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Cómo evitar los berrinches

Las rabietas son parte de la vida diaria de algunos niños, aunque pueden ser menos
frecuentes en otros.

Para prevenir muchas de las rabietas de tu pequeño, trata de planear su día de manera
que la frustración permanezca dentro de los límites de su tolerancia, la mayor parte del
tiempo.

Intenta evitar las rabietas sin comprometer tus propios límites porque no aportan nada
positivo para ninguno de los dos.

Cuando debes forzar a tu hijo a que haga algo que no le resulta agradable, o prohibir
algo que le gustó, hazlo con el mayor tacto posible. Si ves que se está enojando o
alterando acerca de algo, procura que le sea más fácil aceptarlo.

Por supuesto que tu niño debe salir con el abrigo puesto, si eso es lo que le has dicho,
pero quizás no necesite llevar el cierre del cuello abrochado todavía.

No hay ninguna ventaja en desafiar a tu hijo con cosas absolutas que hay que "hacer" y
"no hacer" o en acorralarlo en situaciones en las que su única opción es explotar de
rabia. Déjale una ruta de escape digna.

Qué hacer si tu hijo tiene una rabieta

Recuerda que su exceso de enojo o de rabia le asusta a él mismo. Asegúrate de que no


se haga daño ni dañe a los demás.

Si después de que se le pase el ataque de rabia descubre que se ha golpeado la


cabeza, te ha arañado el rostro o ha roto un jarrón, verá estos daños como evidencia
de que no se puede controlar y que tú tampoco tienes el poder de controlarlo y
mantenerlo seguro.

Puede ser más fácil mantener a tu niño seguro si lo sujetas con suavidad en el suelo. A
medida que se vaya calmando y se sienta cerca de ti descubrirá, para su asombro, que
todo sigue igual después de la tormenta.

Poco a poco se relajará en tus brazos y los gritos se convertirán en llantos. La furia
pasará y ahora simplemente vuelve a ser un niño pequeño que ha gritado hasta quedar
exhausto. Es hora de consolarlo.

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Hay algunos niños que no soportan estar en brazos mientras están teniendo una rabieta.
La restricción física les da más motivo para enojarse y empeora las cosas. Si tu hijo
reacciona de esta manera, no insistas en dominarlo físicamente. Aparta cualquier cosa
que pueda romper e intenta evitar que se haga daño a sí mismo.

No intentes discutir con tu hijo

Mientras la rabieta dura, tu pequeño está más allá de la razón.

No le contestes gritando, si es que puedes evitarlo

La rabia y el enojo son muy contagiosos y puede que te sientas más enojada con cada
uno de sus gritos. Intenta no participar en la rabieta. Si lo haces, probablemente la
prolongarás ya que cuando comience a calmarse, se dará cuenta del tono enojado de
tu voz y comenzará de nuevo.

No le ofrezcas ninguna recompensa ni ningún castigo por una rabieta

Quieres que vea que las rabietas, que son horribles para él, no cambian nada, tanto a
favor como en contra. Si tiene una rabieta porque no dejas que salga al jardín, no
cambies de opinión y dejes que salga después de que se haya calmado.

De la misma forma, si ibas a dar un paseo antes de que tuviera la rabieta, debes seguir
con el plan, tan pronto como se calme.

No dejes que las rabietas en público te hagan sentir mal

Muchos padres temen las rabietas en lugares públicos. Sin embargo, no debes dejar
que tu hijo sienta esta preocupación. Si dudas en llevarlo a la tienda de la esquina para
evitar que tenga una rabieta porque quiere dulces, o si lo tratas de forma extra
cuidadosa cuando hay visitas por si el trato ordinario provoca una explosión, se dará
cuenta de lo que está pasando.

Una vez que tu hijo se dé cuenta de que sus enojos genuinamente incontrolables tienen
un efecto en tu comportamiento hacia él, es probable que aprenda a usarlos y entre en
un estado de rabietas un tanto deliberadas, típicas de niños de 4 años, cuyos berrinches
no se han manejado con eficacia.

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Cómo manejar las rabietas

Imagina que tu hijo no tendrá una rabieta, compórtate como si nunca hubieras oído
hablar de ellas y luego trátalas, cuando ocurran, como algo desagradable, pero
completamente irrelevante en el curso de los acontecimientos de un día ordinario.
Suena fácil, pero no lo es.

