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FACULTAD DE HISTORIA
MAESTRÍA EN HISTORIA
SÍMBOLOS Y FIGURAS
EN HISTORIA PRESENTA:
DIRECTORA DE TESIS
A Marcela Carrillo,
A Regina y Ximena,
hacedoras de alegría
A mi familia,
Agradecimientos
A mi asesora M.C. Ilda Elizabeth Moreno Rojas, no sólo por su crítica siempre precisa,
sino también por su amistad y ejemplo. Al Dr. Carlos Maciel Sánchez y al Dr. Fortino
Corral Rodríguez, por sus valiosos comentarios y puntualizaciones.
A Hada Rosabel Salazar y al misterioso Dr. Mar Duk, por su amistad y los libros.
4
Índice
Introducción………………………………………………………………………………. 5
Conclusiones………………………………………………………………………………. 169
Anexo………………………………………………………………………………………. 173
Bibliografía………………………………………………………………………………… 217
5
Introducción
La mayoría de los estudios históricos sobre el periodo en que gobernó a Sinaloa el general
Francisco Cañedo Belmonte (1877-1909)1 se han centrado en explicar el contexto
político, económico y cultural.2 Estos estudios han sido realmente útiles y necesarios, y de
ningún modo han desmerecido nuestra atención, por el contrario: creemos que solamente
gracias a estas investigaciones, de firme base histórica, ha sido posible conocer ―a través
de la historia sociocultural― cómo vivió la sociedad durante el Cañedismo: el papel de
los intelectuales como precursores de la revolución, el florecimiento de la prensa y la
ideología que la irradió, la vida cotidiana y los juegos y diversiones durante los ratos de
ocio, por citar algunos ejemplos.3
Sin embargo, siendo el Cañedismo uno de los periodos más estudiados por la
historiografía sinaloense, falta aún por develar el imaginario social de esta época para
vislumbrar sus creencias y costumbres, sus sentimientos, miedos y esperanzas, así como
sus formas de percibir, imaginar y representar el mundo. Ante esta carencia innegable de
este pasaje de la historia sinaloense, nuestra investigación se centró en clasificar,
interpretar y explicar las representaciones del mundo en la literatura expresadas a través
de símbolos y figuras de relieve.
Por tal razón, en el primer capítulo de esta investigación, se realizó una discusión
teórico acerca de cómo la literatura ha sido utilizada como un documento para la historia,
desde el enfoque de la historia de las mentalidades a la nueva historia cultural. Así, nos
1
El general Cañedo gobernó por 32 años a Sinaloa: de 1877 a 1909, pues si bien hubo dos periodos (1881-
1884 y 1888-1892) en que lo hizo el Gral. Mariano Martínez de Castro, quien era su compadre, se considera
que fue él quien detentaba realmente el poder y tomabas las decisiones.
2
Por cuestión de espacio, sólo nos limitaremos a citar las investigaciones profesionales siguientes: Arturo
Carrillo Rojas et al., El Porfiriato en Sinaloa, Comp. Gilberto López Alanís, Culiacán, Difocur, 1991, pp.
234; Félix Brito Rodríguez, La política en Sinaloa durante el Porfiriato, Sinaloa, Difocur-FOECA-
CONACULTA, 1998; Jorge Briones Franco, La prensa en Sinaloa durante el Cañedismo, 1877-1911,
Sinaloa, UAS-Difocur, 1999, 227 pp.; Azalia González, Rumbo a la democracia: 1909, Culiacán, Cobaes-
UAS, 2003, 160 pp.; Samuel Ojeda Gastélum, El mezcal en Sinaloa. Una fuente de riqueza durante el
Porfiriato, Culiacán, El Colegio de Sinaloa, 2006, 171 pp. Ver también Contribuciones a la Historia
Económica, Social y Cultural de Sinaloa, Coords. Arturo Carrillo Rojas, Mayra L. Vidales Quintero,
Rigoberto Rodríguez Benítez, Culiacán, UAS-Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa, 2007.
3
Trabajos de esta naturaleza son los siguientes: María del Rosario Heras Torres, Vida social en Culiacán
durante el Cañedismo. 1895-1909, Tesis de Licenciatura, Facultad de Historia, UAS, 2000; Mabel Valencia
Sánchez, Una mirada sociocultural a la prensa de Sinaloa (1885-1910), Tesis de Maestría, Facultad de
Historia, UAS, Culiacán, 2007; Moisés Medina Armenta, Formas y espacios de diversión en el Culiacán
cañedista, 1885-1910, Tesis de Licenciatura, UAS, 2005.
6
propusimos realizar una doble aportación a la historiografía: por un lado, contar con un
conocimiento novedoso del pasado, y por otro, realizarlo por medio de un enfoque poco
practicado, como lo es la teoría de las representaciones propuesta por la historiografía
francesa, y que constituye una nueva forma de historia cultural. Por medio de este enfoque
se conocieron las representaciones que los literatos hicieron de sí mismos, de la propia
literatura y de la realidad que proyectaron en los discursos a través de una explicación e
interpretación de las mediaciones que intervinieron para configurar la visión del mundo
durante el Cañedismo; es decir, se descifraron las figuras y símbolos, modelos y
estrategias, lecturas e ideologías que modelaron estas representaciones.
Porque la literatura durante el Cañedismo, como se demuestra en el capítulo
segundo, fue una fecunda práctica cultural que estructuró una forma de participación social,
pues la poesía por ejemplo, principal vehículo de las representaciones, fue leída en
periódicos (hubo más de 50 en Culiacán), pero también recitada en las escuelas, tertulias,
en plazas públicas y teatros.4 La intensa actividad cultural fue posible por el desarrollo
comercial, así como por la estabilidad política, impulsado por el régimen cañedista. Así,
Sinaloa fue el único estado del noroeste que conformó alrededor de 12 asociaciones
literarias, dos revistas literarias y alrededor de 75 literatos, agrupados en dos generaciones.
En este sentido, en el tercer capítulo, con el análisis de la representación de la
literatura y del literato, se demuestra cómo durante el Cañedismo los escritores fueron
constructores de una realidad, pues marcaron de forma visible su presencia en la sociedad
a través del dominio del saber: figuraron en la vida pública como los orientadores de la
sociedad, autoridades morales y los ideólogos del progreso. Principalmente, los literatos
4
La recopilación efectuada en los periódicos más importantes de las principales ciudades de Sinaloa, así lo
demuestra: se compendiaron poemas de El Correo de la Tarde (ECT), de Mazatlán; de El Monitor Sinaloense
(EMS) y de El Mefistófeles (MEF), ambos de Culiacán; además en revistas y libros. Se recopilaron numerosos
poemas del periódico El Correo de la Tarde, en adelante ECT (1885-1909), de Mazatlán; del Mefistófeles de
Culiacán, en adelante MEF (1904-1909) y de El Monitor Sinaloense, en adelante EMS (1900-1909); de las
revistas Bohemia Sinaloense, en adelante BS (Culiacán, 1897-1899) y Arte (Mocorito, 1906-1909); y de los
libros de Francisco Medina y Enrique González Martínez, así como de la antología Mazatlán Literario
(1889), en adelante ML.
Con la amplia muestra recopilada puede afirmarse que la literatura ocupó un sitio privilegiado en los medios
impresos durante esta época: los lectores conocieron poemas, crónicas y relatos en la primera plana o en las
secciones especiales, dependiendo además de la propia regularidad de las ediciones: diaria, bisemanal o
semanal.
En ECT, los poemas aparecían en primera plana, así como en la sección sabatina ―Albores literarios‖, pero
sobre todo en la edición dominical poesía y literatura ocupaban un sitio preponderante; mientras que en EMS
la sección se llamaba ―Variedades‖. En el MEF se publicaron algunos poemas en la primera plana.
7
se concibieron como hombres ilustrados (nuevos Quijotes románticos que lucharon por el
progreso y contra la ignorancia) y como bohemios (pero no decadentes, como los
franceses, sino idealistas y virtuosos). Asimismo, se revela cómo la práctica literaria tuvo
un quehacer rector en la sociedad, por medio de atribuciones sociales específicas en el
área educativa, moralizante e ideológica, las cuales operaron a través de ciertas
representaciones colectivas expresadas en los discursos literarios; y donde la poesía, por
cierto, fue el principal género literario que vehiculó dichos símbolos y figuras, ya que los
poemas gozaron de gran prestigio y la publicación fue prolífica en la prensa de la entidad.
En el capítulo cuarto se tipifican e interpretan las representaciones más relevantes,
siendo los símbolos —más que antitéticos, complementarios— del progreso y la
decadencia los más destacados, y tendientes a conformar un imaginario donde la nación
surgía como desarrollada o en vías de estarlo, estable política y económicamente. De esta
manera, además de contribuir a la conformación de una identidad nacional y de educar a
la población por medio de la literatura, de paso se legitimó un régimen. Así, por ejemplo,
aparece el símbolo del progreso expresado en los héroes patrios, vistos como los
precursores del bienestar que se vivía en el régimen cañedista; también la imagen del
barco de vapor fue visto como el advenimiento de la civilización, pues éste portaba tanto
bienes materiales como espirituales. Mientras que los símbolos de la decadencia
emergieron con la recreación de desastres naturales y enfermedades, ajenas a la voluntad
del régimen: la Naturaleza era algo que escapaba al control político. Aparecen también, no
obstante, las figuras del mendigo y la del loco. Otra figura antitética es la amada (como
virgen o ángel caído), la cual se proyectó para modelar una mujer ideal para el hogar.
Finalmente, con este estudio de las representaciones del mundo en la literatura,
bajo el enfoque teórico de la nueva historia cultural, se pretendió realizar una tarea que no
sólo era necesaria, sino también inaplazable. Paul Valéry decía que ―un poema no se
termina: se abandona‖, así considero que esta obra puede ser proseguida por otros
historiadores que se interesen por esta temática, pues, como también señalaba Borges, ―Lo
que un hombre no puede hacer, las generaciones lo hacen‖.
8
Por mucho tiempo predominó en los historiadores ―una pobre idea de lo real‖, como ha
dicho Chartier, asimilada en el seno social de la existencia vivida, por lo que se impuso
afirmar ―la equivalencia fundamental de todos los objetos históricos‖ que comportan
grados de realidad distintos: de los materiales-documentos a las producciones de lo
imaginario.5 Uno de esos objetos históricos, producto y evidencia también de lo
imaginario, es la literatura. No hay duda de que ésta, como fuente o vestigio para la
historia, tiene la misma importancia que un evento o un documento histórico. Ya Ricoeur
demostró que el modo de configuración del evento histórico y el del texto literario son
semejantes en más de un sentido: ambos están inscritos en el tiempo, ambos son
configuraciones de sentido con dimensiones dialécticas complejas y ambos constituyen
configuraciones altamente mediatizadas que son, por su propia naturaleza, áreas de
interpretación.6 También el uso de obras literarias por parte de los historiadores nos brinda
la certeza de sus posibilidades como huella historiográfica; pero la multiplicidad de
enfoques a los que está sujeto ese mismo uso, nos obliga a distinguir y precisar los límites
de nuestra investigación.
Los historiadores han acudido a las obras literarias con distintos fines, propósitos,
enfoques y resultados. Por ejemplo, Peter Burke señala que la primera historia literaria se
remonta a la Arte poética de Aristóteles, pero nos dice que fue a partir del Renacimiento
cuando las comunidades o reinos —que más tarde conformaron los Estados naciones—
forjaron sus historias literarias y artísticas con mayor acuciosidad para dejar constancia de
5
Roger Chartier, ―La historia o el relato verídico‖, El mundo como representación. Estudios sobre historia
cultural, Barcelona, Gedisa, 2005, p. 73.
6
Mario J. Valdés San Martín et al., ―Historia de las culturas literarias: alternativa a la historia literaria‖, en
Teorías de historia literaria, (Coord. Luis Beltrán Almería y José Antonio Escrig), Madrid, Arco/Libros,
2005, p. 132.
10
7
Peter Burke, ―Orígenes de la historia cultural‖, en Formas de historia cultural, Madrid, Alianza Editorial,
2006, pp. 15-39.
8
J. R. McNeill y William H. McNeill, ―Capítulo 7. Se rompen viejas cadenas y se condensa la nueva red:
1750-1914‖, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Crítica, 2004, pp. 255-256.
9
Luis Beltrán Almería, ―Introducción. Antiguos y modernos en la historia literaria‖, Teorías de historia
literaria, op. cit., p. 12.
11
La histoire des mentalités, practicada en los primeros años del siglo XX y nacida
oficialmente con la fundación de la revista Annales d’histoire économique et sociale
(1929) por parte de Marc Bloch y Lucien Febvre,10 reconoció en las obras literarias una
fuente importante para conocer el imaginario de épocas anteriores. Este tipo de historia,
de la que habremos de retomar algunos postulados, es el precedente directo de la llamada
nueva historia cultural que, con exponentes como Roger Chartier, Carlo Ginzburg, Robert
Darnton y Peter Burke, entre otros, influyó —y sigue haciéndolo— a la historiografía
mundial de las últimas décadas.
Primero fueron Lévi Bruhl, Johan Huizinga y Henri Pirenne —y más tarde Bloch,
Febvre, entre otros—, quienes reaccionaron contra la historia política tradicional que
otorgaba primacía al acontecimiento, a los grandes hombres y a los documentos oficiales
y privados del Estado o de la Iglesia. Lo que hicieron los autores de la historia de las
mentalidades, dice Ariès, fue reconocer en la historia ―otros dominios que aquellos en que
anteriormente estaba confinada, los de las actividades conscientes, voluntarias, orientadas
hacia la decisión política, la propagación de las ideas, la conducta de los hombres y los
acontecimientos‖.11
De manera general, los historiadores de las mentalidades atendieron el tiempo
secular, a los hombres comunes y a su parte afectiva más que intelectual: creencias,
sentimientos, emociones, actitudes —asimismo, algunos encontraron la manifestación de
la mentalidad en lo marginal, en lo atípico significativo o en lo que fue considerado en su
tiempo como irracional: la brujería, los demonios, los milagros, por citar algunos
ejemplos. Para estos historiadores existía una estructura mental colectiva (un campesino y
el rey compartían esa mentalidad),12 la cual duraba largo tiempo en modificarse.
10
Jacques Revel, Las construcciones francesas del pasado, México, FCE, 2002, 159 pp.
11
Philippe Ariès, ―La historia de las mentalidades‖, en Jacques Le Goff et al., La Nueva Historia, Bilbao,
Ediciones Mensajero, s/f.
12
El concepto de mentalidad es sumamente polisémico: diversas disciplinas lo explican desde su propio uso y
perspectiva, siendo el más convencional el de visión de mundo (Goldmann), la famosa Weltanschauung
alemana, que se refiere al cúmulo de creencias, ideas, actitudes y valores colectivos. Los historiadores de las
12
Johan Huizinga, para realizar su obra El Otoño de la Edad Media, tomó las obras
literarias y la poesía como documentos históricos para adentrarse en la mentalidad y
sensibilidad de esta época. Aborda así el tono de la vida, las pasiones, los temores, las
actitudes; en lo que respecta a las formas del trato amoroso, por ejemplo, el historiador
refiere: ―Por la literatura llegamos a conocer las formas del amor en aquella época‖,13
aunque más adelante señala la dificultad de percibir con verdad la vida efectiva de aquel
tiempo ―a través de los velos de la poesía, pues aún allí donde se describe, a pesar de todo,
desde el punto de vista del ideal corriente, con el aparato técnico de los conceptos eróticos
usuales y con la estilización del caso literario‖.14 También Robert Mandrou en la historia
de las mentalidades buscó conocer ―tanto aquello que se concibe como lo que se siente,
tanto el campo intelectual como el afectivo‖; así, en su libro Introducción a la Francia
moderna, utilizó a la literatura, entre otros documentos, para reconstruir cómo los
hombres vivieron y sintieron la transición de la Edad Media al Renacimiento. La fuente
historiográfica de los sentidos y las sensaciones, Mandrou la reconocía aquí y allá, pero
―particularmente en los poetas dotados de sensibilidad, la cual no sea quizá más viva que
la del común de los mortales, aunque más rápida su expresión‖.15 Jacques Le Goff
asimismo señaló a las obras literarias y artísticas como una fuente privilegiada para la
historia de las mentalidades.16 En su libro La civilización en el Occidente Medieval, donde
estudia cómo lo concreto (lo material) al estar íntimamente imbricado con lo abstracto
(signos, símbolos) constituye una estructura mental y sensible, además señala que las
colecciones de exempla son una evidencia de que las autoridades regían la vida moral a
través de este tipo de literatura.17
mentalidades lo usaron con un enfoque de la psicología histórica. Véase Jacques Le Goff, ―Las mentalidades:
una historia ambigua‖, en Jacques Le Goff y Pierre Nora (Coords.), Hacer la Historia. Nuevos temas,
Barcelona, Editorial Laia, 1974, Vol. III, s/p.
13
Johan Huizinga, ―Capítulo 9. Las formas del trato amoroso‖, en El otoño de la Edad Media, Alianza
Editorial, p. 171.
14
Ídem, p. 174.
15
Robert Mandrou, Introducción a la Francia moderna (1500-1640). Ensayo de psicología histórica, México,
UTEHA, 1962. En esta obra Mandrou estudió la coyuntura que representó el Renacimiento, atendiendo la
estructura social y la estructura mental (la historia social de las mentalidades). Véase en especial el capítulo
tercero, ―El hombre psíquico: Sentidos, sensaciones, emociones, pasiones‖ donde usó la poesía para estudiar
esa tetralogía anunciada en el propio título.
16
Jacques Le Goff, ―Las mentalidades: una historia ambigua‖, en op. cit., s/p.
17
Jacques Le Goff, ―Capítulo cuarto. Mentalidades, sensibilidades, actitudes‖, en La civilización en el
Occidente Medieval, Barcelona, Paidós, 1999. p. 293.
13
18
Roger Chartier, op. cit., p. 24.
19
Georges Duby, ―La historia cultural‖, en J. P. Rioux y J. F. Sirinelli (dirs.), Para una historia cultural,
México, Taurus- Embajada de Francia en México, 1999, pp. 449-455. Explica Duby: ―Resulta fácil darse
cuenta de que la cultura nunca es recibida de manera uniforme por el conjunto de una sociedad, que ésta
última se descompone en distintos medios culturales, a veces antagonistas y que la transmisión de la herencia
cultural está gobernada por la disposición de las relaciones sociales‖, p. 454.
14
culturales no sólo se debían a factores sociales, sino también al espacio geográfico: en las
divisiones ciudad/ campo, sierra/ costa, etc.20 Burke además amplió el sentido tradicional
de cultura (constituida sólo por la música, el arte y la literatura), ya que integró en esta
noción los actos más simples y cotidianos tales como beber, comer, hablar, callar, andar,
etc. En resumen, este modo de interpretar la historia obedeció al propósito de relacionar la
sociedad con la cultura, por lo cual se volvió hacia los individuos, rechazó los modelos
explicativos económicos, el concepto de estructura retomado de la sociología, e hizo a un
lado el determinismo económico y geográfico, al mismo tiempo que abrió nuevos temas y
enfoques al estudio de la historia. De acuerdo con Chartier, la historia cultural recibió
como herencia la problemática que le era propia a la historia socioeconómica: la primera
fue la primacía que tenía la serie (realizar una historia cuantitativa); 21 la segunda fue la
forma de concebir las relaciones entre los grupos sociales y los niveles culturales, esto es,
los hechos relativos a la mentalidad se clasificaban a través de una jerarquización de los
niveles de fortuna, tipos de ingresos, profesiones. Se supuso que a partir de esta red social
y profesional, dada de antemano, podía ―hacerse la reconstitución de los distintos sistemas
de pensamiento y de comportamientos culturales‖.22
La nueva historia fue llamada por Chartier como ―historia cultural de lo social‖
para hacer énfasis en que los grupos sociales se constituyen culturalmente por razones e
intereses diversos. Una obra fundamental para plantear esta nueva forma de historia fue El
queso y los gusanos,23 de Carlo Ginzburg. En ella la supuesta aporía entre cultura
hegemónica y cultura popular es resuelta, como en el Rabelais de Bajtín,24 por la
circularidad entre una y otra siendo ejemplo de ello el molinero Menocchio, personaje
popular que leía obras literarias y religiosas, y se apropiaba de lo leído a su manera. Más
allá de este caso ―atípico‖, la aportación de Ginzburg es haber observado que hay una
20
Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, Madrid, Alianza Universidad, 2005.
21
Ejemplo de ello es Michelle Vovelle, La mentalidad revolucionaria, Barcelona, Editorial Crítica, 1989,
donde hace un estudio estadístico de la familia (campo/ciudad) en la época prerrevolucionaria de Francia,
tratando así de encontrar las causas que incidieron en el acontecimiento político-social de 1789.
22
Roger Chartier, op. cit., p. 26.
23
Carlo Ginzburg, El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI, México, Editorial
Océano, 1998.
24
Bajtin, como es sabido, analizó la novela Gargantúa y Pantagruel, encontrando en dicha obra una
constatación de la influencia recíproca entre la cultura popular y la cultura de élite a través de la valoración de
los aspectos antropológicos, lingüísticos y culturales del carnaval del Medioevo que Rabelais representó en
dicha obra literaria. Mijail Bajtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento: El contexto de
François Rabelais, Madrid, Alianza editorial, 2002.
15
recepción activa y dinámica de la cultura en todos los grupos sociales, una forma de
apropiación que en términos de Chartier significa aquello que ―apunta a una historia social
de usos e interpretaciones, relacionados con sus determinaciones fundamentales e
inscritos en las prácticas específicas que los producen‖;25 otra aportación del historiador
italiano fue demostrar que las dicotomías empleadas por los historiadores sociales de la
cultura: erudito/popular, creación/consumo, realidad/ficción, son falsas. Según Chartier, el
método cuantitativo usado por la historia social de la cultura había borrado el papel activo
del lector, su intelectualidad y forma de apropiarse de aquello que leía; por lo que la
propuesta de esta historia cultura era la necesidad de estudiar ―las formas en las que un
individuo o un grupo se apropian de un motivo intelectual o una forma cultural‖, siendo
estas formas más importantes que la distribución estadística del motivo o de las formas.26
Más allá de la propuesta charteriana, que básicamente es una historia de la lectura,
nos interesa el llamado que hace para atender el campo social por donde circulan los
textos, la clase de impresos o la norma cultural, para abordar la clasificación y ubicación
del grupo social no por medio de sus ingresos o profesiones, sino por sus prácticas
comunes. Este modo de articulación Chartier la ha denominado ―representación
colectiva‖, término que retoma de Marcel Mauss y de Emile Durkheim, y que viene a
sustituir el de ―mentalidad colectiva‖. El término representación colectiva funciona mejor,
señala Chartier, que el concepto mentalidad en el sentido que permite considerar tres
modalidades de relación con el mundo social:
25
Roger Chartier, op. cit., p. 53.
26
Ibíd., pág. 31.
27
Ibíd., pp. 56-57.
16
Estas tres modalidades abren dos vías acerca de las identidades sociales: una que piensa
que son resultado —según la fórmula del binomio cultura hegemónica/cultura popular—
de una relación forzada ―entre las representaciones impuestas por aquellos que poseen el
poder de clasificar y designar y la definición, sumisa o resistente, que cada comunidad
produce de sí misma; o por el contrario, y ahí radica el planteamiento original de esta
historia cultural, si la división social objetivada es ―la traducción del crédito acordado a la
representación que cada grupo hace de sí mismo, por lo tanto, de su capacidad de hacer
reconocer su existencia a partir de una exhibición de unidad‖.28
Esta propuesta de historia cultural realizada por Chartier, como se puede observar,
marca un deslinde significativo respecto a la historia de las mentalidades: este historiador
parte del hecho de que un grupo social produce de manera simbólica su estatus y rango a
través de las representaciones, que constituyen modos de apropiación de la realidad; es
decir, la categoría analítica de ―clase‖ retomada por los historiadores de las mentalidades
de la teoría social, es desplazada a través del cuestionamiento de una estructura social
dada de antemano. Asimismo, esta propuesta desacredita el término ―mentalidad‖, pues el
término ―representación‖ otorga un papel activo a un grupo social que adquiere su
identidad a través de roles, sentimientos y lazos creados de modo independiente que,
luego, tratará de incidir en la sociedad. Y finalmente, la historia cultural evita el escollo
por el que atravesó la de las mentalidades: tomar las fuentes literarias como una visión
reflexiva (en el sentido especular) del mundo y como la expresión de toda una
colectividad; en cambio, de acuerdo con Chartier, se trata de entender cómo su potencia e
inteligibilidad dependen de la manera en que ellas manejan, transforman, desplazan en la
ficción las costumbres, enfrentamientos e inquietudes de la sociedad donde surgieron.29
Así, pues, se arriba al planteamiento de nuestra investigación teniendo a la
literatura como documento: conocer el modo en que ha operado la historia de las
mentalidades nos aproximó, en primer término, a estudiar el imaginario durante el
Cañedismo, mientras que la historia social de la cultura por su parte, nos condujo a
plantearnos por la validez de dos culturas expresada en el binomio erudita/popular. Ambas
formas historiográficas contienen una problemática que la nueva historia cultural resolvió
28
Ibíd., pág. 57.
29
Ibíd., p. XIII.
17
en gran medida a través del término ―representación colectiva‖, por lo que en el siguiente
apartado se desglosará una propuesta metodológica, así como el uso de los conceptos
centrales en que nos habremos de apoyar.
32
Mendieta Vega sostiene que hubo en el Mazatlán decimonónico una ―hegemonía cultural‖ impuesta por los
extranjeros –la mayoría inversionistas. Sin embargo, dicha tesis nos parece errónea: es cierto que el dominio
de los foráneos fue notorio, pero éste se dio sobre todo en el ámbito económico (donde destacaron alemanes y
españoles) y político; la vida cultural del Cañedismo –igual que el Porfiriato- se nutrió de diversas fuentes, y
la principal fue la cultura francesa (curiosamente los comerciantes de origen francés tuvieron poca presencia
en el puerto); Justo Sierra escribió hacia 1898 un artículo revelador sobre esto, titulado ―Francia en México‖.
La presunta hegemonía cultural ―extranjera‖ se debió, creemos nosotros, a las representaciones elaboradas por
los literatos, ideólogos del régimen, quienes retomaron principalmente el positivismo como su horizonte de
expectativas: imaginaron el progreso, lo representaron. Fue este grupo social, más bien el que pugnó por
establecer simbólicamente una visión del mundo que, de acuerdo a los avances materiales propiciados por los
inversionistas extranjeros, cobraba cuerpo. Es decir, vieron que su mundo ideal se realizaba: las
representaciones se construían desde la realidad, pero también la realidad se construía –o éstos buscaban que
se construyeran- desde el universo simbólico. Vid. Roberto Antonio Mendieta Vega, El puerto de Babel:
extranjeros y hegemonía cultural en el Mazatlán decimonónico, Culiacán, UAS, 2010.
33
Roger Chartier, op. cit., pág. 62.
19
Para entender cómo el grupo social que hemos llamado ―literatos‖ marcó su
actuación en la sociedad cañedista, debemos acudir a conceptos de la teoría social. En
primer lugar, el del papel social, el cual es definido ―según los patrones o las normas de
conducta que se esperan de quien ocupa determinada posición en la estructura social. Las
expectativas son con frecuencia, pero no siempre, las de los iguales, de los que están al
mismo nivel‖.34 Así pues, cabría preguntarnos qué papel social desempeñaron los literatos
durante el Cañedismo, cómo lo construyeron en el discurso y bajo qué expectativas; dicho
de otro, abordaríamos su espacio de experiencia —el pasado contextual— y el horizonte
de expectativas, aquello que los motivó a obrar, pues de acuerdo con Fernández y Fuentes,
estas nociones "al tiempo que designan realidades establecidas, tales nociones apuntan a
'realidades virtuales' o 'prematuras' que en el momento en que se enuncian no son sino
anticipaciones o proyectos de futuro".35 Reconocer a este grupo un papel social es
significar, como dice Chartier, en forma simbólica un estatus y un rango, lo cual estaría
encaminado a los intentos de justificar sus privilegios.36 Asimismo, esta identidad social
así reconocida instaura una diferenciación social, pues de frente a la tradicional división
de ―clase‖ propuesta por Marx, basada en las relaciones de producción (el poder y el
conflicto) o por Weber, basada en el consumo (los valores y estilos de vida),37 Chartier
instituyó una alternativa basada en las prácticas comunes y en la manera de representarse
a sí mismos, esa ―capacidad de hacer reconocer su existencia a partir de una exhibición de
unidad‖. En resumen, los literatos han de ser vistos como un grupo social diferenciado por
su práctica escrituraria, el cual trazó sus propios caracteres y asumió un papel social frente
a sí mismos y frente a la sociedad; por ejemplo, actuaron no sólo de forma individual, sino
también a través de asociaciones literarias, tan características en el siglo decimonónico
mexicano, y aun en las primeras décadas del siglo XX, identificadas por Perales Ojeda
como aquellas reuniones literarias, tanto formales como informales, que recibieron
34
Peter Burke, ―El papel social‖, Historia y teoría social, México, Instituto Mora, 1992, p. 60.
35
Juan Francisco Fuentes Aragonés y Javier Fernández Sebastián (Directores), ―1. Historia, lenguaje,
sociedad: conceptos y discursos en perspectiva histórica‖, Diccionario político y social del siglo XIX español,
Alianza Editorial, España, 2002, p. 28.
36
Peter Burke señala la manera en que Marx y Weber usan este concepto: el primero, con el modelo de clases
tuvo una visión de la sociedad como esencialmente conflictiva, mientras que el segundo, a través del modelo
de los órdenes tuvo una visión de la sociedad esencialmente armoniosa, interesado en sus valores y estilos de
vida; en Peter Burke, ―Estatus‖, Historia y teoría social, op. cit., pp. 76-78.
37
Ibíd., pp. 73-75,
20
Es en este campo intelectual donde debemos ubicar a las representaciones literarias, pues
éstas no son meros reflejos de la realidad, sino que desplazan —de acuerdo con
Chartier— enfrentamientos e inquietudes de la sociedad en que surgieron. Pérez Vejo ha
señalado, incluso, que una imagen también participa en la construcción de esa realidad. La
imagen, dice el historiador, puede no informar, o informar de forma marginal, de la
realidad. ―En principio de lo que nos está informando es de la forma en que una
determinada realidad fue vista y de cómo esa realidad fue construida hasta convertirse en
38
Alicia Perales Ojeda, ―Introducción‖, en Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX, México,
UNAM, 2000, pp. 29-30.
39
Roger Chartier, op. cit., p. 57.
40
Fritz Ringer, ―El campo intelectual, la historia intelectual y la sociología del conocimiento‖, en Prismas,
Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, No. 8, 2004, p. 99.
41
Fritz Ringer, op. cit., p. 100.
21
real; incluso de la forma en que alguien, el autor o el comitente, quiso que fuera vista‖.42
Bénichou, por ejemplo, y a partir de escritores clásicos como Racine o Moliére, estudió la
imagen del hombre durante el clasicismo francés: el debate entre lo ideal y lo real, el
mundo de lo sublime, por un lado, y el de la naturaleza, por el otro, y, de manera más
radical, sobre la excelencia o la mediocridad de la naturaleza humana; descubriendo que
esta imagen dual proyectada por los literatos moralistas informa sobre el debate social de
la época y, al mismo tiempo, registra la pugna entre la Francia feudal y la Francia
moderna.43
Más allá de la proposición de que la realidad construida, imaginada, se convierta o
no en real como expresa Pérez Vejo, sí en cambio puede señalarse el hecho de que
participa como coadyuvante a la construcción de una realidad y, en este sentido, se puede
acceder al mundo de lo imaginario: cómo los literatos se apropiaron, con base en su
percepción y su formación intelectual (las ideas, las instituciones, el régimen), de la
realidad. Así, un poema o un cuadro no es la realidad o el reflejo del mundo, es la imagen
de otro mundo: el imaginado. Sobre esto, Pérez Vejo en otra parte ha expresado los
universos simbólicos son construcciones mentales que permiten a los hombres dotar de
sentido al mundo en que habitan;44 donde esos universos mentales, el imaginario, están
construidos con imágenes, las cuales son ―el vestigio principal, cuando no único, de los
imaginarios colectivos del pasado, de la forma en que el mundo fue vivido y imaginado.
Son el espejo enterrado que guarda, no la imagen del que se miró en él por última vez,
sino lo que imaginó que veía, la imagen de sus sueños‖.45 Es a través de las imágenes
como se puede observar la forma en que una sociedad ordena las representaciones que se
da a sí misma y de las demás:
42
Tomás Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en
Gumersindo Vera Hernández, et al, Memorias del simposio. Diálogos entre la Historia Social y la Historia
Cultural, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 2005, p. 157.
43
Paul Bénichou, Imágenes del hombre moderno en el clasicismo francés, Trad. Aurelio Garzón del Camino,
México, FCE, 1984.
44
Tomás Pérez Vejo, op. cit., p. 158.
45
Tomás Pérez Vejo, ―Espejos enterrados‖, en Imágenes cruzadas. México y España, siglos XIX y XX,
(Comp. Ángel Miquel, Jesús Nieto Sotelo y Tomás Pérez Vejo), Cuernavaca, Universidad Autónoma del
Estado de Morelos, 2006, pp. 7-8.
22
46
Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en op. cit., pp.
158-159.
47
Jean-Claude Abric, Practiques sociales et representationes, París, Presses Universitaire de France, 1994,
pp. 12-13.
23
propia identidad y, al mismo tiempo, buscó incidir en la vida pública. Arribamos así a
interrogarnos por la manera en cómo los literatos representaron la literatura, por las
atribuciones o funciones sociales que le otorgaron en diversos ámbitos: el estético, el ético
y el político-ideológico. Karl Mannheim ha hecho una distinción del concepto de
ideología: por un lado, lo que él llama la concepción ―total‖ de la ideología y por otro, la
concepción ―particular‖ de ésta. La primera sugiere la existencia de una asociación entre
una particular visión de mundo y un determinado grupo o clase social; la segunda —la
cual habremos de retomar, pues creemos que los literatos durante el Cañedismo ocuparon
un papel social fundamental para la conservación y legitimación del régimen— es la idea
de que los pensamientos o sus representaciones pueden ser utilizados para mantener un
determinado orden social o político.48
Figuras y símbolos son convenciones sociales que consisten en asociar ideas
generales que determinan su interpretación (la cruz simboliza al cristianismo, la paloma a
la paz, por ejemplo);49 dicho de otro modo, a través de esas mediaciones que fueron las
representaciones los literatos trataron de formular —y reformular- una visión del mundo
en la sociedad. Pérez Vejo ha señalado que las imágenes, tanto visuales como textuales,
tienen un carácter comunicativo, pues ―toda imagen cuenta una historia, de que es un
mensaje en el tiempo, un texto que fue compuesto para ser leído‖.50 Asimismo, al tomar la
literatura como fuente para la historia, se trabajará directamente con la textualidad:
símbolos e imágenes están construidos de manera verbal de un modo específico; por tal
razón, debemos atender el llamado realizado por Chartier para situar a estos documentos
en su especificidad, en la estrategia de su escritura. Dice este historiador que la relación de
un texto con la realidad ―se construye según modelos discursivos y divisiones
intelectuales propias a cada situación de escritura‖. Las ficciones por tanto no son reflejos
realistas de una realidad histórica, sino que un texto tiene su particularidad al encontrarse
relacionado con otros textos
48
Peter Burke, Historia y teoría social, op. cit., p. 113.
