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FACULTAD DE HISTORIA

MAESTRÍA EN HISTORIA

LA REPRESENTACIÓN DEL MUNDO EN LA

LITERATURA DURANTE EL CAÑEDISMO:

SÍMBOLOS Y FIGURAS

TESIS QUE PARA OBTENER EL GRADO DE MAESTRO

EN HISTORIA PRESENTA:

LIC. SANTOS JAVIER VELÁZQUEZ HERNÁNDEZ

DIRECTORA DE TESIS

MC. ILDA ELIZABETH MORENO ROJAS

CULIACÁN ROSALES, JUNIO DE 2010


2

A Marcela Carrillo,

por impulsarme a emprender este viaje

sin extraviar el Norte

A mi madre Alejandra, y a Juana María,

por sus bendiciones

A Regina y Ximena,

hacedoras de alegría

A mi familia,

por su apoyo y comprensión


3

Agradecimientos

Al Consejo Nacional para la Ciencia y la Tecnología (CONACyT), por haberme otorgado


la beca para efectuar mis estudios de Posgrado en Historia en la Universidad Autónoma
de Sinaloa (UAS), así como a la Dirección de Intercambio y Vinculación Académica de la
UAS, por otorgarme la beca para realizar una estancia de investigación en la Universidad
de Sonora (USON), en la ciudad de Hermosillo.

A mi asesora M.C. Ilda Elizabeth Moreno Rojas, no sólo por su crítica siempre precisa,
sino también por su amistad y ejemplo. Al Dr. Carlos Maciel Sánchez y al Dr. Fortino
Corral Rodríguez, por sus valiosos comentarios y puntualizaciones.

Al personal del Archivo Histórico de Culiacán y al del Centro Regional de


Documentación Histórica y Científica de la UAS, por la amabilidad y atención brindada
durante la consulta hemerográfica.

A mis maestros y compañeros del posgrado, pues me brindaron horas de saber y


camaradería. En especial a Jean Turpy y Teodoso Navidad, por su amistad, y por libros y
materiales esenciales.

A Hada Rosabel Salazar y al misterioso Dr. Mar Duk, por su amistad y los libros.
4

Índice

Introducción………………………………………………………………………………. 5

Capítulo 1. Una forma de historia cultural: la representación en la literatura


1. 1 La literatura: un documento para la historia………………………………………….. 9
1. 2 Trayectoria de la historia cultural: de la mentalidad a la representación………. 11
1. 3 La representación en la literatura……………………………………………………... 17

Capítulo 2. La era del Cañedismo, la era de los literatos


2. 1 El Porfiriato sinaloense……………………………………………………………….. 26
2. 2 ―Los hilos directivos‖ del comercio…………………………………………………. 28
2. 3 Los estratos y los ―trabajadores intelectuales……………………………………….. 31
2.3.1 La cultura y la era de los literatos………………………………………………… 35
2.3.2 Principales grupos autorales………………………………………………………. 39
2.3.3 La morada literaria: periódicos y revistas……………………………………….. 46
2.3.4 Las asociaciones literarias………………………………………………………… 54

Capítulo 3. Grafías de la literatura sinaloense y la representación del literato


3.1 Rasgos generales de la literatura sinaloense…………………………………………... 61
3.1.1 Romanticismo vs Modernismo: censura y subversión…………………………… 72
3.2 El literato: símbolos y luchas caballerescas………………………………………… 83
3.3 El bohemio converso: de maldito a pontífice………………………………………… 98

Capítulo 4. Símbolos y figuras antitéticas en la literatura


4.1 Héroes patrios: los precursores del progreso…………………………………………. 111
4.2 La ciencia y los Estados Unidos: la idealización del progreso…………………….. 122
4.3 El barco de vapor y su carga simbólica……………………………………………….. 131
4.4 El símbolo del crepúsculo y otras imágenes de la decadencia………………………… 138
4.5 La amada dual: virgen blanca versus ángel caído……………………………………. 152

Conclusiones………………………………………………………………………………. 169

Anexo………………………………………………………………………………………. 173

Bibliografía………………………………………………………………………………… 217
5

Introducción

La mayoría de los estudios históricos sobre el periodo en que gobernó a Sinaloa el general
Francisco Cañedo Belmonte (1877-1909)1 se han centrado en explicar el contexto
político, económico y cultural.2 Estos estudios han sido realmente útiles y necesarios, y de
ningún modo han desmerecido nuestra atención, por el contrario: creemos que solamente
gracias a estas investigaciones, de firme base histórica, ha sido posible conocer ―a través
de la historia sociocultural― cómo vivió la sociedad durante el Cañedismo: el papel de
los intelectuales como precursores de la revolución, el florecimiento de la prensa y la
ideología que la irradió, la vida cotidiana y los juegos y diversiones durante los ratos de
ocio, por citar algunos ejemplos.3
Sin embargo, siendo el Cañedismo uno de los periodos más estudiados por la
historiografía sinaloense, falta aún por develar el imaginario social de esta época para
vislumbrar sus creencias y costumbres, sus sentimientos, miedos y esperanzas, así como
sus formas de percibir, imaginar y representar el mundo. Ante esta carencia innegable de
este pasaje de la historia sinaloense, nuestra investigación se centró en clasificar,
interpretar y explicar las representaciones del mundo en la literatura expresadas a través
de símbolos y figuras de relieve.
Por tal razón, en el primer capítulo de esta investigación, se realizó una discusión
teórico acerca de cómo la literatura ha sido utilizada como un documento para la historia,
desde el enfoque de la historia de las mentalidades a la nueva historia cultural. Así, nos

1
El general Cañedo gobernó por 32 años a Sinaloa: de 1877 a 1909, pues si bien hubo dos periodos (1881-
1884 y 1888-1892) en que lo hizo el Gral. Mariano Martínez de Castro, quien era su compadre, se considera
que fue él quien detentaba realmente el poder y tomabas las decisiones.
2
Por cuestión de espacio, sólo nos limitaremos a citar las investigaciones profesionales siguientes: Arturo
Carrillo Rojas et al., El Porfiriato en Sinaloa, Comp. Gilberto López Alanís, Culiacán, Difocur, 1991, pp.
234; Félix Brito Rodríguez, La política en Sinaloa durante el Porfiriato, Sinaloa, Difocur-FOECA-
CONACULTA, 1998; Jorge Briones Franco, La prensa en Sinaloa durante el Cañedismo, 1877-1911,
Sinaloa, UAS-Difocur, 1999, 227 pp.; Azalia González, Rumbo a la democracia: 1909, Culiacán, Cobaes-
UAS, 2003, 160 pp.; Samuel Ojeda Gastélum, El mezcal en Sinaloa. Una fuente de riqueza durante el
Porfiriato, Culiacán, El Colegio de Sinaloa, 2006, 171 pp. Ver también Contribuciones a la Historia
Económica, Social y Cultural de Sinaloa, Coords. Arturo Carrillo Rojas, Mayra L. Vidales Quintero,
Rigoberto Rodríguez Benítez, Culiacán, UAS-Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, 2007.
3
Trabajos de esta naturaleza son los siguientes: María del Rosario Heras Torres, Vida social en Culiacán
durante el Cañedismo. 1895-1909, Tesis de Licenciatura, Facultad de Historia, UAS, 2000; Mabel Valencia
Sánchez, Una mirada sociocultural a la prensa de Sinaloa (1885-1910), Tesis de Maestría, Facultad de
Historia, UAS, Culiacán, 2007; Moisés Medina Armenta, Formas y espacios de diversión en el Culiacán
cañedista, 1885-1910, Tesis de Licenciatura, UAS, 2005.
6

propusimos realizar una doble aportación a la historiografía: por un lado, contar con un
conocimiento novedoso del pasado, y por otro, realizarlo por medio de un enfoque poco
practicado, como lo es la teoría de las representaciones propuesta por la historiografía
francesa, y que constituye una nueva forma de historia cultural. Por medio de este enfoque
se conocieron las representaciones que los literatos hicieron de sí mismos, de la propia
literatura y de la realidad que proyectaron en los discursos a través de una explicación e
interpretación de las mediaciones que intervinieron para configurar la visión del mundo
durante el Cañedismo; es decir, se descifraron las figuras y símbolos, modelos y
estrategias, lecturas e ideologías que modelaron estas representaciones.
Porque la literatura durante el Cañedismo, como se demuestra en el capítulo
segundo, fue una fecunda práctica cultural que estructuró una forma de participación social,
pues la poesía por ejemplo, principal vehículo de las representaciones, fue leída en
periódicos (hubo más de 50 en Culiacán), pero también recitada en las escuelas, tertulias,
en plazas públicas y teatros.4 La intensa actividad cultural fue posible por el desarrollo
comercial, así como por la estabilidad política, impulsado por el régimen cañedista. Así,
Sinaloa fue el único estado del noroeste que conformó alrededor de 12 asociaciones
literarias, dos revistas literarias y alrededor de 75 literatos, agrupados en dos generaciones.
En este sentido, en el tercer capítulo, con el análisis de la representación de la
literatura y del literato, se demuestra cómo durante el Cañedismo los escritores fueron
constructores de una realidad, pues marcaron de forma visible su presencia en la sociedad
a través del dominio del saber: figuraron en la vida pública como los orientadores de la
sociedad, autoridades morales y los ideólogos del progreso. Principalmente, los literatos

4
La recopilación efectuada en los periódicos más importantes de las principales ciudades de Sinaloa, así lo
demuestra: se compendiaron poemas de El Correo de la Tarde (ECT), de Mazatlán; de El Monitor Sinaloense
(EMS) y de El Mefistófeles (MEF), ambos de Culiacán; además en revistas y libros. Se recopilaron numerosos
poemas del periódico El Correo de la Tarde, en adelante ECT (1885-1909), de Mazatlán; del Mefistófeles de
Culiacán, en adelante MEF (1904-1909) y de El Monitor Sinaloense, en adelante EMS (1900-1909); de las
revistas Bohemia Sinaloense, en adelante BS (Culiacán, 1897-1899) y Arte (Mocorito, 1906-1909); y de los
libros de Francisco Medina y Enrique González Martínez, así como de la antología Mazatlán Literario
(1889), en adelante ML.
Con la amplia muestra recopilada puede afirmarse que la literatura ocupó un sitio privilegiado en los medios
impresos durante esta época: los lectores conocieron poemas, crónicas y relatos en la primera plana o en las
secciones especiales, dependiendo además de la propia regularidad de las ediciones: diaria, bisemanal o
semanal.
En ECT, los poemas aparecían en primera plana, así como en la sección sabatina ―Albores literarios‖, pero
sobre todo en la edición dominical poesía y literatura ocupaban un sitio preponderante; mientras que en EMS
la sección se llamaba ―Variedades‖. En el MEF se publicaron algunos poemas en la primera plana.
7

se concibieron como hombres ilustrados (nuevos Quijotes románticos que lucharon por el
progreso y contra la ignorancia) y como bohemios (pero no decadentes, como los
franceses, sino idealistas y virtuosos). Asimismo, se revela cómo la práctica literaria tuvo
un quehacer rector en la sociedad, por medio de atribuciones sociales específicas en el
área educativa, moralizante e ideológica, las cuales operaron a través de ciertas
representaciones colectivas expresadas en los discursos literarios; y donde la poesía, por
cierto, fue el principal género literario que vehiculó dichos símbolos y figuras, ya que los
poemas gozaron de gran prestigio y la publicación fue prolífica en la prensa de la entidad.
En el capítulo cuarto se tipifican e interpretan las representaciones más relevantes,
siendo los símbolos —más que antitéticos, complementarios— del progreso y la
decadencia los más destacados, y tendientes a conformar un imaginario donde la nación
surgía como desarrollada o en vías de estarlo, estable política y económicamente. De esta
manera, además de contribuir a la conformación de una identidad nacional y de educar a
la población por medio de la literatura, de paso se legitimó un régimen. Así, por ejemplo,
aparece el símbolo del progreso expresado en los héroes patrios, vistos como los
precursores del bienestar que se vivía en el régimen cañedista; también la imagen del
barco de vapor fue visto como el advenimiento de la civilización, pues éste portaba tanto
bienes materiales como espirituales. Mientras que los símbolos de la decadencia
emergieron con la recreación de desastres naturales y enfermedades, ajenas a la voluntad
del régimen: la Naturaleza era algo que escapaba al control político. Aparecen también, no
obstante, las figuras del mendigo y la del loco. Otra figura antitética es la amada (como
virgen o ángel caído), la cual se proyectó para modelar una mujer ideal para el hogar.
Finalmente, con este estudio de las representaciones del mundo en la literatura,
bajo el enfoque teórico de la nueva historia cultural, se pretendió realizar una tarea que no
sólo era necesaria, sino también inaplazable. Paul Valéry decía que ―un poema no se
termina: se abandona‖, así considero que esta obra puede ser proseguida por otros
historiadores que se interesen por esta temática, pues, como también señalaba Borges, ―Lo
que un hombre no puede hacer, las generaciones lo hacen‖.
8

Otra categoría de fuentes privilegiadas para la historia de las mentalidades,


la constituyen los documentos literarios y artísticos.
Historia, no de los fenómenos «objetivos»,
sino de la representación de estos fenómenos.

Jacques Le Goff, Las mentalidades, una historia ambigua


9

Cap. 1. Una forma de historia cultural: la representación del mundo en


la literatura

1.1 La literatura: un documento para la historia

Por mucho tiempo predominó en los historiadores ―una pobre idea de lo real‖, como ha
dicho Chartier, asimilada en el seno social de la existencia vivida, por lo que se impuso
afirmar ―la equivalencia fundamental de todos los objetos históricos‖ que comportan
grados de realidad distintos: de los materiales-documentos a las producciones de lo
imaginario.5 Uno de esos objetos históricos, producto y evidencia también de lo
imaginario, es la literatura. No hay duda de que ésta, como fuente o vestigio para la
historia, tiene la misma importancia que un evento o un documento histórico. Ya Ricoeur
demostró que el modo de configuración del evento histórico y el del texto literario son
semejantes en más de un sentido: ambos están inscritos en el tiempo, ambos son
configuraciones de sentido con dimensiones dialécticas complejas y ambos constituyen
configuraciones altamente mediatizadas que son, por su propia naturaleza, áreas de
interpretación.6 También el uso de obras literarias por parte de los historiadores nos brinda
la certeza de sus posibilidades como huella historiográfica; pero la multiplicidad de
enfoques a los que está sujeto ese mismo uso, nos obliga a distinguir y precisar los límites
de nuestra investigación.
Los historiadores han acudido a las obras literarias con distintos fines, propósitos,
enfoques y resultados. Por ejemplo, Peter Burke señala que la primera historia literaria se
remonta a la Arte poética de Aristóteles, pero nos dice que fue a partir del Renacimiento
cuando las comunidades o reinos —que más tarde conformaron los Estados naciones—
forjaron sus historias literarias y artísticas con mayor acuciosidad para dejar constancia de

5
Roger Chartier, ―La historia o el relato verídico‖, El mundo como representación. Estudios sobre historia
cultural, Barcelona, Gedisa, 2005, p. 73.
6
Mario J. Valdés San Martín et al., ―Historia de las culturas literarias: alternativa a la historia literaria‖, en
Teorías de historia literaria, (Coord. Luis Beltrán Almería y José Antonio Escrig), Madrid, Arco/Libros,
2005, p. 132.
10

una tradición y de un pasado glorioso.7 Dichos estudios no seguían un método sistemático


como no fuera el compilatorio, y su interés era, además de monumental, demostrar bajo la
ideología del progreso y del nacionalismo el desarrollo lento y progresivo de los pueblos
que el arte y la literatura reflejaban.8 Sin embargo, la primera problemática teórica en
torno al uso por parte de los historiadores de las obras literarias como fuente o documento
se encuentra en el debate efectuado entre Lessing y Winckelman a mediados del siglo
XVIII: el punto de vista de Lessing fue estético: ver la obra literaria como monumento; en
cambio para Winckelman, quien representa el punto de vista histórico, ésta constituía un
documento. René Welleck llamó a la primera postura ―historia literaria como historia del
arte‖, y la segunda —que tuvo una amplia preeminencia durante el siglo XIX y gran parte
del XX— ―historia literaria como historia cultural‖.9
Las teorías literarias surgidas en el siglo XX propiciaron una escisión más
evidente, mucho más profunda, entre las dos formas de concebir la historia literaria: el
formalismo ruso estudió el lenguaje de la obra literaria para descubrir su literariedad, su
manifestación estética inmanente (ésta es la historia literaria esteticista), que más tarde el
estructuralismo francés recuperaría, así como el New Criticism, e incluso, una corriente
del marxismo —aunque hubo innegablemente importantes esfuerzos orientados a estudiar
lo extraliterario de la obra. Para Welleck, esta historia esteticista guardaba una resistencia
a la historia, ya fuera porque el cambio literario es explicado por instancias socio-
culturales o ya fuera porque explicaba la historia literaria en términos de tradición
literaria. Mientras que, por otro lado, los historiadores de la historia literaria culturalista
realizaron también esfuerzos significativos en torno a analizar las relaciones de la obra
con la sociedad y la cultura; recientemente los anglosajones (Greenblatt, L. A. Montrose
y otros) han incursionado en esta área, pero ha sido la historiografía francesa —a la que
nos vamos a referir con mayor detalle aquí— la que ha significado un paradigma
epistemológico para los estudios históricos culturales tomando la literatura como vestigio
del pasado.

7
Peter Burke, ―Orígenes de la historia cultural‖, en Formas de historia cultural, Madrid, Alianza Editorial,
2006, pp. 15-39.
8
J. R. McNeill y William H. McNeill, ―Capítulo 7. Se rompen viejas cadenas y se condensa la nueva red:
1750-1914‖, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Crítica, 2004, pp. 255-256.
9
Luis Beltrán Almería, ―Introducción. Antiguos y modernos en la historia literaria‖, Teorías de historia
literaria, op. cit., p. 12.
11

1. 2 Trayectoria de la historia cultural: de la mentalidad colectiva a la


representación

La histoire des mentalités, practicada en los primeros años del siglo XX y nacida
oficialmente con la fundación de la revista Annales d’histoire économique et sociale
(1929) por parte de Marc Bloch y Lucien Febvre,10 reconoció en las obras literarias una
fuente importante para conocer el imaginario de épocas anteriores. Este tipo de historia,
de la que habremos de retomar algunos postulados, es el precedente directo de la llamada
nueva historia cultural que, con exponentes como Roger Chartier, Carlo Ginzburg, Robert
Darnton y Peter Burke, entre otros, influyó —y sigue haciéndolo— a la historiografía
mundial de las últimas décadas.
Primero fueron Lévi Bruhl, Johan Huizinga y Henri Pirenne —y más tarde Bloch,
Febvre, entre otros—, quienes reaccionaron contra la historia política tradicional que
otorgaba primacía al acontecimiento, a los grandes hombres y a los documentos oficiales
y privados del Estado o de la Iglesia. Lo que hicieron los autores de la historia de las
mentalidades, dice Ariès, fue reconocer en la historia ―otros dominios que aquellos en que
anteriormente estaba confinada, los de las actividades conscientes, voluntarias, orientadas
hacia la decisión política, la propagación de las ideas, la conducta de los hombres y los
acontecimientos‖.11
De manera general, los historiadores de las mentalidades atendieron el tiempo
secular, a los hombres comunes y a su parte afectiva más que intelectual: creencias,
sentimientos, emociones, actitudes —asimismo, algunos encontraron la manifestación de
la mentalidad en lo marginal, en lo atípico significativo o en lo que fue considerado en su
tiempo como irracional: la brujería, los demonios, los milagros, por citar algunos
ejemplos. Para estos historiadores existía una estructura mental colectiva (un campesino y
el rey compartían esa mentalidad),12 la cual duraba largo tiempo en modificarse.

10
Jacques Revel, Las construcciones francesas del pasado, México, FCE, 2002, 159 pp.
11
Philippe Ariès, ―La historia de las mentalidades‖, en Jacques Le Goff et al., La Nueva Historia, Bilbao,
Ediciones Mensajero, s/f.
12
El concepto de mentalidad es sumamente polisémico: diversas disciplinas lo explican desde su propio uso y
perspectiva, siendo el más convencional el de visión de mundo (Goldmann), la famosa Weltanschauung
alemana, que se refiere al cúmulo de creencias, ideas, actitudes y valores colectivos. Los historiadores de las
12

Johan Huizinga, para realizar su obra El Otoño de la Edad Media, tomó las obras
literarias y la poesía como documentos históricos para adentrarse en la mentalidad y
sensibilidad de esta época. Aborda así el tono de la vida, las pasiones, los temores, las
actitudes; en lo que respecta a las formas del trato amoroso, por ejemplo, el historiador
refiere: ―Por la literatura llegamos a conocer las formas del amor en aquella época‖,13
aunque más adelante señala la dificultad de percibir con verdad la vida efectiva de aquel
tiempo ―a través de los velos de la poesía, pues aún allí donde se describe, a pesar de todo,
desde el punto de vista del ideal corriente, con el aparato técnico de los conceptos eróticos
usuales y con la estilización del caso literario‖.14 También Robert Mandrou en la historia
de las mentalidades buscó conocer ―tanto aquello que se concibe como lo que se siente,
tanto el campo intelectual como el afectivo‖; así, en su libro Introducción a la Francia
moderna, utilizó a la literatura, entre otros documentos, para reconstruir cómo los
hombres vivieron y sintieron la transición de la Edad Media al Renacimiento. La fuente
historiográfica de los sentidos y las sensaciones, Mandrou la reconocía aquí y allá, pero
―particularmente en los poetas dotados de sensibilidad, la cual no sea quizá más viva que
la del común de los mortales, aunque más rápida su expresión‖.15 Jacques Le Goff
asimismo señaló a las obras literarias y artísticas como una fuente privilegiada para la
historia de las mentalidades.16 En su libro La civilización en el Occidente Medieval, donde
estudia cómo lo concreto (lo material) al estar íntimamente imbricado con lo abstracto
(signos, símbolos) constituye una estructura mental y sensible, además señala que las
colecciones de exempla son una evidencia de que las autoridades regían la vida moral a
través de este tipo de literatura.17

mentalidades lo usaron con un enfoque de la psicología histórica. Véase Jacques Le Goff, ―Las mentalidades:
una historia ambigua‖, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (Coords.), Hacer la Historia. Nuevos temas,
Barcelona, Editorial Laia, 1974, Vol. III, s/p.
13
Johan Huizinga, ―Capítulo 9. Las formas del trato amoroso‖, en El otoño de la Edad Media, Alianza
Editorial, p. 171.
14
Ídem, p. 174.
15
Robert Mandrou, Introducción a la Francia moderna (1500-1640). Ensayo de psicología histórica, México,
UTEHA, 1962. En esta obra Mandrou estudió la coyuntura que representó el Renacimiento, atendiendo la
estructura social y la estructura mental (la historia social de las mentalidades). Véase en especial el capítulo
tercero, ―El hombre psíquico: Sentidos, sensaciones, emociones, pasiones‖ donde usó la poesía para estudiar
esa tetralogía anunciada en el propio título.
16
Jacques Le Goff, ―Las mentalidades: una historia ambigua‖, en op. cit., s/p.
17
Jacques Le Goff, ―Capítulo cuarto. Mentalidades, sensibilidades, actitudes‖, en La civilización en el
Occidente Medieval, Barcelona, Paidós, 1999. p. 293.
13

De acuerdo con Chartier, los historiadores de las mentalidades más que


reconstituir los sentimientos y las sensibilidades propias a los hombres de una época,
colocaron ―las categorías psicológicas esenciales, las que actúan en la construcción del
tiempo y del espacio, en la producción de lo imaginario, en la percepción colectiva de las
actividades humanas, situadas como centro de observación y captadas en aquello que
tienen de diferente según las épocas históricas‖.18
Sin duda alguna, las obras literarias son documentos de primer orden para acceder
al imaginario de una época. Sin embargo, la principal crítica respecto hacia la teoría de la
historia de las mentalidades es su enfoque, pues se trata de una visión interclasista: es
decir, que parte del reconocimiento de la existencia a priori de una estructura mental
colectiva, concediendo así que todos los hombres percibieron (sintieron, imaginaron,
pensaron) del mismo modo la realidad. En segundo lugar, a partir de esa presunta
homogeneidad, el reconocimiento sólo de las regularidades frente a las atipicidades, así
como el hecho de preferir lo inconsciente o automático frente a lo razonado y consciente.
De esto se desprende el uso erróneo de las fuentes literarias: al extrapolar el contenido de
un texto al resto de la comunidad se olvidó de la figura del autor y su circunstancia, y de
la naturaleza misma de la literatura que, como advertía Huizinga, se basa en la estilización
y en el aparato técnico que le son propios. Finalmente, al otorgarle a esa comunidad una
actitud pasiva en la recepción de esos textos, los historiadores asumieron que la cultura de
la élite había descendido y permeado a la cultura popular.
Así pues, contra esta tendencia se originará, hacia finales de los años 60‘s, lo que
Chartier llamó ―historia social de la cultura‖, una historia interesada -como señaló
Georges Duby-, en la recepción que hacían los distintos estratos sociales de la cultura de
la élite, y en la herencia de esa recepción; asimismo, en estudiar la circularidad del
proceso cultural, por el cual la aristocracia se nutría también de la cultura popular.19 Peter
Burke, en su libro La cultura popular en la Europa moderna historió, con una visión
gramsciana, la ―cultura hegemónica‖ y las ―clases subordinadas‖: para él, las diferencias

18
Roger Chartier, op. cit., p. 24.
19
Georges Duby, ―La historia cultural‖, en J. P. Rioux y J. F. Sirinelli (dirs.), Para una historia cultural,
México, Taurus- Embajada de Francia en México, 1999, pp. 449-455. Explica Duby: ―Resulta fácil darse
cuenta de que la cultura nunca es recibida de manera uniforme por el conjunto de una sociedad, que ésta
última se descompone en distintos medios culturales, a veces antagonistas y que la transmisión de la herencia
cultural está gobernada por la disposición de las relaciones sociales‖, p. 454.
14

culturales no sólo se debían a factores sociales, sino también al espacio geográfico: en las
divisiones ciudad/ campo, sierra/ costa, etc.20 Burke además amplió el sentido tradicional
de cultura (constituida sólo por la música, el arte y la literatura), ya que integró en esta
noción los actos más simples y cotidianos tales como beber, comer, hablar, callar, andar,
etc. En resumen, este modo de interpretar la historia obedeció al propósito de relacionar la
sociedad con la cultura, por lo cual se volvió hacia los individuos, rechazó los modelos
explicativos económicos, el concepto de estructura retomado de la sociología, e hizo a un
lado el determinismo económico y geográfico, al mismo tiempo que abrió nuevos temas y
enfoques al estudio de la historia. De acuerdo con Chartier, la historia cultural recibió
como herencia la problemática que le era propia a la historia socioeconómica: la primera
fue la primacía que tenía la serie (realizar una historia cuantitativa); 21 la segunda fue la
forma de concebir las relaciones entre los grupos sociales y los niveles culturales, esto es,
los hechos relativos a la mentalidad se clasificaban a través de una jerarquización de los
niveles de fortuna, tipos de ingresos, profesiones. Se supuso que a partir de esta red social
y profesional, dada de antemano, podía ―hacerse la reconstitución de los distintos sistemas
de pensamiento y de comportamientos culturales‖.22
La nueva historia fue llamada por Chartier como ―historia cultural de lo social‖
para hacer énfasis en que los grupos sociales se constituyen culturalmente por razones e
intereses diversos. Una obra fundamental para plantear esta nueva forma de historia fue El
queso y los gusanos,23 de Carlo Ginzburg. En ella la supuesta aporía entre cultura
hegemónica y cultura popular es resuelta, como en el Rabelais de Bajtín,24 por la
circularidad entre una y otra siendo ejemplo de ello el molinero Menocchio, personaje
popular que leía obras literarias y religiosas, y se apropiaba de lo leído a su manera. Más
allá de este caso ―atípico‖, la aportación de Ginzburg es haber observado que hay una

20
Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza Universidad, 2005.
21
Ejemplo de ello es Michelle Vovelle, La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Editorial Crítica, 1989,
donde hace un estudio estadístico de la familia (campo/ciudad) en la época prerrevolucionaria de Francia,
tratando así de encontrar las causas que incidieron en el acontecimiento político-social de 1789.
22
Roger Chartier, op. cit., p. 26.
23
Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, México, Editorial
Océano, 1998.
24
Bajtin, como es sabido, analizó la novela Gargantúa y Pantagruel, encontrando en dicha obra una
constatación de la influencia recíproca entre la cultura popular y la cultura de élite a través de la valoración de
los aspectos antropológicos, lingüísticos y culturales del carnaval del Medioevo que Rabelais representó en
dicha obra literaria. Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de
François Rabelais, Madrid, Alianza editorial, 2002.
15

recepción activa y dinámica de la cultura en todos los grupos sociales, una forma de
apropiación que en términos de Chartier significa aquello que ―apunta a una historia social
de usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e
inscritos en las prácticas específicas que los producen‖;25 otra aportación del historiador
italiano fue demostrar que las dicotomías empleadas por los historiadores sociales de la
cultura: erudito/popular, creación/consumo, realidad/ficción, son falsas. Según Chartier, el
método cuantitativo usado por la historia social de la cultura había borrado el papel activo
del lector, su intelectualidad y forma de apropiarse de aquello que leía; por lo que la
propuesta de esta historia cultura era la necesidad de estudiar ―las formas en las que un
individuo o un grupo se apropian de un motivo intelectual o una forma cultural‖, siendo
estas formas más importantes que la distribución estadística del motivo o de las formas.26
Más allá de la propuesta charteriana, que básicamente es una historia de la lectura,
nos interesa el llamado que hace para atender el campo social por donde circulan los
textos, la clase de impresos o la norma cultural, para abordar la clasificación y ubicación
del grupo social no por medio de sus ingresos o profesiones, sino por sus prácticas
comunes. Este modo de articulación Chartier la ha denominado ―representación
colectiva‖, término que retoma de Marcel Mauss y de Emile Durkheim, y que viene a
sustituir el de ―mentalidad colectiva‖. El término representación colectiva funciona mejor,
señala Chartier, que el concepto mentalidad en el sentido que permite considerar tres
modalidades de relación con el mundo social:

En primer lugar, el trabajo de clasificación y de desglose que produce las


configuraciones intelectuales múltiples por las cuales la realidad está
contradictoriamente construida por los distintos grupos que componen una
sociedad; en segundo, las prácticas que tienden a hacer reconocer una identidad
social, a exhibir una manera propia de ser en el mundo, significar en forma
simbólica un status y un rango; tercero, las formas institucionalizadas y
objetivadas gracias a las cuales los ―representantes‖ (instancias colectivas o
individuos singulares) marcan en forma visible y perpetuada la existencia del
grupo, de la comunidad o de la clase.27

25
Roger Chartier, op. cit., p. 53.
26
Ibíd., pág. 31.
27
Ibíd., pp. 56-57.
16

Estas tres modalidades abren dos vías acerca de las identidades sociales: una que piensa
que son resultado —según la fórmula del binomio cultura hegemónica/cultura popular—
de una relación forzada ―entre las representaciones impuestas por aquellos que poseen el
poder de clasificar y designar y la definición, sumisa o resistente, que cada comunidad
produce de sí misma; o por el contrario, y ahí radica el planteamiento original de esta
historia cultural, si la división social objetivada es ―la traducción del crédito acordado a la
representación que cada grupo hace de sí mismo, por lo tanto, de su capacidad de hacer
reconocer su existencia a partir de una exhibición de unidad‖.28
Esta propuesta de historia cultural realizada por Chartier, como se puede observar,
marca un deslinde significativo respecto a la historia de las mentalidades: este historiador
parte del hecho de que un grupo social produce de manera simbólica su estatus y rango a
través de las representaciones, que constituyen modos de apropiación de la realidad; es
decir, la categoría analítica de ―clase‖ retomada por los historiadores de las mentalidades
de la teoría social, es desplazada a través del cuestionamiento de una estructura social
dada de antemano. Asimismo, esta propuesta desacredita el término ―mentalidad‖, pues el
término ―representación‖ otorga un papel activo a un grupo social que adquiere su
identidad a través de roles, sentimientos y lazos creados de modo independiente que,
luego, tratará de incidir en la sociedad. Y finalmente, la historia cultural evita el escollo
por el que atravesó la de las mentalidades: tomar las fuentes literarias como una visión
reflexiva (en el sentido especular) del mundo y como la expresión de toda una
colectividad; en cambio, de acuerdo con Chartier, se trata de entender cómo su potencia e
inteligibilidad dependen de la manera en que ellas manejan, transforman, desplazan en la
ficción las costumbres, enfrentamientos e inquietudes de la sociedad donde surgieron.29
Así, pues, se arriba al planteamiento de nuestra investigación teniendo a la
literatura como documento: conocer el modo en que ha operado la historia de las
mentalidades nos aproximó, en primer término, a estudiar el imaginario durante el
Cañedismo, mientras que la historia social de la cultura por su parte, nos condujo a
plantearnos por la validez de dos culturas expresada en el binomio erudita/popular. Ambas
formas historiográficas contienen una problemática que la nueva historia cultural resolvió

28
Ibíd., pág. 57.
29
Ibíd., p. XIII.
17

en gran medida a través del término ―representación colectiva‖, por lo que en el siguiente
apartado se desglosará una propuesta metodológica, así como el uso de los conceptos
centrales en que nos habremos de apoyar.

1.3 La representación en la literatura

Una aproximación al concepto de representación fue hecha por Carlo Ginzburg al


analizar el ritual en torno a la muerte del rey —en Francia e Inglaterra— en la Edad
Media, donde un ataúd vacío sustituía la presencia del cuerpo, es decir, el símbolo
suplantaba al cuerpo, dándose así la representación de una realidad ausente; pero en
ocasiones sucedió que el cuerpo del rey fuera sustituido por objetos físicos distintos al
cuerpo, ya fueran catafalcos, maniquíes de cera, madera o cuero, o por imágenes, dándose
así una realidad presentada a través de la evocación mimética.30 Para Chartier, en términos
parecidos a los de Ginzburg, la representación significa la capacidad de mostrar una
ausencia o bien, de exhibir una presencia; en este sentido, una representación puede ser
una imagen, un objeto físico, o un símbolo efectuados por una apropiación de la
realidad.31
La representación es, pues, una realidad apropiada, una forma de correlación entre
una práctica cultural y el mundo social, determinada sin embargo por diversos grados de
complejidad, que van de lo individual a lo colectivo; de acuerdo con Chartier: 1) Hay
configuraciones intelectuales múltiples de la realidad, es decir, existen variadas
representaciones que cada individuo realiza; 2) dichas configuraciones logran constituir
una identidad social, con un estatus o rango y 3) este grupo social, a través de
representaciones definidas buscan incidir en la sociedad a través de formas
institucionalizadas y objetivadas. Esta modalidad tríadica remite a un primer nivel donde
es el individuo quien actúa a través de una representación; luego, las representaciones
configuran de modo grupal los rasgos de una identidad social que, ya en el tercer nivel,
buscan asignar, adecuar o instaurar una norma, conducta o regla al resto de la sociedad a
través de las instituciones o mediando entre ellas.
30
Carlo Ginzburg, ―Capítulo III. Representación. La palabra, la idea, la cosa…‖, en Ojazos de madera
Nueve reflexiones sobre la distancia, Barcelona, Ediciones Península, 2000.
31
Roger Chartier, op. cit., pp. 57-59.
18

De este modo la representación colectiva es un acuerdo tácito entre la sociedad y


una forma elaborada y proyectada —símbolo o figura— por los ―representantes‖ de lo que
es el mundo. Como es notorio, Chartier evitó usar el término hegemonía —en sentido
gramsciano—32 para referirse a una imposición de las representaciones de la cultura de
élite sobre la cultura popular; más bien, destacó el hecho de que los grupos sociales
asumen un papel activo tanto en la producción cultural como en el mismo consumo, lo
cual propicia la diferenciación social, acentuando con ello el hecho de que en la sociedad
hay diversas ―luchas de representación‖ que no necesariamente pasan por el ámbito
político o ideológico, sino también por cuestiones como el prestigio u otro capital
simbólico, lo cual dota de un estatus o rango, que se relaciona con el modo de ejercicio
del poder.33
En este sentido, los literatos marcaron su existencia como grupo social a partir de
las representaciones literarias que elaboraron durante el régimen cañedista. Nuestra
investigación, por tanto, buscará articular la literatura como una forma de ejercicio del
poder según las instituciones y las reglas que gobernaron la producción de las obras y la
organización de las prácticas. De esta manera, buscará explicar, por un lado, las
estrategias discursivas que usaron los literatos para representar su propia identidad social,
es decir, de qué modo construyeron y proyectaron primero, la literatura y la figura de sí
mismos, y después sus demás representaciones, buscando revelar tanto los intereses
políticos, como ideológicos, axiológicos y estéticos, por lo que se analizarán discursos
literarios, poniendo de relieve al género poético, así como ensayos, reseñas o crónicas.

32
Mendieta Vega sostiene que hubo en el Mazatlán decimonónico una ―hegemonía cultural‖ impuesta por los
extranjeros –la mayoría inversionistas. Sin embargo, dicha tesis nos parece errónea: es cierto que el dominio
de los foráneos fue notorio, pero éste se dio sobre todo en el ámbito económico (donde destacaron alemanes y
españoles) y político; la vida cultural del Cañedismo –igual que el Porfiriato- se nutrió de diversas fuentes, y
la principal fue la cultura francesa (curiosamente los comerciantes de origen francés tuvieron poca presencia
en el puerto); Justo Sierra escribió hacia 1898 un artículo revelador sobre esto, titulado ―Francia en México‖.
La presunta hegemonía cultural ―extranjera‖ se debió, creemos nosotros, a las representaciones elaboradas por
los literatos, ideólogos del régimen, quienes retomaron principalmente el positivismo como su horizonte de
expectativas: imaginaron el progreso, lo representaron. Fue este grupo social, más bien el que pugnó por
establecer simbólicamente una visión del mundo que, de acuerdo a los avances materiales propiciados por los
inversionistas extranjeros, cobraba cuerpo. Es decir, vieron que su mundo ideal se realizaba: las
representaciones se construían desde la realidad, pero también la realidad se construía –o éstos buscaban que
se construyeran- desde el universo simbólico. Vid. Roberto Antonio Mendieta Vega, El puerto de Babel:
extranjeros y hegemonía cultural en el Mazatlán decimonónico, Culiacán, UAS, 2010.
33
Roger Chartier, op. cit., pág. 62.
19

Para entender cómo el grupo social que hemos llamado ―literatos‖ marcó su
actuación en la sociedad cañedista, debemos acudir a conceptos de la teoría social. En
primer lugar, el del papel social, el cual es definido ―según los patrones o las normas de
conducta que se esperan de quien ocupa determinada posición en la estructura social. Las
expectativas son con frecuencia, pero no siempre, las de los iguales, de los que están al
mismo nivel‖.34 Así pues, cabría preguntarnos qué papel social desempeñaron los literatos
durante el Cañedismo, cómo lo construyeron en el discurso y bajo qué expectativas; dicho
de otro, abordaríamos su espacio de experiencia —el pasado contextual— y el horizonte
de expectativas, aquello que los motivó a obrar, pues de acuerdo con Fernández y Fuentes,
estas nociones "al tiempo que designan realidades establecidas, tales nociones apuntan a
'realidades virtuales' o 'prematuras' que en el momento en que se enuncian no son sino
anticipaciones o proyectos de futuro".35 Reconocer a este grupo un papel social es
significar, como dice Chartier, en forma simbólica un estatus y un rango, lo cual estaría
encaminado a los intentos de justificar sus privilegios.36 Asimismo, esta identidad social
así reconocida instaura una diferenciación social, pues de frente a la tradicional división
de ―clase‖ propuesta por Marx, basada en las relaciones de producción (el poder y el
conflicto) o por Weber, basada en el consumo (los valores y estilos de vida),37 Chartier
instituyó una alternativa basada en las prácticas comunes y en la manera de representarse
a sí mismos, esa ―capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una exhibición de
unidad‖. En resumen, los literatos han de ser vistos como un grupo social diferenciado por
su práctica escrituraria, el cual trazó sus propios caracteres y asumió un papel social frente
a sí mismos y frente a la sociedad; por ejemplo, actuaron no sólo de forma individual, sino
también a través de asociaciones literarias, tan características en el siglo decimonónico
mexicano, y aun en las primeras décadas del siglo XX, identificadas por Perales Ojeda
como aquellas reuniones literarias, tanto formales como informales, que recibieron

34
Peter Burke, ―El papel social‖, Historia y teoría social, México, Instituto Mora, 1992, p. 60.
35
Juan Francisco Fuentes Aragonés y Javier Fernández Sebastián (Directores), ―1. Historia, lenguaje,
sociedad: conceptos y discursos en perspectiva histórica‖, Diccionario político y social del siglo XIX español,
Alianza Editorial, España, 2002, p. 28.
36
Peter Burke señala la manera en que Marx y Weber usan este concepto: el primero, con el modelo de clases
tuvo una visión de la sociedad como esencialmente conflictiva, mientras que el segundo, a través del modelo
de los órdenes tuvo una visión de la sociedad esencialmente armoniosa, interesado en sus valores y estilos de
vida; en Peter Burke, ―Estatus‖, Historia y teoría social, op. cit., pp. 76-78.
37
Ibíd., pp. 73-75,
20

diversas agrupaciones, tales como academias y liceos, arcadias, asociaciones, alianzas,


ateneos, bohemias, círculos, falanges, clubes, salones, sociedades, uniones y veladas.38
Líneas arriba hemos señalado que un grupo social participa en ―luchas de
representación‖ de frente a los demás grupos sociales, en aras de imponer o modelar una
visión del mundo. Esas pugnas se dan por el ordenamiento, motivadas por ―la
jerarquización de la estructura social en sí‖, es decir, debido a las estrategias simbólicas
que determinan ―posiciones y relaciones y que construyen, para cada clase, grupo o
medio un ser-percibido constitutivo de su identidad‖.39 Esta consideración, formulada con
mayor claridad por la historia intelectual implica considerar a la historia política como a la
historia cultural, ya que las luchas fueron por el poder y el saber, inscritas en un ―campo
intelectual‖ —término acuñado por Bourdieu para situar en ese espacio a los agentes que
adoptan diversas posiciones intelectuales, constituyéndose una configuración o red de
relaciones.40 En donde cada agente, además, tiene un ―peso‖ de autoridad específica, de
manera que el campo es también una distribución de poder:

Los agentes en él se traban en un conflicto recíproco. Compiten por el derecho a


definir o codefinir lo que se considerará como intelectual establecido y
culturalmente legitimado. Los participantes del campo pueden ser individuos, o
bien pequeños grupos, ―escuelas‖ y hasta disciplinas académicas.41

Es en este campo intelectual donde debemos ubicar a las representaciones literarias, pues
éstas no son meros reflejos de la realidad, sino que desplazan —de acuerdo con
Chartier— enfrentamientos e inquietudes de la sociedad en que surgieron. Pérez Vejo ha
señalado, incluso, que una imagen también participa en la construcción de esa realidad. La
imagen, dice el historiador, puede no informar, o informar de forma marginal, de la
realidad. ―En principio de lo que nos está informando es de la forma en que una
determinada realidad fue vista y de cómo esa realidad fue construida hasta convertirse en

38
Alicia Perales Ojeda, ―Introducción‖, en Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX, México,
UNAM, 2000, pp. 29-30.
39
Roger Chartier, op. cit., p. 57.
40
Fritz Ringer, ―El campo intelectual, la historia intelectual y la sociología del conocimiento‖, en Prismas,
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, No. 8, 2004, p. 99.
41
Fritz Ringer, op. cit., p. 100.
21

real; incluso de la forma en que alguien, el autor o el comitente, quiso que fuera vista‖.42
Bénichou, por ejemplo, y a partir de escritores clásicos como Racine o Moliére, estudió la
imagen del hombre durante el clasicismo francés: el debate entre lo ideal y lo real, el
mundo de lo sublime, por un lado, y el de la naturaleza, por el otro, y, de manera más
radical, sobre la excelencia o la mediocridad de la naturaleza humana; descubriendo que
esta imagen dual proyectada por los literatos moralistas informa sobre el debate social de
la época y, al mismo tiempo, registra la pugna entre la Francia feudal y la Francia
moderna.43
Más allá de la proposición de que la realidad construida, imaginada, se convierta o
no en real como expresa Pérez Vejo, sí en cambio puede señalarse el hecho de que
participa como coadyuvante a la construcción de una realidad y, en este sentido, se puede
acceder al mundo de lo imaginario: cómo los literatos se apropiaron, con base en su
percepción y su formación intelectual (las ideas, las instituciones, el régimen), de la
realidad. Así, un poema o un cuadro no es la realidad o el reflejo del mundo, es la imagen
de otro mundo: el imaginado. Sobre esto, Pérez Vejo en otra parte ha expresado los
universos simbólicos son construcciones mentales que permiten a los hombres dotar de
sentido al mundo en que habitan;44 donde esos universos mentales, el imaginario, están
construidos con imágenes, las cuales son ―el vestigio principal, cuando no único, de los
imaginarios colectivos del pasado, de la forma en que el mundo fue vivido y imaginado.
Son el espejo enterrado que guarda, no la imagen del que se miró en él por última vez,
sino lo que imaginó que veía, la imagen de sus sueños‖.45 Es a través de las imágenes
como se puede observar la forma en que una sociedad ordena las representaciones que se
da a sí misma y de las demás:

Un imaginario social, entendido como la ordenación de las representaciones que


una sociedad se da a sí misma y de su estructura socio-política, se construye con

42
Tomás Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en
Gumersindo Vera Hernández, et al, Memorias del simposio. Diálogos entre la Historia Social y la Historia
Cultural, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2005, p. 157.
43
Paul Bénichou, Imágenes del hombre moderno en el clasicismo francés, Trad. Aurelio Garzón del Camino,
México, FCE, 1984.
44
Tomás Pérez Vejo, op. cit., p. 158.
45
Tomás Pérez Vejo, ―Espejos enterrados‖, en Imágenes cruzadas. México y España, siglos XIX y XX,
(Comp. Ángel Miquel, Jesús Nieto Sotelo y Tomás Pérez Vejo), Cuernavaca, Universidad Autónoma del
Estado de Morelos, 2006, pp. 7-8.
22

imágenes mentales, cuya recuperación sólo es posible a través del testimonio de


las imágenes visuales.
[…]
Pintores, fotógrafos, grabadores… toda una pléyade de creadores de
imágenes nos dejaron en sus obras, no la imagen de cómo una sociedad era, sino
las representaciones que esa sociedad se dio a sí misma y con la que construyó
sus imaginarios sociales; no la sociedad que fue sino la que los individuos
vivieron. Y aquí las imágenes del pasado se convierten en una fuente, o vestigio,
absolutamente preciosa e imprescindible, nos sirven, no para reconstruir la
realidad, sino para reconstruir el universo mental en que los hombres de una
determinada época vivieron. La imagen, y yo no hablaría tanto de imagen visual
como escrita, no refleja la realidad, es el material con el que la realidad fue
construida.46

En el caso de la literatura como documento, desde la perspectiva de esta forma de historia


cultural, existen ―representaciones literarias‖ expresadas a través de símbolos o figuras
textuales elaboradas por medio de recursos técnicos (la retórica y la existencia de una
tradición literaria); las obras dejan de ser así meros reflejos de la realidad, como sostenían
algunos historiadores de las mentalidades: ya Le Goff había referido que este tipo de
documentos representaban fenómenos objetivos; sin embargo, la postura charteriana va
más allá, pues argumenta que la realidad se construye a partir de los modos de
apropiación que los grupos sociales realizan de ésta pues, como también ha explicado
Jean-Claude Abric, toda realidad es representada, es decir ―apropiada por el grupo,
reconstruida en su sistema cognitivo, integrada a su sistema de valores, dependiendo de su
historia y del contexto ideológico que lo envuelve‖, y es esta realidad apropiada y
estructurada lo que constituye para el individuo o grupo la realidad misma.47
Así, pues, la literatura, y sobre todo la poesía escrita durante el Cañedismo, se erige
en un entramado de representaciones que habrán de ser desglosadas y tipificadas para
analizar aquellas que son de relieve, esto es, explicar su información ideológica,
cognoscitiva, axiológica y estética a partir de su contexto en que fueron hechas por los
literatos. Nuestro objeto de estudio, por tanto, serán figuras y símbolos configurados por
un grupo social —el de los escritores— en la poesía de acuerdo a sus intereses, propósitos
y nivel de conocimiento: pues a través de esas representaciones el grupo proyectó su

46
Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en op. cit., pp.
158-159.
47
Jean-Claude Abric, Practiques sociales et representationes, París, Presses Universitaire de France, 1994,
pp. 12-13.
23

propia identidad y, al mismo tiempo, buscó incidir en la vida pública. Arribamos así a
interrogarnos por la manera en cómo los literatos representaron la literatura, por las
atribuciones o funciones sociales que le otorgaron en diversos ámbitos: el estético, el ético
y el político-ideológico. Karl Mannheim ha hecho una distinción del concepto de
ideología: por un lado, lo que él llama la concepción ―total‖ de la ideología y por otro, la
concepción ―particular‖ de ésta. La primera sugiere la existencia de una asociación entre
una particular visión de mundo y un determinado grupo o clase social; la segunda —la
cual habremos de retomar, pues creemos que los literatos durante el Cañedismo ocuparon
un papel social fundamental para la conservación y legitimación del régimen— es la idea
de que los pensamientos o sus representaciones pueden ser utilizados para mantener un
determinado orden social o político.48
Figuras y símbolos son convenciones sociales que consisten en asociar ideas
generales que determinan su interpretación (la cruz simboliza al cristianismo, la paloma a
la paz, por ejemplo);49 dicho de otro modo, a través de esas mediaciones que fueron las
representaciones los literatos trataron de formular —y reformular- una visión del mundo
en la sociedad. Pérez Vejo ha señalado que las imágenes, tanto visuales como textuales,
tienen un carácter comunicativo, pues ―toda imagen cuenta una historia, de que es un
mensaje en el tiempo, un texto que fue compuesto para ser leído‖.50 Asimismo, al tomar la
literatura como fuente para la historia, se trabajará directamente con la textualidad:
símbolos e imágenes están construidos de manera verbal de un modo específico; por tal
razón, debemos atender el llamado realizado por Chartier para situar a estos documentos
en su especificidad, en la estrategia de su escritura. Dice este historiador que la relación de
un texto con la realidad ―se construye según modelos discursivos y divisiones
intelectuales propias a cada situación de escritura‖. Las ficciones por tanto no son reflejos
realistas de una realidad histórica, sino que un texto tiene su particularidad al encontrarse
relacionado con otros textos

cuyas reglas de organización y de elaboración formal tienden a producir algo


diferente de una descripción. Esto nos lleva entonces a considerar que los

48
Peter Burke, Historia y teoría social, op. cit., p. 113.
49
Helena Beristáin, ―Signo, símbolo‖, Diccionario de retórica y poética, México, Porrúa, 2001, p. 468.
50
Tomás Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en op. cit.,
pp. 147-160.
24

«materiales-documentos» obedecen también a procedimientos de construcción


donde se emplean conceptos y obsesiones de sus productores y donde se marcan
las reglas de escritura particulares al género que señala el texto. […] Lo real
adquiere así un sentido nuevo: aquello que es real, en efecto, no es (o no es
solamente) la realidad que apunta el texto sino la forma misma en que lo enfoca
dentro de la historicidad de su producción y la estrategia de su escritura.51

Pérez Vejo ha mencionado, en la misma dirección, que se debe realizar una


reconstrucción arqueológica del lenguaje en que fueron escritas para comprender el
código usado en la época en que están situadas, pues un texto literario obedece a reglas y
convenciones propias de su género y de su época, además de que, como señaló Le Goff, el
contenido no siempre proviene del pasado ni de una conciencia colectiva, sino que las
obras literarias y artísticas obedecen a códigos más o menos independientes de su medio
ambiente y temporal.52 Por tanto, para un mejor uso de la poesía como documento hemos
de recurrir al análisis e interpretación propuesto por Helena Beristáin en su libro Análisis
e interpretación del poema lírico,53 en el cual estudia los niveles estructurales del lenguaje
poético, pero nosotros habremos de atender primordialmente al nivel semántico, pues en
éste donde se examinan los recursos retóricos que conforman a las figuras literarias: las
metáforas, la prosopopeya, la alegoría, los símbolos, entre otros tropos de la retórica, a la
vez que se ubican en el marco de la propia tradición literaria; esto último nos remite a
considerar las convenciones literarias existentes en la época, como son los movimientos
culturales denominados romanticismo y modernismo, por lo que acudiremos también a la
historia conceptual. La historia conceptual nos conducirá, por un lado, a saber qué
preceptos literarios estaban en boga y, por otro, a evitar el encasillamiento de las distintas
expresiones en categorías analíticas (como Romanticismo y Modernismo, por ejemplo)
que velarían la complejidad del fenómeno, pues no permitirían ver cómo los escritores se
apropiaron de las obras que leyeron; de acuerdo con Valdés San Martín la historia
literaria debe tomar en cuenta ―los términos tópicos referidos a los periodos históricos
(Renacimiento, Barroco, Romanticismo, Modernismo y otros) como sistemas culturales de
ideas y no como categorías‖ para estudiar las interferencias de la cultura material en el

51
Ibíd., pp. 40-41.
52
Jacques Le Goff, ―La historia de las mentalidades: una historia ambigua‖, op. cit., s/n.
53
Helena Beristáin, Análisis e interpretación del poema lírico, México, UNAM, 1997.
25

sistema discursivo.54 Así, los conceptos guía serán «poesía», «literatura» y «arte»; de esta
manera podremos analizar las representaciones que los individuos hicieron de sí mismos:
la figura del literato y sus atribuciones, así como los factores que intervinieron para
configurar las representaciones del mundo en la literatura y, en especial, en la poesía.

54
Mario J. Valdés San Martín, op. cit., p. 136.
26

En ninguna otra época había contado Sinaloa


con mayor número de escritores.

Francisco Gómez Flores, Narraciones y caprichos, 1889


27

Capítulo 2. La era del Cañedismo, la era de los literatos

2. 1 El Porfiriato sinaloense

La historiografía respecto al régimen del presidente de la república mexicana Porfirio Díaz


(1877-1911) coincide en señalar que se trató de un periodo histórico donde los derechos
ciudadanos no se reconocieron y, sobre todo, que fue una etapa marcada por claroscuros:
hubo pacificación, pero con ―rifle sanitario‖, como le llamó con puntería Luis González a la
eliminación de bandoleros y enemigos políticos; la economía prosperó, aunque la miseria
se mantuvo e incluso se hizo más pronunciada; la agricultura tuvo un despegue, mas se
presentaron crisis alimentarias; hubo un mayor nivel cultural, sin embargo la tasa de
analfabetismo se conservó alta; se consolidó el nacionalismo, no obstante que la moda
francesa fue importada. Pese a todo, se ha reconocido que fue durante el Porfiriato que el
país entró en la era de la modernidad —aunque en el campo de las ideas sucedió antes, con
el modelo de Paz, Orden y Progreso iniciado en 1877 y cuya afirmación se dio en el
cuatrienio de Manuel González (1880-1884).55
El gobierno central basó su eficacia y control político en los cacicazgos regionales,
el déficit democrático se hizo extensivo a todo el país: Porfirio Díaz repartió el poder
entre sus allegados, e incluso entre sus adversarios. Francisco Cañedo Belmonte fue uno
de los protagonistas de esas dictaduras a menor escala. Amigo de Díaz, el general Cañedo
rigió el estado de Sinaloa por un periodo de 32 años: de 1877 a 1909; además, si bien
Mariano Martínez de Castro gobernó dos cuatrienios: 1880-1884 y 1888-1892, se
considera que el verdadero mandatario fue Cañedo. Por derivación de su apellido, a esta
época los historiadores le denominaron como Cañedismo. Así pues, en sincronía con el
Porfiriato, este periodo atravesó dos etapas claramente definidas: la primera, situada entre
1877 y 1890, se caracterizó por una lenta reactivación de la economía y un saneamiento
de las finanzas públicas, así como por el éxito contra las rebeliones y el desempeño de los
caudillos militares; la segunda, que va de 1892 a 1910, se distinguió por una fase de

55
Luis González, ―El liberalismo triunfante‖ y José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, en
Daniel Cossío Villegas et al., Historia general de México, 2 vols., México, El Colegio de México, Vol. 2,
1988, pp. 897-1015 y 1019-1071.
28

infraestructura, invirtiéndose cuantiosas sumas al ferrocarril, la minería y la agricultura,


dándose el despegue de la economía y un crecimiento poblacional.56
Desde temprano, el coronel Cañedo hizo gala de su estilo personal de gobernar. En
el primer periodo de su gobierno (1877-1880), al que había llegado a la edad de 38 años,
hubo gran número de asesinatos y ejecuciones de delincuentes y opositores. En enero de
1878 Cañedo ordenó matar al periodista José C. Valadés, director del periódico La
Tarántula, debido a las críticas constantes contra su régimen. En 1879 hizo exactamente lo
mismo con el coronel Jesús Ramírez Terrón, ex compañero en la revuelta tuxtepecana
librada en Sinaloa, debido a que éste se levantó en armas en Copala, tras darse cuenta que
se impondría en la gubernatura a Mariano Martínez de Castro. ―Desde el punto de vista
político —ha dicho Ortega Noriega—, la era de Cañedo se caracterizó por la represión
eficiente y sin escrúpulos, que para el pueblo sinaloense significó un retroceso notable en el
ejercicio de sus derechos para participar en la vida pública del estado‖.57 También Cañedo
realizó un entramado político que le permitió preservar el poder: supo conciliar y sumar
voluntades, ya de sus amigos, ya de sus opositores; armó así, entre 1876 y 1892 su
maquinaria de poder, además logró prestigiarse más por su combate al bandolerismo y a la
delincuencia, pero sobre todo su éxito más significativo fue ―haber logrado disciplinar a las
oligarquías regionales, subordinando bajo su mando a los cacicazgos locales‖ en toda la
geografía sinaloense.58
Más allá de la coincidencia temporal, ambos regímenes presentaron la preocupación
por conservar la paz y el orden bajo la égida ideológica del positivismo y el propósito de
estrechar los vínculos comerciales con el extranjero según los dictados de la expansión
capitalista.

