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Debo decir, que cerca de una hora del término del día, tengo algo de miedo. Sería
muy triste que todo lo que hemos recordado este tiempo a Lutero, Calvino, Zwinglio,
Knox, entre otros, lo dejemos en el olvido pasando esta fecha. Que los 500 años
hayan sido simplemente una anécdota o un estar a tono con la moda temática del
mundillo evangélico. ¿Cómo librarnos de esa situación? A mi gusto, considerando
que lo que comenzó un 31 de octubre de 1517 no debería terminar. Necesitamos la
Reforma de la iglesia, siempre.
Lo dicho por Lutero sigue poseyendo una fuerza inmensa: “Cuando nuestro Señor y
Maestro Jesucristo dijo: “Haced penitencia...”, ha querido decir que toda la vida de los
creyentes fuera penitencia. […] Mera doctrina humana predican aquellos que
aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale
volando. […] Cualquier cristiano verdadero, sea que esté vivo o muerto, tiene
participación en todos lo bienes de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido
concedida por Dios, aun sin cartas de indulgencias. […] Hay que instruir a los
cristianos que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una obra mayor
que si comprase indulgencias. […] El verdadero tesoro de la iglesia es el sacrosanto
evangelio de la gloria y de la gracia de Dios” (Tesis 1, 27, 37, 43 y 62). Estas tesis, y
sobre todo, la 62 portan los ejes profundos de la Reforma Protestante, algo así como
un fundamento, o una roca. Esto, no por el mérito de la mente brillante de Lutero,
sino simplemente porque lo que se hizo fue volver a comunicar el dulce evangelio de
Jesucristo.
Es el evangelio, su voz potente y su luz que hace claro hasta el más tenebroso de los
lugares.
Es el evangelio el que permite estar, con Lutero y tantos otros, con la mente cautiva
en la Palabra de Dios.
Es el evangelio el que nos permite descubrir y vivir nuestra verdadera libertad, eje
olvidado de la Reforma o subsumido por otros, cuando para Lutero fue un tema
preponderante: Cristo nos libró para amar y servir (eso lo tomó de la carta a los
Gálatas, a la que él llamaba “mi Catalina” - nombre de su esposa-).
Este evangelio es el que nos hace reconocer que todo lo que somos y esperamos
llegar a ser lo debemos al Dios providente y sabio.