49
Helena Beristáin, ―Signo, símbolo‖, Diccionario de retórica y poética, México, Porrúa, 2001, p. 468.
50
Tomás Pérez Vejo, ―El uso de las imágenes como documento histórico. Una propuesta teórica‖, en op. cit.,
pp. 147-160.
24
51
Ibíd., pp. 40-41.
52
Jacques Le Goff, ―La historia de las mentalidades: una historia ambigua‖, op. cit., s/n.
53
Helena Beristáin, Análisis e interpretación del poema lírico, México, UNAM, 1997.
25
sistema discursivo.54 Así, los conceptos guía serán «poesía», «literatura» y «arte»; de esta
manera podremos analizar las representaciones que los individuos hicieron de sí mismos:
la figura del literato y sus atribuciones, así como los factores que intervinieron para
configurar las representaciones del mundo en la literatura y, en especial, en la poesía.
54
Mario J. Valdés San Martín, op. cit., p. 136.
26
2. 1 El Porfiriato sinaloense
55
Luis González, ―El liberalismo triunfante‖ y José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, en
Daniel Cossío Villegas et al., Historia general de México, 2 vols., México, El Colegio de México, Vol. 2,
1988, pp. 897-1015 y 1019-1071.
28
Y es que si hubo un factor que dinamizó a una capa de la sociedad durante el Cañedismo,
ese fue el comercio. De frente a unas vías terrestres deplorables, los puertos sinaloenses
56
Félix Brito Rodríguez, ―II. Francisco Cañedo: el Porfiriato en Sinaloa‖, La política en Sinaloa durante el
Porfiriato, Culiacán, Difocur, 1998, p. 27.
57
Sergio Ortega Noriega, ―X. La era de Francisco Cañedo, 1877-1909‖, Breve Historia de Sinaloa, México,
FCE-CM (Sección de obras de historia), 2005, pp. 248-249.
58
Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 27.
29
fueron los focos nodales para el estrechamiento de las redes humanas: por Mazatlán, Altata
y Topolobampo circularon no solamente mercancías e inversiones provenientes del
territorio nacional y de otras partes del mundo, sino también ideas y libros, artistas y
modas, costumbres y tecnología. Es decir, la cultura circuló por las poblaciones
sinaloenses, y en primer grado por las ciudades principales como lo eran Mazatlán y
Culiacán.
La minería, como asentó Eustaquio Buelna en 1877, había sido uno de los
elementos fundamentales de la riqueza estatal y estaba siendo desplazada por el pujante
comercio. Buelna destacó la existencia de quince explotaciones mineras en los distritos de
El Fuerte, Sinaloa, Mocorito, Culiacán, Cosalá, San Ignacio, Concordia y El Rosario.
Mientras que la industria de la transformación estaba representada por tres fábricas de
hilados y tejidos, dos fundiciones, siete imprentas, fábricas de fósforos, entre otras.59
Por otro lado, la agricultura durante este periodo fue básicamente de autoconsumo,
con productos como el maíz y frijol; en el periodo del Cañedismo la población enfrentó con
frecuencia —como ya se mencionó- crisis alimentarias ocasionadas por la destrucción de
los sembradíos a causa de desastres naturales (sequías, lluvias, heladas y plagas), lo cual
afectaba la escasez de productos y el alza de los precios. 60 Y si es cierto que la producción
agrícola aumentó en este periodo, lo hizo principalmente en los productos de exportación,
como el tabaco, el algodón y el azúcar, debido a que en Sinaloa había haciendas, aunque
pocas, con una considerable cantidad de hectáreas. La industria azucarera, gracias a la
incorporación tecnológica, fue la que más prosperó.
Puede afirmarse que el sistema capitalista modernizó a Sinaloa a través de las
inversiones extranjeras, ya que la economía se transformó al recibir la tecnología avanzada
y las inversiones provenientes de Estados Unidos, así como de Francia, Alemania y España.
El objetivo no era de ningún modo el bienestar social, sino las ganancias de los dueños del
capital, pues en esta época la pobreza fue palmaria.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, se fueron definiendo tres núcleos que
concentrarían la actividad económica en Sinaloa: en el norte, Benjamín F. Johnston fue
59
Eustaquio Buelna, Compendio histórico, geográfico y estadístico del estado de Sinaloa, 2da. ed., Culiacán,
1978.
60
Miguel Ángel Higuera Félix y Milagros Millán Rocha, ―La otra cara del Cañedismo: una sociedad
amenazada por calamidades y penurias‖, Culiacán, Facultad de Historia-UAS, tesis de licenciatura, 2009.
30
61
Arturo Carrillo Rojas, ―Importancia de los sectores económicos y empresariales antes de la revolución‖, en
Situación de la economía sinaloense durante la revolución, 2010 (artículo inédito).
62
Véase ―La participación de comerciantes extranjeros de Mazatlán en la economía regional, 1877-1919‖, de
R. Arturo Román Alarcón, en El Porfiriato en… op. cit., p. 157 y ss.
63
Arturo Carrillo Rojas, ―Los principales vínculos económicos entre Sinaloa y los Estados Unidos durante el
Porfiriato‖, en El Porfiriato en... op. cit., p. 20-29.
64
Francisco Sosa y Ávila, ―¿Qué es Mazatlán? Artículo escrito para este álbum‖, en ML, 1889, p. 248.
31
Y á propósito del arca, debo decir entre paréntesis que los carruajes de la línea
de Diligencias Generales de Occidente, caminan con un solo juego de
guarniciones, sin elementos de refacción de ninguna especie, y con tanto exceso
de carga, que los viajeros, en los pasos difíciles, tienen que echar pié á tierra. Es
cierto que esto interrumpe la monotonía del viaje y ayuda á veces á hacer la
digestión, pero no obstante, entiendo que la Empresa está obligada á tratar al
público con más galantería.65
Por otra parte, en 1903 se construyó la segunda vía férrea que comunicó a Topolobampo
con El Fuerte (pasando por San Blas), conocido como ferrocarril Kansas City Mexico and
Oriente; y entre 1900 y 1910 se construyó el ferrocarril Southern Pacific, que comunicó al
estado directamente con Sonora y la frontera estadounidense. Antes de las vías terrestres, la
marítima había jugado —y lo siguió teniendo— un rol de primer orden para la actividad
comercial de Sinaloa con otros estados de la república y sobre todo con Estados Unidos,
debido a los puertos de Mazatlán y Altata. De Mazatlán, los barcos conectaban
directamente con San Francisco, California. De Altata salían sobre todo los vapores del
ferrocarril Occidental de México, los cuales conectaban este puerto con Mazatlán, Guaymas
y La Paz; en ese tiempo Guaymas se conectaba con Nogales gracias al ferrocarril, y de ahí
se enlazaba con EU.66
Hacia 1877 Sinaloa era eminentemente rural, su población sumaba 190 mil personas que se
encontraba distribuida en 384 localidades. Para 1910 ascendía ya a 323 mil, gracias a que
se habían operado cambios mínimos en áreas como de la salud y los servicios, así como al
incipiente crecimiento de la economía. Asimismo, al impulsarse la colonización interna de
la región, las localidades aumentaron para 1910 a 3 mil 341, lo que no significó un cambio
65
Francisco Gómez Flores, ―Viaje á Topolobampo. (Cartas á El Correo de la Tarde)‖, en Narraciones y
Caprichos. Apuntamientos de un viandante. Cartas diversas y artículos varios, Primera parte, Culiacán, 1889,
pp. 101-131.
66
Arturo Carrillo Rojas, op. cit., p. 29.
32
1º. Clase alta.- High life creme, nata: (en castellano vulgar los que tienen mucho.)
2º. Clase media.- A esta no se le aplican nombres ingleses ni franceses. ¿Para qué? ¡le basta con
el suyo! Y se compone de los que tienen poco y quieren mucho.
3º. Clase baja.- (Populo Bárbaro.) A esta se le aplica un latinajo capaz de espantar á Cicerón;
¡al fin y al cabo, el latín es un idioma muerto! Muerto como las esperanzas de los pobres. 71
La high life creme estaba compuesta por aquellos que la expansión capitalista había
favorecido, es decir, por un reducido número de personas que se desempeñaban como
propietarios rurales y urbanos, así como los comerciantes y otros empresarios,
conformando entre ambos conjuntos un 3,13%. Tiene razón Ibarra, por su parte, en
designar a esa porción como una oligarquía,72 la cual concentró el poder económico así
como el político durante el Cañedismo. Esta oligarquía, precisamente, constituyó una elite
cultural que ocupó en una larga duración las posiciones políticas principales. Al indagar
acerca del nivel educativo que poseían los diputados locales, por ejemplo, Brito Rodríguez
encontró que predominaron los abogados, los médicos y los ingenieros; se percató además
70
Ibíd., p. 259.
71
Amado Nervo, ―¡No es de mi clase! Cuadros de actualidad‖, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, La obra
periodística de Amado Nervo en El Correo de la Tarde, (1892-1894), Tepic, Consejo Estatal para la Cultura y
las Artes de Nayarit-Universidad Autónoma de Nayarit-Ayuntamiento de Tepic, 2002, p. 141.
72
Jesús Ignacio Ibarra Carmelo, ―El Porfiriato, capitalismo y oligarquías regionales‖, en El Porfiriato en
Sinaloa..., op. cit., p. 50.
34
que los cargos del Poder Legislativo de 1878 a 1910 se concentraron en 94 personas, las
cuales repitieron entre una y 15 legislaturas.73
Por su parte, a la clase media la integraban los empleados públicos (funcionarios y
militares) y los trabajadores intelectuales (profesores, clérigos, profesionistas y artistas) que
juntos conformaban apenas un 2%; por intelectual se entendía, según lo definió el
diccionario español a fines del siglo XIX, hacía referencia a aquel individuo ―dedicado al
estudio y meditación‖.74 Esta última clase fue censada sin distinción, por lo que no
podemos saber cuántos pertenecían a cada rama, sobre todo porque algunos cumplían más
de una función; no obstante, Maciel Sánchez —basado en las Estadísticas sociales del
Porfiriato—, señala que para 1910 existían 318 profesores, 49 abogados, 42 médicos, 36
sacerdotes y 35 militares.75
En esta sociedad contrastante, donde había una pequeña élite política y económica y
una mayoritaria clase baja, las costumbres, creencias e ideas se diferenciaban también de un
modo destacado. Crónicas periodísticas, relatos literarios, notas informativas, e incluso
poemas, dan cuenta de las atribuciones que de manera maniquea se le otorgaron al
populacho en oposición a la refinada clase alta (la high life creme nerviana) o a la misma
clase de los ―trabajadores intelectuales‖, la que residía principalmente en Mazatlán y
Culiacán, sitios donde se desarrollaron tertulias literarias, kermeses de filantropía donde se
leían discursos y poesías; asimismo, se daban algunas representaciones teatrales, conciertos
musicales con bandas militares o del estado que interpretaban mazurcas, valses, saraos,
entre otros géneros musicales; las señoritas de familia acomodada eran instruidas en el
canto y la ejecución de algún instrumento musical como el piano o el violín.
En las cuestiones relacionadas con el ambiente intelectual, había publicaciones de
poesías y artículos literarios en los periódicos, en los cuales se daban a conocer las
novedades, se elogiaban escritos y se polemizaba. En estas dos ciudades se desarrolló
principalmente un circuito cultural (había una circulación de ideas) durante, e incluso antes,
el Cañedismo, y aunque también Mocorito se convertiría en un referente cultural debido a
la residencia que tuvo ahí el médico y poeta Enrique González Martínez, esto sucedió a
inicios del siglo XX.
73
Félix Brito Rodríguez, op. cit., pp. 39-45.
74
DRAE, Academia Usual, 1884, p. 603; 1899, p. 562.
75
Carlos Maciel Sánchez, op. cit., p. 122.
35
El tedio de los días calurosos en la mayor parte del año en las pequeñas ciudades
sinaloenses era interrumpido, es cierto, por las actividades del comercio, la minería y la
agricultura, pero también por actividades de artísticas. A fines del siglo XIX la élite
social, en la cual participaban los literatos, realizaba ciertas actividades para reafirmar su
posición: serenatas, bailes de salón, conciertos operísticos y paseos diurnos o la luz de la
luna. Frente a unas ciudades —Mazatlán y Culiacán— que crecían de manera irregular, el
paradigma del progreso en relación con el romanticismo dio como resultado obras
arquitectónicas singulares; así, durante el Cañedismo existió una atracción por la
naturaleza, transformándose las plazas en parques y jardines con sus respectivos quioscos,
―se crearon calzadas o bulevares arbolados a manera de paseos, casas de veraneo con
amplios jardines‖, cobrando relevancia lo pintoresco o exuberante, y inclusive se pueden
considerar ―como elementos románticos en la arquitectura del siglo XIX, las corrientes de
los neos: neogótico, neoislámico, y en general la mezcla de estilos en oposición al
academicismo‖.76 Es cierto, bajo el primer mandato del gobernador Mariano Martínez de
Castro (1880-1884), las principales ciudades rehabilitaron los espacios públicos, como las
plazas y sus kioscos: en Mazatlán se mejoró el paseo de Olas Altas, se creó la plaza
Machado; en Culiacán, la plaza de Armas y la plaza Rosales; además, en ambas se
alinearon y empedraron las calles.77 Aparte de estas obras, se hicieron otras de mayor
importancia: mercados, puentes, escuelas y uno o dos teatros que los literatos reclamaban
para estar a la altura de la civilización.
Las actividades sociales y recreativas que aliviaban el letargo eran las fiestas o
bailes de salón o en la calle, según la clase social; en ocasiones era el sobresalto por las
fiestas patrias, otros días había tertulias donde el aburrimiento se mitigaba con juegos de
mesa o de tiro al blanco, jornadas taurinas y peleas de gallos, y de vez en cuando el
letargo se sacudía con la llegada de los circos o la recurrencia del carnaval a la vuelta de
76
René A. Llanés Gutiérrez, Luis F. Molina, el arquitecto de Culiacán, Culiacán, COBAES-La Crónica de
Culiacán, 2002, p. 19.
77
Martín Sandoval Bojórquez, Luis F. Molina y la arquitectura porfirista en la ciudad de Culiacán, Culiacán,
Difocur-H. Ayuntamiento-La Crónica de Culiacán, 2002, pp. 54-60.
36
cada año. Había, aunque eran pocas, representaciones de breves dramas y lecturas
literarias; los teatros Alegría y el Teatro Rubio en Mazatlán y el Apolo en Culiacán,
funcionaron de vez en cuando.
Las actividades culturales eran, aunque escasas, bastante significativas. Amado
Nervo, quien vivió en el puerto mazatleco trabajando como periodista de El Correo de la
Tarde, señalaba que el año nuevo de 1893 no iniciaba mal pues se habían tenido ―dos
tertulias en ocho días es algo‖ y puesto que el frío de esta época no había cancelado el
entusiasmo por el baile, avizoraba que en la temporada de verano habría repetidas
fiestas.78 Siendo su oficio el de cronista, al año siguiente y en el mismo mes suspiraba
porque en comparación con la capital donde domingo a domingo se reseñaban las fiestas
celebradas en la semana, en la provincia nada ocurría que pudiera mostrar a sus lectores. E
ironizaba:
Sin embargo, a pesar del ritmo semilento de la vida y las pocas actividades culturales, los
hombres letrados de esta época no dudaban de que Sinaloa fuera a paso seguro hacia el
progreso. En 1888 Francisco Gómez Flores, quien consideraba al teatro como la diversión
favorita de los pueblos cultos, se lamentaba que, a causa de su situación geográfica, la
ciudad de Culiacán fuera poco visitada por las compañías dramáticas, y eso que, añadía
con gran optimismo, ―en su progresista sociedad hay evidentemente gran afición al teatro,
como lo prueba la circunstancia de que un grupo de personas distinguidas, se haya
propuesto dar una série de representaciones, con un fin además filantrópico‖.80
78
Amado Nervo, ―La tertulia del casino‖, ECT, enero 9 de 1893, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit., p.
74.
79
Ibíd., ―Enero‖, ECT, enero 29 de 1894, p. 107.
80
Francisco Gómez Flores, ―Teatro‖, Narraciones y caprichos, op. cit., p. 63.
37
81
―Esbozos‖, BS, Culiacán, núm. 11, Febrero 15 de 1898, p. 88
38
consolidación cultural, y de este grupo social diferenciado de los demás por laborar con el
conocimiento especializado. Esto se puede comprobar tan sólo si se compara la
composición de este grupo apenas un lustro atrás, en 1895, los llamados trabajadores
intelectuales eran 541 individuos de un total de 107 mil 262 personas ocupadas; cinco años
después, este grupo se había duplicado.
Lo anterior puede comprenderse, como un primer factor, debido a la incorporación a
la sociedad de las primeras generaciones de egresados del Liceo ―Rosales‖, fundado en
Mazatlán por Eustaquio Buelna en 1872 e inaugurado en 1873, año en que fue trasladado a
Culiacán; dicho liceo significó que los egresados de la primaria pudieran continuar sus
estudios. A lo anterior habría que sumarle que el número de escuelas también se incrementó
sobre todo en el periodo de gobierno de Buelna: en 1872 había 14 escuelas primarias, al
finalizar su periodo en 1875 dejó funcionando alrededor de 200 planteles escolares, así
como 3 preparatorias repartidas en El Fuerte, Mazatlán y Culiacán. El nivel de alfabetismo,
por otro lado, era del 47% en 1900, cuya cifra era superior a la media nacional, la cual era
tan sólo de 23%.82 Las escuelas no dejaron de multiplicarse; Díaz recibió más de 5 mil con
140 mil alumnos, para 1887 el número de primarias se había duplicado y el de alumnos,
cuadruplicado; señala González: ―Junto a la diversión creció la escuela, la nueva escuela
que se propuso como ideal sustantivo la difusión de los amores a la patria, al orden, a la
libertad y al progreso‖.83 Hacia 1910 había 16 mil 910 alumnos del nivel primario,
repartidos en 345 escuelas, aunque el analfabetismo seguía siendo un problema presente.
En resumen, los factores económicos y políticos, a pesar de la miseria que la
población padecía, permitieron que existiera un grupo claramente diferenciado por sus
prácticas sociales: los literatos, personas que por su nivel de conocimiento y manejo de la
escritura ejercieron en la parcela del poder un rol importante para la vida pública de la
entidad. Los literatos, cuya inclusión cabe perfectamente en la clasificación de
―trabajadores intelectuales‖, categoría empleada en el censo de 1900, asumieron un papel
trascendental desde las bellas letras, dotándolas de diversos fines: educativos, éticos e
instructivos. La estabilidad política dentro de un régimen autoritario, y por ende la
necesidad por obtener de legitimidad y consenso, además del empuje del comercio y la
82
Héctor Leal Camacho, op.cit., p. 22.
83
Luis González, op. cit., p. 950.
39
84
Francisco Gómez Flores, ―Apuntes para la historia (sacados de un libro inédito)”, Humorismo y crítica.
Monólogos de Merlín, Mazatlán, Tip. De ―La Voz de Mazatlán‖ a cargo de Villalobos y Delgado, 1887, p. 49.
85
Francisco Gómez Flores, ―La Opinión‖, Narraciones y caprichos, Apuntamientos de un viandante, Cartas
diversas y artículos varios, Primera parte, Culiacán, Tipografía de Ignacio M. Gastélum, 1889, p. 163.
40
86
Francisco Gómez Flores nació en San Luis Potosí en 1856 y murió en la ciudad de México en 1892.
Gustavo Jiménez Aguirre, Lunes de Mazatlán, Crónicas 1892-1894, (Obras de Amado Nervo), México,
Océano-UNAM- Conaculta, 2006, p. 43.
87
Manuel Gutiérrez Nájera, ―Bocetos literarios, de F. J. Gómez Flores‖, en Obras, México, Vol. 6, UNAM,
1985, p. 202.
88
Anónimo, ―Francisco Gómez Flores‖, ECT, Mazatlán, lunes 25 de enero de 1892, núm. 2,004, p. 1
41
89
Francisco Gómez Flores, ―La Opinión‖, en Narraciones y caprichos. Apuntamientos de un viandante, 1889,
p. 162.
90
Jorge Briones Franco, op. cit., p. 49.
91
Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 160
92
Ibíd., pp. 168-169.
93
―Prólogo‖, Mazatlán Literario, Mazatlán, Imprenta y Casa editorial de Miguel Retes, 1889, p. 1.
42
94
Francisco Gómez Flores, op. cit., p. 163.
43
seguro la segunda parte de esa obra, pues no creemos que nos olvide á los que lo hemos
aplaudido muchas veces y admirado siempre‖.95
Ciertamente, los nuevos literatos estaban teniendo una presencia que habrían de
sostener hasta la implosión del régimen cañedista. José Ferrel Félix, nacido en Hermosillo,
Sonora en 1865,96 dirigió en Mazatlán el periódico El Pacífico de Mazatlán y La Voz de
Mazatlán, así como El Progreso Latino y El Demócrata Mexicano, en la capital mexicana;
en 1891 dio a conocer su novela La caída de un ángel, la que generó polémica en los
principales diarios del país. Ferrel fue un sistemático opositor al Porfiriato y pisó la cárcel
múltiples ocasiones: al frente de El Pacífico escribió un artículo en contra de Cañedo, lo
que le valió un año de prisión en el cuartel de Mazatlán; y después, cuando emigró a la
Ciudad de México, y a través de El Demócrata, atacó al gobierno de Díaz, lo que le valió
de nueva cuenta a ―sufrir persecución y cárcel‖ teniendo hasta doce procesos en su contra.
En 1909, a la muerte de Cañedo, se registró como candidato a la gubernatura de Sinaloa,
perdiendo las elecciones con Diego Redo, en un presunto fraude.97
Por otro lado, hacia 1890 Leopoldo Valencia se desempeñaba como director del
periódico El Sur de Sinaloa, en El Rosario; en tanto que Daniel Pérez Arce era un reputado
licenciado en derecho y un periodista reconocido: hacia 1897 tenía su despacho en el puerto
mazatleco, en la calle Principal número161, y en 1898 compartió la redacción de El Correo
de la Tarde con Carlos F. Galán, Dr. Martiniano Carvajal (cuyo pseudónimo era Fray
Agatón), Esteban Flores y Adolfo O‘Ryan.98 Francisco J. Gaxiola, quien nació en 1869 en
Sinaloa de Leyva, fue historiador, diplomático y político, así como profesor de estudios
superiores; de Ignacio M. Gastélum se sabe que fue abogado y colaborador de varios
periódicos; en tanto Francisco Sosa y Ávila era ingeniero y ocupó por un corto periodo de
tiempo (dos años: de 1892-1893) la dirección del Colegio Rosales en Culiacán; se dice que
fue destituido por confrontar sus ideas liberales con las religiosas de un estudiante, llegando
el caso al Legislativo. Por su parte el Dr. Ruperto L. Paliza (México, 1857) ocupó la
95
Daniel López, ―Literatura‖, ECT, martes 3 de junio de 1891, p. 1.
96
Carlos Grande, Biografías sinaloenses, (Prontuario 1530-1998), Culiacán, Caryalci, 1998, p. 57. Acerca de
la novela de Ferrel véase ECT, miércoles 27 de mayo de 1891, p. 1.
97
Azalia López González, ―José Ferrel Félix‖, Rumbo a la democracia, Culiacán, COBAES-UAS, 2003, p.
41.
98
Infra., Gustavo Jiménez Aguirre, op. cit., p. 265.
44
dirección de dicho colegio por espacio de 18 años: de 1893 a 1911, donde impartió diversas
cátedras; a él se debe la fundación de la Casa de Beneficencia y la Casa de Asilo, ambas en
Culiacán, y por largo tiempo dirigió también el Hospital Civil; su profesión de médico la
compaginó con la política, pues fue regidor de Culiacán durante siete años, fue diputado
local por dos ocasiones, así como magistrado del tribunal de justicia. Finalmente, Herlindo
Elenes Gaxiola, oriundo de Culiacán, fue periodista y redactor de El Monitor Sinaloense
(1892-1911); egresado del Colegio Rosales, se afilió a la causa de Eustaquio Buelna,
cuando el historiador se rebeló contra la dictadura de Porfirio Díaz.
De los literatos mencionados por López se tiene que Manuel Bonilla, cuyo nombre
literario era Marcial, fue afín a las ideas de José Ferrel. Nació en San Ignacio en 1867;
Bonilla estudió ingeniería en Estados Unidos, desempeñó varios cargos públicos: fue
regidor de Culiacán, fue miembro del Tribunal de Justicia y administró la fábrica El
Coloso, de Diego Redo, y trabajó en la Compañía Naviera del Pacífico. Asimismo, fue
director de El Correo de la Tarde y de La Píldora; y en 1897 publicó su novela por
entregas Espinas y amapolas. Estampas nacionales en El Correo de la Tarde. En 1909,
tras conocer el supuesto fraude contra Ferrel, renunció al puesto de visitador de Hacienda
y se afilió al año siguiente a la candidatura de Madero. Esteban Flores, quien fue coetáneo
de Julio G. Arce y de Francisco J. Gaxiola, nació en 1970 en Chametla, ubicada en el
Distrito El Rosario;99 se educó en el colegio ―Jesús Loreto‖, y se graduó como profesor de
educación primaria en la escuela Lancasteriana; colaboró en El Correo de la Tarde, del
que sería su director de 1895 a 1905, y participó en los diarios El Mefistófeles y El
Monitor Sinaloense, y en las revistas literarias Bohemia Sinaloense y Arte en la primera
década del siglo XX; fue funcionario del gobierno de Cañedo, regidor y presidente
municipal de Culiacán; asimismo, como profesor del Colegio Civil Rosales impartió las
materias de historia, matemáticas y literatura.
Por su parte Julio G. Arce había nacido en Guadalajara, donde había estudiado en
Liceo de Varones, siguiendo con la carrera de farmacia; en 1889 llegó a Mazatlán, y
pronto se trasladó a Culiacán donde, en sociedad con su suegro Antonio Moreno, adquirió
la Botica Alemana. En 1897-1899 dirigió la revista literaria Bohemia Sinaloense, en 1899
99
―Esteban Flores (1870-1927)‖, ―Julio G. Arce (1870-1926)‖, ―Francisco J. Gaxiola (1870-1933)‖, en Carlos
Grande, op. cit., pp. 60-62.
45
fue jefe de la sección de estadística y de instrucción pública; de 1898 a 1909 fue director y
propietario de El Mefistófeles, primer diario de Culiacán, donde publicaba con regularidad
la columna ―Crónicas diabólicas‖ con el seudónimo de Cyrano; fue también director
general de la Mexican Pacific Mining Company en 1906, además de que por esas fechas
se desempeñaría como diputado local.
A fines del siglo XIX se fue conformando una nueva pléyade de escritores en
Sinaloa. Eran jóvenes inquietos, interesados en sobresalir en las letras, pero también de
cobrar notoriedad social. Entre ellos destacaban Francisco Medina, Jesús G. Andrade,
Francisco Verdugo Fálquez, Enrique González Martínez, Amado Nervo, Luis Hidalgo
Monroy, Haydée Escobar de Félix Díaz, entre otros.
Medina nació en el poblado de Tierra Blanca, al otro lado del río Humaya, el 20 de
abril de 1879, yéndose a estudiar a Culiacán en su adolescencia al Colegio Rosales; a
temprana edad —a los 15 años— comenzó a publicar en periódicos de la capital sinaloense,
principalmente poemas.100 Jesús G. Andrade (Culiacán, 1880) fue hijo del prefecto del
distrito, Francisco M. Andrade, uno de los favoritos del régimen; en 1895 Jesús Andrade se
trasladó a Guadalajara para estudiar en el Liceo de Varones, desde donde colaboró en
diversas revistas y periódicos del país.101 Por su lado Verdugo Fálquez (Culiacán, 1876), se
tituló como abogado en 1901, en el Colegio Civil Rosales; fue notario público y regidor por
el ayuntamiento de Culiacán en 1906, presidente de la sociedad mutualista de Occidente,
así como catedrático del colegio Rosales.102 González Martínez (Guadalajara, 1871),
publicó su obra inicial en Sinaloa a donde había llegado a laborar de médico; y dio a
conocer los siguientes poemarios Preludios (1903), Lirismos (1907) y Silénter (1909), fue
prefecto del Distrito de Mocorito, así como director de la revista Arte (1906-1909). El poeta
Nervo (Tepic, 1870), por otro lado, se desempeñó como cronista de El Correo de la Tarde
en el periodo 1892-1894, a la par que publicó varios de sus poemas; también Monroy
escribió para El Monitor Sinaloense y como profesor fue el encargado de la educación en
Navolato. Pero de toda esta constelación sobresale el caso de Haydée Escobar de Félix
Díaz, más conocida por su pseudónimo de Cecilia Zadi, quien nació en Mazatlán, en 1868,
100
Agustín Velázquez Soto, El romántico amigo de la imparcialidad. Preludios de vida literaria en
Francisco Medina (1896-1900), Culiacán, Difocur, 2005, p. 14.
101
Gabriel Agraz García de Alba, Bibliografía de los escritores de Jalisco. T- I. México. UNAM–IIB, 1980,
p. 390
102
Félix Brito Rodríguez, op. cit., p. 168.
46
encargadas a la imprenta y casa editorial de Miguel Retes, en tanto que el papel fue
fabricado en Jalisco. Mencionar, como se hacía en el prólogo, a esas ―industrias
complementarias del arte literario‖ tenía como propósito dar una idea ―de la cultura
intelectual de esta ciudad, llamada por antonomasia la Perla del Pacífico‖.103
Sin embargo, como se ha dicho anteriormente, la prensa mantuvo la supremacía en
el terreno editorial. Después de su más o menos larga tradición, iniciada a inicios del XIX,
a fines del siglo ocurrió la modernización de la práctica periodística —como señala Del
Castillo—, pues del predominio del editorial político se pasó a la hegemonía de las noticias
y los reportajes,104 así como a la inclusión de secciones literarias. Dicha renovación se
debió a la estabilidad política y a los cimientos del comercio conseguidos por el Porfiriato,
lo que a su vez motivó el desarrollo de las vías férreas, la red telegráfica, los adelantos
técnicos en las máquinas de escribir y la introducción de innovadoras rotativas. Del Castillo
se refiere a lo acontecido en la prensa de la capital del país, sin embargo cabría destacar que
lo mismo aconteció en algunas zonas que vistas de cerca no eran tan periféricas, como
Mazatlán o Culiacán, por ejemplo.
A partir de los años sesenta del siglo XIX ―sostiene Briones Franco―, fue cuando
se comenzaron a notar cambios en los formatos y los contenidos de los rotativos,
―apareciendo los periódicos independientes, críticos; luego, los literarios, industriales,
mercantiles‖, entre otros. En esta época la mayoría de las publicaciones tuvieron una vida
efímera, y ―en el caso de los periódicos literarios y de variedades (muy pocos, por cierto),
aparecían y desaparecían por no ser costeables o por falta de lectores‖. En Culiacán, al ser
la capital de la entidad, el Periódico Oficial tenía fuerte presencia, aunque con frecuencia
cambiaba de nombre; y debido a los cambios en la prensa, este tipo de periódicos incluyó
en sus páginas, además de ―disposiciones gubernamentales, escritos políticos, selecciones
literarias y hasta hechos extraordinarios o relevantes‖.105
103
Francisco Gómez Flores et al., Mazatlán Literario, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de Miguel Retes, 1
de enero de 1889.
104
Alberto del Castillo Troncoso, ―El surgimiento de la prensa moderna en México‖, La República de las
Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, 3 vols., Eds. Belem Clark de Lara y Elisa
Speckman Guerra, México, UNAM, Vol. II. Publicaciones periódicas y otros impresos, 2005, p. 106.
105
Jorge Briones Franco, La prensa en Sinaloa durante el Cañedismo, 1877-1911, Sinaloa, UAS-Difocur,
1999, pp. 52-55.
48
Fue durante el Porfiriato, ciertamente, que esta actividad tuvo su edad dorada en
Sinaloa, pues se lograron editar 128 periódicos que se distribuyeron del siguiente modo en
las principales ciudades: Mazatlán tuvo 62, Culiacán, 37; El Rosario, 13; y 16 diseminados
en otras localidades. Asimismo, Briones Franco expresa que
Uno de los rasgos más acusados de esta situación fue el incremento del número
de periódicos que se fundaron y circularon, y su diversificación. Lo prolífico de
la producción periodística en esta fase no tiene nada que ver, hasta donde
sabemos, con alguna medida administrativa o de gobierno que se haya propuesto
alentar la producción editorial. Los cambios estuvieron favorecidos, sin duda,
por la experiencia editora y técnica acumulada en los años previos, y muy
probablemente por la esperanza que suscitaba la nueva era que inaugura el
triunfo de los liberales porfiristas.106
106
Ibíd., p. 227
107
Alberto del Castillo Troncoso, op. cit., p. 109.
49
radicaron por un tiempo en el suelo sinaloense. Fue a través de la prensa donde los literatos
estrecharon vínculos con otros de diversos estados de la república, así como con los de la
capital mexicana.