2. 2 “Los hilos directivos” del comercio

Y es que si hubo un factor que dinamizó a una capa de la sociedad durante el Cañedismo,
ese fue el comercio. De frente a unas vías terrestres deplorables, los puertos sinaloenses
56
Félix Brito Rodríguez, ―II. Francisco Cañedo: el Porfiriato en Sinaloa‖, La política en Sinaloa durante el
Porfiriato, Culiacán, Difocur, 1998, p. 27.
57
Sergio Ortega Noriega, ―X. La era de Francisco Cañedo, 1877-1909‖, Breve Historia de Sinaloa, México,
FCE-CM (Sección de obras de historia), 2005, pp. 248-249.
58
Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 27.
29

fueron los focos nodales para el estrechamiento de las redes humanas: por Mazatlán, Altata
y Topolobampo circularon no solamente mercancías e inversiones provenientes del
territorio nacional y de otras partes del mundo, sino también ideas y libros, artistas y
modas, costumbres y tecnología. Es decir, la cultura circuló por las poblaciones
sinaloenses, y en primer grado por las ciudades principales como lo eran Mazatlán y
Culiacán.
La minería, como asentó Eustaquio Buelna en 1877, había sido uno de los
elementos fundamentales de la riqueza estatal y estaba siendo desplazada por el pujante
comercio. Buelna destacó la existencia de quince explotaciones mineras en los distritos de
El Fuerte, Sinaloa, Mocorito, Culiacán, Cosalá, San Ignacio, Concordia y El Rosario.
Mientras que la industria de la transformación estaba representada por tres fábricas de
hilados y tejidos, dos fundiciones, siete imprentas, fábricas de fósforos, entre otras.59
Por otro lado, la agricultura durante este periodo fue básicamente de autoconsumo,
con productos como el maíz y frijol; en el periodo del Cañedismo la población enfrentó con
frecuencia —como ya se mencionó- crisis alimentarias ocasionadas por la destrucción de
los sembradíos a causa de desastres naturales (sequías, lluvias, heladas y plagas), lo cual
afectaba la escasez de productos y el alza de los precios. 60 Y si es cierto que la producción
agrícola aumentó en este periodo, lo hizo principalmente en los productos de exportación,
como el tabaco, el algodón y el azúcar, debido a que en Sinaloa había haciendas, aunque
pocas, con una considerable cantidad de hectáreas. La industria azucarera, gracias a la
incorporación tecnológica, fue la que más prosperó.
Puede afirmarse que el sistema capitalista modernizó a Sinaloa a través de las
inversiones extranjeras, ya que la economía se transformó al recibir la tecnología avanzada
y las inversiones provenientes de Estados Unidos, así como de Francia, Alemania y España.
El objetivo no era de ningún modo el bienestar social, sino las ganancias de los dueños del
capital, pues en esta época la pobreza fue palmaria.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, se fueron definiendo tres núcleos que
concentrarían la actividad económica en Sinaloa: en el norte, Benjamín F. Johnston fue

59
Eustaquio Buelna, Compendio histórico, geográfico y estadístico del estado de Sinaloa, 2da. ed., Culiacán,
1978.
60
Miguel Ángel Higuera Félix y Milagros Millán Rocha, ―La otra cara del Cañedismo: una sociedad
amenazada por calamidades y penurias‖, Culiacán, Facultad de Historia-UAS, tesis de licenciatura, 2009.
30

desplazando a antiguos hacendados y comerciantes en la industria azucarera; en el sur, los


Echeguren, Melchers y Reynaud, entre otros, pasaron a controlar el comercio, la industria y
la minería; mientras que en el centro los Almada, Martínez de Castro y los Redo operaron
ingenios o especularon con los suelos, pero principalmente se dedicaron al comercio y a la
minería. El conflicto por la hegemonía entre los del sur y los del centro era constante; sin
embargo, durante el Porfiriato la situación se fue perfilando, pues al ser Culiacán el centro
del poder político, las familias prominentes poco a poco influyeron en las principales
decisiones gracias a que supieron coexistir y extender sus redes a través de lazos con otros
empresarios y políticos.61
Para la época del Cañedismo, el comercio ya había desplazado a la minería como
actividad central. Las principales casas comerciales se localizaban casi todas en Mazatlán
y Culiacán; sin embargo, el puerto mazatleco tuvo por mucho tiempo el dominio debido a
que fue ahí donde se establecieron la mayoría de comerciantes y dueños de la industria,
siendo españoles, alemanes, franceses y algunos norteamericanos;62 el puerto se convirtió
en el centro del mercado regional, y fue una de las bases para el comercio con Europa y
Estados Unidos. Carrillo Rojas afirma que esta gama de comerciantes vio protegidos y
favorecidos sus intereses durante el Porfiriato, por lo que llegó a controlar las vías de
comercialización de productos de importación y exportación más significativas. 63 El
comercio fue visto por los intelectuales como el activo transformador de las ciudades; de
esta manera, el ingeniero Francisco Sosa y Ávila afirmaba que ―en manos del comercio de
Mazatlán están los hilos directivos de todos los negocios de importancia de Sinaloa‖.64
El desarrollo económico alcanzado por el estado sinaloense no se puede comprender
sin el mejoramiento de los transportes y de las comunicaciones, gracias sobre todo al
ferrocarril, al telégrafo y ya entrado el siglo XX, al teléfono. En 1883 operó el primer
ferrocarril en Sinaloa, llamado Ferrocarril Occidental de México y mejor conocido como
Tacuarinero, cuya ruta era Culiacán-Altata; para tener una idea de lo tortuoso que era viajar

61
Arturo Carrillo Rojas, ―Importancia de los sectores económicos y empresariales antes de la revolución‖, en
Situación de la economía sinaloense durante la revolución, 2010 (artículo inédito).
62
Véase ―La participación de comerciantes extranjeros de Mazatlán en la economía regional, 1877-1919‖, de
R. Arturo Román Alarcón, en El Porfiriato en… op. cit., p. 157 y ss.
63
Arturo Carrillo Rojas, ―Los principales vínculos económicos entre Sinaloa y los Estados Unidos durante el
Porfiriato‖, en El Porfiriato en... op. cit., p. 20-29.
64
Francisco Sosa y Ávila, ―¿Qué es Mazatlán? Artículo escrito para este álbum‖, en ML, 1889, p. 248.
31

en las diligencias de Culiacán a Navolato, el siguiente testimonio de Francisco Gómez


Flores es muy elocuente, pues éste escribió la crónica de cuando acompañó al general
Cañedo, entre marzo y abril de 1888, a una gira que éste hiciera a Topolobampo:

Y á propósito del arca, debo decir entre paréntesis que los carruajes de la línea
de Diligencias Generales de Occidente, caminan con un solo juego de
guarniciones, sin elementos de refacción de ninguna especie, y con tanto exceso
de carga, que los viajeros, en los pasos difíciles, tienen que echar pié á tierra. Es
cierto que esto interrumpe la monotonía del viaje y ayuda á veces á hacer la
digestión, pero no obstante, entiendo que la Empresa está obligada á tratar al
público con más galantería.65

Por otra parte, en 1903 se construyó la segunda vía férrea que comunicó a Topolobampo
con El Fuerte (pasando por San Blas), conocido como ferrocarril Kansas City Mexico and
Oriente; y entre 1900 y 1910 se construyó el ferrocarril Southern Pacific, que comunicó al
estado directamente con Sonora y la frontera estadounidense. Antes de las vías terrestres, la
marítima había jugado —y lo siguió teniendo— un rol de primer orden para la actividad
comercial de Sinaloa con otros estados de la república y sobre todo con Estados Unidos,
debido a los puertos de Mazatlán y Altata. De Mazatlán, los barcos conectaban
directamente con San Francisco, California. De Altata salían sobre todo los vapores del
ferrocarril Occidental de México, los cuales conectaban este puerto con Mazatlán, Guaymas
y La Paz; en ese tiempo Guaymas se conectaba con Nogales gracias al ferrocarril, y de ahí
se enlazaba con EU.66

2. 3 Los estratos y los “trabajadores intelectuales”

Hacia 1877 Sinaloa era eminentemente rural, su población sumaba 190 mil personas que se
encontraba distribuida en 384 localidades. Para 1910 ascendía ya a 323 mil, gracias a que
se habían operado cambios mínimos en áreas como de la salud y los servicios, así como al
incipiente crecimiento de la economía. Asimismo, al impulsarse la colonización interna de
la región, las localidades aumentaron para 1910 a 3 mil 341, lo que no significó un cambio

65
Francisco Gómez Flores, ―Viaje á Topolobampo. (Cartas á El Correo de la Tarde)‖, en Narraciones y
Caprichos. Apuntamientos de un viandante. Cartas diversas y artículos varios, Primera parte, Culiacán, 1889,
pp. 101-131.
66
Arturo Carrillo Rojas, op. cit., p. 29.
32

esencial en la composición rural de la población sinaloense. Para 1910 —señala Maciel


Sánchez—, ―solamente Culiacán y Mazatlán contaban con más de 10 mil habitantes y estos
dos distritos, junto con los de Sinaloa y El Fuerte concentraban más del 50% de la
población del estado‖, situación que acentuaba aún más la tendencia rural.67
Aunque hubo desarrollo económico, los beneficios logrados no se reflejaron en
todos los estratos de la sociedad. La mayor parte de la población durante el Cañedismo
estaba compuesta por los trabajadores, casi todos peones, a quienes el crecimiento
económico de la región no favoreció: en las haciendas, los peones percibían un salario de
25 centavos diarios por jornadas laborales de 12 horas.
En el año de 1895, había en Sinaloa alrededor de 258 mil 915 personas, siendo el
Distrito de Sinaloa el que concentraba la mayor tasa poblacional (15,9%), seguido por el de
Culiacán (14,6%) y Mazatlán (13%).68 Para 1900, de acuerdo con el segundo censo
nacional de población levantado el 28 de octubre, esta escala no había variado (había 296
mil 701 personas) como sí ocurrió ya para 1910, cuando Culiacán ocupó el primer lugar,
seguido por El Fuerte y Mazatlán, y había una población total de 323 mil 642; el notable
ascenso poblacional en el norte en estos años se debió a la colonización realizada por los
norteamericanos —en Los Mochis—, gracias al esfuerzo de Albert K. Owen. Estos tres
distritos fueron, por otro lado, los que mayor crecimiento económico alcanzaron. Mientras
aquellos distritos crecían, como ha apuntado Ortega Noriega, los de Cosalá y San Ignacio
quedaron excluidos del desarrollo porfiriano, no obstante que habían sido muy importantes
durante la época colonial y la primera mitad del siglo XIX.69
Ahora bien, en lo que respecta a la población económicamente activa, se tiene según
el censo de 1900, había 136 mil 111 individuos que desempeñaban diversas labores, done
casi un 50% eran ganaderos, agricultores y peones, siendo estos últimos los que
predominaban: de cada 10 personas que trabajaban en el campo, siete eran jornaleros. La
minería, por su parte, ofrecía pocos empleos directos (representaba sólo el 2,8%); también
el número de trabajadores industriales era mínimo (11,4%), en cambio era relativamente
grande el número de servidores domésticos (9,24%). Ortega Noriega ha señalado que si en
67
Carlos Maciel Sánchez, ―Sinaloa en la antesala del siglo XX‖, revista Clío, núm. 16, Culiacán, Facultad de
Historia, Enero-Abril de 1996, p. 118.
68
Héctor Leal Camacho, ―Sinaloa durante la Revolución: el papel de los intelectuales en la transformación
social‖, Culiacán, Facultad de Historia-UAS, tesis de maestría, 1997, p. 15.
69
Sergio Ortega Noriega, op. cit., p. 256.
33

conjunto se toman las ocupaciones de escaso prestigio y poco remuneradas (peones,


agricultores, mineros, obreros, dependientes, servidores domésticos y pescadores), se
tendría que representaban el 69% de la población ocupada, lo que significa ―que en la
sociedad sinaloense de 1900 el grupo social bajo era muy amplio, que de cada 10
sinaloenses ocupados, siete pertenecían al grupo de los desposeídos‖.70
A lo anterior hay que agregarle que, según la investigación realizada por Higuera y
Rocha, eran los desamparados los que más padecieron la escasez de alimentos y la carestía,
así como fueron víctimas frecuentes de las enfermedades tanto endémicas como
epidémicas. Eran el ―populo bárbaro‖, como le llamó Amado Nervo a quienes no tenían
nada, ni siquiera esperanzas. En efecto, aunque Nervo decía que era muy difícil abordar la
cuestión de las clases sociales, reconocía que en Sinaloa había tres divisiones muy
marcadas en la sociedad, que eran las siguientes:

1º. Clase alta.- High life creme, nata: (en castellano vulgar los que tienen mucho.)
2º. Clase media.- A esta no se le aplican nombres ingleses ni franceses. ¿Para qué? ¡le basta con
el suyo! Y se compone de los que tienen poco y quieren mucho.
3º. Clase baja.- (Populo Bárbaro.) A esta se le aplica un latinajo capaz de espantar á Cicerón;
¡al fin y al cabo, el latín es un idioma muerto! Muerto como las esperanzas de los pobres. 71

La high life creme estaba compuesta por aquellos que la expansión capitalista había
favorecido, es decir, por un reducido número de personas que se desempeñaban como
propietarios rurales y urbanos, así como los comerciantes y otros empresarios,
conformando entre ambos conjuntos un 3,13%. Tiene razón Ibarra, por su parte, en
designar a esa porción como una oligarquía,72 la cual concentró el poder económico así
como el político durante el Cañedismo. Esta oligarquía, precisamente, constituyó una elite
cultural que ocupó en una larga duración las posiciones políticas principales. Al indagar
acerca del nivel educativo que poseían los diputados locales, por ejemplo, Brito Rodríguez
encontró que predominaron los abogados, los médicos y los ingenieros; se percató además

70
Ibíd., p. 259.
71
Amado Nervo, ―¡No es de mi clase! Cuadros de actualidad‖, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, La obra
periodística de Amado Nervo en El Correo de la Tarde, (1892-1894), Tepic, Consejo Estatal para la Cultura y
las Artes de Nayarit-Universidad Autónoma de Nayarit-Ayuntamiento de Tepic, 2002, p. 141.
72
Jesús Ignacio Ibarra Carmelo, ―El Porfiriato, capitalismo y oligarquías regionales‖, en El Porfiriato en
Sinaloa..., op. cit., p. 50.
34

que los cargos del Poder Legislativo de 1878 a 1910 se concentraron en 94 personas, las
cuales repitieron entre una y 15 legislaturas.73
Por su parte, a la clase media la integraban los empleados públicos (funcionarios y
militares) y los trabajadores intelectuales (profesores, clérigos, profesionistas y artistas) que
juntos conformaban apenas un 2%; por intelectual se entendía, según lo definió el
diccionario español a fines del siglo XIX, hacía referencia a aquel individuo ―dedicado al
estudio y meditación‖.74 Esta última clase fue censada sin distinción, por lo que no
podemos saber cuántos pertenecían a cada rama, sobre todo porque algunos cumplían más
de una función; no obstante, Maciel Sánchez —basado en las Estadísticas sociales del
Porfiriato—, señala que para 1910 existían 318 profesores, 49 abogados, 42 médicos, 36
sacerdotes y 35 militares.75
En esta sociedad contrastante, donde había una pequeña élite política y económica y
una mayoritaria clase baja, las costumbres, creencias e ideas se diferenciaban también de un
modo destacado. Crónicas periodísticas, relatos literarios, notas informativas, e incluso
poemas, dan cuenta de las atribuciones que de manera maniquea se le otorgaron al
populacho en oposición a la refinada clase alta (la high life creme nerviana) o a la misma
clase de los ―trabajadores intelectuales‖, la que residía principalmente en Mazatlán y
Culiacán, sitios donde se desarrollaron tertulias literarias, kermeses de filantropía donde se
leían discursos y poesías; asimismo, se daban algunas representaciones teatrales, conciertos
musicales con bandas militares o del estado que interpretaban mazurcas, valses, saraos,
entre otros géneros musicales; las señoritas de familia acomodada eran instruidas en el
canto y la ejecución de algún instrumento musical como el piano o el violín.
En las cuestiones relacionadas con el ambiente intelectual, había publicaciones de
poesías y artículos literarios en los periódicos, en los cuales se daban a conocer las
novedades, se elogiaban escritos y se polemizaba. En estas dos ciudades se desarrolló
principalmente un circuito cultural (había una circulación de ideas) durante, e incluso antes,
el Cañedismo, y aunque también Mocorito se convertiría en un referente cultural debido a
la residencia que tuvo ahí el médico y poeta Enrique González Martínez, esto sucedió a
inicios del siglo XX.

73
Félix Brito Rodríguez, op. cit., pp. 39-45.
74
DRAE, Academia Usual, 1884, p. 603; 1899, p. 562.
75
Carlos Maciel Sánchez, op. cit., p. 122.
35

2. 3.1 La cultura y la era de los literatos

El tedio de los días calurosos en la mayor parte del año en las pequeñas ciudades
sinaloenses era interrumpido, es cierto, por las actividades del comercio, la minería y la
agricultura, pero también por actividades de artísticas. A fines del siglo XIX la élite
social, en la cual participaban los literatos, realizaba ciertas actividades para reafirmar su
posición: serenatas, bailes de salón, conciertos operísticos y paseos diurnos o la luz de la
luna. Frente a unas ciudades —Mazatlán y Culiacán— que crecían de manera irregular, el
paradigma del progreso en relación con el romanticismo dio como resultado obras
arquitectónicas singulares; así, durante el Cañedismo existió una atracción por la
naturaleza, transformándose las plazas en parques y jardines con sus respectivos quioscos,
―se crearon calzadas o bulevares arbolados a manera de paseos, casas de veraneo con
amplios jardines‖, cobrando relevancia lo pintoresco o exuberante, y inclusive se pueden
considerar ―como elementos románticos en la arquitectura del siglo XIX, las corrientes de
los neos: neogótico, neoislámico, y en general la mezcla de estilos en oposición al
academicismo‖.76 Es cierto, bajo el primer mandato del gobernador Mariano Martínez de
Castro (1880-1884), las principales ciudades rehabilitaron los espacios públicos, como las
plazas y sus kioscos: en Mazatlán se mejoró el paseo de Olas Altas, se creó la plaza
Machado; en Culiacán, la plaza de Armas y la plaza Rosales; además, en ambas se
alinearon y empedraron las calles.77 Aparte de estas obras, se hicieron otras de mayor
importancia: mercados, puentes, escuelas y uno o dos teatros que los literatos reclamaban
para estar a la altura de la civilización.
Las actividades sociales y recreativas que aliviaban el letargo eran las fiestas o
bailes de salón o en la calle, según la clase social; en ocasiones era el sobresalto por las
fiestas patrias, otros días había tertulias donde el aburrimiento se mitigaba con juegos de
mesa o de tiro al blanco, jornadas taurinas y peleas de gallos, y de vez en cuando el
letargo se sacudía con la llegada de los circos o la recurrencia del carnaval a la vuelta de

76
René A. Llanés Gutiérrez, Luis F. Molina, el arquitecto de Culiacán, Culiacán, COBAES-La Crónica de
Culiacán, 2002, p. 19.
77
Martín Sandoval Bojórquez, Luis F. Molina y la arquitectura porfirista en la ciudad de Culiacán, Culiacán,
Difocur-H. Ayuntamiento-La Crónica de Culiacán, 2002, pp. 54-60.
36

cada año. Había, aunque eran pocas, representaciones de breves dramas y lecturas
literarias; los teatros Alegría y el Teatro Rubio en Mazatlán y el Apolo en Culiacán,
funcionaron de vez en cuando.
Las actividades culturales eran, aunque escasas, bastante significativas. Amado
Nervo, quien vivió en el puerto mazatleco trabajando como periodista de El Correo de la
Tarde, señalaba que el año nuevo de 1893 no iniciaba mal pues se habían tenido ―dos
tertulias en ocho días es algo‖ y puesto que el frío de esta época no había cancelado el
entusiasmo por el baile, avizoraba que en la temporada de verano habría repetidas
fiestas.78 Siendo su oficio el de cronista, al año siguiente y en el mismo mes suspiraba
porque en comparación con la capital donde domingo a domingo se reseñaban las fiestas
celebradas en la semana, en la provincia nada ocurría que pudiera mostrar a sus lectores. E
ironizaba:

En nuestro triste Teatro Rubio no se representa en la actualidad más tragedia que


la de la araña que devora á la mosca, en los tenebrosos rincones de los palcos
terceros ó del proscenio, y como se representa siempre ante un reducido número
de insectos y termina con idéntico desenlace nada ofrece de notable.
En la Plaza e Gallos, estos bípedos, no implumes como el hombre de Platón,
se matan todos los domingos ante regular concurrencia: y aquí tenemos otra
tragedia en que son actuantes sultanes… de corral, uno de los cuales riega
invariablemente con su negra sangre la arena, del circo.
Y eso es todo?
Esto es todo si Udes. no lo llevan á mal.79

Sin embargo, a pesar del ritmo semilento de la vida y las pocas actividades culturales, los
hombres letrados de esta época no dudaban de que Sinaloa fuera a paso seguro hacia el
progreso. En 1888 Francisco Gómez Flores, quien consideraba al teatro como la diversión
favorita de los pueblos cultos, se lamentaba que, a causa de su situación geográfica, la
ciudad de Culiacán fuera poco visitada por las compañías dramáticas, y eso que, añadía
con gran optimismo, ―en su progresista sociedad hay evidentemente gran afición al teatro,
como lo prueba la circunstancia de que un grupo de personas distinguidas, se haya
propuesto dar una série de representaciones, con un fin además filantrópico‖.80

78
Amado Nervo, ―La tertulia del casino‖, ECT, enero 9 de 1893, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit., p.
74.
79
Ibíd., ―Enero‖, ECT, enero 29 de 1894, p. 107.
80
Francisco Gómez Flores, ―Teatro‖, Narraciones y caprichos, op. cit., p. 63.
37

La incipiente cultura literaria de Sinaloa estuvo jalonada, como ya se visto, por el


dinamismo del comercio, considerado por los pensadores iluministas como el motor de la
civilización y del progreso. El comercio, al ser despojado de su simple fin de lucro, fue
calificado como el mecanismo civilizatorio más eficaz: las relaciones sociales crecían y se
complejizaban, lo cual conllevaba a que el hombre descubriera expresiones nuevas y
estimulantes para el florecimiento del arte y la ciencia; y también al revés: ―Cuanto más
avanzan estas refinadas artes [la ciencia, la literatura y la poesía], más sociables se tornan
los hombres‖, decía David Hume en la Inglaterra capitalista y burguesa de fines del siglo
decimonónico.
Esta cultura literaria sinaloense, no obstante, no fue extensiva a todo el estado ni la
practicó la generalidad de los habitantes, pues si bien hubo vida literaria en los distritos
del norte, El Fuerte y Mocorito, fue en la región centro-sur, donde se encontraban los
distritos de Culiacán y Mazatlán, respectivamente, la que más participación tuvo al contar
con un mayor índice de literatos y población que sabía leer. Ambos espacios destacaron
por contar con una regular actividad cultural y literaria como ningún otra región de la
parte noroccidental de la república; de este modo, en este espacio geográfico se
conformaron por lo menos tres constelaciones autorales, varias asociaciones literarias,
numerosos periódicos y dos revistas literarias.
Se tiene que para 1900, los trabajadores intelectuales sumaban, según el censo
aplicado el 28 de octubre de 1900, cerca de 1175 individuos esparcidos en el territorio
sinaloense; de ellos podemos sugerir que la minoría la representaron los clérigos, así como
los artistas; de estos últimos no se especifica qué rama del arte desempeñaban, por lo que
quizá eran músicos y cantantes dadas las orquestas que había en Culiacán y Mazatlán, dado
que no hay referencias de la existencia de pintores, exceptuando la intención de Salvador J.
Agraz de abrir una Academia de Pintura.81 Por consiguiente, la mayoría estaba concentrada
en la actividad del magisterio, y acaso en grado parecido, en desempeñar una profesión:
médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, periodistas, entre otros.
Sin duda el esplendor del Cañedismo —una réplica del Porfiriato—, se manifestó en
la última década del siglo XIX, pues la estabilidad política, lograda a través de la represión,
y el próspero comercio cuya base eran las inversiones extranjeras, sentaron las bases para la

81
―Esbozos‖, BS, Culiacán, núm. 11, Febrero 15 de 1898, p. 88
38

consolidación cultural, y de este grupo social diferenciado de los demás por laborar con el
conocimiento especializado. Esto se puede comprobar tan sólo si se compara la
composición de este grupo apenas un lustro atrás, en 1895, los llamados trabajadores
intelectuales eran 541 individuos de un total de 107 mil 262 personas ocupadas; cinco años
después, este grupo se había duplicado.
Lo anterior puede comprenderse, como un primer factor, debido a la incorporación a
la sociedad de las primeras generaciones de egresados del Liceo ―Rosales‖, fundado en
Mazatlán por Eustaquio Buelna en 1872 e inaugurado en 1873, año en que fue trasladado a
Culiacán; dicho liceo significó que los egresados de la primaria pudieran continuar sus
estudios. A lo anterior habría que sumarle que el número de escuelas también se incrementó
sobre todo en el periodo de gobierno de Buelna: en 1872 había 14 escuelas primarias, al
finalizar su periodo en 1875 dejó funcionando alrededor de 200 planteles escolares, así
como 3 preparatorias repartidas en El Fuerte, Mazatlán y Culiacán. El nivel de alfabetismo,
por otro lado, era del 47% en 1900, cuya cifra era superior a la media nacional, la cual era
tan sólo de 23%.82 Las escuelas no dejaron de multiplicarse; Díaz recibió más de 5 mil con
140 mil alumnos, para 1887 el número de primarias se había duplicado y el de alumnos,
cuadruplicado; señala González: ―Junto a la diversión creció la escuela, la nueva escuela
que se propuso como ideal sustantivo la difusión de los amores a la patria, al orden, a la
libertad y al progreso‖.83 Hacia 1910 había 16 mil 910 alumnos del nivel primario,
repartidos en 345 escuelas, aunque el analfabetismo seguía siendo un problema presente.
En resumen, los factores económicos y políticos, a pesar de la miseria que la
población padecía, permitieron que existiera un grupo claramente diferenciado por sus
prácticas sociales: los literatos, personas que por su nivel de conocimiento y manejo de la
escritura ejercieron en la parcela del poder un rol importante para la vida pública de la
entidad. Los literatos, cuya inclusión cabe perfectamente en la clasificación de
―trabajadores intelectuales‖, categoría empleada en el censo de 1900, asumieron un papel
trascendental desde las bellas letras, dotándolas de diversos fines: educativos, éticos e
instructivos. La estabilidad política dentro de un régimen autoritario, y por ende la
necesidad por obtener de legitimidad y consenso, además del empuje del comercio y la

82
Héctor Leal Camacho, op.cit., p. 22.
83
Luis González, op. cit., p. 950.
39

posibilidad de que la prensa –principal tribuna de opinión, pero también de la expresión


estética- se consolidara, fueron factores fundamentales para que los literatos dispusieran
de espacios idóneos para subsistir: desde los cargos públicos hasta el de cronistas o
articulistas en los periódicos.
De esta manera, si se toma en cuenta el tiempo que comprendió el Cañedismo, se
tiene que entre 1877 y 1909 existieron poco más de 75 literatos, entendiéndose por literato
a la persona que, independientemente de su profesión —como la de ingeniero, médico,
abogado, profesor o cualquier otra―, practicó la escritura literaria, la cual dio a conocer
principalmente en los periódicos. La mayoría no eran en realidad literatos formales, es
decir, no se dedicaban por entero a este quehacer ni vivían de ello; su formación era más
bien autodidacta, y cultivaron la literatura para adquirir un saber, pero también para
conseguir prestigio dentro del régimen. De la cantidad señalada, no todos vivieron en
Sinaloa al mismo tiempo, y además de esa movilidad, hubo en este periodo algunos
decesos. Asimismo, un poco más de la mitad practicaron el género de la poesía por lo que,
no sin sorna, Francisco Gómez Flores llegó a decir: la palabra poeta ―anda en boca de
todos y se prodiga con una facilidad que pasma, al grado de que si uno tropieza con
alguien, resulta poeta, y de los que hayan tropiezos en vez de consonantes‖.84

2.3.2 Principales grupos autorales

La vida literaria en Sinaloa, si no boyante, sí era por lo menos destacada durante el


Cañedismo. En un balance que Francisco J. Gómez Flores hacía en la penúltima década del
siglo XIX, mencionaba con satisfacción: ―Los que hemos trabajado sin cesar por levantar el
prestigio de Sinaloa por medio de las letras, nos consideramos felices con que su nombre
suene ya por lo menos con decoro y crédito‖.85

84
Francisco Gómez Flores, ―Apuntes para la historia (sacados de un libro inédito)”, Humorismo y crítica.
Monólogos de Merlín, Mazatlán, Tip. De ―La Voz de Mazatlán‖ a cargo de Villalobos y Delgado, 1887, p. 49.
85
Francisco Gómez Flores, ―La Opinión‖, Narraciones y caprichos, Apuntamientos de un viandante, Cartas
diversas y artículos varios, Primera parte, Culiacán, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889, p. 163.
40

Precisamente, Gómez Flores86 ―quien firmó con el pseudónimo Merlín algunos


escritos― fue el mayor intelectual de las letras sinaloenses del siglo XIX que articuló en
torno suyo a una pléyade de literatos; el único que llegó a disputarle su hegemonía fue
Adolfo O‘Ryan, conocido con el pseudónimo de Zenón. Gómez Flores fue profesor,
periodista y un certero e ingenioso crítico literario. De pensamiento liberal, lo que a
menudo le ocasionó problemas sobre todo con la Iglesia, poseía un amplio conocimiento de
la literatura universal, tanto del pasado como contemporánea. Había nacido en San Luis
Potosí, aunque existe la versión de que nació en Sinaloa, pues sus padres radicaron en esta
entidad, en el año de 1856. Su carrera literaria la inició en la ciudad de México al lado de
Agustín Verdugo, Peón Contreras y Manuel Gutiérrez Nájera; este último recuerda que
traía uno o dos libros de versos muy malos, por lo que se dedicaría de lleno a la crítica: en
1881 publicó Bocetos literarios, un compendio de artículos críticos, motivo por el cual
Gutiérrez Nájera dijo que este autor gozaba de ―grandes aptitudes y no comunes
cualidades‖.87 Gómez Flores fue director del periódico La Voz de Mazatlán, y colaborador
asiduo de periódicos sinaloenses como El Eco Popular, La Opinión y de El Correo de la
Tarde, entre otros; en 1881 fue regidor del ayuntamiento de Culiacán. En 1887 publicaría el
libro Humorismo y crítica que compendiaba notas de política, filosofía y literatura, y dos
años después daría a conocer Narraciones y caprichos I, un libro de cartas y artículos
varios que había publicado en la prensa; en 1888 fue redactor del periódico oficial. En la
ciudad de México, a donde se había ido a residir a fines de 1891, preparaba el segundo
volumen de artículos, una novela y un drama, cuando la muerte lo sorprendió el 22 de enero
de 1892. De manera póstuma se afirmó que Gómez Flores ―fue el alma de una época de
asombroso movimiento periodístico en el Estado; á su influjo aparecieron los principiantes
y entraron de nuevo á la lucha los veteranos. Él era el jefe; nosotros obedecíamos y
confiábamos en su pericia‖.88
Se debe justamente a Gómez Flores una visión panorámica de los grupos literarios
existentes en la década de 1880, donde identificaba dos generaciones: una antigua, que

86
Francisco Gómez Flores nació en San Luis Potosí en 1856 y murió en la ciudad de México en 1892.
Gustavo Jiménez Aguirre, Lunes de Mazatlán, Crónicas 1892-1894, (Obras de Amado Nervo), México,
Océano-UNAM- Conaculta, 2006, p. 43.
87
Manuel Gutiérrez Nájera, ―Bocetos literarios, de F. J. Gómez Flores‖, en Obras, México, Vol. 6, UNAM,
1985, p. 202.
88
Anónimo, ―Francisco Gómez Flores‖, ECT, Mazatlán, lunes 25 de enero de 1892, núm. 2,004, p. 1
41

escasamente escribía, y otra contemporánea, la suya. Consideraba a dichos literatos como


sinaloenses por el hecho de que habían nacido en la entidad o porque, como argumentaba,
habían ―nacido en Sinaloa para las letras‖.
La antigua generación de escritores, donde casi todos habían enmudecido, estaba
integrada por Gabriel F. Peláez, Pedro Victoria y Santiago Calderón, siendo ―El Sr. Lic.
Buelna es el único que de vez en cuando publica algún trabajo histórico ó erudito‖. 89
Franco Briones afirma que estos escritores pertenecieron a la época de la Reforma, periodo
en que hubo una gran actividad en la prensa sinaloense: el zacatecano Antonio Rosales
fungió como redactor del periódico oficial, así como Ignacio Ramírez, El Nigromante.90
Respecto a su trama biográfica, de Gabriel F. Peláez se sabe que nació en Matamoros,
Tamaulipas y que se desempeñó como contador de la Aduana Marítima en Mazatlán, así
como de diputado en el Congreso Local; fue también Tesorero general del estado. 91 Pedro
Victoria, un destacado poeta, fue secretario de gobierno interino del coronel Jesús Ramírez
en 1877, puesto que repitió con el general Cañedo al ganar este las elecciones en junio del
mismo año y posteriormente Porfirio Díaz le confirió un cargo a nivel federal; en 1892
fungía como administrador de la aduana marítima.92 De Santiago Calderón se desconocen
sus datos generales aunque él, así como Victoria, Peláez y Gómez Flores, fueron incluidos
en la antología Mazatlán Literario de 1889. Otros escritores —omitidos por Gómez
Flores— fueron los participantes del álbum Mazatlán Literario, cuyos artículos se
retomaron de las colecciones de periódicos, para buscar en sus columnas las
―composiciones dispersas de los escritores más conocidos y estimados‖.93 En esta antología
figuraron también Alonso Morgado, Apolonio Sáinz, Casimiro E. Alvarado, José Salcido
E. Imaz, M. Sánchez Tirado, Jorge A. Wilhelmy, Adolfo Wilhelmy y Benjamín Vidal.
Todos ellos publicaban en periódicos sinaloenses como La Voz de Mazatlán, El Monitor
del Pacífico, El Occidental, La Voz del Pueblo, entre otros periódicos de las últimas
décadas del siglo XIX.

89
Francisco Gómez Flores, ―La Opinión‖, en Narraciones y caprichos. Apuntamientos de un viandante, 1889,
p. 162.
90
Jorge Briones Franco, op. cit., p. 49.
91
Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 160
92
Ibíd., pp. 168-169.
93
―Prólogo‖, Mazatlán Literario, Mazatlán, Imprenta y Casa editorial de Miguel Retes, 1889, p. 1.
42

Por otra parte, la nueva generación la conformaban, según el criterio de Gómez


Flores, los siguientes literatos: José Ferrel, Ángel Beltrán, Daniel Pérez-Arce, Leopoldo
Valencia, Ignacio M. Gastélum, Francisco Sosa y Ávila, Ruperto L. Paliza, Herlindo Elenes
Gaxiola, Alberto Arellano, Carlos Ramírez, Manuel Salas, Eduardo Betancourt, Agustín
Hernández y Francisco J. Gaxiola.94
D. López retomó esta clasificación en su artículo ―Literatura‖ que publicó en El
Correo de la Tarde en 1891. Según Daniel López, en esta época reinaba una esterilidad
casi absoluta en las letras sinaloenses, pues señalaba que mientras unos se fueron de
Sinaloa, los que permanecieron parecían también ausentes, ya que habían caído ―en una
apatía atroz y dejáronse arrebatar por una indiferencia completa: el hecho es que no
escriben ni pizca‖. Con este señalamiento se refería al Lic. Ayón, cuyo fuerte había sido la
oratoria, pero que, a causa de falta de práctica, había perdido el hábito de la
improvisación: escribía de tarde en tarde, pero ―sólo para decir que los toros de la última
corrida eran corniveletos‖; es decir, se volvió reseñista de la tauromaquia. Aludía también
a Pedro Victoria, poeta que estaba más atento a los intereses fiscales, pues ―en la
actualidad desempeña un importante empleo lejos de aquí [de Mazatlán]‖, e incluyó a
Samuel Híjar y Haro, quien ―encontró que le producía más la tarea de revolver
expedientes de Juzgado‖ que seguir escribiendo alguna crítica. La ―gente nueva‖ la
integrarían –de acuerdo con López- el ya mencionado Ferrel, pero también Manuel
Bonilla, Jorge Ulica (anagrama de Julio G. Arce) y Juan B. Ruiz, quienes son ―jóvenes
entusiastas, trabajadores y modestos […] Los mencionados jóvenes fundan y alientan la
esperanza de una resurrección intelectual en nuestro Estado‖. Pese a que Gómez Flores
mencionó como literatos noveles a Luis Blanco, el Dr. Mateos, Arturo García, Ernesto
Pérez, Enrique Pardo y Ricardo Carricarte, para Daniel López —a la vuelta de pocos
años— estos escritores contaban escasamente debido a que ya no escribían o se habían
dispersado con rumbos distintos; inclusive el propio Gómez Flores para 1891 era
considerado por López como una voz silente, sobre todo porque se había ido a vivir a la
ciudad de México, y añadía: De allá, de la capital del país, decía López, ―nos enviará de

94
Francisco Gómez Flores, op. cit., p. 163.
43

seguro la segunda parte de esa obra, pues no creemos que nos olvide á los que lo hemos
aplaudido muchas veces y admirado siempre‖.95
Ciertamente, los nuevos literatos estaban teniendo una presencia que habrían de
sostener hasta la implosión del régimen cañedista. José Ferrel Félix, nacido en Hermosillo,
Sonora en 1865,96 dirigió en Mazatlán el periódico El Pacífico de Mazatlán y La Voz de
Mazatlán, así como El Progreso Latino y El Demócrata Mexicano, en la capital mexicana;
en 1891 dio a conocer su novela La caída de un ángel, la que generó polémica en los
principales diarios del país. Ferrel fue un sistemático opositor al Porfiriato y pisó la cárcel
múltiples ocasiones: al frente de El Pacífico escribió un artículo en contra de Cañedo, lo
que le valió un año de prisión en el cuartel de Mazatlán; y después, cuando emigró a la
Ciudad de México, y a través de El Demócrata, atacó al gobierno de Díaz, lo que le valió
de nueva cuenta a ―sufrir persecución y cárcel‖ teniendo hasta doce procesos en su contra.
En 1909, a la muerte de Cañedo, se registró como candidato a la gubernatura de Sinaloa,
perdiendo las elecciones con Diego Redo, en un presunto fraude.97
Por otro lado, hacia 1890 Leopoldo Valencia se desempeñaba como director del
periódico El Sur de Sinaloa, en El Rosario; en tanto que Daniel Pérez Arce era un reputado
licenciado en derecho y un periodista reconocido: hacia 1897 tenía su despacho en el puerto
mazatleco, en la calle Principal número161, y en 1898 compartió la redacción de El Correo
de la Tarde con Carlos F. Galán, Dr. Martiniano Carvajal (cuyo pseudónimo era Fray
Agatón), Esteban Flores y Adolfo O‘Ryan.98 Francisco J. Gaxiola, quien nació en 1869 en
Sinaloa de Leyva, fue historiador, diplomático y político, así como profesor de estudios
superiores; de Ignacio M. Gastélum se sabe que fue abogado y colaborador de varios
periódicos; en tanto Francisco Sosa y Ávila era ingeniero y ocupó por un corto periodo de
tiempo (dos años: de 1892-1893) la dirección del Colegio Rosales en Culiacán; se dice que
fue destituido por confrontar sus ideas liberales con las religiosas de un estudiante, llegando
el caso al Legislativo. Por su parte el Dr. Ruperto L. Paliza (México, 1857) ocupó la

95
Daniel López, ―Literatura‖, ECT, martes 3 de junio de 1891, p. 1.
96
Carlos Grande, Biografías sinaloenses, (Prontuario 1530-1998), Culiacán, Caryalci, 1998, p. 57. Acerca de
la novela de Ferrel véase ECT, miércoles 27 de mayo de 1891, p. 1.
97
Azalia López González, ―José Ferrel Félix‖, Rumbo a la democracia, Culiacán, COBAES-UAS, 2003, p.
41.
98
Infra., Gustavo Jiménez Aguirre, op. cit., p. 265.
44

dirección de dicho colegio por espacio de 18 años: de 1893 a 1911, donde impartió diversas
cátedras; a él se debe la fundación de la Casa de Beneficencia y la Casa de Asilo, ambas en
Culiacán, y por largo tiempo dirigió también el Hospital Civil; su profesión de médico la
compaginó con la política, pues fue regidor de Culiacán durante siete años, fue diputado
local por dos ocasiones, así como magistrado del tribunal de justicia. Finalmente, Herlindo
Elenes Gaxiola, oriundo de Culiacán, fue periodista y redactor de El Monitor Sinaloense
(1892-1911); egresado del Colegio Rosales, se afilió a la causa de Eustaquio Buelna,
cuando el historiador se rebeló contra la dictadura de Porfirio Díaz.
De los literatos mencionados por López se tiene que Manuel Bonilla, cuyo nombre
literario era Marcial, fue afín a las ideas de José Ferrel. Nació en San Ignacio en 1867;
Bonilla estudió ingeniería en Estados Unidos, desempeñó varios cargos públicos: fue
regidor de Culiacán, fue miembro del Tribunal de Justicia y administró la fábrica El
Coloso, de Diego Redo, y trabajó en la Compañía Naviera del Pacífico. Asimismo, fue
director de El Correo de la Tarde y de La Píldora; y en 1897 publicó su novela por
entregas Espinas y amapolas. Estampas nacionales en El Correo de la Tarde. En 1909,
tras conocer el supuesto fraude contra Ferrel, renunció al puesto de visitador de Hacienda
y se afilió al año siguiente a la candidatura de Madero. Esteban Flores, quien fue coetáneo
de Julio G. Arce y de Francisco J. Gaxiola, nació en 1970 en Chametla, ubicada en el
Distrito El Rosario;99 se educó en el colegio ―Jesús Loreto‖, y se graduó como profesor de
educación primaria en la escuela Lancasteriana; colaboró en El Correo de la Tarde, del
que sería su director de 1895 a 1905, y participó en los diarios El Mefistófeles y El
Monitor Sinaloense, y en las revistas literarias Bohemia Sinaloense y Arte en la primera
década del siglo XX; fue funcionario del gobierno de Cañedo, regidor y presidente
municipal de Culiacán; asimismo, como profesor del Colegio Civil Rosales impartió las
materias de historia, matemáticas y literatura.
Por su parte Julio G. Arce había nacido en Guadalajara, donde había estudiado en
Liceo de Varones, siguiendo con la carrera de farmacia; en 1889 llegó a Mazatlán, y
pronto se trasladó a Culiacán donde, en sociedad con su suegro Antonio Moreno, adquirió
la Botica Alemana. En 1897-1899 dirigió la revista literaria Bohemia Sinaloense, en 1899

99
―Esteban Flores (1870-1927)‖, ―Julio G. Arce (1870-1926)‖, ―Francisco J. Gaxiola (1870-1933)‖, en Carlos
Grande, op. cit., pp. 60-62.
45

fue jefe de la sección de estadística y de instrucción pública; de 1898 a 1909 fue director y
propietario de El Mefistófeles, primer diario de Culiacán, donde publicaba con regularidad
la columna ―Crónicas diabólicas‖ con el seudónimo de Cyrano; fue también director
general de la Mexican Pacific Mining Company en 1906, además de que por esas fechas
se desempeñaría como diputado local.
A fines del siglo XIX se fue conformando una nueva pléyade de escritores en
Sinaloa. Eran jóvenes inquietos, interesados en sobresalir en las letras, pero también de
cobrar notoriedad social. Entre ellos destacaban Francisco Medina, Jesús G. Andrade,
Francisco Verdugo Fálquez, Enrique González Martínez, Amado Nervo, Luis Hidalgo
Monroy, Haydée Escobar de Félix Díaz, entre otros.
Medina nació en el poblado de Tierra Blanca, al otro lado del río Humaya, el 20 de
abril de 1879, yéndose a estudiar a Culiacán en su adolescencia al Colegio Rosales; a
temprana edad —a los 15 años— comenzó a publicar en periódicos de la capital sinaloense,
principalmente poemas.100 Jesús G. Andrade (Culiacán, 1880) fue hijo del prefecto del
distrito, Francisco M. Andrade, uno de los favoritos del régimen; en 1895 Jesús Andrade se
trasladó a Guadalajara para estudiar en el Liceo de Varones, desde donde colaboró en
diversas revistas y periódicos del país.101 Por su lado Verdugo Fálquez (Culiacán, 1876), se
tituló como abogado en 1901, en el Colegio Civil Rosales; fue notario público y regidor por
el ayuntamiento de Culiacán en 1906, presidente de la sociedad mutualista de Occidente,
así como catedrático del colegio Rosales.102 González Martínez (Guadalajara, 1871),
publicó su obra inicial en Sinaloa a donde había llegado a laborar de médico; y dio a
conocer los siguientes poemarios Preludios (1903), Lirismos (1907) y Silénter (1909), fue
prefecto del Distrito de Mocorito, así como director de la revista Arte (1906-1909). El poeta
Nervo (Tepic, 1870), por otro lado, se desempeñó como cronista de El Correo de la Tarde
en el periodo 1892-1894, a la par que publicó varios de sus poemas; también Monroy
escribió para El Monitor Sinaloense y como profesor fue el encargado de la educación en
Navolato. Pero de toda esta constelación sobresale el caso de Haydée Escobar de Félix
Díaz, más conocida por su pseudónimo de Cecilia Zadi, quien nació en Mazatlán, en 1868,
100
Agustín Velázquez Soto, El romántico amigo de la imparcialidad. Preludios de vida literaria en
Francisco Medina (1896-1900), Culiacán, Difocur, 2005, p. 14.
101
Gabriel Agraz García de Alba, Bibliografía de los escritores de Jalisco. T- I. México. UNAM–IIB, 1980,
p. 390
102
Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 168.
46

y se convirtió en la primera mujer de la entidad en publicar un libro de poesía, Versos a un


ángel. Ya en la primera década del siglo XX otros nuevos literatos, como Genaro Estrada,
Sixto Osuna, Carlos Filio y Juan L. Paliza, empezarán a darse a conocer.

2.3.3 La morada literaria: periódicos y revistas

La prensa en la etapa independiente de México fue, mediada por el liberalismo, un espacio


exclusivo para la manifestación de las ideas principalmente políticas, pero también sociales,
filosóficas y literarias; fue en este espacio donde los intelectuales de manera mayoritaria
ejercieron la incipiente opinión pública, el sitio donde buscaron adoctrinar, educar o
moralizar a la plebe a través de editoriales o artículos, así como de discursos literarios, ya
fueran relatos o poemas.
En lo que respecta al rubro de los libros, éstos fueron un producto de poca edición
en la entidad debido a que era el autor quien debía sufragar los costos, además de que no
tenían la misma circulación ni igual trascendencia que los periódicos, los cuales podían
llegar a diversas manos. Son contados los autores que vieron publicada su obra individual,
entre ellos se encuentran: Gómez Flores, dueño de las tres obras ya citadas (que eran
recopilaciones de sus artículos periodísticos); José Ferrel, con su novela La caída de un
ángel; Cecilia Zadí, con Versos a un ángel; Francisco Medina, con su poemario Visiones;
Enrique González Martínez, autor de tres poemarios; y algunas antologías, como son
Literatura sinaloense, que eran discursos pronunciados en el aniversario del Gral. Rosales,
y el álbum Mazatlán Literario, un compendio de, ahí sí, poemas y relatos, así como escritos
que versaban sobre historia o crítica literaria.
Este último libro, Mazatlán Literario, posee gran importancia, pues se trata del
primer esfuerzo por reunir obra que fuera de calidad literaria, incluyendo a diversos autores
dueños de una voz personal o de reconocida trayectoria. Decimos ―de calidad‖, pues fue
precisamente ese un criterio que se estableció, llamados como estaban, a participar en la
Feria Mundial de París, en 1889. Esta convocatoria de reunir la obra de los literatos
sinaloenses fue un reconocimiento visible de que Mazatlán manifestaba un progreso
económico reflejado en su cultura; por tal razón se tuvo esmero en la selección de los
textos, así como en su parte material, ya que su tipografía y encuadernación fueron
47

encargadas a la imprenta y casa editorial de Miguel Retes, en tanto que el papel fue
fabricado en Jalisco. Mencionar, como se hacía en el prólogo, a esas ―industrias
complementarias del arte literario‖ tenía como propósito dar una idea ―de la cultura
intelectual de esta ciudad, llamada por antonomasia la Perla del Pacífico‖.103
Sin embargo, como se ha dicho anteriormente, la prensa mantuvo la supremacía en
el terreno editorial. Después de su más o menos larga tradición, iniciada a inicios del XIX,
a fines del siglo ocurrió la modernización de la práctica periodística —como señala Del
Castillo—, pues del predominio del editorial político se pasó a la hegemonía de las noticias
y los reportajes,104 así como a la inclusión de secciones literarias. Dicha renovación se
debió a la estabilidad política y a los cimientos del comercio conseguidos por el Porfiriato,
lo que a su vez motivó el desarrollo de las vías férreas, la red telegráfica, los adelantos
técnicos en las máquinas de escribir y la introducción de innovadoras rotativas. Del Castillo
se refiere a lo acontecido en la prensa de la capital del país, sin embargo cabría destacar que
lo mismo aconteció en algunas zonas que vistas de cerca no eran tan periféricas, como
Mazatlán o Culiacán, por ejemplo.
A partir de los años sesenta del siglo XIX ―sostiene Briones Franco―, fue cuando
se comenzaron a notar cambios en los formatos y los contenidos de los rotativos,
―apareciendo los periódicos independientes, críticos; luego, los literarios, industriales,
mercantiles‖, entre otros. En esta época la mayoría de las publicaciones tuvieron una vida
efímera, y ―en el caso de los periódicos literarios y de variedades (muy pocos, por cierto),
aparecían y desaparecían por no ser costeables o por falta de lectores‖. En Culiacán, al ser
la capital de la entidad, el Periódico Oficial tenía fuerte presencia, aunque con frecuencia
cambiaba de nombre; y debido a los cambios en la prensa, este tipo de periódicos incluyó
en sus páginas, además de ―disposiciones gubernamentales, escritos políticos, selecciones
literarias y hasta hechos extraordinarios o relevantes‖.105

103
Francisco Gómez Flores et al., Mazatlán Literario, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de Miguel Retes, 1
de enero de 1889.
104
Alberto del Castillo Troncoso, ―El surgimiento de la prensa moderna en México‖, La República de las
Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, 3 vols., Eds. Belem Clark de Lara y Elisa
Speckman Guerra, México, UNAM, Vol. II. Publicaciones periódicas y otros impresos, 2005, p. 106.
105
Jorge Briones Franco, La prensa en Sinaloa durante el Cañedismo, 1877-1911, Sinaloa, UAS-Difocur,
1999, pp. 52-55.
48

Fue durante el Porfiriato, ciertamente, que esta actividad tuvo su edad dorada en
Sinaloa, pues se lograron editar 128 periódicos que se distribuyeron del siguiente modo en
las principales ciudades: Mazatlán tuvo 62, Culiacán, 37; El Rosario, 13; y 16 diseminados
en otras localidades. Asimismo, Briones Franco expresa que

Uno de los rasgos más acusados de esta situación fue el incremento del número
de periódicos que se fundaron y circularon, y su diversificación. Lo prolífico de
la producción periodística en esta fase no tiene nada que ver, hasta donde
sabemos, con alguna medida administrativa o de gobierno que se haya propuesto
alentar la producción editorial. Los cambios estuvieron favorecidos, sin duda,
por la experiencia editora y técnica acumulada en los años previos, y muy
probablemente por la esperanza que suscitaba la nueva era que inaugura el
triunfo de los liberales porfiristas.106

Es posible considerar, no obstante, las subvenciones gubernamentales que el régimen


dictatorial de Díaz destino a la prensa a partir de la década de 1890 para golpear a las
publicaciones opositoras, las cuales se vieron obligadas a cerrar sus imprentas ante la
incapacidad de competir con un nuevo periódico que ofrecía mejores servicios por el
módico precio de un centavo.107 En Sinaloa este patrocinio es probable que haya existido,
pues solamente hubo un diario ―independiente‖ (El Correo de la Tarde), que respondía no
obstante a los intereses de los comerciantes del puerto mazatleco; así pues, las
subvenciones —ya fueran abiertas u ocultas— habrían sido un poderoso factor, además de
la estabilidad política y económica, que indujo y reforzó el quehacer de la prensa en la
entidad.
Lo notable de todo esto es que, a la par que había un interés por modernizar el
formato del impreso, existía también uno por innovar el contenido, siendo el literario uno
que fue ganando espacio gracias al prestigio que su inclusión revestía. Este desarrollo de la
prensa convirtió a la entidad a fines del siglo XIX, además, en un polo atractivo para
literatos y periodistas de otras entidades que quisieran desempeñarse como trabajadores
intelectuales; una muestra de ello fue la presencia del nayarita Amado Nervo, el capitalino
José Juan Tablada, el queretano Heriberto Frías, y los jaliscienses Carlos Filio, Julio G.
Arce, Sixto Osuna y Enrique González Martínez, por citar algunos connotados literatos que

106
Ibíd., p. 227
107
Alberto del Castillo Troncoso, op. cit., p. 109.
49

radicaron por un tiempo en el suelo sinaloense. Fue a través de la prensa donde los literatos
estrecharon vínculos con otros de diversos estados de la república, así como con los de la
capital mexicana.
Durante el Cañedismo, a pesar de que la expansión periodística abarcó varias
localidades, los principales periódicos siguieron siendo los de Culiacán y Mazatlán debido
al número y la calidad. En el puerto mazatleco Miguel Retes fundó El Correo de la Tarde,
en 1885, teniendo como director a Carlos F. Galán, el mismo que desde abril de 1869 había
dirigido El Occidental. Este nuevo periódico respondió a los intereses comerciales, por lo
que informaba del precio de los productos y del movimiento aduanal, pero destacó por
informar de la cultura, y en específico por brindar un espacio a la literatura, pues mantuvo
la columna fija titulada ―Variedades‖ en la cuarta plana, donde se publicaban diariamente
poemas, así como novelas por entregas; y en su edición dominical, la primera plana era
completamente literaria. Refiriéndose a una lectora imaginaria, Nervo hacía un resumen del
contenido de dicho diario:

Estábamos en que te diste á leer ―El Correo;‖ ó mejor dicho á recorrer los títulos
de los diversos párrafos, deteniéndote sólo en aquellos más llamativos y cortos,
porque tú, lectora, rara vez prestas atención al editorial […]; el cultivo del café ó
de la piña te tiene muy sin cuidado […] Las cuestiones financieras te preocupan
menos aún […]. Eso sí: la lista de pasajeros no la perdonas; la nota del Registro
Civil tampoco; las noticias de Dentro y fuera de la ciudad… mucho menos, y la
novela… esa es la parte más dorada del bollo.
Pues como te iba diciendo, corriste los diversos títulos de las diversas
secciones y tropezaste con éste, muy llamativo: ―Semblanzas‖. Leíste en un
santiamén los versos… 108

En torno a este periódico, que fue el primero en mantener una publicación diaria, se forjó
una generación de literatos; en 1897 se integraron a su redacción Daniel Pérez-Arce,
Esteban Flores y Florentino Arciniega y Ledesma; en 1899 lo harían Adolfo O‘Ryan y
Julio G. Arce; asimismo figuraron como editorialistas José Ferrel, Sixto Osuna, Juan
Puga, José Rentería, Jesús Orozco, Francisco Medina, Haydée Escobar de Félix Díaz,

108
Amado Nervo, ―¿Quién es el Conde Juan?‖, ECT, marzo 12 de 1894, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op.
cit., p. 113.
50

María de Jesús Neda Bonilla, Manuel Bonilla, Rosendo R. Rodríguez, Manuel Manzo,
Heriberto Frías y Enrique González Martínez, entre otros.109
En Culiacán también el periódico El Mefistófeles (1898-1909) aglutinó a diversos
literatos. Su director era Julio G. Arce, mientras que el jefe de redacción era Esteban
Flores; y como redactores José Rentería, Enrique González Martínez, Francisco Medina,
Antonio Moreno, Jesús G. Andrade, Carlos Filio, Sixto Osuna, Juan L. Paliza y Fernando
Martínez. Asimismo, entre 1892 y 1911 el bisemanario El Monitor Sinaloense agruparía a
otros tantos literatos. Herlindo Elenes Gaxiola era el redactor responsable; como
editorialista, Ignacio M. Gastélum; y como colaboradores figuran González Martínez,
Esteban Flores, Francisco Sosa y Ávila, Francisco Verdugo Fálquez, Manuel Bonilla y
Jesús G. Andrade.110
A la par que los periódicos, hubo dos revistas de gran trascendencia para las letras
de Sinaloa: la Bohemia Sinaloense (1897-1899) y Arte (1907-1909). Desde luego, al ser la
ciudad de Culiacán la capital del estado, concentró la mayor parte de actividades que los
literatos podían realizar: cargos públicos, el periodismo y el magisterio, principalmente.
Por tal razón, en las postrimerías del siglo XIX Julio G. Arce, escritor jalisciense, profesor
del colegio civil ―Rosales‖ y propietario de una botica, dirigió la revista Bohemia
Sinaloense entre 1897 y 1899, la cual se convirtió en un vínculo entre los literatos locales
y nacionales. Su antecedente se encuentra, desde luego, en la revista que fundó Manuel
Gutiérrez Nájera en la ciudad de México, la Revista Azul, cuya duración fue de 1894 a
1896 y de la que se editaron 128 números. La Bohemia, pese a que apenas editó 24
números ―las dificultades se hicieron patentes en el último número, pues se publicó por
única vez en Mazatlán―, es la única revista con un carácter literario cuyo propósito fue
dar a conocer a los literatos ya reputados, así como a los de nuevo cuño, de distintas
latitudes. Por ejemplo, en la columna titulada ―Esbozos‖ y firmada por Jorge Ulica, éste
se refería a las nuevas publicaciones de los literatos, como el libro Místicas y el de Perlas
negras, de Amado Nervo; de los libros recibidos de otros estados del país, como Oro y
negro, de Francisco M. Olaguíbel; de la incorporación de nuevos colaboradores como
Manuel Rocha y Chabre, de Chihuahua; Eduardo J. Correa, de Aguascalientes; de Juan B.

