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El enigma de por qué Francisco no visita la Argentina

Loris Zanatta
Ensayista y profesor de historia en la Universidad de Bolonia, Italia

La noticia sería que el Papa va a Chile y Perú, pero para todos es que el Papa no va a la Argentina.
Inútil sorprenderse. Se reanuda así el culebrón que dura años: ¿por qué el papa Francisco, gran
viajero, no visita Argentina? Ahora que va a otros países vecinos, la pregunta es aún más
obligatoria que en el pasado: es evidente, hasta para los que niegan la evidencia, que no quiere ir;
que cree tener buenas razones para no ir. Parece que, sobrevolando la Argentina, enviará un
telegrama "interesante". Un poco de suspenso siempre viene bien: ¿nos dirá que irá
próximamente? ¿Nos revelará el misterio de por qué no va?

Mientras tanto, los comunes mortales intentamos develar el arcano. Hace algún tiempo, un
monseñor explicó que Francisco no va a la Argentina para evitar agudizar la grieta que divide el
país. ¡Ábrete cielo! ¿El Papa divide en lugar de unir? Los bomberos se apresuraron a extinguir el
fuego: ese prelado no representa a nadie, el Papa es más popular que nunca y no divide nada,
explicaron. Está bien. Pero ahora volvemos a las andadas. Peor: porque ahora puede que divida
más la disputa sobre por qué el Papa no va, que una verdadera visita del Papa.

Admito que no tengo idea de por qué el Papa no va a la Argentina. Me limito a observar que
cuanto más tiempo pasa, menos beneficioso es para su imagen; y a hacerme preguntas, que
surgen de las explicaciones que al misterio le dan sus seguidores más devotos.

Leí que para algunos de ellos, el Papa no iría a la Argentina para "no ser usado por Macri".
Caramba. Es una explicación audaz afirmar que el Papa que se encontró con Cristina Kirchner cinco
veces en el año electoral, que recibió a Nicolás Maduro cuando ya era muy impresentable, que
tiene filas de invitados de toda ralea haciendo cola en Santa Marta, que viajando por el mundo
estrechó manos santas y manos que tan santas no eran, tenga miedo a ser usado por el presidente
constitucional argentino. ¿Qué debería hacer Macri? ¿Renunciar? ¿Acortar su mandato? ¿Irse de
vacaciones durante la visita del Papa? ¿Cederle la presidencia interina durante su ausencia? Es tal
la enormidad que me niego a creerla. Continúo creyendo, esperando, que el Papa sea un pastor, no
un político cualquiera, aunque muchos lo critiquen por hablar más de política que de Dios.

Otros devotos del Papa han ido incluso más lejos: dicen que Francisco no va a la Argentina porque
no comparte "las políticas sociales del Gobierno". Si fuera cierto, sería tremendo. En ese caso
deberíamos deducir que, en cambio, el Papa admira las extraordinarias políticas sociales egipcia y
ugandesa, centroafricana y birmana, países que visitó; que en lugar de traer la palabra de Dios, el
Papa recorre el mundo entregando papeletas sobre lo que cree que deberían hacer los gobiernos
electos de los países que visita, como si él lo supiera, como si fuera su negocio, como si
estuviéramos en pleno cesaropapismo. Quienes lo acusan de ser un militante social y de
transformar a la Iglesia en una ONG tendrían razón. Absurdo.
Lo sé, muchos dicen que los argentinos son provincianos, que miran todo lo que hace el Papa
desde el ojo de la cerradura de su casa, que deberían abrir la puerta y entenderlo por lo que es: la
cabeza de la catolicidad, una figura de importancia universal, superior a sus peleas en el patio
trasero. No estoy de acuerdo. Es obvio, es normal que los argentinos observen al Papa con las
lentes de su historia. ¿Por qué no deberían? No vivimos en un vacío neumático, vivimos en la
historia y es la historia la que afecta nuestras opiniones, percepciones y expectativas. Eso es tan
cierto y obvio, que le sucede lo mismo al Papa, que no trata a la Argentina como a todos los demás
países: de hecho, va a todas partes menos a la Argentina. Deberíamos entonces decir que aun el
Papa, al no visitarla, expresa un espíritu provinciano y proyecta una sombra sobre su misión
universal. Quién sabe. Tal vez sea así.

Pero esto me hace dudar: ¿y si los partidarios del Papa tuvieran la razón? ¿Si dijeran la verdad, es
decir, que el Papa no va a la Argentina para no profundizar sus divisiones? ¿Que no viaja para "no
ser usado" por Macri o, mejor, para no darle un placer, para fastidiarlo? ¿Y si realmente fuera un
desquite porque no gobierna cómo él quiere que gobierne? Acabo de escribir que sería tremendo,
y lo confirmo, pero también que la historia pesa, y visto desde la perspectiva de la historia
argentina, no sería tan extraño que el Papa hiciera esto.

La historia es la misma para todos, incluso para los papas. Y la historia de la que proviene Bergoglio
está impregnada del mito de la nación católica; de la idea de que por encima de la Constitución,
arriba de las leyes, arriba de lo que el pueblo soberano decide depositando el voto en la urna, hay
un pueblo "mítico" -como lo llama el propio Papa- el pueblo de Dios de la Biblia, depositario de la
identidad eterna de la patria, inmaculado guardián de los valores evangélicos en los que la patria
se basaría. Sobre la base de este mito, cuyas raíces caen tan profundamente en el pasado
argentino que muchos ni siquiera lo ven o perciben sus síntomas, las instituciones de la
democracia y las autoridades constitucionales son legítimas mientras obedezcan los valores que
ese pueblo mítico encarna. Que encarna, por supuesto, de acuerdo con aquellos que de ese
pueblo se erigen en voceros: como el Papa.

Dado esto, no sería sorprendente que el Papa juzgara las políticas sociales del Gobierno como
heridas infligidas al cuerpo católico de la nación, las políticas económicas como ataques contra la
identidad del "pueblo"; que en su corazón considerara a Macri y su gobierno expresiones típicas de
la Argentina "colonial", como Bergoglio definía a la clase media argentina; como un conocido
acólito suyo acaba de definir a un desafortunado periodista que se atrevió a criticarlo: extranjero
en casa, extraño al alma de la patria. De ser así, se entendería la renuencia del Papa a reunirse con
Macri donde este ejerce su investidura; a darle con su visita una legitimidad a los ojos del "pueblo"
que, por su historia y sus convicciones, le cuesta reconocerle; a reconocer que el pueblo soberano
se expresó de manera diferente de como, en nombre del pueblo de Dios, él piensa que debería
haberse expresado. ¿Sería grave? ¿Sería malo? Por supuesto. Pero la historia pesa, sobre los papas
como sobre todos.

¿Entonces? ¿Qué conclusiones sacar de estas consideraciones? Seré desagradable, pero si estas
son las razones que han llevado a Francisco a no visitar su país hasta el momento, puede ser que
no sea tan malo para la Argentina que no la visite, aunque entiendo que a muchos les dé pena. De
ser así las cosas, realmente el Papa con su visita agudizaría viejas heridas que ya arden, dividiría
más que unir, empujando a la Argentina hacia un pasado del que trata de salir. Lo que no hace
cuando va a Chile y Perú.

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