Durante el Cañedismo, a pesar de que la expansión periodística abarcó varias
localidades, los principales periódicos siguieron siendo los de Culiacán y Mazatlán debido
al número y la calidad. En el puerto mazatleco Miguel Retes fundó El Correo de la Tarde,
en 1885, teniendo como director a Carlos F. Galán, el mismo que desde abril de 1869 había
dirigido El Occidental. Este nuevo periódico respondió a los intereses comerciales, por lo
que informaba del precio de los productos y del movimiento aduanal, pero destacó por
informar de la cultura, y en específico por brindar un espacio a la literatura, pues mantuvo
la columna fija titulada ―Variedades‖ en la cuarta plana, donde se publicaban diariamente
poemas, así como novelas por entregas; y en su edición dominical, la primera plana era
completamente literaria. Refiriéndose a una lectora imaginaria, Nervo hacía un resumen del
contenido de dicho diario:
Estábamos en que te diste á leer ―El Correo;‖ ó mejor dicho á recorrer los títulos
de los diversos párrafos, deteniéndote sólo en aquellos más llamativos y cortos,
porque tú, lectora, rara vez prestas atención al editorial […]; el cultivo del café ó
de la piña te tiene muy sin cuidado […] Las cuestiones financieras te preocupan
menos aún […]. Eso sí: la lista de pasajeros no la perdonas; la nota del Registro
Civil tampoco; las noticias de Dentro y fuera de la ciudad… mucho menos, y la
novela… esa es la parte más dorada del bollo.
Pues como te iba diciendo, corriste los diversos títulos de las diversas
secciones y tropezaste con éste, muy llamativo: ―Semblanzas‖. Leíste en un
santiamén los versos… 108
En torno a este periódico, que fue el primero en mantener una publicación diaria, se forjó
una generación de literatos; en 1897 se integraron a su redacción Daniel Pérez-Arce,
Esteban Flores y Florentino Arciniega y Ledesma; en 1899 lo harían Adolfo O‘Ryan y
Julio G. Arce; asimismo figuraron como editorialistas José Ferrel, Sixto Osuna, Juan
Puga, José Rentería, Jesús Orozco, Francisco Medina, Haydée Escobar de Félix Díaz,
108
Amado Nervo, ―¿Quién es el Conde Juan?‖, ECT, marzo 12 de 1894, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op.
cit., p. 113.
50
María de Jesús Neda Bonilla, Manuel Bonilla, Rosendo R. Rodríguez, Manuel Manzo,
Heriberto Frías y Enrique González Martínez, entre otros.109
En Culiacán también el periódico El Mefistófeles (1898-1909) aglutinó a diversos
literatos. Su director era Julio G. Arce, mientras que el jefe de redacción era Esteban
Flores; y como redactores José Rentería, Enrique González Martínez, Francisco Medina,
Antonio Moreno, Jesús G. Andrade, Carlos Filio, Sixto Osuna, Juan L. Paliza y Fernando
Martínez. Asimismo, entre 1892 y 1911 el bisemanario El Monitor Sinaloense agruparía a
otros tantos literatos. Herlindo Elenes Gaxiola era el redactor responsable; como
editorialista, Ignacio M. Gastélum; y como colaboradores figuran González Martínez,
Esteban Flores, Francisco Sosa y Ávila, Francisco Verdugo Fálquez, Manuel Bonilla y
Jesús G. Andrade.110
A la par que los periódicos, hubo dos revistas de gran trascendencia para las letras
de Sinaloa: la Bohemia Sinaloense (1897-1899) y Arte (1907-1909). Desde luego, al ser la
ciudad de Culiacán la capital del estado, concentró la mayor parte de actividades que los
literatos podían realizar: cargos públicos, el periodismo y el magisterio, principalmente.
Por tal razón, en las postrimerías del siglo XIX Julio G. Arce, escritor jalisciense, profesor
del colegio civil ―Rosales‖ y propietario de una botica, dirigió la revista Bohemia
Sinaloense entre 1897 y 1899, la cual se convirtió en un vínculo entre los literatos locales
y nacionales. Su antecedente se encuentra, desde luego, en la revista que fundó Manuel
Gutiérrez Nájera en la ciudad de México, la Revista Azul, cuya duración fue de 1894 a
1896 y de la que se editaron 128 números. La Bohemia, pese a que apenas editó 24
números ―las dificultades se hicieron patentes en el último número, pues se publicó por
única vez en Mazatlán―, es la única revista con un carácter literario cuyo propósito fue
dar a conocer a los literatos ya reputados, así como a los de nuevo cuño, de distintas
latitudes. Por ejemplo, en la columna titulada ―Esbozos‖ y firmada por Jorge Ulica, éste
se refería a las nuevas publicaciones de los literatos, como el libro Místicas y el de Perlas
negras, de Amado Nervo; de los libros recibidos de otros estados del país, como Oro y
negro, de Francisco M. Olaguíbel; de la incorporación de nuevos colaboradores como
Manuel Rocha y Chabre, de Chihuahua; Eduardo J. Correa, de Aguascalientes; de Juan B.
109
Jorge Briones Franco, op. cit., p. 104.
110
Jorge Briones Franco, op. cit., pp. 63-64.
51
Villaseñor, poeta de Guadalajara; entre otros, así como traducciones notables de poemas o
cuentos de la literatura inglesa y francesa: Enrique González Martínez publicó la
traducción de El cuervo, poema del norteamericano Edgar Allan Poe, y por su parte Jorge
Alberto Zuluoga cuentos del francés Catulle Mendés.
Los vínculos de la Bohemia sinaloense con periódicos y revistas del país son
evidentes. En cuanto a su relación con revistas literarias, se encuentran las siguientes: de
Guadalajara, Flor de Lis y El verbo rojo, esta última dirigida por José Alberto Zuluaga -
traductor de los cuentos del francés Catulle Mendés, obra que le envió a Julio G. Arce en
1898; a su vez algunos literatos publicarían en El Verbo Rojo. También la Bohemia
compartió colaboraciones con la revista literaria Crisantema, de Morelia, dirigida por José
Ortiz Rico y Alfonso Aranda y Contreras, quienes junto a Severo I. Aguirre, Guadalupe
Artalejo del Arellano, Silvestre Terrazas y Leonardo F. Rodríguez, llegarían a colaborar
con la Bohemia, así como con la revista Lira Chihuahuense. Respecto a sus vínculos con
los periódicos, Arce menciona que artículos de la Bohemia estaba teniendo aceptación y
reconocimiento por parte ―de la prensa ilustrada del país‖. Algunos de los periódicos con
lo que se tuvo contacto son los siguientes: El Mundo, de la ciudad de México, de donde le
mandaban fotograbados de algunas señoritas de Sinaloa, hechos por Rafael Guereña, que
ilustraron algunos números de la revista (posteriormente El Mundo tendría una edición
jalisciense); La Estrella Occidental, de Jalisco, editada y dirigida por Manuel Caballero;
El Correo de Sonora, bajo la dirección de Juan de las Heras; el semanario La Voz de la
Niñez, de San Juan de los Lagos, cuyo director José S. de Anda le envió a Arce el
monólogo titulado ―El último insurgente‖, entre otros.
Para 1904 varios de los anteriores literatos orbitarían en torno a la figura del poeta
y médico jalisciense Enrique González Martínez, quien había llegado al poblado Sinaloa
en 1896, y poco después viviría en Mocorito, sitios desde donde colaboró con El Correo
de la Tarde. Pero no el único medio en el que publicó, pues de hecho su nombre aparece
ligado a diversos proyectos periodísticos, entre ellos se encuentra El Eco del Fuerte,
fundado en 1891, y donde escribieron también José Ferrel, Herlindo Elenes Gaxiola, así
como Ignacio M. Gastélum, Francisco J. Gaxiola y Enrique Pardo. Pero su labor más
destacada se encuentra en Mocorito: en 1903, José Sabás de la Mora fundó ahí el
semanario Voz del Norte, y tiempo después, aprovechando que González Martínez se
52
había radicado en esa ciudad —fue nombrado prefecto de distrito por el gobernador
Cañedo—, en1907 Sabás de la Mora lo invitó para que dirigiera una revista literaria; sin
embargo, éste pidió que el director fuera su amigo Sixto Osuna; al final fue una co-
dirección. A esta empresa se sumarían José S. Conde, Antonio Echeverría, Adolfo Avilés,
Manuel J. Esquer y Luis Monzón, quienes más tarde publicarían el periódico quincenal
Iris.111 Dicha revista literaria se llamaría Arte y fue publicada de forma mensual del 1 de
julio de 1907 a marzo de 1909, lográndose editar 14 números. González Martínez habría
de recordar:
(Italia); Edward Soederberger (Suecia); Salvador Rueda, Pedro de Répide, Ramón del
Valle-Inclán, Pío Baroja, Guillermo Ferrero, Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina,
Nilo Fabra, Enrique Díez Canedo, Manuel y Antonio Machado (España); Alejandro
Swientochowski (Polonia); así como el norteamericano Marc Twain (EU) y los
latinoamericanos, representantes de la literatura modernista: Ricardo Jaimes Freyre,
Leopoldo Lugones y Rafael Obligado (Argentina), Andrés A. Mata (Venezuela); Guillermo
Valencia, Ricardo Arenales y José Asunción Silva (Colombia), Rafael López (Honduras),
Rubén Darío (Nicaragua), Enrique Gómez Carrillo (Guatemala), Julián del Casal y Manuel
S. Pichardo (Cuba).
Al parecer el criterio en la selección de los textos había sido, en primer lugar, que
los escritores fueran contemporáneos, reconocidos y universales. En segundo lugar, que
representaran la nueva dirección del arte: el modernismo o, visto de otra manera, el
abandono del anquilosado romanticismo. Pero el trasfondo de este cosmopolitismo, de
conformar una élite cultural, al parecer se centró en el deseo de Enrique González Martínez
por figurar en las letras mexicanas, sobre todo si se tiene en cuenta que en 1905 había ido a
la capital en busca de forjar su carrera literaria, pero no lo había logrado. Como sea, desde
Mocorito estuvo pendiente de las novedades literarias que se suscitaban en la capital de la
República, así como en otras partes del mundo. Poco a poco fue cobrando notoriedad, pues
en el número 3 de la revista informaba: ―varios periódicos de la república se han servido á
saludar a la nueva publicación con frases alentadoras y cariñosos elogios‖. Asimismo,
recibieron varios libros de diversas latitudes, como los siguientes: La doctrina de Monroe,
de Carlos Pereyra; Rumores de mi huerto, de María Enriqueta; El amor de las sirenas, de
Heriberto Frías; Breve noticia de algunos manuscritos de interés histórico para México, de
V. Salado Álvarez; Maquetas y Megalomanías, de Francisco González de León,
Procelarias, de J. Suárez Pino.
En 1909, año en que publicó Enrique González Martínez su tercer libro, Silénter,
ingresó a la Academia Mexicana. El término de la revista se debió a un motivo político: en
marzo dejó de publicarse, y tres meses después moriría el gobernador Francisco Cañedo,
arrastrando tras de sí la paz y el orden que había permitido el surgimiento de una cultura
literaria.
54
Durante las dos primeras décadas del Porfiriato se conformaron en la ciudad de México, así
como en algunos estados, diversas asociaciones literarias, tanto formales como
informales,113 cuya vida fue esporádica en la mayoría. Ya la Academia de San Juan de
Letrán, como una primera época, había marcado un hito en la conformación de estas
asociaciones, sin embargo se debilitó a raíz de las pérdidas morales y materiales que trajo
consigo la intervención norteamericana de 1847; una segunda época se ubica de 1867 hasta
1870, cuyo fruto más prominente fue el semanario El Renacimiento (México, 1869) y de las
revistas que le siguieron, donde Ignacio Manuel Altamirano publicó sus prédicas
nacionalistas. Finalmente, la creación del Liceo Mexicano Científico y Literario, en 1885,
supuso una renovación literaria, cuya publicación más valiosa del siglo XIX fue la revista
quincenal El Liceo Mexicano (México 1885-1892), pues reunió a las plumas más
connotadas de la cultura.
Uno de los principales propósitos fue la creación de una literatura nacional, por lo
que la literatura patria (poesía, novelas y relatos de historia patria) predominó durante este
siglo y aún en el siguiente. De acuerdo con Perales Ojeda, podrían advertirse en tres
épocas distintas de la literatura mexicana (el neoclasicismo, el romanticismo y el
modernismo) otros tantos impulsos renacentistas que surgieron de las agrupaciones
literarias.
Además de su interés literario, estas asociaciones respondieron a una necesidad
social, la clase media asistió a la mayor parte de estos centros literarios: fueron un centro de
descanso, de ilustración y de camaradería; de hecho fueron verdaderos centros de docencia
literaria: talleres literarios donde se leían las composiciones y se emitían juicios de crítica.
Dice Perales: ―Estas discusiones fueron verdaderas cátedras de donde recibieron lo mejor
de su formación muchos escritores mexicanos‖.114 Por otra parte, desde el punto de vista
sociológico, estas asociaciones al verificar veladas literarias, acompañas de música,
113
Por asociación literaria –de acuerdo con Perales Ojeda- se entienden las reuniones literarias, tanto formales
como informales, que recibieron diversas agrupaciones, tales como academias y liceos, arcadias, asociaciones,
alianzas, ateneos, bohemias, círculos, falanges, clubes, salones, sociedades, uniones y veladas, en Alicia
Perales Ojeda, ―Introducción. 2. Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX. Denominación y
características‖, Las asociaciones literarias mexicanas en el siglo XIX, México, UNAM, 2000, pp. 29-30.
114
Ibíd., p. 41.
55
115
Alicia Perales Ojeda, Ob. cit., pp. 34-35.
116
Ibíd., pág. 201, 204, 227.
117
Héctor R. Olea, La imprenta y el periodismo en Sinaloa, 1826-1950, Culiacán, UAS, Difocur, 1995, pp.
78-202.
56
Urrea y a Francisco Armenta. No obstante, Perales Ojeda señala que de la primera que se
tiene noticia es la que surgió en Mazatlán en 1875 con el nombre de Sociedad Artístico-
118
literaria. Y destaca: ―Al siguiente año se estableció, en el mismo puerto, otra
corporación llamada Filarmónica Artísticoliteraria, que se propuso establecer un plantel
de instrucción pública sostenido por la asociación, para lo cual organizaría conciertos y
funciones dramáticas‖.119
El propósito anterior era más o menos común, pues la Sociedad Científica
Literaria del ingeniero Castelazo logró que se crearan, en 1872, tres escuelas
preparatorias (una en cada distrito: Culiacán, Mazatlán y El Fuerte), aprovechando que
Buelna ya era gobernador (1871-1875). Además, de existir sólo 14 escuelas primarias al
inicio de su periodo gubernamental, al término de éste ya había alrededor de 200 centros
educativos. Una de esas escuelas preparatorias fundadas en el año mencionado fue el
Liceo Rosales, llamado así en honor al héroe de San Pedro, aquel que luchó contra la
invasión de los franceses. Este espacio fue definitorio en gran medida para forjar una
cultura literaria que en ese momento era incipiente: muchos de los literatos pasaron por
sus aulas, ya fuera como alumnos o como profesores; en 1873 se instituyó su Junta
Directiva de Estudios, siendo el cargo de Presidente para Francisco Gómez Flores (padre).
De manera paralela, como resultado de las reuniones de esta asociación, sus miembros
lograron publicar el periódico semanario Adelante, de corta duración, y después, El
Porvenir de Sinaloa.
En 1875, aunque las fuentes son dudosas, se creó la agrupación científica Sociedad
Unión, de destino incierto. En Culiacán se constituyó, el 22 de noviembre 1877, la
Sociedad Río de la Loza,120 en honor del recién fallecido Leopoldo Río de la Loza, un
médico destacado, ingeniero y militar que había impartido clases en colegios de la Ciudad
de México. Fue fundada por profesores y alumnos del Liceo Rosales con una intención
científico-literaria. Entre otros de los integrantes aparecen Gómez Flores (hijo), el
ingeniero Luis G. Orozco y el médico Ramón Ponce de León.
118
Alicia Perales Ojeda, op. cit., p. 226.
119
Ídem.
120
El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. I, núm. 37, folio 293, 24 de noviembre de 1877, en
Héctor Leal Camacho, ―Sinaloa durante la Revolución. El papel de los intelectuales en la transformación
social. 1909-1922‖, Tesis de Licenciatura, Facultad de Historia, UAS, Culiacán, 1997, p. 24.
57
121
Ibíd., p. 38.
122
Ibíd., p. 24.
123
El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. XV, núm. 5, p. 1, 5 de marzo de 1887, ibíd., p. 25.
58
124
El Estado de Sinaloa, órgano oficial del gobierno, T. XVI, núm. 48, p. 1, 14 de noviembre de 1888, ibíd.,
p. 26.
125
José C. Valadés, Memorias de un joven rebelde, Culiacán, Universidad Autónoma de Sinaloa, 1985.
126
ECT, 28 de julio de 1892, p. 1.
59
127
BS, noviembre 15 de 1897, núm. 5, p. 40; diciembre 1 de 1897, núm. 6, p. 48; febrero 1 de 1898, núm. 10,
p. 80; febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 88.
128
Ibíd., junio 1 de 1898, núm. 17, p. 136.
129
Ibíd., noviembre 1 de 1898, núm. 22, pp. 169-171.
130
Héctor Leal Camacho, op. cit., p. 29.
131
MEF, núm. 672, 16 de marzo de 1905, ibíd., p. 30.
60
Los que hemos trabajado sin cesar por levantar el prestigio de Sinaloa por medio de las letras, nos
consideramos felices con que su nombre suene ya por lo menos con decoro y crédito.
132
Diccionario Academia Usual, 1780, 1834 y 1884, en Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española,
http://buscon.rae.es/ntlle/SrvltGUIMenuNtlle?cmd=Lema&sec=1.0.0.0.0.
Dicha finalidad estética obedeció al interés gestado en el siglo XVII cuando se escinde la cultura de élite de
la popular (escisión en forma de «renuncia» por parte de la primera) debido a que la nobleza, ante la pérdida
gradual del capital económico, buscó adquirir capital simbólico a través del refinamiento en sus modales y
costumbres, así como por la posesión del saber; y fue sólo a fines del siglo XVIII e inicios del siguiente,
cuando esa élite se interesó de nuevo por lo popular, pero ahora apoyada en las teorías de la evolución social,
buscando «reformar» esa tradición, es decir, hacerla más civilizada con los instrumentos selectos como eran el
arte y la erudición. Peter Burke, La cultura popular en la Europa moderna, op. cit.
133
Eva Lydia Oseguera de Chávez, Historia de la literatura mexicana. Siglo XIX, México, Alhambra
Mexicana, 1990, p. 24.
134
Ibíd., p. 82
62
135
Francisco Gómez Flores, ―Literatura doméstica‖, Bocetos literarios, op. cit., p. 22.
Como es sabido, para consolidar el nacionalismo se recurrió al teatro, la música, los museos, las marchas y
las celebraciones rituales, así como el servicio militar, la educación de las masas y la literatura patriótica. J. R
McNeill y William H. McNeill, ―Capítulo 7. Se rompen viejas cadenas y se condensa la nueva red: 1750-
1914‖, Las redes humanas. Una historia global del mundo, Crítica, 2004, pp. 255-256.
En este tenor, la primera labor de inculcar los valores patrios fue hecha por los literatos independentistas,
como Servando Teresa de Mier, Carlos María de Bustamante y Lorenzo de Zavala, y fue continuada –durante
la segunda mitad del siglo XIX- por Fernández de Lizardi, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez e Ignacio
Manuel Altamirano, entre otros. En esta segunda etapa el nacionalismo se reforzó a raíz de las intervenciones
extranjeras, la norteamericana y, primordialmente, la francesa. La República de las Letras. Asomos a la
cultura escrita del México decimonónico, 3 vols. (Eds. Belem Clark de Lara y Elisa Speckman Guerra),
México, UNAM, 2005, Vol. III, Galería de escritores, 623 pp.
136
El concepto de poesía transitó por el mismo sendero que el de literatura. En 1737, según el diccionario de
la lengua española, se definía como la ciencia que enseñaba a componer y hacer versos a través de la
descripción, representando ―las cosas al vivo, excogitando y fingiendo lo que se quiere‖, ―Poema‖,
Diccionario Académico Usual, 1737, p. 310. La mimesis, como recurso retórico, fue ensalzada: el poema
debía imitar la naturaleza. Empero, hacia 1884 su concepto se complejizó, pues fue definida por sus
subgéneros —lírica, épica y dramática—, además exigía belleza, rigor métrico y originalidad; pero sobre todo
se volvió indefinible: servía para sugerir ―cierto indefinible encanto que en personas, obras de arte y aun en
cosas de la naturaleza física, halaga y suspende el ánimo, infundiéndole suave y puro deleite‖, ―Poesía‖, op.
cit., p. 844.
137
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 41.
63
describir todas las fiestas, narrar todos los acontecimientos; ascender á las áridas cuestiones
de la vida social y política, y descender á las juguetonas y alegres descripciones de las
costumbres populares‖.138 En suma, este tipo de literatura, interesada por la cosa pública,
buscaba recrear los caracteres definitorios del pueblo mexicano: el lenguaje, el folclore y
los paisajes, su historia y sus costumbres.139 Aunado a ello, se proponía que el país o la
región fuera reconocido como un locus civilizado, donde la cultura tenía ya su
manifestación más palpable: las obras escritas. El referente cardinal fue la obra Histoire de
la littérature anglaise (1864), que Hipólito Taine desarrolló bajo la perspectiva de la
doctrina positivo-nacionalista.
La cimentación de este programa de literatura nacional ocurrió en el Porfiriato, la
cual se hizo más evidente en la participación mexicana en la Feria Universal de París
(1889),140 donde los sinaloenses presentaron el álbum Mazatlán literario. En aras de
presentar la imagen de una nación moderna, que progresaba pese a su heterogénea
composición, las entidades fueron convocadas para que expusieran productos, obras
materiales e intelectuales. Sinaloa presentó así la antología Mazatlán Literario cuyo
prólogo es una síntesis de cómo el positivismo y el nacionalismo repercutieron en la
representación de la literatura. En dicho prólogo anónimo —aunque ha sido atribuido a
Gómez Flores— se afirmaba que, en primer lugar, la literatura servía para medir el grado
cultural y civilizado de un pueblo, pues las condiciones materiales y sociales (el medio)
permitían que hubiera este tipo de manifestaciones; y en segundo lugar, se reconocía que si
bien Mazatlán no podía competir aún con la civilización europea, se encontraba en una
evolución irrefrenable:
Vulgar ha venido á ser con el transcurso del tiempo, el repetido proloquio de que
la Literatura es el termómetro de la civilización de los pueblos: allí donde
florecen prósperas las letras, es porque existen en suficiente cantidad los
elementos indispensables á su florecimiento.
[…]
138
Francisco Gómez Flores, ―La lectura fuera de la Capital‖, Bocetos literarios, op. cit., p. 74.
139
El polígrafo Ignacio Manuel Altamirano fue el primero en comprender ―que era necesario un programa
coherente para que la literatura mexicana llegara a ser auténticamente nacional y original y para que,
rindiendo culto a las tradiciones y a los héroes, contribuyera a la formación de nuestra conciencia cívica‖,
José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, op. cit., p. 1053.
140
Mauricio Tenorio-Trillo, ―Hacer a mano una nación moderna‖, Imaginar la nación, François Xavier
Guerra y Mónica Quijada (Coord.), México, Cuadernos de historia latinoamericana, No. 2, 288 p.
64
París aparecía así como el epicentro de la civilización; y la religión ―ahora secular― era la
adoración del Progreso a cuyo altar asistían nuestros literatos con la humildad y devoción
de una ―pobre campesina‖: la nativa de un suelo en vías del progreso. Esta representación
asoció a la literatura sinaloense con la ingenuidad, cuyo telón de fondo era el
reconocimiento tácito de estar peldaños abajo de la escala evolutiva: valía más la acción de
ofrendar que el voto mismo. ¿Qué podía brindar, si no una flor de su huerto, una
campesina? Este enunciado posiblemente buscó transmitir modestia ―una falsa
modestia―; sin embargo, lo que se reconocía con ello era que la literatura sinaloense,
tasada con los cánones europeístas, aún le faltaba desarrollarse, pues dicha imagen remite a
la convención decimonónica que contraponía los términos ciudad/ campo para aludir al
progreso o al atraso. Es probable que haya sido Gómez Flores quien pergeñara este prólogo,
ya que se repiten frases típicas de otros textos suyos, y ere él quien decía además que la
literatura estaba en su infancia, o incluso, en su fase embrionaria.
Una primera exigencia hecha por Gómez Flores a los literatos, en concordancia con
la directriz positivo-nacionalista y con el programa trazado por Altamirano, era la
originalidad;142 es decir, al criticar a los imitadores de Víctor Hugo y de Bécquer, lo hacía
porque juzgaba que era pernicioso para ―nuestra literatura infantil‖; por lo que recalcaba la
necesidad de buscar y rastrear un modelo de literatura nacional en las cualidades peculiares
del carácter mexicano, en las costumbres e ideas de la sociedad y en la belleza física de la
patria. En una clara apropiación de la tesis de Taine, Gómez Flores también llegó a afirmar:
141
―Prólogo‖, Mazatlán Literario, op. cit., p. 1.
142
En el prólogo al Romancero nacional (1885) de Guillermo Prieto, Altamirano reiteraba su tesis
nacionalista: ―La poesía y la novela mexicanas deben ser vírgenes, vigorosas, originales, como lo son nuestro
suelo, nuestras montañas, nuestra vegetación‖, José Luis Martínez, ―México en busca de su expresión‖, op.
cit., p. 1054.
65
―Yo he venido sosteniendo que […] cada nación debe tener su literatura espontánea y
original, reflejo fiel de su carácter y representación artística de su cultura. De esto á opinar
por que nos encerremos dentro de muros chinescos, hay mucha diferencia‖. 143 Sin
explicitarlo, Gómez Flores se adhería a la corriente estilística del realismo, aquella que bajo
el influjo de la ideología positivista irradió el pensamiento epocal: la literatura debía
reflejar la realidad de los pueblos; en estos términos, la observación fue erigida en un paso
fundamental del método científico: de acuerdo al positivismo, el conocimiento entraba por
el ojo avizor.144
Igual criterio era válido para la poesía. Un poeta era, y Gómez Flores retomaba la
definición dada por el diccionario español, el que imitaba la naturaleza en verso, con
inversión y entusiasmo; por naturaleza, remitía al sentido aristotélico: a todo lo existente y
lo posible inverosímil tanto del mundo físico como el moral; y para ser buen imitador, el
poeta debía decir algo nuevo, o modificar con originalidad ideas antiguas, así como
transmitir al lector el sentimiento de arrebato.145 Algunos vates sinaloenses como Gabriel F.
Peláez y Ángel Beltrán, compartieron y practicaron esta poética, la cual fue puesta en boga
por los literatos nacionalistas como Ignacio Ramírez, Manuel M. Flores, Manuel Acuña,
Juan de Dios Peza, entre otros. Pues, en efecto, una revisión al contenido del álbum
Mazatlán Literario nos revela que en la selección de los textos imperó el criterio de que
éstos estuvieran apegados más al realismo que al romanticismo: se incluyeron relatos
históricos; de costumbres y prácticas sociales; ensayos de crítica literaria, así como poemas
dedicados a divas de la ópera; y en una muestra intencionada por exhibir lo que realmente
era el puerto, el Ing. Francisco Sosa y Ávila escribió el artículo ―¿Qué es Mazatlán?
Artículo escrito para este álbum‖, donde detalló el progreso material de la ciudad en sus
diversos ramos.
143
El autor precisaba que no se oponía a las culturas extranjeras, sino a que se forjara una literatura imitativa,
por lo que explicaba: ―Yo quiero que entre todas las naciones haya libre y recíproco cambio de cultura, no
invasiones á forciori; que el comercio intelectual y material no tenga trabas, y que cada pueblo, funcionando
en su órbita, cumpla su misión histórica‖, Francisco Gómez Flores, ―Primicias literarias (1877)‖, Bocetos
literarios, México, Tipografía de Gonzalo A. Esteva, 1881, p. 9-16.
144
La palabra realismo apareció en Francia en 1826, siendo el escritor Champfleury quien señaló como una
condición la ‗sinceridad en el arte‘, mientras que la revista francesa Le Réalisme destacó que el arte ―debía dar
una representación exacta del mundo real y, por tanto, estudiar las costumbres contemporáneas a través de la
observación meticulosa y el análisis cuidadoso mediante actitudes desapasionadas, impersonales y objetivas‖,
en Celina Márquez, ―Hacia una definición del realismo en La rumba de Ángel de Campo‖, La República de
las Letras. Asomos a la cultura escrita del México decimonónico, Vol. I, op. cit., pp. 245-246.
145
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 41.
66
Vea Ud. las condiciones de una buena novela: ―[…] Es la obra donde más
trabaja la imaginación, sensibilidad exquisita, conocimiento profundo del
corazón y de las costumbres; […] exige un gran caudal de erudición para
delinear con exactitud el carácter de los hombres célebres; y hace además
indispensables las galas del lenguaje, exigiendo facilidad en el manejo de todos
los estilos. Instruir y deleitar debe ser su lema; instruir y deleitar el fin que se
proponga en todas sus producciones‖.‖149
146
Luis G. Urbina, ―Micrós‖, en Hombres y libros (1923), p. 145, citado por Celina Márquez, ibíd., p. 248.
147
Francisco Gómez Flores, ibíd., p. 10.
148
Amado Nervo, ―Words, words, words‖, ECT, marzo 26 de 1894, en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit.,
p. 115.
149
Un aprendiz, ―Yo quiero ser un literato‖, ECT, mayo 19 de 1891, núm. 1797, p.1. (Las cursivas son mías).
67
Un sinaloense que concentró esa tentativa por tomar ―fotografías‖ fue Manuel Bonilla,
autor de la novela por entregas titulada Espinas y amapolas. Fotografías nacionales.150 El
señalamiento de que se tratan de ―fotografías‖ es revelador, puesto que en la prensa éstas
cumplían con la función de constatar que el acontecimiento descrito por el reporter
realmente había pasado, y en este caso Bonilla buscó señalar que su narración, si bien
literaria, pretendía ser objetiva. La trama de dicha novela giraba en torno a la vida de los
habitantes de Sapiori (Durango), pueblecito ubicado en la sierra Occidental, y el autor
describió con precisión sus fiestas, costumbres, carácter, así como sus viviendas, tipo de
vegetación e incluso trazó con minuciosidad su geografía; y un buen día estos habitantes,
cansados de las fechorías de Don Patricio —cacique que hizo fortuna en la intervención
francesa, y que recurrió al crimen para adquirir el rango que había perdido al triunfo de los
liberales―, decidieron levantarse en armas, apoyados por los indios de Otatlán (Jalisco).
Lo fuerte de la crítica ―con claras alusiones al Porfirismo―, era atenuado por el tiempo
histórico alusivo al Segundo Imperio, el cual ya había sido superado; esto explica el porqué
Bonilla se salvó de la represión, aunque también influyó su prestigio y posición en la
estructura cañedista.
La función moralizante otorgada a la literatura, impidió que realismo no cristalizara
plenamente en México, pese a la voluntad manifiesta de pintar o fotografiar la realidad;
pues seguir con exactitud dicho programa significaba transitar a la denuncia social, además
de que la miseria que asolaba al país era insoslayable: se imponía, entonces, tener que
ocuparse de la cara sórdida de la realidad, e intentar describirla tal como era, lo que, por
supuesto, tenía sus riesgos en un régimen autoritario como el de Porfirio Díaz. Al contrario,
se planteó la necesidad de inculcar valores positivos a la sociedad para que abandonara los
vicios, las malas costumbres, las malas acciones.
En esa función social se encuentra imbricada la axiología cristiana, pues se imponía
condenar el pecado y expiar las culpas, ofrecer héroes que se salvaban del infierno gracias
al poder del arrepentimiento. Si hubo una crítica social fue sólo para condenar aquello que
impedía el progreso; así, los escritores sinaloenses, al tiempo que recrearon las condiciones
paupérrimas de los sectores marginales, buscaron justificar, explicar o coadyuvar en la
150
Manuel Bonilla, Espinas y amapolas. Fotografías nacionales, ECT, julio 7 de 1891, núm. 1838, p. 3
68
problemática social ―donde anidaban los vicios y el crimen―, y poder continuar dentro de
la estructura porfirista. Ya José María Vigil, en una nota introductoria a un libro de poemas
de 1866, había revelado los matices que debían adoptarse al escribir sobre el bajo mundo
(él imitaba en ese momento al romántico Espronceda, pero después esa sería una de las
acotaciones comunes para quienes escribían una literatura nacional):
Quien supo de la represión, por lo que tuvo que moderar después su discurso, fue Heriberto
Frías, director de El Correo de la Tarde en Mazatlán entre 1906 y 1909. Frías estuvo a
punto de ser fusilado por revelar información militar en la novela por entregas ¡Tomóchic!
Episodios de la campaña en Chihuahua, 1892, relación escrita por un testigo presencial;
después de esa vivencia, el autor modificó su postura: ―En [El triunfo de] Sancho Panza
―dice Sandoval― sigue intentando atenuar la crítica inicial (de Tomóchic) y declara su
adhesión al ejército, al gobierno, y a Díaz‖.152 Frías, pese a practicar el estilo naturalista en
El Naufragio (1895), que a la postre se llamaría El amor de las sirenas (1908), incluyó la
exigida moraleja romántica: el protagonista Federico Argüelles se salva de las sirenas
(alegoría de los vicios: el alcohol, el juego, la carne y la morfina, entre otros) gracias al
amor y al trabajo de una mujer. Algo parecido sucede en El triunfo de Sancho Panza
(1911), cuyas acciones transcurren en Mazatlán, donde es probable que la haya escrito; en
esta novela el autor se propuso desnudar los vicios sociales y políticos en la provincia, no
151
José María Vigil, Flores del Anáhuac, Composiciones poéticas (1866), citado por Manuel de Ezcurdia,
―La Meretriz‖, en La república de las Letras…, Vol. I, op. cit., p. 227.
152
El director del periódico El Demócrata, donde se había publicado la novela, alegó que el modelo de Frías
había sido La debacle, de Emilio Zolá, salvándolo de ese modo; vid. Adriana Sandoval, ―Introducción‖, en
Heriberto Frías, El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), continuación de Tomóchic (1a. ed.: Imprenta de Luis
Herrera, 1911) y Miserias de México (1a. ed.: Andrés Botas y Miguel Editores, 1916), México,
CONACULTA (Lecturas Mexicanas), 2004, p. 18.
69
de un modo real, sino simbólico (acaso como un subterfugio para evitar recriminaciones);
pues asentó en su oportuna y apresurada introducción:
Cierto que los personajes que aquí pinto son, como de novela, hijos de mi libre
fantasía; pero simbolizan los vicios sociales y políticos de muchos ―influyentes‖
―de provincia‖. El licenciadito pícaro y enredador, maestro en la intriga; el
financiero rapaz y audaz; el profesionista aventurero que esconde las uñas bajo
el título de la sapiencia oficial, llevan del brazo a sus ambiciones y a sus mujeres
para dar el asalto.153
153
Heriberto Frías, ibíd., p. 37.