109
Jorge Briones Franco, op. cit., p. 104.
110
Jorge Briones Franco, op. cit., pp. 63-64.
51

Villaseñor, poeta de Guadalajara; entre otros, así como traducciones notables de poemas o
cuentos de la literatura inglesa y francesa: Enrique González Martínez publicó la
traducción de El cuervo, poema del norteamericano Edgar Allan Poe, y por su parte Jorge
Alberto Zuluoga cuentos del francés Catulle Mendés.
Los vínculos de la Bohemia sinaloense con periódicos y revistas del país son
evidentes. En cuanto a su relación con revistas literarias, se encuentran las siguientes: de
Guadalajara, Flor de Lis y El verbo rojo, esta última dirigida por José Alberto Zuluaga -
traductor de los cuentos del francés Catulle Mendés, obra que le envió a Julio G. Arce en
1898; a su vez algunos literatos publicarían en El Verbo Rojo. También la Bohemia
compartió colaboraciones con la revista literaria Crisantema, de Morelia, dirigida por José
Ortiz Rico y Alfonso Aranda y Contreras, quienes junto a Severo I. Aguirre, Guadalupe
Artalejo del Arellano, Silvestre Terrazas y Leonardo F. Rodríguez, llegarían a colaborar
con la Bohemia, así como con la revista Lira Chihuahuense. Respecto a sus vínculos con
los periódicos, Arce menciona que artículos de la Bohemia estaba teniendo aceptación y
reconocimiento por parte ―de la prensa ilustrada del país‖. Algunos de los periódicos con
lo que se tuvo contacto son los siguientes: El Mundo, de la ciudad de México, de donde le
mandaban fotograbados de algunas señoritas de Sinaloa, hechos por Rafael Guereña, que
ilustraron algunos números de la revista (posteriormente El Mundo tendría una edición
jalisciense); La Estrella Occidental, de Jalisco, editada y dirigida por Manuel Caballero;
El Correo de Sonora, bajo la dirección de Juan de las Heras; el semanario La Voz de la
Niñez, de San Juan de los Lagos, cuyo director José S. de Anda le envió a Arce el
monólogo titulado ―El último insurgente‖, entre otros.
Para 1904 varios de los anteriores literatos orbitarían en torno a la figura del poeta
y médico jalisciense Enrique González Martínez, quien había llegado al poblado Sinaloa
en 1896, y poco después viviría en Mocorito, sitios desde donde colaboró con El Correo
de la Tarde. Pero no el único medio en el que publicó, pues de hecho su nombre aparece
ligado a diversos proyectos periodísticos, entre ellos se encuentra El Eco del Fuerte,
fundado en 1891, y donde escribieron también José Ferrel, Herlindo Elenes Gaxiola, así
como Ignacio M. Gastélum, Francisco J. Gaxiola y Enrique Pardo. Pero su labor más
destacada se encuentra en Mocorito: en 1903, José Sabás de la Mora fundó ahí el
semanario Voz del Norte, y tiempo después, aprovechando que González Martínez se
52

había radicado en esa ciudad —fue nombrado prefecto de distrito por el gobernador
Cañedo—, en1907 Sabás de la Mora lo invitó para que dirigiera una revista literaria; sin
embargo, éste pidió que el director fuera su amigo Sixto Osuna; al final fue una co-
dirección. A esta empresa se sumarían José S. Conde, Antonio Echeverría, Adolfo Avilés,
Manuel J. Esquer y Luis Monzón, quienes más tarde publicarían el periódico quincenal
Iris.111 Dicha revista literaria se llamaría Arte y fue publicada de forma mensual del 1 de
julio de 1907 a marzo de 1909, lográndose editar 14 números. González Martínez habría
de recordar:

Aprovechando la buena voluntad y el entusiasmo de José Sabás de la Mora, que


acababa de adquirir una imprenta y redactaba un periodiquito llamado La Voz
del Norte, discurrimos publicar una revista literaria. La bautizamos con el
nombre de Arte, y aprovechando mi amigo Sixto Osuna y yo nuestras relaciones
literarias de la capital y las provincias, pedimos y conseguimos copiosa
colaboración, más copiosa de lo que la capacidad de la revista permitía. Lo
principal de ésta eran los originales nuestros. Sixto Osuna publicó cuentos y
versos; De la Mora, relatos breves; yo, como Sixto, poemas y novelas cortas, y
los tres, notas de crítica que llegaban más en cantidad que calidad.112

Efectivamente, los únicos escritores sinaloenses que publicaron, además de Osuna,


González y Sabás de la Mora, fueron Esteban Flores, Francisco Verdugo Fálquez y
Francisco Medina. Amado Nervo (Tepic) y Rodrigo Gamio (Guaymas) entraron también en
esta nómina exclusiva. La revista fue cosmopolita y enteramente contemporánea; en sus
páginas desfilaron, es cierto, narradores mexicanos y poetas como José Juan Tablada,
Balbino Dávalos, Francisco M. de Olaguíbel, Salvador Díaz Mirón, Luis G. Urbina, Jesús
E. Valenzuela, Luis Rosado Vega, Severo Amador, Joaquín Arcadio Pagaza, Rafael de
Alba, Miguel Ángel del Campo (Micrós), Jesús Urueta, Enrique Fernández Ledesma, Juan
B. Delgado, Efrén Rebolledo, Victoriano Salado Álvarez, Celedonio Junco de la Vega y
Mariano Azuela.
Pero sobre todo la galería se conformó por literatos extranjeros de actualidad:
Anatole France, Paul Bourget, Marcel Prevost, Max Nordau, Sully-Prudhomme, Alfred
Capus, Adolfo Brisson y Julio Lemaitre (Francia); Giovani Papini y Edmundo de Amicis
111
Ídem, p. 63.
112
Enrique González Martínez, El hombre del búho. El misterio de una vocación, Ediciones Cuadernos
Americanos, México, 1944, pp. 203-207 y 208, en Arte (1907-1909) y Argos (1912). Revistas Literarias
Mexicanas Modernas, México, FCE, edición facsimilar, 1981, p. 11.
53

(Italia); Edward Soederberger (Suecia); Salvador Rueda, Pedro de Répide, Ramón del
Valle-Inclán, Pío Baroja, Guillermo Ferrero, Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina,
Nilo Fabra, Enrique Díez Canedo, Manuel y Antonio Machado (España); Alejandro
Swientochowski (Polonia); así como el norteamericano Marc Twain (EU) y los
latinoamericanos, representantes de la literatura modernista: Ricardo Jaimes Freyre,
Leopoldo Lugones y Rafael Obligado (Argentina), Andrés A. Mata (Venezuela); Guillermo
Valencia, Ricardo Arenales y José Asunción Silva (Colombia), Rafael López (Honduras),
Rubén Darío (Nicaragua), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), Julián del Casal y Manuel
S. Pichardo (Cuba).
Al parecer el criterio en la selección de los textos había sido, en primer lugar, que
los escritores fueran contemporáneos, reconocidos y universales. En segundo lugar, que
representaran la nueva dirección del arte: el modernismo o, visto de otra manera, el
abandono del anquilosado romanticismo. Pero el trasfondo de este cosmopolitismo, de
conformar una élite cultural, al parecer se centró en el deseo de Enrique González Martínez
por figurar en las letras mexicanas, sobre todo si se tiene en cuenta que en 1905 había ido a
la capital en busca de forjar su carrera literaria, pero no lo había logrado. Como sea, desde
Mocorito estuvo pendiente de las novedades literarias que se suscitaban en la capital de la
República, así como en otras partes del mundo. Poco a poco fue cobrando notoriedad, pues
en el número 3 de la revista informaba: ―varios periódicos de la república se han servido á
saludar a la nueva publicación con frases alentadoras y cariñosos elogios‖. Asimismo,
recibieron varios libros de diversas latitudes, como los siguientes: La doctrina de Monroe,
de Carlos Pereyra; Rumores de mi huerto, de María Enriqueta; El amor de las sirenas, de
Heriberto Frías; Breve noticia de algunos manuscritos de interés histórico para México, de
V. Salado Álvarez; Maquetas y Megalomanías, de Francisco González de León,
Procelarias, de J. Suárez Pino.
En 1909, año en que publicó Enrique González Martínez su tercer libro, Silénter,
ingresó a la Academia Mexicana. El término de la revista se debió a un motivo político: en
marzo dejó de publicarse, y tres meses después moriría el gobernador Francisco Cañedo,
arrastrando tras de sí la paz y el orden que había permitido el surgimiento de una cultura
literaria.
54

2.3.4 Las asociaciones literarias

Durante las dos primeras décadas del Porfiriato se conformaron en la ciudad de México, así
como en algunos estados, diversas asociaciones literarias, tanto formales como
informales,113 cuya vida fue esporádica en la mayoría. Ya la Academia de San Juan de
Letrán, como una primera época, había marcado un hito en la conformación de estas
asociaciones, sin embargo se debilitó a raíz de las pérdidas morales y materiales que trajo
consigo la intervención norteamericana de 1847; una segunda época se ubica de 1867 hasta
1870, cuyo fruto más prominente fue el semanario El Renacimiento (México, 1869) y de las
revistas que le siguieron, donde Ignacio Manuel Altamirano publicó sus prédicas
nacionalistas. Finalmente, la creación del Liceo Mexicano Científico y Literario, en 1885,
supuso una renovación literaria, cuya publicación más valiosa del siglo XIX fue la revista
quincenal El Liceo Mexicano (México 1885-1892), pues reunió a las plumas más
connotadas de la cultura.
Uno de los principales propósitos fue la creación de una literatura nacional, por lo
que la literatura patria (poesía, novelas y relatos de historia patria) predominó durante este
siglo y aún en el siguiente. De acuerdo con Perales Ojeda, podrían advertirse en tres
épocas distintas de la literatura mexicana (el neoclasicismo, el romanticismo y el
modernismo) otros tantos impulsos renacentistas que surgieron de las agrupaciones
literarias.
Además de su interés literario, estas asociaciones respondieron a una necesidad
social, la clase media asistió a la mayor parte de estos centros literarios: fueron un centro de
descanso, de ilustración y de camaradería; de hecho fueron verdaderos centros de docencia
literaria: talleres literarios donde se leían las composiciones y se emitían juicios de crítica.
Dice Perales: ―Estas discusiones fueron verdaderas cátedras de donde recibieron lo mejor
de su formación muchos escritores mexicanos‖.114 Por otra parte, desde el punto de vista
sociológico, estas asociaciones al verificar veladas literarias, acompañas de música,

113
Por asociación literaria –de acuerdo con Perales Ojeda- se entienden las reuniones literarias, tanto formales
como informales, que recibieron diversas agrupaciones, tales como academias y liceos, arcadias, asociaciones,
alianzas, ateneos, bohemias, círculos, falanges, clubes, salones, sociedades, uniones y veladas, en Alicia
Perales Ojeda, ―Introducción. 2. Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX. Denominación y
características‖, Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX, México, UNAM, 2000, pp. 29-30.
114
Ibíd., p. 41.
55

declamación y representaciones teatrales funcionaron como válvulas de escape para una


sociedad de escasos recursos y privada de espectáculos debido a la inseguridad pública
durante los primeros cincuenta años del siglo.
El hecho de compartir los códigos de ser liberales y progresistas, compartir
profesiones comunes (como el periodismo) les permitió a los literatos sinaloenses
reconocerse, agruparse y buscar satisfacer intereses comunes a través de estas
asociaciones. Igual que las asociaciones del centro del país, las sinaloenses tenían la
función social, dado su carácter científico-literario, de dotar de prestigio a los escritores
que, reunidos, intentaban conseguir un sitio en el mundo de las letras. Otras finalidades
fueron conseguir la amistad de los literatos más célebres, que también lo eran en la
política, para obtener con ello un beneficio personal; conseguir la aprobación de las obras
y conquistar un lugar de privilegio; o tan sólo conseguir crédito o prestigio intelectual al
asistir a las veladas, sesiones y actos literarios. Pero sobre todo, con estas asociaciones los
literatos sortearon las dificultades para escenificar o publicar la obra, pues a través de
éstas consiguieron que los periódicos y las revistas se ocuparan de ellos.115
Durante el siglo XIX sobre todo, pero también a inicios del XX, Sinaloa es el
único estado del noroeste del país que conformó varias asociaciones literarias. Ningún
otro estado de esta zona geográfica vivió con esmero la actividad literaria, ni se convirtió
en un importante centro de actividad cultural que estableciera un circuito con otras
entidades de la república: por ejemplo, Baja California no contó con ninguna publicación
literaria durante esta época, en Durango se tiene noticia solamente del Club Literario,
conformado en 1876, mientras que en Sonora sólo existió la Sociedad Literaria organizada
en Guaymas.116
De acuerdo con R. Olea,117 la primera asociación que aparece en Sinaloa data de
1870, cuando el entonces director de la Casa de la Moneda en Culiacán, el ingeniero
Ismael Castelazo, organizó una asociación denominada Sociedad Científica y Literaria
que reunió al licenciado Eustaquio Buelna ―en ese momento candidato a la
gubernatura―, al ingeniero Luis G. Orozco, al profesor José Rentería, al licenciado Ángel

115
Alicia Perales Ojeda, Ob. cit., pp. 34-35.
116
Ibíd., pág. 201, 204, 227.
117
Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa, 1826-1950, Culiacán, UAS, Difocur, 1995, pp.
78-202.
56

Urrea y a Francisco Armenta. No obstante, Perales Ojeda señala que de la primera que se
tiene noticia es la que surgió en Mazatlán en 1875 con el nombre de Sociedad Artístico-
118
literaria. Y destaca: ―Al siguiente año se estableció, en el mismo puerto, otra
corporación llamada Filarmónica Artísticoliteraria, que se propuso establecer un plantel
de instrucción pública sostenido por la asociación, para lo cual organizaría conciertos y
funciones dramáticas‖.119
El propósito anterior era más o menos común, pues la Sociedad Científica
Literaria del ingeniero Castelazo logró que se crearan, en 1872, tres escuelas
preparatorias (una en cada distrito: Culiacán, Mazatlán y El Fuerte), aprovechando que
Buelna ya era gobernador (1871-1875). Además, de existir sólo 14 escuelas primarias al
inicio de su periodo gubernamental, al término de éste ya había alrededor de 200 centros
educativos. Una de esas escuelas preparatorias fundadas en el año mencionado fue el
Liceo Rosales, llamado así en honor al héroe de San Pedro, aquel que luchó contra la
invasión de los franceses. Este espacio fue definitorio en gran medida para forjar una
cultura literaria que en ese momento era incipiente: muchos de los literatos pasaron por
sus aulas, ya fuera como alumnos o como profesores; en 1873 se instituyó su Junta
Directiva de Estudios, siendo el cargo de Presidente para Francisco Gómez Flores (padre).
De manera paralela, como resultado de las reuniones de esta asociación, sus miembros
lograron publicar el periódico semanario Adelante, de corta duración, y después, El
Porvenir de Sinaloa.
En 1875, aunque las fuentes son dudosas, se creó la agrupación científica Sociedad
Unión, de destino incierto. En Culiacán se constituyó, el 22 de noviembre 1877, la
Sociedad Río de la Loza,120 en honor del recién fallecido Leopoldo Río de la Loza, un
médico destacado, ingeniero y militar que había impartido clases en colegios de la Ciudad
de México. Fue fundada por profesores y alumnos del Liceo Rosales con una intención
científico-literaria. Entre otros de los integrantes aparecen Gómez Flores (hijo), el
ingeniero Luis G. Orozco y el médico Ramón Ponce de León.

118
Alicia Perales Ojeda, op. cit., p. 226.
119
Ídem.
120
El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. I, núm. 37, folio 293, 24 de noviembre de 1877, en
Héctor Leal Camacho, ―Sinaloa durante la Revolución. El papel de los intelectuales en la transformación
social. 1909-1922‖, Tesis de Licenciatura, Facultad de Historia, UAS, Culiacán, 1997, p. 24.
57

Un factor de gran peso que influyó para la conformación de estas asociaciones no


sólo en Sinaloa sino en el país, fue el político. En esta época era común que las facciones
políticas, liberales y conservadores, se agruparan. De acuerdo con Perales, ―Los partidos
dominantes —expresa Perales— rigieron las conciencias de los literatos por mucho
tiempo. Vencedores y vencidos convivían‖, donde los primeros dirigieron, de forma
tolerante o intransigente, los grupos literarios; mientras que los segundo, fieles a sus
ideales, soportaron el triunfo del enemigo trabajando en común.121 Aunque la Sociedad
Continental,122 fundada en Mazatlán el mes último de 1877, era una asociación literaria
integrada por los liberales Gregorio Acuña, Jorge L. Canalizo, Raymundo Alduenda, el
periodista José C. Valadés y los empresarios Antonio, Francisco y Enrique Díaz de León,
al parecer sus propósitos literarios sólo justificaban las reuniones que realmente eran para
discutir ideas políticas contrarias al recién inaugurado régimen de Francisco Cañedo
(quien había llegado al poder de manera ilegítima). Quizá por ello su duración fue
efímera, y quizá por ello también dos años más tarde, quien fuera director del periódico
La Tarántula, José C. Valadés, cayó asesinado presuntamente por órdenes del general.
El ya mencionado Liceo Rosales fue el recinto académico donde los futuros
literatos recibieron no sólo una instrucción acerca de las matemáticas o la física, sino
también acerca de los rudimentos de la literatura: oratoria, filosofía, gramática, e historia
patria. En Culiacán, para 1887, con el arribo de Francisco Sosa y Ávila, en lugar del
ingeniero Luis G. Orozco a la administración de dicho liceo, se fundó la Asociación
Científica Rosales, en la que participaron tanto por miembros de la Junta Directiva de
Estudios y catedráticos, como estudiantes. Esta asociación estuvo integrada por el mismo
Sosa y Ávila, Ramón Ponce de León, Francisco Gómez Flores, Ruperto L. Paliza y
Evaristo Paredes, así como por los alumnos José A. Ortiz, Bernardo Vázquez, Mariano
Peimbert, Florentino Arciniega y Ledesma, entre otros.123 Su existencia, sin embargo, fue
fugaz debido a la destitución de Sosa y Ávila como director del liceo debido a discusiones
religiosas que éste (liberal) sostuvo con algunos alumnos, asunto que llegó a oídos de la
legislatura local.

121
Ibíd., p. 38.
122
Ibíd., p. 24.
123
El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. XV, núm. 5, p. 1, 5 de marzo de 1887, ibíd., p. 25.
58

Para 1888, alumnos también rosalinos, fundaron en Culiacán la Sociedad Juvenil


Juárez con el propósito de discutir conocimientos de actualidad, así como realizar
actividades literarias y musicales. Su inauguración, realizada en el Salón de Actos del
Colegio, estuvo presidida por el gobernador Cañedo, el director del instituto y los
catedráticos. En el siguiente año publicarían el semanario El Progreso, cuyo director sería
Rafael Cañedo Bátiz (hijo del gobernador), Juan Francisco Vidales y Ramón Ponce de
León hijo.124
En las postrimerías del siglo XIX, Mazatlán ya era un importante foco cultural. En
1895 se registró la sociedad Aurora,125 integrada por el doctor Juan Jacobo Valadés y sus
hijos, uno de ellos Francisco, de formación farmacéutica, y el otro Juan Jacobo Valadés
Félix, ingeniero agrimensor; el minero Andrés Avendaño, el ingeniero Manuel Bonilla
(autor de algunos poemas y estampas literarias), el doctor Martiniano Carvajal, los
profesores J. Felipe Valle, José F. Galán y Aurelio Gómez Llanos, y los literatos Amado
Nervo, Manuel Manzo, Esteban Flores, José Berumen, Vicente González Valadés, Ángel
Beltrán, Juan y Benito Sarabia, Francisco Gómez Flores y Horacio Cortés, así como José
Ferrel Félix (periodista crítico del régimen, autor de una novela y pariente de los Valadés)
y el presbítero Dámaso Sotomayor.
Las finalidades de esta organización fueron, entre otras, organizar fiestas patrias,
obras de caridad para ayudar al patronato del Hospital Civil, pero también para comentar
la obra literaria propia y ajena, así como asuntos de interés político. Pero ya desde antes,
en 1892, la Sociedad Aurora, había ofrecido un banquete a finales de julio donde se
efectuó una tertulia literaria.126 Las reuniones se llevaban a cabo en la Botica Central de la
calle Ceres y Carnaval.
A través de la sección ―Esbozos‖ de la revista Bohemia Sinaloense sabemos que
también se fundó la asociación Crisantema, una sociedad de mujeres, donde se realizaban
veladas literarias y musicales, organizaban representaciones teatrales y se llegó a
organizar algún baile de fantasía. Para este tiempo Culiacán gozaba ya de una relativa
actividad cultural, como puede verse con la intención del pintor Salvador J. Agraz de abrir

124
El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. XVI, núm. 48, p. 1, 14 de noviembre de 1888, ibíd.,
p. 26.
125
José C. Valadés, Memorias de un joven rebelde, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1985.
126
ECT, 28 de julio de 1892, p. 1.
59

una Academia de Pintura, mientras que en el Teatro ―Apolo‖ se presentaban eventos


artísticos, como el realizado por la Compañía de Zarzuelas de Arturo Buxéns, con artistas
como Gil del Real, Clara Ureña, Parra,Vargas y Castell; este mismo teatro se
acondicionaba también con un cinematógrafo para proyectar películas. 127
Como una asociación de carácter informal puede señalarse la función del teatro
―Apolo‖, donde se organizó un evento para premiar a los artistas sinaloenses que
estuvieron en las ferias mundiales de Chicago y Atlanta,128 celebradas en 1893 y 1896
respectivamente (Estados Unidos desde 1876 había iniciado la organización de distintas
ferias con motivo de celebrar el centenario de su independencia). Alicia McCartty cantó
una composición de la poetisa Cecilia Zadí, en tanto Norberto Domínguez y Jesús M.
Cuén pronunciaron sendos discursos; el del primero, publicado por la Bohemia129 se
exalta las letras y el nacionalismo, haciendo énfasis en que estas exposiciones de carácter
universal eran ―una de las hermosas manifestaciones de la civilización contemporánea‖.
Finalmente, se encuentran los clubes culiacanenses: el de los Jacobinos y el de los
Girondinos, de finalidades político culturales. El primero fue instituido en 1900 por el
doctor Ruperto L. Paliza, director del Colegio Civil Rosales, Ramón Ponce de León y
Cipriano Hernández de León, así como por los licenciados Heriberto Zazueta, Evaristo
Paredes y Francisco Verdugo Fálquez, el farmacéutico Antonio H. Moreno, el ingeniero
Luis F. Molina, y los literatos y profesores del colegio Carlos Filio, Julio G. Arce y
Esteban Flores, así como el editor Faustino Díaz. Sus puntos de reunión fueron bien las
oficinas del periódico El Monitor Sinaloense, cuyo propietario era Díaz, bien en la Botica
del Comercio, cuyos propietarios eran Moreno y su yerno Arce.130 El segundo club fue
fundado en 1904, pero con un interés netamente político y ya no literario, pues nació
como apoyo para que Cañedo se reeligiera en la gubernatura; sus miembros fueron
licenciados, que también eran literatos, como Ignacio M. Gastélum, el teniente Ricardo
Carricarte (que llegaron a publicar algunos poemas en los periódicos), así como algunos
empresarios azucareros.131

127
BS, noviembre 15 de 1897, núm. 5, p. 40; diciembre 1 de 1897, núm. 6, p. 48; febrero 1 de 1898, núm. 10,
p. 80; febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 88.
128
Ibíd., junio 1 de 1898, núm. 17, p. 136.
129
Ibíd., noviembre 1 de 1898, núm. 22, pp. 169-171.
130
Héctor Leal Camacho, op. cit., p. 29.
131
MEF, núm. 672, 16 de marzo de 1905, ibíd., p. 30.
60

Los que hemos trabajado sin cesar por levantar el prestigio de Sinaloa por medio de las letras, nos
consideramos felices con que su nombre suene ya por lo menos con decoro y crédito.

Francisco Gómez Flores,


Narraciones y caprichos, 1889
61

Capítulo 3. Grafías de la literatura sinaloense y la representación del literato

3.1 Rasgos generales de la literatura sinaloense

A finales del siglo XIX, el concepto de literatura se complejizó. Según el Diccionario de la


Academia Usual de la lengua española, entre 1734 y 1834, aludía al ―conocimiento de las
letras humanas‖, lo cual englobaba los diversos ámbitos del saber; sin embargo, en la época
finisecular su significado se resemantizó, influido esencialmente por la filosofía positivista
y la ideología nacionalista; así, para 1884, este concepto concentraba ya una orientación
estética (las belles lettres) y, al mismo tiempo, designaba al ―conjunto de todas las
producciones literarias de un pueblo ó una época‖.132
Esta directriz se observa en México, donde los literatos pos-independentistas fueron
del estilo neoclásico al romántico, con la finalidad de construir y consolidar una identidad
nacional. Fernández de Lizardi, por ejemplo, se propuso operar ―una reforma social para
que los mexicanos combatieran los vicios coloniales, como el gobierno autoritario, los
privilegios de los peninsulares y la instrucción defectuosa‖;133 y, hacia la segunda mitad del
siglo, después del llamado Segundo Imperio, Manuel Ignacio Altamirano, entre otros, y ya
con un estilo entre romántico y realista/naturalista, secundó el esfuerzo por ―encontrar la
senda de la literatura nacional, lo cual no quería decir folklorismo puro o indigenismo a
ultranza; sino tener la capacidad de beber lo mejor de lo ajeno para aplicarlo felizmente a lo
nuestro, dándole un cariz propio, artístico y razonado‖.134 La finalidad de fortalecer el
nacionalismo se debía principalmente por el temor a las invasiones extranjeras.

132
Diccionario Academia Usual, 1780, 1834 y 1884, en Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española,
http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.
Dicha finalidad estética obedeció al interés gestado en el siglo XVII cuando se escinde la cultura de élite de
la popular (escisión en forma de «renuncia» por parte de la primera) debido a que la nobleza, ante la pérdida
gradual del capital económico, buscó adquirir capital simbólico a través del refinamiento en sus modales y
costumbres, así como por la posesión del saber; y fue sólo a fines del siglo XVIII e inicios del siguiente,
cuando esa élite se interesó de nuevo por lo popular, pero ahora apoyada en las teorías de la evolución social,
buscando «reformar» esa tradición, es decir, hacerla más civilizada con los instrumentos selectos como eran el
arte y la erudición. Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, op. cit.
133
Eva Lydia Oseguera de Chávez, Historia de la literatura mexicana. Siglo XIX, México, Alhambra
Mexicana, 1990, p. 24.
134
Ibíd., p. 82
62

En la época del Cañedismo, los literatos sinaloenses practicaron el romanticismo y


el realismo/naturalismo, con el enfoque moralizante que Lizardi había trazado y el del
nacionalismo propuesto por Altamirano. La doble función social otorgada a la obra literaria
era evidente: educar al pueblo y, al mismo tiempo, politizarlo por medio de inculcar el
sentimiento patriótico. Así, Gómez Flores idealizaba una literatura doméstica: un conjunto
de conocimientos necesarios para que el pueblo fuera libre, pues señalaba que sería muy
fructífero ―si se estableciera un género literario, que bajo forma ligera, al alcance de todo
linaje de lectores, encerrara útiles enseñanzas en todos los ramos del saber humano, para la
práctica común de la vida‖.135 Refiriéndose en específico a la poesía,136 Gómez Flores
pedía ―aludiendo al proyecto de la literatura nacionalista― que se registraran las
pulsaciones de la época, las de un siglo ―el decimonono― rico en descubrimientos y
doctrinas filosóficas, donde el progreso intelectual y material transformaba las conciencias;
en suma, exigía que el poeta diera una visión del mundo en que vivía a través de la
recreación de sentimientos, ideas, desengaños y esperanzas: ―El poeta lírico, al expresar
sentimientos propios, debe también expresar sentimientos que encuentren eco, recuerdo ó
esperanza en todos los séres humanos‖.137
Asimismo, en un artículo de 1878, Gómez Flores señalaba que uno de los objetivos
del crítico literario era ―dar un vistazo á todas las materias, examinar todas las obras,

135
Francisco Gómez Flores, ―Literatura doméstica‖, Bocetos literarios, op. cit., p. 22.
Como es sabido, para consolidar el nacionalismo se recurrió al teatro, la música, los museos, las marchas y
las celebraciones rituales, así como el servicio militar, la educación de las masas y la literatura patriótica. J. R
McNeill y William H. McNeill, ―Capítulo 7. Se rompen viejas cadenas y se condensa la nueva red: 1750-
1914‖, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Crítica, 2004, pp. 255-256.
En este tenor, la primera labor de inculcar los valores patrios fue hecha por los literatos independentistas,
como Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante y Lorenzo de Zavala, y fue continuada –durante
la segunda mitad del siglo XIX- por Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez e Ignacio
Manuel Altamirano, entre otros. En esta segunda etapa el nacionalismo se reforzó a raíz de las intervenciones
extranjeras, la norteamericana y, primordialmente, la francesa. La República de las Letras. Asomos a la
cultura escrita del México decimonónico, 3 vols. (Eds. Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra),
México, UNAM, 2005, Vol. III, Galería de escritores, 623 pp.
136
El concepto de poesía transitó por el mismo sendero que el de literatura. En 1737, según el diccionario de
la lengua española, se definía como la ciencia que enseñaba a componer y hacer versos a través de la
descripción, representando ―las cosas al vivo, excogitando y fingiendo lo que se quiere‖, ―Poema‖,
Diccionario Académico Usual, 1737, p. 310. La mimesis, como recurso retórico, fue ensalzada: el poema
debía imitar la naturaleza. Empero, hacia 1884 su concepto se complejizó, pues fue definida por sus
subgéneros —lírica, épica y dramática—, además exigía belleza, rigor métrico y originalidad; pero sobre todo
se volvió indefinible: servía para sugerir ―cierto indefinible encanto que en personas, obras de arte y aun en
cosas de la naturaleza física, halaga y suspende el ánimo, infundiéndole suave y puro deleite‖, ―Poesía‖, op.
cit., p. 844.
137
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 41.
63

describir todas las fiestas, narrar todos los acontecimientos; ascender á las áridas cuestiones
de la vida social y política, y descender á las juguetonas y alegres descripciones de las
costumbres populares‖.138 En suma, este tipo de literatura, interesada por la cosa pública,
buscaba recrear los caracteres definitorios del pueblo mexicano: el lenguaje, el folclore y
los paisajes, su historia y sus costumbres.139 Aunado a ello, se proponía que el país o la
región fuera reconocido como un locus civilizado, donde la cultura tenía ya su
manifestación más palpable: las obras escritas. El referente cardinal fue la obra Histoire de
la littérature anglaise (1864), que Hipólito Taine desarrolló bajo la perspectiva de la
doctrina positivo-nacionalista.
La cimentación de este programa de literatura nacional ocurrió en el Porfiriato, la
cual se hizo más evidente en la participación mexicana en la Feria Universal de París
(1889),140 donde los sinaloenses presentaron el álbum Mazatlán literario. En aras de
presentar la imagen de una nación moderna, que progresaba pese a su heterogénea
composición, las entidades fueron convocadas para que expusieran productos, obras
materiales e intelectuales. Sinaloa presentó así la antología Mazatlán Literario cuyo
prólogo es una síntesis de cómo el positivismo y el nacionalismo repercutieron en la
representación de la literatura. En dicho prólogo anónimo —aunque ha sido atribuido a
Gómez Flores— se afirmaba que, en primer lugar, la literatura servía para medir el grado
cultural y civilizado de un pueblo, pues las condiciones materiales y sociales (el medio)
permitían que hubiera este tipo de manifestaciones; y en segundo lugar, se reconocía que si
bien Mazatlán no podía competir aún con la civilización europea, se encontraba en una
evolución irrefrenable:

Vulgar ha venido á ser con el transcurso del tiempo, el repetido proloquio de que
la Literatura es el termómetro de la civilización de los pueblos: allí donde
florecen prósperas las letras, es porque existen en suficiente cantidad los
elementos indispensables á su florecimiento.
[…]

138
Francisco Gómez Flores, ―La lectura fuera de la Capital‖, Bocetos literarios, op. cit., p. 74.
139
El polígrafo Ignacio Manuel Altamirano fue el primero en comprender ―que era necesario un programa
coherente para que la literatura mexicana llegara a ser auténticamente nacional y original y para que,
rindiendo culto a las tradiciones y a los héroes, contribuyera a la formación de nuestra conciencia cívica‖,
José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, op. cit., p. 1053.
140
Mauricio Tenorio-Trillo, ―Hacer a mano una nación moderna‖, Imaginar la nación, François Xavier
Guerra y Mónica Quijada (Coord.), México, Cuadernos de historia latinoamericana, No. 2, 288 p.
64

Mazatlán ha querido dar muestra, no sólo de su progreso en el orden


puramente físico, acudiendo con su parte á la gran exhibición universal, sino que
como un homenaje extraordinario al gigantesco pueblo que ha sabido marchar á
la vanguardia de la moderna civilización, ha querido darla también del estado
actual de su cultura.
No se ufana de poder todavía entrar en liza con otros centros
intelectuales del propio país, menos aún con los focos europeos de donde irradia
la ideficiente (sic) luz del adelanto científico; pero modestos sus trabajos, los
presenta reverente y solícito ante los altares del Progreso, tal como ante la ara de
Dios la pobre campesina una olorosa flor de su huerto; que la humildad de la
ofrenda no amengua ni debilita el fervor del creyente.141

París aparecía así como el epicentro de la civilización; y la religión ―ahora secular― era la
adoración del Progreso a cuyo altar asistían nuestros literatos con la humildad y devoción
de una ―pobre campesina‖: la nativa de un suelo en vías del progreso. Esta representación
asoció a la literatura sinaloense con la ingenuidad, cuyo telón de fondo era el
reconocimiento tácito de estar peldaños abajo de la escala evolutiva: valía más la acción de
ofrendar que el voto mismo. ¿Qué podía brindar, si no una flor de su huerto, una
campesina? Este enunciado posiblemente buscó transmitir modestia ―una falsa
modestia―; sin embargo, lo que se reconocía con ello era que la literatura sinaloense,
tasada con los cánones europeístas, aún le faltaba desarrollarse, pues dicha imagen remite a
la convención decimonónica que contraponía los términos ciudad/ campo para aludir al
progreso o al atraso. Es probable que haya sido Gómez Flores quien pergeñara este prólogo,
ya que se repiten frases típicas de otros textos suyos, y ere él quien decía además que la
literatura estaba en su infancia, o incluso, en su fase embrionaria.
Una primera exigencia hecha por Gómez Flores a los literatos, en concordancia con
la directriz positivo-nacionalista y con el programa trazado por Altamirano, era la
originalidad;142 es decir, al criticar a los imitadores de Víctor Hugo y de Bécquer, lo hacía
porque juzgaba que era pernicioso para ―nuestra literatura infantil‖; por lo que recalcaba la
necesidad de buscar y rastrear un modelo de literatura nacional en las cualidades peculiares
del carácter mexicano, en las costumbres e ideas de la sociedad y en la belleza física de la
patria. En una clara apropiación de la tesis de Taine, Gómez Flores también llegó a afirmar:

141
―Prólogo‖, Mazatlán Literario, op. cit., p. 1.
142
En el prólogo al Romancero nacional (1885) de Guillermo Prieto, Altamirano reiteraba su tesis
nacionalista: ―La poesía y la novela mexicanas deben ser vírgenes, vigorosas, originales, como lo son nuestro
suelo, nuestras montañas, nuestra vegetación‖, José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, op.
cit., p. 1054.
65

―Yo he venido sosteniendo que […] cada nación debe tener su literatura espontánea y
original, reflejo fiel de su carácter y representación artística de su cultura. De esto á opinar
por que nos encerremos dentro de muros chinescos, hay mucha diferencia‖. 143 Sin
explicitarlo, Gómez Flores se adhería a la corriente estilística del realismo, aquella que bajo
el influjo de la ideología positivista irradió el pensamiento epocal: la literatura debía
reflejar la realidad de los pueblos; en estos términos, la observación fue erigida en un paso
fundamental del método científico: de acuerdo al positivismo, el conocimiento entraba por
el ojo avizor.144
Igual criterio era válido para la poesía. Un poeta era, y Gómez Flores retomaba la
definición dada por el diccionario español, el que imitaba la naturaleza en verso, con
inversión y entusiasmo; por naturaleza, remitía al sentido aristotélico: a todo lo existente y
lo posible inverosímil tanto del mundo físico como el moral; y para ser buen imitador, el
poeta debía decir algo nuevo, o modificar con originalidad ideas antiguas, así como
transmitir al lector el sentimiento de arrebato.145 Algunos vates sinaloenses como Gabriel F.
Peláez y Ángel Beltrán, compartieron y practicaron esta poética, la cual fue puesta en boga
por los literatos nacionalistas como Ignacio Ramírez, Manuel M. Flores, Manuel Acuña,
Juan de Dios Peza, entre otros. Pues, en efecto, una revisión al contenido del álbum
Mazatlán Literario nos revela que en la selección de los textos imperó el criterio de que
éstos estuvieran apegados más al realismo que al romanticismo: se incluyeron relatos
históricos; de costumbres y prácticas sociales; ensayos de crítica literaria, así como poemas
dedicados a divas de la ópera; y en una muestra intencionada por exhibir lo que realmente
era el puerto, el Ing. Francisco Sosa y Ávila escribió el artículo ―¿Qué es Mazatlán?
Artículo escrito para este álbum‖, donde detalló el progreso material de la ciudad en sus
diversos ramos.

143
El autor precisaba que no se oponía a las culturas extranjeras, sino a que se forjara una literatura imitativa,
por lo que explicaba: ―Yo quiero que entre todas las naciones haya libre y recíproco cambio de cultura, no
invasiones á forciori; que el comercio intelectual y material no tenga trabas, y que cada pueblo, funcionando
en su órbita, cumpla su misión histórica‖, Francisco Gómez Flores, ―Primicias literarias (1877)‖, Bocetos
literarios, México, Tipografía de Gonzalo A. Esteva, 1881, p. 9-16.
144
La palabra realismo apareció en Francia en 1826, siendo el escritor Champfleury quien señaló como una
condición la ‗sinceridad en el arte‘, mientras que la revista francesa Le Réalisme destacó que el arte ―debía dar
una representación exacta del mundo real y, por tanto, estudiar las costumbres contemporáneas a través de la
observación meticulosa y el análisis cuidadoso mediante actitudes desapasionadas, impersonales y objetivas‖,
en Celina Márquez, ―Hacia una definición del realismo en La rumba de Ángel de Campo‖, La República de
las Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, Vol. I, op. cit., pp. 245-246.
145
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 41.
66

En este sentido, otra característica de la literatura sinaloense que adoptó el estilo


realista ―como fue usual en Hispanoamérica―, fue la equiparación de la práctica
escrituraria con la fotografía o la pintura, otorgándosele con ello una clara supremacía al
recurso descriptivo; es decir, optaron por la mimesis: se debía trazar en la página los
caracteres particulares del suelo mexicano; con lo que, además, se debía deleitar y educar.
En México, Luis G. Urbina expresó sobre Miguel Ángel del Campo: ―Micrós poseía una
facultad retentiva verdaderamente estupenda. Lo que él veía quedaba para siempre grabado
en su cerebro como una placa fotográfica‖;146 y, en este misma dirección, Gómez Flores
afirmaba que las obras de un individuo podían ser calificadas como originales: ―cuando
retratan fielmente su individualidad‖ y que las obras de una nación también merecían ese
epíteto ―cuando pintan con exactitud su fisonomía moral y sus hábitos, preocupaciones,
tendencias y pensamientos‖;147 no fue casual, por tanto, que su primer libro se titulara
Bocetos literarios. Asimismo Nervo, al ser un cronista del puerto de Mazatlán, comparaba
su pluma con un pincel, y por ende, sus palabras eran dibujos: ―Fuerza es alistar la pluma,
limpiarla cuidadosamente como se limpia un pincel, y dejarla luego que corra sobre el
papel inmaculado, sobre el papel terso, sobre el papel que aguarda con la muda
impasibilidad de la materia inerte, el trazo, el bosquejo, la línea‖.148 La página era, pues, un
lienzo donde se habrían de trazar, bosquejar y delinear las palabras para pintar la realidad.
Tanto para la crónica como para la novela ―como se pretendió para la poesía―,
justamente, los requisitos eran, además de un uso correcto y elegante del lenguaje, la
exactitud en la recreación de los personajes y los espacios, como se aprecia en el siguiente
pasaje de un crítico anónimo:

Vea Ud. las condiciones de una buena novela: ―[…] Es la obra donde más
trabaja la imaginación, sensibilidad exquisita, conocimiento profundo del
corazón y de las costumbres; […] exige un gran caudal de erudición para
delinear con exactitud el carácter de los hombres célebres; y hace además
indispensables las galas del lenguaje, exigiendo facilidad en el manejo de todos
los estilos. Instruir y deleitar debe ser su lema; instruir y deleitar el fin que se
proponga en todas sus producciones‖.‖149

146
Luis G. Urbina, ―Micrós‖, en Hombres y libros (1923), p. 145, citado por Celina Márquez, ibíd., p. 248.
147
Francisco Gómez Flores, ibíd., p. 10.
148
Amado Nervo, ―Words, words, words‖, ECT, marzo 26 de 1894, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit.,
p. 115.
149
Un aprendiz, ―Yo quiero ser un literato‖, ECT, mayo 19 de 1891, núm. 1797, p.1. (Las cursivas son mías).
67

Un sinaloense que concentró esa tentativa por tomar ―fotografías‖ fue Manuel Bonilla,
autor de la novela por entregas titulada Espinas y amapolas. Fotografías nacionales.150 El
señalamiento de que se tratan de ―fotografías‖ es revelador, puesto que en la prensa éstas
cumplían con la función de constatar que el acontecimiento descrito por el reporter
realmente había pasado, y en este caso Bonilla buscó señalar que su narración, si bien
literaria, pretendía ser objetiva. La trama de dicha novela giraba en torno a la vida de los
habitantes de Sapiori (Durango), pueblecito ubicado en la sierra Occidental, y el autor
describió con precisión sus fiestas, costumbres, carácter, así como sus viviendas, tipo de
vegetación e incluso trazó con minuciosidad su geografía; y un buen día estos habitantes,
cansados de las fechorías de Don Patricio —cacique que hizo fortuna en la intervención
francesa, y que recurrió al crimen para adquirir el rango que había perdido al triunfo de los
liberales―, decidieron levantarse en armas, apoyados por los indios de Otatlán (Jalisco).
Lo fuerte de la crítica ―con claras alusiones al Porfirismo―, era atenuado por el tiempo
histórico alusivo al Segundo Imperio, el cual ya había sido superado; esto explica el porqué
Bonilla se salvó de la represión, aunque también influyó su prestigio y posición en la
estructura cañedista.
La función moralizante otorgada a la literatura, impidió que realismo no cristalizara
plenamente en México, pese a la voluntad manifiesta de pintar o fotografiar la realidad;
pues seguir con exactitud dicho programa significaba transitar a la denuncia social, además
de que la miseria que asolaba al país era insoslayable: se imponía, entonces, tener que
ocuparse de la cara sórdida de la realidad, e intentar describirla tal como era, lo que, por
supuesto, tenía sus riesgos en un régimen autoritario como el de Porfirio Díaz. Al contrario,
se planteó la necesidad de inculcar valores positivos a la sociedad para que abandonara los
vicios, las malas costumbres, las malas acciones.
En esa función social se encuentra imbricada la axiología cristiana, pues se imponía
condenar el pecado y expiar las culpas, ofrecer héroes que se salvaban del infierno gracias
al poder del arrepentimiento. Si hubo una crítica social fue sólo para condenar aquello que
impedía el progreso; así, los escritores sinaloenses, al tiempo que recrearon las condiciones
paupérrimas de los sectores marginales, buscaron justificar, explicar o coadyuvar en la

150
Manuel Bonilla, Espinas y amapolas. Fotografías nacionales, ECT, julio 7 de 1891, núm. 1838, p. 3
68

problemática social ―donde anidaban los vicios y el crimen―, y poder continuar dentro de
la estructura porfirista. Ya José María Vigil, en una nota introductoria a un libro de poemas
de 1866, había revelado los matices que debían adoptarse al escribir sobre el bajo mundo
(él imitaba en ese momento al romántico Espronceda, pero después esa sería una de las
acotaciones comunes para quienes escribían una literatura nacional):

La pintura del vicio hecha en términos convenientes y dirigidos a excitar horror


y aversión hacia él, es el objeto moral que debe constituir el fondo en
composiciones de esta naturaleza.
En la condenación absoluta del vicio es preciso también ofrecer al
delincuente los medios del arrepentimiento y la expiación, por los cuales, si no
se rehabilitan en una sociedad que ha contribuido tal vez a su pérdida, se hace
nacer en los corazones desgraciados la consoladora esperanza de una vida mejor.
Éstos son los dos objetos que me he propuesto y que están bastante
determinados en la presente composición.151

Quien supo de la represión, por lo que tuvo que moderar después su discurso, fue Heriberto
Frías, director de El Correo de la Tarde en Mazatlán entre 1906 y 1909. Frías estuvo a
punto de ser fusilado por revelar información militar en la novela por entregas ¡Tomóchic!
Episodios de la campaña en Chihuahua, 1892, relación escrita por un testigo presencial;
después de esa vivencia, el autor modificó su postura: ―En [El triunfo de] Sancho Panza
―dice Sandoval― sigue intentando atenuar la crítica inicial (de Tomóchic) y declara su
adhesión al ejército, al gobierno, y a Díaz‖.152 Frías, pese a practicar el estilo naturalista en
El Naufragio (1895), que a la postre se llamaría El amor de las sirenas (1908), incluyó la
exigida moraleja romántica: el protagonista Federico Argüelles se salva de las sirenas
(alegoría de los vicios: el alcohol, el juego, la carne y la morfina, entre otros) gracias al
amor y al trabajo de una mujer. Algo parecido sucede en El triunfo de Sancho Panza
(1911), cuyas acciones transcurren en Mazatlán, donde es probable que la haya escrito; en
esta novela el autor se propuso desnudar los vicios sociales y políticos en la provincia, no

151
José María Vigil, Flores del Anáhuac, Composiciones poéticas (1866), citado por Manuel de Ezcurdia,
―La Meretriz‖, en La república de las Letras…, Vol. I, op. cit., p. 227.
152
El director del periódico El Demócrata, donde se había publicado la novela, alegó que el modelo de Frías
había sido La debacle, de Emilio Zolá, salvándolo de ese modo; vid. Adriana Sandoval, ―Introducción‖, en
Heriberto Frías, El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), continuación de Tomóchic (1a. ed.: Imprenta de Luis
Herrera, 1911) y Miserias de México (1a. ed.: Andrés Botas y Miguel Editores, 1916), México,
CONACULTA (Lecturas Mexicanas), 2004, p. 18.
69

de un modo real, sino simbólico (acaso como un subterfugio para evitar recriminaciones);
pues asentó en su oportuna y apresurada introducción:

Cierto que los personajes que aquí pinto son, como de novela, hijos de mi libre
fantasía; pero simbolizan los vicios sociales y políticos de muchos ―influyentes‖
―de provincia‖. El licenciadito pícaro y enredador, maestro en la intriga; el
financiero rapaz y audaz; el profesionista aventurero que esconde las uñas bajo
el título de la sapiencia oficial, llevan del brazo a sus ambiciones y a sus mujeres
para dar el asalto.153

En dicha novela Frías introdujo ―por medio de la intertextualidad― un pasaje acerca de


Tomóchic, en el capítulo siete titulado ―Flor de redención‖, donde relató cómo el periodista
Miguel Mercado fue rescatado del alcohol gracias al amor de una mujer: ―Y ella fue la
salvación de Miguel; ella detuvo el suicidio y evitó la catástrofe. Vivieron juntos en una
breve casita rodeada de huertas de duraznos y membrillos […]. Ella hizo el milagro de una
resurrección extraordinaria‖.154 Nótese en el empleo de la palabra resurrección, o en el
título mismo empleado por Frías, el sentido religioso. Asimismo, más que una indefinición
hacia el realismo, el autor acudió como otros escritores de su época, al estilo romántico
para evitar posibles represalias; aunque no menos cierto es que el naturalismo de Emile
Zolá, en su pretensión de cientificidad, también buscó un equilibrio: ―Enseñamos ―decía el
francés― el mecanismo de lo útil y de lo nocivo, desligamos el determinismo de los
fenómenos humanos y sociales a fin de que un día se pueda dominar y dirigir esos
fenómenos‖;155 bajo esa luz, cuando el periodista yanqui John K. Turner publicó México
Bárbaro (1908), una crítica social acerca de la explotación de los indígenas en la región
maya, el autor de Tomóchic objetaría ya en los albores de la revolución: ―de seguro que
[Turner] no se lanzó á tal pintura de México Bárbaro con la impasibilidad fría y austera de
Emile Zola, que describe la vida tal como es, ó mejor dicho, tal como la siente y la ve,
buena y mala, y no sólo mala‖.156

153
Heriberto Frías, ibíd., p. 37.
154
Ibíd., p. 111.
155
Émile Zolá, ―La novela experimental‖, en El naturalismo, Ensayos, manifiestos y artículos polémicos
sobre la estética naturalista, (Comp., intr. y n. Laureano Bonet, Trad. Jaume Fuster), Barcelona, Ediciones
Península, 2002, p. 70.
156
Heriberto Frías, ―Sobre el México Bárbaro de Mr. Turner, según el American Magazine de Nueva York.
Nuestro comentario‖, ECT, jueves 13 de enero de 1910, núm. 7950, p. 2.
70

En conclusión, si los escritores iban a delinear los vicios sociales, la crítica literaria
exigía que hubiera de por medio una moraleja o, como Vigil ―con los valores religiosos de
por medio― había dicho, que existiera una condena contra el vicio y se ofrecieran los
medios del arrepentimiento. Se pedía, en suma, la producción de novelas ejemplares. Esto
se comprueba, en efecto, con el recibimiento que mereció por parte de la crítica la novela
de José Ferrel Félix, La caída de un ángel (1891), la que versaba acerca de dos personajes:
Julio Morel y el Filósofo, donde el primero simbolizaba al vicio sin dignidad, mientras que
el segundo la dignidad viciada. Una vez más, la dimensión religiosa emerge: la alusión a la
caída de Lucifer, el ángel rebelde. Y a pesar de que Ferrel no había buscado moralizar, el
crítico Azuaga quería ver a fuerza arrepentimiento y redención en los personajes:

Morel es un pervertido. El Filósofo un desgraciado que si hubiera Ferrel querido


ponerle un poco más de fuerza de voluntad, la redención era segura.
De los labios de Morel, no se hubiera desbordado una palabra de
arrepentimiento. En el alma del Filósofo, ardió siempre la llama de la
regeneración, sofocada primero por el vicio, apagada después por el despecho,
pero dejando las cenizas calientes del arrepentimiento.157

¿La redención era segura? Sí, pero Ferrel no lo hizo. Su intención habría sido, desde mi
punto de vista, rendir culto a De Lamartine, autor del extenso poema épico ―de 15 mil
versos― titulado, precisamente, La chute d'un ange (1838). El personaje del filósofo sería
un oculto homenaje, un guiño secreto, a quien fue considerado como el primer romántico
francés y reconocido por Verlaine y los simbolistas como una influencia decisiva.
Asimismo, a pesar de que Azuaga observó que las de la novela eran figuras simbólicas, no
vaciló en señalar que eran retratos sociales: ―La fotografía del filósofo está admirablemente
sacada […], al negativo de Morel, faltó tiempo de exposición; carece de contrastes de luz y
tal vez por eso no quiso el fotógrafo perder el tiempo en retocarlo y pasado al papel, resultó
el retrato regular solamente, pudiendo haber sido obra maestra‖.158 José Ferrel, quien en el
momento de la publicación purgaba una condena en el cuartel ―Rosales‖ de Mazatlán por
haber criticado al régimen cañedista, había logrado despistar a sus críticos haciéndoles
creer que se proponía moralizar con La caída de un ángel, siendo que en realidad adoptó el

157
Arcadio M. Azuaga, ―El libro de José Ferrel‖, ECT, mayo 27 de 1891, núm.1804, p. 1
158
Ídem.
71

estilo decadentista, corriente que estaba en boga en Francia y que había cobrado fuerza en
la prosa, pero sobre todo en la poesía.
El decadentismo ―tendencia literaria y actitud artística surgida en las principales
ciudades de Europa, como París― fue en efecto una rebelión contra la moral burguesa y el
materialismo capitalista, por lo que abrazó el pesimismo, recreó zonas y personajes
marginales, halló fugas existenciales en las drogas, el alcohol o el suicidio. Se trataba del
spleen, un estado de ánimo que asolaba a las urbes, del mal du siécle caracterizado por
nuevas enfermedades, sobre todo de la psiquis ―la ansiedad, el stress, la depresión―,
propiciadas por los progresos de individuación, debido a que éstos engendraron nuevos
sufrimientos.159 La literatura francesa habría de nutrirse en esa realidad social, aunque es
cierto que, como menciona De Villena, el decadentismo fue más bien una intuición
personal que el fin de un periodo histórico, pues Francia e Inglaterra en ese tiempo estaban
en franca expansión colonialista y no sufrían aún sus crisis económicas y políticas.160
Visto el fenómeno en el suelo sinaloense, se tiene que el modernismo fue en
realidad una prolongación del romanticismo; e incluso la escritora Emilia Pardo Bazán,
considerada como la introductora del naturalismo a España, pensaba que era más exacto
denominar al movimiento literario como neo-idealismo o neo-romanticismo, como bien
habría de recordar Sixto Osuna en un artículo de 1907.161 En la fuente de esta literatura
algunos escritores mexicanos —como ocurrió en Hispanoamérica—162 habrían de abrevar
en el periodo finisecular, sobre todo los jóvenes avecindados en la capital de la República,
pero también los asentados en la periferia, como fue el caso de los sinaloenses; no obstante,
la apropiación del decadentismo —que funcionó como un sinónimo de modernismo— fue
singular, pues hubo una pugna por frenarlo, por subvertirlo, por despojarlo de su carga
semántica negativa.

159
La investigación tuvo como fuente los diarios íntimos, así como la literatura de la época, en Philipe Ariès y
George Duby, ―Gritos y susurros‖, Historia de la vida privada: De la Revolución francesa a la Primera
Guerra Mundial, España, Taurus, 2003, T. IV, p. 531.
160
Luis Antonio de Villena, ―Introducción. El decadentismo/ La decadencia‖, en Poesía simbolista francesa,
Introducción, selección, traducción y notas del mismo autor, Madrid, Gredos, 2005, p. 14.
161
Sixto Osuna, ―A propósito de un libro‖, revista Arte, núm. 4, 1de octubre de 1907, p. 62.
162
Jorge Olivares, ―El decadentismo en Hispanoamérica‖, Hispanic Review, Vol. 48, No. 1, Otis H. Green
Memorial Issue (Winter, 1980), University of Pennsylvania Press, pp. 57-76.
72

3.1.1 Romanticismo vs Modernismo:163 censura y subversión

La década de 1890 significó una reorientación estética para las letras no sólo
latinoamericanas ―con Rubén Darío, José Martí, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva,
Julián del Casal, entre otros―, sino también mexicanas. En nuestro país, de frente al
realismo ―nacional‖ a lo Altamirano, vuelto ya pintoresquismo y color local, surgió una
nueva generación capitaneada por Manuel Gutiérrez Nájera y José Juan Tablada que se
inscribió en una poética decadentista, cosmopolita, moderna. Un artículo decisivo para esta
nueva propuesta fue escrito por Gutiérrez Nájera en 1876 titulado ―El arte y el
materialismo‖, donde abogó por la libertad artística, rebelándose así contra el realismo y el
―asqueroso y repugnante positivismo‖ debido a la imposición de cantar al progreso, a la
industria y a los héroes. Si bien el Duque Job se había pronunciado contra la mimesis y
defendido en cambio la libertad artística, había aclarado que el arte debía ser bello, bueno y
verdadero; es decir, quería un arte moral e idealista, pues afirmaba que por fortuna: ―Al
lado de Las flores del mal de Charles Baudelaire, podemos ver aun Las contemplaciones de
Víctor Hugo‖.164
Pero, ¿no fue Baudelaire quien dijo que el arte positivista era una blasfemia? Más
allá de la razón por la que Gutiérrez Nájera ocultó su predilección por dicho poeta, en la
década de 1890 sí hubo quienes prefirieran a Baudelaire de modo abierto. Ellos fueron los
integrantes de la generación de poetas decadentistas ―Tablada, Jesús Urueta, Couto
Castillo, Olaguíbel, Dávalos, entre otros―, la cual, ―además de pugnar por los mismos
cambios que años antes Gutiérrez Nájera propuso (el idealismo del arte, el rechazo rotundo
a la mimesis, la búsqueda constante de la belleza, la renovación verbal, la transmisión de
sensaciones e impresiones…), fue un grupo que representó el ‗hastío‘, ‗las convulsiones

163
Antes que ofrecer una explicación del término en su función de categoría analítica utilizada por la crítica y
teoría literaria, nos proponemos esbozar su historia conceptual, es decir, tal como los literatos sinaloenses se
apropiaron de su sentido, así como sus relaciones con lo social. Como es sabido, además de su musicalidad
rítmica (la preferencia del verso alejandrino), el modernismo se caracterizaba por su nostalgia del pasado, por
su preferencia a lo exótico y por la heterogeneidad de prácticas, pues éste se encuentra constituido por
diversos ―ismos‖: parnasianismo, intimismo, simbolismo, misticismo, cosmopolitismo, decadentismo,
provincialismo, individualismo, etc. Vid. Álvaro Ruiz Abreu, Modernismo y Generación del 98, México,
Trillas, 1987.
164
La serie de artículos fue una réplica a una crítica hecha por P. T. (Pantaleón Tovar). Manuel Gutiérrez
Nájera, ―El arte y el materialismo‖, en Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz (Intr. y rescate), La
construcción del modernismo (Antología), México, UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 137),
2002, p. 12, 28. Vid. José Luis Martínez, op. cit., p. 1061 y ss.
73

angustiadas‘, la duda existencial y religiosa de fin de siglo‖.165 En 1893, en la víspera de la


aparición de la Revista Azul, Tablada fue objeto de censura en El País, pues su poema
erótico ―Misa negra‖ fue considerado decadente y por lo tanto, contrario al pudor y la
moral; antes, sin embargo, se publicaron artículos donde se discutió sobre el nuevo
movimiento artístico; en general, Tablada distinguió un decadentismo literario ―un
refinamiento estético que huía de los lugares comunes― y uno moral, con el cual se
percibía lo suprasensible, de tal modo que esta nueva sensibilidad representaba en los textos
los trastornos de la cambiante vida moderna. Frente a esto, algunos literatos condenaron
dicha propuesta por juzgarla vulgar y de mal gusto, ininteligible, extranjerizante y por lo
tanto inadaptable al suelo mexicano. En resumen, señala Clark de Lara, a esta generación se
le denostó por haberse opuesto ―a los discursos hegemónicos proclamados por la escuela
nacionalista; así como por el miedo de la sociedad ante una propuesta escritural artificial y
extranjerizante, alejada no sólo del proyecto ilustrado de educar al pueblo a través de las
letras, objetivo fundamental de los intelectuales decimonónicos, sino incluso apartada de la
moral ‗sana‘ y ‗viril‘ del México porfiriano‖.166
Los literatos sinaloenses siguieron con cierta atención el debate suscitado en la
ciudad de México en torno al decadentismo, pues algunas discusiones fueron retomadas por
la prensa de 1897 y 1898, sobre todo por el diario mazatleco El Correo de la Tarde, así
como por la revista Bohemia Sinaloense, de Culiacán. En el transcurso de 1897 algunos
artículos que especialmente censuraban al modernismo, fueron reproducidos por El Correo,
siendo uno de ellos el del guanajuatense Rubén M. Campos donde defendía la existencia y
lozanía de una poesía realista; naturalista no en el sentido de Zolá, sino en su apego por la
mimesis de los paisajes naturales. Esta subversión planteaba la construcción de una
literatura ―regional‖ que los poetas mexicanos debían adoptar, y no aquella poesía
parisiense contemporánea ―que ―juzgó― no se adaptará nunca con nuestro medio actual y
no pasará de un pequeño cenáculo de apasionados admiradores, porque es el producto de
una civilización refinada, de la decadencia de una gran nación latina y nosotros somos el

165
Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz, op. cit., p. XX.
166
Dichos poetas eran José Juan Tablada (1871-1945), Amado Nervo (1870-1919), Ciro B. Ceballos (1873-
1938), Francisco M. de Olaguíbel (1874-1924), Balbino Dávalos (1871-1923), Jesús Urueta (1867-1920),
Bernardo Couto Castillo (1880.1901), José Peón del Valle (1866-1924). Vid. Belem Clark de Lara y Ana
Laura Zavala Díaz, op. cit., pp. XX-XXI, XXVIII-XXIX.
74

resultado de una nación que nace‖.167 Como ejemplo de este tipo de poesía, Campos
mencionaba a poetas de distintas entidades, entre ellos a Esteban Flores, Benjamín Retes Jr.
y Sixto Osuna, quienes vivían en Sinaloa. Un mes después se publicó un texto de J.
Baranda McGregor titulado ―El decadentismo‖, en el que, citando al crítico positivista
español Pompeyo Gener, señalaba que se trataba de una patología, una verdadera vesania y
no una simple neurosis, por lo que agregaba: ―En México, la delicuescencia se ha
desarrollado por espíritu de imitación, que sólo tenemos dispuesto para lo malo y nunca
para lo bueno: el modernismo nos atrae con oculta potencia de imán y nos arrastra en su
procelosa corriente. Así somos; es preciso que dejemos de ser así‖. Después de haber
llamado degenerados a los poetas, aducía que a México le correspondía la primavera, no el
invierno, y ―cuando debiéramos estar naciendo, estamos agonizando. Nos corresponde el
oriente, y ya vamos por el ocaso. En lugar de ir con nosotros vamos con el siglo‖.168
En 1897, cuando la polémica en torno al decadentismo estaba en auge, en Mazatlán
se parodió el poema ―Abrojos‖ de Rubén Darío: apareció publicado como ―Arrojos‖, y al
calce el nombre del nicaragüense. Si en aquél Darío expresó cómo había engendrado sus
coplas llenas de amargura, en éste se aconsejaría ―con sarcasmo― a un joven para que
pudiera escalar socialmente, recomendándole guardar silencio ante la crítica, así como
arrastrarse en el pantano: ―Y con que befe al que baje, / Y al que suba inciense, / El día en
que menos piense, / Será usted un personaje‖.169 Y pese a que el modernismo no fue una
práctica tan extendida en el suelo sinaloense, el profesor Luis H. Monroy, de Culiacán,
escribió un poema titulado ―Azul‖. Se trata de una ácida crítica, aunque con humor, en
contra de los rubendarianos:

Azul era la estancia en que se hallaba,


Azul era el banco desde el cual veía,
Como una mancha azul á la bahía
Donde una barca azul se balanceaba.
[…]
Azul era el papel en que, risueño,
Trazaba estos renglones por antojos,
Azul la tinta que compré á Juan Sueño
Y es, lector, que me pelas ya los ojos

167
Rubén M. Campos, ―La Literatura Realista Mexicana. La poesía naturalista‖, El ―Nacional‖ de México,
ECT, domingo 4 de julio de 1897, núm. 3879, p. 1.
168
J. Baranda McGregor, ―El decadentismo‖, ECT, Domingo 1 de agosto de 1897, núm. 3907, p. 1.
169
Rubén Darío, ―Arrojos‖, ECT, jueves 4 de marzo de 1897, núm. 3763, p. 4
75

Al oír tanto azul sin ton ni dueño,


Que tengo azul la vista y los anteojos.170

Pero fue a fines de 1897 e inicios de 1898, como un preludio de la publicación de la


Revista Moderna, cuando la polémica alcanzó su cresta. Ésta tuvo su inicio el 29 de
diciembre con la publicación del artículo ―Los modernistas mexicanos. Oro y negro‖, una
crítica de Victoriano Salado Álvarez al poemario de Francisco M. Olaguíbel, la cual puso
de relieve que la discusión acerca del decadentismo aún no estaba zanjada. Dicha querella,
cuyo principal contendiente fue Amado Nervo (pero incluyó a Tablada, Jesús E.
Valenzuela, Aurelio González Carrasco y a Manuel Larrañaga Portugal), fue reproducida
en las páginas de El Correo de la Tarde. Para Salado Álvarez, este estilo era una
extravagancia, poco bello y sin ninguna relación con el medio social, pues ―de acuerdo
con las dependencias y condiciones de un pueblo determinado, en un momento dado y en
circunstancias especiales, se consigue hacer vividora la obra artística‖, mientras que hacer
lo contrario sólo se lograrían escribir ―hermosas paráfrasis, lucidas imitaciones, parodias
que produzcan la ilusión del original; nunca trabajos espontáneos y potentes que
perpetúen el verbo de una raza al través de las edades‖. El argumento de Nervo fue
contrario a la tesis de Taine, y al realismo/naturalismo, pues señaló que la literatura no era
producto del medio sino de autores singulares, asentó que los grandes fines del
modernismo eran el símbolo y la relación, donde las grandes obras ―cuyas almas eran los
símbolos― no revelaban un estado social; precisó la muerte del decadentismo, el cual
había sido no una escuela, sino un ―grito de rebelión del Ideal, contra la lluvia monótona y
desabrida del lloro romántico‖. Y si se reconoció imitador, fue sólo del procedimiento
artístico, pues adujo: ―No queremos ser poetas autóctonos y aborígenes, como decía con
tanto ingenio Tablada refiriéndose á no sé cuál de nuestros vates caseritos y nacionales, de
esos que cantan al zempoalxochitl […], pero tampoco tenemos padres intelectuales; nos
engendramos a nosotros mismos‖.171 Posteriormente Nervo, tras recibir respuesta de

170
Luis H. Monroy, ―Azul‖, ECT, domingo 17 de enero de 1897, núm. 3719, p. 1.
171
Victoriano Salado Álvarez, ―Los modernistas mexicanos. Oro y negro‖, El Mundo, t. II, núm. 390 (29 de
diciembre de 1897), p. [3]; Amado Nervo, ―Los modernistas mexicanos. Réplica‖, en El Mundo, t. IV, núm.
394; Victoriano Salado Álvarez, ―Los modernistas mexicanos. Réplica a Amado Nervo‖, ECT, 13 de febrero
de 1898; publicado en El Mundo, t. IV, núm. 406 (16 de enero de 1898), p. [4]; Amado Nervo, ―Los
modernistas mexicanos. Réplica a Victoriano S. Álvarez‖, ECT, febrero 20 de 1898; publicado originalmente
76

Salado Álvarez, daría por concluida la discusión; de ello informaría El Correo de la


Tarde: ―La contienda del modernismo toca á su fin […] Pasada la borrasca el árbol
modernista ha quedado en pié, lozano y vigoroso, y la juventud gustará como siempre de
sus frutos extraños que perturban y enloquecen‖.172 Sobre este debate, Julio G. Arce,
desde la columna ―Esbozos‖ de la Bohemia, diría buscando el punto medio:

Victoriano Salado Álvarez y Amado Nervo, han entablado discusión sobre el


modernismo, con motivo de la publicación de Oro y Negro, poesías
decadentistas de Francisco M. Olaguíbel. La discusión, sostenida dentro de los
límites de la caballerosidad y de la decencia, ha servido para que ambos
contendientes derrochen sus talentos.
Por mí yo creo que la belleza debe buscarse en todas las fuentes.
No soy de los que piensan que la poesía del porvenir deba vaciarse
exclusivamente en los moldes del decadentismo; pero tampoco creo que deban
proscribirse de nuestro credo literario las ideas de Baudelaire y Paul Verlaine; ni
rechazo con horror las rimas triunfales de Rubén Darío ó las harmoniosas
estrofas de Nervo, Olaguíbel y Tablada. 173

Para las letras sinaloenses, la atención al debate influyó en la forma de apropiarse el


modernismo. Hubo unos que, igualmente a como había sucedido en la capital mexicana, lo
condenaron por considerarlo inadecuado para el pueblo por ser inmoral, obsceno o vulgar;
por pensar que la recreación de la decadencia era absurda ya que la entidad y el país entero
estaba si no en Jauja, sí en la vía del progreso; así como por defender la literatura mexicana
del presunto coloniaje cultural. Detrás de este razonamiento se encontraba la trama
compleja en la que los literatos estaban inmersos: al vivir en ciudades pequeñas se
encontraban expuestos a la sociedad, por lo que debían tener vidas y obras ejemplares; en
esa sociedad tenían prestigio y un estatus, y cumplían con diversos roles (educaban,
legislaban, administraban); además, una razón de mayor peso era que temían que el
régimen dictatorial de Cañedo los excluyera, sancionara o incluso reprimiera. Además, esa
presión social los llevó a erigirse en jueces de la moral y guardianes del arte, algunos
literatos erigieron severas condenas hacia la nueva estética; uno de ellos fue, precisamente,
Samuel Híjar y Haro (Petronio) quien reprochó a los modernistas por creer, decía, que la

en El Mundo, t. IV, núm. 418 (30 de enero de 1898), p. [4], en Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz,
op. cit., pp. 203-212, 215, 225-230 y 249-258.
172
Sección ―Dominicales‖, ECT, marzo 6 de 1898.
173
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, Febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 88.
77

facultad creadora y la inspiración los liberaba de reglas y principios de la ―crítica oficial‖,


produciendo personajes extraordinarios, cosas inverosímiles traídos de ignorados mundos
creyendo que todo ello constituía ―el mérito de la concepción artística, por más que sea sólo
el producto desordenado de una imaginación calenturienta‖; echó mano además del
socorrido argumento de que se vivía la etapa del progreso:

Preciso es confesar que nosotros, sin estar en ruina, andamos muy mal en cuanto
á literatura, y sólo falta que con el decadentismo nos invada también el
asqueroso y repugnante naturalismo de Zolá. Queremos á la humanidad bien
vestida y no harapienta. Cuando se aplauden libros del género de Teresa Raquín
y L’Assommoir, se está muy cerca de producir obras como Beggar, comedia del
cínico Gay, en la cual, según M. de Chateaubriand, figuran como protagonistas
un ladrón y una ramera.174

La mojigatería del crítico es palmaria; aparte, no sólo censuró las novelas de Zolá, sino que
le impidió la lectura del libro Pordiosero, de Gay de Maupassant, y si lo leyó, hizo notar
que sabía de su contenido por Chateaubriand, autor romántico a quien veía como una
autoridad. En 1901, Híjar y Haro volvería a la carga contra los modernistas en su artículo
―Quistes literarios‖, tildando sus producciones, según el título, como un error en el
desarrollo literario. Francisco Medina aludido por el crítico, replicaría airado con su texto
―Desquites‖ ―evidenció además la brecha generacional―, y recordaría aquella acusación
contra Beggar, comedia de Maupassant:

Híjar es un anticuado, una especie de fósil literario, para él Zolá, Goncourt


[hablo de los dos hermanos unidos en uno solo al producir], Flaubert y el gran
Balzac, son unos chiflados que han cometido la locura de derribar por completo
las viejas fórmulas y abrir amplios horizontes a la literatura de su patria. […]
Asienta Híjar que Gay es un cínico porque en una de sus obras figuran un
ladrón y una ramera y con eso demuestra que sabe tanto del arte experimental,
como un aguador de decir misa, cuando la novela moderna no es otra cosa que
un hospital donde se hace disección de las enfermedades morales de la
humanidad.175

Para Medina, como era común en la mayoría de sus contemporáneos, la intencionalidad de


la novela naturalista no era la crítica social, motivo por la cual era condenada, sino que

174
Samuel Híjar, ―Pinceladas‖, BS, septiembre 15 de 1897, núm. 1, p. 3
175
Francisco Medina, ―Desquites‖, ECT, domingo 26 de mayo de 1901.
78

contribuía ―en su pretensión cientificista― a exhibir los vicios humanos, sin que el
narrador tomara parte en ello. Pero, por otro lado, eso no lo eximía de admirar y leer a los
poetas modernistas: ―en breve ―decía Medina― Lugones, Darío, etc., llevarán el eco de
las masas, porque ellos son los precursores de un movimiento intelectual; que benéfico o
fatal, se va desarrollando y echando raíces, como una manifestación evolutiva de la
inteligencia; díganlo si no las modernas revistas europeas y americanas‖. 176
Sin embargo, puede decirse que en Sinaloa, como seguramente sucedió en otras partes
del país, la práctica modernista se circunscribió, además de retomar las formas métricas
(versos alejandrinos) y ciertas imágenes parnasianas, a la apropiación de dos máximas ya
establecidas: la prosecución de la belleza y la verdad; es decir, las letras sinaloenses, a
pesar de que algunas se inscribieron en la práctica modernista, no dejaron de ser románticas
ni positivistas. Aquella apreciación respecto al arte dada por Gómez Flores en la década de
1870 no había sido abandonada; para él, el fin exclusivo del arte era ―la creación de
hermosura‖ a través de ―lo real imitado con ámplia y completa libertad‖, además debía ser
también útil, pues el arte influía ―mucho en la mejora y pulimento de las costumbres [por lo
que] se deduce que cuando ménos debe estar obligado á no alzar cátedra de vicio ó
desmoralización‖.177
Gracias a Francisco Medina, quien en 1904 cuestionó a los literatos a cerca de lo que
pensaban del arte, podemos verificar que la definición dada por Gómez Flores ―a pesar de
la presencia del modernismo― no se había modificado, o bien, se le había hecho pasar por
el tamiz de la moral.178 José Rentería, basado en el ideal platónico reactualizado por el
neoclasicismo, afirmaba: ―es la expresión de la verdad inmanente bajo formas diversas
aplicado al bien material, puede limitarse al orden y armonía de las partes. Para sustento del
alma, ha de ir de belleza en belleza hasta la suprema; ha de ser el sentimiento de lo infinito
dirigido al infinito‖. Julio G. Arce, por un lado citó al modernista Jesús Urueta para afirmar
que el arte era una oración (el arte es ―la hostia de los elegidos‖, decía éste en una carta que
le escribiera a Tablada a propósito del decadentismo), y por otro, Arce expresó ―con
humor― que consistía en hacer preguntas a través de tarjetas postales; más allá de la
broma, la representación que se hizo del arte fue construida con el elemento burgués de la

176
Ídem.
177
Francisco Gómez Flores, Bocetos…, op. cit., p. 145.
178
Francisco Medina, ―¿Qué es el arte?‖, MEF, 6 de octubre de 1906.
79

vida social que se cimentaba en la entidad: Eutimio B. Gómez diría, por ejemplo, que era
―una bella distracción de la gente que no tiene mucho que hacer; y Carlos Urrea mencionó
que se trataba de sentir una vibración solemne ante la presencia —como decía Zolá— de
―un girón de la vida visto a través de un temperamento‖, mientras que Jesús G. Andrade,
también lector de la reciente tendencia, señaló un tanto burlón: ―Siento el Arte con más
profundidad y con más fanatismo que los chinos el budismo esotérico‖; y aunque de la
nueva generación, Abelardo Medina reveló a través de un poema que el romanticismo, en
realidad, se negaba a morir:

El arte para mí será la nota,


Con que se queja el corazón más triste.
Será el gemir del que sus penas dora
Al despertar la refulgente aurora;
Del astro rey el postrimer destello,
Del cielo azul los místicos fulgores;
Será el perfume con que ungió el cabello
La virgen de los últimos amores.179

En cambio Carlos Filio, jalisciense que llegó a Culiacán, desempeñándose como


periodista de El Monitor Sinaloense y profesor del Colegio Civil Rosales, manifestaba
cierta propensión al modernismo, pues con motivo de los Juegos Florales que el Colegio
Rosales organizó, escribió su concepción del arte: ―El arte es trabajo y es dolor: es trabajo
porque dobla el cuerpo, es dolor porque atormenta el alma […] Qué dolor tan insinuante
es el colorido enfermo de la dulce vida de Genoveva la Santa y que dolor tan engrillado
enseñan las curvas del mármol de Margré-tont‖.180 Así pues, los literatos sinaloenses,
algunos, leyeron a los poetas modernistas pero sólo para retomar aquello que la presión
social, principalmente, les permitía: la recreación de lo bello y progresista. Como otra
prueba de que estaban pendientes de las nuevas producciones son los comentarios vertidos
por Julio G. Arce, quien replicó un artículo publicado en el periódico El Monitor
Sinaloense, donde felicitaban a la revista Bohemia Sinaloense por el hecho de que no se
hubieran ―contagiado de la infeliz y ridícula escuela literaria llamada modernista‖; Arce,

179
Abelardo Medina, ―Mi opinión acerca del arte. Al Sr. Francisco Medina‖, EMS, jueves 1 de diciembre de
1904, núm. 927, p. 2.
180
Carlos Filio, ―Con motivo de los Juegos Florales. A los alumnos del colegio civil ―Rosales‖, EMS, 22 de
diciembre de 1904, núm. 933, p. 2.
80

ofendido, señalaba que no compartía dicho criterio, pues estos literatos habían producido
bellas obras. Entre ellos mencionaba a Baudelaire y a Jean Richepin, de Francia, así como
a los latinoamericanos Darío y José Juan Tablada, Nervo, Francisco M. Olaguíbel, Ciro B.
Ceballos, Honorato Barrera, Eduardo J. Correa y Pedro R. Zavala, algunos de estos
últimos colaboradores de la revista que dirigía, por lo que solicitaba:

Esperemos pues que nuestro querido colega, tan juicioso como sensato, se
servirá modificar el juicio que de la escuela moderna se ha formado, juicio que
ni los más ardientes cultivadores del clasicismo se habrían atrevido a lanzar. Si
la escuela moderna tiene sus deficiencias, cuántas bellezas en cambio nos
presenta!181

Una de esas deficiencias fue, para algunos literatos sinaloenses, el decadentismo; su


condena fue de hecho la nota predominante. Como un caso paradigmático puede señalarse
la publicación de dos poemas ―uno al lado del otro― en El Monitor de 1904, el primero
perteneciente a Manuel Machado, poeta español representante de la nueva sensibilidad, y el
otro de Efrén del Castillo, poeta hasta ahora no identificado, pero cuyo texto señala que su
envío exclusivo al periódico de Culiacán, y además tiene la dedicatoria para Machado.
Como dos espejos enfrentados, el segundo poema se valió de la antinomia para refutar la
serie de versos e imágenes del primer poema, el cual manifiesta la ruina de un jardín, el
tiempo sombrío, la pesadez del espíritu; además, es notable que mientras el de Machado
alude a un estanque de aguas yertas, Efrén del Castillo recurrió a la ―vitalidad‖ marmórea
del parnasianismo. Así, pues, el de Machado se titula ―El jardín gris‖, y el otro ―El jardín
blanco‖;182 por citar un ejemplo, las estrofas iniciales expresan:

Jardín sin jardinero, Jardín que apenas brota,


Viejo jardín, Joven jardín,
Viejo jardín sin alma, Joven jardín radiante
Jardín muerto. Tus árboles Jardín nuevo. Tus retoños
no agita el viento. En el estanque el No agita el aura. En la marmórea fuente el
agua agua
yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro límpida yace. ¡Cuántos rumores! El pájaro
no se posa en tus ramas. cantando está en tus ramas!

181
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, noviembre 1 de 1898, núm. 22, p. 176.
182
Efrén del Castillo, ―El jardín blanco‖ (Para ―El Monitor Sinaloense‖), EMS, domingo 22 de mayo de 1904,
núm. 872, p. 1.
81

La réplica / paráfrasis del poema de Machado realizada por Del Castillo es sintomática:
concentra la pugna entre la ideología del progreso con su némesis, la decadencia. Como se
demuestra, el programa nacionalista seguía vigente, así como también el imperativo de
escribir y tratar de una realidad bella, ideal y progresista a fuerza de representarla. Se
suponía así que, como la nación mexicana acababa de nacer, le correspondía una literatura
acorde con su realidad: una literatura vital, radiante, en crecimiento, por lo que no debía
adoptar los puntos de vista de la literatura de otras civilizaciones que, algunas, ya estaban
en declive.
En ese mismo año, en 1904, desde Culiacán, A. Hernández y Cid escribiría un
artículo titulado ―Modernismo‖, donde iniciaba diciendo que muchos de sus lectores
habrían escuchado esa palabra y no sabrían ―lo que tal palabra representa en el arte‖, y se
preguntaba: ―¿Es el progreso? ¿Es la degeneración?... Lo ignoro. Quédese para personas
más inteligentes dar una contestación categórica á estas preguntas‖; sin embargo, añadía
que, en lugar de eso, iba a presentar a uno de los prosélitos del ―algebrismo literario‖ y acto
seguido describía a una persona de melena larga, sombrero de lado, con una pipa y que leía
el libro Gris, de Rubén Darío.183
Otra manera de cómo la vertiente decadentista del modernismo fue contenida,
atajada, se encuentra en un poema de 1903, de Enrique González Martínez titulado ―A un
poeta‖, donde critica de manera corrosiva dicha tendencia pues le cuestiona al sujeto lírico
―a través de un vocativo― por qué cantaba como un cisne moribundo si el sol apenas
despuntaba, y proseguía:

Qué ¿no hay un ideal para tu anhelo?


¿Todo es miseria, podredumbre y lodo?
Ve el campo, mira el mar, contempla el cielo:
allí hay belleza, inspiración y todo!

[…]

¡Deja el canto irrisorio y decadente,


ludibrio del amor, del arte mofa,
y del cristal de la castalia fuente,
como Venus del mar, surja la estrofa!184

183
A. Hernández y Cid, ―Modernismo‖, EMS, 1 de mayo de 1904, núm. 866, p. 2.
184
Enrique González Martínez, ―A un poeta‖, Preludios, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de M. Retes y
Cía. Sucs., 1903 (Edición facsimilar), Poesía I, México, El Colegio Nacional, 1995, pp. 26-28.
82

González Martínez fue sobre todo un poeta simbolista cuya finalidad era, según la poética
que también compartió Nervo, encontrar relaciones del mundo físico con el espiritual. No
obstante, es claro que este poema expresa una evasión de la realidad: el desvío de la vista
de lo social hacia lo natural; asimismo, prócer del Ideal ―un ideal positivista según se
ve―, para calmar las ansias de la mente, decía en otro poema que tenía un tesoro: ―un cielo
azul, sereno y esplendente, / y un sol de fuego cuya lumbre adoro‖. 185 Su mayor riqueza
era, pues, la naturaleza; de ahí que produjera una poesía, como decía Rubén del Campo, del
paisaje regional. Hacia 1907, cuando dio a conocer su segundo libro llamado Lirismos, el
poeta se manifestó más decantado hacia el simbolismo, pues fijó en ―Lo que dice el poeta‖
su propia poética, la cual, en aras de hallar una relación entre las cosas y el alma, glosaba
acerca de lo indecible: ―En vano martirizo la mente porque ahonde / Enigmas y misterios;
en vano el alma vuela / De un astro persiguiendo la fugitiva estela… / ¡El rastro se me
pierde y el luminar se esconde!‖.186
Es verdad que para 1907, como decía Sixto Osuna a propósito del poemario Libro
de ensueño y de dolor de Luis Rosado Vega, el modernismo ya era un movimiento literario
aceptado por las autoridades literarias, como Emilia Pardo Bazán o Miguel de Unamuno, y
además señalaba que si bien el pesimismo no era laudable, este tópico no era nuevo en el
arte; finalmente, que un poeta no fuera popular sería motivo de orgullo, pues el número de
analfabetas en los países latinoamericanos era demasiado alto.187 Por su parte, el español
Pedro de Répide, hacia 1908, lo expresaría de mejor manera: ―Modernista es el que marcha
con su tiempo‖, y añadía: ―Yo confieso que creo en la imbecilidad de las masas, y
desprecio el criterio de generalidad de las gentes. Seamos los sacerdotes de la Belleza, y
preocupémonos de ella sobre todo‖.188
En resumen, puede señalarse que el modernismo fue paulatinamente reformado: de
haber sido, vía el decadentismo, un grito de rebelión contra la moral burguesa, estas aristas
se le fueron limando hasta dejar tan sólo la preocupación por la Belleza y ya no una crítica
contracultural. En Sinaloa, el modernismo no logró florecer de la misma manera que en el
185
Ibíd., ―Opulencia‖, p. 39.
186
Enrique González Martínez, ―Lo que dice el poeta‖, Lirismos, Mocorito, Imprenta Editora de Voz del
Norte, 1907 (Edición facsimilar), ibíd., p. 163.
187
Sixto Osuna, ―A propósito de un libro‖, Arte, Octubre 1 de 1907, núm. 4, pp. 72-76.
188
Pedro de Répide, ―El Modernismo‖, Arte, Mayo de 1908, núm. 5, T. II, pp. 195-196.
83

centro del país, ya que la férrea moral que imperaba, así como las condiciones políticas
subyacentes, censuraron este movimiento literario; asimismo, el estilo que prevaleció fue el
romántico que, incluso, modificó la perspectiva del realismo/naturalismo al implementar
una función moralizante. Así, todas aquellas expresiones que hicieran referencia a la
decadencia, física o moral, merecía una dura condena por parte de la crítica literaria.

3.2 El literato: símbolos y luchas caballerescas

Una de las figuras del literato proyectada durante el Porfiriato, dentro del proyecto
romántico de crear una literatura nacional, es aquella surgida de la imagen francesa del
filósofo y retomada luego por la Ilustración española: la del homme ilustré, o escritor
público, cuyos caracteres más relevantes son la erudición, el espíritu liberal y, sobre todo,
su opinión, valorada como verdadera, imparcial y objetiva.189
Un literato, según la definición usual en lengua española, era un hombre erudito,
―docto y adornado de letras‖; y aunque en el siglo XIX designó también al abogado, se
aplicó especialmente al que tenía dominio de materias como la gramática, la retórica, la
filosofía y otras ramas del saber.190 Sensu strictu, de los escritores sinaloenses de la época,
Francisco Gómez Flores es quien más encarna la figura del literato y quien mejor trazó sus
principales rasgos; al emitir sus juicios en materias diversas en los periódicos y enfrentar a
los poderes (el del Estado, el eclesiástico, el de la prensa), describió también las cualidades
que debía tener el escritor público, basando su capacidad crítica en la razón, en la actitud
desapasionada y bajo la divisa del bien social.191

189
Para Darnton, J. J. Rousseau se convirtió en el primer antropólogo al criticar la sociedad en la que vivía y
descubrir las formas simbólicas del poder, pues renunció ingresar a la alta sociedad al darse cuenta de la
corrupción y descomposición moral que la afligía. Rousseau escribió así su Discurso sobre las artes y las
ciencias, el Discurso sobre el origen de la desigualdad y El contrato social. Robert Darnton, ―La vida social
de Jean-Jacques Rousseau. La antropología y la pérdida de la inocencia‖, El coloquio de los lectores, FCE,
2003, pp. 255-268.
190
Diccionario de la Academia de Autoridades, 1729, pp. 389, 2-417, 1.
191
Su trabajo intelectual Gómez Flores lo desarrolló en la prensa y, aunque no fue un creador literario, su
conocimiento de la literatura lo convirtió en un reputado crítico. No sin cierta desazón expresó que el mayor
enemigo de la literatura era el periodismo, al que calificó ―obra fugitiva y baladí, hecha á escape, que no vive
más que un día, como las rosas de Malherbe, y en la que se gasta y despilfarra acaso la cantidad de talento
necesario para escribir una biblioteca‖. Vid. Francisco Gómez Flores, ―Cabos sueltos‖, Humorismo y Crítica,
p. 127.
84

Recién llegado al puerto mazatleco donde desempeñaría su oficio periodístico,


Gómez Flores se acreditó como ―Merlín ante sus amigos‖. La elección de este seudónimo
se debió al personaje del mago Merlín, hijo del demonio Asmodeo, según la novela
medieval Lanzarote y Ginebra, quien fue un guía espiritual, versado en el saber y maestro
de la poesía y la literatura. De este modo Gómez Flores se representó como un hombre
instruido ante una prensa sinaloense que, según su punto de vista, se encontraba en un
estado primitivo, pues en el artículo mencionado se comparó con un instruido explorador
que descubría un sitio prehistórico: ―-Señores, no sé lo que se entiende por periodismo en
este rincón del mundo. Parece terreno virgen, selvoso, donde casi no hay huellas de planta
humana ni rumores de voz articulada‖.192 Esta equiparación, donde se encuentra la antítesis
cultura-naturaleza, hacía surgir la figura del hombre ilustrado con mayor fuerza; y para
marcar de forma aún más visible su presencia, Gómez Flores inquiría: ―¿Es costumbre por
acá decir siempre la verdad, sin miramientos ni melindres, ó tiene uno que morderse los
lábios y sangrárselos en caso de apuro, antes que proferir un solo vocablo capaz de lastimar
susceptibilidades quebradizas?‖.193 Decir la verdad, defenderla a toda costa, habría de ser
su lema en el tratamiento de los asuntos más disímiles: de la esfera política a la religiosa,
comercial y militar, pasando por temas literarios y filosóficos; por ello expresaba: ―Merlín
declara solemnemente, á la faz del mundo entero, que como periodista no tiene amigos, ni
deja de tenerlos, y dirá su parecer liso y llano sobre todas las cosas, cuando se lo pidan, y
muchas veces sin este requisito‖.194
El atributo esencial del escritor público era criticar de modo inflexible y severo, si
bien debía ser comedido y cortés, aún con las personas más allegadas; y señalaba: ―Elogio o
censuro, cuando creo de justicia hacer lo uno o lo otro‖. 195 Y es que para él, la crítica debía
ser racional, para ser llamada así y cumplir con su objeto; pero sobre todo, como un
pensador positivista, la consideró como un instrumento idóneo para revelar la verdad más
recóndita: de forma simbólica, comparó a la crítica con tres herramientas científicas: el
bisturí del médico, el microscopio del naturalista y el ojo del astrónomo o del oceanógrafo,

192
Ibíd., p. 38.
193
Francisco Gómez Flores, ―Merlín a sus amigos (confidencias infernales)‖, Humorismo y crítica, op. cit., p.
35.
194
Ibíd., p. 38.
195
Francisco Gómez Flores, ―Observaciones sobre el drama ‗Bienaventurados los que esperan‘ del Lic.
Alfredo Chavero, Bocetos literarios, op. cit., p. 154.
85

todos ellas regidas y aureoladas por la objetividad. La crítica, pues, era igual a esas
herramientas científicas:

La crítica es el bisturí que sin piedad ni conmiseración rasga los músculos y


tejidos del organismo humano; es el microscopio solar que refleja en la pantalla
la imagen aumentada del insectillo que aprisiona en su foco; es el ojo
escudriñador del buzo que sondea audazmente las profundidades del océano, ó la
imperturbable mirada del astrónomo que escudriña las leyes inalterables del
universo.
La crítica no se detiene ante ninguna traba religiosa: vence todos los
obstáculos, traspasa todos los límites, salva todas las distancias, y se cierne
inflexible en las fúlgidas regiones de la verdad.196

La exigencia de veracidad impuesta a la crítica ―según señalaba Gómez Flores―, se debía


a que, desde la prensa, los literatos influían en la sociedad, pues en ellos recaía parte de la
responsabilidad de ilustrar al pueblo, ―no dejando todo el peso de esta obligación al
gobierno, que falto de recursos y distraído por múltiples atenciones de su resorte, no puede
llenarla con la eficacia y solicitud indispensables‖.197 Así pues, a través de la crítica
ejercida en las distintas publicaciones en las que colaboró, empezó a destacar como un
literato de relieve, siendo la crítica y el periodismo parte indisoluble de su personalidad. En
él, estos dos rasgos aparecen claramente imbricados, como bien lo describió Francisco
Medina:

Gómez Flores es para mí un crítico de bastante significación: un juicio claro y


sereno; una amplia comprensión del Arte; una vasta erudición y una ilustración
enciclopédica, formaban sus más valiosas prendas, aparte de su estilo donairoso
y lleno de gracejo. Sólo le faltaron tiempo o voluntad para escribir alguna obra
seria. Sus Bocetos Literarios, sus Narraciones y Caprichos y su Humorismo y
Crítica, revelan sus cualidades que he enunciado, pero en asuntos la mayor parte
de oportunidad, en esa labor forzada del periodista de profesión.198

Otra cualidad inherente a esta figura del literato era el uso del lenguaje de forma correcta,
poseer ese ―estilo donairoso y lleno de gracejo‖. Este atributo pertenecía más al viejo
periodismo, aquel que tenía ―como señalaba desdeñoso Rafael Reyes Spíndola― ―esa

196
Francisco Gómez Flores, ―Cartas literarias de D. Victoriano Agüeros‖, Ibíd., p. 30.
197
Francisco Gómez Flores, ―Literatura doméstica‖, Ibíd., p. 24.
198
Francisco Medina, ―Charlas ligeras (con sus puntas y ribetes de política y literatura)‖, ECT, sábado 14 de
septiembre de 1901.
86

misión casi divina, doctrinaria y sagrada, que la obligaba a tomar la entonación magistral y
la frase altisonante y pomposa para el asunto más baladí‖.199 Fue en esa prensa en donde
Gómez Flores se había formado, y desde la cual pretendía la tarea de educar al pueblo y
opinar asuntos de trascendencia social; por lo que, para educar al pueblo, debía observar
estrictamente las normas del lenguaje. Imitó así, de los literatos a quienes admiraba, el
―estilo castizo, elegante y la belleza de la forma‖, según sus palabras; además, juzgaba que
se tenía el deber de conocer el idioma, si no al grado de poder situarse entre los académicos
de la lengua, ―sí por lo menos lo suficiente para no bastardearle con dicciones y giros
viciosos‖, asimismo, no podía permanecer impasible viendo como algunos escritores poco
escrupulosos contribuían ―con su óbolo de zafiedad y rustiquez al estrago y la
corrupción‖.200 Fue, pues, un purista de la lengua española.

En el carnaval mazatleco de 1891 desfiló un carro


alegórico representando a la prensa. Pese a la mala
calidad de la imagen se puede observar a cuatro
personas: una, sentada sobre el mundo; otra, en la
retaguardia, porta una bandera; y dos más al frente, de
pie, donde una de ellas toca un clarín. Los periodistas
se presentaron así, ante la sociedad, como los
guardianes del mundo y los anunciadores del porvenir,
es decir, como los profetas del progreso. (Foto: ECT,
1891).
Carro alegórico de la prensa

Todos los rasgos delineados por Gómez Flores, finalmente, confluyen y se concentran en
la identidad de una figura literaria: en el Quijote, personaje extraído de la novela de Miguel
Cervantes de Saavedra, que, por antonomasia, simbolizó al hombre idealista que luchaba
por la humanidad. No obstante, se trata de un Quijote distinto trazado por el autor español,
ya que ocurrió una apropiación por parte de los románticos: es, en este sentido, un Quijote
ilustrado, un caballero que luchaba por el saber y la verdad; una figura con un carácter casi

199
Lo lapidario del juicio de Reyes Spíndola correspondía a la aparición reciente del reporter, cazador de
noticias sensacionales, recién afiliado al periodismo moderno. Rafael Reyes Spíndola, El Imparcial, 6 de
marzo de 1897, p. 1, en Alberto del Castillo Troncoso, ―El surgimiento de la prensa moderna‖, La República
de las Letras, Vol. II, op. cit., p. 111.
200
Francisco Gómez Flores, ―Á diestra y siniestra (cabos sueltos)‖, Humorismo y crítica, op. cit., p. 175.
87

científico, armado con su pluma y su conocimiento. Por tal razón, Gómez decía: ―el escritor
público está obligado a defender sus convicciones y a combatir las que en su concepto
perjudiquen la cultura humana‖.201 Su misión era noble e incomprendida. Como un nuevo
Quijote en el campo de las letras, nadie le agradecía al periodista ―sus servicios a una causa
quimérica como es la de la humanidad‖ y, al mismo tiempo, era víctima de ―uno que otro
zángano ó moscardón, de los que nunca faltan en la colmena de la envidia, zumbe a sus
oídos palabras de odio y de despecho‖.202
Se configuró así la representación del literato desde una visión romántica,
idealizada, que se inspiró en la célebre novela cervantina. El literato-periodista, pues, debía
decir la verdad, aunque hiriera; de corazón puro, su única intención era producir el bien;
honrado, no atacaba a las personas, sino a sus obras, siempre con buena fe y respetando la
dignidad humana. Estas cualidades que exigía al periodista, le fueron reconocidas al propio
Gómez Flores por Adolfo Avilés y D. V. Sandoval en un poema escrito al alimón por estos
mocoritenses, donde se revela con mayor nitidez la imagen del homme ilustré quijotesco.
En esta composición destacan las líneas configurativas de esta representación, pues lo
describieron —en los dos cuartetos— como el ―apóstol incansable de la idea‖, y, a través
de la prosopopeya, fue erigido en la personificación misma del conocimiento: ―Has sido
siempre una esplendente tea‖; se le reconocía su entrega y sacrificio, pese a que los necios
no creyeran en sus nobles esfuerzos. Pero es en los dos tercetos donde la nueva figura del
Quijote surge con claridad:

Por la ciencia y virtud luchas tan sólo;


Que el espíritu humano no esté preso,
Y en los recios combates contra el dolo
Que aunado a la ignorancia y retroceso
Anhelan dominar de polo a polo,
Estad siempre del lado del progreso.203

En este tenor, aparecieron también en los textos literarios y periodísticos símbolos


relacionados con la caballería medieval. La pluma fue uno de estos símbolos. Ésta fue

201
Francisco Gómez Flores, ―Sobre la brecha‖, ibíd., p. 137.
202
Ibíd., 127.
203
Adolfo Avilés y D. V. Sandoval, ―Al periodista Francisco Gómez Flores‖, La Opinión de Culiacán, 24 de
marzo de 1888.
88

comparada por los cronistas o narradores con el pincel o la cámara fotográfica, en aras de
señalar que buscaban copiar o imitar de manera fidedigna la realidad, mientras que los
poetas usaban ―la lira‖ al escribir; sin embargo, los críticos habrían de equipar este objeto
con una lanza para resaltar, en primer grado, que eran luchadores del ideal: la verdad; y en
segundo lugar, para mostrarse como escritores quijotescos, es decir, como unos idealistas
incomprendidos. De este modo, a través de la crítica librarían debates desde el campo de la
prensa; estas polémicas, como era convencional durante la época, adquirieron los motes de
luchas, lizas, peleas, batallas, regidas por el código del honor y el respeto, aunque no
siempre fueron caballerescas. Un caso significativo de esta simbolización lo constituye
Francisco Medina, quien se envistió como el caballero Juan Montañés para atacar con su
pluma-lanza los poemas de David I. González, Florentino Arciniega y Ledesma, Rafael
Serrano, entre otros; por lo que diría:

Era tanta la pujanza


De Maese Juan Montañés
Que ensartó á doscientos tres
En su puntiaguda lanza!204

Medina, situado en el campo intelectual, pugnó por ser un representante literario ante su
propio grupo. Sin embargo, para que fuera legítima, la lucha debía ser entre pares, pues
como Esteban Flores, redactor de El Correo, le explicaba a Medina, había omitido su
crítica a la obra de Herlindo Elenes Gaxiola porque éste ―no escribe, no lucha, está
aplacado por su fracaso político, y creo poco caballeroso (perdóneme Montañés) los
ataques que se le dirijan. ¡Esa robusta mano, querido Juan, sólo debe herir a los que están
en pie!‖.205 En este sentido, la pluma designó, metonímicamente, el conocimiento como un
arma, el cual fue uno de los bienes más valorado e incluso publicitado por los mismos
literatos; pues aparte de la pluma, el símbolo más significativo, la frente y la vista cansada
fueron dos partes del cuerpo humano que se mencionaron con reiteración para aludir que la
frente amplia representaba el habitáculo del saber, mientras que la miopía era prueba de las
muchas lecturas y de los vastos conocimientos adquiridos; sobre esto último, Gómez Flores
reconoció, desde la portada de su libro Narraciones y caprichos, que tenía ―mala vista‖;

204
Francisco Medina, ―Charlas ligeras‖, ECT, sábado 14 de septiembre de 1901, núm. 5163, p. 2
205
Esteban Flores, ―Respuesta‖, ECT, julio 22 de 1901. (Las cursivas son mías).
89

asimismo, Francisco Medina al observar un retrato de Ciro B. Ceballos hecho por Julio
Ruelas, expresó: ―los lentes denunciadores de la miopía de los que viven encorvados sobre
el libro o sobre la nítida cuartilla de los cerebrales que parecen empeñados en agotar la
virtud visual de las pupilas para recogerse, con sus ensueños, a la delectación de la vida
interior‖.206
Pero fue la pluma el objeto más aludido. Ésta representó un arma para luchar por los
ideales, y fue usada la locución adjetiva: ―pluma en ristre‖, para aludir a que estaba
empuñada y lista para ser utilizada, como decía don Quijote de su lanza; de esta forma,
después del deceso de Adolfo O‘Ryan (ocurrió el 13 de noviembre de 1900), se afirmó de
él que

No se jactó nunca de literato y la crítica de la forma encontraría gazapos en sus


escritos; pero periodista sí lo fue y de los luchadores, de los que llevan como
armas, juntamente con la pluma y las gotas de tinta, la conciencia recta, el
juicio sereno y la frente alta.207

El arma de la pluma había sido, en Gómez Flores, un bisturí, un instrumento de ciencia: ―si
a veces brota de ella, candente, la sátira, o picamos con el escalpelo algún defecto social o
alguna ridiculez literaria, guardamos el debido respeto a la dignidad humana‖; 208 pero una
representación hecha por Ciro B. Ceballos de la pluma de José Ferrel, ésta apareció como
un arma poderosa, similar al mitológico tridente del Júpiter tonante, quien, si bien era sabio
y justo, poseía un gran temperamento. En su reseña, Ceballos identificó a Ferrel con
Lanzarote, aquél caballero de las leyendas artúricas:

Sucedió casi á la mitad del primer sexenio del siglo pasado que, armado de todas
armas, como un verdadero Lanzarote, arribara á la ciudad un lírico aventurero,
que venía á sustentar, contra un hábil esgrimista, en un lance de los llamados de
honor, las teorías literarias que, en nervioso estilo, había proclamado en los
renglones de cierto libro de crítica, publicado y suscrito con su firma, en un
pintoresco puerto del mar Pacífico.

206
Francisco Medina, ―Intelectuales mexicanos. Ciro B. Ceballos‖, MEF, 10 de mayo de 1905, núm. 717, p.
1.
207
Anónimo, ECT, jueves 14 de febrero de 1901, núm. 5204, p. 1 (Las cursivas son mías).
208
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 265.
90

Y enseguida subrayó el crítico implacable que era Ferrel, destacando el símbolo de la


pluma como un arma fulminante:

De su pluma, preñada de centellas, saltaban las fulminaciones, las cláusulas


corrosivas, las cáusticas excomuniones, las fogosas filípicas que hacían huir
despavorido y en vergonzosa derrota al rebaño de sayones, á la grey de los
asnerizos, á la piara de los abyectos ensoberbecidos por los hedores del estiércol.
209

Asimismo, ―romper lanzas‖ significó entablar una polémica: una declaración de ―guerra‖;
pero también simbolizó la rendición con honor o el sacrificio. Julio G. Arce, tras cumplir
cinco años como director de El Mefistófeles, señaló en la nota editorial que se había ceñido
a un programa de honradez y justicia, y añadía: ―En él hemos perseverado, forma de
nuestra divisa y romperemos en mil pedazos la pluma antes que abandonarlo‖.210 Por medio
de la metonimia, la pluma también representó al escritor, pues años atrás el mismo Arce
había dicho: ―Mi pluma rechaza la hospitalidad que se le brinda con ultrajes poco generosos
y con ironías punzantes‖, para referirse a una crítica hecha por El Monitor Sinaloense y
para solicitar que su nombre fuera retirado del directorio, donde aparecía como
colaborador.211
Por otro lado, a propósito de las críticas vertidas por Faustino Díaz y Antonio
Moreno en El Monitor Sinaloense contra la antología Letras Sinaloenses ―una serie de
alocuciones escritas con motivo del aniversario de la batalla de San Pedro―, Esteban
Flores hacía referencia, a través del símbolo de la serpiente para aludir que no albergaría su
pluma sentimientos rastreros: ―¿Qué el primer tomo de Letras es un adefesio? Enterados y
al archivo. Por eso no he de fruncir el ceño, perder el apetito y sentir que se me enrosca en
la pluma la víbora del despecho á laborar una venganza miserable‖.212 T. Camacho, casi
igual que la metáfora de Flores, comparó la pluma del crítico con una serpiente que
destilaba odio por sus colmillos:

Siempre adversario del talento ajeno,

209
Ciro B. Ceballos, ―Fragmento de un artículo de Ciro B. Ceballos, José Ferrel‖, ECT, martes 3 de octubre
de 1901, s.n., p. 1
210
―El primer lustro, un año más‖, EMF, septiembre 26 de 1906, núm. 1139, p.1
211
ECT, ―El Monitor Sinaloense‖, jueves 8 de agosto de 1901, núm. 5130, p. 1.
212
Esteban Flores, ―Crónica‖, ECT, domingo 29 de septiembre de 1901, núm. 147, p. 2 Las cursivas son mías.
91

En la obra bella sin piedad se cela,


Y entre los dientes de su pluma lleva
Gotas de sangre, esputo de veneno.213

En un poema netamente romántico, Flores habría de dotar de poderes divinos a la pluma:


―combates, matas con el verso/ que es dardo y proyectil, espada y trueno!‖, y concluía:
―¡Dios quita lo que obstruye tu camino/ y lo que no hace Dios lo hace tu pluma!‖.214 E
incluso, como un verdadero fetiche, la pluma fue vista por un autor anónimo como una
―amiga‖ que le socorría ante la soledad de la página: ―¡Oh, tu, la inseparable compañera de
mi vida, la sincera y cariñosa amiga […] tú eres mi única confidente, la novia a quien
quiero mucho‖.215
Todas estas connotaciones no emergieron de forma aislada, por supuesto, sino que
se inscriben en la tendencia literaria que estaba en boga en Hispanoamérica a finales del
siglo decimonónico y en la primera década del XX, y a la que los literatos sinaloenses no
eran de ningún modo ajenos. Una muestra de ello es el poema titulado ―El periodista‖, del
salvadoreño Calixto Velado (1855-1927), en donde se refleja que estos símbolos ―de
orígenes románticos, aunque también imbricados con la ideología positivista― eran
compartidos; en este texto aparece el periodista como un luchador que sólo escuchaba la
voz de la razón, e incluso, agregó un símbolo más, la página como escudo:

Luchador incansable de la prensa,


Una hoja de papel tiene de escudo,
Y en ella llora, profetiza y piensa.216

Ahora bien, si por un lado se configuró la representación del Quijote, por otro lado se
desarrolló también la de su contraparte, la de Sancho Panza. Ésta otra figura reunió los
atributos negativos del literato, aquél que se puso al servicio del poder y que, en lugar de
decir la verdad, mentía o la ocultaba; en lugar de ser idealista, era práctico o convenenciero;
y en lugar de luchar por la sociedad, era presa del egoísmo. Se acuñó así el adjetivo
―pancista‖ para denominar a este tipo de literato, el cual se aplicó a los artículos

213
T. Camacho, ―El criticador‖, EMS, 14 de enero de 1900, núm. 475, p. 3.
214
Esteban Flores, ―A un bardo‖, ECT, domingo 21 de mayo de 1899, núm. 21, p. 2
215
Ignoto, ―Mi pluma‖, Letras sinaloenses, MEF, septiembre 29 de 1906, núm. 1142, p. 1
216
Calixto Velado, ―El periodista‖, ECT, viernes 30 de agosto de 1901, núm. 5149, p.3
92

periodísticos o a la prosa misma. Los literatos idealistas veían a la prensa como un espacio
corruptor, donde la literatura casi no tenía cabida. Gómez Flores dijo que el peor enemigo
de la literatura era el periodismo, pues distraía a los talentosos que podrían conformar una
biblioteca con sus obras; mientras que Miguel Mercado, personaje de la novela Los triunfos
de Sancho Panza de Heriberto Frías, habría de señalar: ―El éxito de mis articulejos no se
deben a otra cosa [la verdad], porque convendrás que como literatura son detestables‖.217
La novela Los triunfos de Sancho Panza de Heriberto Frías, revela desde el título su
intención: señalar que el fiel escudero se había impuesto, con su criterio y su sabiduría
popular, al Quijote. Frías escenificó en su relato la pugna interior de la que fue víctima el
protagonista, Miguel Mercado: siendo un periodista crítico (había relatado la guerra de
exterminio contra los indios tomoches, por lo que estuvo a punto de ser fusilado), arribó
proveniente de la ciudad de México al puerto mazatleco para dirigir el periódico El Faro,
con la única esperanza de llevar una vida tranquila y no meterse más en problemas, pues
sabía que no podía hacer ya un capital y que de seguir así sería siempre un ser
insignificante, por lo que

Pensó esconder las brasas que aún quedaran vivas de su temperamento ardiente
y sentimental, echando cenizas frías de sentido práctico, de las muchas que había
en torno sobre las chispas que aún restasen de su alma cívica. Determinó abolir
lo que él llamara sus quijotismos, resolvió no meterse nunca más por cuenta
propia en lo que no le importaba, sabiendo ya a qué atenerse respecto a tantas
palabras que en su pesimismo juzgaba con Nordeau, mentiras convencionales:
religión, política, periodismo, honradez, libertad y justicia.
Triunfaba en él Sancho Panza. Quería vivir lo más sano y libre de
preocupaciones que fuera posible, vivir tranquilo aunque fuese cuidando gansos,
vivir y morir en paz, lejos del enorme teatro político donde representábase por la
vasta corte del dominador la gran comedia de una república de sarcasmo.218

Desde esta perspectiva, el pragmatismo había dominado al idealismo positivista: la lucha


por la civilización, y de paso, también señalaba que las palabras directrices que rigieron al
siglo decimonono atravesaban su propia crisis, según lo había manifestado Max Nordau en
su obra Las mentiras convencionales de nuestra civilización (1883). Sobre todo descubría,
con una visión desencantada, una república de engaño, similar a un escenario teatral donde
se representaba una gran comedia. Sin embargo, esta situación no fue fácil de aceptar por el
217
Heriberto Frías, El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán)…, op. cit., p. 80.
218
Ibíd., pp. 132-133.
93

protagonista, como se aprecia en ciertos pasajes de la novela donde Mercado se debate


entre denunciar el mundo social de corrupción, engaños y mentiras que predominaba en
Mazatlán, o mantenerse callado y ser así un cómplice.
Por tal razón el periodista-literato Mercado aparece como un ser escindido, de
personalidad dual: la indecisión de ser un Quijote o un Sancho. Recordando sus ―artículos
contra el servilismo de esta época, contra la actual tiranía, contra estos caciques, contra el
gobierno…‖, diría que era productor de emociones y no de belleza, emitía chispazos de
verdad y no de arte, por lo que el doctor Santiesteban, su interlocutor, le dirá: ―—¡Le ladras
a la luna, perro quijote!... Sí, ¡eres un Don Quijote en cuerpo de Sancho Panza!‖.219 Pero es
en otra escena donde la lucha de su espíritu contradictoria, aparece con mayor crudeza:

Y pensaba en el fondo de su espíritu lírico que acaso él, el pobre diablo de


bohemio periodistilla, pudiera evitar la catástrofe; salvar en lo posible a
Mazatlán de aquel hervidero de víboras y lombrices; más aún, pensó que él
debía evitarla; o por lo menos intentar la defensa. En vano su egoísmo gritábale
cual un Sancho Panza: ―¿Qué te importa?... el que se mete a redentor resulta
crucificado‖ —en vano, porque tornaba a alzarse en su mente el quijotesco
anhelo de interponerse entre las víctimas y la caterva de malandrines, magüer su
caballo de batalla no fuese mejor que Rocinante ni sus armas más recias que las
de su caballero.220

La prosa de Frías fecunda en adjetivos y sustantivos de carga semántica negativa, pues


señalan menosprecio (V. gr. espíritu ―lírico‖, ―pobre‖ diablo, ―bohemio‖ periodistilla),
acentuó la debilidad y la presunta imposibilidad del idealismo para enfrentar una catástrofe
que aparecía como inevitable. Asimismo, el conflicto interno es evidente, y pese a que su
egoísmo ―representado por la figura de Sancho― le gritaba, se interponía su anhelo de
erigirse en un defensor de causas ajenas. Sin embargo, provisionalmente resolvió la ardua
cuestión: ―-Es cierto… no escarmiento… ¡que cada cual se rasque con sus uñas!, ¡salud!
―y Don Quijote convencido de súbito por Sancho Panza bebió con fruición la fría
cerveza‖.221 La resolución fue provisional pues, ante la trama de corrupción que se ciñó
sobre la ciudad mazatleca, decidió denunciar los vicios sociales como el timo fraguado
contra el ingeniero Muileón por diversos personajes picarescos. De manera persistente, la

219
Ibíd., p. 80.
220
Ibíd., p. 84.
221
Ibíd., p. 85.
94

obligación de realizar una denuncia se imponía en Mercado, pues ―Recordaba la canción:


―Joven soldado, ¿dónde vas? A luchar por la Justicia, la Libertad y el Honor‖… a ser
caballero andante del publicismo nacional, con la Justicia por Dulcinea y la Verdad por
lanza!...‖;222 no obstante, una vez que decidió hacerlo, se habría de arrepentir, pues fue
acusado de difamación, autodenominándose como el ―ingenuo Caballero de la Triste
Pluma‖, y también añadiría: ―¡Idiota Quijote!… ¡Qué tristeza y qué sarcasmo caer al golpe
de las mismas víctimas que pensó defender‖.223 Al salir de Mazatlán, como un prófugo, el
literato vio el sol, cuyo disco le pareció un ―magnífico escudo de oro‖, y en un juego de
palabras aludió así a la moneda, al ―dinero omnipotente, manantial de vida y de muerte,
corruptor y creador‖ y, al mismo tiempo, por asociación, se le figuró el escudo de Sancho,
pues enseguida ―miró el rostro bellaco de Sancho Panza, el victorioso, coronado de laureles
eclipsando el sol‖.224 De forma simbólica, el rostro de la mentira cubría al sol de la verdad,
lo eclipsaba.
Finalmente, estas dos figuras, la del Quijote y la de Sancho Panza, antitéticas,
simbolizaron, además, la pugna intelectual entre los liberales adeptos al régimen y los
periodistas independientes, que eran los idealistas. Gómez Flores, un purista de la idea,
había dicho, a raíz de la limitación de la libertad de prensa, que se había ―inventado ya el
expediente de corromper á los escritores por medio de subvenciones dispendiosas, que con
cargo á partidas imaginarias se llevan a buena parte del presupuesto‖. 225 Así pues, en parte
por las subvenciones, y en parte por adquirir un estatus social, los literatos se representaron
como luchadores en pro de la sociedad, pero también disputaron el saber y el poder entre
ellos, en el espacio público de la prensa. Por ejemplo, cuando Julio G. Arce fundó en
octubre de 1901 el periódico El Mefistófeles, un redactor de El Correo de la Tarde con el
que Arce colaboró, recordó cómo ellos habían peleado contra un diario ―pequeño‖, no de
tamaño, sino de calidad, exaltando que lo habían hecho por ―el buen nombre‖ del régimen:

Porque durante algún tiempo vivió, aunque no con vida propia, y vociferó,
aunque con boca de ebrio, esa prensa pequeña, soez é inmunda que nosotros

222
Ibíd., p. 202.
223
Ídem.
224
Ibíd., p. 203.
225
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 361.
95

combatimos con brío hasta verla desaparecer, convencidos de que era indigna de
nuestra sociedad y del buen nombre de la administración de Sinaloa.
[…]
La prensa se corrige con la prensa.226

Aparte de estas luchas de representación, otra que se dirimió fue por parte de los literatos
mayores contra los jóvenes, donde estos últimos fueron vistos por los literatos viejos como
una amenaza contra el oficio, criticando la inexperiencia y la falta de estudios; en 1891
fueron calificados por ―Jorge‖ como una plaga social que tomaban por asalto a la prensa, y
se apoyaba en Manuel Acuña para mejor argumentar su percepción, pues decía que era un
castigo de Dios: ―Esa turba de mocosos/ Sin quehacer ni ocupación,/ Que a falta de otra han
tomado/ La carrera de escritor‖.227 De igual modo Gómez Flores veía a los poetas neófitos
como una avalancha terrible que se avecinaba en la prensa, y debido a que Adolfo O‘Ryan
se propuso defenderlos, Gómez, además de realizar una crítica certera, compuso un poema
lapidario en el que decía:

De novísima invención
hay una casta de pollos
que llena con sus embrollos
á toda la población.
Literatos botarates,
bardos y escritores módicos,
abastecen los periódicos
de chismes y disparates.228

Y tras señalar que con sus poemas quizá encontraran un laurel en el fondo del pesebre, y
que cantaran, pero lejos donde nadie los escuchara, concluía con mayor énfasis:

No. Señor, esto no cuela,


ni á más neófitos me nombres.
¡A su trabajo los hombres!
¡Los muchachos, á la escuela!

226
―Un periódico pequeño‖, ECT, Octubre de 1901, s.n., p. 2 (Las cursivas son mías).
227
―Jorge‖, ―Una plaga social‖, ECT, mayo, viernes 8 de 1891, núm.1789, p. 2.
228
Francisco Gómez Flores, ―Cuestión zenónica, o sea el proceso de los neófitos‖, Humorismo y crítica…,
op. cit., pp. 220-222.
96

Otra sátira la publicó ―Boby‖ en 1892, con el título ―Literatos noveles‖, donde si bien
reconocía unos tenían éxito y otros no, eran iguales por ―su modo de obrar y sobre todo en
el alto concepto que de sí mismo tienen‖. En suma, los representó como numerosos: ―a la
vuelta de la esquina se encuentra Usted con un aspirante a académico‖; como ahítos de
vanidad: ―que porque ha escrito dos o tres articulejos cree que lleva al rey de las orejas‖;
como desdeñosos con la crítica: ―¿Los críticos? Bah! los mira con el más profundo
desprecio, porque son la rémora del adelanto literario‖, y como carentes de sentido común
y, por si fuera poco, aferrados a la imprenta, lo cual era un verdadero peligro: ―¡Lástima
que a invento tan glorioso resultaran unidos, como el molusco a la concha, los literatos
noveles!‖.229 Por su parte, Antonio Prieto llamaría a quienes apenas se internaban por el
sendero de la poesía como ―Byron de mostrador‖ y ―pobrecitos románticos cursis‖, y con
un tono paternal sugirió: ―Pues como yo pudiera, yo les recomendaría á los papás de los
románticos que si éstos, tratados por la vía húmeda no se curaban con duchas escocesas,
recurrieran á la vía seca: nalgada limpia‖.230
Gómez Flores, más enfático aún, ironizaba con el hecho de que los jóvenes
intentaran escribir poesía, pues decía: ―si Dios me concede en su infinita misericordia la
edad de Matusalén, á fines del siglo venidero, cada muchacho que nazca en Sinaloa, nacerá
provisto de su correspondiente cítara‖;231 asimismo aseguraba que en Sinaloa no había
poetas, lo que había eran poetas ramplones, copleros incipientes, vates trasnochados, bardos
ridículos, trovadores de callejuela; y prolongando el comentario de un crítico del periódico
La Libertad, quien recomendó a los poetas que se dedicaran a la agricultura pues no servían
para nada, aquél añadió: ―Pues ya se han dedicado á una industria más productiva: á los
empleos públicos‖.232 Se terminó así por representar al literato como un auténtico buscador
de cargos públicos. Hacia 1902, con gran dosis de sarcasmo ―Apocalíptico‖ escribió un
retrato de Julio G. Arce, parodiándolo a través de un monólogo:

Ahora tengo firmes propósitos: que no me oiga nadie, voy a ser el primer poeta
[…] ¿Quién puede resistir a un hombre que pertenece a la segunda reserva del

229
―Boby‖, ―Los literatos noveles‖, El Occidental, martes 26 de abril de 1892, s. n., p. 2
230
A. Prieto, ECT, Lunes 19 de junio de 1891, núm. 1831, pág. 2.
231
Francisco Gómez Flores, ―Apuntes para la historia (Sacados de un libro inédito)‖, Humorismo y crítica…,
op. cit., p. 49.
232
Ibíd., p. 110.
97

ejército, que tiene la esperanza de una curul, que es redactor, editor y


propietario del periódico de mayor circulación en el país y que es amigo de
Martiniano Carvajal, dispensador de glorias y de sonrojos? Entonces, cuando
llegue a esa meta, cantaré con mi hermosa voz:
Ya soy reservista, ya soy diputado
¿Hay otro poeta cual yo en el Estado?233

Por último, donde se satiriza a los aprendices de literato de una forma radical es en el
artículo ―Yo quiero ser literato‖, el cual fue construido como un diálogo entre un joven y un
veterano, donde el primero es el aspirante y el segundo, un conocedor del oficio. De
entrada, se le representó como un hombre ávido de conquistar fama y dinero, así como el
prestigio que esta ocupación había adquirido ante la sociedad:

-Señor, señor, yo quiero ser literato.


-¿Quién es usted?
-Yo soy un hombre de tantos que quiere alcanzar fama, gloria y fortuna, aunque
dicen que literatos y poetas siempre han sido pobres.
-Ud. se equivoca. Los literatos hoy día son hombres de pró; son como los
tendones de los Gobiernos; los niños mimados de la sociedad; son los
predilectos de las actrices y de las que apenas lo son; y en fin…
-Dispense Ud., y por eso, yo quiero ser literato, vengo á tomar sus sabios y
grandes consejos.234

Después de haber expuesto el escritor experimentado de forma puntual cada uno de los
requisitos, el aspirante a escritor, rendido, dirá:

-¡Qué sé yo de erudición, de flexibilidad de ingenio ni de galas del lenguaje. Yo


quiero ser literato!
-¿Sin ningún requisito ni estudios?
-Sí, señor, como hay muchos!

Este tipo de representaciones, donde los nuevos literatos fueron duramente criticados,
obedeció posiblemente al aumento considerable de profesionistas que emanaban de los
colegios. Aunque no fueron muchos los letrados, es considerable si se compara con la
pequeñez de las ciudades principales, donde estaban las principales fuentes de trabajo: los
periódicos. Además, hay que subrayarlo, durante el Cañedismo los intelectuales tuvieron

233
―Apocalíptico‖, ―En el Olimpo. Julio G. Arce‖, El Popular, jueves 7 de agosto de 1902, núm. 1, p. 1.
234
Un aprendiz, ―Yo quiero ser un literato‖, ECT, op. cit.
98

importante participación, sobre todo porque el general Cañedo no tenía muchos estudios;235
un incremento de escritores, en este sentido, desestabilizaba el establishment y los literatos,
ya consagrados y con posiciones importantes, los vieron como un peligro que debía ser
atajado.

3.3 El bohemio converso: de maldito a pontífice

En la época finisecular sinaloense la representación del bohemio sufrió una brusca y radical
metamorfosis, como sucedió posiblemente igual en otros lugares de la provincia de
Hispanoamérica. De ser una figura de la contracultura del mundo cosmopolita de París
―catedral de la cultura occidental―,236 los literatos de las pequeñas ciudades de Mazatlán
y Culiacán se la apropiaron de un modo peculiar: le quitaron su carga negativa y la
erigieron como la imagen idílica del artista o del poeta: un trabajador de la belleza, un
moralista, un pontífice de la virtud.
Poetas y artistas franceses, es cierto, se habían apropiado de la cultura gitana (de la
región Bohéme) para protestar contra la sociedad burguesa y sedentaria: el viaje, la escasez
de bienes y vivir de la música o del arte del timo, los inspirarían para configurar su propia
representación. La imagen del bohemio en la literatura francesa fue homogénea: se trató de
un hombre mísero, con libertad absoluta, vicioso y de mala reputación, pero sobre todo su
vida la consagraba al arte y a la belleza, únicas virtudes en las que creía. Un poema de
Maurice Rollinat, poeta considerado como el iniciador del decadentismo y autor del
poemario Les néuroses (1883), expresa con exactitud los rasgos identitarios de esta figura:

Aterido fantasma en pútridos harapos,


residuo de residuos y de los pecios, pecio,
a los perros espanto con mi aire funesto.

