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Variedades de liberalismos

Alejandra M Salinas 15-1-18

El liberalismo es conjunto de tradiciones de pensamiento político que defienden la libertad


individual como base del orden social. Entre sus ideas principales figuran:

1. defensa de un individualismo ontológico (y metodológico)


2. la libertad natural y la igualdad moral de las personas
3. el reclamo moral de no violar ni interferir con esa libertad y esa igualdad
4. el derecho individual a la propiedad privada
5. la necesidad de un Estado de derecho (para proteger items 1-4)
6. los límites a las decisiones colectivas
7. desconfianza en el gobierno y “eterna vigilancia”

Estos elementos se combinan de diversa manera y proporciones según los distintos autores y
épocas, y conforman un complejo conjunto de visiones. Sin embargo, en su análisis Julio
Montero (“Liberales, neoliberales y libertarios”, Clarín, 15-1-2018) las reduce sólo a tres. Concuerdo
con algunas de sus caracterizaciones, como la aplicada a Rawls, quien se proponía defender un
liberalismo igualitario para convencer a los simpatizantes de izquierda de que era posible una
redistribución sin revolución y con libertad. Discrepo, sin embargo, con la premisa de que los
padres del liberalismo (Locke, Kant) “fueron mayormente igualitaristas”: lo fueron pero sólo en
un sentido moral, y no en el sentido de asistencialismo social que les pretende otorgar el
artículo. Discrepo, además, con la noción de que “la propiedad y la riqueza son producto
de un sistema de regulaciones”; más bien creo que “la propiedad y la riqueza son
producto inversamente proporcional al sistema de regulaciones”. Y en ánimo de
reescribir, también reformularía la expresión “en ausencia de gobierno no hay derechos
sino ley del más fuerte” por “en ausencia de gobierno mínimo no hay derechos sino ley
del más fuerte”, como ya lo demostraron las experiencias socialistas del siglo pasado.

En su breve clasificación, Montero olvida incluir al liberalismo clásico, que agrupa las visiones
de autores como Adam Smith, Nozick, Hayek y Buchanan, por citar sólo los más destacados.
Sospecho que Montero no los incluye porque se trata de una postura más difícil de criticar que
la utopía anarquista o el “neoliberalismo” economicista, y ello porque refuta varios mitos
antiliberales que ciertos autores insisten en perpetuar. El liberalismo clásico defiende un ingreso
mínimo o el acceso universal a la educación primaria, para dar las herramientas a todas las
personas para buscar el progreso por sí mismos. El liberalismo clásico defiende un Estado
activo, pero con un rol mínimo y limitado a proteger la libertad natural, la igualdad moral y los
derechos que se derivan de ellas. Por último, el liberalismo clásico busca controlar los excesos y
desvíos del poder público para garantizar la justicia además de la eficiencia, ambas
indispensables para el bienestar general.

Para concluir, me resulta extraño pero no novedoso que Montero asocie a Reagan y Thatcher
con Pinochet y la China comunista. Los críticos del liberalismo confunden la naturaleza de esos
regímenes con una liviandad que asusta. Recordémosles entonces que Reagan y Thatcher fueron
elegidos democráticamente y que implementaron una política liberal con el consenso de sus
votantes, a diferencia de otros regímenes autoritarios y totalitarios.

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