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El dualismo

Descartes (1596-1650), fundador del racionalismo, mantuvo la convicción de


que existen dos mundos, el de la materia y el del espíritu. Las ideas, que la filosofía
medieval había colocado en la mente de Dios, fueron situadas por él en la del
sujeto. Este no puede conocer directamente las cosas, sino solamente las ideas
que tiene de ellas, ideas que proceden de la sola razón y que él llamó innatas por
este motivo. De la realidad extramental no hay noticia directa. Si la filosofía
acepta su existencia es porque, después de haber probado la de Dios, comprende
que, dado que Él no es capaz de engaño, pues es bueno, ha hecho que las ideas se
correspondan con el mundo.

La realidad de las cosas finitas se distribuye, en consecuencia, entre dos clases de


sustancia netamente diferenciadas, la mente espiritual e inextensa y la materia
inerte y extensa, quedando en entredicho la posibilidad de comunicación entre
ambas.

Los filósofos del momento prestaron su adhesión a este dualismo y al


subjetivismo idealista implícito en él. Unos defendieron la tesis central de
Descartes, a saber, la de la existencia de las ideas innatas en la razón. Otros la
negaron y sostuvieron que todas las ideas proceden de la experiencia sensible.
Los primeros fueron llamados racionalistas, los segundos empiristas.

Entre los primeros destacan Nicolás Malebranche (1638-1715), para quien las
ideas están solamente en Dios, que las pone en nosotros, y Godofredo
Guillermo Leibniz (1646-1716), para quien el mundo está compuesto de
mónadas o sustancias individuales espirituales, cerradas sobre sí de tal manera
que nada penetra en su interior y son independientes unas de otras. Según él, los
cuerpos son fenómenos bien fundados, no existencias reales. Cada mónada, por
otro lado, es un punto de vista sobre el universo.

Entre los segundos sobresalen Hobbes (1588-1679), Locke (1632-1704), Berkeley


(1685-1753) y Hume (1711- 1776).

John Locke continuó manteniendo el dualismo cartesiano, pues creyó todavía


que existen la sustancia mental y la material, pese a lo cual él mismo abrió la
puerta del empirismo al idealismo.
Argumentó que las ideas son representaciones de cosas exteriores, por lo que
solamente es posible conocer ideas y no cosas. En efecto, estas últimas no son
para el sujeto más que ideas compuestas por la mente a partir de los datos de la
sensibilidad, datos que el propio sujeto agrega a un sustrato que desconoce.

Una flor, por ejemplo, es un dato de color, otro de olor, otro de figura, etc. Esto
es lo único que puede percibirse. La flor en sí misma es un supuesto sobre el cual
se sostienen los datos, pero no puede saberse qué es al margen de éstos. La idea
de sustancia, concluyó Locke, es por todo esto un no sé qué, una idea
confusa.

De los restantes empiristas, Hobbes se inclinó por el materialismo, en tanto que


Berkeley y Hume recorrieron la senda del subjetivismo idealista, o subjetivismo
fenomenista, que había trazado Descartes a su pesar. También la siguieron los
filósofos idealistas alemanes del siglo XVIII y XIX: Kant (1724-1804), Fichte
(1796-1879), Schelling (1775-1854) y Hegel (1770-1831).

b) El idealismo

El subjetivismo idealista de Descartes, Malebranche, Leibniz y Locke es


relativo, pues siguen manteniendo el dualismo y, con él, la existencia de
entidades exteriores al sujeto. El de Berkeley y Hume, por el contrario, son
absolutos, como habrá ocasión de ver en seguida, porque, según ellos, la
estructura de los cielos, la tierra y todo cuanto hay no tiene más existencia que las
percepciones del sujeto.

Berkeley dio el primer paso. En la experiencia inmediata, dijo, sólo cuentan las
percepciones, no los objetos, que nunca son conocidos al margen de ellas. Es una
contradicción seguir creyendo que hay cuerpos aparte de las ideas de nuestro
espíritu.

David Hume se encargó de conducir el subjetivismo idealista a su desenlace


lógico final, que no consistió solamente en la negación del mundo, sino también
en la del propio sujeto que siente las percepciones.