Soy horrible, reseco, renqueante y torcido,


pero me burlo aún al pensar que me queda

235
Félix Brito lo ha señalado: ―No se tiene conocimiento del nivel de estudios alcanzado por Cañedo, pero es
lógico suponer que fueron escasos y que no rebasaron los primarios‖, op. cit., p. 31.
236
Según el romántico Henri Murger, primero en emplear el término, la bohemia no era posible sino en París;
asimismo, Giacomo Puccini retomaría su obra para realizar el libreto de ―La Bohème‖. Acerca del prestigio
de la cultura de París, vid. Jacques Dugast, ―El prestigio de París en Europa‖, en La vida cultural en Europa
entre los siglos XIX y XX, Madrid, Paidós, 2003, p. 81.
99

un orgullo tan grande como la eternidad.237

Asimismo, la figura textual tuvo una correspondencia plena con la vida social de los
artistas. Les poetes maudits fue un término acuñado por Verlaine en 1888 para designar a
poetas cuya juventud sin freno los volvió antisociales, además de su sino trágico.238 Esta
pléyade de poetas malditos ―a la que otros más se agregarían― transgredió la moral de la
época, y encarnaron el mundo marginal de la Literatura. Las representaciones del bohemio
en el transcurso del siglo XIX tuvieron su expresión más acabada en el personaje Duc
Floressas des Esseintes, protagonista de la novela Al Revés de Joris Karl Huysmans (París,
1848-1907). Este personaje, ante el proceso industrial, se volvía al arte y sobre sí mismo
para convertirse en un esteta cerebral; asimismo, su abulia le impedía participar en
cualquier actividad; su pesimismo crónico lo hundía en la melancolía y el hastío; ante el
supuesto progreso, su actitud estética se volvió superrefinada, exquisita, alejada de lo
vulgar, teniendo como credo la belleza y el arte.
Asimismo, vidas y obras de los bohemios se volvieron una meta ideal en la cultura
occidental. De hecho, puede decirse que la imagen construyó una realidad.239 En la ciudad
de México algunos poetas se asumirían como bohemios: los modernistas, tachados de
decadentes, departieron en cantinas, consumían droga, además de alcohol. Heriberto Frías,
refiriéndose a su relación con redactores y escritores de la célebre Revista Moderna, aunque
sin dar nombres, representó en su novela Miserias de México las tertulias en ―cantinas
elegantes‖ donde el periodista Miguel Mercado llegó a departir con ―poetas patricios,
artistas de cartel, empleados de la Secretaría de Instrucción Pública, la corte de un
millonario fronterizo‖.240 Según Sandoval, este último era Jesús E. Luján Gutiérrez,
chihuahuense que patrocinó la revista; otro personaje era Bernardo Couto Castillo, ―un
237
Maurice Rollinat, ―Un bohemio‖, Poesía simbolista francesa, (Intr., Comp., trad. y notas de Luis de
Villena), Madrid, Gredos, 2005, p. 74. Vid. también ―Mi bohemia‖, poema de Arthur Rimbaud donde expresa:
―Andaba por ahí, los puños en los bolsillos rotos;/ y hasta mi abrigo se volvía ideal;/ andaba bajo el cielo,
Musa, y te era leal;/ con cuántos espléndidos amores te soñaba‖, ibíd., p. 67.
238
Estos poetas eran Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Auguste Villiers de L‘isle-Adam, Marceline
Desbordes-Valmore, Stéphane Mallarmé y Pauvre Lelian (anagrama de Paul Verlaine).
239
De Prada, en su documentada novela histórica Desgarrados y excéntricos, relata la manera en que quince
poetas españoles de fines del XIX, sin ser geniales o talentosos, tuvieron vidas de leyenda –eran alcohólicos y
miserables- al luchar contra el desdén de escritores como Unamuno o Valle-Inclán. Vid. Juan Manuel de
Prada, Desgarrados y excéntricos, Madrid, Seix Barral, 2001.
240
Heriberto Frías, El Triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), continuación de Tomóchic, Miserias de México,
Introducción de Adriana Sandoval, México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 2004, pp. 236. Primera
edición de Miserias de México, Andrés Botas y Miguel Editores, 1916.
100

precoz y gentil adolescente que había tenido la desgracia de apropiarse en pleno París los
vicios parisienses, y que al paso que iba entre ajenjo, éter y morfina‖ daría fin a su
existencia; había ahí también ―un simpático joven pintor de enorme talento‖, que era Julio
Ruelas, quien pintaba siluetas de delirium tremens; en tanto que el ―atolondrado y
magnánimo poeta, rico un tiempo y adulado también por una corte de artistas‖ podría ser
Jesús Valenzuela; y finalmente, había un ―morfinómano cuyas estrofas nadie entendía‖. En
alusión a sí mismo, Mercado señalaba a través de una prosa cargada de adjetivos que buscó
la fidelidad del realismo:

Solíanle invitar un vaso de cerveza que él tomaba en silencio, en actitud


ambigua, que unos declaraban altiva y otros humildísima, oyendo discutir y
mofarse a los demás que le miraban con un desdén infinito de pontífices, pero
con cierta benevolencia. El enfermo bohemio encontraba vil consuelo al
comprender que todos aquellos estaban profundamente gastados, por la crápula
nocturna, que todos eran alcohólicos, también, y eterómanos y extravagantes y
miserables como él.241

Vida social y figura textual en la ciudad de México, en suma, fueron semejantes a las
parisinas. Muñoz Fernández ha señalado, acerca de lo primero, que los modernistas ―Todos
eran jóvenes, impulsivos, vanidosos y algunos de ellos fuera de contexto‖ pues, en efecto,
abrevaron de ―toda aquella generación francesa tan dada al escándalo y a las vivencias
atormentadas‖.242 Acerca de lo segundo, los atributos corresponden al del personaje
decadente: artistas viciosos, miserables, desgastados física y moralmente. El periodista
Guillermo Aguirre Fierro describió en su poema ―El brindis del bohemio‖ la atmósfera
urbana de estos escritores marginales: ―En torno de una mesa de cantina/ una noche de
invierno,/ regocijadamente departían/ seis alegres bohemios‖. En resumen, las vivencias se
volvieron también poéticas; el estilo de vida fue también apropiado, pues los poetas
mexicanos no sólo estuvieron atentos a la escritura de la poesía francesa, sino también a las
prácticas ordinarias de un grupo social que marcó su existencia a partir de vivir desde la
heterodoxia, en donde la morfina y el ajenjo ―llamada ésta ―bebida de Musset‖―
emergieron como símbolos de la inspiración o forma iniciática del arte, pero también como
símbolos de la decadencia moral y como preludio del fin de un periodo histórico.
241
Heriberto Frías, op. cit., pp. 236-237.
242
Ángel Muñoz Fernández, ―Bernardo Couto Castillo‖, en La República de las Letras. Asomos a la cultura
escrita del México decimonónico, Vol. III, op. cit., pp. 600-601.
101

En lo que respecta a los bohemios sinaloenses, si bien es verdad que José Juan
Tablada confesó que fue en Mazatlán donde se dedicó ―a volar‖, y que fue él quien le
reveló ―a la jeunesse dorée del puerto […] el secreto de las fresas al éter y del coctel
suave‖,243 se desconoce quiénes fueron los poetas sinaloenses que escribieron bajo los
influjos de los ―paraísos artificiales‖, como Baudelaire llamara a los alcoholes y a las
drogas. Por desgracia, no hay información acerca de esos poetas o aspirantes a serlo. Lo
cierto es que la representación del bohemio, al ser resemantizada en el Cañedismo, se
convirtió en una ortodoxia: la del ―buen‖ bohemio; en cambio, la vida social al modo
decadente no tuvo ninguna expresión, pues si bien hubo una cantina a la que Julio G. Arce
concurría junto con otros funcionarios del gobierno estatal, en general el vicio del alcohol
fue severamente censurado. Esto no obstó, sin embargo, para que los literatos se
representaran como bohemios, aunque se trató de una figura bastante peculiar.
En las páginas de la literatura sinaloense la figura del bohemio fue caracterizada
como la de un hombre soñador que trabajaba con las palabras de manera afanosa y
abnegada para producir belleza. El bohemio, antes miserable y sufriente, fue proyectado
como un hombre virtuoso, pulcro y de altos ideales. Lo que había sido malditismo y
contracultural en la poesía francesa, en la literatura sinaloense se subvirtió y fue sacralizado
por los adeptos del credo positivista. Sin embargo, esta conversión atípica fue un resultado
de factores políticos y económicos, así como de la justificación misma que hicieran
intelectuales franceses. En efecto, una de las excusas para apropiarse de esta imagen y
transfigurarla, la tuvieron en un artículo del periodista Maurice Talmeyr, reproducido por
El Correo de la Tarde con el título de ―La Bohemia‖, en 1897. Para estas fechas Talmeyr
ya era autor de Les possedés de la morphiné, una obra reaccionaria que calificó a dicha
droga como el nuevo opio y como una plaga que causaba daños físicos y morales. Bajo su
singular óptica, Talmeyr decía:

Lo que ha cambiado más notablemente, es la posición pecuniaria del Bohemio,


quien para serlo perfecto debía tener siempre el bolsillo vacío. El romance y la
pintura se han convertido hoy en capitales y es de celebrarse mientras no

243
José Juan Tablada, La feria de la vida, México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 1992, pp. 289-290.
Citado por Adriana Sandoval, en Heriberto Frías, op. cit., p. 24.
102

contribuya á influir sobre la libertad de inspiración, la independencia artística de


esos amantes de lo bello, de lo nuevo, de lo imprevisto.244

Lo que el periodista constataba es que, en efecto, el capitalismo había operado un cambio


radical en la forma de percibir el arte: si los creadores lo imaginaron sin un fin utilitario (―el
arte por el arte‖), la burguesía pronto le otorgó una forma de consumo suntuario al
considerarlo como de buen gusto, una forma de refinamiento y por ende, de distinción. Se
comprende entonces que el periodista francés, en lugar de condenar al artista bohemio,
celebrara el hecho de que su economía hubiera mejorado. Así pues, la fundación de la
revista Bohemia Sinaloense, efectuada en septiembre de 1897 concentra la asimilación de la
otrora figura decadente dentro de una ideología positivista y aún romántica. Ahí, en la
primera página de dicha revista, su director Julio G. Arce pontificaba desde las sagradas
aras del Arte:

La BOHEMIA SINALOENSE surge al fín del mundo de los sueños, para


convertirse en una realidad halagadora.
[…]
Aquí está la ―Bohemia,‖ donde un grupo de soñadores, viene á desplegar
sus energías, á cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo y á recibir con
la aprobación del público ilustrado, nuevos bríos y entusiasmos nuevos.
[…]
Queremos que nuestra ―Bohemia,‖ sea un lazo de unión entre los
escritores sinaloenses que, sin rencillas, sin odios, sin orgullos, luchen por la
misma causa: el adelanto intelectual de Sinaloa.
[…]
Pasad, pues, paladines de la idea, soñadores! Somos vuestros heraldos.‫ר‬
Ya el rojo cortinaje, el elegante portier se ha descorrido. En el regio salón os
esperan, ansiosas de aplaudiros, las rubias beldades, inspiradoras de vuestros
cantos.
Poetas, soñadores: pasad!245

La convocatoria, al mismo tiempo que contiene una orientación programática, expone la


nueva representación del bohemio. Frente al deseo de unir a los escritores, cuyas
confrontaciones eran frecuentes, Arce trazó los caracteres de esta nueva figura: éste era
ahora el intelectual que, enmarcado en la filosofía positivista del progreso, debía luchar por
244
Maurice Talmeyr, ―La Bohemia‖, ECT, miércoles 13 de octubre de 1897, núm. 3,978, p. 1 Vid. Maurice
Talmeyr, Les possédés de la morphine, E. Plon, París, 1892; en http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/
bpt6k62841g.image.f13.pagination [Consultado el 16 de diciembre de 2009].
245
Julio G. Arce, ―Proemio‖, BS, septiembre 15 de 1897, Núm. 1, T. I, Culiacán, Imprenta de Faustino Díaz,
p. 1.
103

el ―adelanto intelectual de Sinaloa‖. En la perspectiva de Arce, al expresar que un ―grupo


de soñadores […] viene á cultivar su inteligencia, con el estudio y el ejemplo‖, el bohemio
aparece como un hombre ilustrado y soñador, preocupado por la evolución social de su
entidad. Asimismo, el otrora ser marginal que vivía siempre en la periferia, en la calle o en
la cantina de mala muerte, ahora era transportado al centro, al escenario de un salón
elegante donde el bohemio pasaba a interpretar un papel, es decir, se volvió un actor: en un
―representador‖ del otro bohemio. Se construyó así una imagen sublimada. Asimismo, una
visión de conjunto del contenido de la revista demuestra que el epíteto bohemio fue
sinónimo de literato. Dicha representación, como ya se ha dicho, obedeció a razones
políticas y, más ampliamente, a motivaciones sociales y económicas, pues dotar con una
nueva investidura al poeta ―la del hombre ―errante‖, ―vagabundo‖―, significaba darle un
extraño prestigio a la práctica escritural. Se era bohemio, y por lo tanto se adquiría un rango
cosmopolita; por eso esta representación debía ser elegante, para poder aspirar a un estatus
social más elevado, como sucedía con la representación general del literato. Resulta
explicable entonces que en Sinaloa ―una entidad jalonada por el comercio― la
representación del bohemio fuera también trastocada.
Sería el propio Julio G. Arce quien, al trazar el proyecto de un libro que se titularía
Los Bohemios, quien develó los rasgos peculiares de esta figura. Arce publicó una serie de
―apuntes‖ en los que delineó los perfiles singulares de Cecilia Zadi, Ángel Beltrán y
Esteban Flores. Se tiene que, de forma inédita en las letras sinaloenses y acaso mexicanas,
una mujer ―se trataba de la señora Haydée Escobar de Félix Díaz― fue calificada como
una ―bohemia‖. Cecilia Zadí era una poetisa, y su condición de mujer fue lo que imperó en
la valoración de su obra:

Hay en los versos de Cecilia, algo que en vano trataríamos de explicar: tienen tal
colorido, están saturados de tal manera de cariño que parece, que un ángel
invisible, —el ángel del hogar,— ha vertido en ellos todas sus ternezas.
[…]
No pertenece Cecilia á esa pléyade de vates gemebundos, que caminan
con el alma llena de amarguras y que lloran en variedad de metros, supuestos
desdenes. Su musa tampoco ha rodado por esa pendiente de la poesía
decadentista que aunque produce verdaderas orfebrerías, aunque seduce por la
104

forma no es sino la expresión de uno de los caprichos de la moda, que no pára


mientes en invadir un terreno que le debía estar vedado.246

El segundo párrafo son dos oraciones adversativas que acentúan, por antítesis, aquello que
la poetisa sí era: no era una decadentista, sino una romántica genuina, pues sus versos más
sentidos ―son plegarias, no quejas‖, y añadía: ―A través de sus cantos parecen aletear, las
ilusiones infantiles: tienen esos versos, algo del perfume de un hogar risueño santificado
por la virtud!‖. Sin apartarse un ápice del patrón axiológico de considerar a la mujer como
el ángel del hogar,247 el crítico la situó ―por un momento― en una condición de igualdad
con el hombre, pues de forma inusual le confirió el mismo estatus al decir: ―lleva sobre sus
sienes la aureola luminosa del génio […] con su ilustración y talento dá honra y préz a las
letras sinaloenses‖, aunque enseguida la calificó como ―el ornamento principal de nuestra
Bohemia‖ (retornó a la ponderación de la mujer-objeto). Acerca de la obra de Esteban
Flores y Ángel Beltrán, el director de la Bohemia Sinaloense elogió y designó a ambos
como ―soñadores‖; acerca de la obra de Beltrán, señaló: ―Su inspiración ardiente, la
facilidad para concebir, su estilo delicado y sencillo, le valieron bien pronto un lugar
distinguido en el mundo de las letras‖.248 En términos más o menos similares se refirió a
Flores, pues de éste dijo que en El Correo de la Tarde ―deja allí los productos de su genio
fecundo‖ y también ―Esteban es artista, viste las ideas con clámides hermosísimas, en sus
Crónicas siempre hay algo nuevo, algo bello que admirar‖.249 Lo que prevalece en esta
figura del bohemio ofrecida por Arce es, pues, la dedicación a la escritura, el idealismo, la
búsqueda y consecución de la belleza y, sobre todo lo anterior o como resultado de ello, el
prestigio otorgado a Sinaloa con la práctica de la escritura. El estado sinaloense, tierra
lejana del centro cultural del país, tenía también a sus bohemios.
Y es que si algo se habían propuesto los literatos de Sinaloa era, justamente, darle
prestigio al estado. Que su nombre sonara por lo menos, como había dicho Gómez Flores,
―con decoro y crédito‖. Y para ello laboraban, que era también laborar para sí mismos. No

246
Julio G. Arce, ―Los Bohemios (Apuntes para un libro), I Cecilia Zadi‖, BS, diciembre 1 de 1897, núm. 6,
p. 42.
247
Vid. Lilia Granillo Vázquez y Esther Hernández Palacios, ―De reinas del hogar y de la patria a escritoras
profesionales. La edad de oro de las poetisas mexicanas‖, en La República de las Letras. Asomos a la cultura
escrita del México decimonónico, Vol. I, op. cit., pp. 121-152.
248
Julio G. Arce, ―Los Bohemios (Apuntes para un libro), II. Ángel Beltrán‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p.
58.
249
Ibíd., ―III. Esteban Flores‖, BS, 15 de febrero de 1898, núm. 11, p. 83.
105

es casual, pues, que el bohemio fuera representado como un trabajador de la palabra y el


intelecto. Estas virtudes aparecen con mayor claridad en ―La Tienda de los Bohemios‖,
título con el que Pedro R. Zavala aludió a la revista, dándole una triple significación, pues
es una tienda que ―es taller, que es bazar y que es basílica‖. A finales del XIX, una tienda
era un pabellón levantado sobre el campo que era usado para aposentamiento; Zavala
seguía así en la lógica de considerar a los poetas como vagabundos que habían encontrado
un sitio seguro para alojarse. Sin embargo, ésta era un albergue peculiar, pues servía para
laborar:

La tienda es taller…
Allá, entre fulgores de fragua, Jorge Ulica con su cabeza hirsuta, está
cincelando, porque es un Benvenuto. Graba medallones antiguos, monta ricas
pedrerías en los pomos de las dagas medio-evales y funde estatuas en bronce.
Más allá, Medina, en un trágico sacudimiento de melena, espolvorea en el
polvo de la tarde, el polvo blanco de los mármoles pulidos.
Y á veces, por el taller de los cíclopes, por la incendiada pompa vulcánea,
atraviesas, con toda la osadía de las cosas bellas, coronada de mirthos y
azucenas y pulsando tu lira, donde has puesto todos los nidos!...250

Se trata, como es notorio, de un taller de escultores. La referencia extratextual de Cellini


―figura por antonomasia de la perfección escultórica― fue para dotar de prestigio el oficio
de estos poetas; detrás de esta descripción coexistió la identificación de los literatos con la
tendencia estilística parnasiana, de ahí que se mencionen objetos como espadas, estatuas y
mármoles; realizando así un deslinde de las otras tendencias modernistas que habían sido
censuradas. Posteriormente, añadía Pedro R. Zavala, la tienda servía para exponer los
trabajos esculpidos, exhibirlos y así venderlos, es decir que, quienes los adquirían, eran los
hombres ilustrados, pertenecientes estos en su mayoría a la alta sociedad, única clase capaz
de apreciar el Arte:

La tienda es bazar…
Allí están los bronces de Ulica, los mármoles de Medina, las raras
porcelanas de Rocha y Chabre y las delicadas orfebrerías de Esteban Flores y
Eduardo J. Correa.
Allí están las mayólicas de Tablada; los copones deslumbrantes, las
custodias resplandecientes del místico Nervo!...251

250
Pedro R. Zavala, ―La Tienda de los Bohemios‖, BS, enero 16 de 1899, núm. 24, p. 186.
251
Ídem.
106

Un último sentido, el más alto a nuestro juicio, es el de la sacralización del bohemio. Ya se


ha dicho, antes marginal, ahora el espacio donde se desplazaba era el templo; el poeta
maldito, aquel que se había rebelado contra la sociedad puritana, había sido finalmente
convertido por esa misma sociedad:

La tienda es basílica…
Allí se rinde culto al Dios Arte y se venera La Belleza-madona de ojos
cual luceros.
Allí oficia un apóstol: Peláez.
Y medita un filósofo: el Dr. Paliza.
Allí resuena el gran coro de los troveros modernos.
Allí oran las monjas de albas tocas: Cecilia Zadí que es la priora; Omega,
que es profesa y tú [Teresa Villa], que eres novicia.252

Esta última descripción contiene elementos que señalan una jerarquía dentro del grupo
social de los literatos, retomada del orden religioso: Gabriel F. Peláez era el apóstol, el
mensajero o evangelista de la poesía: el poeta mayor; de manera extraña, hay un filósofo,
que resultaba ser el Dr. Ruperto L. Paliza, acaso el reconocimiento devenía por su labor
magisterial y por dirigir al Colegio ―Rosales‖; los demás poetas eran ―el coro‖ y, en menor
rango, estaban las ―monjas‖ que, incluso, también estaban divididas en grados: la priora, la
profesa y la novicia. La apropiación de un orden religioso elevó a la poesía mundana a la
región de lo sagrado. Ahora el término tsigane, forma gala de referirse a los gitanos,
adquiría prestigio: ―Oh, hermanos tsiganes, si pudiera seguir con vosotros la misma
bandera, con qué placer emprendería la jornada por las polvorosas carreteras inundadas de
sol!‖, concluía Zavala.
Precisamente, la ―priora‖ Cecilia Zadí, había construido una alegoría sobre la
bohemia. La autora habla, en uno de sus relatos, de una joven nacida en cualquier parte: su
Patria era la tierra, toda la tierra‖, quien era acompañada de ―triángulos y tamboriles‖; ella
tiene un amante, Erim, a quien le revela que quiere ser reina, por lo que ―La bohemia se
alejó seguida por los gitanos‖. En efecto, ella conoce a un sultán, quien le regala tesoros
que no logran satisfacerla. La bohemia anhelaba el infinito, por lo que le revela al sultán
que tiene un amante, Erim, conquistando así su libertad. El relato concluye diciendo que

252
Ídem.
107

Erim y la bohemia se unieron, consiguiendo la felicidad: ―Y el sultán? El sultán era la


realidad, Erim la ilusión y la bohemia la juventud‖.253 Como orientador de lectura, Zadí
puso como epígrafe unos versos de André Chénier, que expresan: ―Mora en mi blando seno
fecunda ilusión/ en vano de una cárcel los muros me detienen/ Dame alas la esperanza […]
De este camino hermoso lejos estoy del fin‖; versos que fueron retomados del poema La
joven cautiva, escrito por Chénier en la prisión antes de ser guillotinado en 1794 en la
época del terror de la Revolución francesa. Pero, ¿por qué Zadí usó esos versos del francés?
Justamente, en la parte final del relato se descubre el significado que Zadí le daba a la
bohemia: un apartarse de la realidad, y un entregarse a la ensoñación; por lo que a la
libertad que Chénier le concedió a la poesía, como una protesta política, Zadí edulcoró esa
protesta, despojándola de su sentido original; de este modo, bajo un estilo modernista a la
Rubén Darío (pues recurrió a elementos orientales), la representación del bohemio hecha
por Zadí, así como otros literatos durante el Cañedismo, fue sublimada.
Si el decadentismo francés trazó sin tapujos la cruda realidad, los poetas sinaloenses
evitaron esa forma de escribir y, en cambio, procuraron cantar sólo a lo bello e idílico que
toda ensoñación podía producir. En gran medida el régimen represivo en el que vivían
contribuyó a que la autocensura regulara y transfigurara este tipo de representaciones. Otra
muestra de la autocensura se encuentra en el hecho de que los autores hicieron uso de
títulos que servían como indicadores de que lo escrito no era ―real‖. Un ejemplo sobre esto
último, el mazatleco Esteban Flores le dedicó a Julio G. Arce un poema titulado
―Incoherencias‖, como para dejar constancia de que era una divagación y no un poema
pensado de manera consciente; sin embargo, en dicho texto el poeta expresa con claridad:

¿Combatir?... ¿Para qué? Soy un vencido


Y sólo quiero calma:
A la sima he caído
Y está triste mi alma.

Del reino azul de la ilusión, proscrito,


La fé me niega sus fulgores mágicos
Y un hastío infinito
Prende en mi vida sus crespones trágicos.254

253
Cecilia Zadí, ―Bohemia‖, BS, octubre 1 de 1897, núm. 2, pp. 9-10.
254
Esteban Flores, ―Incoherencias‖, BS, 15 de julio de 1898, núm. 19, p. 146.
108

Y es que para los poetas sinaloenses, viviendo en un régimen autoritario y una sociedad
moralista, sumamente católica, fue bastante problemático representar al bohemio decadente
sin poner en riesgo su propia reputación y prestigio alcanzados por el manejo del saber.
Cecilia Zadí, ferviente lectora del romanticismo, escribió el poema ―Grito bohemio‖ donde
la figura, si bien es un ser desgraciado, es puro sentimiento. Se trata de un personaje
abatido por la tristeza, un espíritu maldito cuyas imposibilidades eran:

Hay almas que nacieron


con tan aciago sino
que nunca en su camino
hallaron una flor.

[…]

Labios que nunca apuraron


el adorado vaso
en donde guarda acaso
sus mieles el placer.255

Como es evidente, la figura del bohemio, que ya había sido transformada de raíz, sufrió otra
modificación: pues de ser la del hombre sin casa, miserable e idealista, se fusionó con los
resabios románticos que aún había en poesía española. Otro resultado de esta imbricación
fue la figura híbrida del amante-nómada, el que no encuentra hogar; así, Enrique González
Martínez, poeta que vivió y escribió su obra inicial en Sinaloa, expresaría ―en versos
octosílabos, métrica de las canciones populares, pues era un ―trovador‖―, lo siguiente:

Fatigado, jadeante,
En busca de asilo y calma,
Al castillo de tu alma
Llamé, trovador errante;
Se abrió tu puerta al instante,
Entré sañudo y sombrío
¿Por qué al mirarte, bien mío,
Latió pujante y despierto
Mi corazón, casi yerto
De dolor, cansancio y frío?256

255
Cecilia Zadí, ―Grito bohemio‖, ECT, noviembre 17 de 1901, núm. 154, pp. 1-2.
256
Enrique González Martínez, ―Trova‖, Preludios, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de Miguel Retes y
cía. sucs., 1903, pág. 47; en Poesía I, México, El Colegio Nacional, 1995.
109

A esta figura apeló Francisco Medina, por cierto, cuando proyectó la escritura de un poema
que se titularía ―El Bohemio‖, pues perfiló sus rasgos netamente románticos:

¡El Bohemio!
Diré de una vez que no aplico el nombre gratuitamente.
Me refiero al ser que, enguantado o haraposo, se desliga por necesidad interna,
de todos los acomodamientos sublunares; que huye, poseído de hastío profundo
de todas las bajezas miserables que se revuelcan en la prosa de la vida, y llevan
en la mente, como don de Dios, un azul infinito, y en el corazón, una rosa blanca
del amor; que vive sólo para la existencia pura del sentimiento inmaculado y del
pensamiento límpido, existencia que forma un ambiente incorruptible, donde la
idea es algo como una gema imponderable, sin precio, y todo ideal es una
belleza que se impone a toda adoración.257

Si bien reniega del confort, el de Medina es también un bohemio sublimado: crédulo aún de
la belleza y no, como el de Rimbaud, que la sintió amarga; creyente de la pureza del amor
(―una rosa blanca‖) y totalmente idealista (la idea ―como una gema‖). En conclusión,
adherirse a esta otra representación, asumirse como tal, obedeció a una forma de envestirse
como literatos modernos, exquisitos y sensibles a la mirada de la sociedad.

257
Francisco Medina, ―Hebdomadarias‖, MEF, 23 de noviembre de 1907.
110

Comprendió México eso:


y rompiendo su pasado,
háse también embarcado
en la nave del progreso.

Pedro Victoria,
―La Instrucción‖, 1889

Contemplas en derredor todo sombrío


Cuando ves que del mundo en el desierto
No encuentro una esperanza… ¡Padre mío!
Soy el bajel y he de buscar el puerto!

Francisco Medina,
―XXXII. A mi padre‖, 1897.
111

4. Símbolos y figuras antitéticas en la literatura

4.1 Héroes patrios: los precursores del progreso

Los hijos que de la patria


el progreso representan.

Cecilia Zadí, Estrofas, 1898

Como en el resto del país, la literatura en Sinaloa en este periodo de estudio tematizó
sucesos y personajes históricos, particularmente los de la Independencia y algunos
relacionados con la historia regional. En términos generales retomaron a los protagonistas
del relato nacional que había empezado a construirse en el centro, como Miguel Hidalgo,
Morelos, Aldama, Allende, entre otros, ya canonizados en la obra de México a través de los
siglos, en cuyas descripciones se va perfilando un personaje heroico, guerrero, que
combatió a los extranjeros con arrojo, que, como auténticos redentores, ofrendaron su vida
para otorgarle al pueblo patria y libertad. Aunque Gómez Flores criticó con dureza las
ceremonias cívicas donde sólo participaban los funcionarios y se quemaban ―media docena
de cohetes, diciendo cuatro frases de estampilla en la tribuna‖, decía que los literatos debían
aprovechar el tiempo de paz para glorificar a ―nuestros héroes inmortales y […] vuestras
sublimes hazañas‖.258 De esta manera, la literatura que se escribió tuvo el propósito de
educar a la nación para transmitir valores patrios, reafirmar el nacionalismo y crear una
cohesión social. Así pues, los escritores sinaloenses de la vieja guardia, y sólo algunos
jóvenes, fueron quienes llevaron a cabo esa tarea que Ignacio Manuel Altamirano, después
de 1867, se había propuesto.
Por ejemplo, en el poema ―Evocación a los héroes de la Independencia mexicana‖,
que Ángel Beltrán declamó en el Teatro Rubio de Mazatlán un 16 de septiembre de 1887,
describe como redentores del pueblo mexicano a Mina, Morelos, Abasolo e Hidalgo, cuya
misión de liberar a la patria estaba predestinada: ―Estaba escrito, sí; también lo estaba/ que
fin tuviera el atentado inmundo‖; es decir, como si la divinidad actuara en el destino de este

258
Francisco Gómez Flores, ―Romancero de la Guerra de Independencia‖, Bocetos literarios, op. cit., pp. 98-
99.
112

país, como si se tratase del pueblo elegido. También en el poema Hidalgo, en la visión de
Beltrán, éste era el Cristo capaz de resucitar a Lázaro, metáfora con la que aludía al pueblo
de México: ―exhumando un pueblo de la tumba/ le rasga luego el fúnebre sudario‖, sin
importarle, añadía, que con ello preparaba su propio martirio, la crucifixión: ―¡El
suplicio!... ¡ay! Hidalgo conocía/ que a veces el patíbulo redime‖. Una figura semejante
encontramos en la representación de Agustina Ramírez de José Ferrel, mujer mocoritense a
quien le mataron doce de sus trece hijos en la guerra contra la intervención francesa,
afirmaba que su misión había sido divina: ―Los redentores olvidan y hasta inmolan á la
familia, por la patria y la humanidad. Jesús cuando se siente inspirado ya no duda que es el
propagador de la doctrina salvadora [se entrega] por la familia universal‖.259
La literatura nacionalista, iniciada por la generación de Altamirano, fue reafirmada
por los literatos sinaloenses del Porfiriato quienes representaron esta época como
políticamente estable, de pasiones apaciguadas. Sin embargo, la recreación de sucesos y
personajes sirvió, en otra instancia, para legitimar al régimen porfiriano al presentarlos
como precursores de un régimen estable y progresista.
Beltrán, en su evocación de los héroes, reconocía que el país vivía ya en un periodo
de paz, pues le decía ―al pueblo‖ mexicano: ―En medio de la paz que te rodea,/ recuerda la
fructífera Odisea/ que su prólogo tuvo allá en Dolores‖.260 Asimismo, dicha paz se
representó como la posibilidad de instaurar el progreso en sus diversos sentidos, por aquello
que, según Gómez Flores, Hidalgo había luchado: ―la emancipación física, moral e
intelectual del pueblo‖.261 Como fue común en la época, el comercio —sobre todo el
practicado por los extranjeros— significó la vía para lograr el desarrollo de la nación. Estos
tópicos se encuentran concentrados en un poema de Cecilia Zadí, con el que conmemoró
también la Independencia mexicana, y donde señaló que los héroes representaban al
progreso, pues habían permitido que el comercio floreciera de una costa mexicana a otra,
del Golfo de México al Océano Pacífico:

Hoy nuestro suelo al comercio

259
José Ferrel, ―Agustina Ramírez‖, ECT, Lunes 4 de mayo de 1891, núm. 1785, p. 1.
260
Ángel Beltrán, ―Evocación a los héroes de la Independencia mexicana‖, en Martha Lilia Bonilla Zazueta
(Comp.), La Bella Época de la literatura sinaloense, Culiacán, Imprenta Once Ríos Editores, 2000, pp. 120-
123.
261
Francisco Gómez Flores, ―Dos palabras‖, Narraciones y caprichos…, op. cit., pp. 2-4.
113

de los países extraños,


bajo seguro gobierno
ábre generoso campo;
y México no es ya nombre
de esclavitud ni de atraso:
¡qué libre, feliz, glorioso;
por el órbe saludada
sobre dos mares ondea
nuestra enseña sacrosanta!262

Según nuestra recopilación de documentos literarios, el episodio más recreado por los
literatos sinaloenses bajo la misma tónica que el de Independencia, y para dar la razón con
ello de que el país estaba sosegado y encaminado hacia el progreso, fue el fin del Segundo
Imperio (1863-1867), que había sido encabezado por Maximiliano de Habsburgo. De este
episodio de la historia más o menos reciente, dos pasajes fueron los más descritos y
poetizados por los literatos: la exaltación del Gral. Mariano Escobedo, quien logró la
rendición de Maximiliano I, en la ciudad de Querétaro el 15 de mayo de 1867 y la batalla
de San Pedro, en 1864, cuando el Gral. Antonio Rosales rindió a las tropas francesas el 22
de diciembre en las cercanías de Culiacán.
La figura de héroe, construida en torno al Gral. Mariano Escobedo en la literatura,
está situada en un contexto singular: a finales de marzo de 1898 el general estuvo en
Culiacán debido a que el Congreso Local lo nombró ―ciudadano sinaloense‖, en
reconocimiento a la ayuda que prestó a los damnificados por un huracán que azotó la zona
centro de Sinaloa en 1896. En su breve estancia, los literatos le tributaron aplausos,
pronunciaron discursos y declamaron poemas en su honor. En estos textos, la figura del
héroe adquirió rasgos sobrehumanos; fue divinizado. La gloria fue su aura, sus sienes las
ciñeron laureles o palmas, himnos le fueron prodigados: ―Troca la negra penumbra/ en
meteoro que abrillanta‖, decía el poema ―A Escobedo‖; y otro, ―Al héroe de San Jacinto‖,
decía: ―tras el himno triunfador/ y la hazaña portentosa,/ tu alma, siempre generosa/; tuvo
otra gloria mejor‖; y ―A Escobedo‖: ―son las palmas cortadas para tu frente‖.263
―La tierra sinaloense se ha estremecido de júbilo a vuestro paso y las encrespadas
olas del Golfo de Cortés, rumorosas y sentidas, cantando están vuestra apoteosis‖, expresó

262
Cecilia Zadí, ―Estrofas‖, BS, 18 de septiembre de 1898, núm. 21, pp. 164-166.
263
―A Escobedo‖ (El Monitor Sinaloense); ―Al héroe de San Jacinto‖, (Bohemia Sinaloense); ―A Escobedo‖
(La prensa), ECT, miércoles 13 de abril de 1898, n. 4146, p. 4.
114

Julio G. Arce, en nombre de la sociedad ―Artesanos Hidalgo‖. 264 Para Arce, el heroísmo de
Escobedo no tenía límites, e hiperbólicamente decía: ―Nuestros bosques darán laureles para
alfombrar vuestro camino y esculpiremos en perennes bronces, vuestras magníficas
hazañas‖. Más allá de los elementos retóricos, propios de una oratoria ampulosa, Arce
señaló un hecho que para la ideología del régimen era esencial: los héroes habían luchado
para que México gozara de la situación de bienestar y paz, como la que se vivía. Sus
batallas y sacrificios había sido necesarios para conquistar el progreso con gobernantes
―probos é ilustrados‖, como los de su tiempo:

Hoy que todo explende; que la Paz ha derramado sus beneficios en la inmensa
extensión de nuestro territorio, que tenemos gobernantes probos é ilustrados que
nos conducen al engrandecimiento, y que en toda la República, es República que
defendió vuestro brazo, se escucha el gigante himno de los talleres, las
sociedades obreras os acogen con júbilo: es el homenaje de los hijos del trabajo
al hijo de la Gloria!265

Situación similar fue descrita por Verdugo Fálquez para señalar la paz que reinaba en
Sinaloa, pues poco antes del huracán de 1896: ―Sinaloa se adormecía al canto grandioso del
trabajo: El labrador, concluida ya su tarea, dejaba, tranquilo, azadón y arado; el minero
ascendía, satisfecho, del hoyo en donde robaba sus tesoros á la Madre Naturaleza, y el
comerciante, cerraba con alegría la caja repleta de monedas‖. 266 La simbiosis entre el
paisaje y las actividades humanas —la agricultura, la minería y el comercio— es evidente:
Sinaloa era arrullada por la armonía entre el hombre y la naturaleza, cuyo único resultado
no podía ser otro más que el progreso.
Por su parte Cecilia Zadí también glorificó al general con un artículo de título
elocuente: ―Hosanna!‖, en clara alusión a la liturgia cristiana y, esencialmente, a la entrada
de Jesús a la ciudad de Jerusalén; en dicho artículo, Zadí trazó al héroe como la
representación de la patria, ataviado por los símbolos de la nación –la banda tricolor sobre
el pecho y seguido por la bandera:

264
Julio G. Arce, ―Alocución dirigida al Sr. Gral. Mariano Escobedo, en nombre de la sociedad ‗Artesanos-
Hidalgo‘ en la manifestación que tuvo verificativo la tarde del 28 del pasado‖, BS, abril 1 de 1898, n. 14, p.
108.
265
Ídem.
266
Ibíd., Francisco Verdugo Fálquez, ―Al Sr. Gral. Mariano Escobedo, discurso pronunciado en el instituto
‗Rosales‘‖, p. 111.
115

Quién es, -dice la multitud-, ese hermoso guerrero que avanza en su fogoso
corcel por el campo de sus contrarios? Cruza impasible por entre los batallones
franceses; noble es su continente; gallarda su apostura y su espada, alzada en
alto, reluce á los rayos del sol como bruñida de plata. Una banda tricolor lleva en
su pecho y el pabellón mexicano sigue tras él como un pendón de gloria. –Quién
es? Quién es?267

Las cualidades físicas, descritas por la escritora, destacan su porte gracias a la función de
los adjetivos: impasible, noble y gallardo; asimismo, es la imagen de su espada la que, de
manera simbólica, lo aproxima a una visión arcangélica: su espada, al relucir con el sol,
brilla como si estuviera bañada en plata. Desde el psicoanálisis, ciertamente, la espada
refulgente y enhiesta sería una muestra de su virilidad: no muestra miedo ante los
enemigos, antes bien, pasa altivo. Además, su figura fue simbolizada como la de un
patriarca: el padre fecundo que, para los literatos, los mexicanos eran sus hijos. Así lo vio
Arce, en el citado artículo, cuando mencionó: ―ha venido á besar vuestra frente,
aclamándoos mil y mil veces!‖ y rememorando la ocasión en que aquél ayudó a los
sinaloenses, señaló de forma explícita: ―donoso, como un padre bueno, tendísteis la
generosa mano implorando caridad para nosotros. Después esa misma mano supo curar
nuestras heridas, fue bálsamo bienhechor vuestra palabra!‖; por cierto, la frente representó
el repositorio de los ideales, de los altos pensamientos: ―Tu frente sin mancilla está
nimbada/ del sol de Libertad por los fulgores;/y tu historia en la Historia deificada/ hace
más y más excelsos tus honores‖,268 versificó Alfredo López Ibarra desde Cosalá. En el
mismo sentido, también Verdugo Fálquez lo identificó como un padre generoso: ―un
hombre de cabeza cana, de mirada serena, espejo fiel de su alma, y de frente magestuosa,
sagrario de elevados pensamientos‖,269 aunque es en el artículo de Zadí donde los atributos
del patriarca resaltan con mayor detalle: ―¿Quién es, -preguntan los niños y los viejos,- ese
anciano de noble aspecto ante el cual todos se inclinan? Blancos cual finísimo lino, son sus
cabellos; dulces como apasible lago, sus pupilas‖. Es, empero, el poema ―Al vencedor de

267
Cecilia Zadí, ―Hosanna!‖, op. cit., p. 106.
268
Alfredo López Ibarra, ―Al Gral. Escobedo‖, martes 19 de abril de 1898, n. 4152, p. 4.
269
Ibíd., Francisco Verdugo Fálquez, ―Al Sr. Gral. Mariano Escobedo, discurso pronunciado en el instituto
‗Rosales‘‖, p. 111.
116

Querétaro‖, donde la imagen concentra —con mayor sentido e intensidad- la figura del
padre engendrador:

Fecundo tu esfuerzo ha sido


Y las rachas del olvido
No han de aterrar ¡oh guerrero!

El ancho surco de gloria


Que abriste en la patria historia
Con la punta de tu acero!270

El héroe de Querétaro, pues, había fecundado a la patria; la analogía entre la ―patria


historia‖ con la diosa-tierra se hace evidente en el poema: el guerrero abrió, con la punta de
su ―espada‖, un ancho surco para germinarla. Y es que la tierra, como ha señalado
Florescano, fue representada por la mitología —americana, europea o africana— como una
diosa madre, la cual, tiempo después, derivó en la imagen de la patria: ―La madre tierra se
convirtió en la PATRIA, el territorio de la comunidad heredado de los padres fundadores‖.271
Y de esa herencia, pues, los porfiristas se sintieron dueños. Las rachas del olvido, por otro
lado, no podrían aterrar aquel ancho surco; es decir, y en un juego de palabras, llenarlo de
tierra, pero tampoco horrorizarlo.
Por otra parte, la figura del Gral. Antonio Rosales alcanzó los mismos rasgos. Su
valentía no tenía límites: a pesar de no contar con un ejército preparado, hizo frente al
enemigo; su generosidad y nobleza era única: a pesar de vencer, supo perdonar. Desde el
Órgano Oficial del Gobierno, en 1887, Francisco Gómez Flores contribuyó a configurar
esa imagen romántica del héroe: la del caballero, implacable en la lucha, que brinda la vida
por la Patria, pero generoso en la victoria:

Cábele al Estado de Sinaloa la gloria inmarchitable de haber prestado el


escenario á uno de los más grandiosos é inmortales sucesos de nuestra historia
contemporánea: en un humilde lugarcillo, cercano á esta Capital, un intrépido
soldado, émulo de Leónidas, há tres años más de dos décadas, realizó un
prodigio de heroicidad patriótica.

270
El Correo de la Tarde, ―Al vencedor de Querétaro‖, ECT, miércoles 13 de abril de 1898, n. 4146, p. 4.
271
Enrique Florescano, ―La tierra, la patria y la diosa madre‖, en Imágenes de la Patria, México, Taurus,
2006, p. 31.
117

Gómez Flores equiparó a Rosales con un guerrero griego: el espartano Leónidas, quien sin
posibilidad de triunfar contra los persas, ofrendó vida en defensa de las Termópilas. Y
como a un Proteo, le identificó además con Temístocles, Milciades, Morelos, Bolívar y
Washington; tal conjunción de nombres tenía la intención de igualar al héroe con
personajes antiguos y modernos, y de latitudes distintas. Rosales estaba, pues, a la altura de
cualquier héroe:

Rosales, con un puñado de patriotas, bisoños en la guerra, sin elementos


militares, sale denodado al encuentro de la hueste invasora, en defensa del honor
nacional hollado, la justicia ultrajada y la patria herida en el corazón; y, como
César, llega, ve y vence. Aquí termina la proeza del héroe y comienza la
magnanimidad del vencedor. Rosales, después de su victoria increíble, perdona
la vida á todos los prisioneros y los trata con la clemencia de un verdadero
paladín republicano; pues que las buenas causas son las que tienen siempre de su
lado los espíritus enteros y generosos.272

Rosales, según Gómez Flores, tenía las virtudes liberales: defensor del honor, la justicia y
la patria; como vencedor, su carácter fue magnánimo: perdonó, tuvo clemencia, fue
generoso. Su proeza como héroe, en esta representación, aún tenía su dimensión humana.
Fue un hombre singular, cierto, pero un hombre de carne y hueso.
En la misma línea que Gómez Flores, ciertos poetas representaron al héroe de San
Pedro similar a un guerrero griego. Ángel Beltrán expresó en un soneto: ―En exámetros
tersos y viriles/ un émulo de Homero otra Iliada/ podrá cantar, sin que le envidie nada/ la
gloria tuya á la del mismo Aquiles‖.273 Asimismo, aparecen las mismas características que
Gómez Flores delineó: además del valor, la piedad; de forma parecida, con una referencia a
los luchadores helenos, Cecilia Zadí también diría en otro soneto:

No Grecia antigua, mas fulgente brillo


guerrero unir á la virtud sublime
logra, cual muestra el vencedor caudillo
que une al laurel con que su sien corona,
la floreciente oliva que redime
y la piedad augusta que perdona.274

272
Francisco Gómez Flores, ―22 de diciembre de 1864‖, Narraciones y caprichos…, op. cit., pp. 33-34.
273
Ángel Beltrán, ―Al General Rosales‖, BS, n. 24., p. 187.
274
Cecilia Zadí, ―Al héroe de San Pedro‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p. 57.
118

Zadí, de hecho, se revela como una lectora de Gómez Flores. Este literato había escrito en
1887 acerca de Rosales: ―Cuando el tiempo transcurra y los siglos hayan depurado los
sucesos todavía tan recientes, Rosales y sus compañeros tomarán en la fantasía popular
proporciones más gigantescas que la de la mayoría de los héroes que la antigüedad legó a
los hombres‖.275 La poetisa Zadí, en otro soneto, diez años después asentaría en los dos
tercetos, sobre todo en el último, parecida conclusión:

Monumento es vívidos fulgores


el pueblo de San Pedro dó tu planta
besaron los altivos invasores!
Y á medida que el tiempo se adelanta
y hace la patria excelsos tus honores,
la fama de tu nombre se agiganta.276

Pero también la figura de Rosales fue divinizada en la poesía sinaloense. José Antonio
Gaxiola, en una alocución de 1892 pronunciada en el escenario de la batalla, señalaría aquel
lugar como sagrado: ―Arrodillaos!... hemos llegado al santuario del combate. Oremos por
aquellos que sintiendo arder en su alma la vivificante llama del amor, el amor a la Patria, no
vacilaron un instante en sacrificar sus vidas [por salvar los derechos y la libertad]‖.277
Además, en esta descripción la naturaleza –con un recurso del romanticismo-, cobra vida:
el bosque era testigo del acontecimiento: ―entre sus ramas vibraron las notas del clarín, sus
hojas se estremecieron al silbido de las balas, sus bosques temblaron al estallido de los
cañones y fueron envueltos por los espesos nubarrones de humo de la guerra. Preguntadles
algo acerca de la lucha; y ellos os responderán con la elocuencia de sus cámaros (sic)‖.278
En 1907, en el soneto de Francisco Medina, ―Héroe‖, se localiza una representación
similar. Ahí describió sus cualidades físicas y sus virtudes personales. Sin embargo, su
figura adquiere otro matiz, el del hombre idealista; Medina lo proyectó como a un guerrero,
pero también como a un poeta: si fiero, también sensible; si rudo, también capaz de amar:

275
Francisco Gómez Flores, ―El héroe de San Pedro. carta al Director de ‗La Opinión‘ ‖, Narraciones y
caprichos, pp. 38-39.
276
Cecilia Zadí, ―22 de diciembre‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p. 57.
277
José Antonio Gaxiola, ―Alocución. A Pedro P. Villaverde‖, ECT, 12 de enero de 1892, en Agustín
Velázquez Soto, El corazón del espíritu…, op. cit., p. 61.
278
Ibíd., p. 62.
119

A veces tempestuoso, colérico, rugiente,


como turbión que azota las cimas, altanero;
extraño ser que siendo dominador y fiero,
oculta transparencias de cristalina fuente.

Es dualidad excelsa de soñador y atleta:


frente a las huestes, único; frente al amor, poeta;
nostálgico insaciable de libertad y gloria.279

Asimismo, este héroe fue representado, como si él se lo hubiera propuesto, como un


colaborador del régimen porfiriano. Figuró así como un héroe que luchó por el progreso;
ello se demuestra cuando al señalar de traición a los conservadores, por haber estado de
parte de Maximiliano, Gaxiola mencionó que aún había quienes conspiraban contra las
instituciones, pero éstas ―no peligran debido a la recta dirección de los buenos gobernantes,
augurando un porvenir grandioso y floreciente a la nación, bajo el doble influjo del trabajo
y la enseñanza popular‖.280 El autor situó así, tanto el trabajo obrero como el intelectual,
bajo la tutela de un régimen progresista. Ambas actividades, además, tenían la misma
importancia –y el literato aparece aquí representado como una pieza indispensable en la
maquinaria del sistema, pues emerge como un héroe, un soldado del saber cuya misión era
el avance intelectual de la sociedad:

Obreros: abrid vuestros talleres, trabajad y cumpliréis vuestra misión, pues bien
sabéis que el trabajo redime al hombre. Y vosotros, soldados del saber, atacad al
enemigo con el libro en la mano y la mente en el libro, proseguid, proseguid
siempre adelante, que aún está muy distante la corona de rosas que os espera.281

El sitio de la lucha fue erigido en altar, como se aprecia en la perspectiva de Gaxiola; hubo
excursiones ex profeso en cada aniversario. Julio G. Arce, en la columna ―Esbozos‖ de la
revista que dirigía, informaba a los lectores que en el año de 1897:

La Sociedad de Artesanos ―Hidalgo‖ prepara para el aniversario de la batalla de


San Pedro, una excursión al histórico sitio de la lucha, regado con sangre de
héroes.

279
Francisco Medina, ―Héroe‖, MEF, 31 de diciembre de 1907, en Agustín Velázquez, El corazón del
espíritu…, op. cit., p. 88.
280
Ibíd., p. 63.
281
Ídem.
120

Allí, bajo la sombra de los seculares árboles heridos por las balas, junto al
poético Humaya, testigo de aquel episodio, se levantará el himno gigante en
honor del héroe mártir.282

Se realizaba además una feria popular, fiesta tradicional en honor a Rosales. El mismo Arce
consignó que había el rumor de que ―el héroe de San Pedro‖ sería ―mejor festejado‖, y que
la explanada Rosales sería ―elegantemente dispuesta y que no se omitirá esfuerzo para que
la feria sea digna del general aplauso‖.283 Precisamente, Manuel Bonilla representó esa
fecha como un día de fiesta, donde la alegría subía del pueblo como la espuma del ―neutle‖
o pulque: ―La ciudad está de gala/ dispuesta á regocijarse/ […]/banderas, flores y risas/ en
las plazas y en las calles./ y como espuma de neutle/ sube ufano y se esparce/ el contento de
las almas/ en los alegres semblantes‖.284 Así pues, el liberalismo combatió a la religión
católica para tratar de erigir su credo: la espada republicana sustituyó a la cruz; el
conservadurismo –el acto de preservar, y en todo caso construir, una tradición- tuvo así un
nuevo cariz: los héroes fueron los nuevos santos de una religión secular; Rosales fue un
héroe que también fue deificado, cristalizando la imagen redentora del prohombre. Como
en la religión, fueron sacralizados por su papel de mártires.
Sin ninguna ingenuidad, finalmente, la figura del héroe se amalgamó con la del
Gral. Díaz o a la del Gral. Cañedo. Ambos fueron representados como benefactores del
pueblo, hombres abnegados que recurrían al sacrificio en aras de la sociedad y, desde
luego, que luchaban por el progreso. Eran héroes vivos. Por ejemplo, en un periódico de
Culiacán, Orestes comparó al Presidente de la República con un genio y con la figura de un
redentor: ―puedo afirmar que Porfirio Díaz, el gobernante admirado por todos los
pensadores del Universo, jamás imaginó […] redimir á un pueblo que caminaba con
rapidez á su aniquilamiento‖, y enseguida añadía: ―En Díaz hemos de mirar no sólo á un
hombre de genio superior, cual lo son los grandes benefactores de los pueblos‖.285 Años
atrás, en consonancia con esa perspectiva que se iba construyendo de forma paulatina, en
1892 un alumno del Liceo de Niños de Mazatlán expresó: ―Hoy el horizonte está limpio, la
paz consolidada y debido al entendido Piloto que dirige el timón de la nave, navegamos

282
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, 1 de diciembre de 1897, núm. 6, p. 48.
283
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, 1 de noviembre de 1897, núm. 4, p. 32.
284
Manuel Bonilla, ―22 de diciembre‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, pp. 55-56.
285
Orestes, ―El genio y la crítica‖, EMS, 15 de abril de 1900, núm. 488, p. 1.
121

vientos en popa en un mar bonancible‖.286 Según esta imagen, la nave del Progreso —un
buque vapor, como se verá más adelante—, iba bien conducida por un mar en calma.
En 1904, cuando el Gral. Cañedo se reeligió por quinta ocasión, se anunció con una
semana de antelación, un ritual cívico en su honor que, en realidad, fue una exhibición del
poder. Las ―manifestaciones‖ hacia el prohombre iniciarían a las diez de la mañana: al
tomar protesta en el Congreso, en el Palacio de Gobierno se izaría la bandera nacional,
mientras que en los demás edificios públicos las bandas tocarían a diana, las campanas
repicarían y habría una salva de veintiún cañonazos; al mismo tiempo, por las calles de la
ciudad desfilarían las fuerzas del Estado. Después, sería felicitado por corporaciones
oficiales, las sociedades civiles y demás gremios. Por la tarde habría una batalla de flores y
confeti en la calle Rosales y Plaza de la Constitución; a las siete de la noche, una gran
cabalgata con hachones (para demostrar regocijo público) recorrería las calles; y a las 9 de
la noche habría una gran serenata.287 Y, en efecto, ese programa fue seguido con rigor el 27
de septiembre. En los discursos pronunciados, la figura de Cañedo –al frente de la
administración-, surgió con los rasgos del héroe patriarcal: su presencia era confortante y
alentadora, una ―garantía de justicia‖, de ―abnegación‖, fue llamado vigilante de la salud y
la vida, protector de la niñez desde la educación; asimismo, era un reivindicador de los
derechos y moralizador de las costumbres ―por medio de leyes justas, inspiradas en los más
sanos principios y en los más nobles propósitos‖, honrado, inteligente y, sobre todo, guía
del progreso. En resumen, se trataba de un héroe, pues había logrado, como un estadista,
sacar a Sinaloa de una época luctuosa.288 La figura del Gral. Cañedo, simbólicamente,
representó la luz: los organizadores de la fiesta, el ingeniero Luis F. Molina, el licenciado
Evaristo Paredes, entre otros, ornamentaron el salón de tal modo que lo más destacado fue
la iluminación y, en el centro, el retrato del gobernador. Cuenta el cronista: ―En el lugar
más visible del salón se ostentaba un magnífico retrato del Sr. Gral. Cañedo. El marco
desaparecía bajo los artísticos pliegues de blancos cortinajes de seda, y estaba rodeado por
innúmeros focos de luz eléctrica‖. Desde el ojo del cronista, hubo un ―derroche de luz‖:

286
F. R. M. –alumno del ―Liceo de Niños‖, ―Un recuerdo. A las víctimas de las batallas del 19, 20 y 21 de
marzo de 1866. En Villa Unión‖, ECT, marzo de 1892, en Agustín Velázquez Soto, op. cit., p. 66.
287
―El Señor General Cañedo. Fiestas en su honor‖, MEF, septiembre 19 de 1904, núm. 524, p. 3
288
Manuel Alatorre, Francisco Sánchez Velázquez, Francisco Verdugo Fálquez, María Luisa Cuevas,
―Discursos de felicitación dirigidos al Sr. Gral. Francisco Cañedo, Gobernador del Estado, el día 27 del
actual‖, MEF, septiembre 28 de 1904, núm. 531, p.1
122

En el centro del salón se colocaron dos grandes focos de arco de 1,200 bujías de
intensidad; alternaban en los corredores, vistosas estrellas y flores de lys,
revestidas con luces incandescentes de colores, y otras seis grandes estrellas,
formadas también con luces incandescentes, fueron colocadas en el centro y á
los lados del improvisado techo del salón.289

Encarnó el Gral. Cañedo la figura del hombre iluminador; al mismo tiempo, se le identificó
con la modernidad dada la ornamentación con base en la electricidad. Después de todo, los
literatos que lo representaron de esa forma no estaban desligados de una preocupación que
les parecía vital: el papel de la ciencia y la necesidad de instruir al pueblo, iluminarlo, para
alcanzar la redención.

4.2 La Ciencia y los Estados Unidos: la idealización del progreso

La exaltación de la ciencia –el conocimiento en general- y la tecnología, hecha por los


escritores sinaloenses, también conformó representaciones significativas durante el
Cañedismo. La ciencia, que funcionó a veces como sinónimo de saber o educación, y
algunos inventos como la electricidad y el buque de vapor, fueron tomados en esta entidad
con símbolos de que el progreso se materializaba y, sobre todo, que cobraba carta de
naturalidad durante el Porfiriato.
La ciencia, ésta fue vista como la única vía para combatir los dogmas religiosos,
develar los misterios de la naturaleza y erigir un mejor país. Los atributos de la ciencia eran
la razón y la verdad, ambas cualidades que fueron retomadas por los liberales para
contraponerlas a los dogmas de los conservadores, provenientes de la religión y vistos
como causa fehaciente del oscurantismo y retardatarios del avance de la sociedad. Aún
más, la experiencia colonial fue representada como una época sombría, debido –como
afirmaba Gómez Flores-, a la vida eclesiástica.290 A esta situación aludió Pedro Victoria en
un poema llamado significativamente ―La instrucción‖, el cual fue declamado en la
distribución de premios a las alumnas de las escuelas de Guaymas. Dicho poema estaba
conformado por diez décimas; destacando en una de ellas la importancia que tenía el saber

289
―La fiesta en honor del Gral. Cañedo‖, MEF, octubre 5 de 1904, núm. 537, p. 1.
290
Francisco Gómez Flores, ―Nueva España en su aspecto literario‖, en Bocetos literarios, op. cit., p. 332.
123

para el mexicano, pues decía ―y el pueblo más grande, es,/ el pueblo que sabe más‖; pero
sobre todo, expresó que México se había dado cuenta de que el único camino para el
desarrollo era la educación, por lo que había roto con su pasado y optó por subirse a ―la
nave del progreso‖:

Comprendió México eso:


y rompiendo su pasado,
háse también embarcado
en la nave del progreso.
Bajel que surcando ileso
al impulso de sus velas,
se oye, al mirar sus estelas,
el himno á cuyos acentos
se clausuran los conventos
y se abren las escuelas.291

El barco de vapor, en el siguiente apartado se verá con detalle, simbolizó el Progreso


durante la época finisecular decimonona. La alegoría de esta décima está llena de
significado; sobre todo porque el Progreso, vuelto un barco, al surcar las aguas producía un
rumor, un himno, que expresaba la clausura de conventos y, al mismo tiempo, como un
contrapunto, cantaba la apertura de las escuelas. Esta imagen no hace más que afirmar el
hecho de que la literatura asumió no sólo una función educativa, sino también doctrinaria,
pues hubo una visión ideológica que la orientó. No sólo se inculcaron valores cívicos y
morales a través de relatos y poemas, sino que de paso se censuró a la ideología
conservadora. Siendo la tarea urgente educar a las masas —para no repetir la experiencia
del imperio de Maximiliano (1863-1867)—, la instrucción escolar fue vista como la vía
idónea para afrontar las demandas de la República: se consolidó una pléyade de profesiones
y oficios.
Esta vigencia del conflicto entre liberales y conservadores, aun a finales del siglo
XIX, se observa también en una crónica de Gómez Flores quien, habiendo entrado a
observar la construcción de la basílica de Mazatlán, identificó a la Iglesia con la
superstición, pues señaló que al salir de ella se sacudió ―por precaución el polvo de los
zapatos, para trasponer de nueva cuenta las fronteras que separan la mentira de la verdad‖,
por lo que recomendaba a las generaciones venideras que de cada templo hicieran una

291
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, op. cit., p. 92.
124

biblioteca, y de cada capilla, un taller;292 es decir, exaltó el progreso intelectual y el trabajo.


En este sentido, su perspectiva era la del literato positivista y liberal, para quien el altar
debía estar dedicado al progreso, y sólo la ciencia, basada en la verdad y la razón, era capaz
de conducir a esa tierra prometida.
En otra ocasión, habiendo entablado una polémica con un diario religioso de
Culiacán, Gómez Flores señaló: ―Hoy la ciencia conduce a la verdad y aparta de la religión.
Y si no, díganos el colega dónde ha visto a una Madame Stael de beata o a un Mr. Darwin
de sacristán‖; por medio del absurdo, hacía notar que gracias al pensamiento científico y a
la razón había sido posible el surgimiento de la escritora francesa y del científico inglés;
pero, además, es una clara evidencia de que en el fondo la pugna ideológica entre liberales
y conservadores seguía estando presente a finales del XIX, pues este escritor identificó a
los religiosos como ―los enemigos irreconciliables de nuestras instituciones‖. 293 En otra
décima del mismo poema de Pedro Victoria, puede leerse aseveración parecida:

Probó la ciencia a porfía


que esta tierra hermosa y vária,
no es el ara estacionaria
que fraguó la teología.
La luz que el sol nos envía
y se apaga tras las moles,
no es sola en sus arreboles
que en los espacios profundos,
visten miríadas de mundos,
luz de miríadas de soles.294

Con claridad se revela en esta composición la postura inconciliable que los liberales tenían
contra los conservadores —cuya ideología se sustentaba en la religión católica—, al criticar
el mito teológico de la inmovilidad de la Tierra. Esta posición, es cierto, se había
radicalizado en el siglo XIX por los avances científicos y tecnológicos, pues se depositó
una fe ciega en los descubrimientos, pero sobre todo porque esa fe se sustentó en la
ideología positivista; por ejemplo, Gómez Flores sostenía que las doctrinas religiosas
oprimían el espíritu humano, sin embargo, como Bacon, creía que la ciencia aproximaba a
Dios.
292
Francisco Gómez Flores, ―La basílica de Mazatlán‖, Humorismo y Crítica, op.cit., p. 444.
293
Ibíd., ―Sobre la brecha‖, p. 136-138.
294
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, 1889, p. 91.
125

En este tenor, Estados Unidos sería visto como el territorio donde la ciencia y los
inventos estaban teniendo su apogeo; y además emergía como ―la gran República
americana, el país de la democracia‖.295 Nervo, con una visión romántica cercana a la de
Gutiérrez Nájera, se oponía al positivismo, señalando que su invasión al puerto mazatleco
impedía apreciar el arte: ―En medio de un siglo eminentemente práctico, rodeado por la
atmósfera del más rudo positivismo, el hombre necesita, de cuando en cuando, la vida del
arte‖.296 Pero sobre todo, cuando informa la llegada de una pieza musical proveniente de
Estados Unidos al puerto mazatleco, a través de un diálogo ficticio, es cuando emerge en su
crónica, en primer lugar, cómo el positivismo se apoderaba de la concepción estética, y en
segundo lugar, la imagen de aquél país como la cuna de las invenciones tecnológicas:

-Nos ha llegado de los Estados Unidos, algo muy bello.