Una vez visité a una amiga cuyo hijo de 20 meses le había pedido que quitara la tapa
de su caja de arena. Ella le dijo, "Ahora no, es casi la hora de tu baño", y siguió
conversando conmigo. El niño le tiró del brazo y le preguntó de nuevo, pero no obtuvo
respuesta. Luego intentó en vano abrirla él mismo.

El niño estaba cansado y la frustración fue demasiado para él. Explotó.

Cuando la rabieta había pasado, su madre me dijo: "Siento que soy muy mala. Esto ha
sido culpa mía. No me he dado cuenta de que era tan importante para él jugar en la
caja de arena". Y entonces le quitó la tapa a la caja de arena.

El comportamiento de la madre es fácil de comprender, ¡pero también un ejemplo


excelente de cómo no hay que manejar una rabieta! Ella dijo "no" al niño cuando le
pidió ayuda la primera vez, sin pensar con detenimiento en lo que le había pedido su
pequeño. Los esfuerzos del niño para retirar la tapa de la arena le mostraban las ganas
que tenía de jugar porque no le estaba prestando atención.

Fue necesaria una rabieta para que la madre se diera cuenta de las ganas que el niño
tenía de jugar con la arena y de que no había una buena razón para no dejarle jugar.
Es normal que deseara compensarlo dejándole jugar después de todo, pero era
demasiado tarde para eso.

Aunque no hubiera sido una buena decisión al principio, la mamá debería haber
seguido con su "no" original porque, al cambiarlo por un "sí" después de la rabieta, lo
que consiguió fue que su hijo sintiera que su explosión había tenido el efecto deseado.

Hubiera sido mejor para ambos que la madre hubiera escuchado a su hijo cuando le
pidió ayuda por primera vez, y hubiera pensado mejor su respuesta en lugar de ceder a
los deseos del niño después de su rabieta.

No es fácil ser un niño chiquito, y pasar sin control de esos estados de ansiedad a
explosiones de rabia. Tampoco es fácil ser madre y tener que convivir con ese estado
emocional tan variable y mantenerlo en equilibrio.

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Pero el tiempo ayuda: gran parte de la turbulencia emocional se habrá calmado para
cuando tu hijo haya completado su cambio de niño pequeño a niño en edad
preescolar.

Las rabietas serán cosa del pasado

A medida que tu niño crezca podrá manejar mejor las cosas. Eso significa que tendrá
menos frustración extrema en su vida diaria. También podrá conocer y comprender
más, y su vida tendrá menos novedades que lo asustan.

A medida que pierde el miedo, dejará de necesitar tanta reafirmación de ti y


gradualmente aprenderá a hablar libremente, no solo acerca de las cosas que puede
ver frente a él, sino acerca de las cosas que está pensando e imaginando.

Con la ayuda del lenguaje también distinguirá entre fantasía y realidad. Una vez que
llegue a este punto, podrá ser capaz de ver que la mayoría de sus peores miedos no son
ciertos, y que la mayoría de las exigencias y restricciones que tú le impones son
razonables.

Simplemente dale un poco de tiempo.

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El frasco de la calma

Educadora, científica, médica, psiquiatra, filósofa, antropóloga, bióloga, psicóloga,


feminista y humanista; la vida de Maria Montessori no fue nada corriente. Una historia de
superación personal en un mundo dominado por los hombres.

Sin embargo, si por algo ha trascendido la vida y obra de esta mujer italiana, es por su
faceta como pedagoga y sus revolucionarios métodos de enseñanza.

Hoy el método Montessori y sus interesantes preceptos educativos, son todo un referente
a nivel mundial. Su éxito se debe a sus bondadosas técnicas, pensadas para empoderar
a nuestros hijos, responsabilizarles de sus acciones, reforzar su autoestima y conseguir
que desarrollen una personalidad armoniosa y equilibrada.

Una de sus ideas más fascinantes, curiosas y sorprendentemente efectivas es su “frasco


de la calma”, una sencilla técnica con la que calmar y controlar las rabietas, molestias y
llantos de nuestros hijos.

