feminismo, como, por ejemplo, y en el caso de la
prostitución, la de los llamados empresarios del sexo1 o las opiniones
basadas en consideraciones religiosas. No es posible un debate cuan-
do se está en desacuerdo en todo, ni es necesario. Sin embargo, en el
debate que se da entre feministas anti y proprostitución, al menos en-
tre algunas de nosotras, podríamos reconocer que tenemos un punto
de partida común (o de llegada, según se mire) que sería la convic-
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2. En este caso en concreto hay que tener en cuenta que muchas asociaciones y per-
sonas han hecho de su postura en contra o a favor de la prostitución su medio de vida.
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No tengo nada contra eso y pertenezco a varias asociaciones que reciben subvencio-
nes y contratan personal, que son pequeñas empresas, únicamente recalco que cuando
debaten personas de organizaciones enfrentadas es más difícil acordar nada porque el
enfrentamiento es parte de su identidad como grupo, quizá como personas y, en mu-
chos casos, del enfrentamiento dependen algunos sueldos. Si desapareciera el enfren-
tamiento muchas de estas organizaciones no tendrían sentido. En la nota 13 relato una
experiencia personal a este respecto.
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3. Esta proposición es, de partida, falsa e invalida todo lo demás. En lo que al femi-
nismo se refiere, no hay una proposición fundamental en cuanto a lo que significa
«vender sexo» en abstracto, sino en lo que significa que las mujeres vendan sexo a los
hombres. Pero ese será un argumento que desarrollaremos más adelante.
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4. En marzo de 2011 acudí a dar una charla junto a varias personas de Hetaira, or-
ganización defensora de los derechos de las mujeres que ejercen la prostitución. Mi
postura conciliadora y en la que asumía varias de sus tesis proprostitución las des-
concertó tanto que cambiaron de posición varias veces sólo para ponerse en contra de
mí, aunque supongo que no lo hicieron de manera consciente. Terminaron diciendo
que yo mantenía una posición esquizofrénica. La posibilidad de aceptar argumentos
de los dos lados les parecía imposible, la consideración de tal postura como «esqui-
zofrénica» demuestra que no pueden concebir la cuestión sino conformada por dos
realidades paralelas sin punto posible de encuentro. La hostilidad hacia mí era evi-
dente aun cuando yo debía ser considerada una oponente más amigable que otras an-
tiprostitución mucho más dogmáticas. La civilidad les molestó, lo nuevo les creaba
desconfianza. Pero si me hubiera tenido que enfrentar a un grupo antiprostitución hu-
biera ocurrido, seguramente, lo mismo.
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5. Esto ocurre en Australia, por ejemplo, donde algunas provincias son regulacio-
nistas y otras prohibicionistas, pero sucede también en España y en muchos otros paí-
ses europeos.
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Y, sin embargo, para que la cuestión tenga un final, tiene que ga-
narse el debate social. Tiene que ocurrir que la sociedad acepte como
éticamente mejor un determinado punto de vista sobre otro, de lo con-
trario seguiremos sin movernos del sitio. Sólo con cierta unanimidad
moral un debate social puede darse por concluido. En el debate sobre
la prostitución estamos muy lejos de llegar a esa situación.
El debate feminista
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7. Como dice Emma Goldman, al no existir sitio alguno donde la mujer sea tratada
de acuerdo con su capacidad y sus méritos, y no su sexo, es casi inevitable que deba
pagar con sexo su derecho a existir o mantener una posición. Si bien esto no es cierto
ya, afortunadamente, para muchas mujeres lo sigue siendo para una gran parte de
ellas.
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que estén satisfechas con lo que hacen en el otro. Y aún más, si el es-
tudio está subvencionado por una institución, esa institución paga en
realidad para que el trabajo apoye sus tesis y no al revés. El ideal de
una ciencia verificable es encontrar una realidad que esté más allá de
las diferencias de interpretación, pero esto se ha demostrado muy di-
fícil entre quienes sostienen diferentes puntos de vista acerca de la
prostitución.
Lo cierto es que no debemos buscar estudios puramente objeti-
vos sobre la prostitución, porque, en las actuales circunstancias, no
vamos a encontrarlos y porque seguramente no puede haberlos. Lo
que un estudio verdaderamente objetivo mostraría es la enorme va-
riabilidad y complejidad del tema, y la manera en que cada caso hace
referencia a una situación vital diferente. Tratar de ganar el debate
apoyándose en argumentos «objetivos» es inútil. Además, en este
caso, la objetividad no contentaría a nadie. Tanto si queremos ganar
socialmente el debate, como si queremos aprobar determinada legis-
lación, las feministas deberíamos reconocer que estamos ante un
asunto ideológico muy complejo que afecta a mujeres particulares
por un lado, con circunstancias vitales muy diferentes, pero que afec-
ta también a la sociedad en su conjunto por el otro, en cuanto que la
prostitución tiene que ver con las estructuras patriarcales en las que
todas (y todos) vivimos. Si no defendemos claramente que se trata de
un asunto ideológico y de principios que no tiene que ver con las ci-
fras estaremos dejando el terreno abierto para que gobiernos e insti-
tuciones tomen sus decisiones apoyándose en las cifras que más les
convengan. Bolloughs (1987, p. 1) afirma muy claramente que no de-
bemos magnificar la importancia de los estudios ni de las cifras por-
que las modificaciones legales al régimen de la prostitución se van a
hacer siempre teniendo en cuenta las presiones políticas y no la reali-
dad, sea esta cual sea finalmente. Dejemos pues de utilizar las cifras
como argumento de peso en este debate.
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12. Las críticas al feminismo institucional (yo prefiero llamarlo tradicional, porque
no todo el feminismo tradicional es institucional, aunque sí todo el institucional es tra-
dicional) surgen con la emergencia del feminismo lesbiano, trans, poscolonial etc.
Critican el feminismo tradicional por universalizar la situación específica de opresión
que padecen las mujeres blancas, heterosexuales y de clase media, invisibilizando
cualquier eje de subordinación distinto al sexo.
13. En este sentido es muy interesante el libro de Paloma Uría, Pineda y Oliván Po-
lémicas feministas, Revolución, Madrid, 1985, en el que se refleja claramente el mo-
mento y el motivo de esa ruptura.
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15. El Manifiesto Político por la Abolición de la Prostitución de enero del 2003 lle-
va ese título.
16. Plataforma Estatal de Organizaciones de Mujeres por la Abolición de la Prosti-
tución, 2004: <www.aboliciondelaprostitucion.org/documentos_diversos.htm>.
17. Hay un informe de la Guardia Civil que dice eso mismo: Tráfico de seres huma-
nos con fines de explotación sexual, Unidad Técnica de Policía Judicial - EMUME
Central, 2001, p. 3.
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18. Así lo hizo IU después de ser proprostitución durante bastante tiempo, pero en cam-
bio ICV sigue abogando por algún tipo de regulación y Monserrat Tura, del PSC, anti-
gua consejera de Interior, es prorregulación a pesar de que su partido parece no serlo.
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19. Una parte de la derecha, todavía pequeña pero que será mucho más grande en
poco tiempo, ha asumido sin complejos posturas claramente prorregulación (lo cual
sería consecuente con su ser liberal). Esperanza Aguirre, por ejemplo, se ha manifes-
tado claramente a favor de una regulación (El Mundo, 1 de octubre de 2010). Y en ge-
neral los alcaldes del PP son mayoritariamente regulacionistas.
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20. Véase «No es nuevo… y además se mueve. Una crónica de las Jornadas Femi-
nistas de Granada», de Laura Jodra Barquero en Viento Sur, 108, febrero de 2010. Re-
sumiendo las Jornadas Feministas celebradas en Granada, la autora recoge que las
asistentes se reconocieron proprostitución. Están a favor de la regulación de la prosti-
tución pero, curiosamente, cuando se trata de juzgar otras leyes feministas, como la de
igualdad o la ley contra la violencia de género, las critican duramente con el argu-
mento de que no van a la raíz del patriarcado. Sin embargo, cundo se trata de prosti-
tución, entonces ya no hay que ir a la raíz del patriarcado. Es decir, este sector lo po-
litiza todo pero algo les impide politizar la prostitución. Creo que ese algo es que la
posmodernidad, como dice Giddens, en todo lo que tenga que ver con el sexo impone
una suspensión ética y política que, en cambio, sí puede aplicarse a cualquier otra ma-
teria o asunto. Lo veremos más adelante.
21. Como defienden Wendy Chapkis, Camille Paglia, Annie Sprinkle o Pat Califia.
No estoy asumiendo que eso tenga verdaderamente nada que ver con la prostitución,
sino únicamente explicando que este pensamiento ha irrumpido y ha cambiado la ma-
nera de ver la cuestión; en mi opinión, el sector antiprostitución no ha adecuado sus
argumentos al nuevo marco cultural.
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22. El sexo con niños es quizá el único tabú sexual que reconoce esta sociedad. Por
supuesto también el incesto, aunque últimamente he visto artículos, programas de te-
levisión, asociaciones etc., que intentan desdramatizar el incesto entre hermanos
como una opción posible, que si se da entre adultos, no hace daño a nadie y es un ejer-
cicio posible de la libertad.
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23. Walter, N., Muñecas vivientes. El regreso del sexismo, Turner, Madrid, 2010,
p. 14.
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24. En este punto las proprostitución dirán que hay muchos hombres que son pros-
titutos. Su necesidad de incluir a los hombres como prostitutos se hace siempre para
tratar de negar que la prostitución esté determinada por el género. Como explicaré en
el capítulo de la demanda, aun admitiendo que hay hombres que se dedican a la pros-
titución (el número de por sí hace incomparable la situación) no ocupan, ni mucho
menos, el mismo lugar que las mujeres prostitutas.
25. «Orden de género» es una expresión de Connell que voy a usar en lugar de «pa-
triarcado» porque es más útil para poner de manifiesto que la prostitución es conse-
cuencia y causa a la vez de la construcción de dos géneros diferenciados, opuestos, di-
cotómicos. La prostitución sirve para reificar esa construcción.
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es feminista, así que estas estrategias podrían ser compartidas por los
dos grupos del debate. Para Chapkis (ibid., p. 23), insistir en la victi-
mización de las mujeres en la prostitución, como hacen las antipros-
titución, convierte a las prostitutas en objetos, en nada más que pu-
tas, y oculta el hecho de que estas mujeres, igual que cualquier otro
trabajador, negocian, desarrollan estrategias de supervivencia, resis-
tencia y subversión que niegan su designación como objetos pasivos.
Según Chapkis, ni las feministas proprostitución se hacen con la pri-
mera realidad, ni las antiprostitución se hacen con la segunda (ibid.,
p. 20). Además, para Chapkis es cierto que el feminismo antiprosti-
tución sí es antisexual en el sentido de que al renunciar, como ha he-
cho, a cualquier agenda sexual no ha acabado de asumir que el sexo
es un terreno que, aunque marcado por la construcción patriarcal, si-
gue siendo un terreno de lucha y resistencia para las mujeres. El sexo
es un espacio en el que las posiciones de género y poder son siempre
inestables y esa inestabilidad puede usarse para desestabilizar el po-
der masculino.