Contra la existencia del mundo arguyó que ésta debería poderse demostrar
a través de la razón o de los sentidos. Pero lo primero es imposible, porque puede
pensarse sin contradicción que los cuerpos no existen y, en consecuencia, su
existencia es indemostrable. Lo segundo también, pues los sentidos deberían
presentarnos simultáneamente las percepciones y los cuerpos representados en
ellas, lo cual es absurdo.

Contra la existencia del sujeto dijo que no existe percepción sensible alguna
de la que pueda proceder la idea del propio yo. Si hubiera alguna debería
permanecer invariablemente idéntica durante toda la vida, pues así se supone que
es el yo. Pero no hay una sola que cumpla ese requisito.

Solamente una cosa es segura y todo lo demás es dudoso, concluye Hume: que
hay percepciones empíricas de no se sabe qué a no se sabe quién y que,
por fortuna para nosotros, la naturaleza nos ha hecho antes hombres
que filósofos, pues seríamos escépticos si siguiéramos la filosofía, lo que sería
un grave obstáculo para la vida.

Kant, comprendiendo que el subjetivismo idealista conducía a la ruina de la


metafísica, acometió la tarea de volver a refundarla, aunque lo hizo también sobre
supuestos idealistas. La idea es, según él, cada uno de los objetos de la razón pura
anterior a toda experiencia. Tales objetos son básicamente los tres de la
metafísica especial de Wolff: Dios, el Mundo y el Alma.

Al idealismo material de los racionalistas, así llamado por él porque está


referido a la materia o contenido del conocimiento, opone su idealismo formal
o trascendental, referido a la sola forma del conocer. Existen, según dice,
formas ideales que, no procediendo de la experiencia, se aplican a ella cada vez
que se produce un acto de conocimiento. Estas son, entre otras, el espacio y el
tiempo. Ambos pueden ser pensados y existir sin cosas, pero éstas no pueden
ser pensadas ni existir sin espacio y tiempo. Luego lo que es condición del
pensar es también condición del existir. El espacio y el tiempo son
anteriores al objeto conocido y no proceden de él. Proceden, en consecuencia, del
sujeto. Son moldes a priori en que se vacían los datos de la sensibilidad.

Los objetos conocidos, o fenómenos, resultan de la experiencia y las


formas a priori, o trascendentales. Este es el aspecto idealista de la filosofía
kantiana. Lo cual no conduce forzosamente a negar que existan cosas en sí, cosas
que no necesitan de las formas a priori del conocimiento, pero sí a afirmar que,
si existen, permanecen desconocidas para el sujeto. En efecto ¿qué clase de cosa
sería una que no sucediera en algún momento y lugar?; ¿qué sería algo que no
revistiera las formas trascendentales de espacio y tiempo?
Después de Kant el idealismo cierra su trayectoria negando la cosa en sí. La
filosofía de Johann Gottlieb Fichte es el primer caso en que se muestra al Yo,
o sujeto, oponiendo a sí mismo el No-Yo, o naturaleza, con el fin de ejercer su
libertad, es decir, el espíritu absorbiendo al mundo. El segundo es la filosofía de
Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling, que propone superar la
separación entre opuestos de la filosofía de Fichte estableciendo lo que él llamó
un idealismo objetivo. Según Schelling, lo absoluto se muestra en el proceso de la
Naturaleza, que va de lo inorgánico a lo orgánico y desemboca en la conciencia
humana, donde se da la identidad entre el Yo y la Naturaleza.

El idealismo de Hegel, culminación de la corriente kantiana y, según pretende él


mismo, de toda la historia de la filosofía, que es a la vez culminación de la historia
humana y la evolución de la naturaleza, fue llamado idealismo absoluto.