-¿Acaso un motor de nueva invención?
-¿Tal vez una segadora modelo?
-¿Quizá un yacht que supera en velocidad al ―Vigilant‖ o al ―Valkyrie‖, esos
reyes del océano, que rozan la superficie de las ondas, como aves marinas de
inmensas y níveas alas; que se alejan, que se pierden como ilusiones blancas?297

La mención de algo estético, ―algo bello‖, le hacía suponer al interlocutor que se trataba de
un invento relacionado con alguna máquina. Señaló Nervo así la expectativa hacia lo
práctico, y el poco aprecio que se tenía al arte. Pero además, la naturaleza aparece
conquistada por el imperio de la tecnología: los yates cobran vida, pues adquieren
animación al ser comparados con la agilidad, hermosura y velocidad de las aves marinas
que reinaban también sobre el océano. En la cosmovisión de Nervo, las máquinas habían
pasado a ser parte inherente del paisaje y, más aún, se fusionaban hasta perderse ―como
ilusiones blancas‖. La visión positivista se vinculó, pese al antagonismo, a una visión
romántica: había la certeza, cuando no la esperanza, de que los cambios introducidos por la
ciencia eran buenos y perfeccionaban el entorno físico y, con ello, al género humano. Se

295
Amado Nervo, ―Dentro de pocos días‖, ECT, abril 7 de 1893, en Mayra Elena Fonseca Dávalos, op.cit., p.
155.
296
Amado Nervo, ―Algo de música‖, ECT, octubre 30 de 1893, op. cit., p. 99. Acerca del positivismo versus
el arte, vid. el apartado ―3.2 De la poesía realista a la modernista, subversiones y censuras‖, del capítulo
anterior en esta investigación.
297
Ibíd., ―Mis lunes‖, ECT, noviembre 20 de 1893.
126

creaba confort para habitar un mundo moralmente mejor; y lo que antes parecía quimérico,
la ciencia lo hacía posible.
Estados Unidos representó, a finales del siglo XIX, el pragmatismo que parecía ser
la entrada triunfante de la civilización a la era del bienestar social. Aquel país, a la vista de
los mexicanos, había revolucionado su historia, pues los yanquis, con base en la ciencia y el
trabajo constante, se iban forjando como un país modelo ―lleno de riquezas‖. Mexicanos y
españoles manifestaban asombro acerca de los Estados Unidos; Flacro Irayzor expresaba
acerca de una supuesta invención de un médico de Nueva York: ―El invento, según
cuentan,/ Tiene rasgos atrevidos/ Como todo lo que inventan/ En los Estados Unidos‖.298
Asimismo, cuando faltaban pocos días para que iniciara la Exposición Universal de
Chicago, donde habrían de participar los sinaloenses, Nervo contrastó los rasgos, para él
esenciales, de Francia y Estados Unidos, puntualizando: ―París, cerebro del mundo
civilizado, foco de todas las grandes revoluciones intelectuales y políticas, demostró al
mundo hace muy poco lo que puede la inteligencia: Chicago mostrará a su vez, lo que
pueden la industria, la riqueza y el trabajo‖.299 París era, en la concepción del cronista
tepiqueño, el epicentro del intelecto, mientras que Chicago era el suelo de la producción: de
artefactos, dinero y trabajo. Más tarde, ya iniciado el siglo XX, Julio G. Arce habría de
evidenciar las diferencias proporcionales entre un estadunidense y un ranchero sinaloense:
tras señalar el cronista que había llovido por treinta horas, inundando y convirtiendo en
fangales las calles, visitó a don Tadeo Aguayo quien, proveniente de Mojolo, estaba en
Culiacán con su familia en una visita al médico. Y teniendo que ir su rancho Tadeo y dejar
a su familia, Arce ironizó:

La despedida fue tristísima y hubo besos, abrazos, recomendaciones y encargos


al por mayor.
Cinco días empleó Don Tadeo en recorrer los dos kilómetros que hay de
aquí á Mojolo, y á no ser por la ayuda de algunos otros viajeros, aún estuviera,
caballero en manso rocín, atascado en uno de tantos lodazales que invaden la
carretera.300

298
Flacro Irayzor, ECT, lunes 12 de julio de 1897, núm. 3887, p. 4.
299
Amado Nervo, op. cit., p. 155, ―Dentro de pocos días‖, ECT, abril 7 de 1893.
300
Cyrano (Julio G. Arce), ―Crónicas diabólicas‖, MEF, octubre 17 de 1904, núm. 547, p. 2.
127

Arce ridiculizó al personaje del ranchero exagerando la escena; por un lado, exaltó su
dimensión tímica: los sentimientos filiales afloran, y por otro lado, de manera hiperbólica,
mostró su ignorancia y falta de pericia: ante una travesía sumamente corta, apenas dos
kilómetros, Tadeo tardaría cinco días en recorrerla, y sólo porque había recibido ayuda. En
cambio, el personaje del norteamericano fue construido de manera, también hiperbólica,
pero diametralmente opuesta, pues se encontraba apoyado por la ciencia y por un sinfín de
inventos y herramientas que le asistían en sus viajes a tierras sinaloenses: ―Más práctico y
previsor es Mr. Fundengonden, yankee de raza pura, que cuando viaja por los caminos de
Sinaloa trae consigo botes de seguridad, numerosos salvavidas, puentes provisionales,
sondas marinas, bombas desaguadoras y enormes cantidades de bastimento‖.301 Por
supuesto, Arce expresó que era un yanqui, pero enseguida aclaró que éste era de ―raza
pura‖, para explicar así el porqué de su carácter pragmático y su actitud previsora. Del
mismo modo, añadía que la capacidad técnica y de ingenio rayaba en el asombro:

Y quién lo diría! Hombre tan precavido como Mr. Fundengonden, que desagua
pantanos, navega en las grandes lagunas que forman las lluvias, tiende puentes
sobre los barrancos y se echa a nado donde no es posible hacer otra cosa, tuvo
un gran contratiempo para ir de este lugar a Tepuche, porque uno de tantos
terratenientes ambiciosos y egoístas declaró de su propiedad el camino nacional,
le hizo poner una cerca, que era verdadera fortaleza, é impidió todo tránsito. 302

Pero sobre todo, representó al norteamericano como un hombre que aprovechaba la


situación para extraer ganancias gracias, además, a su sentido jurídico, poniendo de relieve
con ello que se trataba de un auténtico ciudadano que conocía de leyes: viéndose impedido
de llegar a su destino, se encontraba ya en Washington ―gestionando que se reclamen al
Gobierno Mexicano cincuenta millones y medio de pesos como indemnización de los
perjuicios que sufrió por no haber llegado á Tepuche‖.303
A Estados Unidos los literatos lo representaron también como el país de la riqueza
pródiga, y además fácil de obtener si se esgrimían leyes para resarcir presuntos daños. Al
ser el país de la democracia, como señalara Nervo, lo era de las instituciones. Esta idea se
pone de manifiesto en la literatura cuando Bernabé, un personaje del cuento ―El beso del

301
Ídem.
302
Ídem.
303
Ídem.
128

rico‖ de José Ferrel, casado con una mujer pudiente en Sinaloa, se imaginaba aquél país
como lleno de maravillas:

Había leído, entre otros libros, varias impresiones de viaje y desde luego se
despertó en él, la gana de conocer países extraños, llamando poderosamente su
atención las maravillas que oyó contar de la vecina República del Norte.
Los Estados Unidos, eran su constante pesadilla; le encantaba escuchar
relaciones de gringos, y cualquier simpleza referida de ellos, casi lo hacía
morirse de risa.304

Tras lograr su sueño de pasar la luna de miel en Nueva York, la mujer de Bernabé, llamada
Magdalena —y que remite al personaje bíblico, pues es señalada como casquivana—,
tropezó en una calle con un gentleman, quien al no entender las disculpas de ella, le plantó
un beso, por lo que Bernabé se dispuso a golpearlo, pero fue reconvenido por un abogado,
pues de ese hecho podía obtener dinero:

El bastón de Bernabé hendió el aire al elevarse violentamente sobre la cabeza de


su amo, disponiéndose á caer con pesantez sobre la del yankee; más un tinterillo
que vió en el asunto un gran negocio, detuvo el brazo del irritado marido,
diciéndole al oído:
-Ese hombre es millonario; puede pagarle muy caro el beso.
Bernabé, que entre las muchas historietas que había oído referir de sus
primos, recordaba algunas de besos pagados á subido precio, comprendió al
momento que su fortuna estaba hecha y calmó su furor.
El tribunal condenó al millonario á pagar cincuenta mil duros por el beso
dado á Magdalena.305

Por otra parte, Thomas Alva Edison, inventor prolífico de Estados Unidos, sería
representado como un demiurgo por un poeta sinaloense. En el poema ―La instrucción‖ de
Pedro Victoria, el hombre fue representado —siguiendo la poética del romanticismo—,
como la equivalencia del Dios cristiano, al haber creado la luz eléctrica:

El vivo relampagueo
con que Dios iluminó
la cumbre donde inició
al jefe del pueblo hebreo:
lo hace el hombre á su deseo

304
José Ferrel Félix, ―El beso del rico‖, ML, op. cit., p. 189.
305
Ibíd., pp. 190-191.
129

y lo doma de tal suerte;


en motor del cuerpo inerte,
en conductor de la idea,
en antorcha gigantea
que la noche en día convierte.306

Es notoria la desacralización del relato bíblico del Génesis, pues el poeta equiparó la luz de
Dios, cuando se le manifestó éste a Abraham, con la luz domada por el hombre. Lo
sacrílego de esta comparación se debió, desde luego, por el espíritu liberal: así pues, el
hombre era capaz de insuflarle vida al ―cuerpo inerte‖ y, en un juego de palabras, era
―conductor‖ de la idea: aludiendo con ello, por un lado, al objeto que, puesto en contacto
con un cuerpo cargado de electricidad, transmite ésta a todos los puntos de su superficie y,
por otro lado, aludió también al intelectual, al homme ilustré que emergía como una
antorcha gigante para alumbrar a la humanidad y sacarla así de las tinieblas de la
ignorancia. Victoria se apropió del relato bíblico para ―deflacionarlo‖, pasándolo por el
tamiz de su ideología liberal. Julio G. Arce, asimismo, escribió una versión profana del
padrenuestro relacionado con la electricidad. Cyrano, como firmaba sus ―Crónicas
diabólicas‖, relató que ―un hijo de Confucio‖ –un chino- recorría las calles de Culiacán,
escalera en mano, cortando la luz, pues la empresa había sido rescindida. También a él, a
Cyrano, estuvieron a punto de ―cortarle los alambres‖, y como era Cuaresma, decía que
noche a noche rezaría el siguiente salmo penitencial:

Empresa púdica y pía


no te muestres vengadora,
Tu luz deslumbrante envía
desde que agonice el día
hasta que surja la aurora.

[…]

Más a mí, que con el sol


comparo, -fíjate bien,
tu luz- faro y arrebol,
líbrame de ese mongol
y de todo mal, Amén!

306
Pedro Victoria, op. cit., p. 91.
130

En resumen, Estados Unidos surgía en las representaciones de los literatos como un país
modelo, caracterizado por sus inventos científicos y tecnológicos, amén de su riqueza y su
sentido práctico. Asimismo, la ciencia, como el cultivo del conocimiento en cualquier
ámbito, emergía como la única herramienta capaz de emancipar a los hombres de los
atavismos del pasado. Gómez Flores fue el literato que manifestó con mayor claridad esas
ideas. En el artículo ―De la enseñanza pública‖ expuso la necesidad de la educación para
hacer un pueblo libre, obediente y respetuoso de la ley, como lo hacían los pueblos
civilizados. La democracia, aseguraba, debía ―surgir de la educación científica que se
imparta á la juventud en los colegios‖.307 Para sustentar su argumento, el literato reprodujo
el discurso pronunciado en 1869 por su padre. Este otro Gómez Flores reconocía la
importancia que estaba adquiriendo Estados Unidos, precisamente por su dominio
científico, y la amenaza de que una nueva invasión al país mexicano por este imperio que
alcanzaba un desarrollo industrial y mercantil prodigioso:

En pocos años la raza activa que constituye esa nación admirable, ha cubierto la
vasta extensión de su territorio con una red de ferrocarriles, ha aplanado las
montañas, canalizado los ríos y levantado espléndidas y populosas ciudades, en
los llanos y en los montes, donde antes pacían los rebaños y cruzaban los
salvajes.
[…]
Ese es el gran peligro que nos amenaza, y contra el cual debemos
precavernos, no esforzando ni exaltando nuestro espíritu guerrero, sino en una
lucha de artesanos, mineros y agricultores; porque las armas de que hará uso la
gran falange americana que se prepara á invadirnos no serán otras que el
308
ferrocarril, la fábrica de tejidos y el arado de vapor.

Los gobernantes debían concentrarse en educar al pueblo; sólo el dominio del saber y de la
técnica haría de México un país competitivo, pues, al estar en iguales condiciones que
Estados Unidos, la invasión por medio de sus inventos sería menor o nula. Sin embargo, de
la advertencia lanzada por aquel hombre liberal, recién terminado el imperio de
Maximiliano, a finales del siglo XIX y durante la primera década de la siguiente centuria,
quedó la representación que se había forjado del norteamericano: lo dinámico, lo práctico y
su espíritu conquistador, llevado todo ello a cabo por medio de actividades industriales en

307
Francisco Gómez Flores, ―De la enseñanza pública‖, Narraciones y caprichos, op. cit., p. 207.
308
Ibíd., p. 212.
131

diversos ámbitos. Pero del miedo a dicha amenaza en aquella época, se pasó en la siguiente
generación al asombro y reconocimiento.
Finalmente, si bien la transmisión de conocimiento al pueblo fue presentada como la
solución de los vicios y males sociales, ello obedeció no obstante a una forma de promover
la estabilidad del régimen. Así, por ejemplo, en una editorial periodística de 1904, se
afirmó:

La activa campaña, emprendida actualmente en favor de la ilustración de la clase


obrera; el anhelo que se nota en las esferas oficiales y en determinada porción
social del país por provocar una saludable reacción entre los ignorantes, nos
parece un gran paso en el camino de la prosperidad nacional.309

Detrás de esa representación había, en el escritor del artículo en cuestión, el propósito de


asumirse como un hombre ilustrado: con la capacidad de reconocer y señalar el rumbo
conveniente para el pueblo; y por otro lado, el deseo oculto de que nada cambiara pues, al
representar el amo el capital, el obrero representaba el del trabajo y ―Entonces es cuando
queda establecido el equilibrio de la sociedad, nivelando el poderío de las fuerzas que
producen. No son más que dos factores iguales, el capital que necesita brazos y los brazos
que necesitan capital. Amo y obrero están frente a frente y están iguales‖.310

4.3 La máquina: el barco de vapor y su carga simbólica

A diferencia de lo sucedido en la capital de la República, así como en la literatura española,


donde se escribieron poemas y relatos al imponente ferrocarril y se le representó como el
introductor de la civilización, en Sinaloa ocurrió de forma distinta, pues predominó la
imagen del barco de vapor, la cual operó como un símbolo del progreso: era el triunfo de la
ciencia, dada su repercusión positiva en ámbitos diversos; de lo económico a lo político, y
de lo social a lo moral.
En la ciudad de México, es cierto, los literatos vieron en el tren la posibilidad del
adelanto nacional. Francisco Zarco, un liberal de 1867, imaginó que por medio del decreto
de ferrocarriles y caminos el país se iba a comunicar espiritual y materialmente, teniendo

309
Editorial, ―El gremio de los obreros. Lo que necesitamos‖, MEF, agosto 1 de 1904, núm. 483, p.1
310
Ídem. (Las cursivas son mías).
132

una fe ciega en la capacidad redentora y lucrativa de dicha innovación; mientras que


Zamacona también idealizaba al señalar: ―los caminos de hierro resolverán todas las
cuestiones políticas, sociales y económicas que no han podido resolver la abnegación y la
sangre de dos generaciones‖.311 Tanto la fe como la esperanza no eran espontáneas, pues la
Ilustración española ya antes había alabado las proezas del tren, por ejemplo, el poeta
Manuel de la Revilla (1846-1881) lo representó como un signo evolutivo —ya imparable—
de la humanidad, la cual iba a destino seguro, ya que el conductor de la máquina era Dios.
Construido con versos octosilábicos —con hemistiquios en su mayoría de 5 y 3 sílabas—,
De la Revilla expresaba:

-¿Cómo se llama?
-Progreso.
-¿Quién va en él?
-La humanidad.
-¿Quién le dirige?
-Dios mismo.
¿Cuándo parará?
-Jamás.312

Dios, de acuerdo con esta visión era un maquinista, y la humanidad, como la naturaleza,
según explicaban y sostenían las teorías sociales, obedecía a leyes inmutables: funcionaba
de una forma mecánica, por lo que el futuro era promisorio. Asimismo, subyacían
yuxtapuestos en esta representación el dogma cristiano y el positivista; pues la fe cristiana,
por un lado, prometía un lejano Paraíso, mientras que por otro, el credo positivista ofrecía
la seguridad de que la civilización evolucionaba para bien, y que se estaba en el mejor de
los mundos posibles. Estas ideologías, en el fondo, eran apologistas del statu quo, pues
sugerían de forma implícita que el cambio social era lento, pero seguro.
Acaso por tener Sinaloa una vocación marítima, así como por contar con vías
terrestres intransitables, pues el tren se introdujo tardíamente en comparación con otros
lugares del país, los escritores de estos lares representaron más la máquina del barco en sus
escritos. Es cierto, sólo entrado el siglo XX se escribió acerca del tren, aunque poco, y se
hizo sólo con la intención de señalar cómo el país, casi de manera mágica, se

311
Luis González, ―El liberalismo triunfante‖, Historia general de México, Vol. 2, op. cit., p. 911.
312
Manuel de la Revilla, ―El tren eterno‖, ECT, viernes 2 de 1897, n. 3790, p. 4.
133

industrializaba; por ejemplo, se señaló: ―Grandes extensiones de terrenos, eriales y


desiertos se pueblan de colonos agrícolas, se canalizan y se comunican con las líneas
ferrocarrileras, levantándose humeantes chimeneas sobre aquellos horizontes antes sin
caseríos y sin cultivos, se escucha el grave rumor de la maquinaria‖.313 Años atrás, a raíz de
la participación de los sinaloenses en la Feria Universal de Chicago, haciendo un uso de la
retórica de la época y del lugar común, un orador expresaba: ―El Progreso es un tren
lanzado á todo vapor y ¡ay del que pretendiere detener su marcha!‖. 314 Ambas figuras de la
máquina aparecen en una décima de un poema firmado por J. Antonio Gaxiola, en el cual
reconocía también que ―hoy el progreso y la paz/ levantan nuestra nación‖:

La nueva generación
Marcha entusiasta y feliz,
Porque vé nuestro país
Libre de toda opresión.
Ahora, en vez del cañón
Formidable, asolador,
Se oye el solemne rumor,
La férrea locomotora
Y el silbato del vapor.315

Aunque todavía en la primera década del siglo XX, Heriberto Frías con pesimismo
representó a la región occidental mexicana como ―aislada del resto del país (triplemente
aislada: por el océano, por la sierra y por la distancia)‖,316 otra era la idea de los literatos
ligados al régimen de Cañedo; como el poeta Pedro Victoria, por ejemplo, quien asentó que
el mar mantenía un estrecho lazo con los avances científicos, pues si antes la distancia era
abismal entre un continente y otro —o entre los extremos de uno de estos—, ahora la red
humana se reducía debido a la tecnología; pues en otra décima del poema titulado ―La
instrucción‖, expresó:

De los mares al través


el vapor suple a la vela
de la tarda carabela

313
Editorial, ―México industrial. Obreros y máquinas‖, MEF, febrero 21 de 1905, núm. 653, p.1
314
Norberto Domínguez, ―En la distribución de premios a los expositores sinaloenses en Chicago‖, BS,
noviembre 1 de 1898, núm. 22, p. 170.
315
J. Antonio Gaxiola, ―Canto patriótico‖, ECT, jueves 6 de mayo de 1897, núm. 3821, p. 1.
316
Heriberto Frías, op. cit., p. 168.
134

del náutico genovés.


La distancia ya no es
Aquel infranqueable muro;
pues de la ciencia al conjuro
la devoran jadeantes,
esos palacios flotantes
que van a puerto seguro.317

El conocimiento, proyectó el poeta ante su audiencia, también evolucionaba; no sólo eso,


era el auténtico motor que hacía avanzar a la sociedad. La carabela (anunciada con la
metonimia de ―la vela‖) era percibida, en este sentido, como el primer eslabón de la cadena
evolutiva del transporte marítimo, mientras que ―el vapor‖ (que aludía al buque), figuraba
como el último y decididamente moderno: no solo eran veloces (devoraban la distancia),
sino también lujosos: eran ―palacios flotantes‖ y, sobre todo, el poeta los presentaba como
de lo más confiable: ―van a puerto seguro‖. Todo ello había sido logrado por la ciencia, y
en el fondo de este razonamiento, el buque surgía como el símbolo mismo del progreso
intelectual que se materializaba en algo tangible y evidente. No había, pues, lugar a dudas:
la vista no engañaba. En este sentido, el mar y el puerto fueron concebidos como las
entradas naturales de la modernidad. Asimismo, con énfasis parecido, en otro poema habría
de señalar cómo el saber dominaba a la naturaleza, desentrañando la ley de los elementos,
alcanzando el hombre un rango similar al de Dios:

Ya sin temor y con la ciencia armado,


Los elementos mira cara á cara,
y los pone á su antojo, porque ha hallado
la ley á que el Criador los sujetara.318

El liberalismo del autor lo llevó, una vez más, a aproximar al hombre de ciencia con el Dios
bíblico y a enfrentarse, con tal postura, a los conservadores. Armado con el saber, el
hombre domeñaba la naturaleza y, por medio del empleo del vapor, recorría valles, cerros y
el océano mismo:

En alas de vapor que con su mano


en tubo estrecho de metal encierra,

317
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, 1889, p. 91.
318
Pedro Victoria, sin título, ML, op. cit., p. 99.
135

recorre las llanuras del océano,


los valles y collados de la tierra.319

Por otro lado, la distancia que antes separaba a las naciones (―infranqueable muro‖), decía
el poeta, era vencida para estrechar los lazos humanos en ámbitos diversos, principalmente
mercantiles, pues en otra décima del mismo poema, expresará que la época de paz se había
inaugurado, lo que permitía el intercambio de productos:

Ya los pueblos que vivían


de contínuas invasiones,
hoy en vez de sus legiones
sus productos sólo envían.
Así trabajando, ansían
cada cual ser el primero;
y surge el rico venero
de bienes que se prodigan,
y unos y otros se ligan
con sus vínculos de acero.320

Y es que los poetas, además de ver en el mar un elemento de inspiración, quisieron también
señalar que por el ancho sendero de agua, las novedades de distinta naturaleza llegaban al
puerto y de ahí a tierra adentro: bienes materiales y bienes espirituales. Ángel Beltrán, del
mismo modo que Victoria, enfatizó que la maravilla del barco de vapor era posible gracias
a la ciencia,321 ese otro puerto que se atisbó como deparador de certidumbre e ilusiones a la
humanidad. Escrito en endecasílabos, el poema titulado ―El progreso‖ no deja lugar a dudas
de la identificación de esa idea con el barco de vapor:

Realiza Fúlton su glorioso anhelo:


el ―Clérmont‖ corta la corriente airada
en que refleja su cobalto el cielo;
y la vista, en el alma concentrada,
hoy mira por millares
los buques de vapor sobre los mares,
llevando a remotísimas regiones
del comercio y la industria los pendones.322

319
Ídem.
320
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, p. 91.
321
El barco de vapor fue puesto en práctica en el río Sena por Robert Fulton en 1803.
322
Ángel Beltrán, ―El Progreso‖, ML, p. 94.
136

La ciencia, al obrar el milagro de la multiplicación, hacía posible el progreso. Hay, por otro
lado, un verso que perturba: ―y la vista, en el alma concentrada‖. ¿En qué alma se concentra
la vista? Es posible que se refiera al alma del mar, pues enseguida añade que por él surcan
miles de vapores; sin embargo, quizá de manera inconsciente, el poeta haya aludido al alma
interna y visto en ella a los buques como símbolos de la civilización. De lo que no hay duda
es que el vapor era percibido y representado como elementos introductores del adelanto,
sobre todo por la alta valoración que se tenía del comercio y de la industria y, además,
había una certeza: tarde o temprano debía llegar el progreso a cualquier región, por más
remota que ésta se encontrara. El fenómeno de la globalización a través de las
comunicaciones, aunque incipiente, comenzaba a ser formulado.
Como es notorio, el barco de vapor aparecía ligado no sólo a la ciencia, sino
también al comercio: pues éste lo transportaba, como señalara Beltrán, a remotísimas
regiones. Una muestra de cómo la representación del comercio está imbricada con el puerto
es la siguiente escena recreada por Heriberto Frías, quien describió de manera
cinematográfica el movimiento portuario:

Férrea y ardiente vida de puerto. No había juventud áurea ni ocio diurno; durante
la jornada a pesar del calor resonaba el estrépito del trabajo; percibíase el rumor
de los talleres; escuchábase el palpitar de los motores de las fábricas, estruendo
insistente que de lejos confundíase con el perenne clamor del mar, del mar que
en todo su irregular perímetro (excepto estrechísima faja) ceñía amorosamente
aquel peregrino Mazatlán.323

El movimiento laboral está enfatizado por los adjetivos, los cuales denotan adversidad:
―férrea y ardiente‖. Pese a lo rudo del trabajo, sumado a la atmósfera calurosa, aquél no se
detenía: no había joven que, de día, no trabajara. Asimismo, la dinámica del trabajo es, más
que visual, totalmente auditiva, puesta de manifiesto por los verbos y los propios adjetivos:
―resonaba el estrépito‖, ―percibíase el rumor‖, ―escuchábase el palpitar‖, el ―estruendo
insistente‖ y el ―perenne clamor‖; el autor recreó así —con el uso de la aliteración que se
apoyó por el fonema /r/, vibrante múltiple— una atmósfera sonora.
El barco, por otra parte, también habría de estar vinculado con el aspecto cultural y,
en ese sentido, con la parte espiritual de la población. En un par de poemas, Victoria aludió

323
Heriberto Frías, ―X. Mazatlán por fuera‖, en El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), op. cit., p. 139.
137

al mar como el espacio por donde la cultura hacía su arribo. En el soneto titulado
―Despedida‖, el poeta hizo referencia al mar que se llevaba a la artista italiana Carolina
Civili, dejando al puerto mazatleco con su vida ―monótona, sin goces ni consuelo‖, es decir,
su presencia había sido capaz de sacudir el tedio de la pequeña, pero culta, ciudad; y
añadía:

Ya el marinero en su bajel te espera


levando el ancla con canción sonora:
¡adiós mujer! nuestra afección sincera
te acompaña por siempre desde ahora:
y tú al cruzar el mar, y por doquiera,
recuerda á Mazatlán que por ti llora.324

Pero es en un soneto de Julio G. Arce, titulado ―Cuadro‖, donde la carga simbólica del
barco de vapor aparece de un modo diáfano. Dicho poema está dividido, de forma
implícita, por dos temporalidades: una, donde lo que reina en el mar es la quietud, pues ni
siquiera hay olas; el segundo momento es cuando, de improviso, todo es ruido y
movimiento: surge el barco de vapor, imponente. Así pues, dicen las primeras dos estrofas
del poema dedicado a Rafael Cañedo, hijo del general y gobernador de Sinaloa:

Tranquilo el mar. En la extensión distante


estalla en tintas la naciente aurora
y el hirviente oleaje se colora
con los áureos matices del Levante.

No revienta la onda, murmurante


va á morir á la playa abrasadora:
y en la gallarda barca pescadora
canta sus infortunios al amante.325

El título del soneto, como fue usual por parte de la literatura ―positivista‖, pretendió por
medio de la mímesis copiar la realidad. Sin embargo, hay un simbolismo que emerge de la
propia subjetividad. Por principio, el amanecer dorado remite al momento inaugural de la
civilización; ahí donde la mexicana se encontraba naciendo en un ―mar tranquilo‖, es decir,
sin agitación ni sobresaltos de ninguna índole. Sinaloa, como el país, se encontraban en una

324
Pedro Victoria, ―Despedida‖, ML, op. cit., p. 92.
325
Julio G. Arce, ―Cuadro‖, BS, 1 de noviembre de 1898, núm. 22, p. 172.
138

aurora de oro: llena de riqueza y porvenir; con el resto del día por delante. Se trataba de una
alusión al plano material, pero también al espiritual. El régimen porfiriano había
atravesado, por fin, la noche alegórica: la del atraso e ignorancia, de las luchas civiles y del
déficit financiero. Asimismo, los últimos versos enmarcan el ―cuadro‖ regional, bucólico:
un pescador es arrullado, de forma armónica, por las suaves olas. De repente, no obstante:

Turba aquella quietud rumor cercano


y en el fondo, sin sombras, del paisaje
aparece altanero y soberano
raúdo vapor que hiende el oleaje
y en espumas revienta el océano,
al Progreso rindiendo vasallaje.326

Lo único que podía quebrantar la armonía e interrumpir la paz era la Máquina, en este
contexto, el signo del progreso. El paisaje ―sin sombras‖ señalaba la absoluta claridad para
ver, pero también para oír, cómo surgía el vapor ―altanero y soberano‖, quien, sin embargo,
siendo un rey mostraba sumisión ante otro más fuerte y más alto: el Progreso, a quien le
rendía vasallaje. Desde la perspectiva del autor, el barco era lo que dinamizaba a la región.
Por el puerto, gracias a la máquina, entraban y salían capitales y mercancías, viajeros y
libros, cultura e ideas. La tónica positivista, en resumen, es notoria: el progreso se
materializaba durante el régimen porfirista; solamente la paz debía ser interrumpida por el
trabajo, el cual prometía, como la fe en la máquina misma, la redención. En conclusión, el
barco de vapor operó durante el cañedismo como un símbolo del progreso.

4.3 El símbolo del crepúsculo y otras imágenes de la decadencia

Durante esta época, el decadentismo en Sinaloa como actitud estética, si recreó lo sórdido
de la sociedad fue sólo para condenarlo o para hacer sentenciosamente sensibles a los
lectores; aunque dentro de esa actitud consciente y programática, emergieron en la
literatura símbolos y figuras expresivas de una corriente minoritaria y subterránea: los
indicios de ser una época infeliz, marcada por temores a los desastres naturales y los

326
Ídem.
139

problemas sociales que destruían a la civilización y producían una decadencia física e


incluso moral.
Los vicios, la pobreza e incluso los desastres naturales —que exhibían lo precario y
deplorable de la entidad—, se recrearon para moralizar, educar, impresionar, pero no para
criticar o denunciar. Así, se efectuaron representaciones con el recurso estilístico del
romanticismo/realismo —por lo que a veces su escritura coincide con fechas de desastres-,
fenómenos meteorológicos que diezmaron a la población: sequías, heladas, ríos crecidos;
así como enfermedades; pero se trataban de factores naturales, ajenos a la voluntad del
régimen. Porque lo único más allá de la jurisdicción de Cañedo o de Díaz, era el poder
divino expresado en la impredecible Naturaleza.
El 6 y 7 de octubre de1887, un huracán azotó el sur de Sinaloa. Por tal razón, en
Mazatlán, se organizaron tres kermeses para recaudar fondos, pues se debía socorrer a los
desvalidos como un rasgo de la civilización, según decía Gómez Flores, depositando ―el
óbolo generoso en el ánfora de la filantropía‖.327 Con la finalidad de conmover al auditorio,
Pedro Victoria declamó ―Poesía leída en una fiesta filantrópica‖, en la que edificó una
doble representación de Sinaloa. Por un lado, y como introducción, aparecía una entidad
próspera y productiva debido a la actividad humana, cuya riqueza la debía a tres principales
ramas de la economía: la minería, la agricultura y el comercio. Antes del meteoro, todo era
paz y progreso:

Las labores, los campos y las minas,


atraviesan innúmeros atajos
con que el comercio próspero reparte
á los diversos pueblos separados,
el bienestar que el cambio proporciona
de los variados frutos del trabajo.328

Pero después, en el ínterin del poema, la acción del huracán desenlazaría la tragedia, pues
después del chubasco, los ríos —el San Diego y el Rosario— se desbordan y arrasan con
todo a su paso, igual en la ciudad que el campo. Aparece así una imagen contrapuesta del
progreso, la Sinaloa devastada por la irracional fuerza del Medio:

327
Francisco Gómez Flores, ―Las kérmesse de Mazatlán‖, Narraciones y Caprichos…, op. cit., pp. 16-17.
328
Pedro Victoria, ―Poesía leída en una fiesta filantrópica‖, ML, p. 95.
140

Allí tenéis; mirad esas riberas


que convirtió en un páramo el estrago
sin choza el labrador y sin cosechas;
laméntase el pastor sin sus ganados;
el minero inundadas ve sus minas,
perdido su caudal y su trabajo;
el comerciante en la común desgracia
con crédito insolvente y arruinado.329

En estos versos endecasílabos se concentran los pilares productivos para señalar su


destrucción: agricultura, minería y comercio; la adversidad recorre toda la estrofa, pues el
universo semántico denota daños, desolación y carencias. Además, para patentizar la
magnitud de la tragedia, la muerte aparece en la parte final del poema: ―Allí la viuda
inconsolable llora/ la eterna ausencia del esposo náufrago;/ y la madre infeliz no ve a sus
hijos‖. Si el poder humano no evitó la desgracia, sí en cambio podía aliviarla. Una vez que
el cuadro realista había sido expuesto, Pedro Victoria concluyó el poema con dos versos
que surgen con fuerza expresiva, pues este escenario de decadencia física era ideal para
poner en práctica lo natural de una sociedad civilizada y progresista: ―¡Acudid á enjugar
lágrimas tantas!/ ¡Socorred por piedad al desgraciado!‖.
Los literatos sinaloenses forjaron un mundo maniqueo, oscilante entre el bien y el
mal. Desde esta perspectiva, por ejemplo, Jesús G. Andrade escribió el poema ―Al
Humaya‖ —uno de los ríos de Culiacán—, en el que está delineado en primera instancia un
paisaje bucólico y sereno, como un remanso espiritual (―Émulo de los mares, en tu seno/ La
eternidad se encierra‖); no obstante, después —y por antítesis—, surge la imagen de un río
crecido, provocador de estragos, y si bien guarda atributos humanos, estos son terribles e
irracionales. Se trataba, más que realista, de una visión romántica, donde Andrade buscó
copiar al río no sólo desde un enunciado verbal, sino también con el ritmo métrico —usó el
patrón de la silva—, proyectando con ello una imagen tanto visual —en el papel impreso—
como auditiva —al ser leída—, pues combinó versos de arte mayor (endecasílabos) con de
arte menor (heptasílabos), lo que propiciaba cesuras que se fortalecen con los
encabalgamientos:

Mas otras veces, cuando airado, horrible

329
Ídem.
141

Eres monstruo terrible


Y te revuelves en tu propio seno
En convulsiones de titán herido.
[…]
Así pasas revuelto é imponente
Semejando un torrente;
Y en tu grandiosa y eternal batalla,
Luchas contra ti mismo y es tu acento
El del rayo violento.
[…]
Cuando sus mil horrores
Lanzan los cielos, y su horrible grito,
Tu retumbante voz, tu voz que truena,
Parece que resuena,
En la obscura región del infinito.330

No hay neutralidad en la descripción. La serie de adjetivos muestran asombro y pavura, así


como impotencia. La Naturaleza, sin duda, fue admirada a la vez que temida. En un el
soneto ―Acuarela‖ Julio G. Arce, igualmente recurrió a la partición del mundo —lo bueno y
lo malo—, como un recurso retórico que le diera efectividad a su descripción realista de la
llegada de un huracán. De manera contrapuesta, la primera parte —los dos cuartetos— hace
referencia a un paisaje marino en calma, en donde un pescador se dirige a la orilla en una
barca ―envuelta en nubes de ligera bruma‖, sin embargo, en los dos tercetos la segunda
parte escenifica el modo en que esa paz es quebrantada por el viento fiero y nubes
borrascosas:

De pronto el huracán azota fiero;


una nube ennegrece el firmamento;
se alborota la mar, la luz desmaya,
y ve llegar, el rudo marinero
á sus hijos, en santo arrobamiento
orando, de rodillas, en la playa.331

Contra los acometidos de la Naturaleza, sugiere el poema de Arce, sólo la Providencia


podía acudir en auxilio del hombre. La imagen de los hijos orando por la salvación del
padre remite, desde esa visión religiosa, al elemento ideológico del conservadurismo: la

330
Jesús G. Andrade, ―Al Humaya‖, BS, 1 de diciembre de 1897, núm. 6, pp.47-87.
331
Julio G. Arce, ―Acuarela‖, BS, 1 de febrero de 1898, núm. 10, p. 74.
142

veneración del pilar de la familia. Después de todo, frente a los poderosos influjos de la
naturaleza, a lo único que se podía apelar era a la voluntad de la Divinidad.
Por otra parte, contrario a la abundancia de agua y sus desastres infligidos, está la
representación de otros fenómenos meteorológicos: la sequía veraniega y la invernal
helada. Recién estrenado el siglo XX hubo una sequía, según documentos históricos, que
propició escasez de alimentos y alza de precios.332 Un soneto del médico y literato Enrique
González Martínez dibujó en dos cuartetos la situación crítica de los campesinos, cuyos
ojos son alzados al cielo por una nube en el horizonte:

Junto al maizal, la gente campesina,


los turbios ojos levantado al cielo,
ve de la nube gris el amplio vuelo
que allá por el oriente se avecina.

Tristes sus tallos el maizal inclina,


muere de sed el abrasado suelo;
mas un hálito dulce de consuelo
en cada humilde corazón germina.333

Pese al estilo realista, gracias a la destreza del poeta, hay un juego de correspondencias
entre las metáforas: los turbios ojos de los campesinos están revueltos y tristes como el
maizal inclinado; y, al mismo tiempo, hay dos planos que contrastan: un arriba, el cielo y la
esperanza, y un abajo, la realidad, el suelo y su desolación. Debido al yermo terreno,
sediento y abrasado, lo único que puede germinar es el consuelo, la posibilidad de que
llueva. Sin embargo, pese a los augurios, los caprichos de la naturaleza se erigían
inapelables:

Preñada de favores, ya la nube


ligera y rauda por el éter sube
y gigantesca por el cenit avanza…

¡Mas, ay, que el norte su furor subleva


y con su aliento funeral se lleva
a un tiempo mismo nube y esperanza!

332
Miguel Ángel Higuera Félix y Milagros Millán Rocha, op. cit., p. 94 y ss.
333
Enrique González Martínez, ―Sequía‖, en Preludios, 1903, op. cit., p. 93.
143

La representación es completamente funesta. El norte, con que está designado el viento,


aparece —logrado por el recurso de la prosopopeya— como una personificación de la
muerte: el norte sopló ―su aliento funeral‖ para alejar a la nube, que simbolizaba no sólo la
esperanza, sino la vida misma. Esto comprueba el arquetipo de la polaridad: cada polo
conlleva un significado que proyecta un metalenguaje cargado de valores. En consonancia
con esa visión aciaga, Francisco Medina publicó con un título significativo, ―Las ruinas de
la aldea‖ en 1897. En este poema, los estragos y la desolación son ocasionados por una
helada, que afectó por igual árboles y endebles chozas:

¡Cómo queda sin hojas el manguero


que ayer exuberante florecía;
mustio quedó bajo el impulso fiero
y agostador de la nevada impía.

[…]

Hoy todo es soledad, en el bohío


concluyó aquel hogar feliz y tierno;
todo quedó desecho por el frío
de las heladas noches del invierno.334

Aunque presenta un matiz bucólico, el poeta suprimió de ese paisaje campirano cualquier
acción humana, e incluso animal: ―Ya no se oye la endecha placentera/ del labrador
volviendo del sembrado,/ Ni el balar de la oveja en la ribera‖. Todo ha sido tocado, en
suma, por la desolación. De manera hiperbólica, Medina construyó la imagen de una helada
catastrófica, la cual no sólo desnudó árboles frutales, sino que hizo desaparecer cualquier
rastro de vida. La imagen, además, aborda el pesimismo desde un espíritu romántico: la
Naturaleza es aciaga; y si bien había prodigado felicidad, terminó por clausurar esa
manifestación en el hogar campesino. Las noches heladas, como una alegoría del
romanticismo, remiten de hecho a la muerte; múltiples son las imágenes construidas bajo
ese tópico. Incluso la imagen de la noche es polisémica, pero lo más común es la relación
de lo oscuro con el mal; así, por ejemplo, Fernando Vizcarra diría: ―Aparece, cual grande
murciélago,/ Satanás, protector de tinieblas/ Que dibuja su forma en las nieblas‖.335

334
Francisco Medina, ―Las ruinas de la aldea‖, ECT, 15 de agosto de 1897, núm. 3920, p. 1.
335
Fernando Vizcarra, ―La noche‖, ECT, jueves 7 de enero de 1897, núm. 3709, p. 4.
144

Se tiene así, de este modo, que el atardecer simbolizó la declinación de la vida y,


más allá, la de una época. De forma histórica, las estaciones o las fases del día se
relacionaron por correspondencia con el ciclo vital. El crepúsculo significó el fin de la
esperanza y el principio del fin. El decadentismo se nutrió de la tradición romántica, como
lo hizo también de la teoría complementaria al positivismo, la cual sostenía —como señaló
Rousseau— que todo en manos del hombre degeneraba. Si existió una teoría del progreso,
entonces existió una sobre la decadencia, según Herman.336 En este sentido, la
representación de la esperanza en un futuro promisorio —que los adeptos al régimen
porfiriano recrearon con demasía— fue desplazada por la de sentimientos sombríos y
tristes; incluso el futuro se representó como un espacio desierto, estéril por excelencia.
Honorato Barrera, escritor jalisciense vinculado a los de Culiacán, expresaría: ―Marcho,
atisbo y todo es fango: que llanuras más desiertas,/ Cuántos tristes pordioseros con las
frentes ulceradas‖;337 Manuel Rocha y Chabre, de Chihuahua, también diría: ―De sombras
lleno el porvenir contemplo,/ apuro el cáliz del presente amargo‖.338 E igualmente
Francisco Medina, quien fue de los pocos poetas sinaloenses que, en su fase inicial, se
decantó por escribir en este estilo, escribiendo el poemario Juventud lóbrega (inédito), en el
que la angustia, el desencanto, la desolación y el hastío son temas recurrentes; por ejemplo,
en el soneto ―VIII. Fe‖, decía: ―Del bien no busques el destello claro,/ Todo es crespón en
este siglo, advierte‖.339 Pero es en un poema dedicado a su padre —por lo que dimensión
autobiográfica explica en cierta medida la significación del poema—, abordó el tópico de la
vida con una visión pesimista y representó ésa con la metáfora del crepúsculo:

Contemplas en derredor todo sombrío


Cuando ves que del mundo en el desierto
No encuentro una esperanza… ¡Padre mío!
Soy el bajel y he de buscar el puerto!

El mundo nos combate inexorable;


No respeta tu angustia y tu agonía…
Ya no sufras por mí: no eres culpable

336
Arthur Herman, ―1. Progreso, caída y decadencia‖, La idea de decadencia en la historia occidental,
Barcelona, Editorial Andrés Bello, 1998. p. 23.
337
Honorato Barrera, ―Sur la breche‖, BS, 21 de septiembre de 1898, núm. 18, pág. 162.
338
Manuel Rocha y Chabre, ―En la heredad‖, BS, 1 de septiembre de 1898, núm. 20, p. 158.
339
Francisco Medina, ―VIII. Fe, de Juventud lóbrega‖, BS, núm. 18, julio 1 de 1898, p. 140.
145

De que concluya en mi existir el día!340

El poema, en voz del sujeto lírico, presenta una doble perspectiva: la del padre y la del hijo.
El primero ve a su vástago errar sin esperanza por un mundo metaforizado con el desierto;
mientras que para el segundo el mundo es el océano, donde él es un bajel que naufraga y
busca un lugar seguro para pisar suelo firme. El mundo, de esta forma, es un desierto —de
tierra o agua— donde no existe la esperanza, y la vida, un eterno naufragio. Es, además, un
espacio hostil y agresivo: ―El mundo nos combate inexorable‖; y la dimensión patémica341
se explicita con claridad: el padre sufre al ver padecer al hijo, de ahí que éste le diga: ―Ya
no sufras por mí…‖. Por último, el verso final es sumamente significativo: el día concluye
en el cuerpo del hijo: es en sí mismo un crepúsculo, un cuerpo que se consume y declina.
En otro poema, Medina igualmente retomó la tarde como un símbolo de la decadencia
espiritual, y el futuro también fue representando como un paisaje desierto:

Quiero que la tristeza me consuma


Sin que mi mal se agite con alarde:
Tal vez será esa pena cual la bruma
Que muere con las luces de la tarde.

Tal vez no sea así… mas nada anhelo,


Ni siquiera curar mi vida enferma:
Que desciendan más témpanos de hielos,
A la llanura intransitable y yerma.342

La poesía francesa —con Baudelaire como figura tutelar—, es cierto, recreó el sentimiento
del fin du siécle, caracterizado por el tedio —el spleen— de la vida burguesa e industrial,
así como el refugio en el arte de frente al positivismo, donde finalmente ―El estudio de lo
bello es un duelo en el que el artista grita de miedo antes de ser vencido‖. 343 Esta bruma del
poema era, pues, aquella niebla parisina, apropiada por el poeta sinaloense en su texto; ello

340
Francisco Medina, ―XXXII. A mi padre‖, ECT, 3 de junio de 1897.
341
Fontanille se refiere a esta dimensión como el comportamiento pasional que irrumpe en lo ―somático‖; en
este caso, el padre sufre los padecimientos del hijo, pero lo siente tanto en lo físico, como en lo moral.
Algirdas J. Greimas y Jacques Fontanille, Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de
ánimo, Siglo XXI-BUAP, México, 2002, p. 140.
342
Francisco Medina, ―En días de lucha –A mi padre. De Juventud lóbrega‖, BS, julio 15 de 1898, núm. 19,
p. 147.
343
Charles Baudelaire, ―III. El confiteor del artista‖, El spleen de París, México, Fontamara, 3ª edición, 1998,
3ª edición, p. 20.
146

se hace evidente cuando dice: ―Tal vez no sea así…‖, esto es, indicó que esa representación
podía no ser suya, mas el sentimiento de vacuidad, sí; por cierto, la metáfora final es por
demás paradójica: ¿témpanos de hielo deslizándose por una llanura desierta? A menos que
éstos simbolicen la frialdad del mundo, pues la historia, expresa versos más adelante el
poeta, ―debe ser una historia de crespones‖. La muerte, el luto, son referencias que el
símbolo del crepúsculo conlleva en su carga semántica; ello se revela asimismo en un
poema del mazatleco Esteban Flores, quien no se libró de los influjos de la estética
decadente. En ―Incoherencias‖ –título que denota un síntoma de delirio-, Flores expresa de
manera tácita una representación de la zozobra, la cercanía de la Muerte y la pérdida de la
fe; para el sujeto lírico todo era vano, banal:

¿Combatir?... ¿para qué? Ya mis anhelos


Huyeron en tropel… La Muerte avanza…
Y en el negror profundo de los cielos,
-Luz efímera,- se hunde mi esperanza!344

Ligado al tópico del crepúsculo está el sentimiento de tristeza; se trata, desde luego, de la
expresión del estilo romántico que, entre otros, el español Francisco Villaespesa practicó
(―Asómate al balcón; cesa en tus bromas/ la tristeza de la tarde siente‖, Ocaso). En esta
tesitura, Medina —en ―II. Perfiles— recreó la caída del sol sobre la aldea: ―Desfalleció
tristísima la tarde/ […]/ ¡Todo yace cubierto por la sombra!‖; 345 de forma casi idéntica
Benjamín Vidal, años atrás, había escrito: ―Mas cuando tiende el sonrosado velo/ la triste
tarde por la esfera umbría,/ llora, perdido el fin, mi alma vacía/ aquel placer trocado en
desconsuelo‖.346 Hay detrás de toda esta representación, sin duda, el imaginario religioso, la
idea del hombre como un ser condenado a sufrir en la tierra. Por tal razón, la imagen del
crepúsculo también fue asociada con el sentimiento de evasión, de fuga de la prisión
terrenal; expresaba Ángel Beltrán: ―Son ansias de volar. Es nostalgia/ por algo que no
existe, que no toco‖: se trató de la figura del hombre como un ser escindido, en busca de
restaurar su pasado, de retornar al Paraíso, pues añadía:

344
Esteban Flores, ―Incoherencias‖, BS, julio 15 de 1898, núm. 19, p. 146.
345
Francisco Medina, ―De Campestres, II. Perfiles‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, p. 50.
346
Benjamín Vidal, ―Mi esperanza‖, ML, 1889, p. 167.
147

Es atroz desaliento cuando veo


en el mundo miseria tras miseria:
es ¡ay! que mi alma en su inmortal deseo
quiere el lazo romper de la materia.
[…]
Pereza, laxitud, enervamiento,
frío en el cuerpo y en el alma frío;
y sin embargo vegetar me siento
en un mundo falaz que no es el mío.347

Se trataban, los referidos por Beltrán, de los males del siglo que el capitalismo produjo en
el proceso de individuación: el ocio, la debilidad y la preocupación o angustia.348 No
obstante, la visión platónica del alma errante —que el cristianismo se apropiaría—, está
patente. Se trata de un alma dislocada, fuera de sitio, que no reconoce el mundo como suyo,
de ahí su deseo de morir: el ―inmortal deseo/ quiere el lazo romper de la materia‖. De modo
similar Teresa Villa escribió acerca del deseo de volar, junto con su familia, hacia el
firmamento; llama la atención, además, por ser una prosa autobiográfica: ―A esta hora, en
que la luz crepuscular desfallecía ante nuestra vista y la naturaleza estaba magníficamente
bellísima, me encontraba sobre la arena de unas de las riberas encantadoras del Humaya‖.
Este escenario, las orillas del río de Culiacán, le haría anhelar reunir a sus seres queridos ―y
con ellos, cual aves, poder volar y remontarnos en rauda ascensión al infinito, rasgar la
etérea gasa y perder en la azul inmensidad, para no tornar a tierra jamás‖. 349 La prosa,
aunque realista en la descripción del paisaje, recrea también un paisaje interior: el del alma
dispuesta a huir, e buscar un bienestar fuera del mundo.
El crepúsculo fue, pues, un símbolo de la decadencia física, así como espiritual,
presente –aunque poco visible- en la literatura del cañedismo. Por ejemplo, el final de la
novela de Los triunfos de Sancho Panza, de Frías, cuando el periodista Miguel Mercado se
marcha de Mazatlán –fue acusado de difamación por revelar en un reportaje las
maquinaciones para estafar al ingeniero Manuel Muileón-, el atardecer, el crepúsculo, se
convierte en el escenario de la consumación de la decadencia, pues el sol que cae es, al
mismo tiempo que un escudo, una moneda, es también el rostro de Sancho Panza

347
Ángel Beltrán, ―Sombras‖, ML, p. 213.
348
Véase la p. 73 de esta investigación, donde se alude al trabajo histórico realizado por Ariés y Duby
respecto a las enfermedades propiciadas por la era industrial.
349
Teresa Villa, ―Crepúsculo‖, BS, 1 de junio de 1898, núm. 7, pp.131-132.
148

eclipsando la verdad e instaurando el reino de la mentira.350 Es cierto, Frías fue uno de los
que criticó, ya en las postrimerías del cañedismo, al régimen porfiriano; ridiculizó el
discurso del progreso, como se muestra en la siguiente escena donde el orador busca
convencer al ingeniero Muileón para que radicase en Mazatlán e invirtiera todo su dinero
en empresas fantasmas:

—Porque aquí los profesionistas –declamaba en tanto el del brindis-


representados por dos eminencias médicas, el Dr. Merwink y el Dr.
Santiesteban, os dicen: señor ingeniero, reposa y confía; porque aquí el alto
Comercio, la alta Industria y la alta Banca representados dignamente por Mr.
Orland Fields, os dicen: señor ingeniero, reposa y confía; porque aquí la
juventud masculina representada por esos alegres jóvenes que son el porvenir
físico y moral de la Patria, consagrados de día al trabajo en el puerto o en sus
oficinas, y de noche a la música y a la galantería, paseando en abiertos carruajes
al son de melifluas orquestas, desgranando serenatas a sus bellas, os dice: ¡señor
ingeniero, reposa y confía!... 351

De este modo, los sectores ―representativos del progreso‖ –el comercio, la industria y los
profesionistas- eran causa de mofa, desprecio y rabia en el periodista Mercado, según lo
revela el autor a través del narrador que, desde la perspectiva del personaje, expuso lo que
éste pensaba:

Aquello era intolerable y no parecía terminar nunca. ¡Cuánta mentira, y qué


sereno, qué pomposo cinismo! ¡Con qué tranquila audacia veía que el adulón
abogadito aquel calumniaba a Mazatlán! Porque estaba seguro de que en el
paseo no había ningún representante de su alto Comercio, ni de su alta Industria
y mucho menos de sus profesionistas, pues el Dr. Merwink era un charlatán que
se decía el mejor sabio oculista del mundo, y el Dr. Santiesteban un calavera
cuyo título sospechoso sólo amparaba al fracasado, al destripado…352

Por otra parte, si bien la censura, o la autocensura, determinó que la expresión


―decadentista‖ fuera poco recurrente, sin embargo los literatos construyeron algunas
estrategias –ya inconscientes o deliberadas- para recrear el tópico de la crisis moral. Por
ejemplo, Julio G. Arce tituló una prosa como ―Fantaseos‖, en señal de que se trataba de una
mera invención, para señalar que la felicidad no existía: el personaje es un peregrino –un

350
Véase el apartado. 3.3 de esta investigación.
351
Heriberto Frías, ―I. Proa a la luna‖, op. cit., pp. 42-43.
352
Ídem.
149

bohemio- que busca la dicha en bosques y selvas, en palacios y chozas, sólo para
confirmar: ―-La dicha no existe! Con razón se ha dicho que estamos en un valle de
lágrimas!‖.353 Como es evidente, predomina en esta visión la imaginería religiosa: la tierra
como un valle de lágrimas, es decir, de sufrimientos por haber perdido el paraíso. De un
modo atípico, por ser terrible, Adolfo O‘Ryan creó un personaje para quien las virtudes
cristianas (la fe, la esperanza y la caridad) estaban extraviadas, y afirmaba: ―Si vemos que
sobre la tierra no hay probabilidad alguna de mejorar nuestra suerte, nuestro único consuelo
es… el suicidio‖. Si la frase era fuerte, no lo era menos su denuncia, ya que señalaba que la
caridad había sido corrompida, pues servía para el engaño y el timo en todos los niveles
sociales, desde los caballeros hasta los falsos mendigos:

No tardé en descubrir que abusaban de mis sentimientos. Varias instituciones


que protegía empleaban los fondos que colectaban en operaciones bancarias. La
mayor parte de caballeros á quienes creía en realidad ayudar en un mal paso,
usaban mi donativo en algún baile ó fiesta. Infinidad de viudas que socorría,
tenían dos ó tres maridos; numerosos ciegos, cojos y mancos que consideraba
como mis protegidos predilectos, resultaron ver, correr y robar como los pícaros
más listos.354

Asimismo, las enfermedades realmente diezmaron a la población sinaloense durante el


periodo del cañedismo. Cuando el dictador ya había muerto y gobernaba Diego Redo, el
año de 1910 era avizorado como un cúmulo de padecimientos, como si la temible caja de
Pandora se hubiera abierto de forma irremediable. Haciendo un balance de 1909, Raúl
Jazbacan, asentaba en un poema:

Fecundo en enfermedades
y otras mil calamidades
el año anterior fue
¿Y el actual cómo será?...
Por lo que pasando está,
Más o menos ya se ve.355

Se trata de un poema popular (octosilábico), escrito más para entretener, pues contiene una
dosis de humor, si bien de humor negro. La visión del autor era fatalista, pues aseguraba

353
Julio G. Arce, ―Fantaseos‖, BS, 15 de abril de 1898, núm. 15, p. 119.
354
Zenón, ―La fe, la esperanza y la caridad‖, BS, 15 de noviembre de 1898, núm. 23, p. 180.
355
Raúl Jazbacan, ―De actualidad‖, ECT, martes 18 de enero de 1910, núm. 7955, p. 1.
150

que los pobladores estaban ―fritos‖, y a los únicos que les iría bien, sería a los médicos y
boticarios. Y ofrecía un listado de todas las enfermedades que asolaban al apenas iniciado
año 1910:

Tos ferina, consunción,


Varioloide, sarampión,
Fiebres, murria, languidez
Y una que otra pulmonía
Son, hasta el presente día,
Los gajes del año diez.356

Añadía Jazbacan que enfermos y dementes eran productos, a la vez que símbolos, de la
ruina y el malestar, pues había tísicos y dementes: ―Todo es ruina y malestar‖. Y es que,
finalmente, amén de los enfermos, hubo otras dos figuras representativas de la decadencia:
el mendigo y el loco. En torno a éstas, la tradición literaria europea ya había forjado una
imagen bastante secular, pero a finales del XIX se resemantizaron para ser convertidas en
antihéroes (piénsese, por ejemplo, en Jean Valjean, de Víctor Hugo, o en el Raskolnikof de
Dostoievski). El decadentismo francés exaltó estas figuras —e incluso se imbricaron con el
mundo social (véase la figura del bohemio en el apartado 3.4) —, pero como ya se ha dicho
también, la literatura sinaloense las subvirtió: las despojó de su sentido contestatario,
usándolas para moralizar.
De esta forma, los periódicos informaban de la miseria prevaleciente a través de sus
propias representaciones: ―Ya es una verdadera calamidad el gran número de mendigos que
pululan por la ciudad, pues hasta en la noche es uno sorprendido por ellos en los paseos‖,
decía El Correo de la Tarde, en 1910. Estas personas fueron representadas como una
molesta plaga social que, irrespetuosa, se atrevía a interrumpir los paseos nocturnos. Por su
parte, los literatos también notificaban de ella, pero lo hacían para transmitir un mensaje:
ayudarlos, practicar la caridad. Así, Jesús G. Andrade escribió ―Un miserable‖, donde un
anciano pide limosna en una calle para llevar alimento a sus hijos, pero padece hambre, frío
y el desdén de los transeúntes. La descripción de la figura es minuciosa pues, con un estilo
naturalista, se encuentra construida con adjetivos semánticamente negativos.

356
Ídem.
151

Víctima del furor invernal, sintiendo sobre su endeble y huesoso cuerpo todos
los inclementes rigores del frío, está acurrucado en el ángulo de un vetusto
edificio, un anciano doliente.
Apenas lo cubren miserables harapos. Su voz es débil, los pómulos salen
de su rostro enflaquecido y pálido, y se revela su inmensa tristeza en la infinita
languidez de sus pupilas.357

La intención, por supuesto, era conmover a los lectores; y la debilidad del anciano está
remarcada por los adjetivos con que su cuerpo está caracterizado: endeble, huesoso,
doliente, débil, enflaquecido, pálido, infinita languidez; por la calificación hecha a su ropa:
miserables harapos; así como por los epítetos aplicados al clima, inclemente, y al edificio,
vetusto; como elemento romántico, edificio y personaje se mimetizan, pues ambos, viejos y
frágiles, son azotados por el frío. En seguida, el anciano pide una limosna, y ―al encapotado
se le eriza el cabello, y prosigue su marcha veloz; sin escuchar las súplicas del mendigo‖.
La crítica social es clara: el encapotado alude a alguien con dinero, bien abrigado, quien
sintió miedo o aversión (―se le eriza el cabello‖); sobre todo, porque más adelante, el
narrador emite un juicio moral, llamándole ―malvado‖: ―—Piedad por Dios! ¡Señor,
señor!— gime con voz cada vez más fuerte, —como intentando hacerse oír del malvado
que se aleja‖. El final, que es donde se erige sobre todo la lección moral, es trágico: el
miserable muere tras haber comido carne envenenada, la cual recogió de la calle pero que
estaba destinada a los perros. De esta forma, al proyectar la imagen de un mendigo
desamparado, Andrade hacía notar la necesidad de socorrer a los pobres y, al mismo
tiempo, criticaba a los ricos que no eran caritativos.
Asimismo, la clase baja fue representada como un lastre atávico, la retardataria del
progreso, y a menudo se le identificó como la clase donde tenía lugar el crimen y los vicios.
Como era usual en la literatura nacional, Francisco Medina, en ―Tragedia de vecindad‖,
relató la vida de una costurera cuyo novio, celoso, le dio muerte a un sujeto en un baile;
pero es en ―Un epílogo‖ donde el mismo autor expone una moraleja simple: los hijos
debían ayudar a los padres —ancianos— y, al mismo tiempo, condena el alcohol: la historia
transcurre en una choza pobre; el padre convalece en la cama, mientras que su esposa se
lamenta de las deudas y del hijo ingrato que, en lugar de apoyar a su familia, se divierte:
―Ahora, si vivimos ó morimos, no le importa; él por el paseo, por el baile ¡digno modo de

357
Jesús G. Andrade, ―Un miserable‖, BS, 1 de mayo de 1898, núm. 16, p. 123.
152

pagar los sacrificios que hemos hecho para que se instruya‖. El desenlace es trágico, ya que
el hijo, ahogado de vino, fue herido y llevado moribundo por los gendarmes a la casa, y el
padre, al verlo, habrá de sentenciar: ―—¡Quién creyera, que hoy que pensaba morder el pan
adquirido con tu trabajo, tenga que venderme yo para comprarte un pedazo de tierra…
¡Infeliz!‖.358 Históricamente, el alcohol durante el Porfiriato fue criticado, como por
ejemplo se leía en un periódico: ―Obreros, hijos del trabajo! Si queréis que vuestro espíritu
sea grande y puro, trabajad y estudiad, abandonad la taberna y poblad el taller y, en vez del
alcohol que destruye, tomad el licor del Evangelio interpretado por la ciencia‖.359
Por otro lado, la figura del mendigo fue complementada con otras dos visiones. La
de ser criminales por el hecho de su condición, así como la de representar, por su
precariedad, como seres incorruptibles. Ambas imágenes son de Medina. En la primera,
expresa: ―Habló con palabra trémula/ El moribundo mendigo:/ ¡Señor! ¿Por qué me
condenas/ A lavar de otro el delito?‖; donde la justicia divina hace eco de la justicia
humana: el mendigo muere en su cuarto sombrío: ―¡El infeliz harapiento/ Quedó en el suelo
tendido‖. 360 En la segunda, el poeta dirá, a la manera de Calderón de la Barca, que la vida
era ilusoria y el triunfo, sueño, y añadió: ―Es ficticia la victoria/ Que en la lucha alcanza al
hombre,/ Al deseo de renombre/ Jamás mi pecho da abrigo:/ Me resigno a ser mendigo/
¡Antes que manchar mi nombre!‖.361 Desde luego, este último poema se inscribe en un
contexto particular, pues Medina mantenía por estas fechas una batalla personal por hacerse
notar en el medio intelectual, y fue acusado por sus detractores de querer conquistar fama a
costa de ellos (véase la polémica con Híjar, González, entre otros, en el apartado 3.2).
Aunque apenas esbozada, se encuentra la figura del loco. De forma histórica, la
demencia en el Porfiriato fue usado como mecanismo de control social y, en las vísperas
del centenario de la Independencia, de ―limpieza‖ urbana, pues el moderno hospital
psiquiátrico asiló a indigentes, prostitutas, toxicómanos y delincuentes.362 Así, a fines de

358
Francisco Medina, ―Un epílogo‖, BS, 15 de noviembre de 1897, núm. 5, p. 36.
359
Sin autor, ―El taller y la taberna. Son dos grandes enemigos‖, ECT, viernes 14 de enero de 1910, núm.
7951, p. 3.
360
Francisco Medina, revista Flor de Lis, Guadalajara, 1 de mayo de 1897, en Agustín Velázquez Soto, El
romántico amigo… op. cit., pp. 79-80.
361
Francisco Medina, ―En días de lucha‖, EMS, 10 de octubre de 1897.
362
Vid. v. gr. Carlos Olivier Toledo, ―Higiene mental y prácticas corporales durante el Porfiriato‖, Revista
Electrónica de Psicología Iztacala, UNAM, Vol. 12, No. 2, junio de 2009, en http://www.ojs.unam.mx/-
index.php/repi/article/viewFile/15462/14691 (Consultado el 17 de mayo de 2010).
153

1909, el profesor del colegio ―Rosales‖, Francisco Cuervo Martínez compuso un poema, en
donde delineó la figura del demente con elementos de la cultura popular y del
romanticismo: el sujeto lírico —quien dice ―yo‖ en el poema‖— le expresa al loco, al
personaje: ―¡Te olvida tu amigo, te engaña tu amada‖ y más adelante le dice ―Te olvida tu
madre, tu madre adorada‖, obteniendo tan sólo por respuesta una carcajada. Resaltan
también sus aspectos físicos: demacrado, de tez macilenta y mirada extraviada: ―En ángulo
obscuro destácase un loco,/ De tez macilenta, mirada indecisa‖; y añadía luego:

¡Te olvida el amigo, te engaña tu amada,


El negro infortunio tras ti se desliza!
El loco desgrana glacial carcajada
Y luego prosigue su eterna sonrisa.