La perspectiva híbrida que defiende O’Neill (2001, p. 25) bus-
ca incluir el reconocimiento de la complejidad, el reconocimiento de
la agencia, el reconocimiento de las desigualdades estructurales que
van más allá de la agencia personal, el reconocimiento de la domi-
nación, el reconocimiento de la necesidad de mejorar las condiciones
de vida, de verdad, de estas personas, incluso a veces a costa de re-
forzar transitoriamente ciertas desigualdades, el reconocimiento de
las desigualdades de clase y del propio clasismo del feminismo de cla-
se media tradicional. Reconocer, por tanto, las relaciones entre las de-
sigualdades socioeconómicas, sexuales y sociales, y las más amplias
estructuras de poder, control y significación en las que está inserta la
actividad de la prostitución. En ese sentido, O’Connel Davidson
(1998, pp. 61 y ss.) analiza los límites de la experiencia de la libertad
personal de las prostitutas y sostiene que es imprescindible abordar
los análisis de la prostitución desde una crítica a las desigualdades
sistémicas del capitalismo, incluidas las dimensiones económicas, le-
gales, políticas y de género, cosa que es obvio que una gran parte del
feminismo institucional no puede hacer, simplemente porque forma
parte de esa estructura, la mantiene y la defiende; no todo el feminis-
mo tradicional es anticapitalista, ni siquiera la mayor parte. Por eso,
para O’Connell, dadas las desiguales relaciones de poder involucra-
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La estructura invisible
26. El sector antiprostitución es el único que cuestiona la ideología sexual que sub-
yace a la prostitución. Es el sector proprostitución el que pasa por encima sin cuestio-
narlo. Cualquier cuestionamiento implicaría admitir que la prostitución desempeña un
papel fundamental en el mantenimiento de la desigualdad y por tanto resultaría impo-
sible reivindicarse como feminista y defender la institución.
27. La prostitución no tiene nada que ver con la sexualidad femenina, aunque en
muchas ocasiones, desde el lado proprostitución se usa un discurso de liberación se-
xual femenina que se contradice con su propia argumentación, que la considera un tra-
bajo. En general, las propias mujeres que trabajan en prostitución son las primeras in-
teresadas en diferenciar su sexualidad de su trabajo. Lo veremos más adelante, en el
capítulo dedicado a la sexualidad.
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ción, sino la necesidad de la penetración heterosexual (vaginal, anal, oral) ya que di-
cha supuesta necesidad podría canalizarse, por ejemplo, a través de la masturbación o
del coito homosexual. En situaciones de falta de mujeres el coito anal homosexual se
considera aceptable siempre que se sea la parte penetradora del par. La sexualidad
masculina se caracteriza así por configurar cuerpos no penetrables (Javier Sáez).
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[el sexo y la sexualidad tienen que ser vistos] con la misma naturalidad
que nuestras ganas de comer y beber. Y contrariamente a lo que se cree
normalmente, tenemos algo que aprender de la prostitución, que el
sexo se parece a los alimentos en que si no puede ser obtenido de nin-
guna otra manera, siempre se puede comprar. Y los alimentos compra-
dos no son peores que los otros.
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31. No estoy igualando prostitución con violencia, no creo que sean lo mismo, ni
que toda actividad de la prostitución sea violencia, lo veremos más adelante, pero la
ideología que las justifica sí es la misma.
32. Me fue muy útil para entender esta relación la teoría de la estructuración de Gid-
dens, 2001, p. 89, y R. Stones, Structuration Theory, Palgrave Macmillan, Nueva
York, 2005.
33. Violencia simbólica en la definición de Bourdieu, sí lo sería, es decir, es parte de
la estructura de dominación como lo son otras muchas instituciones que no se consi-
deran violencia habitualmente. Pero no creo que se deba equiparar a la violencia de
género, como veremos en el capítulo dedicado a ésta, so pena de no poder perseguir o
castigar aquella prostitución que sí es violencia física.
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34. El tema del uso de la prostitución como refuerzo del yo masculino lo veremos
más adelante, en el capítulo de la demanda y en el del estigma. En cuanto a la necesi-
dad por parte de los hombres de devaluar a las mujeres con las que tienen relaciones
sexuales, aunque también lo veremos luego, es una parte esencial de la construcción
de la sexualidad masculina. Para explicarlo siguen siendo imprescindibles, a pesar del
tiempo transcurrido, los análisis de Benjamin (1988), Chodorow (1978) y Dinnerstein
(1977).
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35. No bastaría con decir que entonces el problema se solucionaría con que las mu-
jeres pudieran recurrir a prostitutos, esa posibilidad no existe en la realidad porque la
desigualdad se produce mucho antes, en «el nivel de las necesidades» y porque esas
necesidades están relacionadas con la desigualdad social, económica y finalmente
también con la construcción de la masculinidad hegemónica, como iremos viendo.
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Las normas sociales predominantes (…) dicen que los hombres no sólo
tienen derecho al amor, a los cuidados y la dedicación de las mujeres,
sino que también tienen el derecho a dar rienda suelta a sus necesida-
des de mujeres así como la libertad para reservarse para sí mismos
(ibid., p. 53).
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Nuevos/viejos enfoques
36. Matthews, por ejemplo, sería considerado antiprostitución pero su libro dedica
un capítulo a desmontar los mitos que se activan y se defienden tanto de un lado como
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del otro. Los mitos (o medias verdades) que él subraya no coinciden exactamente con
los que se dan en el debate español aunque en su mayor parte son los mismos. Él no
menciona el estigma, por ejemplo, pero en cambio menciona el mito de «la puta feliz»
muy utilizado por una parte del sector proprostitución norteamericano.
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2.
¿Es la prostitución un problema moral?
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2. Ya comentaremos más adelante que aunque las mujeres sean usuarias de prosti-
tución, ellas no compran plusvalía de género, ni los prostitutos la venden, y que por
tanto prostitución femenina y prostitución masculina son cosas distintas: una es una
institución que cada vez que se actúa reifica el patriarcado; la otra es una acción indi-
vidual sin consecuencias para el orden de género.
3. Dentro del campo de la ética feminista (y no sólo feminista), en los últimos años
surgen cada vez más cuestiones acerca de la posibilidad de convertir en mercancía los
cuerpos o partes de los mismos con objetivos reproductivos o médicos: sangre, sexo,
órganos, úteros… Es muy esclarecedor el libro de.
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Uno de los problemas que se perciben como más evidentes en este de-
bate es que ambos lados del mismo se siguen refiriendo a la sexuali-
dad sin asumir plenamente en sus respectivas argumentaciones los
cambios que en las últimas décadas han ocurrido en la consideración
social del sexo y que hacen que éste no se piense hoy de un modo ni
remotamente parecido a cómo se pensaba hace apenas cincuenta años.
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6. Las velinas de Berlusconi que se hacen ricas y que son empujadas por sus propios
padres a la cama del gran prostituidor. Prostitutas que cuentan sus experiencias llenas
de glamour en libros, en la televisión… Prostitutas que son entrevistadas en los pro-
gramas de la telebasura y en los que se presentan como modelos de éxito social, tam-
bién en España. Es obvio que una parte del estigma o ha desaparecido o ha cambiado
radicalmente.
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bio: ellos pagan, ellas necesitan el dinero. Esta racionalización está li-
gada a la idea de Marx de que la dominación está localizada en el prin-
cipio del intercambio de mercancías. El valor de cambio se iguala al
valor de uso —lo que es en realidad un intercambio desigual y social-
mente construido—. Así, el intercambio de dinero por sexo llega a ser
aceptable y se da por sentado que es un intercambio igualitario.
Pasi Falk (1995) ha explicado que el principio general de la so-
ciedad de consumo es el modelo hipergenerador, que crea al mismo
tiempo exceso y déficit, exceso de liquidez y escasez, deseo y falta.
Las lógicas del consumo están construidas a partir de imitación/sepa-
ración/distinción (falta) y de un deseo interior autocumplido. En todo
caso, nuestros mundos imaginarios de hoy se nutren de la industria
cultural, y la prostitución, real o imaginaria, ha llegado a ocupar una
importante parcela en la misma. Ahora la prostitución no puede com-
prenderse plenamente sin adentrarse en su relación con la pornogra-
fía o las representaciones sexuales y con asuntos mucho más banales
en apariencia, como la moda o las imágenes publicitarias. La sexuali-
dad produce placer y el placer se fetichiza, aparece casi como el pri-
mer derecho irreductible del ser humano y la promesa del placer en
una sociedad capitalista aparece como una ventaja para cualquier
mercancía puesta en el mercado. Pero la conversión de la sexualidad
en mercancía exitosa no tiene que ver sólo con el capitalismo sino
con la estructura que la produce, el patriarcado, que a su vez esta ins-
titución ayuda a fortalecer en cada una de sus actuaciones. La prosti-
tución es hoy más que nunca una institución de poder porque hoy más
que nunca el poder que la produce y reproduce ha dejado de ser visi-
ble, al tiempo que ha sido sustituido por una serie de discursos que se
presentan como radicales, antisistema, etc., que la han modernizado y
actualizado. No ha sido difícil porque, como explica Giddens (2004,
p. 11), desde los sesenta el sexo habla el lenguaje de la revolución,
enseguida perfectamente domesticado, convertido en elemento de
consumo masivo y usado como argumento principal para modernizar
antiguas instituciones de poder y desigualdad, es presentado como ar-
gumento antinorma para fortalecer la norma, como vimos en Zyzec.
Así, la revolución sexual es una revolución inacabada que,
como todas, ha provocado una reacción para frenar su poder transfor-
mador, el sexo puede hoy transformar pocas cosas. Desde que Fou-
cault advirtiera de que el sexo no está reprimido, sino que es conti-
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8. No sólo en el uso masivo de la prostitución, mayor que el que nunca hasta ahora
ha existido, sino en otras muchas cuestiones es evidente que estamos viviendo una
época de reacción patriarcal contra los avances de las mujeres, como explica muy bien
Rosa Cobo (2011) en su libro. También el libro de Natasha Walter (2010) en otro sen-
tido lo recoge perfectamente, pero en definitiva el auge del feminicidio es también un
síntoma nuevo y brutal de esa reacción patriarcal.
LA PROSTITUCION (3g)3 28/12/11 15:26 Página 98
98 ____________________________________________________ La prostitución
triarcal. Con la prostitución puede llegar a pasar lo mismo. Ya hay, en ese sentido, al-
gunos indicios, como la defensa de la regulación por parte de la extrema derecha.
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13. Muchas feministas suponen que la solución que ha dado la regulación sueca a la
prostitución acaba con este problema. Analizaremos la ley sueca en el capítulo sobre
la regulación.
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14. Habría que señalar, además, que si bien la prostitución es una institución pa-
triarcal que dificulta o que incluso imposibilita la igualdad, hay muchas otras que cum-
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Tratar de fijar una ética sexual nos llevaría todo un libro. O quizá po-
damos decir que todo este libro es un intento de fijar una ética que
abarque también el mundo de las relaciones sexuales entre mujeres
y hombres. Muchas de las que estamos en contra de la prostitución
lo hacemos en nombre de una ética sexual humanizadora y feminis-
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ta que defiende que la vida social será mejor si en las relaciones se-
xuales, como en cualquier otra relación, cada parte se hace respon-
sable del bienestar de la otra parte, lo cual no quiere decir que tenga
que existir afecto o conocimiento previo, sino sólo cuidado humano
y empatía. Muchas y muchos estamos convencidos de que es mejor
no tratar a las personas como un medio que hacerlo; que las relacio-
nes sexuales tienen siempre que incluir la preocupación por la otra
persona, por su bienestar, su satisfacción; que se debe educar a los
individuos de manera tal que nadie se muestre indiferente frente al
malestar de los otros/as. Usar el cuerpo de otras personas sin impor-
tar lo que esto supone para aquellas está reñido con cualquier ética
humanizadora. Aun cuando tengamos en cuenta una ética de las con-
secuencias debemos admitir que esa no es una manera buena de
relacionarse.
La sexualidad masculina se ha construido como instrumental y
esto influye en distinta medida en muchas cosas. La capacidad para
separar sexo no ya de afecto, sino siquiera de empatía, la capacidad
para separar el placer de cualquier tipo de responsabilidad ética, tie-
ne consecuencias en muchos comportamientos masculinos y no sólo
en el comportamiento sexual.16 Los hombres pueden tener sexo y eva-
dirse de todas sus responsabilidades, obligaciones, dependencias,
su ética sexual sería la prostitución, mientras que todas las demás re-
sultarían éticamente aceptables.