Aristóteles atribuía a un dios separado del mundo, situado lo más lejos posible del hombre, la inmóvil

perfección del pensamiento que se piensa. La única acción del Dios aristotélico es el Eros que él

mismo inspira y cuya expresión adecuada es el movimiento circular del cielo. Para Hegel, Dios es

también pensamiento que se piensa, pero este pensamiento es inquietud, movilidad, negatividad

infinita. Únicamente el hombre manifiesta y realiza la vida divina. Incluso los crímenes del hombre

-dice Hegel, oponiéndose a Platón y a Aristóteles-, incluso las peores aberraciones de la humanidad

representan “algo infinitamente más elevado que el curso regular de los astros, porque el que así

yerra es siempre el espíritu”. Dios no es, como en Descartes o en Kant, la fuente primera y la garantía

inquebrantable del sistema de ideas por medio del cual el sujeto comprende y domina al objeto. Para

Hegel, Dios es el movimiento mismo del que proceden a la vez las categorías del pensamiento, las
leyes de lo real físico y las fuerzas creadoras de la vida histórica. Dios es la verdad y la realidad de la

naturaleza y de la historia, reunidas éstas en una sola hipóstasis, cuya inquieta perfección se expresa

a través del cielo, el cual es al mismo tiempo figura cerrada e inmóvil y línea infinitamente cambiante.

(Papaioannou, K., Hegel)

Idea es, para Hegel, lo absoluto mismo, la unidad dialéctica de subjetividad y


objetividad, finitud e infinitud, realidad y concepto. La Idea es lo primero en
sí. Después es Idea fuera de sí, o Naturaleza, y por último Idea para sí,
o Espíritu. El Espíritu empieza siendo Espíritu Subjetivo en la percepción de
lo concreto. Después es Espíritu Objetivo en el derecho, la moral y la eticidad
o moralidad concreta, que se despliega en el interior de las instituciones en que
se desarrolla la vida de los hombres, como la familia, la sociedad civil y el Estado.
Finalmente es Espíritu Absoluto, después de que la Idea, en cuanto devenir de
lo real, a través de sus sucesivas y progresivas contradicciones, culmina en el arte,
la religión y la filosofía. En este último punto, en la filosofía, alcanza la
manifestación de sí misma como Espíritu Absoluto.

c) El materialismo

Thomas Hobbes prestó atención casi exclusiva al lado materialista del


dualismo cartesiano. Identificó la noción de sustancia con la de cuerpo, con lo que
resultó carente de sentido la idea de sustancia espiritual. A continuación amplió
el mecanicismo a la vida psíquica del hombre, interpretándola como resultado de
los movimientos materiales.

Siguiendo su estela, el materialismo del siglo XVIII y XIX quiso borrar la


diferencia entre lo espiritual y lo material mediante la concepción del mundo
como un todo material en que la materia se mueve por sí sola y la conciencia está
determinada por ella. Entre ellos merecen mencionarse La Mettrie (1709-1751),
Diderot (1713-1784), Helvetius (1715-1771), D´Holbach (1723-1789) y, por último,
el marxismo.

La Mettrie empezó creyendo que la materia es una máquina que se pone en


movimiento por sí sola y que, en consecuencia, no siente ni piensa. Luego
abandonó esta posición radical y le atribuyó automovimiento y capacidad de
pensar. Dado que, según dijo, el pensamiento es solamente una prolongación de
la sensibilidad, los animales también piensan, pues son sensibles como el
hombre. Incluso los niveles más bajos de la materia son capaces de sentir.

Diderot, el principal materialista de la Ilustración, se inclinó por la tesis de la


materia sentiente, pensando que contiene en su seno principios vivos que la
hacen evolucionar. Algo parecido pensó también Claude Adrien Helvetius,
que añadió la idea de que toda la vida psíquica de los hombres se halla
determinada por las condiciones naturales y sociales del entorno.

D´Holbach concibió un materialismo sistemático que aplicó a todas las regiones


del Ser. Escribió el Sistema de la naturaleza, la Biblia del ateísmo. La naturaleza,
la sociedad y el hombre individual son mostrados en esa obra como partes de una
concepción rigurosamente materialista y atea. Con el fin de excluir toda causa
sobrenatural de los eventos físicos, D´Holbach mantuvo que la materia no es
pasiva, sino activa. Todo ente natural está dotado de un movimiento propio, que
sólo si es obstaculizado por alguna causa externa más fuerte es desviado o
interrumpido.
El término “idealismo” fue utilizado por vez primera en el siglo XVII para caracterizar la filosofía
platónica en cuanto ésta había establecido que la realidad consiste en Ideas, una tesis que
trajo consigo el espiritualismo, o doctrina que sostiene la existencia de entidades simples,
inmateriales y trascendentes como el alma, los ángeles y Dios.