154
Ibíd., p. 111.
155
Émile Zolá, ―La novela experimental‖, en El naturalismo, Ensayos, manifiestos y artículos polémicos
sobre la estética naturalista, (Comp., intr. y n. Laureano Bonet, Trad. Jaume Fuster), Barcelona, Ediciones
Península, 2002, p. 70.
156
Heriberto Frías, ―Sobre el México Bárbaro de Mr. Turner, según el American Magazine de Nueva York.
Nuestro comentario‖, ECT, jueves 13 de enero de 1910, núm. 7950, p. 2.
70
En conclusión, si los escritores iban a delinear los vicios sociales, la crítica literaria
exigía que hubiera de por medio una moraleja o, como Vigil ―con los valores religiosos de
por medio― había dicho, que existiera una condena contra el vicio y se ofrecieran los
medios del arrepentimiento. Se pedía, en suma, la producción de novelas ejemplares. Esto
se comprueba, en efecto, con el recibimiento que mereció por parte de la crítica la novela
de José Ferrel Félix, La caída de un ángel (1891), la que versaba acerca de dos personajes:
Julio Morel y el Filósofo, donde el primero simbolizaba al vicio sin dignidad, mientras que
el segundo la dignidad viciada. Una vez más, la dimensión religiosa emerge: la alusión a la
caída de Lucifer, el ángel rebelde. Y a pesar de que Ferrel no había buscado moralizar, el
crítico Azuaga quería ver a fuerza arrepentimiento y redención en los personajes:
¿La redención era segura? Sí, pero Ferrel no lo hizo. Su intención habría sido, desde mi
punto de vista, rendir culto a De Lamartine, autor del extenso poema épico ―de 15 mil
versos― titulado, precisamente, La chute d'un ange (1838). El personaje del filósofo sería
un oculto homenaje, un guiño secreto, a quien fue considerado como el primer romántico
francés y reconocido por Verlaine y los simbolistas como una influencia decisiva.
Asimismo, a pesar de que Azuaga observó que las de la novela eran figuras simbólicas, no
vaciló en señalar que eran retratos sociales: ―La fotografía del filósofo está admirablemente
sacada […], al negativo de Morel, faltó tiempo de exposición; carece de contrastes de luz y
tal vez por eso no quiso el fotógrafo perder el tiempo en retocarlo y pasado al papel, resultó
el retrato regular solamente, pudiendo haber sido obra maestra‖.158 José Ferrel, quien en el
momento de la publicación purgaba una condena en el cuartel ―Rosales‖ de Mazatlán por
haber criticado al régimen cañedista, había logrado despistar a sus críticos haciéndoles
creer que se proponía moralizar con La caída de un ángel, siendo que en realidad adoptó el
157
Arcadio M. Azuaga, ―El libro de José Ferrel‖, ECT, mayo 27 de 1891, núm.1804, p. 1
158
Ídem.
71
estilo decadentista, corriente que estaba en boga en Francia y que había cobrado fuerza en
la prosa, pero sobre todo en la poesía.
El decadentismo ―tendencia literaria y actitud artística surgida en las principales
ciudades de Europa, como París― fue en efecto una rebelión contra la moral burguesa y el
materialismo capitalista, por lo que abrazó el pesimismo, recreó zonas y personajes
marginales, halló fugas existenciales en las drogas, el alcohol o el suicidio. Se trataba del
spleen, un estado de ánimo que asolaba a las urbes, del mal du siécle caracterizado por
nuevas enfermedades, sobre todo de la psiquis ―la ansiedad, el stress, la depresión―,
propiciadas por los progresos de individuación, debido a que éstos engendraron nuevos
sufrimientos.159 La literatura francesa habría de nutrirse en esa realidad social, aunque es
cierto que, como menciona De Villena, el decadentismo fue más bien una intuición
personal que el fin de un periodo histórico, pues Francia e Inglaterra en ese tiempo estaban
en franca expansión colonialista y no sufrían aún sus crisis económicas y políticas.160
Visto el fenómeno en el suelo sinaloense, se tiene que el modernismo fue en
realidad una prolongación del romanticismo; e incluso la escritora Emilia Pardo Bazán,
considerada como la introductora del naturalismo a España, pensaba que era más exacto
denominar al movimiento literario como neo-idealismo o neo-romanticismo, como bien
habría de recordar Sixto Osuna en un artículo de 1907.161 En la fuente de esta literatura
algunos escritores mexicanos —como ocurrió en Hispanoamérica—162 habrían de abrevar
en el periodo finisecular, sobre todo los jóvenes avecindados en la capital de la República,
pero también los asentados en la periferia, como fue el caso de los sinaloenses; no obstante,
la apropiación del decadentismo —que funcionó como un sinónimo de modernismo— fue
singular, pues hubo una pugna por frenarlo, por subvertirlo, por despojarlo de su carga
semántica negativa.
159
La investigación tuvo como fuente los diarios íntimos, así como la literatura de la época, en Philipe Ariès y
George Duby, ―Gritos y susurros‖, Historia de la vida privada: De la Revolución francesa a la Primera
Guerra Mundial, España, Taurus, 2003, T. IV, p. 531.
160
Luis Antonio de Villena, ―Introducción. El decadentismo/ La decadencia‖, en Poesía simbolista francesa,
Introducción, selección, traducción y notas del mismo autor, Madrid, Gredos, 2005, p. 14.
161
Sixto Osuna, ―A propósito de un libro‖, revista Arte, núm. 4, 1de octubre de 1907, p. 62.
162
Jorge Olivares, ―El decadentismo en Hispanoamérica‖, Hispanic Review, Vol. 48, No. 1, Otis H. Green
Memorial Issue (Winter, 1980), University of Pennsylvania Press, pp. 57-76.
72
La década de 1890 significó una reorientación estética para las letras no sólo
latinoamericanas ―con Rubén Darío, José Martí, Leopoldo Lugones, José Asunción Silva,
Julián del Casal, entre otros―, sino también mexicanas. En nuestro país, de frente al
realismo ―nacional‖ a lo Altamirano, vuelto ya pintoresquismo y color local, surgió una
nueva generación capitaneada por Manuel Gutiérrez Nájera y José Juan Tablada que se
inscribió en una poética decadentista, cosmopolita, moderna. Un artículo decisivo para esta
nueva propuesta fue escrito por Gutiérrez Nájera en 1876 titulado ―El arte y el
materialismo‖, donde abogó por la libertad artística, rebelándose así contra el realismo y el
―asqueroso y repugnante positivismo‖ debido a la imposición de cantar al progreso, a la
industria y a los héroes. Si bien el Duque Job se había pronunciado contra la mimesis y
defendido en cambio la libertad artística, había aclarado que el arte debía ser bello, bueno y
verdadero; es decir, quería un arte moral e idealista, pues afirmaba que por fortuna: ―Al
lado de Las flores del mal de Charles Baudelaire, podemos ver aun Las contemplaciones de
Víctor Hugo‖.164
Pero, ¿no fue Baudelaire quien dijo que el arte positivista era una blasfemia? Más
allá de la razón por la que Gutiérrez Nájera ocultó su predilección por dicho poeta, en la
década de 1890 sí hubo quienes prefirieran a Baudelaire de modo abierto. Ellos fueron los
integrantes de la generación de poetas decadentistas ―Tablada, Jesús Urueta, Couto
Castillo, Olaguíbel, Dávalos, entre otros―, la cual, ―además de pugnar por los mismos
cambios que años antes Gutiérrez Nájera propuso (el idealismo del arte, el rechazo rotundo
a la mimesis, la búsqueda constante de la belleza, la renovación verbal, la transmisión de
sensaciones e impresiones…), fue un grupo que representó el ‗hastío‘, ‗las convulsiones
163
Antes que ofrecer una explicación del término en su función de categoría analítica utilizada por la crítica y
teoría literaria, nos proponemos esbozar su historia conceptual, es decir, tal como los literatos sinaloenses se
apropiaron de su sentido, así como sus relaciones con lo social. Como es sabido, además de su musicalidad
rítmica (la preferencia del verso alejandrino), el modernismo se caracterizaba por su nostalgia del pasado, por
su preferencia a lo exótico y por la heterogeneidad de prácticas, pues éste se encuentra constituido por
diversos ―ismos‖: parnasianismo, intimismo, simbolismo, misticismo, cosmopolitismo, decadentismo,
provincialismo, individualismo, etc. Vid. Álvaro Ruiz Abreu, Modernismo y Generación del 98, México,
Trillas, 1987.
164
La serie de artículos fue una réplica a una crítica hecha por P. T. (Pantaleón Tovar). Manuel Gutiérrez
Nájera, ―El arte y el materialismo‖, en Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz (Intr. y rescate), La
construcción del modernismo (Antología), México, UNAM (Biblioteca del Estudiante Universitario, 137),
2002, p. 12, 28. Vid. José Luis Martínez, op. cit., p. 1061 y ss.
73
165
Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz, op. cit., p. XX.
166
Dichos poetas eran José Juan Tablada (1871-1945), Amado Nervo (1870-1919), Ciro B. Ceballos (1873-
1938), Francisco M. de Olaguíbel (1874-1924), Balbino Dávalos (1871-1923), Jesús Urueta (1867-1920),
Bernardo Couto Castillo (1880.1901), José Peón del Valle (1866-1924). Vid. Belem Clark de Lara y Ana
Laura Zavala Díaz, op. cit., pp. XX-XXI, XXVIII-XXIX.
74
resultado de una nación que nace‖.167 Como ejemplo de este tipo de poesía, Campos
mencionaba a poetas de distintas entidades, entre ellos a Esteban Flores, Benjamín Retes Jr.
y Sixto Osuna, quienes vivían en Sinaloa. Un mes después se publicó un texto de J.
Baranda McGregor titulado ―El decadentismo‖, en el que, citando al crítico positivista
español Pompeyo Gener, señalaba que se trataba de una patología, una verdadera vesania y
no una simple neurosis, por lo que agregaba: ―En México, la delicuescencia se ha
desarrollado por espíritu de imitación, que sólo tenemos dispuesto para lo malo y nunca
para lo bueno: el modernismo nos atrae con oculta potencia de imán y nos arrastra en su
procelosa corriente. Así somos; es preciso que dejemos de ser así‖. Después de haber
llamado degenerados a los poetas, aducía que a México le correspondía la primavera, no el
invierno, y ―cuando debiéramos estar naciendo, estamos agonizando. Nos corresponde el
oriente, y ya vamos por el ocaso. En lugar de ir con nosotros vamos con el siglo‖.168
En 1897, cuando la polémica en torno al decadentismo estaba en auge, en Mazatlán
se parodió el poema ―Abrojos‖ de Rubén Darío: apareció publicado como ―Arrojos‖, y al
calce el nombre del nicaragüense. Si en aquél Darío expresó cómo había engendrado sus
coplas llenas de amargura, en éste se aconsejaría ―con sarcasmo― a un joven para que
pudiera escalar socialmente, recomendándole guardar silencio ante la crítica, así como
arrastrarse en el pantano: ―Y con que befe al que baje, / Y al que suba inciense, / El día en
que menos piense, / Será usted un personaje‖.169 Y pese a que el modernismo no fue una
práctica tan extendida en el suelo sinaloense, el profesor Luis H. Monroy, de Culiacán,
escribió un poema titulado ―Azul‖. Se trata de una ácida crítica, aunque con humor, en
contra de los rubendarianos:
167
Rubén M. Campos, ―La Literatura Realista Mexicana. La poesía naturalista‖, El ―Nacional‖ de México,
ECT, domingo 4 de julio de 1897, núm. 3879, p. 1.
168
J. Baranda McGregor, ―El decadentismo‖, ECT, Domingo 1 de agosto de 1897, núm. 3907, p. 1.
169
Rubén Darío, ―Arrojos‖, ECT, jueves 4 de marzo de 1897, núm. 3763, p. 4
75
170
Luis H. Monroy, ―Azul‖, ECT, domingo 17 de enero de 1897, núm. 3719, p. 1.
171
Victoriano Salado Álvarez, ―Los modernistas mexicanos. Oro y negro‖, El Mundo, t. II, núm. 390 (29 de
diciembre de 1897), p. [3]; Amado Nervo, ―Los modernistas mexicanos. Réplica‖, en El Mundo, t. IV, núm.
394; Victoriano Salado Álvarez, ―Los modernistas mexicanos. Réplica a Amado Nervo‖, ECT, 13 de febrero
de 1898; publicado en El Mundo, t. IV, núm. 406 (16 de enero de 1898), p. [4]; Amado Nervo, ―Los
modernistas mexicanos. Réplica a Victoriano S. Álvarez‖, ECT, febrero 20 de 1898; publicado originalmente
76
en El Mundo, t. IV, núm. 418 (30 de enero de 1898), p. [4], en Belem Clark de Lara y Ana Laura Zavala Díaz,
op. cit., pp. 203-212, 215, 225-230 y 249-258.
172
Sección ―Dominicales‖, ECT, marzo 6 de 1898.
173
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, Febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 88.
77
Preciso es confesar que nosotros, sin estar en ruina, andamos muy mal en cuanto
á literatura, y sólo falta que con el decadentismo nos invada también el
asqueroso y repugnante naturalismo de Zolá. Queremos á la humanidad bien
vestida y no harapienta. Cuando se aplauden libros del género de Teresa Raquín
y L’Assommoir, se está muy cerca de producir obras como Beggar, comedia del
cínico Gay, en la cual, según M. de Chateaubriand, figuran como protagonistas
un ladrón y una ramera.174
La mojigatería del crítico es palmaria; aparte, no sólo censuró las novelas de Zolá, sino que
le impidió la lectura del libro Pordiosero, de Gay de Maupassant, y si lo leyó, hizo notar
que sabía de su contenido por Chateaubriand, autor romántico a quien veía como una
autoridad. En 1901, Híjar y Haro volvería a la carga contra los modernistas en su artículo
―Quistes literarios‖, tildando sus producciones, según el título, como un error en el
desarrollo literario. Francisco Medina aludido por el crítico, replicaría airado con su texto
―Desquites‖ ―evidenció además la brecha generacional―, y recordaría aquella acusación
contra Beggar, comedia de Maupassant:
174
Samuel Híjar, ―Pinceladas‖, BS, septiembre 15 de 1897, núm. 1, p. 3
175
Francisco Medina, ―Desquites‖, ECT, domingo 26 de mayo de 1901.
78
contribuía ―en su pretensión cientificista― a exhibir los vicios humanos, sin que el
narrador tomara parte en ello. Pero, por otro lado, eso no lo eximía de admirar y leer a los
poetas modernistas: ―en breve ―decía Medina― Lugones, Darío, etc., llevarán el eco de
las masas, porque ellos son los precursores de un movimiento intelectual; que benéfico o
fatal, se va desarrollando y echando raíces, como una manifestación evolutiva de la
inteligencia; díganlo si no las modernas revistas europeas y americanas‖. 176
Sin embargo, puede decirse que en Sinaloa, como seguramente sucedió en otras partes
del país, la práctica modernista se circunscribió, además de retomar las formas métricas
(versos alejandrinos) y ciertas imágenes parnasianas, a la apropiación de dos máximas ya
establecidas: la prosecución de la belleza y la verdad; es decir, las letras sinaloenses, a
pesar de que algunas se inscribieron en la práctica modernista, no dejaron de ser románticas
ni positivistas. Aquella apreciación respecto al arte dada por Gómez Flores en la década de
1870 no había sido abandonada; para él, el fin exclusivo del arte era ―la creación de
hermosura‖ a través de ―lo real imitado con ámplia y completa libertad‖, además debía ser
también útil, pues el arte influía ―mucho en la mejora y pulimento de las costumbres [por lo
que] se deduce que cuando ménos debe estar obligado á no alzar cátedra de vicio ó
desmoralización‖.177
Gracias a Francisco Medina, quien en 1904 cuestionó a los literatos a cerca de lo que
pensaban del arte, podemos verificar que la definición dada por Gómez Flores ―a pesar de
la presencia del modernismo― no se había modificado, o bien, se le había hecho pasar por
el tamiz de la moral.178 José Rentería, basado en el ideal platónico reactualizado por el
neoclasicismo, afirmaba: ―es la expresión de la verdad inmanente bajo formas diversas
aplicado al bien material, puede limitarse al orden y armonía de las partes. Para sustento del
alma, ha de ir de belleza en belleza hasta la suprema; ha de ser el sentimiento de lo infinito
dirigido al infinito‖. Julio G. Arce, por un lado citó al modernista Jesús Urueta para afirmar
que el arte era una oración (el arte es ―la hostia de los elegidos‖, decía éste en una carta que
le escribiera a Tablada a propósito del decadentismo), y por otro, Arce expresó ―con
humor― que consistía en hacer preguntas a través de tarjetas postales; más allá de la
broma, la representación que se hizo del arte fue construida con el elemento burgués de la
176
Ídem.
177
Francisco Gómez Flores, Bocetos…, op. cit., p. 145.
178
Francisco Medina, ―¿Qué es el arte?‖, MEF, 6 de octubre de 1906.
79
vida social que se cimentaba en la entidad: Eutimio B. Gómez diría, por ejemplo, que era
―una bella distracción de la gente que no tiene mucho que hacer; y Carlos Urrea mencionó
que se trataba de sentir una vibración solemne ante la presencia —como decía Zolá— de
―un girón de la vida visto a través de un temperamento‖, mientras que Jesús G. Andrade,
también lector de la reciente tendencia, señaló un tanto burlón: ―Siento el Arte con más
profundidad y con más fanatismo que los chinos el budismo esotérico‖; y aunque de la
nueva generación, Abelardo Medina reveló a través de un poema que el romanticismo, en
realidad, se negaba a morir:
179
Abelardo Medina, ―Mi opinión acerca del arte. Al Sr. Francisco Medina‖, EMS, jueves 1 de diciembre de
1904, núm. 927, p. 2.
180
Carlos Filio, ―Con motivo de los Juegos Florales. A los alumnos del colegio civil ―Rosales‖, EMS, 22 de
diciembre de 1904, núm. 933, p. 2.
80
ofendido, señalaba que no compartía dicho criterio, pues estos literatos habían producido
bellas obras. Entre ellos mencionaba a Baudelaire y a Jean Richepin, de Francia, así como
a los latinoamericanos Darío y José Juan Tablada, Nervo, Francisco M. Olaguíbel, Ciro B.
Ceballos, Honorato Barrera, Eduardo J. Correa y Pedro R. Zavala, algunos de estos
últimos colaboradores de la revista que dirigía, por lo que solicitaba:
Esperemos pues que nuestro querido colega, tan juicioso como sensato, se
servirá modificar el juicio que de la escuela moderna se ha formado, juicio que
ni los más ardientes cultivadores del clasicismo se habrían atrevido a lanzar. Si
la escuela moderna tiene sus deficiencias, cuántas bellezas en cambio nos
presenta!181
181
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, noviembre 1 de 1898, núm. 22, p. 176.
182
Efrén del Castillo, ―El jardín blanco‖ (Para ―El Monitor Sinaloense‖), EMS, domingo 22 de mayo de 1904,
núm. 872, p. 1.
81
La réplica / paráfrasis del poema de Machado realizada por Del Castillo es sintomática:
concentra la pugna entre la ideología del progreso con su némesis, la decadencia. Como se
demuestra, el programa nacionalista seguía vigente, así como también el imperativo de
escribir y tratar de una realidad bella, ideal y progresista a fuerza de representarla. Se
suponía así que, como la nación mexicana acababa de nacer, le correspondía una literatura
acorde con su realidad: una literatura vital, radiante, en crecimiento, por lo que no debía
adoptar los puntos de vista de la literatura de otras civilizaciones que, algunas, ya estaban
en declive.
En ese mismo año, en 1904, desde Culiacán, A. Hernández y Cid escribiría un
artículo titulado ―Modernismo‖, donde iniciaba diciendo que muchos de sus lectores
habrían escuchado esa palabra y no sabrían ―lo que tal palabra representa en el arte‖, y se
preguntaba: ―¿Es el progreso? ¿Es la degeneración?... Lo ignoro. Quédese para personas
más inteligentes dar una contestación categórica á estas preguntas‖; sin embargo, añadía
que, en lugar de eso, iba a presentar a uno de los prosélitos del ―algebrismo literario‖ y acto
seguido describía a una persona de melena larga, sombrero de lado, con una pipa y que leía
el libro Gris, de Rubén Darío.183
Otra manera de cómo la vertiente decadentista del modernismo fue contenida,
atajada, se encuentra en un poema de 1903, de Enrique González Martínez titulado ―A un
poeta‖, donde critica de manera corrosiva dicha tendencia pues le cuestiona al sujeto lírico
―a través de un vocativo― por qué cantaba como un cisne moribundo si el sol apenas
despuntaba, y proseguía:
[…]
183
A. Hernández y Cid, ―Modernismo‖, EMS, 1 de mayo de 1904, núm. 866, p. 2.
184
Enrique González Martínez, ―A un poeta‖, Preludios, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de M. Retes y
Cía. Sucs., 1903 (Edición facsimilar), Poesía I, México, El Colegio Nacional, 1995, pp. 26-28.
82
González Martínez fue sobre todo un poeta simbolista cuya finalidad era, según la poética
que también compartió Nervo, encontrar relaciones del mundo físico con el espiritual. No
obstante, es claro que este poema expresa una evasión de la realidad: el desvío de la vista
de lo social hacia lo natural; asimismo, prócer del Ideal ―un ideal positivista según se
ve―, para calmar las ansias de la mente, decía en otro poema que tenía un tesoro: ―un cielo
azul, sereno y esplendente, / y un sol de fuego cuya lumbre adoro‖. 185 Su mayor riqueza
era, pues, la naturaleza; de ahí que produjera una poesía, como decía Rubén del Campo, del
paisaje regional. Hacia 1907, cuando dio a conocer su segundo libro llamado Lirismos, el
poeta se manifestó más decantado hacia el simbolismo, pues fijó en ―Lo que dice el poeta‖
su propia poética, la cual, en aras de hallar una relación entre las cosas y el alma, glosaba
acerca de lo indecible: ―En vano martirizo la mente porque ahonde / Enigmas y misterios;
en vano el alma vuela / De un astro persiguiendo la fugitiva estela… / ¡El rastro se me
pierde y el luminar se esconde!‖.186
Es verdad que para 1907, como decía Sixto Osuna a propósito del poemario Libro
de ensueño y de dolor de Luis Rosado Vega, el modernismo ya era un movimiento literario
aceptado por las autoridades literarias, como Emilia Pardo Bazán o Miguel de Unamuno, y
además señalaba que si bien el pesimismo no era laudable, este tópico no era nuevo en el
arte; finalmente, que un poeta no fuera popular sería motivo de orgullo, pues el número de
analfabetas en los países latinoamericanos era demasiado alto.187 Por su parte, el español
Pedro de Répide, hacia 1908, lo expresaría de mejor manera: ―Modernista es el que marcha
con su tiempo‖, y añadía: ―Yo confieso que creo en la imbecilidad de las masas, y
desprecio el criterio de generalidad de las gentes. Seamos los sacerdotes de la Belleza, y
preocupémonos de ella sobre todo‖.188
En resumen, puede señalarse que el modernismo fue paulatinamente reformado: de
haber sido, vía el decadentismo, un grito de rebelión contra la moral burguesa, estas aristas
se le fueron limando hasta dejar tan sólo la preocupación por la Belleza y ya no una crítica
contracultural. En Sinaloa, el modernismo no logró florecer de la misma manera que en el
185
Ibíd., ―Opulencia‖, p. 39.
186
Enrique González Martínez, ―Lo que dice el poeta‖, Lirismos, Mocorito, Imprenta Editora de Voz del
Norte, 1907 (Edición facsimilar), ibíd., p. 163.
187
Sixto Osuna, ―A propósito de un libro‖, Arte, Octubre 1 de 1907, núm. 4, pp. 72-76.
188
Pedro de Répide, ―El Modernismo‖, Arte, Mayo de 1908, núm. 5, T. II, pp. 195-196.
83
centro del país, ya que la férrea moral que imperaba, así como las condiciones políticas
subyacentes, censuraron este movimiento literario; asimismo, el estilo que prevaleció fue el
romántico que, incluso, modificó la perspectiva del realismo/naturalismo al implementar
una función moralizante. Así, todas aquellas expresiones que hicieran referencia a la
decadencia, física o moral, merecía una dura condena por parte de la crítica literaria.
Una de las figuras del literato proyectada durante el Porfiriato, dentro del proyecto
romántico de crear una literatura nacional, es aquella surgida de la imagen francesa del
filósofo y retomada luego por la Ilustración española: la del homme ilustré, o escritor
público, cuyos caracteres más relevantes son la erudición, el espíritu liberal y, sobre todo,
su opinión, valorada como verdadera, imparcial y objetiva.189
Un literato, según la definición usual en lengua española, era un hombre erudito,
―docto y adornado de letras‖; y aunque en el siglo XIX designó también al abogado, se
aplicó especialmente al que tenía dominio de materias como la gramática, la retórica, la
filosofía y otras ramas del saber.190 Sensu strictu, de los escritores sinaloenses de la época,
Francisco Gómez Flores es quien más encarna la figura del literato y quien mejor trazó sus
principales rasgos; al emitir sus juicios en materias diversas en los periódicos y enfrentar a
los poderes (el del Estado, el eclesiástico, el de la prensa), describió también las cualidades
que debía tener el escritor público, basando su capacidad crítica en la razón, en la actitud
desapasionada y bajo la divisa del bien social.191
189
Para Darnton, J. J. Rousseau se convirtió en el primer antropólogo al criticar la sociedad en la que vivía y
descubrir las formas simbólicas del poder, pues renunció ingresar a la alta sociedad al darse cuenta de la
corrupción y descomposición moral que la afligía. Rousseau escribió así su Discurso sobre las artes y las
ciencias, el Discurso sobre el origen de la desigualdad y El contrato social. Robert Darnton, ―La vida social
de Jean-Jacques Rousseau. La antropología y la pérdida de la inocencia‖, El coloquio de los lectores, FCE,
2003, pp. 255-268.
190
Diccionario de la Academia de Autoridades, 1729, pp. 389, 2-417, 1.
191
Su trabajo intelectual Gómez Flores lo desarrolló en la prensa y, aunque no fue un creador literario, su
conocimiento de la literatura lo convirtió en un reputado crítico. No sin cierta desazón expresó que el mayor
enemigo de la literatura era el periodismo, al que calificó ―obra fugitiva y baladí, hecha á escape, que no vive
más que un día, como las rosas de Malherbe, y en la que se gasta y despilfarra acaso la cantidad de talento
necesario para escribir una biblioteca‖. Vid. Francisco Gómez Flores, ―Cabos sueltos‖, Humorismo y Crítica,
p. 127.
84
192
Ibíd., p. 38.
193
Francisco Gómez Flores, ―Merlín a sus amigos (confidencias infernales)‖, Humorismo y crítica, op. cit., p.
35.
194
Ibíd., p. 38.
195
Francisco Gómez Flores, ―Observaciones sobre el drama ‗Bienaventurados los que esperan‘ del Lic.
Alfredo Chavero, Bocetos literarios, op. cit., p. 154.
85
todos ellas regidas y aureoladas por la objetividad. La crítica, pues, era igual a esas
herramientas científicas:
Otra cualidad inherente a esta figura del literato era el uso del lenguaje de forma correcta,
poseer ese ―estilo donairoso y lleno de gracejo‖. Este atributo pertenecía más al viejo
periodismo, aquel que tenía ―como señalaba desdeñoso Rafael Reyes Spíndola― ―esa
196
Francisco Gómez Flores, ―Cartas literarias de D. Victoriano Agüeros‖, Ibíd., p. 30.
197
Francisco Gómez Flores, ―Literatura doméstica‖, Ibíd., p. 24.
198
Francisco Medina, ―Charlas ligeras (con sus puntas y ribetes de política y literatura)‖, ECT, sábado 14 de
septiembre de 1901.
86
misión casi divina, doctrinaria y sagrada, que la obligaba a tomar la entonación magistral y
la frase altisonante y pomposa para el asunto más baladí‖.199 Fue en esa prensa en donde
Gómez Flores se había formado, y desde la cual pretendía la tarea de educar al pueblo y
opinar asuntos de trascendencia social; por lo que, para educar al pueblo, debía observar
estrictamente las normas del lenguaje. Imitó así, de los literatos a quienes admiraba, el
―estilo castizo, elegante y la belleza de la forma‖, según sus palabras; además, juzgaba que
se tenía el deber de conocer el idioma, si no al grado de poder situarse entre los académicos
de la lengua, ―sí por lo menos lo suficiente para no bastardearle con dicciones y giros
viciosos‖, asimismo, no podía permanecer impasible viendo como algunos escritores poco
escrupulosos contribuían ―con su óbolo de zafiedad y rustiquez al estrago y la
corrupción‖.200 Fue, pues, un purista de la lengua española.
Todos los rasgos delineados por Gómez Flores, finalmente, confluyen y se concentran en
la identidad de una figura literaria: en el Quijote, personaje extraído de la novela de Miguel
Cervantes de Saavedra, que, por antonomasia, simbolizó al hombre idealista que luchaba
por la humanidad. No obstante, se trata de un Quijote distinto trazado por el autor español,
ya que ocurrió una apropiación por parte de los románticos: es, en este sentido, un Quijote
ilustrado, un caballero que luchaba por el saber y la verdad; una figura con un carácter casi
199
Lo lapidario del juicio de Reyes Spíndola correspondía a la aparición reciente del reporter, cazador de
noticias sensacionales, recién afiliado al periodismo moderno. Rafael Reyes Spíndola, El Imparcial, 6 de
marzo de 1897, p. 1, en Alberto del Castillo Troncoso, ―El surgimiento de la prensa moderna‖, La República
de las Letras, Vol. II, op. cit., p. 111.
200
Francisco Gómez Flores, ―Á diestra y siniestra (cabos sueltos)‖, Humorismo y crítica, op. cit., p. 175.
87
científico, armado con su pluma y su conocimiento. Por tal razón, Gómez decía: ―el escritor
público está obligado a defender sus convicciones y a combatir las que en su concepto
perjudiquen la cultura humana‖.201 Su misión era noble e incomprendida. Como un nuevo
Quijote en el campo de las letras, nadie le agradecía al periodista ―sus servicios a una causa
quimérica como es la de la humanidad‖ y, al mismo tiempo, era víctima de ―uno que otro
zángano ó moscardón, de los que nunca faltan en la colmena de la envidia, zumbe a sus
oídos palabras de odio y de despecho‖.202
Se configuró así la representación del literato desde una visión romántica,
idealizada, que se inspiró en la célebre novela cervantina. El literato-periodista, pues, debía
decir la verdad, aunque hiriera; de corazón puro, su única intención era producir el bien;
honrado, no atacaba a las personas, sino a sus obras, siempre con buena fe y respetando la
dignidad humana. Estas cualidades que exigía al periodista, le fueron reconocidas al propio
Gómez Flores por Adolfo Avilés y D. V. Sandoval en un poema escrito al alimón por estos
mocoritenses, donde se revela con mayor nitidez la imagen del homme ilustré quijotesco.
En esta composición destacan las líneas configurativas de esta representación, pues lo
describieron —en los dos cuartetos— como el ―apóstol incansable de la idea‖, y, a través
de la prosopopeya, fue erigido en la personificación misma del conocimiento: ―Has sido
siempre una esplendente tea‖; se le reconocía su entrega y sacrificio, pese a que los necios
no creyeran en sus nobles esfuerzos. Pero es en los dos tercetos donde la nueva figura del
Quijote surge con claridad:
201
Francisco Gómez Flores, ―Sobre la brecha‖, ibíd., p. 137.
202
Ibíd., 127.
203
Adolfo Avilés y D. V. Sandoval, ―Al periodista Francisco Gómez Flores‖, La Opinión de Culiacán, 24 de
marzo de 1888.
88
comparada por los cronistas o narradores con el pincel o la cámara fotográfica, en aras de
señalar que buscaban copiar o imitar de manera fidedigna la realidad, mientras que los
poetas usaban ―la lira‖ al escribir; sin embargo, los críticos habrían de equipar este objeto
con una lanza para resaltar, en primer grado, que eran luchadores del ideal: la verdad; y en
segundo lugar, para mostrarse como escritores quijotescos, es decir, como unos idealistas
incomprendidos. De este modo, a través de la crítica librarían debates desde el campo de la
prensa; estas polémicas, como era convencional durante la época, adquirieron los motes de
luchas, lizas, peleas, batallas, regidas por el código del honor y el respeto, aunque no
siempre fueron caballerescas. Un caso significativo de esta simbolización lo constituye
Francisco Medina, quien se envistió como el caballero Juan Montañés para atacar con su
pluma-lanza los poemas de David I. González, Florentino Arciniega y Ledesma, Rafael
Serrano, entre otros; por lo que diría:
Medina, situado en el campo intelectual, pugnó por ser un representante literario ante su
propio grupo. Sin embargo, para que fuera legítima, la lucha debía ser entre pares, pues
como Esteban Flores, redactor de El Correo, le explicaba a Medina, había omitido su
crítica a la obra de Herlindo Elenes Gaxiola porque éste ―no escribe, no lucha, está
aplacado por su fracaso político, y creo poco caballeroso (perdóneme Montañés) los
ataques que se le dirijan. ¡Esa robusta mano, querido Juan, sólo debe herir a los que están
en pie!‖.205 En este sentido, la pluma designó, metonímicamente, el conocimiento como un
arma, el cual fue uno de los bienes más valorado e incluso publicitado por los mismos
literatos; pues aparte de la pluma, el símbolo más significativo, la frente y la vista cansada
fueron dos partes del cuerpo humano que se mencionaron con reiteración para aludir que la
frente amplia representaba el habitáculo del saber, mientras que la miopía era prueba de las
muchas lecturas y de los vastos conocimientos adquiridos; sobre esto último, Gómez Flores
reconoció, desde la portada de su libro Narraciones y caprichos, que tenía ―mala vista‖;
204
Francisco Medina, ―Charlas ligeras‖, ECT, sábado 14 de septiembre de 1901, núm. 5163, p. 2
205
Esteban Flores, ―Respuesta‖, ECT, julio 22 de 1901. (Las cursivas son mías).