Ética feminista
afectan al fenómeno. Creo que integrar estos tres aspectos exige asu-
mir parte de los discursos tanto del lado antiprostitución como del
proprostitución.
O’Neill (2001, p. 113), por su parte, explica que una ética femi-
nista debería caracterizarse por:
3.
Genealogía de la prostitución y del debate
La prostitución en su contexto
mos con que estas heroínas son siempre prostitutas y la razón es ob-
via: éstas eran las únicas mujeres a las que se podía imaginar viajan-
do y viviendo por su cuenta. Moll Flanders, de Defoe, o Pamela, de
Samuel Richardson, inauguran un género literario que tiene como
protagonista a mujeres independientes, dueñas de su destino, aventu-
reras… que no pueden ser más que prostitutas. En estas novelas no
hay moralina ni las protagonistas parecen especialmente desgracia-
das, su destino es descrito como el de cualquier varón de su misma
clase social, difícil y dependiente de la suerte y de sus propias habili-
dades.
En el resto del mundo, la colonización europea lleva consigo los
burdeles, que son la punta de lanza de la expansión de la ideología
sexual occidental y de una determinada concepción de las mujeres
que se impone a otras que existían previamente en los territorios co-
lonizados. Con la aparición de un nuevo mundo por conquistar se ne-
cesitan nuevas estructuras sociales y familiares, nuevas herramientas
de colonización; se produce entonces una revolución sexual que bus-
ca reforzar la vida familiar en los nuevos territorios para evitar la de-
sintegración social. Este es el momento en que el amor se teoriza
como la base del matrimonio. Cuando esto se convierte en ideología
hegemónica, el espacio de la prostituta se sexualiza y su situación
empeora, como hemos visto que ha ocurrido en otras ocasiones. Si
la esposa es, además de respetable, la depositaria del amor, enton-
ces el espacio de fuera se devalúa, crece el estigma y la degradación
de aquellas mujeres que únicamente sirven para tener relaciones se-
xuales. Los europeos exportan por el nuevo mundo esta ideología
sexual y la prostitución se extiende allí donde antes, propiamente
como mercado de sexo, no existía. Por ejemplo, la prostitución era
prácticamente desconocida en el sudeste asiático antes de 1500 pero
se extendió con rapidez con la llegada de los europeos. Cuantos más
prejuicios tenían éstos respecto a la posibilidad de que las mujeres
tuvieran libertad sexual, más necesidad de prostitutas había. Allí
donde hasta la llegada de los europeos la promiscuidad femenina era
tolerada y allí donde las mujeres buscaban y ofrecían sexo para su
propio placer fue donde los colonos impusieron la prostitución, de
donde se demuestra que la prostitución no se debe a la escasez de
mujeres, ni a las supuestas necesidades sexuales de los varones, sino
a la necesidad de controlar la sexualidad de aquéllas. En el África no
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Prostitución y matrimonio
nerado debate entre los científicos, los políticos, los vecinos, los ciu-
dadanos… La historia de la prostitución occidental7 es, desde muy
antiguo, la historia del debate sobre si regularla o prohibirla, y este de-
bate es el único que se da hasta el siglo XIX, cuando surge el abolicio-
nismo.8 El prohibicionismo aparecía siempre en momentos de con-
vulsión social o religiosa, como durante la Reforma protestante, y
por razones que tenían que ver con la moral religiosa: se prohibía la
prostitución porque se consideraba un vicio capaz de corromper a
toda la sociedad, a los hombres y también a las mujeres decentes que
se podían ver tentadas por esa vida gobernada por la lujuria. Sólo a
partir del siglo XIX surgen opciones prohibicionistas vinculadas por
primera vez a lo social, al socialismo y al feminismo.
En el otro lado, la prostitución ha sido una institución regla-
mentada la mayor parte de su historia, y han existido reglamentos y
regulaciones para todos los gustos. Por lo general, la actividad de la
prostitución ha estado regulada y tolerada socialmente la mayor par-
te del tiempo. Casi todas las soluciones que ahora se proponen ya
han sido probadas. Se ha probado la zonificación (permitir su ejer-
cicio únicamente dentro de determinadas áreas), se ha probado se-
ñalar a las prostitutas con algún signo visible de su condición, a re-
gular su horario y movimientos para que no coincidieran en el
tiempo o espacio con las mujeres honradas, se ha cobrado impuestos
a las mujeres y a los burdeles… En cuanto a las prohibiciones apli-
cadas, también han sido muy variadas: se ha multado a las mujeres,
se las ha castigado y se las ha perseguido y prohibido su actividad;
incluso se ha llegado a multar al cliente en determinados momentos
históricos. En general, todas las regulaciones conocidas han busca-
do controlar o limitar la autonomía de las mujeres que ejercen la
prostitución para ponerlas bajo la tutela del burdel o de las autorida-
des. Por poner ejemplos modernos de reglamentos, y sólo en Espa-
ña, baste decir que entre 1845 y 1867 se aprobaron reglamentos en
Zaragoza, en Madrid cinco, en Gerona, Málaga, Jerez de la Fronte-
9. Es reseñable que sólo en la provincia de Cádiz haya seis reglamentos en esas fe-
chas, lo que demuestra que la reglamentación se hacía desde el progresismo, ya que
Cádiz era entonces una de las ciudades más progresistas de España.
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11. Ana de Miguel, en este artículo que leo cuando este libro está casi en imprenta,
recupera la hondura política y la lucidez del pensamiento feminista, así como su ca-
pacidad cuestionadora del orden social, económico, social y moral de su época; sus
planteamientos son auténticamente subversivos en muchos aspectos: «Los inicios e la
lucha feminista contra la prostitución: políticas de redefinición y políticas activistas
en el sufragismo inglés». Próxima publicación en Brocar. Cuadernos de Investigación
histórica, de la Universidad de la Rioja.
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12. Y para las mujeres de clase media empiezan a aparecer otras opciones, como se-
cretaria, dependienta y, muy lentamente, algunas mujeres van entrando en las univer-
sidades.
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13. A finales del siglo XXI podría estar ocurriendo algo parecido.
14. Además de estos factores se producen otros cambios que analizaremos en el ca-
pítulo dedicado al sexo y que tienen que ver con la consideración de las mujeres en
general como «sexo». Para Christine Buci-Glucksmann (1994), la conversión de los
cuerpos femeninos en artículos de consumo de masas tiene lugar en el siglo XIX en las
grandes ciudades, aunque el proceso comienza antes, especialmente en el XVIII (Sen-
net, 1992). La mercantilización de los cuerpos de las mujeres es una premisa de las
relaciones capitalistas y de la mirada masculina sobre ellas. Hasta el XIX la mirada
masculina no determinaba nada esencial en las vidas de las mujeres pero con el inter-
cambio capitalista la mirada masculina sobre las mujeres se convierte en la mirada es-
copofílica estudiada por Laura Mulvay, que fetichiza los cuerpos femeninos y les con-
fiere diferentes potencialidades.
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mismo tiempo como algo inevitable (ya que lo natural es que las es-
posas decentes no quieran tener la cantidad de sexo que los hombres
necesitan) y como un peligro social.
Además de obreras mal pagadas y explotadas, ocasionales ven-
dedoras de sexo, la otra posibilidad de las mujeres en el siglo XIX era
la de ser criadas de la clase dominante. Con la expansión del capita-
lismo, los ricos y la creciente clase media gustan de hacer ostentación
de riqueza y tener muchos criados formaba parte de esa ostentación.
Si las mujeres pobres siempre han tenido el servicio doméstico como
la otra posibilidad además de la prostitución, ahora, con la aparición
de una burguesía enriquecida que busca emular a la nobleza en osten-
tación, es cuando la ocupación de criada doméstica se profesionaliza.
El burgués de este siglo asume que tener una esposa e hijas comple-
tamente ociosas es un símbolo de estatus lo que hace necesario que
un ejército de criadas sirvan en las casas de la nueva burguesía aco-
modada. Pero la situación de las mujeres que entran en el servicio do-
méstico era, en general y salvo excepciones, peor aún que la de obre-
ra y que la de prostituta, y la prueba es que muchas mujeres prefieren
la prostitución, e incluso las fábricas, antes que servir de criadas. És-
tas trabajan en muchas ocasiones a cambio de cama y comida única-
mente, y estaban, además, sometidas a una relación personal con sus
señores, lo que convertía la situación en especialmente opresiva. Eso
sin contar con que muchas criadas eran violadas y sufrían abusos se-
xuales de todo tipo. La realidad es que la profesión de criada domés-
tica ha sido siempre el último recurso para las mujeres, que tradicio-
nalmente han preferido cualquier otra ocupación a ésta, incluida la
prostitución. De hecho, a pesar de que las obreras llegaban a trabajar
doce o catorce horas al día por la mitad de sueldo que los hombres,
muchas lo preferían al servicio doméstico ya que como obreras tenían
más libertad y autoestima; otras muchas preferían dedicarse a la pros-
titución, que proporcionaba un sueldo más alto y aun más libertad de
horarios y movimientos (Bullough y Bullough, 1987, p. 216; Walko-
witz, 1980, p. 13). En todo caso, lo que es reseñable es que las fron-
teras entre estas tres ocupaciones no eran rígidas y que lo normal era
que las criadas trabajaran de manera ocasional en la prostitución o que
las prostitutas se emplearan a veces como criadas; a su vez, las obre-
ras entraban y salían también del servicio doméstico y de la prostitu-
ción. Aunque hoy la mayoría de las mujeres asalariadas con buenas
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18. Algunos sí que dan ese salto. En 1834 William Watts escribió: «Es imposible
para una chica joven ganar lo suficiente para mantenerse a sí misma sin prostituirse»,
así de claro (Bolloughs y Bulloughs, p. 189).
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19. Sobre todas esas imágenes de la mujer en el siglo XIX es excelente y muy clari-
ficador el libro de Bram Dijkstra, Ídolos de perversidad: la imagen de la mujer en la
cultura de fin de siglo, Debate, Madrid, 1994.
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moral que eximía de control o de culpa a los hombres las llenó de ra-
bia justificada. Resulta llamativo y muy interesante este proceso de
toma de conciencia feminista por el que estas mujeres tan alejadas
por educación, por clase social o estatus, de las prostitutas, fueron sin
embargo capaces de sentir sobre sí mismas las humillaciones que el
estado hacía pasar a sus hermanas y cómo fueron capaces de organi-
zarse contra esa imposición. Ese fue uno de los primeros ejemplos de
solidaridad de género entre mujeres muy diferentes.
La regulación impuso a las prostitutas un tratamiento médico
doloroso y humillante que era más bien un castigo, pero, sobre todo,
al crear un registro de prostitutas e inscribirlas en el mismo como ta-
les, la regulación transformó completamente el sentido de la prostitu-
ción y la percepción que las propias mujeres tenían de sí mismas. Lo
que hasta ese momento era para muchas de ellas una relación tempo-
ral y fluida con la prostitución quedó, al ser regulado, convertido en
una identidad legal de la que después resultaba muy complicado salir.