Según el idealismo, lo que verdaderamente existe puede ser comprendido por el


entendimiento, pero no percibido por los sentidos, pues es inmaterial. De esta manera se
reduce la realidad a pensamiento, pero no a una clase de pensamiento que no fuera más que
una representación subjetiva, sino a existencias reales, incorpóreas e invisibles, pero no
ininteligibles.

El término “materialismo” apareció también en el siglo XVII. Con él se dio nombre a las
doctrinas filosóficas que solamente reconocen la existencia de sustancias materiales y niegan,
en consecuencia, la de las espirituales e ideales. Como decía Fichte, el idealismo ve que la
realidad deriva de la conciencia, la Idea o el Espíritu y el materialismo que la conciencia, la Idea
o el Espíritu derivan de la materia.

El materialismo es la doctrina ontológica según la cual la materia es la realidad fundamental o


verdadera y lo inmaterial no existe o puede reducirse de un modo u otro a la materia.

Pero el idealismo y el materialismo no son dos sistemas filosóficos que hayan evolucionado en
paralelo, sin tocarse el uno al otro. Mas bien se han entrecruzado a lo largo de la historia de
ambos, como se verá en lo que sigue.

1. Materialismo e idealismo en la Antigüedad

La Edad Antigua osciló entre el idealismo de Platón, el primer filósofo que postuló la existencia
de las Ideas, y el materialismo de Demócrito, que afirmó la existencia única de la materia y
redujo a ésta todo lo demás.

Platón (427-347 a. C.) presenta la Idea, o esencia inteligible que se sustrae al cambio, contra
todo lo material, mutable y múltiple. Idea fue para él la especie universal, el modelo y
fundamento ontológico de las múltiples cosas individuales. Que haya un ser que es más o
menos que otro se debe a que hay un tercero que no es ni más ni menos, sino absoluto, en
comparación con el cual los otros dos son más o menos. De otro modo no sería posible
comparar entre sí dos cosas cualesquiera. Así es como Platón convierte la Idea en modelo.
¿Cómo conocer las Ideas? Por recuerdo, o anámnesis, dice Platón. El alma no debe salir de sí
para encontrarlas, pues en una vida anterior las pudo contemplar de frente. Si las ha olvidado
ha sido porque fue condenada al encierro del cuerpo y ahora tiene que usar los sentidos de
éste a modo de señales que las traigan a su memoria. El uso de los sentidos es, pues,
imprescindible para comprenderlas, aunque sólo sea porque hacen ver la apariencia sensible
como mera apariencia de la verdad. Si el filósofo les agrega el uso de la dialéctica, puede estar
seguro de entender las Ideas cuanto es posible hacerlo en esta vida.

Demócrito, por su lado, negó la existencia de seres inmateriales y redujo la realidad a dos
únicas entidades, los átomos y el vacío. Los átomos son partículas materiales sólidas,
impenetrables, duras, eternas e invariables. Solamente tienen figura, orden y posición,
cualidades de las que derivan todas las propiedades de los objetos. El vacío es un cierto no-ser
necesario para posibilitar el movimiento rectilíneo de los átomos. La realidad material no
puede conocerse por los sentidos, sino solamente por la razón.

Aristóteles incorporó a su teoría metafísica de la sustancia la materia de la tradición jónica y la


forma trans-física de la filosofía de Parménides, que había sido continuada por Platón. Este
dualismo se prolongó en otro mucho más explícito cuando sentó la tesis de que el mundo de
las sustancias naturales, corpóreas o materiales, tiene necesidad del Ser inmaterial, el Acto
Puro, para imprimirle movimiento.

El estoicismo y el epicureismo defendieron posteriormente la materialidad y unicidad del


cosmos, tratando de refundir el Acto Puro en la materia eterna para dotarla así de movimiento
propio. De este modo procuraron sortear el dualismo aristotélico por medio de la instauración
de un monismo materialista. En lo cual sólo en parte siguieron la metafísica de Demócrito.

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