89
asimismo, Francisco Medina al observar un retrato de Ciro B. Ceballos hecho por Julio
Ruelas, expresó: ―los lentes denunciadores de la miopía de los que viven encorvados sobre
el libro o sobre la nítida cuartilla de los cerebrales que parecen empeñados en agotar la
virtud visual de las pupilas para recogerse, con sus ensueños, a la delectación de la vida
interior‖.206
Pero fue la pluma el objeto más aludido. Ésta representó un arma para luchar por los
ideales, y fue usada la locución adjetiva: ―pluma en ristre‖, para aludir a que estaba
empuñada y lista para ser utilizada, como decía don Quijote de su lanza; de esta forma,
después del deceso de Adolfo O‘Ryan (ocurrió el 13 de noviembre de 1900), se afirmó de
él que
El arma de la pluma había sido, en Gómez Flores, un bisturí, un instrumento de ciencia: ―si
a veces brota de ella, candente, la sátira, o picamos con el escalpelo algún defecto social o
alguna ridiculez literaria, guardamos el debido respeto a la dignidad humana‖; 208 pero una
representación hecha por Ciro B. Ceballos de la pluma de José Ferrel, ésta apareció como
un arma poderosa, similar al mitológico tridente del Júpiter tonante, quien, si bien era sabio
y justo, poseía un gran temperamento. En su reseña, Ceballos identificó a Ferrel con
Lanzarote, aquél caballero de las leyendas artúricas:
Sucedió casi á la mitad del primer sexenio del siglo pasado que, armado de todas
armas, como un verdadero Lanzarote, arribara á la ciudad un lírico aventurero,
que venía á sustentar, contra un hábil esgrimista, en un lance de los llamados de
honor, las teorías literarias que, en nervioso estilo, había proclamado en los
renglones de cierto libro de crítica, publicado y suscrito con su firma, en un
pintoresco puerto del mar Pacífico.
206
Francisco Medina, ―Intelectuales mexicanos. Ciro B. Ceballos‖, MEF, 10 de mayo de 1905, núm. 717, p.
1.
207
Anónimo, ECT, jueves 14 de febrero de 1901, núm. 5204, p. 1 (Las cursivas son mías).
208
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 265.
90
Asimismo, ―romper lanzas‖ significó entablar una polémica: una declaración de ―guerra‖;
pero también simbolizó la rendición con honor o el sacrificio. Julio G. Arce, tras cumplir
cinco años como director de El Mefistófeles, señaló en la nota editorial que se había ceñido
a un programa de honradez y justicia, y añadía: ―En él hemos perseverado, forma de
nuestra divisa y romperemos en mil pedazos la pluma antes que abandonarlo‖.210 Por medio
de la metonimia, la pluma también representó al escritor, pues años atrás el mismo Arce
había dicho: ―Mi pluma rechaza la hospitalidad que se le brinda con ultrajes poco generosos
y con ironías punzantes‖, para referirse a una crítica hecha por El Monitor Sinaloense y
para solicitar que su nombre fuera retirado del directorio, donde aparecía como
colaborador.211
Por otro lado, a propósito de las críticas vertidas por Faustino Díaz y Antonio
Moreno en El Monitor Sinaloense contra la antología Letras Sinaloenses ―una serie de
alocuciones escritas con motivo del aniversario de la batalla de San Pedro―, Esteban
Flores hacía referencia, a través del símbolo de la serpiente para aludir que no albergaría su
pluma sentimientos rastreros: ―¿Qué el primer tomo de Letras es un adefesio? Enterados y
al archivo. Por eso no he de fruncir el ceño, perder el apetito y sentir que se me enrosca en
la pluma la víbora del despecho á laborar una venganza miserable‖.212 T. Camacho, casi
igual que la metáfora de Flores, comparó la pluma del crítico con una serpiente que
destilaba odio por sus colmillos:
209
Ciro B. Ceballos, ―Fragmento de un artículo de Ciro B. Ceballos, José Ferrel‖, ECT, martes 3 de octubre
de 1901, s.n., p. 1
210
―El primer lustro, un año más‖, EMF, septiembre 26 de 1906, núm. 1139, p.1
211
ECT, ―El Monitor Sinaloense‖, jueves 8 de agosto de 1901, núm. 5130, p. 1.
212
Esteban Flores, ―Crónica‖, ECT, domingo 29 de septiembre de 1901, núm. 147, p. 2 Las cursivas son mías.
91
Ahora bien, si por un lado se configuró la representación del Quijote, por otro lado se
desarrolló también la de su contraparte, la de Sancho Panza. Ésta otra figura reunió los
atributos negativos del literato, aquél que se puso al servicio del poder y que, en lugar de
decir la verdad, mentía o la ocultaba; en lugar de ser idealista, era práctico o convenenciero;
y en lugar de luchar por la sociedad, era presa del egoísmo. Se acuñó así el adjetivo
―pancista‖ para denominar a este tipo de literato, el cual se aplicó a los artículos
213
T. Camacho, ―El criticador‖, EMS, 14 de enero de 1900, núm. 475, p. 3.
214
Esteban Flores, ―A un bardo‖, ECT, domingo 21 de mayo de 1899, núm. 21, p. 2
215
Ignoto, ―Mi pluma‖, Letras sinaloenses, MEF, septiembre 29 de 1906, núm. 1142, p. 1
216
Calixto Velado, ―El periodista‖, ECT, viernes 30 de agosto de 1901, núm. 5149, p.3
92
periodísticos o a la prosa misma. Los literatos idealistas veían a la prensa como un espacio
corruptor, donde la literatura casi no tenía cabida. Gómez Flores dijo que el peor enemigo
de la literatura era el periodismo, pues distraía a los talentosos que podrían conformar una
biblioteca con sus obras; mientras que Miguel Mercado, personaje de la novela Los triunfos
de Sancho Panza de Heriberto Frías, habría de señalar: ―El éxito de mis articulejos no se
deben a otra cosa [la verdad], porque convendrás que como literatura son detestables‖.217
La novela Los triunfos de Sancho Panza de Heriberto Frías, revela desde el título su
intención: señalar que el fiel escudero se había impuesto, con su criterio y su sabiduría
popular, al Quijote. Frías escenificó en su relato la pugna interior de la que fue víctima el
protagonista, Miguel Mercado: siendo un periodista crítico (había relatado la guerra de
exterminio contra los indios tomoches, por lo que estuvo a punto de ser fusilado), arribó
proveniente de la ciudad de México al puerto mazatleco para dirigir el periódico El Faro,
con la única esperanza de llevar una vida tranquila y no meterse más en problemas, pues
sabía que no podía hacer ya un capital y que de seguir así sería siempre un ser
insignificante, por lo que
Pensó esconder las brasas que aún quedaran vivas de su temperamento ardiente
y sentimental, echando cenizas frías de sentido práctico, de las muchas que había
en torno sobre las chispas que aún restasen de su alma cívica. Determinó abolir
lo que él llamara sus quijotismos, resolvió no meterse nunca más por cuenta
propia en lo que no le importaba, sabiendo ya a qué atenerse respecto a tantas
palabras que en su pesimismo juzgaba con Nordeau, mentiras convencionales:
religión, política, periodismo, honradez, libertad y justicia.
Triunfaba en él Sancho Panza. Quería vivir lo más sano y libre de
preocupaciones que fuera posible, vivir tranquilo aunque fuese cuidando gansos,
vivir y morir en paz, lejos del enorme teatro político donde representábase por la
vasta corte del dominador la gran comedia de una república de sarcasmo.218
219
Ibíd., p. 80.
220
Ibíd., p. 84.
221
Ibíd., p. 85.
94
Porque durante algún tiempo vivió, aunque no con vida propia, y vociferó,
aunque con boca de ebrio, esa prensa pequeña, soez é inmunda que nosotros
222
Ibíd., p. 202.
223
Ídem.
224
Ibíd., p. 203.
225
Francisco Gómez Flores, Humorismo y crítica…, op. cit., p. 361.
95
combatimos con brío hasta verla desaparecer, convencidos de que era indigna de
nuestra sociedad y del buen nombre de la administración de Sinaloa.
[…]
La prensa se corrige con la prensa.226
Aparte de estas luchas de representación, otra que se dirimió fue por parte de los literatos
mayores contra los jóvenes, donde estos últimos fueron vistos por los literatos viejos como
una amenaza contra el oficio, criticando la inexperiencia y la falta de estudios; en 1891
fueron calificados por ―Jorge‖ como una plaga social que tomaban por asalto a la prensa, y
se apoyaba en Manuel Acuña para mejor argumentar su percepción, pues decía que era un
castigo de Dios: ―Esa turba de mocosos/ Sin quehacer ni ocupación,/ Que a falta de otra han
tomado/ La carrera de escritor‖.227 De igual modo Gómez Flores veía a los poetas neófitos
como una avalancha terrible que se avecinaba en la prensa, y debido a que Adolfo O‘Ryan
se propuso defenderlos, Gómez, además de realizar una crítica certera, compuso un poema
lapidario en el que decía:
De novísima invención
hay una casta de pollos
que llena con sus embrollos
á toda la población.
Literatos botarates,
bardos y escritores módicos,
abastecen los periódicos
de chismes y disparates.228
Y tras señalar que con sus poemas quizá encontraran un laurel en el fondo del pesebre, y
que cantaran, pero lejos donde nadie los escuchara, concluía con mayor énfasis:
226
―Un periódico pequeño‖, ECT, Octubre de 1901, s.n., p. 2 (Las cursivas son mías).
227
―Jorge‖, ―Una plaga social‖, ECT, mayo, viernes 8 de 1891, núm.1789, p. 2.
228
Francisco Gómez Flores, ―Cuestión zenónica, o sea el proceso de los neófitos‖, Humorismo y crítica…,
op. cit., pp. 220-222.
96
Otra sátira la publicó ―Boby‖ en 1892, con el título ―Literatos noveles‖, donde si bien
reconocía unos tenían éxito y otros no, eran iguales por ―su modo de obrar y sobre todo en
el alto concepto que de sí mismo tienen‖. En suma, los representó como numerosos: ―a la
vuelta de la esquina se encuentra Usted con un aspirante a académico‖; como ahítos de
vanidad: ―que porque ha escrito dos o tres articulejos cree que lleva al rey de las orejas‖;
como desdeñosos con la crítica: ―¿Los críticos? Bah! los mira con el más profundo
desprecio, porque son la rémora del adelanto literario‖, y como carentes de sentido común
y, por si fuera poco, aferrados a la imprenta, lo cual era un verdadero peligro: ―¡Lástima
que a invento tan glorioso resultaran unidos, como el molusco a la concha, los literatos
noveles!‖.229 Por su parte, Antonio Prieto llamaría a quienes apenas se internaban por el
sendero de la poesía como ―Byron de mostrador‖ y ―pobrecitos románticos cursis‖, y con
un tono paternal sugirió: ―Pues como yo pudiera, yo les recomendaría á los papás de los
románticos que si éstos, tratados por la vía húmeda no se curaban con duchas escocesas,
recurrieran á la vía seca: nalgada limpia‖.230
Gómez Flores, más enfático aún, ironizaba con el hecho de que los jóvenes
intentaran escribir poesía, pues decía: ―si Dios me concede en su infinita misericordia la
edad de Matusalén, á fines del siglo venidero, cada muchacho que nazca en Sinaloa, nacerá
provisto de su correspondiente cítara‖;231 asimismo aseguraba que en Sinaloa no había
poetas, lo que había eran poetas ramplones, copleros incipientes, vates trasnochados, bardos
ridículos, trovadores de callejuela; y prolongando el comentario de un crítico del periódico
La Libertad, quien recomendó a los poetas que se dedicaran a la agricultura pues no servían
para nada, aquél añadió: ―Pues ya se han dedicado á una industria más productiva: á los
empleos públicos‖.232 Se terminó así por representar al literato como un auténtico buscador
de cargos públicos. Hacia 1902, con gran dosis de sarcasmo ―Apocalíptico‖ escribió un
retrato de Julio G. Arce, parodiándolo a través de un monólogo:
Ahora tengo firmes propósitos: que no me oiga nadie, voy a ser el primer poeta
[…] ¿Quién puede resistir a un hombre que pertenece a la segunda reserva del
229
―Boby‖, ―Los literatos noveles‖, El Occidental, martes 26 de abril de 1892, s. n., p. 2
230
A. Prieto, ECT, Lunes 19 de junio de 1891, núm. 1831, pág. 2.
231
Francisco Gómez Flores, ―Apuntes para la historia (Sacados de un libro inédito)‖, Humorismo y crítica…,
op. cit., p. 49.
232
Ibíd., p. 110.
97
Por último, donde se satiriza a los aprendices de literato de una forma radical es en el
artículo ―Yo quiero ser literato‖, el cual fue construido como un diálogo entre un joven y un
veterano, donde el primero es el aspirante y el segundo, un conocedor del oficio. De
entrada, se le representó como un hombre ávido de conquistar fama y dinero, así como el
prestigio que esta ocupación había adquirido ante la sociedad:
Después de haber expuesto el escritor experimentado de forma puntual cada uno de los
requisitos, el aspirante a escritor, rendido, dirá:
Este tipo de representaciones, donde los nuevos literatos fueron duramente criticados,
obedeció posiblemente al aumento considerable de profesionistas que emanaban de los
colegios. Aunque no fueron muchos los letrados, es considerable si se compara con la
pequeñez de las ciudades principales, donde estaban las principales fuentes de trabajo: los
periódicos. Además, hay que subrayarlo, durante el Cañedismo los intelectuales tuvieron
233
―Apocalíptico‖, ―En el Olimpo. Julio G. Arce‖, El Popular, jueves 7 de agosto de 1902, núm. 1, p. 1.
234
Un aprendiz, ―Yo quiero ser un literato‖, ECT, op. cit.
98
importante participación, sobre todo porque el general Cañedo no tenía muchos estudios;235
un incremento de escritores, en este sentido, desestabilizaba el establishment y los literatos,
ya consagrados y con posiciones importantes, los vieron como un peligro que debía ser
atajado.
En la época finisecular sinaloense la representación del bohemio sufrió una brusca y radical
metamorfosis, como sucedió posiblemente igual en otros lugares de la provincia de
Hispanoamérica. De ser una figura de la contracultura del mundo cosmopolita de París
―catedral de la cultura occidental―,236 los literatos de las pequeñas ciudades de Mazatlán
y Culiacán se la apropiaron de un modo peculiar: le quitaron su carga negativa y la
erigieron como la imagen idílica del artista o del poeta: un trabajador de la belleza, un
moralista, un pontífice de la virtud.
Poetas y artistas franceses, es cierto, se habían apropiado de la cultura gitana (de la
región Bohéme) para protestar contra la sociedad burguesa y sedentaria: el viaje, la escasez
de bienes y vivir de la música o del arte del timo, los inspirarían para configurar su propia
representación. La imagen del bohemio en la literatura francesa fue homogénea: se trató de
un hombre mísero, con libertad absoluta, vicioso y de mala reputación, pero sobre todo su
vida la consagraba al arte y a la belleza, únicas virtudes en las que creía. Un poema de
Maurice Rollinat, poeta considerado como el iniciador del decadentismo y autor del
poemario Les néuroses (1883), expresa con exactitud los rasgos identitarios de esta figura:
235
Félix Brito lo ha señalado: ―No se tiene conocimiento del nivel de estudios alcanzado por Cañedo, pero es
lógico suponer que fueron escasos y que no rebasaron los primarios‖, op. cit., p. 31.
236
Según el romántico Henri Murger, primero en emplear el término, la bohemia no era posible sino en París;
asimismo, Giacomo Puccini retomaría su obra para realizar el libreto de ―La Bohème‖. Acerca del prestigio
de la cultura de París, vid. Jacques Dugast, ―El prestigio de París en Europa‖, en La vida cultural en Europa
entre los siglos XIX y XX, Madrid, Paidós, 2003, p. 81.
99
Asimismo, la figura textual tuvo una correspondencia plena con la vida social de los
artistas. Les poetes maudits fue un término acuñado por Verlaine en 1888 para designar a
poetas cuya juventud sin freno los volvió antisociales, además de su sino trágico.238 Esta
pléyade de poetas malditos ―a la que otros más se agregarían― transgredió la moral de la
época, y encarnaron el mundo marginal de la Literatura. Las representaciones del bohemio
en el transcurso del siglo XIX tuvieron su expresión más acabada en el personaje Duc
Floressas des Esseintes, protagonista de la novela Al Revés de Joris Karl Huysmans (París,
1848-1907). Este personaje, ante el proceso industrial, se volvía al arte y sobre sí mismo
para convertirse en un esteta cerebral; asimismo, su abulia le impedía participar en
cualquier actividad; su pesimismo crónico lo hundía en la melancolía y el hastío; ante el
supuesto progreso, su actitud estética se volvió superrefinada, exquisita, alejada de lo
vulgar, teniendo como credo la belleza y el arte.
Asimismo, vidas y obras de los bohemios se volvieron una meta ideal en la cultura
occidental. De hecho, puede decirse que la imagen construyó una realidad.239 En la ciudad
de México algunos poetas se asumirían como bohemios: los modernistas, tachados de
decadentes, departieron en cantinas, consumían droga, además de alcohol. Heriberto Frías,
refiriéndose a su relación con redactores y escritores de la célebre Revista Moderna, aunque
sin dar nombres, representó en su novela Miserias de México las tertulias en ―cantinas
elegantes‖ donde el periodista Miguel Mercado llegó a departir con ―poetas patricios,
artistas de cartel, empleados de la Secretaría de Instrucción Pública, la corte de un
millonario fronterizo‖.240 Según Sandoval, este último era Jesús E. Luján Gutiérrez,
chihuahuense que patrocinó la revista; otro personaje era Bernardo Couto Castillo, ―un
237
Maurice Rollinat, ―Un bohemio‖, Poesía simbolista francesa, (Intr., Comp., trad. y notas de Luis de
Villena), Madrid, Gredos, 2005, p. 74. Vid. también ―Mi bohemia‖, poema de Arthur Rimbaud donde expresa:
―Andaba por ahí, los puños en los bolsillos rotos;/ y hasta mi abrigo se volvía ideal;/ andaba bajo el cielo,
Musa, y te era leal;/ con cuántos espléndidos amores te soñaba‖, ibíd., p. 67.
238
Estos poetas eran Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Auguste Villiers de L‘isle-Adam, Marceline
Desbordes-Valmore, Stéphane Mallarmé y Pauvre Lelian (anagrama de Paul Verlaine).
239
De Prada, en su documentada novela histórica Desgarrados y excéntricos, relata la manera en que quince
poetas españoles de fines del XIX, sin ser geniales o talentosos, tuvieron vidas de leyenda –eran alcohólicos y
miserables- al luchar contra el desdén de escritores como Unamuno o Valle-Inclán. Vid. Juan Manuel de
Prada, Desgarrados y excéntricos, Madrid, Seix Barral, 2001.
240
Heriberto Frías, El Triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), continuación de Tomóchic, Miserias de México,
Introducción de Adriana Sandoval, México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 2004, pp. 236. Primera
edición de Miserias de México, Andrés Botas y Miguel Editores, 1916.
100
precoz y gentil adolescente que había tenido la desgracia de apropiarse en pleno París los
vicios parisienses, y que al paso que iba entre ajenjo, éter y morfina‖ daría fin a su
existencia; había ahí también ―un simpático joven pintor de enorme talento‖, que era Julio
Ruelas, quien pintaba siluetas de delirium tremens; en tanto que el ―atolondrado y
magnánimo poeta, rico un tiempo y adulado también por una corte de artistas‖ podría ser
Jesús Valenzuela; y finalmente, había un ―morfinómano cuyas estrofas nadie entendía‖. En
alusión a sí mismo, Mercado señalaba a través de una prosa cargada de adjetivos que buscó
la fidelidad del realismo:
Vida social y figura textual en la ciudad de México, en suma, fueron semejantes a las
parisinas. Muñoz Fernández ha señalado, acerca de lo primero, que los modernistas ―Todos
eran jóvenes, impulsivos, vanidosos y algunos de ellos fuera de contexto‖ pues, en efecto,
abrevaron de ―toda aquella generación francesa tan dada al escándalo y a las vivencias
atormentadas‖.242 Acerca de lo segundo, los atributos corresponden al del personaje
decadente: artistas viciosos, miserables, desgastados física y moralmente. El periodista
Guillermo Aguirre Fierro describió en su poema ―El brindis del bohemio‖ la atmósfera
urbana de estos escritores marginales: ―En torno de una mesa de cantina/ una noche de
invierno,/ regocijadamente departían/ seis alegres bohemios‖. En resumen, las vivencias se
volvieron también poéticas; el estilo de vida fue también apropiado, pues los poetas
mexicanos no sólo estuvieron atentos a la escritura de la poesía francesa, sino también a las
prácticas ordinarias de un grupo social que marcó su existencia a partir de vivir desde la
heterodoxia, en donde la morfina y el ajenjo ―llamada ésta ―bebida de Musset‖―
emergieron como símbolos de la inspiración o forma iniciática del arte, pero también como
símbolos de la decadencia moral y como preludio del fin de un periodo histórico.
241
Heriberto Frías, op. cit., pp. 236-237.
242
Ángel Muñoz Fernández, ―Bernardo Couto Castillo‖, en La República de las Letras. Asomos a la cultura
escrita del México decimonónico, Vol. III, op. cit., pp. 600-601.
101
En lo que respecta a los bohemios sinaloenses, si bien es verdad que José Juan
Tablada confesó que fue en Mazatlán donde se dedicó ―a volar‖, y que fue él quien le
reveló ―a la jeunesse dorée del puerto […] el secreto de las fresas al éter y del coctel
suave‖,243 se desconoce quiénes fueron los poetas sinaloenses que escribieron bajo los
influjos de los ―paraísos artificiales‖, como Baudelaire llamara a los alcoholes y a las
drogas. Por desgracia, no hay información acerca de esos poetas o aspirantes a serlo. Lo
cierto es que la representación del bohemio, al ser resemantizada en el Cañedismo, se
convirtió en una ortodoxia: la del ―buen‖ bohemio; en cambio, la vida social al modo
decadente no tuvo ninguna expresión, pues si bien hubo una cantina a la que Julio G. Arce
concurría junto con otros funcionarios del gobierno estatal, en general el vicio del alcohol
fue severamente censurado. Esto no obstó, sin embargo, para que los literatos se
representaran como bohemios, aunque se trató de una figura bastante peculiar.
En las páginas de la literatura sinaloense la figura del bohemio fue caracterizada
como la de un hombre soñador que trabajaba con las palabras de manera afanosa y
abnegada para producir belleza. El bohemio, antes miserable y sufriente, fue proyectado
como un hombre virtuoso, pulcro y de altos ideales. Lo que había sido malditismo y
contracultural en la poesía francesa, en la literatura sinaloense se subvirtió y fue sacralizado
por los adeptos del credo positivista. Sin embargo, esta conversión atípica fue un resultado
de factores políticos y económicos, así como de la justificación misma que hicieran
intelectuales franceses. En efecto, una de las excusas para apropiarse de esta imagen y
transfigurarla, la tuvieron en un artículo del periodista Maurice Talmeyr, reproducido por
El Correo de la Tarde con el título de ―La Bohemia‖, en 1897. Para estas fechas Talmeyr
ya era autor de Les possedés de la morphiné, una obra reaccionaria que calificó a dicha
droga como el nuevo opio y como una plaga que causaba daños físicos y morales. Bajo su
singular óptica, Talmeyr decía:
243
José Juan Tablada, La feria de la vida, México, CONACULTA, Lecturas Mexicanas, 1992, pp. 289-290.
Citado por Adriana Sandoval, en Heriberto Frías, op. cit., p. 24.
102
Hay en los versos de Cecilia, algo que en vano trataríamos de explicar: tienen tal
colorido, están saturados de tal manera de cariño que parece, que un ángel
invisible, —el ángel del hogar,— ha vertido en ellos todas sus ternezas.
[…]
No pertenece Cecilia á esa pléyade de vates gemebundos, que caminan
con el alma llena de amarguras y que lloran en variedad de metros, supuestos
desdenes. Su musa tampoco ha rodado por esa pendiente de la poesía
decadentista que aunque produce verdaderas orfebrerías, aunque seduce por la
104
El segundo párrafo son dos oraciones adversativas que acentúan, por antítesis, aquello que
la poetisa sí era: no era una decadentista, sino una romántica genuina, pues sus versos más
sentidos ―son plegarias, no quejas‖, y añadía: ―A través de sus cantos parecen aletear, las
ilusiones infantiles: tienen esos versos, algo del perfume de un hogar risueño santificado
por la virtud!‖. Sin apartarse un ápice del patrón axiológico de considerar a la mujer como
el ángel del hogar,247 el crítico la situó ―por un momento― en una condición de igualdad
con el hombre, pues de forma inusual le confirió el mismo estatus al decir: ―lleva sobre sus
sienes la aureola luminosa del génio […] con su ilustración y talento dá honra y préz a las
letras sinaloenses‖, aunque enseguida la calificó como ―el ornamento principal de nuestra
Bohemia‖ (retornó a la ponderación de la mujer-objeto). Acerca de la obra de Esteban
Flores y Ángel Beltrán, el director de la Bohemia Sinaloense elogió y designó a ambos
como ―soñadores‖; acerca de la obra de Beltrán, señaló: ―Su inspiración ardiente, la
facilidad para concebir, su estilo delicado y sencillo, le valieron bien pronto un lugar
distinguido en el mundo de las letras‖.248 En términos más o menos similares se refirió a
Flores, pues de éste dijo que en El Correo de la Tarde ―deja allí los productos de su genio
fecundo‖ y también ―Esteban es artista, viste las ideas con clámides hermosísimas, en sus
Crónicas siempre hay algo nuevo, algo bello que admirar‖.249 Lo que prevalece en esta
figura del bohemio ofrecida por Arce es, pues, la dedicación a la escritura, el idealismo, la
búsqueda y consecución de la belleza y, sobre todo lo anterior o como resultado de ello, el
prestigio otorgado a Sinaloa con la práctica de la escritura. El estado sinaloense, tierra
lejana del centro cultural del país, tenía también a sus bohemios.
Y es que si algo se habían propuesto los literatos de Sinaloa era, justamente, darle
prestigio al estado. Que su nombre sonara por lo menos, como había dicho Gómez Flores,
―con decoro y crédito‖. Y para ello laboraban, que era también laborar para sí mismos. No
246
Julio G. Arce, ―Los Bohemios (Apuntes para un libro), I Cecilia Zadi‖, BS, diciembre 1 de 1897, núm. 6,
p. 42.
247
Vid. Lilia Granillo Vázquez y Esther Hernández Palacios, ―De reinas del hogar y de la patria a escritoras
profesionales. La edad de oro de las poetisas mexicanas‖, en La República de las Letras. Asomos a la cultura
escrita del México decimonónico, Vol. I, op. cit., pp. 121-152.
248
Julio G. Arce, ―Los Bohemios (Apuntes para un libro), II. Ángel Beltrán‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p.
58.
249
Ibíd., ―III. Esteban Flores‖, BS, 15 de febrero de 1898, núm. 11, p. 83.
105
La tienda es taller…
Allá, entre fulgores de fragua, Jorge Ulica con su cabeza hirsuta, está
cincelando, porque es un Benvenuto. Graba medallones antiguos, monta ricas
pedrerías en los pomos de las dagas medio-evales y funde estatuas en bronce.
Más allá, Medina, en un trágico sacudimiento de melena, espolvorea en el
polvo de la tarde, el polvo blanco de los mármoles pulidos.
Y á veces, por el taller de los cíclopes, por la incendiada pompa vulcánea,
atraviesas, con toda la osadía de las cosas bellas, coronada de mirthos y
azucenas y pulsando tu lira, donde has puesto todos los nidos!...250
La tienda es bazar…
Allí están los bronces de Ulica, los mármoles de Medina, las raras
porcelanas de Rocha y Chabre y las delicadas orfebrerías de Esteban Flores y
Eduardo J. Correa.
Allí están las mayólicas de Tablada; los copones deslumbrantes, las
custodias resplandecientes del místico Nervo!...251
250
Pedro R. Zavala, ―La Tienda de los Bohemios‖, BS, enero 16 de 1899, núm. 24, p. 186.
251
Ídem.
106
La tienda es basílica…
Allí se rinde culto al Dios Arte y se venera La Belleza-madona de ojos
cual luceros.
Allí oficia un apóstol: Peláez.
Y medita un filósofo: el Dr. Paliza.
Allí resuena el gran coro de los troveros modernos.
Allí oran las monjas de albas tocas: Cecilia Zadí que es la priora; Omega,
que es profesa y tú [Teresa Villa], que eres novicia.252
Esta última descripción contiene elementos que señalan una jerarquía dentro del grupo
social de los literatos, retomada del orden religioso: Gabriel F. Peláez era el apóstol, el
mensajero o evangelista de la poesía: el poeta mayor; de manera extraña, hay un filósofo,
que resultaba ser el Dr. Ruperto L. Paliza, acaso el reconocimiento devenía por su labor
magisterial y por dirigir al Colegio ―Rosales‖; los demás poetas eran ―el coro‖ y, en menor
rango, estaban las ―monjas‖ que, incluso, también estaban divididas en grados: la priora, la
profesa y la novicia. La apropiación de un orden religioso elevó a la poesía mundana a la
región de lo sagrado. Ahora el término tsigane, forma gala de referirse a los gitanos,
adquiría prestigio: ―Oh, hermanos tsiganes, si pudiera seguir con vosotros la misma
bandera, con qué placer emprendería la jornada por las polvorosas carreteras inundadas de
sol!‖, concluía Zavala.
Precisamente, la ―priora‖ Cecilia Zadí, había construido una alegoría sobre la
bohemia. La autora habla, en uno de sus relatos, de una joven nacida en cualquier parte: su
Patria era la tierra, toda la tierra‖, quien era acompañada de ―triángulos y tamboriles‖; ella
tiene un amante, Erim, a quien le revela que quiere ser reina, por lo que ―La bohemia se
alejó seguida por los gitanos‖. En efecto, ella conoce a un sultán, quien le regala tesoros
que no logran satisfacerla. La bohemia anhelaba el infinito, por lo que le revela al sultán
que tiene un amante, Erim, conquistando así su libertad. El relato concluye diciendo que
252
Ídem.
107
253
Cecilia Zadí, ―Bohemia‖, BS, octubre 1 de 1897, núm. 2, pp. 9-10.
254
Esteban Flores, ―Incoherencias‖, BS, 15 de julio de 1898, núm. 19, p. 146.
108
Y es que para los poetas sinaloenses, viviendo en un régimen autoritario y una sociedad
moralista, sumamente católica, fue bastante problemático representar al bohemio decadente
sin poner en riesgo su propia reputación y prestigio alcanzados por el manejo del saber.
Cecilia Zadí, ferviente lectora del romanticismo, escribió el poema ―Grito bohemio‖ donde
la figura, si bien es un ser desgraciado, es puro sentimiento. Se trata de un personaje
abatido por la tristeza, un espíritu maldito cuyas imposibilidades eran:
[…]
Como es evidente, la figura del bohemio, que ya había sido transformada de raíz, sufrió otra
modificación: pues de ser la del hombre sin casa, miserable e idealista, se fusionó con los
resabios románticos que aún había en poesía española. Otro resultado de esta imbricación
fue la figura híbrida del amante-nómada, el que no encuentra hogar; así, Enrique González
Martínez, poeta que vivió y escribió su obra inicial en Sinaloa, expresaría ―en versos
octosílabos, métrica de las canciones populares, pues era un ―trovador‖―, lo siguiente:
Fatigado, jadeante,
En busca de asilo y calma,
Al castillo de tu alma
Llamé, trovador errante;
Se abrió tu puerta al instante,
Entré sañudo y sombrío
¿Por qué al mirarte, bien mío,
Latió pujante y despierto
Mi corazón, casi yerto
De dolor, cansancio y frío?256
255
Cecilia Zadí, ―Grito bohemio‖, ECT, noviembre 17 de 1901, núm. 154, pp. 1-2.
256
Enrique González Martínez, ―Trova‖, Preludios, Mazatlán, Imprenta y casa editorial de Miguel Retes y
cía. sucs., 1903, pág. 47; en Poesía I, México, El Colegio Nacional, 1995.
109
A esta figura apeló Francisco Medina, por cierto, cuando proyectó la escritura de un poema
que se titularía ―El Bohemio‖, pues perfiló sus rasgos netamente románticos:
¡El Bohemio!
Diré de una vez que no aplico el nombre gratuitamente.
Me refiero al ser que, enguantado o haraposo, se desliga por necesidad interna,
de todos los acomodamientos sublunares; que huye, poseído de hastío profundo
de todas las bajezas miserables que se revuelcan en la prosa de la vida, y llevan
en la mente, como don de Dios, un azul infinito, y en el corazón, una rosa blanca
del amor; que vive sólo para la existencia pura del sentimiento inmaculado y del
pensamiento límpido, existencia que forma un ambiente incorruptible, donde la
idea es algo como una gema imponderable, sin precio, y todo ideal es una
belleza que se impone a toda adoración.257
Si bien reniega del confort, el de Medina es también un bohemio sublimado: crédulo aún de
la belleza y no, como el de Rimbaud, que la sintió amarga; creyente de la pureza del amor
(―una rosa blanca‖) y totalmente idealista (la idea ―como una gema‖). En conclusión,
adherirse a esta otra representación, asumirse como tal, obedeció a una forma de envestirse
como literatos modernos, exquisitos y sensibles a la mirada de la sociedad.
257
Francisco Medina, ―Hebdomadarias‖, MEF, 23 de noviembre de 1907.
110
Pedro Victoria,
―La Instrucción‖, 1889
Francisco Medina,
―XXXII. A mi padre‖, 1897.
111
Como en el resto del país, la literatura en Sinaloa en este periodo de estudio tematizó
sucesos y personajes históricos, particularmente los de la Independencia y algunos
relacionados con la historia regional. En términos generales retomaron a los protagonistas
del relato nacional que había empezado a construirse en el centro, como Miguel Hidalgo,
Morelos, Aldama, Allende, entre otros, ya canonizados en la obra de México a través de los
siglos, en cuyas descripciones se va perfilando un personaje heroico, guerrero, que
combatió a los extranjeros con arrojo, que, como auténticos redentores, ofrendaron su vida
para otorgarle al pueblo patria y libertad. Aunque Gómez Flores criticó con dureza las
ceremonias cívicas donde sólo participaban los funcionarios y se quemaban ―media docena
de cohetes, diciendo cuatro frases de estampilla en la tribuna‖, decía que los literatos debían
aprovechar el tiempo de paz para glorificar a ―nuestros héroes inmortales y […] vuestras
sublimes hazañas‖.258 De esta manera, la literatura que se escribió tuvo el propósito de
educar a la nación para transmitir valores patrios, reafirmar el nacionalismo y crear una
cohesión social. Así pues, los escritores sinaloenses de la vieja guardia, y sólo algunos
jóvenes, fueron quienes llevaron a cabo esa tarea que Ignacio Manuel Altamirano, después
de 1867, se había propuesto.
