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Acerca del término Asia y la creación de su imagen

Uno de estos interesantes, y necesarios, interrogantes desde un punto histórico se


refiere a la procedencia de la imagen de Asia. Se podría decir que del mundo
cultural griego. La configuración de Asia como el “espacio oriental” por
antonomasia en el seno de la imaginación griega debió iniciarse, como poco, en el
periodo arcaico. El término parece tener un origen hitita (Asuwa), empleado en la
descripción de una concreta región occidental de Anatolia.
En sus inicios tal denominación parece que se aplicaba al territorio de Lidia,
especialmente si consideramos las noticias de Heródoto, acerca de la reivindicación
de tal nombre por parte de los lidios, que lo atribuían a Asies, un hijo de Cotis y
nieto de Manes (un rey mítico), así como sobre la pretendida existencia en Sardes
de una tribu que llevaba dicho nombre, Asíade1. La asociación del nombre con la
región parece colegirse de varios fragmentos de los poetas líricos, caso de
Arquíloco, Mimnermo (y su “bella Asia”), o Safo2.
Ahora bien, sería la expansión lidia hacia oriente, que conllevó relaciones con los
babilonios y enfrentamientos con medos y persas, lo que haría que los griegos
tomasen conciencia de la magnitud y dimensiones del continente. La conquista
persa de todas estas regiones fue el elemento decisivo en la identificación
progresiva de un nombre de connotaciones regionales a otro referido a una escala
continental. Se estableció, así, una ecuación entre el nombre de Asia y la extensión
de los dominios imperiales persas bajo los aqueménidas. Este será el horizonte que
tenga en mente Esquilo (en Los Persas)3, Píndaro4, el mismo Heródoto y,
posteriormente, Isócrates y Jenofonte5. Sin embargo, no es una exageración
afirmar que Alejandro fue el auténtico descubridor de Asia en toda su
envergadura. Tal vez por tal motivo, tras su conquista empezó a fracturarse esa

1
Heród., IV, 45.

2
Arq., Frag. 227; Mimn., Frag., 9 (Estrab., XIV, 1,5); Safo, Frag. 44.

3
Esq., Per., 12, 56, 584, 718, 763 y ss.

4
Pínd., Olim., VII, 19

5
Isócr., Evag., 65, 68; Phil, 66; Jen., Mem, III, 5,11; Cirop., IV, 3,2; 5,16; 6,11; V, 1,7; VII, 2,11 y ss.
equiparación ente el continente asiático y el dominio proverbial de los
aqueménidas, santificado, claro está, por los dioses.
La existencia de dos continentes diferentes, Europa y Asia, como partes que
estructuraban el mundo habitado, se remonta al menos a la antigua geografía
jonia, tal como se infiere de los comentarios de Heródoto 6. Con la célebre guerra de
Troya se llevaría a cabo la primera irrupción violenta de griegos en tierras
asiáticas antes de que los asiáticos lo hicieran en Europa. Se define una Europa
esencialmente griega, que adquirirá dimensión continental, a pesar no estar
provista de marcadores espaciales relevantes ni en el ámbito geográfico (se
ignoraba el límite septentrional y occidental), ni en el etnográfico, únicamente en el
terreno ideológico y de la imaginación, especialmente en función de la “oposición”
a Asia.
Enfrente de Europa se articulaba, por el contrario, un continente, estructurado
desde un punto de vista geográfico, con marcadores espaciales y etnográficos y que
se vislumbra conectada entre sí a través de su función como territorio propio del
dominio aqueménida. Ambos continentes presentan, en todo caso, la misma
vocación geopolítica, una como el territorio de los griegos y la otra como la patria
de los bárbaros. Este contraste es el fundamento de la dicotomía.
El tratado hipocrático titulado Aires, aguas y lugares7 señala que Europa y Asia
conforman dos categorías diferentes, dos entidades separadas, y separables, cuyos
aspectos diferenciales proceden de condiciones ambientales, del clima, del régimen
de los vientos, de las aguas y de las costumbres que propician en los habitantes de
uno y otro continente.

6
I, 1,4; IV, 36.

7
Hipócr., Air., XVI, 5.

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