El feminismo de entonces también criticó muy duramente este punto
concreto de la regulación. No quisieron considerar que las prostitutas
fueran una clase separada de mujeres; insistían en la naturaleza cau-
sal de la prostitución como ocupación temporal y denunciaban que
era la regulación la que sometía a estas mujeres a una identidad no
querida por ellas (Walkowitz, 1980, p. 111). Este aspecto del debate
podría considerarse perfectamente vigente en la actualidad aunque
son ahora las proprostitución las que pretenden regular sin atender a
que cualquier regulación someterá a estas mujeres a una identidad le-
gal que quizá muchas de ellas no quieren asumir, dado que para la
mayoría de ellas la prostitución sigue siendo una ocupación que con-
sideran temporal.20
Posiblemente sea el libro de Judith W. Walkowitz, al que veni-
mos haciendo referencia, Prostitution and Victorian Society: Women,
Class and the State, uno de los trabajos más citados y una de las prin-
cipales fuentes para la comprensión del funcionamiento y la funcio-
nalidad de la prostitución en el siglo XIX. El libro presenta un fresco
histórico de la sociedad victoriana, de la prostitución y del feminismo
4.
La agencia/el consentimiento
Estos son dos casos reales y muy frecuentes, pero podríamos po-
ner casos aún más desparejos que el de estas dos Katrina. Las femi-
nistas que mantienen que toda la prostitución es siempre exactamen-
te igual deberían responder sinceramente a esta pregunta ¿merece la
misma preocupación/intervención/condena el caso de una niña de
doce años vendida a un hotel y forzada a ser usada cincuenta veces
por noche que una peluquera noruega que decide dedicar cuatro no-
ches a la semana a prostituirse porque quiere completar ingresos, que
escoge a sus clientes y que decide qué límites establecer? Asumir
que ambas mujeres sufren el mismo tipo de opresión en la misma me-
dida es contrario a la lógica, es insultante para el sufrimiento de una
de ellas y sitúa a las feministas que hacen esta equiparación muy le-
jos de demostrar una verdadera preocupación por la justicia social.
Cuando se afirma del lado antiprostitución que la prostitución es siem-
pre violencia y que cualquier situación de prostitución es idéntica se
cierra el debate y se ganan muchas enemigas. Si queremos que el de-
bate sea posible, tendremos que huir de este tipo de afirmaciones ma-
ximalistas que niegan evidencias que están al alcance de cualquiera,
por lo que argumentar así es contrafáctico.1
Asumir que ambas situaciones son muy diferentes y que no pue-
den compararse ni desde el punto de vista ético ni legal no quiere de-
cir que no reconozcamos al mismo tiempo que las dos historias tienen
cosas en común: todas esas mujeres están en la prostitución porque la
sociedad sitúa a hombres y a mujeres frente a distintas situaciones y
construye para ellos distintas subjetividades; los sitúa también frente
a distintas opciones y posibilidades, en lugares distintos del mundo,
lo que tiene consecuencias muy diferentes para unas y otros; final-
mente esto lo hace en base a una ideología justificativa de la desi-
gualdad que sí es la misma en todo el mundo. Los hombres que usan
a estas mujeres también tienen mucho en común, aunque pueden ser
muy diferentes entre sí: unos y otros creen que usar/pagar a las muje-
res por sexo es normal, que tienen que satisfacer lo que piensan como
sus necesidades y que por eso tiene que haber prostitutas. Así que la
situación de estas mujeres tan diferentes tiene en común que en los
dos casos subyace una determinada ideología que finalmente sitúa a
1. Una afirmación contrafáctica es aquella que no es cierta y puede, además, ser uti-
lizada por la parte contraria en apoyo de sus propios argumentos.
LA PROSTITUCION (3g)3 28/12/11 15:26 Página 155
La prostitución y la libertad
me a todas las mujeres, al mismo tiempo que sabemos que sin la des-
trucción de ese orden no es posible la libertad de todas (y todos). Así
que desde un punto de vista no liberal y aun reconociendo que mu-
chas prostitutas ejercen «libremente», y aun comprendiendo y soli-
darizándonos con los motivos de tal elección, que podrían ser los de
cualquiera que se encontrara en su situación, podríamos sostener que
esa supuesta libertad viene a funcionar, en realidad, como la salva-
guarda del orden de género patriarcal basado en la desigualdad. Po-
dríamos sostener que esa libertad —que sostiene que la prostitución
es sólo un derecho individual— está «sustentada en un espejismo
que contrapone la acción libre de cada uno a la posibilidad del vivir
común» (ibid., p. 13), del vivir común en igualdad, diríamos noso-
tras. En ese sentido, aceptar que algunas o muchas mujeres escogen
dedicarse a la prostitución no quiere decir que desde un punto de vis-
ta feminista, o antiliberal, tuviéramos que aceptar su regulación o
cualquier otra forma de legitimación. Pero al mismo tiempo negar a
las mujeres que se dedican a la prostitución su capacidad de agencia,
de resistencia, no tiene sentido; sorprende que las teorías del con-
sentimiento se traten de aplicar casi únicamente a las mujeres que se
dedican a la prostitución y no a las obreras que trabajan, por ejem-
plo, en las maquilas, o a las mujeres que trabajan en el servicio do-
méstico en condiciones de desigualdad respecto a otras trabajadoras,
etc.2 Excepto en los casos, muy frecuentes, en los que existen coac-
ciones directas, muchas mujeres escogen la prostitución entre otras
opciones que ellas mismas consideran peores, y las consideran peo-
res porque lo son.
Engels explica la dialéctica de la libertad como comprensión de
la necesidad y para Marx la libertad se orienta hacia el concepto de un
proceso complejo en el que los seres humanos hacen su propia histo-
ria pero no la hacen con pasos libres, bajo condiciones escogidas por
ellos, sino bajo condiciones dadas y heredadas de otros (ibid., p. 86).
Para Marx, aunque en principio las relaciones sociales o económicas
parezcan ser sólo el resultado de un acuerdo libre por ambas partes,
nima. Para muy poca gente, por el contrario, habría autonomía total
porque no hay planes de vida elegidos en circunstancias libres de car-
gas. Y las cargas no son sólo la pobreza extrema, sino que se combi-
nan con discriminaciones raciales, étnicas, de clase… algunas de las
cuales no son sólo privativas de las mujeres. Por eso no todas las mu-
jeres sufren un nivel de autonomía mínima porque ésta también se
combina con privilegios de clase, simbólicos, etc., que pueden aumen-
tar el nivel de autonomía para algunas. Así que en definitiva podemos
llegar a pensar que las teorías de la autonomía o heteronomía femeni-
nas aplicadas a la prostitución no conducen a ningún sitio. Estamos
ante un modelo de vida autónomo imposible puesto que la autonomía
exige la ausencia o suspensión de todas las cargas y obstáculos en el
momento en que el sujeto elije; y estamos al mismo tiempo ante una
descripción voluntarista que es incapaz de contestar y reseñar las car-
gas que pesan sobre las mujeres por el hecho de serlo, el sexismo en
definitiva, y que restringen o condicionan sus oportunidades vitales.
Por tanto, este debate hay que superarlo aquí asumiendo que el fin del
orden de género es la única posibilidad para librar a las mujeres al
menos de la mayor parte de esas cargas limitativas. Precisamente ese
orden que la prostitución contribuye a apuntalar y, en ningún caso, a
debilitar. Al igual que con la explotación laboral, el yo autónomo an-
tiliberal se autodetermina según unas reglas que le han sido dadas, en
el caso de las mujeres, unas reglas de desigualdad, pero que no impi-
den completamente la agencia; de otra forma ninguna disidencia se-
ría pensable.
Carole Pateman (1988) ha tenido una gran influencia en este de-
bate a partir de su trabajo «El contrato sexual», que supone una críti-
ca a las teorías liberales de la forma contractual. De acuerdo con es-
tas teorías el intercambio mercantil es central para la vida social y los
derechos de las personas. Para los liberales, los individuos tienen, so-
bre todo, derecho a contratar libremente, y el trabajo de una persona
es una mercancía que puede ser libremente alienada como cualquier
otra; el cuerpo o lo que se haga con él es también fuerza de trabajo. El
individuo abstracto y soberano del capitalismo no puede ser invadido
por ninguna otra voluntad, ni siquiera cuando se le niega el acceso a
cualquier medio de subsistencia que no sea el trabajo asalariado. Las
teorías del contrato social son las que se encargan de explicar y legi-
timar la autoridad del estado y de la ley civil. Pateman introduce el
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5. Para todo lo que sea abordar la dominación simbólica que se fija en el incons-
ciente es imposible no mencionar el libro de Bourdieau, La dominación masculina,
Anagrama, Barcelona, 1999, en el que el autor demuestra cómo el patriarcado es, so-
bre todo, una construcción mental compartida por dominadores y dominadas.
LA PROSTITUCION (3g)3 28/12/11 15:26 Página 172
es viable vigilar a una mujer todo el tiempo, impedir siempre que sal-
ga a la calle, impedir que hable con nadie a lo largo de años. Otra
cosa es que se las retenga debido a circunstancias como una deuda
impagada o la retención del pasaporte; pero si las mujeres no denun-
cian a sus captores porque tienen más miedo a la policía o a las auto-
ridades, o a la expulsión del país, que a sus explotadores, entonces
podemos preguntarnos cómo de grande es la violencia que el estado
ejerce sobre las mujeres inmigrantes a las que llama «ilegales» o si no
será mayor la violencia a la que estas mujeres estarían sometidas en
los países a los que no quieren volver. Si estas mujeres aguantan la
violencia del prostituyente con tal de no ser expulsadas, con tal de no
volver a sus situaciones de origen, es que la violencia de la pobreza
estructural, de la opresión capitalista y del estado al expulsarlas es
mayor que la que pueda ejercer cualquier prostituyente. Sin embargo,
esta preocupación no forma parte muy a menudo de los argumentos
de las feministas antiprostitución, como tampoco les preocupa la
enorme injusticia que supone que la policía detiene a las inmigrantes
para salvarlas y lo hace devolviéndolas a la situación de la que trata-
ron desesperadamente de escapar (Borrillo, Fassin et al., 2002). En
ese sentido la inconsistencia de las posiciones del debate es casi una
constante del mismo y no ayuda a tomar partido en un lado u otro.6
O’Conell (pp. 61 y ss.) introduce un asunto muy importante que
deberíamos tener en cuenta las anti y proprostitución. Ella constata
que la violencia se da en mucha mayor medida cuando se trabaja para
terceros, ya sean empresarios o lo que conocemos como chulos, lo
que debería hacer pensar en las bondades de la regulación. Pero
O’Conell también encuentra algo esperable y es que los niveles de
violencia son mucho más altos en los países en los que la prostitución
está penalizada o donde la situación general de las mujeres es peor.
Al mismo tiempo, constata que cuando se regula la prostitución lo
que ocurre es que la que se ejerce en la calle pasa a ser ilegal, incluso
allí donde es legal en cualquier otro espacio, y eso hace que las muje-
res que trabajan en la calle sean mucho más vulnerables, lo que las
6. A la hora de entregar este libro se produce una reforma de la ley que permite, por
fin, que las mujeres que estén en situación de ilegalidad y que denuncien a sus prosti-
tuyentes no sean expulsadas; no conozco en este momento los detalles de esta refor-
ma ni si se refiere a la posibilidad de conseguir el permiso de residencia; si no es así
la ley seguirá siendo inútil e injusta.
LA PROSTITUCION (3g)3 28/12/11 15:26 Página 174
Victimización/empoderamiento
para algunas mujeres concretas y positivo para sus vidas, esta su-
puesta ventaja debe minimizarse desde el punto de vista social. Ese
empoderamiento nunca puede verse fuera del contexto de significado
y acción en el que las personas operan y sólo en un concepto utilita-
rista e individualista «empoderamiento» adquiere el sentido de maxi-
mizar el interés personal. Ese empoderamiento no es positivo si tiene
a su vez la virtualidad de contribuir a reforzar una institución opresi-
va para todas las mujeres, una institución cuyo fin es, precisamente,
la negación del empoderamiento de las mujeres como clase.