Como bien explica su nombre, el objetivo es calmar el estado de ánimo de nuestros


hijos durante sus rabietas, ataques de llanto o situaciones de estrés.

El frasco es un simple bote de cristal o plástico lleno de agua, pegamento y brillantina,


que es agitado frente a sus ojos con la intención de desviar su atención hacia los
patrones y movimientos del líquido. Acompañando la acción de un tono cordial e
instrucciones sobre su respiración, iremos concentrando al niño en el objeto
consiguiendo que se calme.

Poco a poco iremos haciendo consciente a nuestro hijo de la relación que hay entre
despejar la mente, cuidar la respiración y la reducción del miedo, el estrés y la
ansiedad.

Con el tiempo, te sorprenderás al ver que es tu hijo el que de motu proprio, observa este
bote para pensar sobre sus acciones.

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No es un castigo, es una técnica

Como ves, el “frasco de la calma” es una simple, pero efectiva, técnica de control del
estrés pensada para niños. Lo que no es y nunca será, es un castigo.

El “frasco de la calma” es una herramienta que le ayudará a crecer feliz. No debe ser
usado como amenaza o castigo tipo al “rincón de pensar”.

Los adultos pagamos mucho dinero por aprender a controlar nuestro estrés, o a luchar
contra los problemas de salud que nos provoca. Imagina lo importante que puede ser
para su bienestar, que tu hijo conozca una técnica de control de estrés y la frustración
desde su infancia.

Igual que el yoga, la meditación, mirar una vela, las técnicas de relajación eriksonianas
y tantas otras herramientas utilizadas por los adultos para controlar el estrés, el frasco de
la calma comparte con estas su metodología y objetivos.

Sin embargo, al tener el niño problemas para realizar unas pautas de forma consciente,
utiliza el brillo como herramienta para atraer su atención y calmarse.

La ciencia detrás del frasco.

Maria Montessori, primera mujer doctorada en medicina en Italia, explicó que el frasco
permite a los pequeños organizar y centralizar su sistema nervioso central en un estímulo
concreto.

Cuando el niño está estresado, su ritmo cardíaco y su respiración se aceleran y su mente


se bloquea (cuántas veces le has preguntado a tu hijo por qué llora tras una rabieta y
no sabía decirte la razón).

Sin embargo, al concentrarse en la lenta caída de la brillantina y sus formas, se genera


una orden inconsciente que comunica al cerebro que disminuya la agitación. Poco a
poco se crea una relación entre este patrón visual y la calma.

Cada niño es único y responde de manera diferente ante el “frasco de la calma”. Por
ello no hay que olvidar que es una técnica, y como cualquier otro aprendizaje, requiere
de cierta práctica.

La edad ideal para ponerla en práctica es entre los dos y cinco años. Así mismo
debemos poner atención en que el tamaño y material del bote sea el apropiado al
tamaño, habilidad y cuidado de nuestro hijo.

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Receta para un “frasco de la calma”

Crear un “frasco de la calma” es muy fácil, solo debemos reunir los siguientes
ingredientes:

 1 frasco de plástico transparente con tapa


 1 o 2 cucharadas de pegamento con brillantina
 3 o 4 cucharaditas de brillantina del color que quieras
 1 gota de colorante alimentario
 Agua caliente
 Champú infantil transparente
 Cola caliente

Mezcla todos los ingredientes dentro del tarro dejando un dedo de aire para que el
contenido se mueva cuando sea agitado.

El pegamento con brillantina y el champú transparente se usan para que existan fluidos
de diferentes densidades, y que la brillantina descienda de diferente forma y velocidad.

Cuando el contenido esté listo, pega la tapa utilizando la pistola termo selladora y la
cola caliente para evitar que se pueda abrir.

Aunque la receta original en tiempos de Maria Montessori hablaba de un bote de


cristal, creemos que actualmente los botes de plástico son más económicos y seguros.

Muchos padres incluyen juguetes en su interior, o utilizan colores flúor y pinturas


llamativos. Puede ser una excelente idea, pero por favor, asegúrate de que no son
tóxicos.

Si son juguetes que no dejarías a tu hijo por miedo a que se atragantará, no los uses
tampoco. Comienza haciéndolos sencillos, y con el tiempo y los años incluyendo
elementos llamativos que resulten seguro y aptos para su edad.

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