¡Te olvida tu madre, tu madre adorada,


Tu grato pasado sin tregua agoniza!
Se incendian tus ojos, al hombre que invoco,
Fulguran felinos en la ancha morada;
Se yergue en espasmos el mísero loco,
Su tez macilenta se torna rojiza,
Dos lágrimas surcan su tez demacrada…
Y súbita estalla feroz carcajada
Y luego prosigue su eterna sonrisa…363

De igual forma, la ideología imperante se deja entrever. La vista fue el instrumento natural
del positivismo. El sujeto lírico practica el método de la observación —se detiene a
―verlo‖—, por lo que él es el lúcido, quien emite un juicio cuasi objetivo. Por su parte, el
loco es descrito con la ―mirada indecisa‖, es decir, no ve con claridad, trae la razón
extraviada. La mirada perdida es metáfora de la locura, mientras que el observador lo es de
la razón. En otro sentido, la locura fue deificada por el romanticismo: el enfermo mental era
un ser iluminado y que, pese a ser un mendigo, no imploraba ayuda. Su identidad es la del
bohemio francés que la poesía modernista construyó. Así pues, Dagoberto —seudónimo de
un autor mazatleco no identificado—, hacía mencionar a su personaje lo siguiente:

Transita por las calles más céntricas del puerto, gesticulando y pronunciando
palabras incoherentes. Su raído traje le da el aspecto de un mendigo; pero ni aun

363
Francisco Cuervo Martínez, ―El loco…‖, EMS, sábado 6 de junio de 1909, núm. 2214, p. 2
154

tiene suficiente luz en el cerebro para implorar la caridad de que tanto ha


menester.
[…]
Ya, al mirarle ensimismado en la lectura, le compadezco infinito, pues
comprendo que siento el mismo afán, el mismo anhelo que él, al tratar de borrar
de mi cerebro las negras sombras de la duda. ¡Ambiciono como él descubrir los
ocultos arcanos de las ciencias, y tengo como él sueños muy altos de
grandezas!364

La locura era símbolo de la lucidez. Y, de acuerdo con esta visión, vivir ensimismado le
apartaba del mundo real, le hacía vivir una vida distinta. Por otro lado, Francisco Medina
proyectó en ―Crimen en la sombra‖ la imagen de un hombre que pierde la razón debido a
una brusca impresión en su ánimo: por una confusión fue despedido del trabajo. José
López, tras perder su empleo por una confusión suscitada por otro trabajador de mismo
nombre, pierde el prestigio y es repudiado por la sociedad, por lo que: ―Poco á poco fue
perdiendo la razón y […] como un idiota; iba por la calle casi sin conciencia; nada le
importaba; a veces le gritaban por las ventanas ¡ladrón! y tal como nada le dijeran; el hielo
de la miseria y del desencanto le habían arrancado todos sus sentimientos…‖.365
En conclusión, los locos y los mendigos comparten, en este tipo de
caracterizaciones, el mismo denominador: vivían en la pobreza, despreciados por la
sociedad e incluso por la familia. Representaban, salvo la visión romántica de Dagoberto,
la descomposición social de la época; los locos eran, junto a las imágenes de las
calamidades y de los mendigos, los indicios de la decadencia que se manifestaba, pese al
monolítico y hegemónico discurso del progreso que irradió al Porfiriato. Como decía
Jazbacan: ―Los tísicos menudean,/ Los dementes no escasean,/ Todo es ruina y
malestar…‖.

364
Dagoberto, ―Un pobre loco, como yo‖, ECT, domingo 1 de mayo de 1910,núm. 8051, p. 3
365
Francisco Medina, ―Crimen en la sombra‖, BS, núm. 10, febrero 1 de 1898, pp. 77-80.
155

4.4 La amada dual: virgen blanca versus ángel caído

La literatura sinaloense, que cofundó la literatura mexicana, estuvo inscrita en la literatura


occidental. Muchos de los tópicos presentes en los escritos de los sinaloenses revelan que
los literatos abrevaron en la tradición literaria española, así como en la francesa, en donde
sobresale la bipolaridad femenina: santa o pecadora, recatada o libertina. Esta dicotomía
deviene de la época medieval y renacentista, donde asumió características de maldad o de
pureza; el poeta español Juan Ramón Jiménez, a fines del XIX, la representó como la
―novia de nieve‖ en los Jardines místicos, donde aparece como la mujer pura, casta, virgen
y etérea; asimismo, representó la contraparte, la imagen de la ―mujer serpiente‖, un ser de
naturaleza híbrida, animal y humana, símbolo del deseo; asimismo, similar dicotomía se
encuentra en relatos y poemas del español Valle-Inclán.366
En la literatura mexicana, así como en Sinaloa, las prácticas sociales en torno al
amor, desde la influencia romántica o del modernismo subvertido, configuraron en gran
medida un tipo de representación literaria de la amada. El imaginario masculino reprodujo
las cualidades de la tradición española, particularmente de la poesía. A finales del siglo
XIX fue usual en Sinaloa que los literatos —o los meros aficionados— escribieran poemas,
pensamientos o lieders (canciones) en la prensa, pero también en abanicos o álbumes
femeniles. En esas publicaciones, la imagen de la mujer tuvo una condición dicotómica:
una virgen o ángel, y la de la mujer ―caída‖.367
El maniqueísmo, decantado sobre todo desde el universo moral imperante durante el
Porfiriato, constituyó, por un lado, una imagen apolínea de la mujer. Ésta fue representada
plena de virtudes, encanto físico y poseedora de atributos divinos. Por otro lado, desde la
censura, se criticó la inmoralidad y los vicios que la degradaban y la arrastraban al infierno;
alcanzaba así una condición demoniaca. Se trató, pues, de dos visiones más que
enfrentadas, complementarias: ambas estaban soportadas y unidas por la mirada moralista

366
La imagen de la mujer es similar, de hecho, a la construida en la literatura española. Teresa Gómez Trueba,
―Imágenes de la mujer en España de finales del XIX: ‗santa, bruja o infeliz ser abandonado‘‖, en
http://www.lehman.cuny.edu-/ciberletras/v06/gomeztrueba.html (Consultado el 23 de abril de 2010).
367
Acerca de la representación de la mujer desde una perspectiva de género, vid. Mayra Lizzete Vidales
Quintero, ―El matrimonio y las relaciones de género en la sociedad de fines de siglo XIX‖, en Arturo Carrillo
Rojas et al. (Coord.), Contribuciones a la Historia Económica, Social y Cultural de Sinaloa, Culiacán, UAS-
Archivo Histórico, 2007, pp. 233-251.
156

de la época porfiriana. La literatura, ya se ha dicho, pretendió no solamente deleitar, sino


también educar a la población. Las costumbres se debían de pulir; la ideología positivista
del progreso supuso que las prácticas sociales debían evolucionar también.
En este sentido, la representación de la mujer virgen-angelical, que guarda diversos
atributos, tanto físicos como morales y espirituales, fue construida para modelar a la
realidad: no como la mujer era vista, sino como se quería que fuera en el mundo social. Se
edificó así una imagen ideal. Y, al mismo tiempo, se convirtió en un objeto; en una cosa
deseada. Las cualidades más recreadas, y por tanto más exigidas, eran la bondad, la
inocencia y la belleza. Los discursos literarios son reiterativos, pero hay uno que llama la
atención: el de Cecilia Zadí, quien puso de relieve aquella norma social que era común.
En un esbozo de ensayo literario, la autora asentó que la mujer no debía ser egoísta
ni avara pues en ella, más que en los hombres, los vicios y los malos instintos eran más
notorios; le atribuyó también una naturaleza propia, unas cualidades de origen, una
condición que le venía de nacimiento: ―La naturaleza blanda y débil de la mujer, rechaza
instintivamente cuanto no sea bondad, sensibilidad y dulzura, porque ella ha sido hecha
para amar aun más que para ser amada‖. Todavía más: su constitución le había sido
impuesta por Dios y sus leyes naturales, evolutivas, y era medida con la escala del
sentimiento, ―que es la escala superior de los séres‖, por lo que faltar a su ley era bajar,
convertirse en un ser inferior.368 Hubo, pues, un prototipo femenino que la literatura recreó
con creces, pues hacia allá se encaminó dicha representación: la mujer ideal para ser
desposada. También Artemisa, en un ensayo literario, sintetizó el pensamiento epocal: ―En
la esposa tiene el hombre el ángel de la guarda de su hogar‖. 369 Si la mujer era un ángel
doméstico, el hogar debía ser su santuario. De este modo Esteban Moreno escribió en el
álbum de la señorita Emilia Rivas un poema donde señaló sus cualidades físicas: un bello
rostro, una mirada dulce, la frente inmaculada y un ―aliento de virgen‖; así como sus
atributos espirituales, donde su alma era ―un paraíso‖: gracias, virtud, talento y simpatía. En
la estrofa final, el poeta expresó la intención de su alabanza:

Y tú serás feliz; sí muy dichosa


Que es la virtud magnífica presea

368
Cecilia Zadí, ―La mujer egoísta y avara‖, BS, Mazatlán, 15 de noviembre de 1898, núm. 23, p. 177.
369
Artemisa, ―Grata vida del hogar‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, p. 49.
157

Y en torno suyo el bienestar se crea


¡Feliz quien pueda venerarte esposa
Feliz quien como madre te posea!370

Esa mujer, idealizada, sería la esposa y madre perfecta. Por otro lado, Moreno sólo nombró
una parte del cuerpo, y la más visible: el rostro. Rafael Serrano omitió cualquier referente
físico, pues en un poema dedicado a Berta Gómez Gallardo, escrito ―en un álbum‖, sólo
delineó algunas características morales. En la primera estrofa interrogó a su laúd si ella era
―numen poético‖ o un ―ángel‖, y fue en la siguiente en la que añadió:

No me responde y yo digo:
Consuelo, esperanza, amor,
Inocencia, bienandanza,
Eso eres tú.371

Serrano ponderó las virtudes de la mujer: la inocencia y el consuelo, cimentadas en la


religión cristiana; así como los sentimientos que denotan un estado de ánimo dichoso: la
esperanza, el amor y la bienandanza. Destaca, desde luego, la condición femenina de
pureza: un ángel o, como el numen poético, inefable y divino. De este modo, aparece ligado
lo físico con lo moral, lo estético con lo axiológico: la mujer era bella y buena. El universo
de la religión católica, como un río subterráneo, apareció vinculado a los anhelos
positivistas de instruir, y de paso moralizar, a la sociedad. Donde lo prioritario era, además,
conservar las buenas costumbres; de ahí que Nervo pidiera a las muchachas ―de buen tono‖
para que no creyeran todo lo que los ―jóvenes de sociedad‖ les escribieran en los álbumes,
pues no sólo descubría faltas a la gramática o a la retórica, sino también a la verdad.372
Nervo pretendió educar así a las señoritas de sociedad: debían saber distinguir entre lo
correcto y lo inapropiado. Decir la verdad, escribir con sinceridad, fue una exigencia a los
poetas. Antonio Moreno no sólo reconoció su falta de talento: ―Sólo escribo estas líneas
mal forjadas/ para complacerte a ti‖, sino que también se declaró ―enemigo de ficciones/
propias solo de gente baladí‖; no obstante, de sus versos emanan algunos rasgos de la
representación femenina, igualmente virtuosos y apolíneos:

370
Esteban Moreno, ―En el álbum de la Srita. Emilia Rivas, BS, 15 de septiembre de 1897, núm. 1, p. 2
371
Rafael Serrano, ―A Berta Gómez Gallardo‖, EMS, 15 de abril de 1900, núm. 489, p. 2.
372
Amado Nervo, ―Los albums de autógrafos (Artículo que aún es de actualidad)‖, ECT, 15 de enero de 1894,
en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit., pp. 176-177.
158

No es esto que no admire tu belleza,


Tus gracias sin igual y tu pudor,
Ni que yo sea insensible á tus encantos,
Ni de tus lindos ojos al fulgor.373

La belleza, la gracia y el pudor constituyen una trilogía de rasgos inherente a la imagen de


la mujer que, de piel blanca o pálida, representaba a una virgen. De la anatomía femenina,
el rostro fue una de las partes más mencionada por los literatos; era el espejo del alma.
Otros aspectos nombrados fueron los ojos, los labios, la cabellera, el talle, las manos y,
sobre todo, los pies. La sensualidad fue reprimida; por lo que los textos que abiertamente
explicitaron otras partes corporales fueron escasos, casi nulos, siendo uno de ellos
―Visión‖, poema del médico González Martínez, quien expresó: ―Entregada a sus sueños de
amores,/ al tenderse en la lírica alfombra,/ resaltaban erguidos sus pechos/ como una pareja
de blancas palomas‖.374 Pese a su claridad, se trató de una sensualidad abstracta, decantada
en los moldes marmóreos del parnasianismo, pues la figura femenina se asemejó a una fría
estatua: ―se bañaba desnuda y tranquila/ luciendo sus clásicas formas‖, decía el poeta. La
moral porfiriana impuso zonas corporales indecibles; en cambio, los pies de la amada
fueron la parte más citada y explícita.
La figura de la mujer, al atribuírsele una identidad angelical, fue recreada como si
estuviera suspendida en el aire, en el cielo, por lo que los pies eran la parte visible y, al
mismo tiempo, lo que la situaba como un ideal inalcanzable. Estaba en la altura, sobre las
aspiraciones del amante quien, adolorido y triste, le cantaba. El muy prolífico Francisco
Medina compuso una treintena de poemas al ―bello sexo de Culiacán‖, dedicados a las
señoritas de la sociedad en donde fueran representadas como ángeles o vírgenes; por
ejemplo, de Dolores de la Peña, señaló: ―Los ángeles sumisos te adoraron‖ y ―La luz del
cielo aún tu frente dora‖; y de Concepción Gudiño: ―En tu hogar eres paz y consuelo…/ Y
en el templo te adoro con calma,/ Y eres ángel que baja del cielo‖. 375 Se trata así de una
figura sacralizada por la moral y la religión cristiana. Además, siendo una figura angelical,
rara vez condescendía a pisar el suelo. El romanticismo la delineó como un ideal imposible

373
Antonio Moreno, ―En un álbum‖, BS, 1 de enero de 1898, núm. 8, p. 59.
374
Enrique González Martínez, ―Visión‖, Preludios, 1903, en Poesía I, op. cit., p. 44.
375
Francisco Medina, ―Bosquejos‖, en Agustín Velázquez Soto, El romántico amigo de la imparcialidad, op.
cit., pp. 26-27.
159

de conquistar. Por ejemplo José Antonio Gaxiola, refiriéndose a la beldad de una mujer,
expuso la imposibilidad del lenguaje por realizar una minuciosa y cabal descripción: ―No
tiene el arpa mía/ Notas para cantar vuestra hermosura‖. Es cierto que se trató de un recurso
retórico: el arte era trascendido por la realidad; lo cual permitía exaltar aún más las
cualidades físicas y morales (―bella y virtuosa‖) que aparecen vinculadas en el poema:

Tenéis en vuestros labios ambrosía


Vuestros ojos revelan alegría
E irradian de placer y venturanza,
Y como sois tan bella y tan virtuosa
Tenéis á vuestras plantas una diosa
Con los brazos abiertos: la esperanza.376

Esta imagen revela, por un lado, una figura apolínea, parnasiana: la ambrosía, en el mítico
mundo griego, era el alimento de los dioses. Nadie más, pues, era digno de besar sus labios.
Por otro lado, aparece suspendida en el aire: una deidad, la esperanza, que le circunda sus
pies con los brazos abiertos. La figura de la amada aparece como una diosa o, incluso, se
asemeja a la imagen de la Virgen de Guadalupe, la cual está sostenida por un ángel de alas
abiertas. Esta vinculación no tendría nada de casual, ya que al estar asociada la figura
femenina con una virgen o una diosa (la virgen de Guadalupe de hecho está relacionada con
la diosa azteca), la religión dentro del régimen porfiriano emerge como un elemento
fuertemente arraigado. Siendo un gobierno conservador, la religión, la moral y la familia
fueron, además del nacionalismo, elementos cohesivos del tejido social.
Otros poemas igualmente contienen la representación angelical o virginal. Antonio
Villalpando, poeta de El Rosario, describió a la amada como un ángel situado en el aire,
entre nubes: ―Allá, al través de vaporosa nube/ parecióme entrever sus formas de hada‖,
para destacar que se trataba de un ideal, pues al aproximársele, se esfuma: ―Y al buscar su
mirada refulgente,/ aire toqué nomás‖.377 También Florentino Arciniega y Ledesma transitó
por esta imagen con parecidos elementos en un poema dedicado ―a Natalia‖. En éste, sólo
la frente y, por supuesto los pies, fueron nombrados. El poeta trazó, en todo el poema, una
serie metafórica de anhelos que expresan claramente una dimensión romántica: desear darle
lo imposible a la mujer siempre sería poco; así, el sujeto lírico señalaba querer ser un lampo
376
J. Antonio Gaxiola, ―Para un álbum‖, BS, 1 de julio de 1898, núm. 18, p. 144.
377
Antonio Villalpando, ―Fascinación. A Pedro Macías‖, EMP, 16 de noviembre de 1879.
160

de luz, para besar su frente por la noche; la esencia del iris, la vibración del éter, el eco de
una nota, el perfume de las flores; pero sobre todo, decía:

Y luego ser celaje


Cubierto de arreboles,
Y luz que el orbe inunda
Del éter al través;
La fuerza que regula
El giro de los soles,
Para poner lo creado
Inmóvil á tus pies.378

El sujeto lírico del poema quería ser un dios, y que ella –la amada-, fuera su diosa para
poner un Universo fijo, inmóvil, a sus pies. En la cosmovisión de los literatos, los pies
fueron la única parte que estaba al alcance de ser alabados; elevada, suspendida en el aire,
los poetas disponían a los pies de la amada una ofrenda. El poeta Pedro Victoria pondría la
ofrenda de sus versos, en una acción de humildad, a los pies de la mujer de ―blancas
sienes‖:

Yo también daré tregua á mis dolores


Y gozaré anheloso la ventura
De poner á tus pies, bella criatura
Esta flor aunque mustia y sin colores.

¿La aceptarás? Bendeciré al destino


Adornar no podrá tus blancas sienes;
Pero alfombra será de tu camino.379

Ofrenda y amante aparecen disminuidos para, desde un estilo puramente romántico, resaltar
la distancia entre el oficiante –un ser sufriente- y la amada. El poema es así metaforizado
como una flor mustia, sin color, que sólo puede ser puesta a los pies de ella; y sin la certeza
de que la acepte, sólo puede servir como una alfombra. Por otro lado, la blancura de las
sienes no fue casual: correspondió a una mirada clasista, la que supuso que la raza blanca
era signo de mayor evolución y de supremacía; de ahí que la mayoría de los poemas, de
distintas latitudes, se refieran a las mujeres como blancas o rubias e incluso, como pálidas o

378
Florentino Arciniega y Ledesma, BS, febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 86.
379
Pedro Victoria, ―En un álbum‖, BS, octubre 1 de 1897, núm. 2, p. 10.
161

cloróticas (aún el decadentismo, que recreó a las musas enfermizas, contiene esa dosis de
clasismo). Pero, y más allá de esta visión hegemónica, el color blanco como símbolo de
pureza se asoció, esencialmente, con la castidad de la mujer; por lo que la representación de
la mujer-virgen fue literal: la amada, para ser imaginada como sacra –en una dimensión
religiosa-, debía conservarse pura, intocada por el hombre —en la dimensión mundana—.
En este sentido, los literatos se refirieron a las mujeres como vestales: guardianas y
oficiantes del tesoro de su propia pureza para así ser aceptadas como esposas. Francisco
Medina, en ―Canción del bohemio‖, donde el sujeto lírico surge como un ser derrotado por
la vida, señaló: ―Una virgen de mística blancura/ me señaló la altura/ Que buscaba mi
mente visionaria‖.380 Por su parte, Juan B. Villaseñor, jalisciense, expresó en un poema la
valoración del candor femenino: ―Porque el rubor en la mujer es todo/ su más grande virtud
y alta hermosura‖ y se figuraba a la amada como ―un áureo pebetero radiante/ en el templo
sin par de la familia‖.381 Se trató, según se aprecia, de un conservadurismo recalcitrante en
el régimen porfiriano. Pedro R. Zavala, en la misma dirección, escribió:

Oh! virgencita de la trenza rubia!


Oh! virgencita del ebúrneo cuello…
Para grabar mi nombre en tu memoria
Yo quisiera violar tu pensamiento
[…]
Besar tu blanca y pensativa frente
Y ante tus plantas desflorar mis versos!382

La figura femenina es apolínea; y su pureza está ligada, desde luego, a su blancura. Pero lo
que más llama la atención es el título del poema: ―Deseos‖, pues remite a una tensión entre
la carga erótica y el amor puro, el deseo contenido y sublimado. Puede verse así que la
amada es un objeto deseado: él quiere violar su pensamiento para dejar huella en su
memoria y, asimismo, desflorar sus versos ante sus pies; donde estos versos —violar y
desflorar— conllevan una fuerza sexual muy marcada. Los halagos ocultan la intención. La
estética oculta, pues, una ética ya asimilada y ya vuelta un lugar común en la sociedad

380
Francisco Medina, ―Canción del bohemio‖, EMS, 25 de septiembre de 1898.
381
Juan B. Villaseñor, ―A mi Dolores‖, BS, 1 de marzo de 1898, núm. 12, pp. 94-95.
382
Pedro R. Zavala, ―Deseos‖, BS, 15 de noviembre de 1897, núm. 5, p. 37.
162

porfiriana. Otro poema donde emerge la mujer como una ―virgen blanca‖ es el titulado
―Toque‖; una pincelada ligera que delineó una imagen singular:

Oh niña que despiertas á la vida!


Oh virgencita blanca
Cuya pupila húmeda parece
Una gota azulada
[…]
Tu que aún sabes los cantos vibradores
Que te enseñó la infancia
Y aún conmovida esperas en la alcoba
La caricia impalpable de las hadas;
Tu que llegas al mundo y eres buena,
Oh virgencita blanca,
Deja flotar mis sueños en la dulce
Diafanidad azul de tu alborada!383

La niña en tránsito de ser mujer, la adolescente que ―despierta a la vida‖, fue para el poeta
la expresión más pura y acabada de la inocencia. La castidad fue así más que un eufemismo
o una metáfora. Sin embargo, el poema es ambiguo. No se sabe si hay un sentido paternal,
o si la perspectiva patriarcal corresponde a la relación ejercida durante esta época, pues era
común llamar ―niña‖ a la amada (Manuel del Rincón, imitando al español Antonio Trueba,
escribió: ―Me gustan, niña, tus ojos; […] Me gusta tu blanca frente,/ tu boquita, tus
cabellos, Tus miradas, tus sonrisas,/ Tus piececitos pequeños‖).384 De lo que no hay duda es
que, de manera literal el sujeto lírico le expresa a la mujer su deseo de soñar a su lado, de
en la transparencia del amanecer, pero también estar azulado en la claridad de sus ojos. En
todo caso, se trató de la representación que devino del estilo romántico, el modelo de la
amada: el de la mujer-virgen, la mujer-niña, poseedora aún de la gracia infantil, bondadosa
y dueña de un cuerpo inmaculado.
Por otra parte, y con menor regularidad, el universo moral porfiriano configuró un
estereotipo de la mujer ―caída‖; desde la apropiación de la simbolización religiosa, se
trataba de un ángel caído, aquella que había dejado de ser virgen sin ser desposada. Si la
estética decadentista francesa exaltó la figura de la femme fatale, en cambio la literatura
sinaloense –como gran parte de la mexicana-, recreó esa figura pero sólo para elevar una

383
Esteban Flores, ―Toque‖, BS, 15 de octubre de 1897, núm. 3, p. 23.
384
Manuel del Rincón, ―¿Por qué me gustas?‖ (El Siglo XIX), EPAC, Mazatlán, sábado 17 de octubre de
1868, núm. 12, p. 4.
163

condena moral. Se creó una literatura educativo-didáctica similar a las exempla medievales:
a través de lo ilustrado se transmitió una moraleja. De forma maniquea, se alabaron las
virtudes –de la virgen buena- y se condenaron los vicios. La estética fue convertida en la
expresión de la ética imperante, la femme fatale fue exculpada: expió sus culpas al servir de
ejemplo a la sociedad. Así pues, esta postura estética –un modernismo subvertido-, basada
en una ideología positivista, una axiología religiosa y un programático nacionalismo, quiso
combatir los vicios –atribuidos al pueblo bajo- con la instrucción. Con la representación de
la mujer ―caída‖, la que ya no era virgen y no había sido desposada, se proyectó una
realidad que debía ser atajada.
En este sentido, se configuró una imagen de la mujer adúltera; ya hubiera sido por
voluntad o por haber sido engañada. El denominador común, no obstante, era el sinónimo
de prostituta y del repudio social que recaía no sólo sobre la víctima, sino también sobre la
familia. En Los triunfos de Sancho Panza, donde un personaje es el portavoz de la
―desgracia‖, Frías mencionó: ―Para comentar los enredos amorosos de alguna gentil señora
o de cualquier muchacha que caía, o a quien se calumniaba de ligera y coqueta, el Loro
chasqueaba la lengua como un látigo, y azotaba con ella no sólo a la víctima, sino a toda su
familia‖; y, de hecho, los versos siguientes supuestamente acompañaban a la murmuración
y calumnia:

¡Pulga la madre,
Pulga la hija,
Pulga la sábana
Que las cobija!385

Asimismo el cantor del hogar, Juan de Dios Peza, cuya mujer en la vida real lo abandonó
por otro, le atribuyó una serie de rasgos perversos, diabólicos: ―Tienes como Luzbel formas
tan bellas/ el hombre olvida al verte, enamorado,/ que son tus ojos negros dos estrellas/
veladas por la sombra del pecado‖; se trata del poema ―Adúltera‖ (1882), cuya carga
semántica es sumamente negativa, pues está inmersa en una serie de epítetos y sustantivos
despectivos: la llamó traidora, hipócrita, de alma envilecida, manchada, ―reina del mal‖, de

385
Heriberto Frías, ―XII. Los malandrines‖, op. cit., p. 165.
164

conciencia negra, infame; y sobre todo se trataba de la mujer-objeto, una mercancía. La


dura condena, finalmente, le señaló un destino fatal imposible de evitarse:

En este siglo en que el honor campea


no te ha de perdonar ni el vulgo necio;
hieren más que las piedras de Judea
los dardos de la burla y el desprecio.

Mañana, enferma, pobre, abandonada,


de la mundana compasión proscrita,
el honor, cuando mueras, humillada,
sobre tu fosa escribirá: ―¡Maldita!...‖386

La mujer pecadora iba tener, de forma irremediable, su castigo: lapidada por la condena
social, además de que sus días serían solitarios, sin dinero y sin salud. Por si ello no bastara,
su epitafio sería también condenatorio. Al mismo tiempo que Peza censuró el adulterio de
la mujer, expresó cuál sería el destino de quien lo ejerciera.
Así pues, la naturaleza femenina aparece llena de maldad per se; el sinaloense
Adrián O. Valadés, en un punzante epigrama, mencionó que el hombre debía estar siempre
en guardia, pues la mujer era como un animal:

VIII. Feliz al corazón de Eva quien mira


Como alacrán que acecha y que conspira.387

Desde el mundo del catolicismo, Eva había sido la culpable de la expulsión del paraíso; la
mujer, pues, tenía por corazón un alacrán: con ponzoña y dispuesto a atacar en cualquier
momento. En suma, de acuerdo con esta valoración, la mujer no era digna de confianza.
También Francisco Medina le haría decir a un personaje: ―—Nada más natural que eso —
decíame un amigo mío […]— que esa mujer te haya engañado, nada tiene de raro;
generalmente así son todas. A las mujeres se les debe ver como son y nada más‖. 388 En su
obra dramática ―Quien bien ama nunca olvida‖, Ángel Beltrán pone en labios de un
personaje, Fernando, las siguientes palabras:

386
Juan de Dios Peza, ―Adúltera‖, Recuerdos y esperanzas, Flores del alma y versos festivos, México, Porrúa,
1998, pp. 28-29.
387
Adrián O. Valadés, ―Océano‖, EMS, 11 de febrero de 1900, núm. 478, p. 2.
388
Francisco Medina, ―Vida solitaria (Autobiografía de un paria)‖, EMS, 19 de diciembre de 1897.
165

El hombre que no haga caso


de eso que llaman mujer,
esté cierto de no ver
ni un obstáculo á su paso;
pues ese bicho traidor
en quien nadie debe fiar,
debe en mi concepto estar
mientras más lejos mejor.389

En el mismo sentido, Fernando dirá que la mujer tenía dos corazones (una vez más el
maniqueísmo está presente): uno para amar y otro para aborrecer; y si había una con
cualidades y virtudes, como Roberto le replicara, añadía que entonces no era una mujer,
sino un hombre con enaguas:

No la hay, ¡no puede ser!


si alguna en tu mente fraguas,
esa excepción no es mujer:
es un hombre con enaguas.390

Asimismo, Luis H. Monroy representó, enmarcado en el naturalismo (Zolá o Maupassant) a


la mujer adúltera como perversa: si en un momento había significado la redención para el
hombre —era alcohólico—, después habría de ser su ruina: terminaría enloquecido por el
ajenjo. En dicho relato, con una prosa romántica, un narrador heterodiegético —que se
inmiscuye en la conciencia del personaje—, construye la figura de una mujer idealizada por
Emilio, el protagonista: ―Así la había soñado: blanca, esbelta, ideal‖; y luego, desde la
conciencia del personaje, el narrador añade: la felicidad sería ―amarla, poseerla, ser suyo‖;
Eglantina, tras días de desdén, le pidió que dejara de beber y se casaría con él. En efecto,
cambió, y a los meses se casaron. Sin embargo, el narrador juzga: ella era ―coqueta‖ y no le
gustaba la vida en el campo; ante las demostraciones de amor: ―Ella, inflexible, terca,
orgullecida, contestaba aquellas frases amantes, aquellas súplicas con desdeñoso mohín‖,
por lo que Emilio volvió a beber, y una noche ―vió á ella, Eglantina, su amor único, en
brazos de otro amante! Ah! el tálamo nupcial que bendijo el sacerdote estaba manchado…
Ella… era adúltera‖; el final transmite la moraleja: Emilio bebía ―hasta enloquecerse, la

389
Ángel Beltrán, ―Quien bien ama nunca olvida‖, ML, p. 221.
390
Ídem.
166

bebida de Musset‖, ―mientras ella, concurre al lenocinio donde encuentra qué comer…!‖.391
La visión de Monroy destaca su maniqueísmo en la cuestión del género: el alcoholismo del
personaje lo justificaba, mientras que la culpa la hizo recaer, con todo su peso, sobre la
ligereza de la mujer, cuya capacidad natural de perder al hombre quedaba evidenciada.
Por último, se encuentra la figura de la mujer ―caída‖, desvirgada, mediante
engaños. En la obra de Frías, la tragedia de Aurora Locaña cimbra el hogar, como si un
vendaval maléfico lo hubiera azotado:

Vuelta a Mazatlán, Carmen [su hermana] encontró su hogar desmantelado, su


padre sin empleo; hipotecada la última casita que poseía; vendido el piano nuevo
que era el orgullo de doña Flavia, y a Aurora eternamente encerrada,
escondiendo la vergüenza del embarazo, rezando, pidiendo a Dios perdón del
pecado de que le hicieran ignorar lo que toda mujer debe saber para cuidarse,
para poder ponerse en guardia contra las acechanzas del macho.392

El aire de la tragedia desoló el hogar, incluso el piano –un símbolo de distinción social- fue
vendido. La inocencia de Aurora, quien había sido educada en un convento, derivó en
ignorancia del mundo: cayó en la trampa. Entre líneas se revela que la religión, desde la
perspectiva liberal del autor, enceguecía la conciencia, y el saber, representado en la figura
del médico, es rechazado: Aurora se dedicaba a rezar, ―obstinada en asirse, en el vértigo de
su caída, sólo a la protección extraterrestre, rechazando a su médico ‗por hereje‘, aferrada
en pedir al cielo lo que el cielo mismo podrá jamás volver a una mujer: la virginidad
perdida‖.393 Esta escena es significativa, pues descubre la antítesis tenaz entre
conservadores y liberales: el médico —desde el punto de vista del personaje, que lo
califica—, era un ―hereje‖; por tanto, la ideología conservadora propiciaba que las señoritas
no fueran educadas. La figura del ángel caído, finalmente, destaca por su sentido religioso:
ella se obstinaba en asirse, ―en el vértigo de su caída‖, sólo a Dios. La novela de Frías es de
crítica social, aunque moralizó al criticar aquella moral caduca.
Por su parte Francisco Medina, en el poema extenso titulado ―Lola‖, que dedicó a
Luis G. Urbina, habría de representar a la figura del a mujer como un ángel caído que, por
culpa de la sociedad, habría de prostituirse, alcoholizarse y volverse una criminal. El poema

391
Luis H. Monroy, ―Adúltera‖, BS, núm. 1, 1897, pp. 7-8.
392
Heriberto Frías, ―XV. Las fiestas de Olas Altas‖, op. cit., pp. 194-195.
393
Ibíd., p. 195.
167

está dividido en dos partes: ―Confesión‖ y ―Venganza‖. Y mientras que el modernista El


viejecito Urbina, en ocasiones representó a la mujer caída como digna de compasión (Véase
―A Erigone‖, donde expresó: ―Vengo a cubrirte de brillantes galas,/ a ser tu protección y tu
consuelo‖), Medina habría de recrear a Lola —en una primera instancia—, como mujer
engañada, pero no obstante pecadora, según se infiere por el rezo del sacerdote que la
asistía en su lecho de muerte: ―—Señor, prolonga su expirante vida;/ Ella es culpable por
deber maldito;/ Entrégala á la muerte, redimida‖. Desde esa visión religiosa imperante,
vivir juntos sin estar casados era amasiato, adulterio: vivir en pecado mortal; por ello, Lola
habría de contar su desgracia al párroco: la de un hombre que la sedujo para poseerla,
rompiéndole sus sueños y dejándole dos criaturas:

―Mi seductor, Roberto, me decía:


Amémonos, entrégate á mis brazos
Y dame el goce de llamarte mía.”

Únete a mí con eternales lazos;


Muéstrame de tu ser la exuberancia…
Y me ahogaba con férvidos abrazos.‖

[…]

―Hoy con un mundo de dolores cargo,


Y en vez de hallar en el ayer, consuelo,
Viene el recuerdo matador y amargo!‖.394

Por tal motivo, el deseo de venganza —ante el pavor del sacerdote— poco a poco, y a los
meses, la alzaría de su lecho. En la segunda parte del poema, la representación de la mujer
será la de un ser diabólico, con ansias malévolas, rencoroso, al borde de la locura; así,
llegará a decir:

―¡Oh temible Satán, si tú me ayudas


Triunfaré y mis ansias pasionales
Se mostrarán tenaces y desnudas!‖

Ciertamente, el maniqueísmo moral influyó para construir una diferenciación social: las
bajas pasiones, las mujeres ―caídas‖, provenían mayormente de la clase baja; el modelo

394
Francisco Medina, ―Lola. I. Una confesión, II. Venganza‖, BS, 1 de marzo de 1898, núm. 12, pp. 92-94.
168

procedía del naturalismo, pues remite, aunque de forma tangencial, al personaje Naná, de
Zolá. El personaje de Medina, Lola, vivía en un antro, alcoholizada: ―Mis labios saturados
por el vino…‖; y con el más puro estilo romántico, lo irracional e inhumano —la mujer
demoniaca—, aparecen, así como el espacio marginal: iba por calles y avenidas a dar
muerte a Roberto: la pobreza es el escenario del patético drama: llega a un ―caserón
obscuro‖ de ―carcomida puerta‖, en suma, a un ―cuarto estrecho‖, en donde habría dar
muerte no a su victimario, sino a la mujer de éste. Para cerrar el cuadro, Medina concluyó
que mientras Lola sonreía, satisfecha de su obra: ―La moribunda ensangrentada espira…/
Duerme una niña en su haraposo lecho‖.
En resumen, puede afirmarse que los literatos configuraron la representación de la
amada como figura simbólica de la virgen o ángel ―caído‖, no para señalar como era la
realidad, sino para modelar el mundo social en que estaban inmersos, desde diversos
ámbitos culturales e ideológicos, aunados a los prejuicios. Desde el positivismo, en aras de
forjar un mejor medio social; desde el liberalismo, para combatir las ideas religiosas, pero
también para, a través del ―ángel doméstico‖, preservar a la familia y dotar de soporte
social la idea de nación; y desde luego, desde una corriente estética —el romanticismo o un
modernismo sublimado—, como muestra irrefutable de una ética ya apropiada y
convencional.
169

Conclusiones

La literatura de Sinaloa, como un documento para la historia cultural, nos permitió explicar
e interpretar la forma en que fue representado —en tanto apropiación de la realidad— el
mundo durante el periodo del Cañedismo.
Gracias a la apertura de la historia hacia nuevas fuentes, temas y enfoques, hemos
podido conocer y demostrar la manera en que las obras literarias configuraron una visión
del mundo; pues los literatos, al representarse así mismos, así como de aquello que los
circundaba, construyeron un imaginario social expresado en símbolos y figuras.
La literatura, desde su propia naturaleza estética, tuvo un papel rector en la
sociedad, ya que a través de funciones ético-política, educativa y didáctica, contribuyó a la
construcción, proyección y consolidación de la imagen de un régimen progresista; sin
embargo, pese a los esfuerzos por atajar expresiones estilísticas como el naturalismo,
emergió también el icono de un régimen en decadencia.
Los literatos más representativos de este periodo, que nacieron o residieron en la
entidad, son Francisco Gómez Flores, Gabriel F. Peláez, Pedro Victoria, Ángel Beltrán, de
la vieja generación; y de la nueva guardia se encuentran Esteban Flores, José Ferrel, Julio
G. Arce, Enrique González Martínez, Francisco Medina y Jesús G. Andrade. Mención
aparte merecen las únicas mujeres que escribieron literatura: Artemisa, Teresa Villa y
Cecilia Zadi, siendo esta última la que publicó con más regularidad.
En gran medida, estos escritores ―y muchos otros que fueron poetas de ocasión,
dado que la práctica literaria gozó de prestigio― se inscribieron en la tradición literaria
occidental, principalmente de la literatura española y francesa, por lo que estuvieron
pendientes de los movimientos estilísticos que estaban en boga, tales como el
romanticismo, el modernismo y el realismo/naturalismo.
En sus textos se reflejan sus preferencias bibliográficas como lectores, donde lo
clásico y lo contemporáneo no les era ajeno. Por ejemplo, los más eruditos como Gómez
Flores y Ferrel, leyeron a los griegos ―Homero, Sófocles, Herodoto― y a los latinos
―Ovidio, Virgilio, Dante, Horacio―, pero en mayor medida a españoles como José
Zorrilla, Mariano José de Larra, Espronceda; franceses como Lamartine, Víctor Hugo,
170

Balzac, Madame Stäel, Zolá, Baudelaire y Verlaine;


así como a los propios mexicanos, como Juan de Dios
Esquema de los símbolos
Peza, Ignacio Manuel Altamirano y otros.
y figuras antitéticas en la
De esta forma, sus escritos revelan cómo se
literatura del Cañedismo
apropiaron de tópicos y estilos literarios de la
tradición occidental para circunscribirlos a su propia
realidad. Es decir, no fueron lectores pasivos ni meros Del progreso:
reproductores de las obras, más bien, les asignaron 1. El literato

características particulares a sus escritos literarios, -El Quijote ilustrado


-El bohemio
configurando símbolos y figuras que se enmarcaron
2. El héroe patrio
con elementos ideológicos y circunstancias políticas,
3. La ciencia y Estados
morales y religiosas.
Unidos
Principalmente se concibió a la literatura como 4. El barco de vapor
realista/naturalista, por lo que novelas, poemas y
crónicas debían retratar el carácter local de lo De la decadencia:

mexicano describiendo el folclore, el lenguaje, los 1. El crepúsculo

paisajes y las costumbres. Se asumió que la literatura 2. Desastres naturales


3. Locos
debía arraigar una identidad colectiva: construir el
4. Mendigos
imaginario de la nación.
Asimismo, como ocurrió en otras partes de
Del amor:
Hispanoamérica, el discurso naturalista y el 1. La amada dual:
modernista (decadentista) fueron vistos como un -Ángel o virgen
elemento desestabilizador para el proyecto de la idea -Un ángel caído

de nación que se pretendía construir en el imaginario,


por lo que fueron modificados y sublimados.
La ideología positivista y la expectativa del progreso configuraron símbolos y
figuras que, al mismo tiempo, construyeron la cosmovisión de vivir una época progresista y
de futuro promisorio. Asimismo, el régimen cañedista ―igual que el Porfiriato― se
representó como el impulsor de una entidad pacificada, productiva y desarrollada cultural e
intelectualmente.
171

Como ya se demostró, el literato se representó a sí mismo a través de dos figuras, el


Quijote ilustrado ―y su némesis de Sancho Panza― y el bohemio, ambas modeladas por el
positivismo, y la tradición española y francesa. Estas figuras dotaron de prestigio y de un
estatus al escritor, quien marcó así de forma visible su presencia en la sociedad. Además,
las disputas intelectuales fueron mecanismos para regular el campo del saber, donde los
viejos literatos representaron a los noveles como auténticas amenazas para la prensa,
debido a su inexperiencia y mal uso del lenguaje; en gran medida, los representaron como
la decadencia.
Asimismo, los literatos proyectaron el símbolo de la ciencia como la vía idónea para
hacer prosperar al país, pues el conocimiento ―transmitido en la instrucción escolar― era
el impulsor de los pueblos civilizados. Así, si Francia había sido construida históricamente
en el imaginario a inicios del siglo XIX como el foco de la ilustración; en la época
finisecular ―en los albores del Cañedismo― Estados Unidos fue representado por los
sinaloenses como la nación pragmática, la que había logrado concretar las ideas por medio
de los inventos.
En este sentido, el barco de vapor simbolizó explícitamente el Progreso durante este
periodo. Este símbolo fue una apropiación que los literatos de la entidad hicieron de otra
máquina, la del tren, que había sido desarrollada por la literatura española; sin embargo, los
sinaloenses proyectaron la imagen del barco de vapor para aludir a lo que identificaba a la
región: el mar, representado a su vez como la puerta de entrada del proceso civilizatorio.
Por otro lado, existió también de modo latente la contraparte de la ideología
positivista, pues en los discursos literarios aparece la ideología de la decadencia física y
moral, representando a esta época del Cañedismo como infeliz. Hubo, en este sentido,
símbolos y figuras que también emergieron, aunque de forma subvertida.
Los símbolos de la decadencia edificaron esta época como marcada por temores a
desastres naturales, los que producían daños materiales y causaban estragos en los ánimos
de la población: sequías, heladas, ríos crecidos; así como enfermedades. No obstante, estas
imágenes fueron representadas como ajenas a la voluntad del régimen, y bajo la corriente
estilística del realismo, afincada en la tradición literaria occidental: describir de forma
mimética la naturaleza.
172

En esta tesitura, el símbolo principal fue el crepúsculo, que provenía de la literatura


decadentista francesa. Así, fue imaginado como la declinación física, pero también de la
moral, pues fue erigido como un lugar donde se perdía la esperanza, o bien, como un
espacio ideal para abandonar el mundo.
Aparecen también dos figuras provenientes de la literatura occidental ―la del
realismo/naturalismo― para señalar la degradación: el loco y el mendigo. Sin embargo,
estos personajes literarios se recrearon para moralizar y educar, pero no para criticar o
denunciar socialmente al gobierno; asimismo, se constata que la ideología positivista
influyó de forma notoria estas figuras, pues si en las novelas de Víctor Hugo o de
Dostoievski aparecen como antihéroes, la literatura sinaloense ―inserta en la tradición
hispanoamericana― las subvirtió, usándolas más bien para moralizar y sensibilizar a los
lectores.
Una figura antitética que está presente en la literatura sinaloense es la relacionada
con el tópico del amor: la representación de la mujer amada. Desde la tradición de la
literatura occidental, en especial la española, ésta aparece como santa o pecadora; el poeta
Juan Ramón Jiménez llamó a la primera ―novia de nieve‖, pero también como la ―mujer
serpiente‖ (o femme fatal, en la literatura francesa). En la literatura de la entidad, desde un
estilo romántico o modernista, esta figura dicotómica fue resemantizada y se le representó
como una virgen o un ángel caído. La perspectiva masculina es patente, así como la
moralidad religiosa. Los términos bipolares, de buena versus mala, están retomados de la
religión cristiana, no obstante, su uso fue para ilustrar las leyes sociales imperantes, cuya
obediencia o inobservancia remitían a esta clasificación. El común denominador de esta
dicotomía fue el estereotipo de la esposa ideal, imaginándola como un ser bondadoso,
recatado y físicamente bello, y por el contrario, condenando a la mujer que había sido
desvirgada antes del matrimonio, dándole atributos de fealdad e inmoralidad.
173

ANEXO

Corpus de los poemas del Cañedismo

Adolfo Avilés y D. V. Enrique González


Sandoval Martínez

Anónimo Luis H. Monroy

Florentino Arciniega I. Raúl Jazbacan


Ledesma
Alfredo López Ibarra
Ángel Beltrán
Abelardo Medina
Manuel Bonilla
Francisco Medina
T. Camacho
Antonio Moreno
Francisco Cuervo
Martínez Esteban Moreno

―Rubén Darío‖ Pedro R. Zavala

Efrén del Castillo Rafael Serrano

Esteban Flores Pedro Victoria

Jesús G. Andrade Benjamín Vidal

Julio G. Arce Fernando Vizcarra

J. Antonio Gaxiola Antonio Villalpando

Francisco Gómez Flores Cecilia Zadí


174

Adolfo Avilés y D. V. Sandoval

Al periodista Francisco Gómez Flores

Apóstol incansable de la idea,


Tú, de la idealidad en el camino
Que ascendente la lleva a su destino,
Has sido siempre una esplendente tea.

Nada os importe que tal vez os sea,


El más negro de todos, vuestro sino;
Ni que el necio, creyendo un desatino
Vuestros nobles esfuerzos nunca os crea.

Por la ciencia y virtud luchas tan sólo;


Que el espíritu humano no esté preso,
Y en los recios combates contra el dolo
Que aunado a la ignorancia y retroceso
Anhelan dominar de polo a polo,
Estad siempre del lado del progreso.

(La Opinión de Culiacán, 24 de marzo de 1888)


175

Anónimo

Al vencedor de Querétaro Al héroe de San Jacinto

Para vencer cual venciste Tras la lucha victoriosa


Y poner dique seguro donde brilló tu valor;
Al crimen audaz, surgiste tras el himno triunfador
Del pueblo humilde y obscuro. y la hazaña portentosa,
tu alma siempre generosa
Y en el campo y ante el muro tuvo otra gloria mejor
De Querétaro, la triste, cuando al soplo destructor
Temblar de pavor hiciste de catástrofe angustiosa
Al invasor y al perjuro. se alzó triste y pesarosa
la voz de nuestro dolor!
Fecundo tu esfuerzo ha sido
Y las rachas del olvido [Bohemia Sinaloense]
No han de aterrar ¡oh guerrero!

El ancho surco de gloria


Que abriste en la patria historia A Escobedo
Con la punta de tu acero!

*** El Correo de la Tarde Héroe: si escuchas la nota


Del popular alboroso;
Si entre palabras de gozo,
A Escobedo
La canción sentida brota;

Si cual de playa remota


Patriótico verbo, canta;
Fuerte viento borrascoso,
Luz del pensamiento, alumbra,
A tu trono de coloso
Troca la negra penumbra
Un soplo de gloria azota……
En meteoro que abrillanta;
Y tú de cada garganta
No temas, pues son las palmas
Recoje su himno de gloria;
Cortadas para tu frente,
Registra de nuestra historia
Por adhesión justiciera.
Las páginas luminosas
Y de allí toma las rosas
Es el himno de las almas,
Que adornarán su memoria.
De la gratitud; la fuente
De un pueblo que te venera.
[El Monitor Sinaloense]
[La Prensa]

El Correo de la Tarde, 13 de abril de 1898


176

Florentino Arciniega y Ledesma

Para su álbum

A Natalia

Quisiera cuando brillan


Los ojos de la aurora
Poderme convertir
En el lampo de su luz,
Para besar tu frente
Tranquila y soñadora,
Cuando la noche plega
Su fúnebre capuz.

Quisiera ser del íris


La esencia misteriosa,
Del éter impalpable
La vibración sutil;
El eco de una nota
Sublime y cadenciosa,
Perfume de las flores
Que adornan el pensil.
Las gratas harmonías
Los plácidos rumores,
La niebla de los lagos
La voz del ruiseñor;
El ritmo de la lira
De excelsos trovadores
Para cantarte siempre
Lo inmenso de mi amor.

Y luego ser celaje


Cubierto de arreboles,
Y luz que al orbe inunda
Del éter al través;
La fuerza que regula
El giro de los soles,
Para poner lo creado
Inmóvil á tus piés.

Culiacán, Febrero 8 de 1898.

(Bohemia Sinaloense, febrero 15 de 1898)


177

Ángel Beltrán
Sombras

Es en vano buscar! No sé el origen que tal vez engendró la mente mía


de esta horrible inquietud, de esta agonía, en un arranque indefinible, loco.
de estas penas insólitas que aflijen Es febril impaciencia. Es una bruma
con encono tenaz al alma mía. que me envuelve en sus sombras intangibles
Es inútil buscar! No sé de dónde y al través de la cual, vaga y se esfuma
procede el torcedor que me avasalla; el edén de mis sueños imposibles.
si le interrogo al cielo, no responde: Es atroz desaliento cuando veo
si al mundo le interrogo, el mundo calla… en el mundo miseria tras miseria:
Yo examino afanoso una por una es ¡ay! que mi alma en su inmortal deseo
las escenas sin fin de mi pasado, quiere el lazo romper de la materia.
y alcanzo á columbrar la humilde cuna Anhelos sin medida. Sed que en vano
en que fui tantas veces arrullado. procuro yo saciar en la esperanza,
Presa entonces de amargo desconsuelo en esa fuente en que hallará el cristiano
me pregunto á mí mismo con porfía, el bienestar que con la fe se alcanza.
¿por qué no quiso Dios llevarse al cielo Ímpetus locos que á mis labios llevan
aquel niño infeliz que allí dormía?... la forzada sonrisa del sarcasmo;-
Mi memoria después avanza ansiosa, ¡Ilusiones que mi ánimo sublevan
evocando los cuadros más recientes, al contacto fugaz del entusiasmo!
y contemplo mi nave magestuosa Pereza, laxitud, enervamiento,
resbalando en las férvidas corrientes. frío en el cuerpo y en el alma frío;
En seguida me miro desgarrando y sin embargo vegetar me siento
mi propio pecho de amarguras lleno, en un mundo falaz que no es el mío.
cabe aquel lecho donde ví respirando Quiero a veces llorar; pero mi llanto,
á la mujer que me llevó en su seno. no pudiendo brillar en mis pestañas,
¿Por qué en la mar indómita y airada acrecienta mi tétrico quebranto
no se hundió por mi bien la nave aquella? al caer gota á gota en mis entrañas…
¿Por qué cuando espiró mi madre amada Se evapora al amor de mis anhelos;
no espiré yo, para volar con ella?... y ese llanto, de súbito nacido
Son secretos del cielo, y es locura por mis labios brotando, va á los cielos
descifrar el enigma á tal distancia: en profundos sollozos convertido.
bebe el hombre la copa de amargura, ¿Es que asalta á mi mente fatigada
mas no sabe jamás quién la escancia! el recuerdo tenaz de otra existencia,
Y sin embargo, al descubrir la herida de una tierra feliz iluminada
que hacer en mi alma á mi Criador le plugo, por la luz celestial de la inocencia?
olvidando al Criador, busco en mi vida ¿Será acaso que en medio de su hastío
las fatídicas formas del verdugo. mi alma despierta al presentir ufana,
¿Es mi misma maldad? ¿Acaso el crímen, tras el sepulcro solitario y frío,
la vil perfidia, el vicio degradante, un bello edén a donde irá mañana?
al corazón fustigan y le oprimen Nadie en el mundo la respuesta espere;
sin volverle la calma un solo instante? yo sólo sé que en mi letal quebranto,
Oh! no: jamás! El torcedor que siento como el cisne infeliz que el fauno hiere,
no nació de Luzbel á la influencia; despreciando el dolor, alzo mi canto!...
no me inquita ningún remordimiento,
ni me acusa tampoco la conciencia.
Son ansias de volar. Es nostalgía
por algo que no existe, que no toco, Mazatlán Literario, 1889
178

Evocación a los héroes de la


Independencia mexicana ¿Y quién fue el temerario
que un poder secular mina y derrumba,
y que exhumando un pueblo de la tumba
Poesía leída en el Teatro Rubio de Mazatlán, le rasga luego el fúnebre sudario
el 16 de septiembre de 1887 y, como Cristo a Lázaro, le dice:
―Levántate y camina‖ ¿El infeliz
Egregios héroes que a la patria mía acaso no pensaba
glorioso ser con vuestros hechos disteis, que al arrojar el guante a los tiranos,
alzad la losa de la tumba fría él, con sus propias manos,
donde la tierra consumir debía su infamante suplicio preparaba?
lo que en el mundo de mortal tuvisteis. ¡El suplicio!... ¡ay! Hidalgo conocía
Mina, Morelos, Abasolo, Aldama, que a veces el patíbulo redime,
Hidalgo, Matamoros, que si la suerte impía
el son discorde de mi lira os llama. al noble ser su libertad oprime,
¿En dónde estáis? ¿Cuál rápido meteoro debe el que es digno combatir la suerte
que un instante no más admira el mundo, arrostrando con ánimo la muerte;
conmovisteis el suelo mexicano pues no es vida ni es nada
cediendo luego al golpe furibundo la vida a la opresión encadenada!
del destino falaz? Por eso fue que el esforzado anciano
¡Ay! Es en vano que en el templo cristiano
que os haya hundido la implacable Parca: predicaba la paz sobre la tierra,
cuanto mi vista en su redor abarca lanzó el grito de guerra
diciendo está con elocuente frase que allá en su trono estremeció al tirano!
que no en la tumba yace Así como las flores
el que en defensa de su patria muere. se yerguen en sus tallos cimbradores
Entre nimbos de gloria cuando las hieren, el nacer el día,
de nítido fulgor, que jamás hiere del amo sol los vívidos fulgores;
de la envidia procaz la ruin escoria, del mismo modo un pueblo que gemía
vive, al abrigo de la augusta historia, al desprecio falaz de su grandeza
el que en defensa de su patria muere! se yergue y despereza
En torno del altar que el patriotismo ante el mágico grito de Dolores.
en vuestro honor levanta, Y aquel grito tremendo,
se agrupa un pueblo que entusiasta canta con acento viril repercutiendo,
que no evitaba el criminal intento? se escucha por doquier. Un cataclismo
La libertad con resignado acento, conmueve al Continente Americano;
me contesta tan sólo: ¡Estaba escrito!... obcécase el tirano
Estaba escrito, sí; también lo estaba oyendo el ruido de cadenas rotas,
que fin tuviera el atentado inmundo, y ruedan al abismo,
pues todo su ―hasta aquí‖ tiene en el mundo para elevarse al cielo, mil patriotas.
y acaba el llanto como el goce acaba. Patriotas de indomable bizarría
Tres siglos transcurrieron. Dominando que al sentir vacilante su existencia,
de la noche los lúgubres rumores, proferían aún en su agonía
en el humilde pueblo de Dolores este grito sublime: ¡INDEPENDENCIA!
escuchóse una voz que, resonando Moristéis ¡ay! perínclitos varones
en alas de los ecos voladores al limar los odiosos eslabones
de uno al otro confín del Continente, con que a Anáhuac el déspota oprimía;
anunciaba que al fin la patria mía más no en campos estériles sembrasteis
gozosa renacía la vida de pueblo independiente. la fecunda simiente
179

que no muy tarde germinar debía y a través del Atlántico te tienden


vosotros las regásteis su mano cariñosa.
con el púrpuro humor de vuestras venas, Estréchala cual signo de hidalguía;
el águila caudal de nuestro escudo relega ya al olvido
mostrarse al fin independiente pudo la época azarosa
sacudiendo las bárbaras cadenas! en que esa misma mano te ofendía
¡Dormid en paz! Que la oración ferviente y a la voz del rencor no des oído.
que hoy en los labios de los libres bulle, En medio de la paz que te rodea,
en inmensa espiral su vuelo tienda recuerda la fructífera Odisea
y hasta la gloria do moráis ascienda que su prólogo tuvo allá en Dolores;
y vuestro sueño arrulle. y cuando cubras el altar de flores
Y tú, pueblo entusiasta que me escuchas, cantando de tus próceres la gloria,
conserva con honor la Independencia muéstrate siempre ante la augusta historia
que aquellos héroes, tras fecundas luchas, sin inquinas, sin odios, sin rencores!
como preciada herencia
a costa de su vida te legaron.
Los que en un tiempo tu patria profanaron
hoy la justicia y la lealtad comprenden, Mazatlán Literario, 1889

El Progreso

A ti, brillante Juventud que un día


serás la gloria de la patria mía: su justa indignación. Savonarola,
á ti, que estás llamada en un rapto de ciego fanatismo,
á disfrutar en breve. arroja al fuego ―do sucumbe él mismo
como la herencia de la edad pasada, al faltarle el apoyo de un monarca―,
las conquistas del siglo diez y nueve; los escritos que forman la aureola
á ti dirijo el apagado acento de Boccacio, de Dante y de Petrarca!
desde estas playas do rodó mi cuna…
yo admiro tu talento, Ante el odiado tribunal acude
y aplaudo al mismo tiempo tu fortuna! á abjurar sus doctrinas Galileo;
y aunque cobarde el sacrificio elude
No te es lícito, no, quejarte de ella; cumpliéndole al verdugo su deseo,
pues nacistes en tiempos que el Progreso nadie su gloria inmarcesible robe:
sobre los orbes el fulgor destella, al material instinto de la vida
enviándole al mortal beso tras beso su cabeza humilló; pero en seguida
en sus rayos de luz ingente y bella! la misma voz de la conciencia escucha,
y tras tremenda lucha
No te debes quejar, pues tú naciste profiere su inmortal ¡E pur si muove!
cuando la ciencia que transforma al mundo,
ya no gemía, conmovida y triste El torpe fanatismo
del error en el báratro profundo… que en la ignorancia su poder fundaba,
á las fauces obscuras del abismo
Abre la historia; tus miradas lleva las conciencias viriles arrojaba.
un instante á las páginas malditas, En nombre de una fé que escarnecían
allí do reprodúcense las cuitas y en defensa de un dios hecho á su antojo,
contra las cuales el mortal subleva los frailes su poder establecían,
180

y en torno de sus templos esparcían y de sus aguas el raudal copioso


la deshonra, la muerte y el despojo! que el humano saber acrecienta,
sobre los orbes llueve
Por doquiera sus crímenes llevaban, esa nube de Dios llamada Imprenta!
sus insidias llevaban por doquiera;
las cimerias su triunfo aseguraban, Realiza Fúlton su glorioso anhelo:
y tan sólo la sombra disipaban el ―Clérmont‖ corta la corriente airada
las fatídicas llamas de la hoguera! en que refleja su cobalto el cielo;
y la vista, en el alma concentrada,
No era el dios de esa turba delincuente hoy mira por millares
aquel Dios de bondad que allá en el cielo, los buques de vapor sobre los mares,
constituye á los ojos del creyente llevando a remotísimas regiones
en tesoro inexhausto de consuelo. del comercio y la industria los pendones.

No era su dios el Dios de los cristianos


Los Montgolfier aprestan las barquillas
que quiere, en la igualdad sus ojos fijos,
en que su genio colosal despliegan
que se miren los hombres como hermanos
y, sobre el mundo levantados, bregan
porque todos los hombres son sus hijos.
en ese mar sin fondo y sin orillas
donde sólo las águilas navegan!
Aquel Dios cuyo espíritu fecundo,
de su amor paternal en el exceso,
Y Franklin aprisiona
ha encendido en los ámbitos del mundo
los fluidos del rayo que aniquila;
las ráfagas fulgentes del Progreso!...
y Volta con su pila
ciñe á sus sienes la inmortal corona;
Es el Progreso resplandor divino
y Edison y Morse hacen que se abra
que en la humana conciencia centellea,
un edén á las ansias giganteas:
y que afirma en su trono diamantino
los hilos que se animan á su aliento
al glorioso reinado de la idea.
dilátanse en el viento,
y el primero transmite la palabra,
Él derriba los viejos monasterios,
y el segundo transmite las ideas!
él derriba la ergástula sombría,―
y se abate en los pútridos imperios
Realízase todo eso
á su aliento inmortal, la tiranía.
al influjo bendito del Progreso
que presta al hombre su calor fecundo.
A su amparo recobra sus derechos,
Él lleva por doquier sus resplandores
libre de trabas la conciencia humana;
y, emanado de Dios, va por el mundo―
y mira el mundo portentosos hechos
cual la vara de Aarón― brotando flores!
que el hombre al fin en realizar se afana,
pues se abren del Progreso á la influencia
Mas también á su empuje vigoroso
horizontes más vastos á la ciencia.
rompe la Francia el cetro ignominioso;
el régimen antiguo se conmueve:
Por él concibe el atrevido náuta
destruye el pueblo la fatal Bastilla,
la luminosa idea
y al orgullo feudal vence y humilla
en que un delirio vió la grey incauta:
la gran revolución de ochenta y nueve!
Colón se arroja al piélago profundo
y ve surgir, cual Vénus Citerea,
Del Progreso el espíritu despierta
del seno de la mar un nuevo mundo!
al que duerme en el lecho de Procusto:
él hace que en soldado se convierta
Shoéffer y Fust y Guttemberg, su genio
para vengar un cúmulo de agravios,
consagran al invento portentoso
un ministro de Dios en cuyos labios
que eternizar al pensamiento debe;
181

vibra tremendo, aterrador, robusto, en medio de un país que sólo mira


ese grito que á México liberta, la libertad por norte;
ese grito que dice al continente surje Juárez, el indio que se inspira
que el dolor de mi patria contemplaba, en las leyes eternas del Progreso,
que ya México no es la antigua esclava, el indio que en su frente
que ya México es libre, independiente!... el porvenir de un pueblo lleva impreso,
La libertad, hermana del Progreso, y que firme, constante y diligente,
en el Progreso sus derechos funda: en el alma del pueblo su alma esfuma:
ella mira feliz su honor ileso, su fuerte empuje á la reacción abruma,
si en sus fúlgidos rayos él la inunda. al archiduque su justicia inmola,
y al fin triunfante su pendón tremola
Por eso cuando Guaymas sobre el alcázar real de Moctezuma!...
excitó la ambición de un conde iluso,
el intrépido pueblo de Sonora Juventud sonorense que te lanzas
á la voz del Progreso se dispuso en pos de tus doradas esperanzas,
á combatir. La espada vengadora no cejes ni un momento:
sobre la frente de Raousset esgrime, á la gloria inmortal tus pasos guía,
y al rechazar las pérfidas cadenas y no olvides jamás que á tu talento
una efeméride en la historia imprime. su bello porvenir la patria fía.
Era el 13 de Julio. Allí Larenas,
Martinón, Barsozábal, Híjar, Yáñez, Siempre la voz de tu deber escucha,
Arce, Mesa, Chacón, Iberri, Cáñez, y si un instante el óbice te abate,
y otros muchos valientes que la historia recobra tu entereza, y lucha, y lucha,
consagra para ejemplo de los hombres, que siempre vence el que con fé combate!
cubriéronse de gloria
y dieron lustre á sus humildes nombres!... Detesta al clerical, pues él avieso
los sagrados derechos invalida,
Y después, cuando un ente vagabundo y recuerda que al brillo del Progreso
llamado por el clero, la humana libertad se consolida.
se atrevió á profanar con su pié inmundo Te da el Progreso su esplendente escudo
la patria de Cuauhtemoc y Guerrero, ― para el que sabia y con poder te veas,
y levantó, á la faz del mundo entero, por eso, Juventud, yo te saludo…
el teatral aparato de su corte egregia Juventud, ¡bendita seas!