Finalmente, algunas feministas proprostitución, especialmente
algunas feministas jóvenes, llegan un poco más lejos y hablan de un
supuesto empoderamiento a través del sexo prostitucional. Brock, por
ejemplo, asegura que el control que las prostitutas tienen sobre su tra-
bajo les proporciona un poder que muchas mujeres no tienen sobre
sus relaciones. Ese tipo de afirmaciones, cuando se hacen en los de-
bates públicos, suelen buscar la provocación y lo consiguen; se trata
de afirmaciones voluntaristas que juegan con una cierta mística del
poder sexual femenino sin relación alguna con la realidad. Ahora,
una parte del feminismo posporno vuelve a ese supuesto poder en
una especie de revival místico de la diferencia. Se trata de una misti-
ficación voluntarista e irrazonada de la prostitución, una visión sim-
plista que despoja a la prostitución de la carga de explotación, de
opresión, de racismo, pobreza… que tiene en la mayoría de los casos
y que, además, no comparten la mayoría de las prostitutas. Decir que
las prostitutas tienen poder porque el cliente las necesita es como de-
cir que los trabajadores lo tienen porque los empresarios los necesi-
tan o que las amas de casa tienen poder porque sus maridos las ne-
cesitan para limpiar. Subjetivamente es posible —y es necesario
para soportar la desigualdad— tener cierta sensación de control so-
bre las circunstancias, pero sin olvidar que suelen ser las circunstan-
cias las que nos controlan y más cuanto más vulnerables seamos.
7. Hay muchos libros que recogen las voces de las mujeres que se dedican a la pros-
titución. He utilizado mucho el libro de Jill Nagle (ed.), Whores and Other Feminists
(1997), Routledge, Nueva York y Londres. También la visión de Carla Corso y Pia
Covre, en C. Corso, «Desde dentro: los clientes vistos por una prostituta» y P. Covre,
«¿De prostitutas a Sex Workers?», ambos en Osborne, 2004.
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briela del Hierro (2001) afirma que las prostitutas que han elaborado
un discurso negativo sobre su actividad tienen dificultades para com-
prender los significados políticos de la prostitución (significados po-
sitivos, se entiende). Es evidente que algunas prostitutas no com-
prenden el significado político liberador que otras, no prostitutas, le
quieren dar a su actividad.
Por último, hay un amplio sector de mujeres que no son tenidas
en cuenta por ninguno de los lados del debate,8 se trata de aquellas
que se dedican a la prostitución, que defienden que lo hacen porque
lo han elegido libremente, pero que no quieren que su actividad sea
regulada ni que la prostitución sea considerada un trabajo. Este sector
es invisible, y, sin embargo, es más numeroso de lo que se cree. Dos
líderes del movimiento de prostitutas, Carla Corso y Pia Covre, por
ejemplo, no están de acuerdo en regular la prostitución ni creen que
deba ser considerada un trabajo, lo que es coherente con el poco éxi-
to que ha tenido histórica y actualmente cualquier regulación entre las
prostitutas y coherente también con el hecho de que todas las regula-
ciones han terminado perjudicando a las propias prostitutas. Afirma
Covre (2004, p. 243) que la prostitución no puede considerarse ni un
trabajo ni una profesión auténtica. Carla Corso (2004, p. 121), otra
prostituta activista, es de la misma opinión, y ambas protestan tam-
bién contra el término de «trabajadoras del sexo». Ambas activistas
terminan afirmando que si los derechos de estas personas se hacen
depender de la condición de trabajadoras del sexo, esto sólo servirá
para separar a las legales de las ilegales, la gran masa de inmigrantes,
y que además esa separación servirá para precarizar aun más a las ya
ilegales. En una frase contundente afirma que «el auténtico intento de
esta propuesta [convertir a las mujeres prostitutas en trabajadoras del
sexo] es el aislamiento de las más débiles». No niego que muchas
8. Entre estas se encuentran algunas de las que más han influido en mi propia posi-
ción. En el año 1993, en Sevilla, la activista y prostituta Carla Corso dio una confe-
rencia que fui a escuchar esperando encontrar las posiciones regulacionistas ya cono-
cidas. Y no. Allí claramente manifestó que la prostitución no debe regularse de
ninguna manera, que no es un trabajo normal, que lo mejor para las propias mujeres
que lo realizan es moverse en la alegalidad, aunque con apoyo de los poderes públi-
cos y de las demás feministas. Ella dijo no entender por qué había que regular las re-
laciones sexuales ni considerarlo un trabajo. Dijo que en el momento en que se consi-
derase un trabajo se convertiría en un infierno para las prostitutas más vulnerables.
Y así ha sido.
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5.
El estigma
ner esto nos permite suponer también que las mujeres respetables no
necesitaban incentivos de ninguna clase para cooperar con la ley. Por
una parte redundaba en su propio interés la distinción nítida entre am-
bos grupos, ya que ellas pertenecían al bueno y obtenían de ello pri-
vilegios y, en segundo lugar, estaban también interesadas en que los
hombres de su misma clase no se vincularan con mujeres de más baja
clase social (ibid., p. 214). Es muy posible. En todo caso, la división
de las mujeres en respetables y no respetables, las que no son de nadie
y por tanto son libres de vender sus servicios, pero también pueden
ser violadas o «no respetadas», es al mismo tiempo, y desde el prin-
cipio, una clara distinción entre ricas y pobres, y ha sido también la
distinción de clases fundamental entre mujeres. Separa los privilegios
de las mujeres de clase alta (una vida confortable y segura) de la
opresión económica y sexual de las de clase baja. Impide realizar
alianzas entre mujeres contra el poder que instaura esta división y que
las oprime a ambas (ibid., p. 215). Para Lerner, con el artículo 40 de la
ley mesoasiria el estado toma el control de la sexualidad femenina y
surge el estigma como instrumento de ese control.
En ese sentido, el estigma (salir a la calle sin velo, ser una mu-
jer pública) no tiene tanto que ver con la actividad en sí como con la
propiedad de las mujeres. Pero la propiedad de las mujeres se ejerce,
entre otras cosas, pudiendo disponer de ellas sexualmente, lo que se
justifica mediante la ideología sexual masculina. Y obviamente tam-
bién la subjetividad masculina se construye según esta ideología, el
hombre es hombre porque tiene poder sobre las mujeres y es más hom-
bre cuantas más mujeres pueda tener/poseer/penetrar, etc. A partir de
ese momento, el estigma funciona para separar a las mujeres, para
controlar su posesión y, así, su sexualidad, y también como medio de
asegurar que aun cuando las condiciones de las mujeres casadas sean
muy parecidas a las de la esclavitud, ninguna mujer pueda llegar a
pensar que la prostitución es preferible a su propia situación de mujer
casada; para que no escapen en masa del matrimonio, podríamos de-
cir. Es una manera de asegurarse que cada mujer se queda en el espa-
cio al que ha sido asignada. Todo esto crea una compleja interacción
de variables difíciles de separar pero que desde el comienzo tienen
que ver con la pobreza. Son las mujeres pobres las que se dedican a la
prostitución y el estigma se fija sobre ellas.
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2. A no ser que se esté en contra de la prostitución por razones de moral sexual reli-
giosa o conservadora, pero ya he dicho que esas razones las vamos aquí a dejar apar-
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te. En realidad, dada la configuración actual del patriarcado no se puede ser feminis-
ta si no se es al mismo tiempo anticapitalista. Véase Chandra Talpade Mohanty «De
vuelta a “Bajo los ojos de Occidente”, la solidaridad feminista a través de las luchas
anticapitalistas», en Liliana Suárez y Rosalva Aída Hernández (eds.), Descolonizan-
do el feminismo. Teorías y prácticas desde los márgenes.
3. En los últimos tiempos es posible ver cómo las prostitutas de lujo se han conver-
tido incluso en un modelo social para muchas chicas. El caso de las «velinas» italia-
nas contratadas por Berlusconi para sus fiestas es muy significativo. Patricia d’a Laz-
zaro, prostituta italiana que apareció en todos los medios, no parecía afrontar un gran
estigma social. De buena familia, rica y guapa, fue presentada como una triunfadora
en las televisiones, y no estoy tan segura de que muchas adolescentes italianas no la
hayan convertido en un modelo de conducta. Según ella, se acostó con el primer mi-
nistro porque pretendía la recalificación de unos terrenos. También.
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4. La Odette de Proust es una prostituta que vive de los hombres y que si bien no es
recibida en algunas casas, sí lo es en otras muchas. Proust nos explica claramente cuá-
les son sus actividades y cómo maneja su vida y se reúne con un hombre cada día.
Swann, que se ha enamorado de ella, sufre sabiendo que, cuando él no esté, ella estará
recibiendo a otros hombres en su casa y entregándose a ellos a cambio, directamente
y así lo explicita el propio Swann, de dinero. Odette es claramente lo que entendemos
por una prostituta, sin embargo, apenas recibe sanción social.
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6. La cursiva es mía.
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7. La sospecha por parte de muchos hombres de que lo hacen es lo que les lleva a
matarlas. La sospecha de que su fantasía está quizá dejando de serlo y que ya no pue-
den ejercer ese control sobre la sexualidad femenina es lo que explica en parte el
aumento de las agresiones. Al menos las putas se comportan como se espera de ellas
y ocupan el lugar asignado. En ese sentido también sirven para tranquilizar a los va-
rones.
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todo es una ficción, una fantasía. Es cierto, ellas lo ven, pero ellas son
al mismo tiempo las únicas que no van a decirlo, sino al contrario,
son las encargadas de guardar el secreto, de mantener esa fantasía
viva; ellas son las encargadas de asegurarse de que ellos no lleguen a
saber que están desnudos, porque si ellos fuesen conscientes de su
desnudez no acudirían nunca más a prostitutas. Por el contrario es en
las relaciones a las que se accede por mutuo deseo donde una mujer
se siente libre para destruir fantasías de masculinidades imposibles u
opresivas y ayudar así a construir otra masculinidad más igualitaria y
ajustada a unas relaciones éticas. Las prostitutas no cuestionan nada
porque su trabajo es, precisamente, mantener la fantasía incuestiona-
da y a salvo.
El empeño en situar fuera de la norma sexual lo que la propia
norma ha creado para mantenerse a sí misma, y así hacer pasar una
institución de control y represión como feminista y progresista, hace
sostener a algunas feministas proprostitución que no sólo es la prosti-
tuta la que está en los márgenes, sino que también el cliente se arries-
ga con su sexualidad fuera de la norma (Medeiros, 2000; López y
Mestre, 2006, p. 59). De nuevo, la actuación de la ideología sexual
masculina más hegemónica y patriarcal se transforma y se presenta
como antihegemónica. Aunque este giro ha resultado muy efectivo en
el debate, no hay nada más normal que un hombre que presume de ir
de putas, aun cuando no vaya. Las empresas regalan a sus empleados
más productivos noches en burdeles de lujo, Berlusconi ofrece a sus
invitados políticos prostitutas de alto nivel, los burdeles proliferan en
las carreteras para los menos pudientes, las modelos son contratadas
para prostituirse en los países árabes, la prostitución copa los anun-
cios por palabras de los principales diarios españoles, ya no hay con-
greso internacional con público masculino, ni espectáculo deportivo
de masas, que no tenga en cuenta la prostitución como ocio, todo el
negocio alrededor del sexo de pago es una e las primeras industrias
mundiales … ¿y eso es antinormativo? ¿Eso es transgresor? Pons, de-
fensor de la regulación, se pregunta no obstante si la prostitución no
tendrá la función latente complementaria de mantener la institución
contra la que aparentemente atenta (2004, p. 115). Es exactamente
así. ¿Cómo va a atentar la prostitución contra el sistema que la crea,
la mantiene y que ella misma refuerza permanentemente?