Por ejemplo, en el poema ―Evocación a los héroes de la Independencia mexicana‖,
que Ángel Beltrán declamó en el Teatro Rubio de Mazatlán un 16 de septiembre de 1887,
describe como redentores del pueblo mexicano a Mina, Morelos, Abasolo e Hidalgo, cuya
misión de liberar a la patria estaba predestinada: ―Estaba escrito, sí; también lo estaba/ que
fin tuviera el atentado inmundo‖; es decir, como si la divinidad actuara en el destino de este
258
Francisco Gómez Flores, ―Romancero de la Guerra de Independencia‖, Bocetos literarios, op. cit., pp. 98-
99.
112
país, como si se tratase del pueblo elegido. También en el poema Hidalgo, en la visión de
Beltrán, éste era el Cristo capaz de resucitar a Lázaro, metáfora con la que aludía al pueblo
de México: ―exhumando un pueblo de la tumba/ le rasga luego el fúnebre sudario‖, sin
importarle, añadía, que con ello preparaba su propio martirio, la crucifixión: ―¡El
suplicio!... ¡ay! Hidalgo conocía/ que a veces el patíbulo redime‖. Una figura semejante
encontramos en la representación de Agustina Ramírez de José Ferrel, mujer mocoritense a
quien le mataron doce de sus trece hijos en la guerra contra la intervención francesa,
afirmaba que su misión había sido divina: ―Los redentores olvidan y hasta inmolan á la
familia, por la patria y la humanidad. Jesús cuando se siente inspirado ya no duda que es el
propagador de la doctrina salvadora [se entrega] por la familia universal‖.259
La literatura nacionalista, iniciada por la generación de Altamirano, fue reafirmada
por los literatos sinaloenses del Porfiriato quienes representaron esta época como
políticamente estable, de pasiones apaciguadas. Sin embargo, la recreación de sucesos y
personajes sirvió, en otra instancia, para legitimar al régimen porfiriano al presentarlos
como precursores de un régimen estable y progresista.
Beltrán, en su evocación de los héroes, reconocía que el país vivía ya en un periodo
de paz, pues le decía ―al pueblo‖ mexicano: ―En medio de la paz que te rodea,/ recuerda la
fructífera Odisea/ que su prólogo tuvo allá en Dolores‖.260 Asimismo, dicha paz se
representó como la posibilidad de instaurar el progreso en sus diversos sentidos, por aquello
que, según Gómez Flores, Hidalgo había luchado: ―la emancipación física, moral e
intelectual del pueblo‖.261 Como fue común en la época, el comercio —sobre todo el
practicado por los extranjeros— significó la vía para lograr el desarrollo de la nación. Estos
tópicos se encuentran concentrados en un poema de Cecilia Zadí, con el que conmemoró
también la Independencia mexicana, y donde señaló que los héroes representaban al
progreso, pues habían permitido que el comercio floreciera de una costa mexicana a otra,
del Golfo de México al Océano Pacífico:
259
José Ferrel, ―Agustina Ramírez‖, ECT, Lunes 4 de mayo de 1891, núm. 1785, p. 1.
260
Ángel Beltrán, ―Evocación a los héroes de la Independencia mexicana‖, en Martha Lilia Bonilla Zazueta
(Comp.), La Bella Época de la literatura sinaloense, Culiacán, Imprenta Once Ríos Editores, 2000, pp. 120-
123.
261
Francisco Gómez Flores, ―Dos palabras‖, Narraciones y caprichos…, op. cit., pp. 2-4.
113
Según nuestra recopilación de documentos literarios, el episodio más recreado por los
literatos sinaloenses bajo la misma tónica que el de Independencia, y para dar la razón con
ello de que el país estaba sosegado y encaminado hacia el progreso, fue el fin del Segundo
Imperio (1863-1867), que había sido encabezado por Maximiliano de Habsburgo. De este
episodio de la historia más o menos reciente, dos pasajes fueron los más descritos y
poetizados por los literatos: la exaltación del Gral. Mariano Escobedo, quien logró la
rendición de Maximiliano I, en la ciudad de Querétaro el 15 de mayo de 1867 y la batalla
de San Pedro, en 1864, cuando el Gral. Antonio Rosales rindió a las tropas francesas el 22
de diciembre en las cercanías de Culiacán.
La figura de héroe, construida en torno al Gral. Mariano Escobedo en la literatura,
está situada en un contexto singular: a finales de marzo de 1898 el general estuvo en
Culiacán debido a que el Congreso Local lo nombró ―ciudadano sinaloense‖, en
reconocimiento a la ayuda que prestó a los damnificados por un huracán que azotó la zona
centro de Sinaloa en 1896. En su breve estancia, los literatos le tributaron aplausos,
pronunciaron discursos y declamaron poemas en su honor. En estos textos, la figura del
héroe adquirió rasgos sobrehumanos; fue divinizado. La gloria fue su aura, sus sienes las
ciñeron laureles o palmas, himnos le fueron prodigados: ―Troca la negra penumbra/ en
meteoro que abrillanta‖, decía el poema ―A Escobedo‖; y otro, ―Al héroe de San Jacinto‖,
decía: ―tras el himno triunfador/ y la hazaña portentosa,/ tu alma, siempre generosa/; tuvo
otra gloria mejor‖; y ―A Escobedo‖: ―son las palmas cortadas para tu frente‖.263
―La tierra sinaloense se ha estremecido de júbilo a vuestro paso y las encrespadas
olas del Golfo de Cortés, rumorosas y sentidas, cantando están vuestra apoteosis‖, expresó
262
Cecilia Zadí, ―Estrofas‖, BS, 18 de septiembre de 1898, núm. 21, pp. 164-166.
263
―A Escobedo‖ (El Monitor Sinaloense); ―Al héroe de San Jacinto‖, (Bohemia Sinaloense); ―A Escobedo‖
(La prensa), ECT, miércoles 13 de abril de 1898, n. 4146, p. 4.
114
Julio G. Arce, en nombre de la sociedad ―Artesanos Hidalgo‖. 264 Para Arce, el heroísmo de
Escobedo no tenía límites, e hiperbólicamente decía: ―Nuestros bosques darán laureles para
alfombrar vuestro camino y esculpiremos en perennes bronces, vuestras magníficas
hazañas‖. Más allá de los elementos retóricos, propios de una oratoria ampulosa, Arce
señaló un hecho que para la ideología del régimen era esencial: los héroes habían luchado
para que México gozara de la situación de bienestar y paz, como la que se vivía. Sus
batallas y sacrificios había sido necesarios para conquistar el progreso con gobernantes
―probos é ilustrados‖, como los de su tiempo:
Hoy que todo explende; que la Paz ha derramado sus beneficios en la inmensa
extensión de nuestro territorio, que tenemos gobernantes probos é ilustrados que
nos conducen al engrandecimiento, y que en toda la República, es República que
defendió vuestro brazo, se escucha el gigante himno de los talleres, las
sociedades obreras os acogen con júbilo: es el homenaje de los hijos del trabajo
al hijo de la Gloria!265
Situación similar fue descrita por Verdugo Fálquez para señalar la paz que reinaba en
Sinaloa, pues poco antes del huracán de 1896: ―Sinaloa se adormecía al canto grandioso del
trabajo: El labrador, concluida ya su tarea, dejaba, tranquilo, azadón y arado; el minero
ascendía, satisfecho, del hoyo en donde robaba sus tesoros á la Madre Naturaleza, y el
comerciante, cerraba con alegría la caja repleta de monedas‖. 266 La simbiosis entre el
paisaje y las actividades humanas —la agricultura, la minería y el comercio— es evidente:
Sinaloa era arrullada por la armonía entre el hombre y la naturaleza, cuyo único resultado
no podía ser otro más que el progreso.
Por su parte Cecilia Zadí también glorificó al general con un artículo de título
elocuente: ―Hosanna!‖, en clara alusión a la liturgia cristiana y, esencialmente, a la entrada
de Jesús a la ciudad de Jerusalén; en dicho artículo, Zadí trazó al héroe como la
representación de la patria, ataviado por los símbolos de la nación –la banda tricolor sobre
el pecho y seguido por la bandera:
264
Julio G. Arce, ―Alocución dirigida al Sr. Gral. Mariano Escobedo, en nombre de la sociedad ‗Artesanos-
Hidalgo‘ en la manifestación que tuvo verificativo la tarde del 28 del pasado‖, BS, abril 1 de 1898, n. 14, p.
108.
265
Ídem.
266
Ibíd., Francisco Verdugo Fálquez, ―Al Sr. Gral. Mariano Escobedo, discurso pronunciado en el instituto
‗Rosales‘‖, p. 111.
115
Quién es, -dice la multitud-, ese hermoso guerrero que avanza en su fogoso
corcel por el campo de sus contrarios? Cruza impasible por entre los batallones
franceses; noble es su continente; gallarda su apostura y su espada, alzada en
alto, reluce á los rayos del sol como bruñida de plata. Una banda tricolor lleva en
su pecho y el pabellón mexicano sigue tras él como un pendón de gloria. –Quién
es? Quién es?267
Las cualidades físicas, descritas por la escritora, destacan su porte gracias a la función de
los adjetivos: impasible, noble y gallardo; asimismo, es la imagen de su espada la que, de
manera simbólica, lo aproxima a una visión arcangélica: su espada, al relucir con el sol,
brilla como si estuviera bañada en plata. Desde el psicoanálisis, ciertamente, la espada
refulgente y enhiesta sería una muestra de su virilidad: no muestra miedo ante los
enemigos, antes bien, pasa altivo. Además, su figura fue simbolizada como la de un
patriarca: el padre fecundo que, para los literatos, los mexicanos eran sus hijos. Así lo vio
Arce, en el citado artículo, cuando mencionó: ―ha venido á besar vuestra frente,
aclamándoos mil y mil veces!‖ y rememorando la ocasión en que aquél ayudó a los
sinaloenses, señaló de forma explícita: ―donoso, como un padre bueno, tendísteis la
generosa mano implorando caridad para nosotros. Después esa misma mano supo curar
nuestras heridas, fue bálsamo bienhechor vuestra palabra!‖; por cierto, la frente representó
el repositorio de los ideales, de los altos pensamientos: ―Tu frente sin mancilla está
nimbada/ del sol de Libertad por los fulgores;/y tu historia en la Historia deificada/ hace
más y más excelsos tus honores‖,268 versificó Alfredo López Ibarra desde Cosalá. En el
mismo sentido, también Verdugo Fálquez lo identificó como un padre generoso: ―un
hombre de cabeza cana, de mirada serena, espejo fiel de su alma, y de frente magestuosa,
sagrario de elevados pensamientos‖,269 aunque es en el artículo de Zadí donde los atributos
del patriarca resaltan con mayor detalle: ―¿Quién es, -preguntan los niños y los viejos,- ese
anciano de noble aspecto ante el cual todos se inclinan? Blancos cual finísimo lino, son sus
cabellos; dulces como apasible lago, sus pupilas‖. Es, empero, el poema ―Al vencedor de
267
Cecilia Zadí, ―Hosanna!‖, op. cit., p. 106.
268
Alfredo López Ibarra, ―Al Gral. Escobedo‖, martes 19 de abril de 1898, n. 4152, p. 4.
269
Ibíd., Francisco Verdugo Fálquez, ―Al Sr. Gral. Mariano Escobedo, discurso pronunciado en el instituto
‗Rosales‘‖, p. 111.
116
Querétaro‖, donde la imagen concentra —con mayor sentido e intensidad- la figura del
padre engendrador:
270
El Correo de la Tarde, ―Al vencedor de Querétaro‖, ECT, miércoles 13 de abril de 1898, n. 4146, p. 4.
271
Enrique Florescano, ―La tierra, la patria y la diosa madre‖, en Imágenes de la Patria, México, Taurus,
2006, p. 31.
117
Gómez Flores equiparó a Rosales con un guerrero griego: el espartano Leónidas, quien sin
posibilidad de triunfar contra los persas, ofrendó vida en defensa de las Termópilas. Y
como a un Proteo, le identificó además con Temístocles, Milciades, Morelos, Bolívar y
Washington; tal conjunción de nombres tenía la intención de igualar al héroe con
personajes antiguos y modernos, y de latitudes distintas. Rosales estaba, pues, a la altura de
cualquier héroe:
Rosales, según Gómez Flores, tenía las virtudes liberales: defensor del honor, la justicia y
la patria; como vencedor, su carácter fue magnánimo: perdonó, tuvo clemencia, fue
generoso. Su proeza como héroe, en esta representación, aún tenía su dimensión humana.
Fue un hombre singular, cierto, pero un hombre de carne y hueso.
En la misma línea que Gómez Flores, ciertos poetas representaron al héroe de San
Pedro similar a un guerrero griego. Ángel Beltrán expresó en un soneto: ―En exámetros
tersos y viriles/ un émulo de Homero otra Iliada/ podrá cantar, sin que le envidie nada/ la
gloria tuya á la del mismo Aquiles‖.273 Asimismo, aparecen las mismas características que
Gómez Flores delineó: además del valor, la piedad; de forma parecida, con una referencia a
los luchadores helenos, Cecilia Zadí también diría en otro soneto:
272
Francisco Gómez Flores, ―22 de diciembre de 1864‖, Narraciones y caprichos…, op. cit., pp. 33-34.
273
Ángel Beltrán, ―Al General Rosales‖, BS, n. 24., p. 187.
274
Cecilia Zadí, ―Al héroe de San Pedro‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p. 57.
118
Zadí, de hecho, se revela como una lectora de Gómez Flores. Este literato había escrito en
1887 acerca de Rosales: ―Cuando el tiempo transcurra y los siglos hayan depurado los
sucesos todavía tan recientes, Rosales y sus compañeros tomarán en la fantasía popular
proporciones más gigantescas que la de la mayoría de los héroes que la antigüedad legó a
los hombres‖.275 La poetisa Zadí, en otro soneto, diez años después asentaría en los dos
tercetos, sobre todo en el último, parecida conclusión:
Pero también la figura de Rosales fue divinizada en la poesía sinaloense. José Antonio
Gaxiola, en una alocución de 1892 pronunciada en el escenario de la batalla, señalaría aquel
lugar como sagrado: ―Arrodillaos!... hemos llegado al santuario del combate. Oremos por
aquellos que sintiendo arder en su alma la vivificante llama del amor, el amor a la Patria, no
vacilaron un instante en sacrificar sus vidas [por salvar los derechos y la libertad]‖.277
Además, en esta descripción la naturaleza –con un recurso del romanticismo-, cobra vida:
el bosque era testigo del acontecimiento: ―entre sus ramas vibraron las notas del clarín, sus
hojas se estremecieron al silbido de las balas, sus bosques temblaron al estallido de los
cañones y fueron envueltos por los espesos nubarrones de humo de la guerra. Preguntadles
algo acerca de la lucha; y ellos os responderán con la elocuencia de sus cámaros (sic)‖.278
En 1907, en el soneto de Francisco Medina, ―Héroe‖, se localiza una representación
similar. Ahí describió sus cualidades físicas y sus virtudes personales. Sin embargo, su
figura adquiere otro matiz, el del hombre idealista; Medina lo proyectó como a un guerrero,
pero también como a un poeta: si fiero, también sensible; si rudo, también capaz de amar:
275
Francisco Gómez Flores, ―El héroe de San Pedro. carta al Director de ‗La Opinión‘ ‖, Narraciones y
caprichos, pp. 38-39.
276
Cecilia Zadí, ―22 de diciembre‖, BS, enero 1 de 1898, núm. 8, p. 57.
277
José Antonio Gaxiola, ―Alocución. A Pedro P. Villaverde‖, ECT, 12 de enero de 1892, en Agustín
Velázquez Soto, El corazón del espíritu…, op. cit., p. 61.
278
Ibíd., p. 62.
119
Obreros: abrid vuestros talleres, trabajad y cumpliréis vuestra misión, pues bien
sabéis que el trabajo redime al hombre. Y vosotros, soldados del saber, atacad al
enemigo con el libro en la mano y la mente en el libro, proseguid, proseguid
siempre adelante, que aún está muy distante la corona de rosas que os espera.281
El sitio de la lucha fue erigido en altar, como se aprecia en la perspectiva de Gaxiola; hubo
excursiones ex profeso en cada aniversario. Julio G. Arce, en la columna ―Esbozos‖ de la
revista que dirigía, informaba a los lectores que en el año de 1897:
279
Francisco Medina, ―Héroe‖, MEF, 31 de diciembre de 1907, en Agustín Velázquez, El corazón del
espíritu…, op. cit., p. 88.
280
Ibíd., p. 63.
281
Ídem.
120
Allí, bajo la sombra de los seculares árboles heridos por las balas, junto al
poético Humaya, testigo de aquel episodio, se levantará el himno gigante en
honor del héroe mártir.282
Se realizaba además una feria popular, fiesta tradicional en honor a Rosales. El mismo Arce
consignó que había el rumor de que ―el héroe de San Pedro‖ sería ―mejor festejado‖, y que
la explanada Rosales sería ―elegantemente dispuesta y que no se omitirá esfuerzo para que
la feria sea digna del general aplauso‖.283 Precisamente, Manuel Bonilla representó esa
fecha como un día de fiesta, donde la alegría subía del pueblo como la espuma del ―neutle‖
o pulque: ―La ciudad está de gala/ dispuesta á regocijarse/ […]/banderas, flores y risas/ en
las plazas y en las calles./ y como espuma de neutle/ sube ufano y se esparce/ el contento de
las almas/ en los alegres semblantes‖.284 Así pues, el liberalismo combatió a la religión
católica para tratar de erigir su credo: la espada republicana sustituyó a la cruz; el
conservadurismo –el acto de preservar, y en todo caso construir, una tradición- tuvo así un
nuevo cariz: los héroes fueron los nuevos santos de una religión secular; Rosales fue un
héroe que también fue deificado, cristalizando la imagen redentora del prohombre. Como
en la religión, fueron sacralizados por su papel de mártires.
Sin ninguna ingenuidad, finalmente, la figura del héroe se amalgamó con la del
Gral. Díaz o a la del Gral. Cañedo. Ambos fueron representados como benefactores del
pueblo, hombres abnegados que recurrían al sacrificio en aras de la sociedad y, desde
luego, que luchaban por el progreso. Eran héroes vivos. Por ejemplo, en un periódico de
Culiacán, Orestes comparó al Presidente de la República con un genio y con la figura de un
redentor: ―puedo afirmar que Porfirio Díaz, el gobernante admirado por todos los
pensadores del Universo, jamás imaginó […] redimir á un pueblo que caminaba con
rapidez á su aniquilamiento‖, y enseguida añadía: ―En Díaz hemos de mirar no sólo á un
hombre de genio superior, cual lo son los grandes benefactores de los pueblos‖.285 Años
atrás, en consonancia con esa perspectiva que se iba construyendo de forma paulatina, en
1892 un alumno del Liceo de Niños de Mazatlán expresó: ―Hoy el horizonte está limpio, la
paz consolidada y debido al entendido Piloto que dirige el timón de la nave, navegamos
282
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, 1 de diciembre de 1897, núm. 6, p. 48.
283
Julio G. Arce, ―Esbozos‖, BS, 1 de noviembre de 1897, núm. 4, p. 32.
284
Manuel Bonilla, ―22 de diciembre‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, pp. 55-56.
285
Orestes, ―El genio y la crítica‖, EMS, 15 de abril de 1900, núm. 488, p. 1.
121
vientos en popa en un mar bonancible‖.286 Según esta imagen, la nave del Progreso —un
buque vapor, como se verá más adelante—, iba bien conducida por un mar en calma.
En 1904, cuando el Gral. Cañedo se reeligió por quinta ocasión, se anunció con una
semana de antelación, un ritual cívico en su honor que, en realidad, fue una exhibición del
poder. Las ―manifestaciones‖ hacia el prohombre iniciarían a las diez de la mañana: al
tomar protesta en el Congreso, en el Palacio de Gobierno se izaría la bandera nacional,
mientras que en los demás edificios públicos las bandas tocarían a diana, las campanas
repicarían y habría una salva de veintiún cañonazos; al mismo tiempo, por las calles de la
ciudad desfilarían las fuerzas del Estado. Después, sería felicitado por corporaciones
oficiales, las sociedades civiles y demás gremios. Por la tarde habría una batalla de flores y
confeti en la calle Rosales y Plaza de la Constitución; a las siete de la noche, una gran
cabalgata con hachones (para demostrar regocijo público) recorrería las calles; y a las 9 de
la noche habría una gran serenata.287 Y, en efecto, ese programa fue seguido con rigor el 27
de septiembre. En los discursos pronunciados, la figura de Cañedo –al frente de la
administración-, surgió con los rasgos del héroe patriarcal: su presencia era confortante y
alentadora, una ―garantía de justicia‖, de ―abnegación‖, fue llamado vigilante de la salud y
la vida, protector de la niñez desde la educación; asimismo, era un reivindicador de los
derechos y moralizador de las costumbres ―por medio de leyes justas, inspiradas en los más
sanos principios y en los más nobles propósitos‖, honrado, inteligente y, sobre todo, guía
del progreso. En resumen, se trataba de un héroe, pues había logrado, como un estadista,
sacar a Sinaloa de una época luctuosa.288 La figura del Gral. Cañedo, simbólicamente,
representó la luz: los organizadores de la fiesta, el ingeniero Luis F. Molina, el licenciado
Evaristo Paredes, entre otros, ornamentaron el salón de tal modo que lo más destacado fue
la iluminación y, en el centro, el retrato del gobernador. Cuenta el cronista: ―En el lugar
más visible del salón se ostentaba un magnífico retrato del Sr. Gral. Cañedo. El marco
desaparecía bajo los artísticos pliegues de blancos cortinajes de seda, y estaba rodeado por
innúmeros focos de luz eléctrica‖. Desde el ojo del cronista, hubo un ―derroche de luz‖:
286
F. R. M. –alumno del ―Liceo de Niños‖, ―Un recuerdo. A las víctimas de las batallas del 19, 20 y 21 de
marzo de 1866. En Villa Unión‖, ECT, marzo de 1892, en Agustín Velázquez Soto, op. cit., p. 66.
287
―El Señor General Cañedo. Fiestas en su honor‖, MEF, septiembre 19 de 1904, núm. 524, p. 3
288
Manuel Alatorre, Francisco Sánchez Velázquez, Francisco Verdugo Fálquez, María Luisa Cuevas,
―Discursos de felicitación dirigidos al Sr. Gral. Francisco Cañedo, Gobernador del Estado, el día 27 del
actual‖, MEF, septiembre 28 de 1904, núm. 531, p.1
122
En el centro del salón se colocaron dos grandes focos de arco de 1,200 bujías de
intensidad; alternaban en los corredores, vistosas estrellas y flores de lys,
revestidas con luces incandescentes de colores, y otras seis grandes estrellas,
formadas también con luces incandescentes, fueron colocadas en el centro y á
los lados del improvisado techo del salón.289
Encarnó el Gral. Cañedo la figura del hombre iluminador; al mismo tiempo, se le identificó
con la modernidad dada la ornamentación con base en la electricidad. Después de todo, los
literatos que lo representaron de esa forma no estaban desligados de una preocupación que
les parecía vital: el papel de la ciencia y la necesidad de instruir al pueblo, iluminarlo, para
alcanzar la redención.
289
―La fiesta en honor del Gral. Cañedo‖, MEF, octubre 5 de 1904, núm. 537, p. 1.
290
Francisco Gómez Flores, ―Nueva España en su aspecto literario‖, en Bocetos literarios, op. cit., p. 332.
123
para el mexicano, pues decía ―y el pueblo más grande, es,/ el pueblo que sabe más‖; pero
sobre todo, expresó que México se había dado cuenta de que el único camino para el
desarrollo era la educación, por lo que había roto con su pasado y optó por subirse a ―la
nave del progreso‖:
291
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, op. cit., p. 92.
124
Con claridad se revela en esta composición la postura inconciliable que los liberales tenían
contra los conservadores —cuya ideología se sustentaba en la religión católica—, al criticar
el mito teológico de la inmovilidad de la Tierra. Esta posición, es cierto, se había
radicalizado en el siglo XIX por los avances científicos y tecnológicos, pues se depositó
una fe ciega en los descubrimientos, pero sobre todo porque esa fe se sustentó en la
ideología positivista; por ejemplo, Gómez Flores sostenía que las doctrinas religiosas
oprimían el espíritu humano, sin embargo, como Bacon, creía que la ciencia aproximaba a
Dios.
292
Francisco Gómez Flores, ―La basílica de Mazatlán‖, Humorismo y Crítica, op.cit., p. 444.
293
Ibíd., ―Sobre la brecha‖, p. 136-138.
294
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, 1889, p. 91.
125
En este tenor, Estados Unidos sería visto como el territorio donde la ciencia y los
inventos estaban teniendo su apogeo; y además emergía como ―la gran República
americana, el país de la democracia‖.295 Nervo, con una visión romántica cercana a la de
Gutiérrez Nájera, se oponía al positivismo, señalando que su invasión al puerto mazatleco
impedía apreciar el arte: ―En medio de un siglo eminentemente práctico, rodeado por la
atmósfera del más rudo positivismo, el hombre necesita, de cuando en cuando, la vida del
arte‖.296 Pero sobre todo, cuando informa la llegada de una pieza musical proveniente de
Estados Unidos al puerto mazatleco, a través de un diálogo ficticio, es cuando emerge en su
crónica, en primer lugar, cómo el positivismo se apoderaba de la concepción estética, y en
segundo lugar, la imagen de aquél país como la cuna de las invenciones tecnológicas:
La mención de algo estético, ―algo bello‖, le hacía suponer al interlocutor que se trataba de
un invento relacionado con alguna máquina. Señaló Nervo así la expectativa hacia lo
práctico, y el poco aprecio que se tenía al arte. Pero además, la naturaleza aparece
conquistada por el imperio de la tecnología: los yates cobran vida, pues adquieren
animación al ser comparados con la agilidad, hermosura y velocidad de las aves marinas
que reinaban también sobre el océano. En la cosmovisión de Nervo, las máquinas habían
pasado a ser parte inherente del paisaje y, más aún, se fusionaban hasta perderse ―como
ilusiones blancas‖. La visión positivista se vinculó, pese al antagonismo, a una visión
romántica: había la certeza, cuando no la esperanza, de que los cambios introducidos por la
ciencia eran buenos y perfeccionaban el entorno físico y, con ello, al género humano. Se
295
Amado Nervo, ―Dentro de pocos días‖, ECT, abril 7 de 1893, en Mayra Elena Fonseca Dávalos, op.cit., p.
155.
296
Amado Nervo, ―Algo de música‖, ECT, octubre 30 de 1893, op. cit., p. 99. Acerca del positivismo versus
el arte, vid. el apartado ―3.2 De la poesía realista a la modernista, subversiones y censuras‖, del capítulo
anterior en esta investigación.
297
Ibíd., ―Mis lunes‖, ECT, noviembre 20 de 1893.
126
creaba confort para habitar un mundo moralmente mejor; y lo que antes parecía quimérico,
la ciencia lo hacía posible.
Estados Unidos representó, a finales del siglo XIX, el pragmatismo que parecía ser
la entrada triunfante de la civilización a la era del bienestar social. Aquel país, a la vista de
los mexicanos, había revolucionado su historia, pues los yanquis, con base en la ciencia y el
trabajo constante, se iban forjando como un país modelo ―lleno de riquezas‖. Mexicanos y
españoles manifestaban asombro acerca de los Estados Unidos; Flacro Irayzor expresaba
acerca de una supuesta invención de un médico de Nueva York: ―El invento, según
cuentan,/ Tiene rasgos atrevidos/ Como todo lo que inventan/ En los Estados Unidos‖.298
Asimismo, cuando faltaban pocos días para que iniciara la Exposición Universal de
Chicago, donde habrían de participar los sinaloenses, Nervo contrastó los rasgos, para él
esenciales, de Francia y Estados Unidos, puntualizando: ―París, cerebro del mundo
civilizado, foco de todas las grandes revoluciones intelectuales y políticas, demostró al
mundo hace muy poco lo que puede la inteligencia: Chicago mostrará a su vez, lo que
pueden la industria, la riqueza y el trabajo‖.299 París era, en la concepción del cronista
tepiqueño, el epicentro del intelecto, mientras que Chicago era el suelo de la producción: de
artefactos, dinero y trabajo. Más tarde, ya iniciado el siglo XX, Julio G. Arce habría de
evidenciar las diferencias proporcionales entre un estadunidense y un ranchero sinaloense:
tras señalar el cronista que había llovido por treinta horas, inundando y convirtiendo en
fangales las calles, visitó a don Tadeo Aguayo quien, proveniente de Mojolo, estaba en
Culiacán con su familia en una visita al médico. Y teniendo que ir su rancho Tadeo y dejar
a su familia, Arce ironizó:
298
Flacro Irayzor, ECT, lunes 12 de julio de 1897, núm. 3887, p. 4.
299
Amado Nervo, op. cit., p. 155, ―Dentro de pocos días‖, ECT, abril 7 de 1893.
300
Cyrano (Julio G. Arce), ―Crónicas diabólicas‖, MEF, octubre 17 de 1904, núm. 547, p. 2.
127
Arce ridiculizó al personaje del ranchero exagerando la escena; por un lado, exaltó su
dimensión tímica: los sentimientos filiales afloran, y por otro lado, de manera hiperbólica,
mostró su ignorancia y falta de pericia: ante una travesía sumamente corta, apenas dos
kilómetros, Tadeo tardaría cinco días en recorrerla, y sólo porque había recibido ayuda. En
cambio, el personaje del norteamericano fue construido de manera, también hiperbólica,
pero diametralmente opuesta, pues se encontraba apoyado por la ciencia y por un sinfín de
inventos y herramientas que le asistían en sus viajes a tierras sinaloenses: ―Más práctico y
previsor es Mr. Fundengonden, yankee de raza pura, que cuando viaja por los caminos de
Sinaloa trae consigo botes de seguridad, numerosos salvavidas, puentes provisionales,
sondas marinas, bombas desaguadoras y enormes cantidades de bastimento‖.301 Por
supuesto, Arce expresó que era un yanqui, pero enseguida aclaró que éste era de ―raza
pura‖, para explicar así el porqué de su carácter pragmático y su actitud previsora. Del
mismo modo, añadía que la capacidad técnica y de ingenio rayaba en el asombro:
Y quién lo diría! Hombre tan precavido como Mr. Fundengonden, que desagua
pantanos, navega en las grandes lagunas que forman las lluvias, tiende puentes
sobre los barrancos y se echa a nado donde no es posible hacer otra cosa, tuvo
un gran contratiempo para ir de este lugar a Tepuche, porque uno de tantos
terratenientes ambiciosos y egoístas declaró de su propiedad el camino nacional,
le hizo poner una cerca, que era verdadera fortaleza, é impidió todo tránsito. 302
301
Ídem.
302
Ídem.
303
Ídem.
128
rico‖ de José Ferrel, casado con una mujer pudiente en Sinaloa, se imaginaba aquél país
como lleno de maravillas:
Había leído, entre otros libros, varias impresiones de viaje y desde luego se
despertó en él, la gana de conocer países extraños, llamando poderosamente su
atención las maravillas que oyó contar de la vecina República del Norte.
Los Estados Unidos, eran su constante pesadilla; le encantaba escuchar
relaciones de gringos, y cualquier simpleza referida de ellos, casi lo hacía
morirse de risa.304
Tras lograr su sueño de pasar la luna de miel en Nueva York, la mujer de Bernabé, llamada
Magdalena —y que remite al personaje bíblico, pues es señalada como casquivana—,
tropezó en una calle con un gentleman, quien al no entender las disculpas de ella, le plantó
un beso, por lo que Bernabé se dispuso a golpearlo, pero fue reconvenido por un abogado,
pues de ese hecho podía obtener dinero:
Por otra parte, Thomas Alva Edison, inventor prolífico de Estados Unidos, sería
representado como un demiurgo por un poeta sinaloense. En el poema ―La instrucción‖ de
Pedro Victoria, el hombre fue representado —siguiendo la poética del romanticismo—,
como la equivalencia del Dios cristiano, al haber creado la luz eléctrica:
El vivo relampagueo
con que Dios iluminó
la cumbre donde inició
al jefe del pueblo hebreo:
lo hace el hombre á su deseo
304
José Ferrel Félix, ―El beso del rico‖, ML, op. cit., p. 189.
305
Ibíd., pp. 190-191.
129
Es notoria la desacralización del relato bíblico del Génesis, pues el poeta equiparó la luz de
Dios, cuando se le manifestó éste a Abraham, con la luz domada por el hombre. Lo
sacrílego de esta comparación se debió, desde luego, por el espíritu liberal: así pues, el
hombre era capaz de insuflarle vida al ―cuerpo inerte‖ y, en un juego de palabras, era
―conductor‖ de la idea: aludiendo con ello, por un lado, al objeto que, puesto en contacto
con un cuerpo cargado de electricidad, transmite ésta a todos los puntos de su superficie y,
por otro lado, aludió también al intelectual, al homme ilustré que emergía como una
antorcha gigante para alumbrar a la humanidad y sacarla así de las tinieblas de la
ignorancia. Victoria se apropió del relato bíblico para ―deflacionarlo‖, pasándolo por el
tamiz de su ideología liberal. Julio G. Arce, asimismo, escribió una versión profana del
padrenuestro relacionado con la electricidad. Cyrano, como firmaba sus ―Crónicas
diabólicas‖, relató que ―un hijo de Confucio‖ –un chino- recorría las calles de Culiacán,
escalera en mano, cortando la luz, pues la empresa había sido rescindida. También a él, a
Cyrano, estuvieron a punto de ―cortarle los alambres‖, y como era Cuaresma, decía que
noche a noche rezaría el siguiente salmo penitencial:
[…]
306
Pedro Victoria, op. cit., p. 91.