(Mazatlán Literario, 1889)

Al General Rosales

En exámetros tersos y viriles y que la humana voz cantar no puede:


un émulo de Homero, otra Iliada Tras de la lid, el triunfo consumado,
podrá cantar, sin que le envidie nada tu gran corazón su puesto cede
la gloria tuya á la del mismo Aquiles. á la piedad el ímpetu indomado!
Los cinceles, los plectros, los buriles,
podrán decir con efusión sagrada,
las admirables luchas de tu espada,
tu pundonor, tus hechos varoniles. (Bohemia Sinaloense, enero 16 de 1899)
Pero existe algo en ti que mucho excede
á la gloriosa fama del soldado
182

Manuel Bonilla
22 de diciembre

La ciudad está de gala defensores de estos lares!


dispuesta á regocijarse
como las niñas bonitas De pronto se ve un ginete
que celebran sus natales: á toda rienda acercarse;
repiques, dianas, cohetes, rápido llega y al pueblo
ensordeciendo los aires; que ansioso llena las calles,
banderas, flores y risas anuncia el triunfo increíble
en las plazas y en las calles, de las tropas liberales:
hacen visos las aceras después, entre el regocijo
por la confusión de trajes, y el asombro populares,
y como espuma de neutle desfilan los vencedores
sube y ufano se esparce que entre sus columnas traen
el contento de las almas al ejército enemigo
en los alegres semblantes. rendido en su mayor parte,
Gratos rumores se escuchan y con su Estado Mayor
perfume, luz y donaire la persona interesante
embargan nuestros sentidos del héroe de la jornada,
en éxtasis agradables. el magnánimo Rosales.
Rosales, sí, cuyo porte
Hoy hace veintinueve años á la vez serio y afable,
que los buenos habitantes revela el genio que anima
de Culiacán, esperaban á los hijos inmortales
con ansiedad palpitante de la gloria, en la mirada
un grave acontecimiento, triste, soñadora, grave,
una derrota….. quién sabe! como buscándolo ignoto
porque oían, como suelen de los cielos eternales.
á lo lejos escucharse Es el soldado-poeta
los sordos ecos del rayo, es el sabio gobernante
el rumor de los combates, de cuyo plectro inspirado
y temían con justicia cantos patrióticos nacen
los patriotas liberales que libérrimas ideas
saber muy pronto las nuevas lanza al mundo en cada frase,
del presagiado desastre El que indicó á la Patria
del improvisado grupo desde pequeño su sangre:
que mandado por Rosales, génio cual Netzahualcoyotl.
salió a contener al campo, Cuauhtemoc en lo indomable,
del invasor los avances. prudente como Tenoch
¡En tanto los fratricidas, pero más que todos grande,
los ilusos imperiales, porque á sus dotes reúne
seguros de la victoria otra de mayor realce
impacientes por menguarse la de saber perdonar,
preparaban las coronas ¡la virtud más admirable!
y los lauros que adornasen,
del Francés las rubias sienes 1893
teñidas de noble sangre
vertida por los intrépidos (Bohemia Sinaloense, dic. de 1897)
183

T. Camacho

El criticador

Siempre adversario del talento ajeno,


En la obra bella sin piedad se cela,
Y entre los dientes de su pluma lleva
Gotas de sangre, esputo de veneno.

Del mérito enemigo y de lo bueno


Contra todo el que vale se subleva
Y envidioso del genio que se eleva,
Lo grazna revolcándose en el ceno.

Genio procaz de estultas intenciones.


Ensarta y lanza sátira sin cuento,
Burlas de Zoilo, insultos de bufones.

¡Y en las obras no ve de su talento


Destacarse con vanas pretensiones
La soberbia figura de un jumento!

(El Monitor Sinaloense, 14 de enero de 1900)


184

Francisco Cuervo Martínez

El loco…

En ángulo obscuro destácase un loco,


De tez macilenta, mirada indecisa…
Detúveme a verlo, detúveme un poco:
Vagaba en sus labios eterna sonrisa.

¡Te olvida el amigo, te engaña tu amada,


El negro infortunio tras ti se desliza!
El loco desgrana glacial carcajada
Y luego prosigue su eterna sonrisa.

¡Te olvida tu madre, tu madre adorada,


Tu grato pasado sin tregua agoniza!
Se incendian tus ojos, al hombre que invoco,
Fulguran felinos en la ancha morada;
Se yergue en espasmos el mísero loco,
Su tez macilenta se torna rojiza,
Dos lágrimas surcan su tez demacrada…
Y súbita estalla feroz carcajada
Y luego prosigue su eterna sonrisa…

(El Monitor Sinaloense, 6 de junio de 1909)


185

―Rubén Darío‖

Arrojos

Joven, acérquese acá


¿Estima usted su pellejo?
Pues escúcheme un consejo
Que me lo agradecerá.
[…]
Al torpe déjele hablar
Sus torpezas disimule
Y adule, adule y adule
Sin cansarse de adular.
Como algo no le acomode,
Chitón y tragar saliva,
Y en el pantano en que viva
Arrástrese aunque se enlode.
Y con que befe al que baje,
Y con que al que suba inciense,
El día en que menos piense
Será usted un personaje.

(El Correo de la Tarde, 4 de marzo de 1897)


186

Efrén del Castillo

El jardín blanco

(Para ―El Monitor Sinaloense‖)

EL JARDÍN GRIS EL JARDÍN BLANCO


A Manuel Machado
Jardín sin jardinero,
Viejo jardín, Jardín que apenas brota,
Viejo jardín sin alma, Joven jardín,
Jardín muerto. Tus árboles Joven jardín radiante
no agita el viento. En el estanque el Jardín nuevo. Tus retoños
agua No agita el aura. En la marmórea fuente el
yace podrida. ¡Ni una onda! El pájaro agua
no se posa en tus ramas. límpida yace. ¡Cuántos rumores! El pájaro
La verdinegra sombra cantando está en tus ramas!
De tus hiedras contrasta La luz del astro
Con la triste blancura Rey de los reyes, contrasta
De tus veredas áridas… Con la innoble negrura
Jardín, jardín! ¿qué tienes?... De tus veredas fértiles…
Llegando a ti se muere la mirada! Jardín, jardín! Despierta…
Cementerio sin tumbas… Que estando en ti, las energías renacen!
Ni una voz, ni recuerdos, ni esperanza, Paraíso sin flores…
Jardín sin jardinero, Cuanta luz, qué colores, qué bellezas,
Viejo jardín, Jardín que apenas brota,
Viejo jardín sin alma. Joven jardín,
Joven jardín radiante.
Manuel Machado
De ―Revista Moderna‖. Efrén del Castillo

(El Monitor Sinaloense, 22 de mayo de 1904)


187

Esteban Flores

Incoherencias Que otros hinquen la garra


en el tropel adverso
A Julio G. Arce y se arranquen girones; tú, sereno,
en la olímpica barra
¿Combatir?... ¿Para qué? Soy un vencido de los combates, matas con el verso
Y sólo quiero calma: que es dardo y proyectil, espada y trueno!
A la sima he caído
Y está triste mi alma. Vanamente en su loca
…cancia, la maldad, desde su abra
Del reino azul de la ilusión, proscrito, de sombras, te provoca:
La fé me niega sus fulgores mágicos tú tienes en la boca
Y un hastío infinito un rayo fulminante: tu palabra,
Prende en mi vida sus crespones trágicos! que marca a fuego todo lo que toca!

Sigue tú por el agrio derrotero ¿Qué torvo sobresalto


Tras la pujante lid que ruge y arde, puede sobrecogerte
Para mí el son de tu clarín guerrero, si cada tempestad te halla más fuerte
Llega tarde, muy tarde. y cada perversión te ve más alto?

Sigue! batalla! Y mientras débil yazgo Cumpliendo tu destino


Sobre la arena y mi revés deploro, vas impelido por la fuerza suma
Logre tu esfuerzo con heroico rasgo ¡Dios quita lo que obstruye tu camino
Para tu testa la corona de oro. y lo que no hace Dios lo hace tu pluma!

¿Combatir?... ¿para qué? Ya mis anhelos (El Correo de la Tarde, 1899)


Huyeron en tropel… La Muerte avanza…
Y en el negror profundo de los cielos,
―Luz efímera,― se hunde mi esperanza! Toque

(Bohemia Sinaloense, 1898) Oh niña que despiertas á la vida!


Oh virgencita blanca
A un bardo Cuya pupila húmeda parece
Una gota azulada!...
La infamia te befó… Y hubo un instante Oh, lirio floreciente cuyo aroma
en que hirsutos, soberbios, Como un perfume de los cielos, pasa
tus impulsos rugieron… y pujante Y que el candor, angelical, del niño
deshebró la ira por tus nervios. Como bruma de luz llevas en tu alma;
Tu que aún sabes los cantos vibradores
Una nube sangrienta Que te enseñó la infancia
Pasó por tu cerebro estremecido Y aún conmovida esperas en la alcoba
Entre sordos fragores de tormenta; La caricia impalpable de las hadas;
Y de tu seno henchido Tu que llegas al mundo y eres buena,
De cóleras inquietas, Oh virgencita blanca,
estallando injurias y clavando mofas, Deja flotar mis sueños en la dulce
surgieron las estrofas Diafanidad azul de tu alborada!
como un haz coruscante de saetas!
(Bohemia Sinaloense, 1897)
188

Jesús G. Andrade
Al Humaya

Oigo tu voz ¡oh río caudaloso! Que tiende en tu redor la augusta noche,
Oigo el rugido fiero Copias los astros del divino cielo;
Que arrojas de tu abismo pavoroso; Mas otras veces, cuando airado, horrible
Es el grito potente y altanero Eres monstruo temible
De un atleta indomable Y te revuelves en tu propio seno
Que siente hervir la sangre de sus venas En convulsiones de titán herido.
Y que gime y que ruge encadenado Lanzas al cielo el sin igual rugido
Luchando sin cesar, desesperado, Lleno de encantos y de horrores lleno,
Por romper sus cadenas. Así pasas revuelto é imponente
Emulo de los mares, en tu seno Semejando un torrente;
La eternidad se encierra; Y en tu grandiosa y eternal batalla,
Lleno de horrores y de encantos lleno, Luchas contra ti mismo y es tu acento
Eres un cáos de esplendor sublime El del rayo violento
Y á las entrañas mismas de la tierra Que entre los senos de la nube estalla.
Llega tu acento que iracundo gime. De ciega tempestad á los fulgores,
Á veces, cuando en calma Cuando sus mil horrores
Corres bajo los cedros en la sombra, Lanzan los cielos, y su horrible grito,
Con qué placer el corazón te nombra, Tu retumbante voz, tu voz que truena,
Cuánta dicha despiertas en el alma! Parece que resuena,
Y al empezar el día, En la obscura región del infinito,
Cuando aparece el sol en el oriente Sigue tu curso ¡oh río! hácia los mares,
Y rasga el velo de la noche umbría Da gloria universal á esa sultana
Con los efluvios de su augusta frente, Cuyas plantas tu besas, y mañana
Entonces el boscaje Cuando te admire el hombre en tus altares,
Que se levanta en tu ribera hermosa Tal vez habré caído
Entona su epopeya gloriosa A las eternas sombras del olvido.
Su epopeya magnífica y salvaje! Bañada por tus brisas fue mi cuna
Y al declinar el día, En mis tiempos de paz y de fortuna;
Cuando se hunde el sol en occidente Y así cual me arrulló con su cariño
Dejando en tu redor niebla sombría Tu voz atronadora que retumba
Al ocultar los rayos de su frente, En mi lecho purísimo de niño,
Los pálidos reflejos Con tu rumor arrúllame en la tumba!
De la espuma que salta entre tus ondas
Semeja de tus linfas, á lo lejos,
Las encantadas cabelleras blondas.
Y al brillante derroche (Bohemia Sinaloense, 1 de diciembre de 1897)
De luz, que rasga el tenebroso velo
189

Julio G. Arce

Cuadro

Tranquilo el mar. En la extensión distante


estalla en tintas la naciente aurora
y el hirviente oleaje se colora
con los áureos matices del Levante.

No revienta la onda, murmurante


va á morir á la playa abrasadora:
y en la gallarda barca pescadora
canta sus infortunios al amante.
Turba aquella quietud rumor cercano
y en el fondo, sin sombras, del paisaje
aparece altanero y soberano
raúdo vapor que hiende el oleaje
y en espumas revienta el océano,
al Progreso rindiendo vasallaje.

(Bohemia Sinaloense, 1 de noviembre de 1898)

Acuarela

A Soledad Paliza

Quiebra la luz sus rayos ondulantes


contra las olas de la mar bravía,
y allá tras la remota serranía
oculta el sol su disco de diamantes.
Envuelta en nubes de ligera bruma,
una barca dirígese á la orilla
y va dejando la luciente quilla
anchos regueros de rizada espuma.
De pronto el huracán azota fiero;
una nube ennegrece el firmamento;
se alborota la mar, la luz desmaya,
y ve llegar, el rudo marinero
á sus hijos, en santo arrobamiento
orando, de rodillas, en la playa.

(Bohemia Sinaloense, 1 de febrero de 1898)


190

J. Antonio Gaxiola
Para un álbum

No tiene el arpa mía


Notas que cantar vuestra hermosura,
Exento de harmonía
De ritmos de cadencias y dulzura
El rumor de sus cuerdas se levanta,
Rumor que gime cuando yo estoy triste,
Y con mi dicha y mis placeres canta.
La palidez que mi cantar reviste
Nació con mi dolor y mis pesares,
Cuando huyeron mis blancas ilusiones…
No os extrañe al leer estos renglones…
Encontrar palidez en mis cantares.
Sois la cándida y tímida violeta
Que duerme con la brisa y con las flores,
Tenéis en vuestro rostro los colores
Que el pintor nunca tuvo en su paleta.
Sois la cautiva mariposa inquieta
Caída entre la red de los amores,
El hada de los bardos soñadores
Y la expresión más dulce del poeta.
Tenéis en vuestros labios ambrosía
Vuestros ojos revelan alegría
E irradian de placer y venturanza,
Y como sois tan bella y tan virtuosa
Tenéis á vuestras plantas una diosa
Con los brazos abiertos: la esperanza.

(Bohemia Sinaloense, 1 de julio de 1898)


191

Francisco Gómez Flores

Los néofitos

De novísima invención acrósticos, madrigales,


hay una casta de pollos leyendas, editoriales,
que llena con sus embrollos y folletines, y tomos.
á toda la población. En el rigor de la fiebre
Literatos botarates, hagan obras á granel…
bardos y escritores módicos, Y hallarán quizá el laurel
abastecen los periódicos en el fondo de un pesebre.
de chismes y disparates. Que muchas veces también
la loca fortuna ciega
El listo Zenón ¡pardiez!
el lauro del triunfo entega
para á su lado tenerlos,
sin saber cómo ni á quién.
se ha ofrecido á defenderlos
Y si la historia registro
uno á uno, ó diez á diez.
encuentro con estupor
Y los bautizó, no lego,
á un caballo senador
poniéndoles cual perito,
y á algún borrico ministro.
un nombre raro y bonito,
………………………….
de puro abolengo griego.
………………………….
NEÓFITO. ¡Miren qué nombre
………………………….
tan chulo y tan relamido!
………………………….
¡Un bebe recién nacido!
Sobre los neófitos radie
¡Un pedacito de hombre!
el sol sus vivos reflejos.
Hierba ó planta significa
Que canten… Pero tan léjos
en lengua griega phyton;
que no los escuche nadie.
neos, nuevo. En conclusión:
Y en cuanto al listo Zenón
neófito, una hierba chica.
que movido de piedad,
Contra esta fé de bautismo
tuvo de ellos caridad,
de ridiculez no escasa
tuvo de ellos compasión;
deben protestar en masa
con qué horripilante gesto,
los nenes del periodismo.
de versos hasta el cogote,
Rechacen la amable ofensa
dirá alguna vez al trote:
de su defensor gratuito;
¡ay, amor, cómo me has puesto!
levanten al cielo el grito
No, Señor, esto no cuela,
los neófitos de la prensa.
ni á más neófitos me nombres.
Disfruten derecho llano
¡A su trabajo los hombres!
para escribir y gritar,
¡Los muchachos, á la escuela!
y para sacrificar
á todo el género humano.
Disfruten derechos mil
El otro Zenón
para hacer versos perversos,
aunque sean de los versos
Humorismo y Crítica, 1887
que han de arder en un candil.
Publiquen sonetos romos,
192

Enrique González Martínez

Sequía En cauce que le oprime y le sofoca,


el hondo río su caudal desata
Junto al maizal, la gente campesina, y desde el filo de elevada roca
los turbios ojos levantado al cielo, se desprende en inmensa catarata;
ve de la nube gris el amplio vuelo
que allá por el oriente se avecina. ostenta lujuriosa la ribera
floridas hierbas y tupida fronda,
Tristes sus tallos el maizal inclina, y náyades de rubia cabellera
muere de sed el abrasado suelo; en el cristal se miran de la onda;
mas un hálito dulce de consuelo
en cada humilde corazón germina. el ancho mar con ímpetu salvaje
azota las arenas de la orilla
Preñada de favores, ya la nube y, a los rayos del sol, el oleaje
ligera y rauda por el éter sube en mil penachos espumosos brilla.
y gigantesca por el cenit avanza…
Naturaleza por doquier ostenta
¡Mas, ay, que el norte su furor subleva de inspiración el germen encendido
y con su aliento funeral se lleva lo mismo en el fragor de la tormenta
a un tiempo mismo nube y esperanza! que en el piar del pájaro en el nido.

Es pompa en la pradera de colores


(Preludios, 1903) armonía en los trinos del boscaje,
perfume en los efluvios de las flores
A un poeta y poema de luz en el celaje.

Del bosque milenario en la espesura,


¡Deja caer la amanerada lira finge rumores místicos el viento,
―ludibrio del amor, del arte mofa― y el sol como una lámpara fulgura
despierte ya la musa que te inspira en la bóveda azul del firmamento.
y cual rayo de luz surja la estrofa!
Después, huye la luz, viene la tarde,
¿Dónde aprendiste el enfermizo canto se oculta el sol tras el lejano monte,
que lanzas como cisne moribundo? las nubes dora, y reverbera y arde
¿Quién habla ―dime― de morir en tanto como incendio voraz el horizonte;
que el sol, el almo sol, incendia el mundo?
y cuando el ángel de la noche extiende
¿Buscas inspiración, te falta numen, su dulce paz, su oscuridad discreta,
todo lo encuentras árido y sombrío, inspirado y feliz las alas tiende
y tus ansias tiritan y se entumen al mundo de los sueños el poeta…
como las aves al llegar el frío?
¡Deja el canto irrisorio y decadente,
Qué ¿no hay ideal para tu anhelo? ludibrio del amor, del arte mofa,
¿Todo es miseria, podredumbre y lodo? y del cristal de la castalia fuente,
¡Ve el campo, mira el mar, contempla el como Venus del mar, surja la estrofa!
cielo:
allí hay belleza, inspiración y todo! (Preludios, 1903)
193

Trova Lo que dice el poeta

Fatigado, jadeante, Llamando voy al ritmo y el ritmo no responde,


en busca de asilo y calma, la idea se me escapa y el numen se rebela
al castillo de tu alma y soy Colón iluso que en frágil carabela
llamé, trovador errante. bogando va sin brújula y sin saber a dónde.
Se abrió tu puerta al instante;
entre ceñudo y sombrío… En vano martirizo la mente porque ahonde
¿Por qué al mirarte, bien mío, enigmas y misterios; en vano el alma vuela
latió pujante y despierto de un astro persiguiendo la fugitiva estela…
mi corazón, casi yerto ¡El rastro se me pierde y el luminar se esconde!
de dolor, cansancio y frío?
Apágase del estro la llama engañadora
Desde tu ojival ventana y el corazón en ansias se desespera y llora
¡oh, compasiva señora! de la lira torpe y el numen impotente;
apenas brille la aurora,
me verás partir mañana. mas los anhelos tornan con desusados bríos
No me culpes, castellana, y el rumoroso enjambre de los ensueños míos
de ingratitud ni un instante; vuelve a besar mis ojos y a acariciar mi frente.
alguien me grita: ¡adelante!
Obedezco a mi destino,
y hay que seguir el camino
como trovador errante. (Lirismos, 1907)

(Preludios, 1903)
194

Luis H. Monroy

Azul

Azul era la estancia en que se hallaba,


Azul era el banco desde el cual veía,
Como una mancha azul á la bahía
Donde una barca azul se balanceaba.
Azul era la cumbre que se alzaba
A la región azul donde lucía
Un astro que sus luces extendía
Por toda la creación que se azulaba.
Azul era el papel en que, risueño,
Trazaba estos renglones por antojos,
Azul la tinta que compré á Juan Sueño
Y es, lector, que me pelas ya los ojos
Al oír tanto azul sin ton ni dueño,
Que tengo azul la vista y los anteojos.

(El Correo de la Tarde, 17 de enero de 1897)


195

Raúl Jazbacan

De actualidad

Francamente, á como van


Las cosas en Mazatlán,
No es posible la quietud;
Hay bastante que decir
Y mucho más que sentir
En materia de salud.

Fecundo en enfermedades
Y otras mil calamidades
El anterior año fué
¿Y el actual cómo será?...
Por lo que pasando está,
Más o menos ya se ve.

Tos ferina, consunción,


Varioloide, sarampión,
Fiebres, murria, languidez
Y una que otra pulmonía
Son, hasta el presente día,
Los gajes del año diez.

Estamos fritos… ¡no hay duda!


Cada quien el quilo suda
En busca de salvación.
Médicos y boticarios
Se van á hacer millonarios
En esta linda ocasión.

Los tísicos menudean,


Los dementes no escasean,
Todo es ruina y malestar…
¡Hasta hidrófobos tenemos!
Lo cual es á los extremos
Del infortunio llegar.

(El Correo de la Tarde, 18 de enero de 1910)


196

Alfredo López Ibarra

Al Gral. Escobedo

Noble hijo de México! tu espada


azote de los crueles invasores,
hace la Patria sea respetada
de extraños enemigos y traidores.
Tu frente sin mancilla está nimbada
del sol de Libertad por los fulgores;
y tu historia en la Historia deificada
hace más y más excelsos tus honores.
Egregio paladín! con la victoria
le das a nuestra Patria eterna gloria,
y a tu nombre perenne nombradía,
Egregio paladín! por tus virtudes
igual que por la guerra, los laudes
más himnos te prodigan cada día.

–Cosalá

(El Correo de la Tarde, 19 de abril de 1898)


197

Abelardo Medina

Mi opinión acerca del arte

Al Sr. Francisco Medina

Poeta que lleváis luz en la frente


Como la estrella hermosa de la tarde,
¿Cómo quieres que mi opinión presente;
Si en mi cerebro no arde
Ni aún el fuego que en la noche flota
Sobre la tumba del que ya no existe?
El arte para mí será la nota,
Con que se queja el corazón más triste.
Será el gemir del que sus penas dora
Al despertar la refulgente aurora;
Del astro rey el postrimer destello,
Del cielo azul los místicos fulgores;
Será el perfume con que ungió el cabello
La virgen de los últimos amores.

(El Monitor Sinaloense, 1 de diciembre de 1904)


198

Francisco Medina

Las ruinas de la aldea Ya no sufras por mí: no eres culpable


De que concluya en mi existir el día!
De una choza dormida y olvidada
el rústico esqueleto apenas queda; (El Correo de la Tarde, 3 de junio de 1897)
ya sólo es hojarasca la enramada
perdida en el ramal de la arboleda.

Ya no se oye la endecha placentera En días de lucha. De Juventud lóbrega


del labrador volviendo del sembrado,
ni el balar de la oveja en la ribera, Me hirió la suerte con brutal cinismo;
ni el canto de las aves en el prado… A mi esperanza arrebató sus alas,
Y hoy desciendo hacia el fondo del abismo
¡Cómo queda sin hojas el manguero ¡Donde se agitan las pasiones malas!
que ayer exuberante florecía;
mustio quedó bajo el impulso fiero Quise llevar por triunfador enseña,
y agostador de la nevada impía. Las victorias de muchas tempestades,
Mas hoy mi fe de niño se despeña
Ya no se ve enlazado el alto encino A un océano de odios y ruindades.
el débil manto de la verde hiedra,
ni perdida en las cuevas del camino La lucha de la vida ya no existe,
la envejecida cruz de tosca piedra. De mi edad en el débil entusiasmo;
Llevo en mi faz descolorida y triste
Hoy todo es soledad, en el bohío ¡Las hondas cicatrices del sarcasmo!
concluyó aquel hogar feliz y tierno;
todo quedó desecho por el frío Quiero que la tristeza me consuma
de las heladas noches del invierno. Sin que mi mal se agite con alarde:
Tal vez será esa pena cual la bruma
(El Correo de la Tarde, 15 de agosto de Que muere con las luces de la tarde.
1897)
Tal vez no sea así… mas nada anhelo,
Ni siquiera curar mi vida enferma:
XXXII. A mi padre Que desciendan más témpanos de hielos,
A la llanura intransitable y yerma.

Padre mío, consuela tus dolores; Efímeras se van de mi memoria


Déjame batallar aunque sucumba; Las páginas henchidas de ilusiones
Sigue la senda por do encuentres flores, Dejando sólo sombras pues la historia
¡Que las mías me esperan en la tumba! ¡Debe ser una historia de crespones!...

Contemplas en derredor todo sombrío ¿Qué importa? De los hombres el ultraje


Cuando ves que del mundo en el desierto Jamás se apartará de la existencia:
No encuentro una esperanza… ¡Padre mío! ¿Qué importa que me pierda en el oleaje
Soy el bajel y he de buscar el puerto! Si queda a flote el barco; mi conciencia?

El mundo nos combate inexorable; (Bohemia Sinaloense, julio 15 de 1898)


No respeta tu angustia y tu agonía…
199

Héroe
Es dualidad excelsa de soñador y atleta:
frente a las huestes, único; frente al amor,
Sobre la faz tostada por nuestro sol ardiente poeta;
fulguran sus pupilas lumínicas de acero; nostálgico insaciable de libertad y gloria.
por su altivez estoica diríase un guerrero
de aquellos de mil lauros de triunfos en la Al humillar las ansias de la invasión injusta
frente. conquista dos coronas para su frente augusta:
¡de bravo en la pelea, de noble en la
A veces tempestuoso, colérico, rugiente, victoria…!
como turbión que azota las cimas, altanero;
extraño ser que siendo dominador y fiero, (Mefistófeles, 31 de diciembre de 1907)
oculta transparencias de cristalina fuente.

Lola

A Luis G. Urbina

I
Una confesión

En la estancia tristísima y desierta


Están solos; orando el religioso, Habla y con el arrullo plañidero
Ella en el lecho inmóvil como muerta De la tórtola enferma que suspira
Dice con débil voz: ¡Padre, me muero!
De una lámpara el brillo tembloroso
Aviva la miseria del asilo ―Dios desde lo alto mis dolores mira;
Que yace muerto en funeral reposo. Hoy quiero relatar mi amarga historia;
Escúchela con calma, no es mentira.‖
El cristiano tan tétrico sigilo
Alza la voz como implorando al cielo ―No es mentira, no es página ilusoria,
Bendición para su ánimo intranquilo Inventada por loco desvario;
Es espectro que vive en mi memoria.‖
¡Oh, cómo inspira compasión y duelo,
Ante aquella mujer desfallecida, ―Hoy me llama la muerte padre mio;
Del sacerdote el cariñoso anhelo!..... Hoy contemplo ante mi el fiero bulto
Que nos arroja al bárato sombrío.‖
--Señor, prolonga su expirante vida;
Ella es culpable por deber maldito; ―Y como miasma en el pantano, oculto,
Entrégala á la muerte, redimida— Yo no quiero dejar en mi conciencia
Este cáncer que en ella va sepulto.‖
Dice á la enferma como doliente grito:
--Despierta de tu sueño, Lola, Lola; ―Ha sido miserable mi existencia;
Implora la piedad del infinito— Perdí la fé desde edad temprana
En que se afirma ó niega la creencia.‖
Ella despierta……..se juzgaba sola,
Y queriendo abrazar al compañero, ―Me atrajo la vorágine mundana;
Vuelve á caer como muriendo ola. Bajé del goce al insondable seno,
200

Donde quedó mi juventud lozana;‖


―Dos criaturas, dos hijos, la esperanza
―Donde fatal y loco desenfreno, De mi vida monótona, que horrible
A caba con los vírgenes amores Me presenta la idea de venganza.‖
E inunda nuestra sangre de veneno.‖
―¡Venganza! grita mi pasión terrible;
―De casto amor las inocentes flores ¡Esa mujer que te robó á tu amante!
Un hombre me ofreció; de pasión viva Y detenerme, padre, es imposible…‖
Me presentó los claros resplandores;‖
―De mi aterido corazón, distante
―Y ante mi dura decisión esquiva, Está el deseo de borrar la huella
Juraba amarme sin cesar, llorando, De mi pasada perdición constante.‖
Y con sus frases me dejó cautiva.‖
―Esta es mi ruta, mi fatal estrella;
―Y con su acento cariñoso y blando, Seguír del mal el áspero camino
Eco sentido de doliente queja, Sin pronunciar mi tímida querella.‖
Me decía: ¿Mi Lola, cuándo, cuándo?
Mis labios saturados por el vino
―Así cual nube que veloz se aleja No deben profanar lo tierno y santo
Huyó del corazón el egoísmo No existe para el vicio lo divino.‖
Que á la mujer en aislamiento deja;‖
―Y por eso prefiero el desencanto
―El amor, ese extraño paroxismo De esta misión; seguir indiferente
De la razón, con inconciente mano En esta vida á la que odiaba tanto.‖
Me abrió de las locuras el abismo;‖
―¿Quién podrá comprender que tras mi frente
―Ese fatal é incomprensible arcano, Manchada por el ósculo perjuro,
Donde se oculta tempestad bravía Hay castas reflexiones de inocente?‖
Que fiera azota al corazón humano!‖
―¿Alguien comprenderá que en este obscuro
―Mi seductor, Roberto, me decía: Antro en que vivo, el resplandor existe
Amémonos, entrégate á mis brazos De recta reflexión, aunque inseguro?‖
Y dame el goce de llamarte mía.”
―¿Y qué á mi cuerpo bacanal reviste
Únete a mí con eternales lazos; La repugnancia por el torpe vicio?
Muéstrame de tu ser la exuberancia… ¿Qué tengo el alma sin creencia y triste?‖
Y me ahogaba con férvidos abrazos.‖
―¿Qué a veces siento flaquear mi juicio
De nuestro amor la celestial fragancia Cuando el hambre mis carnes debilita,
Concluyó al despertar de mi letargo; Y por eso desciendo al precipicio?‖
Nos separa hoy del odio la distancia;‖
―Así estaba mi suerte, padre, escrita;
―Hoy con un mundo de dolores cargo, Es inútil odiar al sufrimiento;
Y en vez de hallar en el ayer, consuelo, Si la bondad de Dios es infinita,‖
Viene el recuerdo matador y amargo!‖. ―¿Por qué no me detuvo en el momento
En que de unirme al que causó mis males,
―¡Quién creyera que aquel á quién el cielo Por mi mente pasaba el pensamiento?‖
Destinó mis quiméricas ternuras,
Tendiera sobre mi alma obscuro velo!‖ ―El goce y el dolor me son iguales,
Por eso mis desdichas ya no gimen,
―El se llevó mis ilusiones puras Aunque sean grandísimos mis males.‖
Y de mi hogar la dulce venturanza
Dejándome en herencia dos criaturas;‖ ―Comprendo que las lágrimas redimen,
201

Pero ya es tarde para hallar la fuente


Que deshaga la mancha de mi crimen.‖ Dando al problema solución propicia
A sus ansias malévolas, temblaba
―Quiera Dios que se apague esta candente Ante la voz fatal de la malicia.
Fiebre que inexorable me devora,
Para mostrar con altivez mi frente….‖ Y en sus noches de insomnio, acariciaba
Sus ilusiones de perdida gloria,
―Alimento otra idea redentora; Y un giro amargo á sus desvelos, daba.
Breves instantes faltan al ingrato
De hacer justicia se acercó la hora!‖ Traía con despecho á su memoria
El desastroso ayer, página horrenda
El clérigo tembló; con insensato Del libro ensangrentando de su historia.
Pavor luchaba y con fatal idea,
Mientras Lola decía: ¡ó muero ó mato! Soltó á su grito de rencor la rienda;
Su sangre se agitó rauda y potente,
Aquel como el marino que desea Y dió principio su moral contienda;
Asirse del madero que lo lleve
A salvo del furor de la marea, Salió de su mutismo, y de repente
Sintió que vacilaban las pasiones
Precipitado en derredor se mueve; Que encendían su cólera rugiente…
Habla con melancólica entereza
Que inspira risa y á la vez conmueve. De la sombra los lúgubres crespones
―¡Adiós!― dice el asceta con tristeza; Que cubrían la estancia con su manto
―¡Adiós!― gime la frase sollozante Fingían mil espectros y visiones…
De la enferma; aquel sale de la pieza;
La lámpara fulgura agonizante…. Con flébil voz que parecía llanto,
Recitó este monólogo sombrío
II Expresión de inclemente desencanto:
Venganza
―Ya que existe en mi espíritu el vacío,
Pasaron muchos meses; la terrible Hondo como el abismo de mis penas
Enfermedad que atormentado había Y donde sólo me consume el frío,‖
A Lola con su llama irresistible,
―Daré á mis horas de amargura, llenas,
Entonaba sus cantos de agonía, El deleite brutal que no dilata
Dejando de aquel sér sólo despojos, En romper de la vida las cadenas.‖
Cual de una nave, tempestad bravía;
―¿Qué importa que del ábrego la ingrata
Aun quedaban en ella los enojos Corriente azote sin piedad mi vida?...
De su pasión, cual quedan en Ocaso ¡Al hambre inexorable diré: mata!
Después de hundirse el sol, destellos rojos. ―Descenderé al recurso de homicida
O inspiraré á Roberto crueles dudas
Con torpe celo y con valor escaso Cuál estas que me tienen consumida?‖
Abrigaba la idea de venganza
Y hacia el crimen volvía paso á paso. ―¡Oh temible Satán, si tú me ayudas
Triunfaré y mis ansias pasionales
―Seré feliz, decíase, si alcanza Se mostrarán tenaces y desnudas!‖
Mi espíritu á curar su devaneo
Veré la realidad de mi esperanza.― En su mente ideas infernales
Alzábanse, fantasmas indecisos
Con la pasmosa timidez del reo Cual del caos las sombras espectrales.
Que oye la decisión de la justicia,
Sintiendo el aguijón de su deseo; Llegó una noche; de rencor, precisos
202

Fines, la hicieron disponerse á un viaje; Que alguna de las dos desde hoy no viva…
A sus deberes humilló, sumisos.
El corazón que antes temerario
En sus acciones la pasión salvaje Sólo sufría ante su mal, hoy quiere
Presentaba sus llamas encendidas El nuncio de mi viaje funerario;
Y le infundía irracional coraje.
Paga tu infamia ó resignada muere;
Abandonó su estancia; detenidas Si pretendes huír… queda tu hija…
Las blasfemias rugían en su pecho Ya no puedo esperar: ¡habla, prefiere!
Mientras iba por calles y avenidas.
Será vana tu súplica y prolija. ―
¡Cómo deseaba entonces que deshecho Y en terrible actitud vió a la criatura
El corazón calmara su latido, Y puso en ella su mirada fija.
Y así rodar á funerario lecho!
Un instante de hórrida pavura
Su pasado propósito, rendido, Sucedió; la casera meditaba
Iba á caer ante emoción extraña, En aquella actitud fatal y dura.
Cuando sonó una voz ante su oído;
Quería hablar y aliento le faltaba…
Rugió cual si rompiéranle una entraña, ―Roberto ―dijo― acude a mi defensa;
Con el rugido dominante y fiero No me mates, mujer, seré tu esclava―
De la pantera en la feraz montaña.
―Que no respeto tus recursos, piensa,
¿Qué idea la marcaba el derrotero Y empuñó un acero que lucía,
Que seguía con ansia tentadora, De una farola ante la luz intensa.
O qué seguía con afán artero?
Y Roberto al llamado no acudía,
Detúvose indecisa… de una hora Y pasaba momento tras momento,
Resonaron las lentas campanadas, Con los que en Lola la pasión crecía.
Inspirando tristeza abrumadora.
Esta se avalanzó con cruel intento;
Del Invierno las ráfagas heladas, Aquella grita exasperada y loca,
Sumbaban en las calles, la incierta Y cae desplomada, al pavimento.
Tea nocturna de luces esfumadas,
Lola ese grito de dolor, sofoca;
Iluminaba la ciudad desierta… Observa en derredor, ¡nadie la mira!
Lola, observando un caserón obscuro, Y una sonrisa muévese en su boca….
Fuése á empujar su carcomida puerta.
La moribunda ensangrentada espira…
Penetró! cual fatídico conjuro, Duerme una niña en haraposo lecho,
Oyó la voz de una mujer que altiva Y danza tetra de tinieblas gira
Quiso estrecharla contra el tosco muro; Sobre los muros de aquel cuarto estrecho.

Y con palabra ruda y decisiva,


Gritó: ―Detente… ¡infame, es necesario (Bohemia Sinaloense, 1 de marzo de 1898)
203

Antonio Moreno

En un álbum

Me has pedido que escriba en este álbum


Y tengo que escribir,
Mas no puedo engañarte hermosa niña
Porqué no sé mentir:
En un álbum se escriben muchas cosas
De diverso sabor,
Se habla de la fragancia de las flores
Y de su suave olor;
Se compara el perfume que desprende
El soplo virginal
Que respiran las aves con delicia
En brisa matinal,
Y de mil y mil cosas, muy bonitas,
Todas á cual mejor,
Sin dejar que se quede en el tintero
La palabrita amor;
¿Pero sabes cual es el fin de aquesta
Manera de escribir
Ya que así lo has querido niña hermosa
Te lo voy á decir.
No es dejar el recuerdo de un cariño
Que á veces no sintió
Por la dueña del álbum en que escribe
Aquel á quien se dio,
Sino sólo a lucir sus aptitudes
Como buen escritor
Y como nunca he sido ni pretendo
Ser poeta ó prosador,
Sólo escribo estas líneas, mal forjadas,
Por complacerte á ti
Y aun pienso que al leerlas los curiosos
Se burlarán de mí…
No es esto que no admire tu belleza,
Tus gracias sin igual y tu pudor,
Ni que yo sea insensible á tus encantos,
Ni de tus lindos ojos al fulgor;
Pero soy enemigo de ficciones
Propias solo de gente baladí,
Por cuanto lo que siento, sin rodeos
Cuando sea tiempo, lo sabrás por mí.

(Bohemia Sinaloense, 1 de enero de 1898)


204

Esteban Moreno

En el álbum de la Srita. Emilia Rivas

¿Qué te puede ofrecer mi humilde lira Y elevado hasta Dios tu pensamiento.


Que digno obsequio á tu beldad se crea,
Si cada númen, que tu ser admira, Parece que penetras lo infinito
En conceptos bellísimos se inspira, Con la dulce expresión de tu mirada,
Y te brinda un ideal en cada idea? Tu frente inimitable, inmaculada
Y el seráfico ceño, son el grito
Pues pródiga te dio Naturaleza Que lanza tu alma á su primer morada!
Gracias, virtud, talento, simpatía; ¿Por qué tan impaciente en el planeta
¿Cómo puede mi mustia poesía, Si á tu paso embelleces cuanto miras,
Siendo digna del Dante tu belleza, Si en Dios se piensa cuando tú suspiras,
Canta en tu loor, amiga mía? Si transformas al geómetra en poeta,
Y es feliz el hogar donde respiras?
Mas me pides que escriba, y rebosando
De dicha el alma porque tú lo ordenas, ¡Quién ver me diera, tu misión cumplir
De tu álbum en las páginas amenas Antes que en sus caprichos mi destino
Flores silvestres dejaré temblando… Me haga emprender de nuevo mi camino
¡Que tus manos las tornen azucenas! No sé yo á dónde, en busca de mi vida,
Navegando sin brújula y sin tino!
¿No las ves ateridas por el hielo…
Que un afán malogrado las consume? Tu bello rostro, su serena calma
¡Cuánto mejor que olvido las abrume Sin sombra de temores é inquietudes,
Es que hallen en tus ojos, bello cielo Heroína te aclama en las virtudes,
Y en un aliento de vírgen, su perfume! Un paraíso se me antoja tu alma
Y al proscenio del bien con ella acudes.
Frases que en mi cariño te consagro
Que encuentren en tu aprecio su victoria, Y tú serás feliz; sí muy dichosa
No del aplauso en la mentida gloria; Que es la virtud magnífica presea
Que la dicha mejor que en ellas labro Y en torno suyo el bienestar se crea
Es vivir un instante en tu memoria. ¡Feliz quien pueda venerarte esposa
Feliz quien como madre te posea!
Que debe ser la dicha, la ventura
Asomarse á tu alma, en un momento
De esos que ves al claro firmamento, (Bohemia Sinaloense, 15 de septiembre de 1897)
Fija en los astros tu pupila oscura
205

Pedro R. Zavala

Deseos

¡Oh!, virgencita de trenza rubia


¡Oh!, virgencita del ebúrneo cuello
Para grabar mi nombre en tu memoria
Yo quisiera violar tu pensamiento,
Como violan los rayos de la luna
De tu alcoba de virgen, el misterio,
Como vierte sus lágrimas la aurora
Sobre el áureo botón del crisantemo
Sobre la blanda cabellera de oro.
Quiero verter mis lágrimas de duelo
Y quisiera en tu frente pensativa
Posar mis labios y dejar mis besos,
Como en la nieve de la excelsa cumbre
Deja la tarde su postrer reflejo.
¡Oh!, virgencita de las crenchas de oro
Yo quisiera violar tu pensamiento
Besar tu blanca y pensativa frente
Y ante tus plantas desflorar mis versos.
¡Oh virgencita de la trenza rubia!
¡Oh virgencita del ebúrneo cuello!
Quiero grabar mi nombre en tu memoria,
Ante tus plantas desflorar mis versos,
Y morir como muere la violeta
Sobre tu blanco y perfumado seno.

(Bohemia Sinaloense, 15 de noviembre de 1897)


206

Rafael Serrano

A Berta Gómez Gallardo (En su álbum)

¿Qué, dime, ¡oh numen poético!


Será o, ángel cuyo nombe
Grato y puro Berta es?
Pregunto yo á mi laúd.

No me responde y yo digo:
Consuelo, esperanza, amor,
Inocencia, bienandanza,
Eso eres tú.

(San Francisco de California,


17 de noviembre de 1898)

(El Monitor Sinaloense, 15 de abril de 1900)


207

Pedro Victoria
La instrucción

La instrucción es la potencia de la tarda carabela


que al Universo conmueve; del náutico genovés.
y en el siglo diez y nueve La distancia ya no es
agranda la inteligencia. Aquel infranqueable muro;
Propagándose la ciencia pues de la ciencia al conjuro
en uno y otro hemisferio, la devoran jadeantes,
van implantando su imperio esos palacios flotantes
la razón y la verdad, que van a puerto seguro.
y avanza la humanidad
penetrando en el misterio. En todos los componentes
del planeta en que vivimos,
Nos guía en nuestras jornadas do con frecuencia sufrimos
cual colosal monumento, males los séres vivientes;
la experiencia y el invento van los sabios diligentes
de las edades pasadas. de vida el germen buscando,
Tenemos aseguradas y á la muerte disputando
esas conquistas que son, sus presas en la existencia,
la larga elaboración vemos por doquier la ciencia
del pensar de sabios hombres, á la humanidad salvando.
cuya lista dan los nombres:
Galileo! Flammarión! Ya los pueblos que vivían
de contínuas invasiones,
Probó la ciencia a porfía hoy en vez de sus legiones
que esta tierra hermosa y vária, sus productos sólo envían.
no es el ara estacionaria Así trabajando, ansían
que fraguó la teología. cada cual ser el primero;
La luz que el sol nos envía y surge el rico venero
y se apaga tras las moles, de bienes que se prodigan,
no es sola en sus arreboles y unos otros se ligan
que en los espacios profundos, con sus vínculos de acero.
visten miríadas de mundos,
luz de miríadas de soles. Toda esa transformación
que alcanza al siglo presente,
la alcanza porque á su frente
El vivo relampagueo
hay un lema: ¡LA INSTRUCCIÓN!
con que Dios iluminó
La actual civilización
la cumbre donde inició
nos enseña pertinaz,
al jefe del pueblo hebreo:
que el saber, de tiempo atrás
lo hace el hombre á su deseo
es el supremo interés,
y lo doma de tal suerte;
y el pueblo más grande, es,
en motor del cuerpo inerte,
el pueblo que sabe más.
en conductor de la idea,
en antorcha gigantea
Comprendió México eso:
que la noche en día convierte.
y rompiendo su pasado,
háse también embarcado
De los mares al través
en la nave del progreso.
el vapor suple a la vela
208

Bajel que surcando ileso la compañera del hombre.


al impulso de sus velas, En la cátedra su nombre
se oye, al mirar sus estelas, inscribe en su asiduidad,
el himno á cuyos acentos buscando ciencia y verdad
se clausuran los conventos para instruirse, y útil ser,
y se abren las escuelas. que así honra la mujer
á Dios y á la humanidad!
Hoy sin que á nadie le asombre,
al templo de la instrucción,
penetra, á la comunión, (Mazatlán Literario, 1889)

Poesía leída en una fiesta filantrópica

Allá en las vegas que el San Diego baña del sol poniente, que entre rojas nubes
y en la margen umbrosa del Rosario, se hundió en el mar en el distante ocaso;
ayer no más la dicha sonreía y la quietud con que la noche brinda
en medio de la paz y del trabajo. se esparció por los pueblos y los campos…
El labrador sus campos los contempla más ¡ah! Mientras aquellos moradores
llenos de espigas que forjó el verano al descanso y al sueño se entregaron,
en las flexibles cañas que crecieron sin que á turbarles su reposo fueran
sobre las huellas que dejó su arado. los ódios, las envidias, los cuidados;
El humilde pastor bajo la sombra se alzó del mar en el espacio oscuro
sin cuita entona su armonioso canto, la negra nube que anunció el chubasco,
revistando sus reses que pululan y desatado el huracán, azota
en derredor, sobre abundantes pastos. el mar, la playa, la ciudad, el campo!
Al pié de la colina entre el murmullo Todo á su paso ante su furia cede:
de alegres voces é incesante tráfago, la débil choza, el corpulento árbol;
el golpe se oye de acerada pica, y arrasa por doquier el torbellino
con que el minero con nervudo brazo, del labrador las cercas y sembrados.
arranca los tesoros que se ocultan Atónita despierta aquella gente:
en las duras entrañas del peñasco. los niños buscan maternal regazo;
Las labores, los campos y las minas, tiemblan las madres, los abrazan, lloran;
atraviesan innúmeros atajos consuelo el hombre les prodiga en vano.
con que el comercio próspero reparte Entre tanto en la falda de la sierra,
á los diversos pueblos separados, vapores de la costa condensados,
el bienestar que el cambio proporciona se transforman en grandes cataratas
de los variados frutos del trabajo. que aumentan el caudal ya desbordado,
En los quietos lugares, satisfechas de las revueltas aguas que alimentan
su prole estrechan con amantes brazos, los cauces del San Diego y el Rosario.
las esposas de aquellos que ya vuelven Así desciende el bramador torrente
provistos al hogar, para el descanso. en su curso hacia al mar: va desbordado,
Las amorosas madres, las hermanas, rebasando los diques y barreras
las amantes, ansiosas esperando, que fueron por los siglos respetados.
cada cual algún sér que á su llegada Invade la llanura, y arrebata
dicha mayor acarreará á su lado. su corriente impetuosa por los campos,
Aquel cuadro feliz, el seis de Octubre plantas, árboles, casas, y separa
se iluminó con el postrero rayo los séres que el amor había juntado;
209

y entre sus ondas sepultarse mira con crédito insolvente y arruinado.


aquellos hijos que estrechó en sus brazos Allí la viuda inconsolable llora
el padre amante, que también sucumbe la eterna ausencia del esposo náufrago;
en su inútil esfuerzo por salvarlos. y la madre infeliz no vé a sus hijos;
Allí teneís; mirad esas riberas y corre desolada preguntando
que convirtió en un páramo el estrago: por aquellos que ayer su dicha fueron;
sin choza el labrador y sin cosechas; y sólo encuentra al detener su paso,
laméntase el pastor sin sus ganados; al huérfano inocente que en el mundo
el minero inundadas vé sus minas, quedó también sin deudos! ¡sin amparo!...
perdido su caudal y su trabajo; ¡Acudid á enjugar lágrimas tantas!
el comerciante en la común desgracia ¡Socorred por piedad al desgraciado!

(Mazatlán Literario, 1889)

Despedida

Estás pronta á partir ¡ah! cuánto duelo


dejará en Mazatlán tu despedida,
sin escuchar tu voz, será la vida
monótona, sin goces ni consuelo.
En vano buscaremos con anhelo
quien alegre nuestra alma entristecida,
pues sólo tú cantando conmovida
pudiste abrirnos de placer un cielo.
Ya el marinero en su bajel te espera
levando el ancla con canción sonora:
¡adiós mujer! nuestra afección sincera
te acompaña por siempre desde ahora:
y tú al cruzar el mar, y por doquiera,
recuerda á Mazatlán que por ti llora.

(Mazatlán Literario, 1889)


210

Benjamín Vidal

Mi esperanza

Cuando despierta en el oscuro cielo


la blanca y pura luz del nuevo día,
suelo decir á la esperanza mía:
―¿vendrás tal vez á coronar mi anhelo?‖
Mas cuando tiende el sonrosado velo
la triste tarde por la esfera umbría,
llora perdido el fin, mi alma vacía
aquel placer trocado en desconsuelo.
¡Esperar! Esperar, es la sentencia
que la fatalidad aterradora
marca á el alma que débil se le humilla:
pero me equivoqué, la Providencia
le ofrece á mi alma que sus cuitas llora,
el bien de tu amistad, pura y sencilla.

(Mazatlán Literario, 1889)


211

Antonio Villalpando

Fascinación

A Pedro Macías

Allá al través de vaporosa nube


Parecióme entrever sus formas de hada:
Trémulo me acerqué, y enajenada
Mi alma buscó su rostro de querube.

Cual perfume de amor que al cielo sube,


Cual suspiro del áura enamorada,
Cual hálito de brisa perfumada
Extinguióse el vapor y...Nada detuve.

Porque al tocar la gaza transparente


Que al parecer sus gracias envolvía
Y al buscar su mirada refulgente,
Aire toqué nomás. Espacio había
Donde creyera mi ardorosa mente
Sus encantos hallar y mi alegría.

(El Monitor del Pacífico, 16 de noviembre de 1879)


212

Fernando Vizcarra

La noche

Canta el búho y del ángulo oscuro Triste el grillo en su oscura morada;


Que allá lejos se forma en el muro, Solamente la parda corneja
Sale triste el chirrido del grillo Vuela y chilla, tenaz aletea…
Que salmodia su eterno estribillo- En el viento Satán balancea
A la luz de la luna aparecen Y perdiéndose luego, se aleja…
Los naranjos que suave se mecen Ya la Aurora sonriente despierta:
Con los besos de céfiro blando Con su pálida luz, bella, incierta,
Que suspira y se aleja cantando… De Natura presenta el paisaje
Muchas flores cerraron su broche Que es de Faunos eterno hospedaje.
Bajo el manto de pálida noche; Ya cesó de chirriar, triste, el grillo
La Natura no ostenta sus galas, Su maldito, su eterno estribillo.
De Febetor la cubren sus alas… Entre horribles graznidos se aleja
En las ondas tranquilas del lago La medrosa y oscura corneja;
Se destaca el contorno muy vago, Triste el búho en el ángulo obscuro
Como densa y opaca neblina Que allá lejos se forma en el muro,
De la Náyade triste ú Ondina Ticurúz, ticurúz, ya no canta,
Que ha surgido entre blancas espumas Por la luz matinal sorprendido
Como Vénus del mar, las brumas Asustado su vuelo levanta
La calleja de cedros termina Y velóz se dirige á su nido….
En las tristes orillas del piélago… Ya las flores abrieron su broche;
En la altura, entre parda neblina, Se alejó hacia el averno la noche;
Aparece, cual grande murciélago, Suspirando despiértase Flora
Satanás, protector de tinieblas Y saluda, sonriendo, a la Aurora.
Que dibuja su forma en las nieblas;
Se oye luego, sarcástica y fría,
Su maldita feroz carcajada…
¡Calló el búho; mas ya no chirría (El Correo de la Tarde, 7 de enero de 1897)
213

Cecilia Zadí

Grito bohemio

Hay almas que nacieron ¿Fui poeta? Lo ignoro.


con tan aciago sino Pero sentí en mi seno
que nunca en su camino un corazón que lleno
hallaron una flor; de grandeza latió:
espíritus que viven Sentí alas, y al mirarlas
por el pesar ungidos apenas extendidas,
por siempre sumergidos por la traición heridas,
en sombra sin fulgor. su vuelo se abatió.

Labios que nunca apuran El refrescante soplo


el adorado vaso de inspiración sublime
en donde aguarda acaso que del dolor redime,
sus mieles el placer, mis sienes oteó:
séres en cuya frente y traducir pudieron
pálida, se ha marcado en vibrantes sonidos,
el signo ―desgraciado‖ mis cantos, los gemidos
desde antes de nacer. que el pesar me arrancó.

Y yo soy uno de esos Hoy en silencio estéril


espíritus malditos mi espíritu se esconde;
para el placer proscritos; el eco me responde
soy hijo del dolor! si canto o lloro yo:
En su regazo amargo como el murmullo débil
mis venas se nutrieron, de una voz que se aleja,
y amargos como él fueron mi última amarga queja
mis sueños y mi amor, el aire se llevó.

La dicha fue en mi cielo Peregrino cansado,


no el rayo que fulgente que, perdiendo el camino
con su caricia ardiente ya sin fe en su destino
el alma iluminó: ni él sabe dónde vá;
fue un rastro leve y pálido y moviendo con pena
que corriendo á su ocaso, la desgarrada planta,
ni huellas de su paso no siente si adelante
en mi existir dejó. o retrocederá.

Antes de haber cantado Ideal! Si en la ruta


la alegría y la vida, del alma, tus estrellas
mi voz enternecida, no riegas ya; ¿qué huellas
de la muerte cantó; el hombre seguirá?
y mis canciones fueron Como el bruto hacia el suelo
como un largo lamento la cerviz inclinada,
que en sus alas el viento pisada tras pisada
al labio arrebató. hasta la muerte irá.
214

Dé el raudal poderoso entre el vaho del cieno


su caudal á la fuente, su fulgor morirá.
que en hilo transparente
de peña en peña va Así el alma que arde,
y en la vega florida como signo del cielo,
su corriente dilata, en el vívido anhelo
y ancha cinta de plata de su origen: subir!
el hilillo será. es o llama refulgente
si el alma lo arrebola,
Exigua luz que apenas o ruin lumbre que sola
ha erectado su flama, se condena á morir.
crece y crece, y es llama
que radiante arderá; (El Correo de la Tarde, nov. 17 de 1901)
sin el beso del aire
que fecunda su seno,

Estrofas

De nuestra Pátria en el cielo


se álzan las sombras insignes El ángel del exterminio
de los mártires sublimes sus álas de fuego extiende,
que por ella perecieron, y vá de los paladines
y en esta fecha gloriosa las pisadas presidiendo,
no hay pecho que noble sea que del furor de los déspotas
que no sienta enardecerse y sus traidoras falanges,
la sangre de sus arterias ni las ciudades se escapan,
ante el caudillo, que quiso ni se libertan los campos,
librarla de sus cadenas! y ¡fuego,! Venganza,! Muerte,!
ván trás ellos pregonando!
¿Qué son, ante la memoria
los velos que teje el tiempo ¿Más qué de la tiranía
si á través de ellos brillando pueden al ódio y la saña,
están hazañas, portentos, contra principios tan santos
de los héroes esforzados que del mismo cielo bajan?
que son del valor ejemplo? ¡Núnca en el ánimo altivo
¿Si con respeto profundo, de los héroes há logrado,
Ascender entre humo denso el infecundo exterminio
desde el cadalso á la gloria hacer morir la esperanza,
vemos sus álmas augustas? ¡y donde cáe un caudillo
mil al punto se levantan!
El escuadrón luminoso
va de caudillos surgiendo Hidalgo, Allénde, Jimenez
ante el recuerdo, que finge y Aldama, como holocausto,
los pasos de sus corceles el corazón palpitante
y el tóque de sus clarines dejaron sobre el cadalso;
que al opresor estremecen, pero esas cuatro cabezas
mientras se alegran los pechos que la infamia clavó en alto,
de los pobres insurgentes surgir sobre el campo vieron:
que pátria libre, há tres siglos, Rayones, Galeanas, Bravos
en vano piden gimiendo! y á Morelos, el suriano
215

más heroico y denodado! en álbos pliegues envuelta.


¡Es nuestro padre
Epica trompa tan solo de la santa Independencia!
acaso cantar pudiera
sucesos que débil labio ¡Antes perezca mil veces,
en vano narrar intenta! en olas de fuego presa,
que la contienda sombría el Anahuác, que humillada
de un pueblo que á muerte lucha miremos nuestra bandera
por defender sus derechos y ántes bárbaro cuchillo
de un rey que se los usurpa, cual débil espiga siegue
¡es el suceso mas grande nuestra cabeza y el cuello
que ha conmovido la tierra! rosado de nuestros hijos,
que planta extranjera vuelva
Cuando sobre el ancho seno á pisar nuestros derechos!
de los mares, se levanta
horrenda nube que llena Más ya como ántes los écos
de obscuridad el espacio; no son del tambor guerrero,
y sobre el mundo indefenso los que presiden y marcan
lanza centellas y rayos: el triunfo de nuestros héroes:
causa oculta y poderosa hoy á la sombra apasible
su mole conmueve y razga de La Paz, árbol sagrado,
y fecundizante lluvia que con su sangre y sus huesos
sobre el campo la deshace. los mártires fecundaron;
elevan férvido hossana
Así el insolente trono la Libertad y el trabajo!
de los crueles opresores,
romper en menudos trozos De gratitud y amor prenda,
un germen glorioso logra, alzad conmovidos pechos,
y los caudillos conquistan cantos de paz á los nobles
en vez de humillante férula caudillos que nos la legan;
con su grandeza, el respeto hoy que entre gratos acordes
de sus mismos enemigos y entre banderas que ondean,
y libertad y derecho el óptimo fruto vienen
nos dán en véz de cadenas. á recoger reverentes
los hijos que de la patria
Hoy nuestro suelo al comercio el progreso representen….!
de los países extraños,
bajo seguro gobierno Honor á nuestros caudillos!
ábre generoso campo; á sus nombres venerandos,
y México no es ya nombre que con reflejos divinos,
de esclavitúd ni de atraso: irradian en nuestros fastos!
¡que libre, feliz, glorioso; Cantan! voces juveniles
por el órbe saludada Nuestro himno sacrosanto!
sobre dos mares ondea ¡sus notas en el espacio
nuestra enseña sacrosanta! Marciales cual nunca vibren
y ante la imagen de Hidalgo
Miradla! de sus colores, todas las frentes se inclinen!
sobre el águila soberbia,
parece que se destaca (Bohemia Sinaloense, 18 de septiembre de
una colosal silueta; 1898)
¡una figura sublime
que va creciendo, creciendo….
hasta perderse en los cielos
216

Al héroe de San Pedro 22 de diciembre

Épicos génios, héroes inmortales Cuando tu espada, vencedor Rosales,


que admiró el mundo y deificó la historia, grabó esta fecha con fulgor de estrellas,
y nímbados de luces siderales como el sol de resplandores inmortales,
dormís en el regazo de la gloria: dejó tu génio refulgentes huellas.
escuchad nuestros cantos, los triunfales No de venganza con funestos males,
cantos que, eternizando la memoria heróico, generoso el triunfo sellas:
de nuestro egregio paladín Rosales, que, asombro de enemigos parciales,
consagra reverentes la victoria! como en la guerra en la virtud descuellas.
No Grecia antigua, mas fulgente brillo Monumento es vívidos fulgores
guerrero unir á la virtud sublime el pueblo de San Pedro dó tu planta
logra, cual muestra el vencedor caudillo besaron los altivos invasores!
que une al laurel con que su sien corona, Y á medida que el tiempo se adelanta
la floreciente oliva que redime y hace la patria excelsos tus honores,
y la piedad augusta que perdona. la fama de tu nombre se agiganta.

(Bohemia Sinaloense, enero 1 de 1898)


(Bohemia Sinaloense, enero 1 de 1898)
217

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