Ante las contradicciones que surgen constantemente y que ha-
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En el caso del antagonismo (…) la presencia del Otro me impide ser to-
talmente yo mismo. La relación no surge de identidades plenas, sino de
la imposibilidad de constitución de las mismas (…). En la medida en
que hay antagonismo yo no puedo ser una presencia plena para mí mis-
mo. Pero tampoco lo es la fuerza que me antagoniza: su ser objetivo es
un símbolo de mi no ser y, de este modo, es desbordado por una plura-
lidad de sentidos que impide fijarlo como positividad plena (Laclau y
Mouffe, 1987, p. 145).
10. Por ejemplo, un abuso es multar a las prostitutas que ejercen en la calle y no a
las que ejercen en burdeles ni a los clientes. Bilbao, Alcalá de Henares, Barcelona o
Málaga son algunas de las ciudades que, sin protesta de ninguna feminista antiprosti-
tución, las multan solo a ellas.
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6.
Prostitución y sexualidad1
Debería importarle porque, como dice Ruby Rich: «es imposible dar
demasiada importancia a la sexualidad como problema para las muje-
res» (Segal, 1994, p. 70). En ese sentido, cada uno de los sectores del
debate parece tener una posición clara respecto al sexo, pero lo cier-
to es que uno y otro hablan y ocultan al mismo tiempo. Relataré una
anécdota que me pareció muy significativa: en unas jornadas de polí-
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ticas lésbicas coincidí con una feminista que ha escrito mucho sobre
prostitución, siempre desde una postura prorregulación. Comencé una
discusión con ella en la que yo afirmaba que ninguna feminista puede
estar a favor de la legitimación de la prostitución, aunque sólo sea por-
que ésta contribuye a consagrar un modelo de sexualidad/masculi-
nidad/identidad masculina que es antifeminista y que las feministas
luchamos por cambiar. Le hice una pregunta: «¿Qué papel crees que
desempeña la prostitución en la construcción y el refuerzo de la se-
xualidad masculina tradicional?». Entonces se enfadó y su respuesta
fue: «¡Qué me importa a mí la construcción de la sexualidad masculi-
na!». Pues debería importarnos a todas las feministas porque esa cons-
trucción androcéntrica lo es también del patriarcado. Creo que esta
teórica se enfadó porque si vinculamos el uso de la prostitución a la
sexualidad masculina tradicional, fuente de opresión de las mujeres,
entonces resulta obvio que al menos desde el feminismo la prostitu-
ción no puede defenderse como progresista o radical. Por eso el sector
proprostitución habla de sexo, pero del sexo de las prostitutas y del de
las demás mujeres, pero no habla en absoluto del sexo de los usuarios
de la prostitución, que es el único que aquí tiene importancia.
El feminismo antiprostitución también debería hablar de sexo
masculino, pero tampoco lo hace. Lo cierto es que el feminismo tra-
dicional hace tiempo que no habla de sexo sino es para denunciar los
peligros de éste. Lynn Segal (1994), por ejemplo, hace constar que
falta una teoría del deseo en el feminismo tradicional, así como una
agenda sexual que busque transformar también los significados sexo-
simbólicos. Esta feminista heterosexual se pregunta: ¿cómo es posi-
ble que un movimiento que partía desde el radicalismo sexual, que en
sus orígenes tanto tuvo que decir sobre el sexo, que ha producido tan-
tos discursos sobre sexualidad, que desafió la política sexual del pa-
triarcado… no tenga ahora un discurso sobre el sexo? ¿Cómo es po-
sible que un movimiento que consideró que el placer de las mujeres
era una cuestión política, que simbolizó en el placer sexual el derecho
a la autonomía de las mujeres y que tanto luchó por recuperarlo, haya
prácticamente abandonado ese espacio dejando así que sea ocupado
de nuevo por discursos sexuales y por una iconografía claramente tra-
dicionales que unen otra vez a las mujeres con los papeles tradiciona-
les? ¿Cómo es posible que se haya olvidado que lo sexual, la autono-
mía sexual, es aún hoy uno de los mayores campos de lucha para las
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La heterosexualidad importa
4. La serie Sexo en Nueva York que estoy viendo entera mientras escribo este libro
es un ejemplo perfecto de las nuevas y modernas representaciones femeninas. Publi-
citada como sexualmente liberadora para las mujeres, la única variación sexual sobre
la norma es el número de posturas coitales que se practican. Por lo demás, ellas asu-
men con completa naturalidad las preocupaciones de ellos: el tamaño del pene, la
erección, la durabilidad y la potencia de la misma. En la serie «sexo» es introducción
del pene en la vagina y sólo eso les produce a ellas enormes e incontables orgasmos.
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der, etc. Así que es evidente que se ponen muchas cosas en juego más
allá del «alivio». En ese sentido, Foucault nos explica las normas his-
tóricamente específicas a través de las cuales el cuerpo es experi-
mentado. A los cuerpos se les da o se les niegan significados, son re-
gulados mediante instituciones y discursos que dan valor a eso que es
visto como «masculino» y «heterosexual» y que degradan todo lo que
es «femenino» u «homosexual» (253). La teoría psicoanalítica ofrece
un completo recuento de las tensiones psíquicas y de las dificultades
de asumir una identidad sexuada, pero ignora al mismo tiempo las
fuentes culturales y políticas del falocentrismo, con lo que, de alguna
manera, se convierte en parte del mismo (254). Y, mientras, el femi-
nismo tradicional tampoco se ocupa mucho del sexo. Sin embargo,
las relaciones sexuales heterosexuales son quizá uno de los espacios
más problemáticos de las relaciones sociales entre los sexos, y a me-
nudo amenazan más que confirman la polaridad de género. Por eso
pocas cosas hay que reciban tanto refuerzo por parte de todos los po-
deres como las normas sexuales. Pocas cosas hay que se pretendan
hacer pasar por naturales con tanta fuerza como la heterosexualidad y
nada como el imperativo heterosexual trabaja tan duramente para
ocultar todo aquello que vaya en contra del mismo.
El feminismo queer, a partir de la obra de Butler, ofrece un aná-
lisis del género y de la sexualidad no en términos de capacidades in-
teriores, atributos o identidades, sino en términos de representaciones
repetidas que se solidifican en el tiempo para producir la apariencia
de sustancia, o una manera natural de ser (1990, p. 190). «La hetero-
sexualización del deseo requiere e instituye la producción de discretas
y asimétricas oposiciones entre “femenino” y “masculino” donde és-
tas son entendidas como atributos expresivo de “hombre” y “mujer”»
(ibid., p. 191). Así, las identidades de género están necesitadas y son
dependientes de la producción de la sexualidad como una instancia
estable, además de binaria y dicotómica. Finalmente, admitámoslo: el
género sólo existe al servicio del heterosexismo, pero el heterosexis-
mo no parece importarle al feminismo tradicional. No sólo Butler,
sino otros muchos teóricos y teóricas han puesto de manifiesto que la
matriz heterosexista es consustancial al patriarcado. Como afirma Se-
gal, el feminismo heterosexual debería poder ser tan queer o tan ame-
nazante para el orden de género como cualquier otro feminismo. La
heterosexualidad debería tener una agenda sexual radical que no tie-
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El sexo de la prostitución
6. Walter en Muñecas vivientes (p. 67) recoge la opinión de una chica que se ha de-
dicado a la prostitución aparentemente porque quiso. Finalmente la chica entiende
perfectamente que el asunto de la prostitución no tiene tanto que ver con el sexo como
con el poder, y hace una descripción muy gráfica de la distribución del poder en los
locales de prostitución: «En un puticlub ellos son respetables, llevan traje y tienen
buenos sueldos. Ellas están desnudas, no son respetables y tienen deudas». Esta des-
cripción es clarísima.
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Son dos definiciones diferentes pero que condensan entre las dos los
principales argumentos del feminismo proprostitución. La primera
hace hincapié en la prostitución como sexo transgresor, no reproducti-
vo, como placer. Y la segunda, por el contrario, hace hincapié en que
es un trabajo como cualquier otro y no menciona el sexo. Respecto a la
primera definición, mezcla de manera un tanto confusa el uso que ha-
cen los hombres de la prostitución con la actividad que realizan las
mujeres. La primera parte: «Actividad sexual cuyo fin es el placer y no
la procreación» se refiere sólo a ellos; mientras que la segunda «a cam-
bio de un valor monetario», se refiere a ellas, que son las que cobran,
mientras que «con desapego afectivo» se refiere a ambos. Respecto al
placer, está claro que ellas no lo hacen por placer y, sobre la procrea-
ción, mencionarla en esta definición es falaz porque podría hacer pen-
sar que la inmensa mayoría de los contactos sexuales sin prostitución
tienen como fin la procreación cuando sabemos que eso está muy le-
jos de ser así. El fin de la inmensa mayoría de los contactos sexuales
consentidos y libres es el placer, y no la procreación; no hay más que
ver las tasas de natalidad, o de natalidad deseada. Pero esta referencia
interesada se hace para llamar la atención sobre el placer y al afirmar
que se trata de una «actividad sexual» se consigue que parezca que
lo que está en juego es la libertad sexual, lo que le permite apropiar-
se del espacio prosexo (Matthews, 2008; O’Conell, 1998, p. 113).
Lo cierto es que desde los años sesenta cualquier punto de vista
feminista sobre la sexualidad tiene que entender la práctica sexual
como resultado del deseo y búsqueda del placer; de lo contrario esta-
mos adoptando el punto de vista patriarcal según el cual el cuerpo de
la mujer puesto sin deseo propio al servicio del placer masculino es
sexo. Es sexo para él, no para ella. De hecho, esta es de las pocas co-
sas en las que están de acuerdo todas las mujeres en prostitución que
explican hasta la saciedad cómo uno de los aspectos más importantes
de su trabajo son las múltiples estrategias que utilizan para poder sal-
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7. Matthews demuestra que las prostitutas son uno de los grupos sociales con un ni-
vel más alto de sufrimiento (2008, pp. 27, 31).
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7.
Una cuestión de género
Prostitución y género
Prostitución masculina
¿Quiere esto decir que nos negamos a admitir que existen hombres que
se dedican a la prostitución (homo u heterosexual) y mujeres que de-
mandan prostitutos? No, naturalmente que existe prostitución mascu-
lina gay y es cierto que el turismo sexual femenino va en aumento. Y,
sin embargo, de la misma manera que cuando una mujer pega a un
hombre es una situación diferente de lo que ocurre cuando un hombre
pega a una mujer, la prostitución que demandan las mujeres o los gays
puede tener el mismo nombre, pero son fenómenos completamente
distintos que no admiten una comparación teórica. Por otra parte, ad-
mitir que sí, que existe prostitución gay o masculina heterosexual pue-
de servir para demostrar que no es la compra de sexo en abstracto lo
que genera el estigma y el problema, sino que es la desigualdad de gé-
nero. Por eso, como venimos diciendo, es muy importante remarcar
que es este uso de la prostitución de las mujeres en este orden de géne-
ro concreto el que es completamente incompatible con el feminismo.
En principio, la prostitución no parece ser algo tan penoso para
los hombres que se dedican a ella como puede llegar a serlo para las
mujeres; no son objeto de tráfico como esclavos sexuales, ni son tras-
ladados de un burdel a otro, ni sometidos a violencia física ni a cons-
treñimientos en su libertad de movimiento, ni tienen chulos, ni traba-
jan en general con empresarios que los explotan; además, en general,
no corren ningún riesgo físico cuando aceptan a una clienta. A ellos
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El deseo masculino
3. Toda esta parte la utilicé en mi libro Historia y análisis político del lesbianismo
para explicar la mayor prevalencia de la bisexualidad en las mujeres.
4. Coral Hernández hace un exhaustivo estudio del amor romántico desde el punto
de vista del género en La construcción sociocultural del amor romántico, Fundamen-
tos, Madrid, 2010.