130
En resumen, Estados Unidos surgía en las representaciones de los literatos como un país
modelo, caracterizado por sus inventos científicos y tecnológicos, amén de su riqueza y su
sentido práctico. Asimismo, la ciencia, como el cultivo del conocimiento en cualquier
ámbito, emergía como la única herramienta capaz de emancipar a los hombres de los
atavismos del pasado. Gómez Flores fue el literato que manifestó con mayor claridad esas
ideas. En el artículo ―De la enseñanza pública‖ expuso la necesidad de la educación para
hacer un pueblo libre, obediente y respetuoso de la ley, como lo hacían los pueblos
civilizados. La democracia, aseguraba, debía ―surgir de la educación científica que se
imparta á la juventud en los colegios‖.307 Para sustentar su argumento, el literato reprodujo
el discurso pronunciado en 1869 por su padre. Este otro Gómez Flores reconocía la
importancia que estaba adquiriendo Estados Unidos, precisamente por su dominio
científico, y la amenaza de que una nueva invasión al país mexicano por este imperio que
alcanzaba un desarrollo industrial y mercantil prodigioso:
En pocos años la raza activa que constituye esa nación admirable, ha cubierto la
vasta extensión de su territorio con una red de ferrocarriles, ha aplanado las
montañas, canalizado los ríos y levantado espléndidas y populosas ciudades, en
los llanos y en los montes, donde antes pacían los rebaños y cruzaban los
salvajes.
[…]
Ese es el gran peligro que nos amenaza, y contra el cual debemos
precavernos, no esforzando ni exaltando nuestro espíritu guerrero, sino en una
lucha de artesanos, mineros y agricultores; porque las armas de que hará uso la
gran falange americana que se prepara á invadirnos no serán otras que el
308
ferrocarril, la fábrica de tejidos y el arado de vapor.
Los gobernantes debían concentrarse en educar al pueblo; sólo el dominio del saber y de la
técnica haría de México un país competitivo, pues, al estar en iguales condiciones que
Estados Unidos, la invasión por medio de sus inventos sería menor o nula. Sin embargo, de
la advertencia lanzada por aquel hombre liberal, recién terminado el imperio de
Maximiliano, a finales del siglo XIX y durante la primera década de la siguiente centuria,
quedó la representación que se había forjado del norteamericano: lo dinámico, lo práctico y
su espíritu conquistador, llevado todo ello a cabo por medio de actividades industriales en
307
Francisco Gómez Flores, ―De la enseñanza pública‖, Narraciones y caprichos, op. cit., p. 207.
308
Ibíd., p. 212.
131
diversos ámbitos. Pero del miedo a dicha amenaza en aquella época, se pasó en la siguiente
generación al asombro y reconocimiento.
Finalmente, si bien la transmisión de conocimiento al pueblo fue presentada como la
solución de los vicios y males sociales, ello obedeció no obstante a una forma de promover
la estabilidad del régimen. Así, por ejemplo, en una editorial periodística de 1904, se
afirmó:
309
Editorial, ―El gremio de los obreros. Lo que necesitamos‖, MEF, agosto 1 de 1904, núm. 483, p.1
310
Ídem. (Las cursivas son mías).
132
-¿Cómo se llama?
-Progreso.
-¿Quién va en él?
-La humanidad.
-¿Quién le dirige?
-Dios mismo.
¿Cuándo parará?
-Jamás.312
Dios, de acuerdo con esta visión era un maquinista, y la humanidad, como la naturaleza,
según explicaban y sostenían las teorías sociales, obedecía a leyes inmutables: funcionaba
de una forma mecánica, por lo que el futuro era promisorio. Asimismo, subyacían
yuxtapuestos en esta representación el dogma cristiano y el positivista; pues la fe cristiana,
por un lado, prometía un lejano Paraíso, mientras que por otro, el credo positivista ofrecía
la seguridad de que la civilización evolucionaba para bien, y que se estaba en el mejor de
los mundos posibles. Estas ideologías, en el fondo, eran apologistas del statu quo, pues
sugerían de forma implícita que el cambio social era lento, pero seguro.
Acaso por tener Sinaloa una vocación marítima, así como por contar con vías
terrestres intransitables, pues el tren se introdujo tardíamente en comparación con otros
lugares del país, los escritores de estos lares representaron más la máquina del barco en sus
escritos. Es cierto, sólo entrado el siglo XX se escribió acerca del tren, aunque poco, y se
hizo sólo con la intención de señalar cómo el país, casi de manera mágica, se
311
Luis González, ―El liberalismo triunfante‖, Historia general de México, Vol. 2, op. cit., p. 911.
312
Manuel de la Revilla, ―El tren eterno‖, ECT, viernes 2 de 1897, n. 3790, p. 4.
133
La nueva generación
Marcha entusiasta y feliz,
Porque vé nuestro país
Libre de toda opresión.
Ahora, en vez del cañón
Formidable, asolador,
Se oye el solemne rumor,
La férrea locomotora
Y el silbato del vapor.315
Aunque todavía en la primera década del siglo XX, Heriberto Frías con pesimismo
representó a la región occidental mexicana como ―aislada del resto del país (triplemente
aislada: por el océano, por la sierra y por la distancia)‖,316 otra era la idea de los literatos
ligados al régimen de Cañedo; como el poeta Pedro Victoria, por ejemplo, quien asentó que
el mar mantenía un estrecho lazo con los avances científicos, pues si antes la distancia era
abismal entre un continente y otro —o entre los extremos de uno de estos—, ahora la red
humana se reducía debido a la tecnología; pues en otra décima del poema titulado ―La
instrucción‖, expresó:
313
Editorial, ―México industrial. Obreros y máquinas‖, MEF, febrero 21 de 1905, núm. 653, p.1
314
Norberto Domínguez, ―En la distribución de premios a los expositores sinaloenses en Chicago‖, BS,
noviembre 1 de 1898, núm. 22, p. 170.
315
J. Antonio Gaxiola, ―Canto patriótico‖, ECT, jueves 6 de mayo de 1897, núm. 3821, p. 1.
316
Heriberto Frías, op. cit., p. 168.
134
El liberalismo del autor lo llevó, una vez más, a aproximar al hombre de ciencia con el Dios
bíblico y a enfrentarse, con tal postura, a los conservadores. Armado con el saber, el
hombre domeñaba la naturaleza y, por medio del empleo del vapor, recorría valles, cerros y
el océano mismo:
317
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, 1889, p. 91.
318
Pedro Victoria, sin título, ML, op. cit., p. 99.
135
Por otro lado, la distancia que antes separaba a las naciones (―infranqueable muro‖), decía
el poeta, era vencida para estrechar los lazos humanos en ámbitos diversos, principalmente
mercantiles, pues en otra décima del mismo poema, expresará que la época de paz se había
inaugurado, lo que permitía el intercambio de productos:
Y es que los poetas, además de ver en el mar un elemento de inspiración, quisieron también
señalar que por el ancho sendero de agua, las novedades de distinta naturaleza llegaban al
puerto y de ahí a tierra adentro: bienes materiales y bienes espirituales. Ángel Beltrán, del
mismo modo que Victoria, enfatizó que la maravilla del barco de vapor era posible gracias
a la ciencia,321 ese otro puerto que se atisbó como deparador de certidumbre e ilusiones a la
humanidad. Escrito en endecasílabos, el poema titulado ―El progreso‖ no deja lugar a dudas
de la identificación de esa idea con el barco de vapor:
319
Ídem.
320
Pedro Victoria, ―La instrucción‖, ML, p. 91.
321
El barco de vapor fue puesto en práctica en el río Sena por Robert Fulton en 1803.
322
Ángel Beltrán, ―El Progreso‖, ML, p. 94.
136
La ciencia, al obrar el milagro de la multiplicación, hacía posible el progreso. Hay, por otro
lado, un verso que perturba: ―y la vista, en el alma concentrada‖. ¿En qué alma se concentra
la vista? Es posible que se refiera al alma del mar, pues enseguida añade que por él surcan
miles de vapores; sin embargo, quizá de manera inconsciente, el poeta haya aludido al alma
interna y visto en ella a los buques como símbolos de la civilización. De lo que no hay duda
es que el vapor era percibido y representado como elementos introductores del adelanto,
sobre todo por la alta valoración que se tenía del comercio y de la industria y, además,
había una certeza: tarde o temprano debía llegar el progreso a cualquier región, por más
remota que ésta se encontrara. El fenómeno de la globalización a través de las
comunicaciones, aunque incipiente, comenzaba a ser formulado.
Como es notorio, el barco de vapor aparecía ligado no sólo a la ciencia, sino
también al comercio: pues éste lo transportaba, como señalara Beltrán, a remotísimas
regiones. Una muestra de cómo la representación del comercio está imbricada con el puerto
es la siguiente escena recreada por Heriberto Frías, quien describió de manera
cinematográfica el movimiento portuario:
Férrea y ardiente vida de puerto. No había juventud áurea ni ocio diurno; durante
la jornada a pesar del calor resonaba el estrépito del trabajo; percibíase el rumor
de los talleres; escuchábase el palpitar de los motores de las fábricas, estruendo
insistente que de lejos confundíase con el perenne clamor del mar, del mar que
en todo su irregular perímetro (excepto estrechísima faja) ceñía amorosamente
aquel peregrino Mazatlán.323
El movimiento laboral está enfatizado por los adjetivos, los cuales denotan adversidad:
―férrea y ardiente‖. Pese a lo rudo del trabajo, sumado a la atmósfera calurosa, aquél no se
detenía: no había joven que, de día, no trabajara. Asimismo, la dinámica del trabajo es, más
que visual, totalmente auditiva, puesta de manifiesto por los verbos y los propios adjetivos:
―resonaba el estrépito‖, ―percibíase el rumor‖, ―escuchábase el palpitar‖, el ―estruendo
insistente‖ y el ―perenne clamor‖; el autor recreó así —con el uso de la aliteración que se
apoyó por el fonema /r/, vibrante múltiple— una atmósfera sonora.
El barco, por otra parte, también habría de estar vinculado con el aspecto cultural y,
en ese sentido, con la parte espiritual de la población. En un par de poemas, Victoria aludió
323
Heriberto Frías, ―X. Mazatlán por fuera‖, en El triunfo de Sancho Panza (Mazatlán), op. cit., p. 139.
137
al mar como el espacio por donde la cultura hacía su arribo. En el soneto titulado
―Despedida‖, el poeta hizo referencia al mar que se llevaba a la artista italiana Carolina
Civili, dejando al puerto mazatleco con su vida ―monótona, sin goces ni consuelo‖, es decir,
su presencia había sido capaz de sacudir el tedio de la pequeña, pero culta, ciudad; y
añadía:
Pero es en un soneto de Julio G. Arce, titulado ―Cuadro‖, donde la carga simbólica del
barco de vapor aparece de un modo diáfano. Dicho poema está dividido, de forma
implícita, por dos temporalidades: una, donde lo que reina en el mar es la quietud, pues ni
siquiera hay olas; el segundo momento es cuando, de improviso, todo es ruido y
movimiento: surge el barco de vapor, imponente. Así pues, dicen las primeras dos estrofas
del poema dedicado a Rafael Cañedo, hijo del general y gobernador de Sinaloa:
El título del soneto, como fue usual por parte de la literatura ―positivista‖, pretendió por
medio de la mímesis copiar la realidad. Sin embargo, hay un simbolismo que emerge de la
propia subjetividad. Por principio, el amanecer dorado remite al momento inaugural de la
civilización; ahí donde la mexicana se encontraba naciendo en un ―mar tranquilo‖, es decir,
sin agitación ni sobresaltos de ninguna índole. Sinaloa, como el país, se encontraban en una
324
Pedro Victoria, ―Despedida‖, ML, op. cit., p. 92.
325
Julio G. Arce, ―Cuadro‖, BS, 1 de noviembre de 1898, núm. 22, p. 172.
138
aurora de oro: llena de riqueza y porvenir; con el resto del día por delante. Se trataba de una
alusión al plano material, pero también al espiritual. El régimen porfiriano había
atravesado, por fin, la noche alegórica: la del atraso e ignorancia, de las luchas civiles y del
déficit financiero. Asimismo, los últimos versos enmarcan el ―cuadro‖ regional, bucólico:
un pescador es arrullado, de forma armónica, por las suaves olas. De repente, no obstante:
Lo único que podía quebrantar la armonía e interrumpir la paz era la Máquina, en este
contexto, el signo del progreso. El paisaje ―sin sombras‖ señalaba la absoluta claridad para
ver, pero también para oír, cómo surgía el vapor ―altanero y soberano‖, quien, sin embargo,
siendo un rey mostraba sumisión ante otro más fuerte y más alto: el Progreso, a quien le
rendía vasallaje. Desde la perspectiva del autor, el barco era lo que dinamizaba a la región.
Por el puerto, gracias a la máquina, entraban y salían capitales y mercancías, viajeros y
libros, cultura e ideas. La tónica positivista, en resumen, es notoria: el progreso se
materializaba durante el régimen porfirista; solamente la paz debía ser interrumpida por el
trabajo, el cual prometía, como la fe en la máquina misma, la redención. En conclusión, el
barco de vapor operó durante el cañedismo como un símbolo del progreso.
Durante esta época, el decadentismo en Sinaloa como actitud estética, si recreó lo sórdido
de la sociedad fue sólo para condenarlo o para hacer sentenciosamente sensibles a los
lectores; aunque dentro de esa actitud consciente y programática, emergieron en la
literatura símbolos y figuras expresivas de una corriente minoritaria y subterránea: los
indicios de ser una época infeliz, marcada por temores a los desastres naturales y los
326
Ídem.
139
Pero después, en el ínterin del poema, la acción del huracán desenlazaría la tragedia, pues
después del chubasco, los ríos —el San Diego y el Rosario— se desbordan y arrasan con
todo a su paso, igual en la ciudad que el campo. Aparece así una imagen contrapuesta del
progreso, la Sinaloa devastada por la irracional fuerza del Medio:
327
Francisco Gómez Flores, ―Las kérmesse de Mazatlán‖, Narraciones y Caprichos…, op. cit., pp. 16-17.
328
Pedro Victoria, ―Poesía leída en una fiesta filantrópica‖, ML, p. 95.
140
329
Ídem.
141
330
Jesús G. Andrade, ―Al Humaya‖, BS, 1 de diciembre de 1897, núm. 6, pp.47-87.
331
Julio G. Arce, ―Acuarela‖, BS, 1 de febrero de 1898, núm. 10, p. 74.
142
veneración del pilar de la familia. Después de todo, frente a los poderosos influjos de la
naturaleza, a lo único que se podía apelar era a la voluntad de la Divinidad.
Por otra parte, contrario a la abundancia de agua y sus desastres infligidos, está la
representación de otros fenómenos meteorológicos: la sequía veraniega y la invernal
helada. Recién estrenado el siglo XX hubo una sequía, según documentos históricos, que
propició escasez de alimentos y alza de precios.332 Un soneto del médico y literato Enrique
González Martínez dibujó en dos cuartetos la situación crítica de los campesinos, cuyos
ojos son alzados al cielo por una nube en el horizonte:
Pese al estilo realista, gracias a la destreza del poeta, hay un juego de correspondencias
entre las metáforas: los turbios ojos de los campesinos están revueltos y tristes como el
maizal inclinado; y, al mismo tiempo, hay dos planos que contrastan: un arriba, el cielo y la
esperanza, y un abajo, la realidad, el suelo y su desolación. Debido al yermo terreno,
sediento y abrasado, lo único que puede germinar es el consuelo, la posibilidad de que
llueva. Sin embargo, pese a los augurios, los caprichos de la naturaleza se erigían
inapelables:
332
Miguel Ángel Higuera Félix y Milagros Millán Rocha, op. cit., p. 94 y ss.
333
Enrique González Martínez, ―Sequía‖, en Preludios, 1903, op. cit., p. 93.
143
[…]
Aunque presenta un matiz bucólico, el poeta suprimió de ese paisaje campirano cualquier
acción humana, e incluso animal: ―Ya no se oye la endecha placentera/ del labrador
volviendo del sembrado,/ Ni el balar de la oveja en la ribera‖. Todo ha sido tocado, en
suma, por la desolación. De manera hiperbólica, Medina construyó la imagen de una helada
catastrófica, la cual no sólo desnudó árboles frutales, sino que hizo desaparecer cualquier
rastro de vida. La imagen, además, aborda el pesimismo desde un espíritu romántico: la
Naturaleza es aciaga; y si bien había prodigado felicidad, terminó por clausurar esa
manifestación en el hogar campesino. Las noches heladas, como una alegoría del
romanticismo, remiten de hecho a la muerte; múltiples son las imágenes construidas bajo
ese tópico. Incluso la imagen de la noche es polisémica, pero lo más común es la relación
de lo oscuro con el mal; así, por ejemplo, Fernando Vizcarra diría: ―Aparece, cual grande
murciélago,/ Satanás, protector de tinieblas/ Que dibuja su forma en las nieblas‖.335
334
Francisco Medina, ―Las ruinas de la aldea‖, ECT, 15 de agosto de 1897, núm. 3920, p. 1.
335
Fernando Vizcarra, ―La noche‖, ECT, jueves 7 de enero de 1897, núm. 3709, p. 4.
144
336
Arthur Herman, ―1. Progreso, caída y decadencia‖, La idea de decadencia en la historia occidental,
Barcelona, Editorial Andrés Bello, 1998. p. 23.
337
Honorato Barrera, ―Sur la breche‖, BS, 21 de septiembre de 1898, núm. 18, pág. 162.
338
Manuel Rocha y Chabre, ―En la heredad‖, BS, 1 de septiembre de 1898, núm. 20, p. 158.
339
Francisco Medina, ―VIII. Fe, de Juventud lóbrega‖, BS, núm. 18, julio 1 de 1898, p. 140.
145
El poema, en voz del sujeto lírico, presenta una doble perspectiva: la del padre y la del hijo.
El primero ve a su vástago errar sin esperanza por un mundo metaforizado con el desierto;
mientras que para el segundo el mundo es el océano, donde él es un bajel que naufraga y
busca un lugar seguro para pisar suelo firme. El mundo, de esta forma, es un desierto —de
tierra o agua— donde no existe la esperanza, y la vida, un eterno naufragio. Es, además, un
espacio hostil y agresivo: ―El mundo nos combate inexorable‖; y la dimensión patémica341
se explicita con claridad: el padre sufre al ver padecer al hijo, de ahí que éste le diga: ―Ya
no sufras por mí…‖. Por último, el verso final es sumamente significativo: el día concluye
en el cuerpo del hijo: es en sí mismo un crepúsculo, un cuerpo que se consume y declina.
En otro poema, Medina igualmente retomó la tarde como un símbolo de la decadencia
espiritual, y el futuro también fue representando como un paisaje desierto:
La poesía francesa —con Baudelaire como figura tutelar—, es cierto, recreó el sentimiento
del fin du siécle, caracterizado por el tedio —el spleen— de la vida burguesa e industrial,
así como el refugio en el arte de frente al positivismo, donde finalmente ―El estudio de lo
bello es un duelo en el que el artista grita de miedo antes de ser vencido‖. 343 Esta bruma del
poema era, pues, aquella niebla parisina, apropiada por el poeta sinaloense en su texto; ello
340
Francisco Medina, ―XXXII. A mi padre‖, ECT, 3 de junio de 1897.
341
Fontanille se refiere a esta dimensión como el comportamiento pasional que irrumpe en lo ―somático‖; en
este caso, el padre sufre los padecimientos del hijo, pero lo siente tanto en lo físico, como en lo moral.
Algirdas J. Greimas y Jacques Fontanille, Semiótica de las pasiones. De los estados de cosas a los estados de
ánimo, Siglo XXI-BUAP, México, 2002, p. 140.
342
Francisco Medina, ―En días de lucha –A mi padre. De Juventud lóbrega‖, BS, julio 15 de 1898, núm. 19,
p. 147.
343
Charles Baudelaire, ―III. El confiteor del artista‖, El spleen de París, México, Fontamara, 3ª edición, 1998,
3ª edición, p. 20.
146
se hace evidente cuando dice: ―Tal vez no sea así…‖, esto es, indicó que esa representación
podía no ser suya, mas el sentimiento de vacuidad, sí; por cierto, la metáfora final es por
demás paradójica: ¿témpanos de hielo deslizándose por una llanura desierta? A menos que
éstos simbolicen la frialdad del mundo, pues la historia, expresa versos más adelante el
poeta, ―debe ser una historia de crespones‖. La muerte, el luto, son referencias que el
símbolo del crepúsculo conlleva en su carga semántica; ello se revela asimismo en un
poema del mazatleco Esteban Flores, quien no se libró de los influjos de la estética
decadente. En ―Incoherencias‖ –título que denota un síntoma de delirio-, Flores expresa de
manera tácita una representación de la zozobra, la cercanía de la Muerte y la pérdida de la
fe; para el sujeto lírico todo era vano, banal:
Ligado al tópico del crepúsculo está el sentimiento de tristeza; se trata, desde luego, de la
expresión del estilo romántico que, entre otros, el español Francisco Villaespesa practicó
(―Asómate al balcón; cesa en tus bromas/ la tristeza de la tarde siente‖, Ocaso). En esta
tesitura, Medina —en ―II. Perfiles— recreó la caída del sol sobre la aldea: ―Desfalleció
tristísima la tarde/ […]/ ¡Todo yace cubierto por la sombra!‖; 345 de forma casi idéntica
Benjamín Vidal, años atrás, había escrito: ―Mas cuando tiende el sonrosado velo/ la triste
tarde por la esfera umbría,/ llora, perdido el fin, mi alma vacía/ aquel placer trocado en
desconsuelo‖.346 Hay detrás de toda esta representación, sin duda, el imaginario religioso, la
idea del hombre como un ser condenado a sufrir en la tierra. Por tal razón, la imagen del
crepúsculo también fue asociada con el sentimiento de evasión, de fuga de la prisión
terrenal; expresaba Ángel Beltrán: ―Son ansias de volar. Es nostalgia/ por algo que no
existe, que no toco‖: se trató de la figura del hombre como un ser escindido, en busca de
restaurar su pasado, de retornar al Paraíso, pues añadía:
344
Esteban Flores, ―Incoherencias‖, BS, julio 15 de 1898, núm. 19, p. 146.
345
Francisco Medina, ―De Campestres, II. Perfiles‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, p. 50.
346
Benjamín Vidal, ―Mi esperanza‖, ML, 1889, p. 167.
147
Se trataban, los referidos por Beltrán, de los males del siglo que el capitalismo produjo en
el proceso de individuación: el ocio, la debilidad y la preocupación o angustia.348 No
obstante, la visión platónica del alma errante —que el cristianismo se apropiaría—, está
patente. Se trata de un alma dislocada, fuera de sitio, que no reconoce el mundo como suyo,
de ahí su deseo de morir: el ―inmortal deseo/ quiere el lazo romper de la materia‖. De modo
similar Teresa Villa escribió acerca del deseo de volar, junto con su familia, hacia el
firmamento; llama la atención, además, por ser una prosa autobiográfica: ―A esta hora, en
que la luz crepuscular desfallecía ante nuestra vista y la naturaleza estaba magníficamente
bellísima, me encontraba sobre la arena de unas de las riberas encantadoras del Humaya‖.
Este escenario, las orillas del río de Culiacán, le haría anhelar reunir a sus seres queridos ―y
con ellos, cual aves, poder volar y remontarnos en rauda ascensión al infinito, rasgar la
etérea gasa y perder en la azul inmensidad, para no tornar a tierra jamás‖. 349 La prosa,
aunque realista en la descripción del paisaje, recrea también un paisaje interior: el del alma
dispuesta a huir, e buscar un bienestar fuera del mundo.
El crepúsculo fue, pues, un símbolo de la decadencia física, así como espiritual,
presente –aunque poco visible- en la literatura del cañedismo. Por ejemplo, el final de la
novela de Los triunfos de Sancho Panza, de Frías, cuando el periodista Miguel Mercado se
marcha de Mazatlán –fue acusado de difamación por revelar en un reportaje las
maquinaciones para estafar al ingeniero Manuel Muileón-, el atardecer, el crepúsculo, se
convierte en el escenario de la consumación de la decadencia, pues el sol que cae es, al
mismo tiempo que un escudo, una moneda, es también el rostro de Sancho Panza
347
Ángel Beltrán, ―Sombras‖, ML, p. 213.
348
Véase la p. 73 de esta investigación, donde se alude al trabajo histórico realizado por Ariés y Duby
respecto a las enfermedades propiciadas por la era industrial.
349
Teresa Villa, ―Crepúsculo‖, BS, 1 de junio de 1898, núm. 7, pp.131-132.
148
eclipsando la verdad e instaurando el reino de la mentira.350 Es cierto, Frías fue uno de los
que criticó, ya en las postrimerías del cañedismo, al régimen porfiriano; ridiculizó el
discurso del progreso, como se muestra en la siguiente escena donde el orador busca
convencer al ingeniero Muileón para que radicase en Mazatlán e invirtiera todo su dinero
en empresas fantasmas:
De este modo, los sectores ―representativos del progreso‖ –el comercio, la industria y los
profesionistas- eran causa de mofa, desprecio y rabia en el periodista Mercado, según lo
revela el autor a través del narrador que, desde la perspectiva del personaje, expuso lo que
éste pensaba:
350
Véase el apartado. 3.3 de esta investigación.
351
Heriberto Frías, ―I. Proa a la luna‖, op. cit., pp. 42-43.
352
Ídem.
149
bohemio- que busca la dicha en bosques y selvas, en palacios y chozas, sólo para
confirmar: ―-La dicha no existe! Con razón se ha dicho que estamos en un valle de
lágrimas!‖.353 Como es evidente, predomina en esta visión la imaginería religiosa: la tierra
como un valle de lágrimas, es decir, de sufrimientos por haber perdido el paraíso. De un
modo atípico, por ser terrible, Adolfo O‘Ryan creó un personaje para quien las virtudes
cristianas (la fe, la esperanza y la caridad) estaban extraviadas, y afirmaba: ―Si vemos que
sobre la tierra no hay probabilidad alguna de mejorar nuestra suerte, nuestro único consuelo
es… el suicidio‖. Si la frase era fuerte, no lo era menos su denuncia, ya que señalaba que la
caridad había sido corrompida, pues servía para el engaño y el timo en todos los niveles
sociales, desde los caballeros hasta los falsos mendigos:
Fecundo en enfermedades
y otras mil calamidades
el año anterior fue
¿Y el actual cómo será?...
Por lo que pasando está,
Más o menos ya se ve.355
Se trata de un poema popular (octosilábico), escrito más para entretener, pues contiene una
dosis de humor, si bien de humor negro. La visión del autor era fatalista, pues aseguraba
353
Julio G. Arce, ―Fantaseos‖, BS, 15 de abril de 1898, núm. 15, p. 119.
354
Zenón, ―La fe, la esperanza y la caridad‖, BS, 15 de noviembre de 1898, núm. 23, p. 180.
355
Raúl Jazbacan, ―De actualidad‖, ECT, martes 18 de enero de 1910, núm. 7955, p. 1.
150
que los pobladores estaban ―fritos‖, y a los únicos que les iría bien, sería a los médicos y
boticarios. Y ofrecía un listado de todas las enfermedades que asolaban al apenas iniciado
año 1910:
Añadía Jazbacan que enfermos y dementes eran productos, a la vez que símbolos, de la
ruina y el malestar, pues había tísicos y dementes: ―Todo es ruina y malestar‖. Y es que,
finalmente, amén de los enfermos, hubo otras dos figuras representativas de la decadencia:
el mendigo y el loco. En torno a éstas, la tradición literaria europea ya había forjado una
imagen bastante secular, pero a finales del XIX se resemantizaron para ser convertidas en
antihéroes (piénsese, por ejemplo, en Jean Valjean, de Víctor Hugo, o en el Raskolnikof de
Dostoievski). El decadentismo francés exaltó estas figuras —e incluso se imbricaron con el
mundo social (véase la figura del bohemio en el apartado 3.4) —, pero como ya se ha dicho
también, la literatura sinaloense las subvirtió: las despojó de su sentido contestatario,
usándolas para moralizar.
De esta forma, los periódicos informaban de la miseria prevaleciente a través de sus
propias representaciones: ―Ya es una verdadera calamidad el gran número de mendigos que
pululan por la ciudad, pues hasta en la noche es uno sorprendido por ellos en los paseos‖,
decía El Correo de la Tarde, en 1910. Estas personas fueron representadas como una
molesta plaga social que, irrespetuosa, se atrevía a interrumpir los paseos nocturnos. Por su
parte, los literatos también notificaban de ella, pero lo hacían para transmitir un mensaje:
ayudarlos, practicar la caridad. Así, Jesús G. Andrade escribió ―Un miserable‖, donde un
anciano pide limosna en una calle para llevar alimento a sus hijos, pero padece hambre, frío
y el desdén de los transeúntes. La descripción de la figura es minuciosa pues, con un estilo
naturalista, se encuentra construida con adjetivos semánticamente negativos.
356
Ídem.
151
Víctima del furor invernal, sintiendo sobre su endeble y huesoso cuerpo todos
los inclementes rigores del frío, está acurrucado en el ángulo de un vetusto
edificio, un anciano doliente.
Apenas lo cubren miserables harapos. Su voz es débil, los pómulos salen
de su rostro enflaquecido y pálido, y se revela su inmensa tristeza en la infinita
languidez de sus pupilas.357
La intención, por supuesto, era conmover a los lectores; y la debilidad del anciano está
remarcada por los adjetivos con que su cuerpo está caracterizado: endeble, huesoso,
doliente, débil, enflaquecido, pálido, infinita languidez; por la calificación hecha a su ropa:
miserables harapos; así como por los epítetos aplicados al clima, inclemente, y al edificio,
vetusto; como elemento romántico, edificio y personaje se mimetizan, pues ambos, viejos y
frágiles, son azotados por el frío. En seguida, el anciano pide una limosna, y ―al encapotado
se le eriza el cabello, y prosigue su marcha veloz; sin escuchar las súplicas del mendigo‖.
La crítica social es clara: el encapotado alude a alguien con dinero, bien abrigado, quien
sintió miedo o aversión (―se le eriza el cabello‖); sobre todo, porque más adelante, el
narrador emite un juicio moral, llamándole ―malvado‖: ―—Piedad por Dios! ¡Señor,
señor!— gime con voz cada vez más fuerte, —como intentando hacerse oír del malvado
que se aleja‖. El final, que es donde se erige sobre todo la lección moral, es trágico: el
miserable muere tras haber comido carne envenenada, la cual recogió de la calle pero que
estaba destinada a los perros. De esta forma, al proyectar la imagen de un mendigo
desamparado, Andrade hacía notar la necesidad de socorrer a los pobres y, al mismo
tiempo, criticaba a los ricos que no eran caritativos.
Asimismo, la clase baja fue representada como un lastre atávico, la retardataria del
progreso, y a menudo se le identificó como la clase donde tenía lugar el crimen y los vicios.
Como era usual en la literatura nacional, Francisco Medina, en ―Tragedia de vecindad‖,
relató la vida de una costurera cuyo novio, celoso, le dio muerte a un sujeto en un baile;
pero es en ―Un epílogo‖ donde el mismo autor expone una moraleja simple: los hijos
debían ayudar a los padres —ancianos— y, al mismo tiempo, condena el alcohol: la historia
transcurre en una choza pobre; el padre convalece en la cama, mientras que su esposa se
lamenta de las deudas y del hijo ingrato que, en lugar de apoyar a su familia, se divierte:
―Ahora, si vivimos ó morimos, no le importa; él por el paseo, por el baile ¡digno modo de
357
Jesús G. Andrade, ―Un miserable‖, BS, 1 de mayo de 1898, núm. 16, p. 123.
152
pagar los sacrificios que hemos hecho para que se instruya‖. El desenlace es trágico, ya que
el hijo, ahogado de vino, fue herido y llevado moribundo por los gendarmes a la casa, y el
padre, al verlo, habrá de sentenciar: ―—¡Quién creyera, que hoy que pensaba morder el pan
adquirido con tu trabajo, tenga que venderme yo para comprarte un pedazo de tierra…
¡Infeliz!‖.358 Históricamente, el alcohol durante el Porfiriato fue criticado, como por
ejemplo se leía en un periódico: ―Obreros, hijos del trabajo! Si queréis que vuestro espíritu
sea grande y puro, trabajad y estudiad, abandonad la taberna y poblad el taller y, en vez del
alcohol que destruye, tomad el licor del Evangelio interpretado por la ciencia‖.359
Por otro lado, la figura del mendigo fue complementada con otras dos visiones. La
de ser criminales por el hecho de su condición, así como la de representar, por su
precariedad, como seres incorruptibles. Ambas imágenes son de Medina. En la primera,
expresa: ―Habló con palabra trémula/ El moribundo mendigo:/ ¡Señor! ¿Por qué me
condenas/ A lavar de otro el delito?‖; donde la justicia divina hace eco de la justicia
humana: el mendigo muere en su cuarto sombrío: ―¡El infeliz harapiento/ Quedó en el suelo
tendido‖. 360 En la segunda, el poeta dirá, a la manera de Calderón de la Barca, que la vida
era ilusoria y el triunfo, sueño, y añadió: ―Es ficticia la victoria/ Que en la lucha alcanza al
hombre,/ Al deseo de renombre/ Jamás mi pecho da abrigo:/ Me resigno a ser mendigo/
¡Antes que manchar mi nombre!‖.361 Desde luego, este último poema se inscribe en un
contexto particular, pues Medina mantenía por estas fechas una batalla personal por hacerse
notar en el medio intelectual, y fue acusado por sus detractores de querer conquistar fama a
costa de ellos (véase la polémica con Híjar, González, entre otros, en el apartado 3.2).
Aunque apenas esbozada, se encuentra la figura del loco. De forma histórica, la
demencia en el Porfiriato fue usado como mecanismo de control social y, en las vísperas
del centenario de la Independencia, de ―limpieza‖ urbana, pues el moderno hospital
psiquiátrico asiló a indigentes, prostitutas, toxicómanos y delincuentes.362 Así, a fines de
358
Francisco Medina, ―Un epílogo‖, BS, 15 de noviembre de 1897, núm. 5, p. 36.
359
Sin autor, ―El taller y la taberna. Son dos grandes enemigos‖, ECT, viernes 14 de enero de 1910, núm.
7951, p. 3.
360
Francisco Medina, revista Flor de Lis, Guadalajara, 1 de mayo de 1897, en Agustín Velázquez Soto, El
romántico amigo… op. cit., pp. 79-80.
361
Francisco Medina, ―En días de lucha‖, EMS, 10 de octubre de 1897.
362
Vid. v. gr. Carlos Olivier Toledo, ―Higiene mental y prácticas corporales durante el Porfiriato‖, Revista
Electrónica de Psicología Iztacala, UNAM, Vol. 12, No. 2, junio de 2009, en http://www.ojs.unam.mx/-
index.php/repi/article/viewFile/15462/14691 (Consultado el 17 de mayo de 2010).
