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Empieza asumiendo que la mayoría de las cosas que dices y piensas no son tuyas y

que no crees en ellas; son sólo cosas que has recogido por alguna razón u otra.

Imagina tus propios pensamientos como si los dijera alguien que acabas de conocer,
para así desapegarte de ellos.

Deja de repetir ciegamente las opiniones de otros.

Nota que eso no eres tú.

Entonces empieza a escuchar lo que dices y, sobre todo, empieza a sentir lo que
dices.

Y luego recuerda seguir esta regla:

Pon atención si lo que dices te hace sentir más fuerte o te hace sentir más débil.

Si es más fuerte, sigue repitiéndolo.

Y si es más débil, por ejemplo, una sensación de desintegración o fragmentación


en tu estómago, deja de repetirlo.

Cuando sientas una sensación física de inestabilidad, haz una pausa.

Luego busca palabras que sientas que son verdaderas.

Reformúlalas para que cuando vuelvas a plantear tus pensamientos, tu sensación


de integridad, fuerza y autenticidad vuelva aparecer.

Se puede sentir esto en la parte central de tu cuerpo.

Decir algo que no es verdadero te deja una sensación de debilidad porque


disasocias; parte de ti está de acuerdo, y otra parte no, esto fragmenta tu psique.

Por ejemplo, decir cosas que no crees para impresionar a alguien, o para intentar
seguir siendo aceptado en cierto orden social, crea una máscara detrás de la cual lo
que sientes debe ocultarse.

Debes evitar la falsedad en tu propia representación de ti mismo, de otra forma


puedes sumirte en el caso y en una interminable multiplicidad de mentiras.

Pero si logras que tus palabras sean correctas, puedes lograr sentirte de regreso
hacia una alineación.

Al seguir este ejercicio, haces que tu capacidad de hablar se subordine a tu


capacidad de poner atención.

La atención es una función más alta que el intelecto, ya que la atención es lo que le
enseña al intelecto.

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