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2009). Por eso los que pueden acuden a países en los que la pobreza
de las prostitutas es tal, que ellos pueden comportarse como quieran;
pueden no pagar, pagar con una propina o una invitación a comer,
etc., e incluso algunos se permiten sentirse deseados y fantasear con
que la mujer les desea realmente, cosa que ya no les resulta fácil de
creer con las prostitutas «profesionales» de las ciudades occidentales.
Como dice uno de estos clientes, en el «tercer mundo uno siempre tie-
ne el control» (ibid., p. 146). El crecimiento de la pederastia en parte
tiene que ver con esto porque los pederastas erotizan en los niños no
sólo la edad sino la absoluta falta de control sobre sus circunstancias
(Gómez Zapiaín, 2009).
La mayoría de los clientes, sin embargo, se mueve en la contra-
dicción de querer controlar a un objeto sexual y no querer cosificarlo
del todo porque entonces pierde atractivo. El discurso mayoritario so-
bre las mujeres es contradictorio (santa/puta) porque un mundo en el
que sólo existieran los discursos de hostilidad sería invivible no sólo
para las mujeres, también para los hombres. Los hombres necesitan
también amar a algunas mujeres: a sus mujeres a sus madres, a sus hi-
jas o amantes, como poco. Por eso el doble discurso funciona, porque,
dando por hecho la existencia del patriarcado, es funcional para ambos
sexos. En todo caso, lo que está erotizado en la prostitución no es la
mujer concreta (ellos ni siquiera ponen mucho interés en elegir a la
mujer), es el poder como género y el poder de cada individuo varón. Y
el estigma va asociado al goce, sin estigma no hay goce porque el es-
tigma es la marca de la devaluación, sin la que la función que juega la
prostitución desaparece. Lo que se busca es la posibilidad de dar sali-
da a la hostilidad sexual, cada vez mayor hostilidad, de manera que no
trascienda a la propia vida, es decir, sin que eso suponga que uno no
pueda relacionarse de manera normal con las mujeres, no pueda ca-
sarse normalmente o no pueda aceptar a una jefa en el trabajo. Por eso,
el hecho de que algunos hombres eroticen la idea de ser dominados
por una mujer sexualmente poderosa no humaniza a la prostituta ni le
da poder real sino que, al contrario, ella puede encarnar ese papel de-
bido precisamente a que ha sido deshumanizada previamente y se pre-
senta así como una carcasa vacía, presta a rellenarse con lo que el
cliente pida. Por eso ella es la dominada o la dominadora, o también la
madre cuidadora que se ocupa de las necesidades físicas o emociona-
les (Segal, 1994, p. 151) o la amiga que consuela de la soledad (ibid.,
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no hay mucho más que estudiar aquí. Son ellos los que con el uso de
la prostitución ponen en juego las categorías de identidad masculi-
no/femenino que combatimos las feministas (O’Neill, 2001, p. 145;
Carpenter, 2000, p. 10). Como feministas que queremos un cambio en
el orden de género, no podemos pasar por alto ni quién tiene el poder
económico ni quién controla la producción de la representación de la
diferencia sexual. No puede producirse un cambio si no nos enfrenta-
mos a la construcción del sujeto masculino empoderado sexualmen-
te, si no cuestionamos la masculinidad y seguimos, por el contrario
(como hace el sector proprostitución), entendiendo la masculinidad
como un factor dado en la organización social de género ¿Quiénes
son esos hombres que usan de la prostitución? Cualquier hombre he-
terosexual, quizá muchos más de los que pensamos,6 pero no olvide-
mos tampoco que todavía son una minoría respecto al total de los
hombres. En todo caso, nunca una minoría estuvo tan bien represen-
tatada; una minoría con una enorme presencia social y mediática, y
sobre la que se hace recaer mucho de lo que significa ser un hombre.
Son hombres que pese a ser minoritarios no son vistos nunca como
extraños y cuentan siempre con la aquiescencia de todos los demás.
Se hace pasar el comportamiento de una minoría como normal y co-
mún a todos, ya que sobre ese comportamiento y esos hombres des-
cansa una parte del orden de género. De alguna manera no hace falta
que todos los hombres sean usuarios de prostitución porque los que lo
son representan a todos.
Pitts et al. (2004, p. 12) explican que todos los estudios que se
han hecho sobre los clientes demuestran que los hombres que com-
pran sexo no se distinguen en nada de los que no lo compran. Peter
Szil, psicoterapeuta especializado en educación sexual y con larga ex-
periencia en la materia, pone de relieve en sus trabajos que además de
los perfiles individuales de los hombres que compran sexo, hay una
visión compartida por el resto de la población masculina que hace po-
sible la práctica de la prostitución. Esa visión, según este experto,
está basada en la certeza de que su sexo les otorga derecho a disponer
de su entorno, del espacio y del tiempo de otros, y, en primer lugar, de
otras. Ignasi Pons realizó su tesis doctoral sobre las condiciones la-
borales de las prostitutas en Oviedo. Subraya que la demanda mascu-
lina refleja el deseo del varón de satisfacer una necesidad dominada
por la compulsión según los parámetros de un modelo sexual andro-
céntrico; los mismos parámetros que subyacen en la violación. El va-
rón vive su sexualidad de manera compulsiva, siente una necesidad,
tiene el derecho de satisfacerla porque eso es lo propio del varón, no
importa con quién ni en qué condiciones.
López Insausti y Baringo (2007) hacen un estudio del cliente y
demuestran hasta qué punto todavía es importante la influencia de la
pandilla, la prostitución como rito de paso hacia la masculinidad. La
psicología social ha demostrado que en los grupos la gente se com-
porta como no lo haría nunca solo. En el caso de la pandilla se crea un
sentimiento de comunidad que permite crear un vínculo afectivo en-
tre ellos, un vínculo cuya argamasa es la construcción social y sexual
de la masculinidad, vínculo que les permite además disociar absolu-
tamente su vida afectiva y sexual en el ámbito de la familia y su vida
en el ámbito de los colegas, con los que se va de putas o se presume
de ello. La disociación mental del usuario de la prostitución tiene
unas sólidas raíces culturales que son bien conocidas.
También Allison (1994, p. 165) ha demostrado que el uso de la
prostitución no siempre responde a un interés erótico particular, sino
que en gran medida es un ritual de pertenencia al grupo masculino.
Ahora, además, empujados por el mercado, muchos hombres la usan
cada vez más como ocio organizado masculino: después del trabajo,
salidas de chicos, despedidas de soltero, etc. Y muchos hombres han
comentado hasta qué punto se sienten coaccionados por eso. En este
sentido funciona también como forma de control de género, pero de
género masculino. En algunos grupos de hombres, como entre los
soldados, en los clubs deportivos, incluso entre los oficinistas en se-
gún que países… usar a las prostitutas es casi obligado y sobre ese
uso existe una gran presión social que está relacionada con el tener
que demostrar que uno es un hombre y con ser aceptado como tal
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7. Un hombre que viera en la prostituta a un ser humano como él mismo, como una
hija, como su mujer, tendría dificultades para imponerle una actividad que a ella le
está produciendo como poco displacer. De ahí que necesiten cosificarla y reprimir
cualquier atisbo de empatía. La empatía erótica se logra cuando, como dice Gómez
Zapiaín (2009, p. 144), al mantener relaciones sexuales «puedo leer adecuadamente
tu estado y cuando la calidad de lo que vivas me concierte». La empatía es, por tanto
incompatible con el uso de la prostitución.
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8.
Regular o no regular
Prostitución y capitalismo
1. Según varios estudios cuando ellas lo viven como un trabajo las experiencias sub-
jetivas sí son comparables. Cuando son obligadas obviamente no. The migrant sex
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2. Para las feministas proprostitución el mercado sexual sería sólo una concreción
particular de una tendencia mucho mayor que abarca la salida al mercado de casi to-
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das las tareas consideradas femeninas. En ese sentido el sexo, es una materia prima in-
sustituible para el capitalismo, pues tanto la demanda masculina como la oferta feme-
nina parecen en principio ilimitadas. Entender el placer como una necesidad que hay
que cubrir es asumir acríticamente la ideología sexual masculina que sostiene en par-
te el entramado patriarcal. Pero, además, esta es, de todas las actividades privadas co-
mercializadas, la única segregada sexualmente que no es intercambiable. Es obvio que
la derecha y el neoliberalismo no van a oponerse, sino al contrario, al desarrollo de
uno de los mayores negocios del mundo, pero no se entiende que no lo haga alguien
que se llame feminista.
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5. Se podrá decir que en cierta medida ya lo son, pero mientras existan trabas éticas,
ideológicas, sociales o políticas, las mujeres tendrán legitimidad para intentar no de-
dicarse a la prostitución, para buscar otros trabajos y otras oportunidades, pero, sobre
todo, podremos exigir a los gobiernos políticas de igualdad y desarrollo basadas en el
género. Todo esto desaparecería en el momento en que la prostitución se legitimara.
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El debate de la regulación
Regular o no
aquellos clientes que no quisieran que sus datos figurasen en las fac-
turas, o de lo contrario se trataría de dinero negro (Hernández Oliver,
2007).
¿Bajo qué modalidad contractual se podría incluir el arrenda-
miento de un cuerpo? Si fuese como cualquier otro trabajo tendrían
que asumirse códigos de seguridad e higiene en el trabajo que impli-
carían responder a preguntas como: ¿pueden los embarazos ser con-
siderados accidentes de trabajo? Y más aún, si una prostituta se que-
da embarazada, lo que no es tan extraño, ¿tendría derecho a abortar
allí donde el aborto esté prohibido o donde se dificulte? Y si no quie-
re abortar o no se la deja abortar, ¿puede demandar a todos los clien-
tes para que se hagan la prueba de paternidad? ¿Por qué no? ¿O es
que un hombre que deja embarazada a una prostituta es menos pa-
dre que un hombre que deja embarazada sin querer a una mujer cual-
quiera? ¿Se puede obligar a una mujer a firmar un contrato en el que
exonera a cualquier cliente de toda responsabilidad en un posible em-
barazo? ¿No iría eso contra todas las leyes de igualdad de cualquier
país democrático? ¿Puede un cliente demandar a una prostituta por-
que no le hace una mamada satisfactoria? ¿Se puede demandar a un
cliente por no ponerse un condón? ¿Por qué no? ¿Y qué ocurre si el
cliente se da cuenta, por ejemplo, de que la prostituta lo hace con asco
y su fantasía se va al traste y entonces no quiere pagarle?6 Aunque pa-
rezcan forzadas, estas situaciones no son extraordinarias, ya han ocu-
rrido en la vida real y nos enfrentan a la verdadera naturaleza de esta
ocupación y también nos dan cuenta de que en la vida real casi nadie
considera, en realidad, que el sexo pueda ser un trabajo regulado por
las leyes que rigen para los demás trabajos. Así que el debate en este
sentido está trucado, no es real.
Un debate trucado
7. De ahí que una parte importante del Partido Popular, con Esperanza Aguirre a la
cabeza, sea partidaria de la regulación; es lógico y coherente con sus principios.
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8. Nunca la salud de los clientes, que es un foco de infección para las trabajadoras.
9. Contener, ocultar y vigilar son los tres principios sobre los que históricamente se
levanta cualquier regulación de la prostitución. Se ve claramente en Guereña, en su
estudio sobre prostitución medieval. Desde el siglo XIX a estos tres principios se une
el de la protección o incremento de los beneficios, es decir, el empresarial.