153
1909, el profesor del colegio ―Rosales‖, Francisco Cuervo Martínez compuso un poema, en
donde delineó la figura del demente con elementos de la cultura popular y del
romanticismo: el sujeto lírico —quien dice ―yo‖ en el poema‖— le expresa al loco, al
personaje: ―¡Te olvida tu amigo, te engaña tu amada‖ y más adelante le dice ―Te olvida tu
madre, tu madre adorada‖, obteniendo tan sólo por respuesta una carcajada. Resaltan
también sus aspectos físicos: demacrado, de tez macilenta y mirada extraviada: ―En ángulo
obscuro destácase un loco,/ De tez macilenta, mirada indecisa‖; y añadía luego:
De igual forma, la ideología imperante se deja entrever. La vista fue el instrumento natural
del positivismo. El sujeto lírico practica el método de la observación —se detiene a
―verlo‖—, por lo que él es el lúcido, quien emite un juicio cuasi objetivo. Por su parte, el
loco es descrito con la ―mirada indecisa‖, es decir, no ve con claridad, trae la razón
extraviada. La mirada perdida es metáfora de la locura, mientras que el observador lo es de
la razón. En otro sentido, la locura fue deificada por el romanticismo: el enfermo mental era
un ser iluminado y que, pese a ser un mendigo, no imploraba ayuda. Su identidad es la del
bohemio francés que la poesía modernista construyó. Así pues, Dagoberto —seudónimo de
un autor mazatleco no identificado—, hacía mencionar a su personaje lo siguiente:
Transita por las calles más céntricas del puerto, gesticulando y pronunciando
palabras incoherentes. Su raído traje le da el aspecto de un mendigo; pero ni aun
363
Francisco Cuervo Martínez, ―El loco…‖, EMS, sábado 6 de junio de 1909, núm. 2214, p. 2
154
La locura era símbolo de la lucidez. Y, de acuerdo con esta visión, vivir ensimismado le
apartaba del mundo real, le hacía vivir una vida distinta. Por otro lado, Francisco Medina
proyectó en ―Crimen en la sombra‖ la imagen de un hombre que pierde la razón debido a
una brusca impresión en su ánimo: por una confusión fue despedido del trabajo. José
López, tras perder su empleo por una confusión suscitada por otro trabajador de mismo
nombre, pierde el prestigio y es repudiado por la sociedad, por lo que: ―Poco á poco fue
perdiendo la razón y […] como un idiota; iba por la calle casi sin conciencia; nada le
importaba; a veces le gritaban por las ventanas ¡ladrón! y tal como nada le dijeran; el hielo
de la miseria y del desencanto le habían arrancado todos sus sentimientos…‖.365
En conclusión, los locos y los mendigos comparten, en este tipo de
caracterizaciones, el mismo denominador: vivían en la pobreza, despreciados por la
sociedad e incluso por la familia. Representaban, salvo la visión romántica de Dagoberto,
la descomposición social de la época; los locos eran, junto a las imágenes de las
calamidades y de los mendigos, los indicios de la decadencia que se manifestaba, pese al
monolítico y hegemónico discurso del progreso que irradió al Porfiriato. Como decía
Jazbacan: ―Los tísicos menudean,/ Los dementes no escasean,/ Todo es ruina y
malestar…‖.
364
Dagoberto, ―Un pobre loco, como yo‖, ECT, domingo 1 de mayo de 1910,núm. 8051, p. 3
365
Francisco Medina, ―Crimen en la sombra‖, BS, núm. 10, febrero 1 de 1898, pp. 77-80.
155
366
La imagen de la mujer es similar, de hecho, a la construida en la literatura española. Teresa Gómez Trueba,
―Imágenes de la mujer en España de finales del XIX: ‗santa, bruja o infeliz ser abandonado‘‖, en
http://www.lehman.cuny.edu-/ciberletras/v06/gomeztrueba.html (Consultado el 23 de abril de 2010).
367
Acerca de la representación de la mujer desde una perspectiva de género, vid. Mayra Lizzete Vidales
Quintero, ―El matrimonio y las relaciones de género en la sociedad de fines de siglo XIX‖, en Arturo Carrillo
Rojas et al. (Coord.), Contribuciones a la Historia Económica, Social y Cultural de Sinaloa, Culiacán, UAS-
Archivo Histórico, 2007, pp. 233-251.
156
368
Cecilia Zadí, ―La mujer egoísta y avara‖, BS, Mazatlán, 15 de noviembre de 1898, núm. 23, p. 177.
369
Artemisa, ―Grata vida del hogar‖, BS, 15 de diciembre de 1897, núm. 7, p. 49.
157
Esa mujer, idealizada, sería la esposa y madre perfecta. Por otro lado, Moreno sólo nombró
una parte del cuerpo, y la más visible: el rostro. Rafael Serrano omitió cualquier referente
físico, pues en un poema dedicado a Berta Gómez Gallardo, escrito ―en un álbum‖, sólo
delineó algunas características morales. En la primera estrofa interrogó a su laúd si ella era
―numen poético‖ o un ―ángel‖, y fue en la siguiente en la que añadió:
No me responde y yo digo:
Consuelo, esperanza, amor,
Inocencia, bienandanza,
Eso eres tú.371
370
Esteban Moreno, ―En el álbum de la Srita. Emilia Rivas, BS, 15 de septiembre de 1897, núm. 1, p. 2
371
Rafael Serrano, ―A Berta Gómez Gallardo‖, EMS, 15 de abril de 1900, núm. 489, p. 2.
372
Amado Nervo, ―Los albums de autógrafos (Artículo que aún es de actualidad)‖, ECT, 15 de enero de 1894,
en Mayra Elena Fonseca Ávalos, op. cit., pp. 176-177.
158
373
Antonio Moreno, ―En un álbum‖, BS, 1 de enero de 1898, núm. 8, p. 59.
374
Enrique González Martínez, ―Visión‖, Preludios, 1903, en Poesía I, op. cit., p. 44.
375
Francisco Medina, ―Bosquejos‖, en Agustín Velázquez Soto, El romántico amigo de la imparcialidad, op.
cit., pp. 26-27.
159
de conquistar. Por ejemplo José Antonio Gaxiola, refiriéndose a la beldad de una mujer,
expuso la imposibilidad del lenguaje por realizar una minuciosa y cabal descripción: ―No
tiene el arpa mía/ Notas para cantar vuestra hermosura‖. Es cierto que se trató de un recurso
retórico: el arte era trascendido por la realidad; lo cual permitía exaltar aún más las
cualidades físicas y morales (―bella y virtuosa‖) que aparecen vinculadas en el poema:
Esta imagen revela, por un lado, una figura apolínea, parnasiana: la ambrosía, en el mítico
mundo griego, era el alimento de los dioses. Nadie más, pues, era digno de besar sus labios.
Por otro lado, aparece suspendida en el aire: una deidad, la esperanza, que le circunda sus
pies con los brazos abiertos. La figura de la amada aparece como una diosa o, incluso, se
asemeja a la imagen de la Virgen de Guadalupe, la cual está sostenida por un ángel de alas
abiertas. Esta vinculación no tendría nada de casual, ya que al estar asociada la figura
femenina con una virgen o una diosa (la virgen de Guadalupe de hecho está relacionada con
la diosa azteca), la religión dentro del régimen porfiriano emerge como un elemento
fuertemente arraigado. Siendo un gobierno conservador, la religión, la moral y la familia
fueron, además del nacionalismo, elementos cohesivos del tejido social.
Otros poemas igualmente contienen la representación angelical o virginal. Antonio
Villalpando, poeta de El Rosario, describió a la amada como un ángel situado en el aire,
entre nubes: ―Allá, al través de vaporosa nube/ parecióme entrever sus formas de hada‖,
para destacar que se trataba de un ideal, pues al aproximársele, se esfuma: ―Y al buscar su
mirada refulgente,/ aire toqué nomás‖.377 También Florentino Arciniega y Ledesma transitó
por esta imagen con parecidos elementos en un poema dedicado ―a Natalia‖. En éste, sólo
la frente y, por supuesto los pies, fueron nombrados. El poeta trazó, en todo el poema, una
serie metafórica de anhelos que expresan claramente una dimensión romántica: desear darle
lo imposible a la mujer siempre sería poco; así, el sujeto lírico señalaba querer ser un lampo
376
J. Antonio Gaxiola, ―Para un álbum‖, BS, 1 de julio de 1898, núm. 18, p. 144.
377
Antonio Villalpando, ―Fascinación. A Pedro Macías‖, EMP, 16 de noviembre de 1879.
160
de luz, para besar su frente por la noche; la esencia del iris, la vibración del éter, el eco de
una nota, el perfume de las flores; pero sobre todo, decía:
El sujeto lírico del poema quería ser un dios, y que ella –la amada-, fuera su diosa para
poner un Universo fijo, inmóvil, a sus pies. En la cosmovisión de los literatos, los pies
fueron la única parte que estaba al alcance de ser alabados; elevada, suspendida en el aire,
los poetas disponían a los pies de la amada una ofrenda. El poeta Pedro Victoria pondría la
ofrenda de sus versos, en una acción de humildad, a los pies de la mujer de ―blancas
sienes‖:
Ofrenda y amante aparecen disminuidos para, desde un estilo puramente romántico, resaltar
la distancia entre el oficiante –un ser sufriente- y la amada. El poema es así metaforizado
como una flor mustia, sin color, que sólo puede ser puesta a los pies de ella; y sin la certeza
de que la acepte, sólo puede servir como una alfombra. Por otro lado, la blancura de las
sienes no fue casual: correspondió a una mirada clasista, la que supuso que la raza blanca
era signo de mayor evolución y de supremacía; de ahí que la mayoría de los poemas, de
distintas latitudes, se refieran a las mujeres como blancas o rubias e incluso, como pálidas o
378
Florentino Arciniega y Ledesma, BS, febrero 15 de 1898, núm. 11, p. 86.
379
Pedro Victoria, ―En un álbum‖, BS, octubre 1 de 1897, núm. 2, p. 10.
161
cloróticas (aún el decadentismo, que recreó a las musas enfermizas, contiene esa dosis de
clasismo). Pero, y más allá de esta visión hegemónica, el color blanco como símbolo de
pureza se asoció, esencialmente, con la castidad de la mujer; por lo que la representación de
la mujer-virgen fue literal: la amada, para ser imaginada como sacra –en una dimensión
religiosa-, debía conservarse pura, intocada por el hombre —en la dimensión mundana—.
En este sentido, los literatos se refirieron a las mujeres como vestales: guardianas y
oficiantes del tesoro de su propia pureza para así ser aceptadas como esposas. Francisco
Medina, en ―Canción del bohemio‖, donde el sujeto lírico surge como un ser derrotado por
la vida, señaló: ―Una virgen de mística blancura/ me señaló la altura/ Que buscaba mi
mente visionaria‖.380 Por su parte, Juan B. Villaseñor, jalisciense, expresó en un poema la
valoración del candor femenino: ―Porque el rubor en la mujer es todo/ su más grande virtud
y alta hermosura‖ y se figuraba a la amada como ―un áureo pebetero radiante/ en el templo
sin par de la familia‖.381 Se trató, según se aprecia, de un conservadurismo recalcitrante en
el régimen porfiriano. Pedro R. Zavala, en la misma dirección, escribió:
La figura femenina es apolínea; y su pureza está ligada, desde luego, a su blancura. Pero lo
que más llama la atención es el título del poema: ―Deseos‖, pues remite a una tensión entre
la carga erótica y el amor puro, el deseo contenido y sublimado. Puede verse así que la
amada es un objeto deseado: él quiere violar su pensamiento para dejar huella en su
memoria y, asimismo, desflorar sus versos ante sus pies; donde estos versos —violar y
desflorar— conllevan una fuerza sexual muy marcada. Los halagos ocultan la intención. La
estética oculta, pues, una ética ya asimilada y ya vuelta un lugar común en la sociedad
380
Francisco Medina, ―Canción del bohemio‖, EMS, 25 de septiembre de 1898.
381
Juan B. Villaseñor, ―A mi Dolores‖, BS, 1 de marzo de 1898, núm. 12, pp. 94-95.
382
Pedro R. Zavala, ―Deseos‖, BS, 15 de noviembre de 1897, núm. 5, p. 37.
162
porfiriana. Otro poema donde emerge la mujer como una ―virgen blanca‖ es el titulado
―Toque‖; una pincelada ligera que delineó una imagen singular:
La niña en tránsito de ser mujer, la adolescente que ―despierta a la vida‖, fue para el poeta
la expresión más pura y acabada de la inocencia. La castidad fue así más que un eufemismo
o una metáfora. Sin embargo, el poema es ambiguo. No se sabe si hay un sentido paternal,
o si la perspectiva patriarcal corresponde a la relación ejercida durante esta época, pues era
común llamar ―niña‖ a la amada (Manuel del Rincón, imitando al español Antonio Trueba,
escribió: ―Me gustan, niña, tus ojos; […] Me gusta tu blanca frente,/ tu boquita, tus
cabellos, Tus miradas, tus sonrisas,/ Tus piececitos pequeños‖).384 De lo que no hay duda es
que, de manera literal el sujeto lírico le expresa a la mujer su deseo de soñar a su lado, de
en la transparencia del amanecer, pero también estar azulado en la claridad de sus ojos. En
todo caso, se trató de la representación que devino del estilo romántico, el modelo de la
amada: el de la mujer-virgen, la mujer-niña, poseedora aún de la gracia infantil, bondadosa
y dueña de un cuerpo inmaculado.
Por otra parte, y con menor regularidad, el universo moral porfiriano configuró un
estereotipo de la mujer ―caída‖; desde la apropiación de la simbolización religiosa, se
trataba de un ángel caído, aquella que había dejado de ser virgen sin ser desposada. Si la
estética decadentista francesa exaltó la figura de la femme fatale, en cambio la literatura
sinaloense –como gran parte de la mexicana-, recreó esa figura pero sólo para elevar una
383
Esteban Flores, ―Toque‖, BS, 15 de octubre de 1897, núm. 3, p. 23.
384
Manuel del Rincón, ―¿Por qué me gustas?‖ (El Siglo XIX), EPAC, Mazatlán, sábado 17 de octubre de
1868, núm. 12, p. 4.
163
condena moral. Se creó una literatura educativo-didáctica similar a las exempla medievales:
a través de lo ilustrado se transmitió una moraleja. De forma maniquea, se alabaron las
virtudes –de la virgen buena- y se condenaron los vicios. La estética fue convertida en la
expresión de la ética imperante, la femme fatale fue exculpada: expió sus culpas al servir de
ejemplo a la sociedad. Así pues, esta postura estética –un modernismo subvertido-, basada
en una ideología positivista, una axiología religiosa y un programático nacionalismo, quiso
combatir los vicios –atribuidos al pueblo bajo- con la instrucción. Con la representación de
la mujer ―caída‖, la que ya no era virgen y no había sido desposada, se proyectó una
realidad que debía ser atajada.
En este sentido, se configuró una imagen de la mujer adúltera; ya hubiera sido por
voluntad o por haber sido engañada. El denominador común, no obstante, era el sinónimo
de prostituta y del repudio social que recaía no sólo sobre la víctima, sino también sobre la
familia. En Los triunfos de Sancho Panza, donde un personaje es el portavoz de la
―desgracia‖, Frías mencionó: ―Para comentar los enredos amorosos de alguna gentil señora
o de cualquier muchacha que caía, o a quien se calumniaba de ligera y coqueta, el Loro
chasqueaba la lengua como un látigo, y azotaba con ella no sólo a la víctima, sino a toda su
familia‖; y, de hecho, los versos siguientes supuestamente acompañaban a la murmuración
y calumnia:
¡Pulga la madre,
Pulga la hija,
Pulga la sábana
Que las cobija!385
Asimismo el cantor del hogar, Juan de Dios Peza, cuya mujer en la vida real lo abandonó
por otro, le atribuyó una serie de rasgos perversos, diabólicos: ―Tienes como Luzbel formas
tan bellas/ el hombre olvida al verte, enamorado,/ que son tus ojos negros dos estrellas/
veladas por la sombra del pecado‖; se trata del poema ―Adúltera‖ (1882), cuya carga
semántica es sumamente negativa, pues está inmersa en una serie de epítetos y sustantivos
despectivos: la llamó traidora, hipócrita, de alma envilecida, manchada, ―reina del mal‖, de
385
Heriberto Frías, ―XII. Los malandrines‖, op. cit., p. 165.
164
La mujer pecadora iba tener, de forma irremediable, su castigo: lapidada por la condena
social, además de que sus días serían solitarios, sin dinero y sin salud. Por si ello no bastara,
su epitafio sería también condenatorio. Al mismo tiempo que Peza censuró el adulterio de
la mujer, expresó cuál sería el destino de quien lo ejerciera.
Así pues, la naturaleza femenina aparece llena de maldad per se; el sinaloense
Adrián O. Valadés, en un punzante epigrama, mencionó que el hombre debía estar siempre
en guardia, pues la mujer era como un animal:
Desde el mundo del catolicismo, Eva había sido la culpable de la expulsión del paraíso; la
mujer, pues, tenía por corazón un alacrán: con ponzoña y dispuesto a atacar en cualquier
momento. En suma, de acuerdo con esta valoración, la mujer no era digna de confianza.
También Francisco Medina le haría decir a un personaje: ―—Nada más natural que eso —
decíame un amigo mío […]— que esa mujer te haya engañado, nada tiene de raro;
generalmente así son todas. A las mujeres se les debe ver como son y nada más‖. 388 En su
obra dramática ―Quien bien ama nunca olvida‖, Ángel Beltrán pone en labios de un
personaje, Fernando, las siguientes palabras:
386
Juan de Dios Peza, ―Adúltera‖, Recuerdos y esperanzas, Flores del alma y versos festivos, México, Porrúa,
1998, pp. 28-29.
387
Adrián O. Valadés, ―Océano‖, EMS, 11 de febrero de 1900, núm. 478, p. 2.
388
Francisco Medina, ―Vida solitaria (Autobiografía de un paria)‖, EMS, 19 de diciembre de 1897.
165
En el mismo sentido, Fernando dirá que la mujer tenía dos corazones (una vez más el
maniqueísmo está presente): uno para amar y otro para aborrecer; y si había una con
cualidades y virtudes, como Roberto le replicara, añadía que entonces no era una mujer,
sino un hombre con enaguas:
389
Ángel Beltrán, ―Quien bien ama nunca olvida‖, ML, p. 221.
390
Ídem.
166
bebida de Musset‖, ―mientras ella, concurre al lenocinio donde encuentra qué comer…!‖.391
La visión de Monroy destaca su maniqueísmo en la cuestión del género: el alcoholismo del
personaje lo justificaba, mientras que la culpa la hizo recaer, con todo su peso, sobre la
ligereza de la mujer, cuya capacidad natural de perder al hombre quedaba evidenciada.
Por último, se encuentra la figura de la mujer ―caída‖, desvirgada, mediante
engaños. En la obra de Frías, la tragedia de Aurora Locaña cimbra el hogar, como si un
vendaval maléfico lo hubiera azotado:
El aire de la tragedia desoló el hogar, incluso el piano –un símbolo de distinción social- fue
vendido. La inocencia de Aurora, quien había sido educada en un convento, derivó en
ignorancia del mundo: cayó en la trampa. Entre líneas se revela que la religión, desde la
perspectiva liberal del autor, enceguecía la conciencia, y el saber, representado en la figura
del médico, es rechazado: Aurora se dedicaba a rezar, ―obstinada en asirse, en el vértigo de
su caída, sólo a la protección extraterrestre, rechazando a su médico ‗por hereje‘, aferrada
en pedir al cielo lo que el cielo mismo podrá jamás volver a una mujer: la virginidad
perdida‖.393 Esta escena es significativa, pues descubre la antítesis tenaz entre
conservadores y liberales: el médico —desde el punto de vista del personaje, que lo
califica—, era un ―hereje‖; por tanto, la ideología conservadora propiciaba que las señoritas
no fueran educadas. La figura del ángel caído, finalmente, destaca por su sentido religioso:
ella se obstinaba en asirse, ―en el vértigo de su caída‖, sólo a Dios. La novela de Frías es de
crítica social, aunque moralizó al criticar aquella moral caduca.
Por su parte Francisco Medina, en el poema extenso titulado ―Lola‖, que dedicó a
Luis G. Urbina, habría de representar a la figura del a mujer como un ángel caído que, por
culpa de la sociedad, habría de prostituirse, alcoholizarse y volverse una criminal. El poema
391
Luis H. Monroy, ―Adúltera‖, BS, núm. 1, 1897, pp. 7-8.
392
Heriberto Frías, ―XV. Las fiestas de Olas Altas‖, op. cit., pp. 194-195.
393
Ibíd., p. 195.
167
[…]
Por tal motivo, el deseo de venganza —ante el pavor del sacerdote— poco a poco, y a los
meses, la alzaría de su lecho. En la segunda parte del poema, la representación de la mujer
será la de un ser diabólico, con ansias malévolas, rencoroso, al borde de la locura; así,
llegará a decir:
Ciertamente, el maniqueísmo moral influyó para construir una diferenciación social: las
bajas pasiones, las mujeres ―caídas‖, provenían mayormente de la clase baja; el modelo
394
Francisco Medina, ―Lola. I. Una confesión, II. Venganza‖, BS, 1 de marzo de 1898, núm. 12, pp. 92-94.
168
procedía del naturalismo, pues remite, aunque de forma tangencial, al personaje Naná, de
Zolá. El personaje de Medina, Lola, vivía en un antro, alcoholizada: ―Mis labios saturados
por el vino…‖; y con el más puro estilo romántico, lo irracional e inhumano —la mujer
demoniaca—, aparecen, así como el espacio marginal: iba por calles y avenidas a dar
muerte a Roberto: la pobreza es el escenario del patético drama: llega a un ―caserón
obscuro‖ de ―carcomida puerta‖, en suma, a un ―cuarto estrecho‖, en donde habría dar
muerte no a su victimario, sino a la mujer de éste. Para cerrar el cuadro, Medina concluyó
que mientras Lola sonreía, satisfecha de su obra: ―La moribunda ensangrentada espira…/
Duerme una niña en su haraposo lecho‖.
En resumen, puede afirmarse que los literatos configuraron la representación de la
amada como figura simbólica de la virgen o ángel ―caído‖, no para señalar como era la
realidad, sino para modelar el mundo social en que estaban inmersos, desde diversos
ámbitos culturales e ideológicos, aunados a los prejuicios. Desde el positivismo, en aras de
forjar un mejor medio social; desde el liberalismo, para combatir las ideas religiosas, pero
también para, a través del ―ángel doméstico‖, preservar a la familia y dotar de soporte
social la idea de nación; y desde luego, desde una corriente estética —el romanticismo o un
modernismo sublimado—, como muestra irrefutable de una ética ya apropiada y
convencional.
169
Conclusiones
La literatura de Sinaloa, como un documento para la historia cultural, nos permitió explicar
e interpretar la forma en que fue representado —en tanto apropiación de la realidad— el
mundo durante el periodo del Cañedismo.
Gracias a la apertura de la historia hacia nuevas fuentes, temas y enfoques, hemos
podido conocer y demostrar la manera en que las obras literarias configuraron una visión
del mundo; pues los literatos, al representarse así mismos, así como de aquello que los
circundaba, construyeron un imaginario social expresado en símbolos y figuras.
La literatura, desde su propia naturaleza estética, tuvo un papel rector en la
sociedad, ya que a través de funciones ético-política, educativa y didáctica, contribuyó a la
construcción, proyección y consolidación de la imagen de un régimen progresista; sin
embargo, pese a los esfuerzos por atajar expresiones estilísticas como el naturalismo,
emergió también el icono de un régimen en decadencia.
Los literatos más representativos de este periodo, que nacieron o residieron en la
entidad, son Francisco Gómez Flores, Gabriel F. Peláez, Pedro Victoria, Ángel Beltrán, de
la vieja generación; y de la nueva guardia se encuentran Esteban Flores, José Ferrel, Julio
G. Arce, Enrique González Martínez, Francisco Medina y Jesús G. Andrade. Mención
aparte merecen las únicas mujeres que escribieron literatura: Artemisa, Teresa Villa y
Cecilia Zadi, siendo esta última la que publicó con más regularidad.
En gran medida, estos escritores ―y muchos otros que fueron poetas de ocasión,
dado que la práctica literaria gozó de prestigio― se inscribieron en la tradición literaria
occidental, principalmente de la literatura española y francesa, por lo que estuvieron
pendientes de los movimientos estilísticos que estaban en boga, tales como el
romanticismo, el modernismo y el realismo/naturalismo.
En sus textos se reflejan sus preferencias bibliográficas como lectores, donde lo
clásico y lo contemporáneo no les era ajeno. Por ejemplo, los más eruditos como Gómez
Flores y Ferrel, leyeron a los griegos ―Homero, Sófocles, Herodoto― y a los latinos
―Ovidio, Virgilio, Dante, Horacio―, pero en mayor medida a españoles como José
Zorrilla, Mariano José de Larra, Espronceda; franceses como Lamartine, Víctor Hugo,
170
ANEXO
Anónimo
Para su álbum
A Natalia
Ángel Beltrán
Sombras
El Progreso
Al General Rosales
Manuel Bonilla
22 de diciembre
T. Camacho
El criticador
El loco…
―Rubén Darío‖
Arrojos
El jardín blanco
Esteban Flores
Jesús G. Andrade
Al Humaya
Oigo tu voz ¡oh río caudaloso! Que tiende en tu redor la augusta noche,
Oigo el rugido fiero Copias los astros del divino cielo;
Que arrojas de tu abismo pavoroso; Mas otras veces, cuando airado, horrible
Es el grito potente y altanero Eres monstruo temible
De un atleta indomable Y te revuelves en tu propio seno
Que siente hervir la sangre de sus venas En convulsiones de titán herido.
Y que gime y que ruge encadenado Lanzas al cielo el sin igual rugido
Luchando sin cesar, desesperado, Lleno de encantos y de horrores lleno,
Por romper sus cadenas. Así pasas revuelto é imponente
Emulo de los mares, en tu seno Semejando un torrente;
La eternidad se encierra; Y en tu grandiosa y eternal batalla,
Lleno de horrores y de encantos lleno, Luchas contra ti mismo y es tu acento
Eres un cáos de esplendor sublime El del rayo violento
Y á las entrañas mismas de la tierra Que entre los senos de la nube estalla.
Llega tu acento que iracundo gime. De ciega tempestad á los fulgores,
Á veces, cuando en calma Cuando sus mil horrores
Corres bajo los cedros en la sombra, Lanzan los cielos, y su horrible grito,
Con qué placer el corazón te nombra, Tu retumbante voz, tu voz que truena,
Cuánta dicha despiertas en el alma! Parece que resuena,
Y al empezar el día, En la obscura región del infinito,
Cuando aparece el sol en el oriente Sigue tu curso ¡oh río! hácia los mares,
Y rasga el velo de la noche umbría Da gloria universal á esa sultana
Con los efluvios de su augusta frente, Cuyas plantas tu besas, y mañana
Entonces el boscaje Cuando te admire el hombre en tus altares,
Que se levanta en tu ribera hermosa Tal vez habré caído
Entona su epopeya gloriosa A las eternas sombras del olvido.
Su epopeya magnífica y salvaje! Bañada por tus brisas fue mi cuna
Y al declinar el día, En mis tiempos de paz y de fortuna;
Cuando se hunde el sol en occidente Y así cual me arrulló con su cariño
Dejando en tu redor niebla sombría Tu voz atronadora que retumba
Al ocultar los rayos de su frente, En mi lecho purísimo de niño,
Los pálidos reflejos Con tu rumor arrúllame en la tumba!
De la espuma que salta entre tus ondas
Semeja de tus linfas, á lo lejos,
Las encantadas cabelleras blondas.
Y al brillante derroche (Bohemia Sinaloense, 1 de diciembre de 1897)
De luz, que rasga el tenebroso velo
189
Julio G. Arce
Cuadro
Acuarela
A Soledad Paliza
J. Antonio Gaxiola
Para un álbum
Los néofitos
(Preludios, 1903)
194
Luis H. Monroy
Azul
Raúl Jazbacan
De actualidad
Fecundo en enfermedades
Y otras mil calamidades
El anterior año fué
¿Y el actual cómo será?...
Por lo que pasando está,
Más o menos ya se ve.
Al Gral. Escobedo
–Cosalá
Abelardo Medina
Francisco Medina
Héroe
Es dualidad excelsa de soñador y atleta:
frente a las huestes, único; frente al amor,
Sobre la faz tostada por nuestro sol ardiente poeta;
fulguran sus pupilas lumínicas de acero; nostálgico insaciable de libertad y gloria.
por su altivez estoica diríase un guerrero
de aquellos de mil lauros de triunfos en la Al humillar las ansias de la invasión injusta
frente. conquista dos coronas para su frente augusta:
¡de bravo en la pelea, de noble en la
A veces tempestuoso, colérico, rugiente, victoria…!
como turbión que azota las cimas, altanero;
extraño ser que siendo dominador y fiero, (Mefistófeles, 31 de diciembre de 1907)
oculta transparencias de cristalina fuente.
Lola
A Luis G. Urbina
I
Una confesión
Fines, la hicieron disponerse á un viaje; Que alguna de las dos desde hoy no viva…
A sus deberes humilló, sumisos.
El corazón que antes temerario
En sus acciones la pasión salvaje Sólo sufría ante su mal, hoy quiere
Presentaba sus llamas encendidas El nuncio de mi viaje funerario;
Y le infundía irracional coraje.
Paga tu infamia ó resignada muere;
Abandonó su estancia; detenidas Si pretendes huír… queda tu hija…
Las blasfemias rugían en su pecho Ya no puedo esperar: ¡habla, prefiere!
Mientras iba por calles y avenidas.
Será vana tu súplica y prolija. ―
¡Cómo deseaba entonces que deshecho Y en terrible actitud vió a la criatura
El corazón calmara su latido, Y puso en ella su mirada fija.
Y así rodar á funerario lecho!
Un instante de hórrida pavura
Su pasado propósito, rendido, Sucedió; la casera meditaba
Iba á caer ante emoción extraña, En aquella actitud fatal y dura.
Cuando sonó una voz ante su oído;
Quería hablar y aliento le faltaba…
Rugió cual si rompiéranle una entraña, ―Roberto ―dijo― acude a mi defensa;
Con el rugido dominante y fiero No me mates, mujer, seré tu esclava―
De la pantera en la feraz montaña.
―Que no respeto tus recursos, piensa,
¿Qué idea la marcaba el derrotero Y empuñó un acero que lucía,
Que seguía con ansia tentadora, De una farola ante la luz intensa.
O qué seguía con afán artero?
Y Roberto al llamado no acudía,
Detúvose indecisa… de una hora Y pasaba momento tras momento,
Resonaron las lentas campanadas, Con los que en Lola la pasión crecía.
Inspirando tristeza abrumadora.
Esta se avalanzó con cruel intento;
Del Invierno las ráfagas heladas, Aquella grita exasperada y loca,
Sumbaban en las calles, la incierta Y cae desplomada, al pavimento.
Tea nocturna de luces esfumadas,
Lola ese grito de dolor, sofoca;
Iluminaba la ciudad desierta… Observa en derredor, ¡nadie la mira!
Lola, observando un caserón obscuro, Y una sonrisa muévese en su boca….
Fuése á empujar su carcomida puerta.
La moribunda ensangrentada espira…
Penetró! cual fatídico conjuro, Duerme una niña en haraposo lecho,
Oyó la voz de una mujer que altiva Y danza tetra de tinieblas gira
Quiso estrecharla contra el tosco muro; Sobre los muros de aquel cuarto estrecho.
Antonio Moreno
En un álbum
Esteban Moreno
Pedro R. Zavala
Deseos
Rafael Serrano
No me responde y yo digo:
Consuelo, esperanza, amor,
Inocencia, bienandanza,
Eso eres tú.
Pedro Victoria
La instrucción
Allá en las vegas que el San Diego baña del sol poniente, que entre rojas nubes
y en la margen umbrosa del Rosario, se hundió en el mar en el distante ocaso;
ayer no más la dicha sonreía y la quietud con que la noche brinda
en medio de la paz y del trabajo. se esparció por los pueblos y los campos…
El labrador sus campos los contempla más ¡ah! Mientras aquellos moradores
llenos de espigas que forjó el verano al descanso y al sueño se entregaron,
en las flexibles cañas que crecieron sin que á turbarles su reposo fueran
sobre las huellas que dejó su arado. los ódios, las envidias, los cuidados;
El humilde pastor bajo la sombra se alzó del mar en el espacio oscuro
sin cuita entona su armonioso canto, la negra nube que anunció el chubasco,
revistando sus reses que pululan y desatado el huracán, azota
en derredor, sobre abundantes pastos. el mar, la playa, la ciudad, el campo!
Al pié de la colina entre el murmullo Todo á su paso ante su furia cede:
de alegres voces é incesante tráfago, la débil choza, el corpulento árbol;
el golpe se oye de acerada pica, y arrasa por doquier el torbellino
con que el minero con nervudo brazo, del labrador las cercas y sembrados.
arranca los tesoros que se ocultan Atónita despierta aquella gente:
en las duras entrañas del peñasco. los niños buscan maternal regazo;
Las labores, los campos y las minas, tiemblan las madres, los abrazan, lloran;
atraviesan innúmeros atajos consuelo el hombre les prodiga en vano.
con que el comercio próspero reparte Entre tanto en la falda de la sierra,
á los diversos pueblos separados, vapores de la costa condensados,
el bienestar que el cambio proporciona se transforman en grandes cataratas
de los variados frutos del trabajo. que aumentan el caudal ya desbordado,
En los quietos lugares, satisfechas de las revueltas aguas que alimentan
su prole estrechan con amantes brazos, los cauces del San Diego y el Rosario.
las esposas de aquellos que ya vuelven Así desciende el bramador torrente
provistos al hogar, para el descanso. en su curso hacia al mar: va desbordado,
Las amorosas madres, las hermanas, rebasando los diques y barreras
las amantes, ansiosas esperando, que fueron por los siglos respetados.
cada cual algún sér que á su llegada Invade la llanura, y arrebata
dicha mayor acarreará á su lado. su corriente impetuosa por los campos,
Aquel cuadro feliz, el seis de Octubre plantas, árboles, casas, y separa
se iluminó con el postrero rayo los séres que el amor había juntado;
209
Despedida
Benjamín Vidal
Mi esperanza
Antonio Villalpando
Fascinación
A Pedro Macías
Fernando Vizcarra
La noche
Cecilia Zadí
Grito bohemio
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