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1998, p. 26). Así, se presionó también para que desaparecieran las re-
gulaciones existentes sobre la prostitución, especialmente las que se
referían a la prostitución ejercida en la calle. Se reformuló completa-
mente la relación de la ley con las relaciones sexuales privadas con-
sentidas (Brock, 1998, p. 27). Se afirmó entonces que ninguna activi-
dad sexual entre adultos que consienten y que se realiza en privado es
de interés del estado. Pero, al mismo tiempo, se consideró también que
la legislación sobre los burdeles no debía liberalizarse porque eso in-
crementaría el reclutamiento de mujeres. Por el contrario, la prostitu-
ción realizada en el domicilio de la prostituta, del cliente o en un ho-
tel se dejó a la voluntad de los participantes. La regulación, que ahora
aparece como una demanda progresista, era en los sesenta una de-
manda conservadora, mientras que lo progresista era entonces exigir
la derogación de cualquier regulación y más aún de cualquier penali-
zación (Brock, 1998, p. 25). Con la nueva situación social que se fue
abriendo paso, con una industria del sexo cada vez más poderosa y en
expansión, en los años setenta las prostitutas comenzaron una lucha
por la despenalización allí donde aún era ilegal, al tiempo que los em-
presarios comenzaban su lucha para acabar con el libertarismo exis-
tente y, de esa manera, poder extraer más y más beneficios. Esta in-
dustria, como cualquier otra, no veía con buenos ojos la existencia de
trabajadoras autónomas que se llevaran los beneficios o la mayor par-
te de ellos, además de suponer una competencia para sus trabajadoras
«reguladas».
Brock insiste en que, en las actuales circunstancias, no es posi-
ble una regulación que favorezca a las prostitutas dejando de lado los
intereses de la todopoderosa industria. Es una evidencia comprobable
que las mujeres que ejercen la prostitución no se han podido benefi-
ciar nunca de ninguna regulación, ni siquiera de aquellas que se han
pretendido hacer a su favor, como más adelante veremos. No todo lo
que hacemos las personas tiene que estar regulado por la ley y es la
situación que prefieren muchas prostitutas, incluidas algunas activis-
tas, cuando pueden expresarse con claridad y sus voces no son se-
cuestradas por «expertas» de ambos lados. Brock es de las teóricas
que considera que la aproximación más favorable desde el punto de
vista feminista es la despenalización sin ningún tipo de regulación, la
desregulación, porque elimina la interferencia del estado en el control
y en los asuntos de las prostitutas. La alegalidad no tiene por qué sig-
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11. Es el caso de lo que ocurrió en España con las fotos de El País y las subsiguien-
tes reacciones (sábado, 19 de septiembre de 2009).
12. Como el que tienen muchos medios de comunicación para poder legalizar los
anuncios de prostitución, una de sus principales fuentes de financiación.
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tos» los que a partir del siglo XIX crearon la identidad de la prostituta
para reprimirla posteriormente. Y también hemos visto que hay acti-
vistas prostitutas que ni quieren ser reguladas ni quieren ser conside-
radas trabajadoras del sexo. Por eso, la desregulación y no la regula-
ción es la situación preferida por muchas de ellas y por muchos
grupos de defensa de los derechos de las prostitutas (COYOTE, 1988,
cit. en O’Conell, 1988, p. 196). Desregulación no quiere decir vulne-
ración de derechos, ni prohibición de organizarse, ni posibilidad de
constituirse en interlocutoras válidas de todo aquello que les afecte,
pero tampoco quiere decir necesariamente regulación. Sin embargo,
magníficas campañas de publicidad han conseguido que todo el de-
bate gire en torno a la posibilidad de regular, que ésta parezca la úni-
ca solución posible y realista; la única que garantiza derechos a estas
mujeres, esto está muy lejos de ser así.
16. Sin embargo, en España se insiste en no multar al cliente. En las ciudades que
toman medidas se multa a las prostitutas, y en alguna donde se supone que se multa a
los dos, se le multa solo a ella. En Málaga, por ejemplo, en la primera mitad de 2011
se impusieron cuatrocientas multas a las prostitutas y cuatro a los clientes. Teniendo
en cuenta que ellas son las mismas y ellos son más y van rotando, se ve la despropor-
ción.
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parte muy visible del ocio y el negocio masculinos, todos los estudios
muestran que se ha producido una gran expansión de la industria del
sexo y de su visibilidad, lo que es consecuente con el interés empre-
sarial por aumentar la demanda y con ella los beneficios. Eso conlle-
va una publicidad mucho más agresiva, como ocurriría en cualquier
negocio, y eso aunque esté prohibida en los periódicos. Los empresa-
rios encuentran otros soportes publicitarios. En aquellos estados aus-
tralianos en los que la prostitución está legalizada podemos ver, por
ejemplo, vallas publicitarias en la carretera con mujeres desnudas y el
dinero impreso en cualquier parte del cuerpo o a cuatro patas o en si-
tuaciones humillantes. Sin embargo, esa publicidad es difícilmente
criticable porque, ¿cómo no va a ser sexista la publicidad de la pros-
titución? Al mismo tiempo, al no poder criticar las imágenes más
agresivamente sexistas, aquellas que lo son menos tampoco pueden
criticarse. ¿Cómo se va a criticar lo menos dejando sin criticar lo más?
De esta manera, el resultado es que cualquier crítica al sexismo en los
medios de comunicación, en la educación, en la vida social, etc., sim-
plemente se desactiva, se convierte en imposible, puesto que la legi-
timación de la prostitución legitima el sexismo. Algunas empresas
ofrecen bonos para gastar en burdeles como premio o regalo (¿por
qué no van a hacerlo si es completamente legal y los burdeles regalan
estos bonos a las empresas?). Algunos negocios se completan o se fir-
man en prostíbulos, y los empresarios del sexo animan a los hombres
de negocios a que celebren reuniones de empresa en clubes donde hay
mujeres que sirven las mesas desnudas;17 al mismo tiempo ir de putas
se ha convertido en una de las maneras más habituales de ocio de las
pandillas juveniles.18
Obviamente todo esto tiene un profundo impacto social y laboral
17. <http://action.web.ca/home/catw/readingroom.shtml?x=37143>.
18. Estas situaciones no son ciencia ficción, son completamente reales y de vez en
cuando llegan a la prensa. En las empresas de Wall Street no es infrecuente que los
ejecutivos vayan en viajes de negocios que incluyen prostitución. Esto hace que los eje-
cutivos varones no quieran viajar con ejecutivas y, por tanto, que las empresas discri-
minen a éstas. En 2004 Morgan Stanley tuvo que pagar cincuenta y cuatro millones de
dólares a una ejecutiva que fue vetada a un viaje con sus compañeros brokers porque
«los hombres se sentirían incómodos participando en actividades con contenido se-
xual en presencia de una colega». Así que lo mejor es que las mujeres no sean colegas
de ningún ejecutivo: las mujeres, a trabajar de prostitutas; los hombres a los negocios
<www.comfia.info/noticias/pdf/34289.pdf>.
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para todas las mujeres. Más allá de los significados simbólicos, am-
pliamente comentados en este libro, ¿dónde dejan esos bonos o esos
negocios que se firman en burdeles a las mujeres trabajadoras o em-
presarias? ¿Nos van a dar a nosotras un bono también? ¿Y si no nos lo
dan, que nos dan a cambio? ¿En qué lugar queda una ejecutiva cuando
sus compañeros se van al burdel a discutir un negocio? ¿Tiene ella la
obligación de ir también o se queda sin participar en la reunión? ¿Pue-
de exigir que en la reunión haya también hombres desnudos? ¿Qué
manera de relacionarse con las mujeres están aprendiendo esos chicos
que ahora ven legitimada por parte del estado, nada menos, la desi-
gualdad? ¿Cómo se les puede intentar enseñar que somos iguales si se
les muestra claramente que somos diferentes? ¿Cómo puede ser femi-
nista defender este estado de cosas? ¿Qué posibilidad tiene el sexismo
de ser denunciado cuando una práctica sexista es elevada a legítima?
Más allá de negociar los salarios y las condiciones de ciertas prostitu-
tas, ¿qué le queda al feminismo después de eso? ¿Cuál es su papel so-
cial? ¿En qué lugar quedan todas las mujeres a quienes siempre se les
puede decir que se vayan a un burdel, que ese es su sitio? ¿Qué políti-
cas feministas puede hacer un estado que ve como la prostitución se
convierte en una salida legítima para muchas mujeres? Los derechos
conseguidos con la regulación son escasos y se pueden conseguir de
otra manera, los inconvenientes son muchos: para ellas, para todas las
mujeres y especialmente para la idea de igualdad.
El caso sueco
sirve a los intereses del feminismo; visibiliza que el estado, y por tan-
to la sociedad, considera ilegítima la compra de servicios sexuales y
algo que hay que combatir, mientras que, por el contrario, asume una
posición no neutral respecto a la lucha por la igualdad entre hombres
y mujeres. El gobierno sueco quiso mostrar que la sociedad y las ins-
tituciones del estado mantienen una posición crítica frente a esta ins-
titución sexista. Pasados unos años, parece haber logros:19 se afirma
que esta nueva ley ha conseguido la reducción del 70 % de la prosti-
tución callejera y el 50 % de la prostitución en clubs. Pero la actua-
ción contra la prostitución en Suecia no se limita a la persecución po-
licial e incluye medidas preventivas, sociales, educativas…
La ley sueca también tiene sus críticos, incluso en su propio país.
Los críticos de este modelo afirman que la prostitución, simplemente,
como ocurre siempre que se persigue ha dejado de estar en la calle
para refugiarse en locales cerrados y en Internet.20 Esta crítica, que es
la más frecuente, es en realidad fácil de desmontar porque el hecho de
que una actividad ilegal o ilegítima busque otros espacios al ser aco-
sada por el estado no invalida la lucha contra esa actividad si social-
mente se decide que debe ser así. Se trataría de luchar por ampliar el
campo de actuación de las leyes, de otra manera, en el siglo de la glo-
balización, todos los estados tendrían que renunciar a aprobar leyes
penalizadoras de delitos que puedan fácilmente trasladarse a otros paí-
ses, y casi todos pueden hacerlo. Se podría decir que puede que no
acabe con la prostitución pero sí hace una importante pedagogía social
sobre qué es legítimo y qué no; sólo por eso merecería la pena. Es po-
sible, además, que las mujeres dejen de emigrar a Suecia con la inten-
ción de dedicarse a la prostitución y las mafias también dejarán de tra-
tar de introducirse en Suecia porque si suben los costes asociados al
negocio es muy posible que prefieran desviarse a otros países en los
que la prostitución no esté perseguida de ninguna manera.
Sin embargo, me sigue inquietando cierta despreocupación o
falta de solidaridad del feminismo tradicional con respecto a estas
19. Aunque también aquí depende de quién dé las cifras. Todas las cifras que he en-
contrado son contradictorias o se matizan unas a otras. Las que doy son las que apa-
recen con más frecuencia en los trabajos e informes.
20. Gunilla Ekberg, «The Swedish Law that Prohibits the Purchase os Sexual Ser-
vices. Best practices for Prevention of prostitution and Trafficking in Human Beings»
en Violence Against Women, vol. 10, 2004b, 1187-1218 (pp. 1.193 y 1.199).
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21. <http://www.nswp.org/pdf/KINNELL-FEMINISTS.PDF.>
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las vidas de estas mujeres que no tienen, literalmente, otra vía de su-
pervivencia. En ocasiones da la impresión de que una parte de ese fe-
minismo tradicional se contentaría con que el estado multase a los
clientes, porque de esa manera se salva la posible legitimación de la
prostitución, pero lo cierto es que si no hay alternativas reales para
esas mujeres, una parte del feminismo, de la izquierda, de los movi-
mientos sociales no aceptaremos que esa sea la solución buena y el
debate volverá a abrirse en cualquier momento y la legislación a cam-
biarse.
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Conclusión
¿Un terreno común?
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