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La prehistoria e historia temprana de los pueblos


originarios del Bajío

Chapter · January 2014


DOI: 10.13140/2.1.4903.5204

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1 author:

David Charles Wright-Carr


Universidad de Guanajuato
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David Charles Wright Carr, “La prehistoria e historia temprana de los pueblos

originarios del Bajío”, en Los pueblos originarios en el estado de Guanajuato,

David Charles Wright Carr y Daniel Vega Macías, coordinadores,

Guanajuato/México, Universidad de Guanajuato/Pearson Educación, 2014,

pp. 1-40 (ISBN 978-607-32-2717-9).

(Versión preliminar)
LA PREHISTORIA E HISTORIA TEMPRANA DE LOS PUEBLOS ORIGINARIOS DEL BAJÍO

David Charles Wright Carr

Departamento de Artes Visuales

División de Arquitectura, Arte y Diseño

Campus Guanajuato

Universidad de Guanajuato

Introducción

Mi aportación al presente volumen colectivo consiste en la elaboración de un análisis sintético de

la prehistoria e historia temprana de los grupos indígenas que tienen una presencia histórica en el

Centro-Norte de México, abordando la época Prehispánica y principios de la Novohispana. Me

enfocaré en la región conocida como el Bajío, en el sur de lo que hoy es el sur del estado de

Guanajuato, el poniente del estado de Querétaro, el norte de Michoacán y el oriente de Jalisco.

Cuando sea pertinente, ampliaré este marco geográfico para incluir las regiones vecinas donde se

dieron procesos culturales e históricos vinculados a los del Bajío. Esta tarea me obliga a trabajar

desde una perspectiva transdisciplinaria, aprovechando los estudios previos realizados por

arqueólogos, lingüistas, historiadores y etnohistoriadores, entre otras disciplinas científicas.

Espero que los resultados sean útiles para los lectores que desean conocer las raíces profundas de

los indígenas guanajuatenses.

2
El Bajío como región

No hay un consenso amplio sobre los límites del Bajío. En este estudio definiré esta región

geográfica como el conjunto de valles interconectados que conforman la cuenca hidrográfica del

río Lerma, comprendidos entre los 1600 y los 2000 metros sobre el nivel del mar (figura 1).1 Con

este criterio, el río Lerma penetra en el Bajío en el sureste del estado de Guanajuato,

descendiendo desde el valle de Toluca, poco antes de verterse en la presa Solís en el valle de

Acámbaro. Saliendo de este valle y fluyendo entre cerros, el Lerma entra en el gran valle aluvial,

ancho y plano, que constituye la mayor parte del Bajío. Corre este río hacia el Noroeste, pasando

por las ciudades de Salvatierra y Salamanca, para luego dar un giro hacia el suroeste, donde

define la frontera entre Guanajuato y Michoacán, rozando la ciudad de La Piedad. Sigue su curso

hacia tierras jaliscienses, donde desciende por debajo de la cota de los 1600 metros antes de

alcanzar el lago de Chapala, donde nace el río de Santiago, el cual lleva las aguas de la cuenca del

Lerma hasta el océano Pacífico.

1
Véase Carta de México, 1988. Para elaborar esta descripción geográfica del Bajío utilicé
también el programa informático Google Earth, disponible en la red.

3
Figura 1. El Bajío y los valles del Altiplano Central.2

El río de Querétaro baja desde la ciudad del mismo nombre, en el extremo oriental del Bajío.

Se convierte en el río Apaseo antes de unirse con el río Laja, cerca de Celaya. El Laja, fortalecido

con estas aguas, sigue su curso con rumbo al Poniente hasta desembocar en el Lerma, poco antes

de llegar a Salamanca.

La subcuenca del río Laja forma una extensión del Bajío hacia el Norte, bajando entre cerros

desde Dolores Hidalgo, San Miguel de Allende y Comonfort. San Felipe, hacia el Noroeste,

queda por arriba de la cota de los 2000 metros que hemos fijado para delimitar esta región.

2
Mapa del autor, tomado de Wright, 2005: II, 157.

4
La ciudad de Guanajuato, un importante centro minero desde mediados del siglo XVI, se

localiza en una cañada que penetra en el flanco sur de la Sierra de Guanajuato. Se encuentra en el

límite septentrional del Bajío. La cota de los 2000 metros pasa por el centro histórico de este

asentamiento. El río Guanajuato fluye hacia el sur, uniéndose con los ríos Silao y El Cubo, para

regar la planicie entre Guanajuato e Irapuato antes de desembocar en el Lerma.

En el oeste del Bajío el sistema del río Turbio, incluyendo su afluente el río Colorado, corre

de Poniente a Oriente desde la frontera entre Guanajuato y Jalisco. Rodea la sierra de Pénjamo

por el Norte y vira hacia el Sur, pasando por el valle de Pénjamo y desembocando en el Lerma.3

La región nororiental del estado de Guanajuato, incluyendo una parte de la Sierra Gorda,

queda fuera de la cuenca hidrográfica del río Lerma. Sus aguas drenan hacia el sistema del río

Pánuco. Lo mismo sucede con el valle de San Juan del Río en el sur del estado de Querétaro: el

río San Juan se junta con el río Tula, procedente del valle del Mezquital en Hidalgo, para formar

el río Moctezuma, desembocando en el Pánuco antes de llegar al Golfo de México. A lo largo de

la prehistoria e historia, estas regiones vecinas han tenido amplios vínculos culturales con el

Bajío.

Considerando lo anterior, el Bajío es una gran cuenca, de fondo llano, que alcanza desde la

ciudad de Querétaro hasta León. La surcan varios ríos, con caudales modestos, y la rodean lomas,

cerros y montañas con alturas entre 2000 y 3000 metros. Tiene dos subcuencas anexas,

parcialmente aisladas de la cuenca principal por elevaciones montuosas: el valle de Acámbaro en

el sureste y el valle del alto Laja en el noreste. Esta región corresponde al Centro-Norte de

3
Quedándonos entre las cotas de los 1600 y los 2000 metros, podríamos sumar al Bajío parte del
oriente de los estados de Jalisco y Aguascalientes, así como el noroeste de Michoacán,
incluyendo el valle de Zamora, aunque las definiciones tradicionales de esta región generalmente
no tienen un alcance tan amplio hacia el Poniente. Si fijáramos la cota inferior en 1700 metros,
como lo hace Murphy (1986: 3), se eliminarían las tierras bajas del suroeste del estado de
Guanajuato y el noroeste de Michoacán, en las inmediaciones de Pénjamo y La Piedad.

5
México, siendo una zona de transición entre el Altiplano Central, que reúne las condiciones

ambientales necesarias para el desarrollo de la vida sedentaria, y el Norte de México, con un

clima más árido. El Bajío tiene un clima templado, con un régimen pluvial que permite la

agricultura de temporal, aunque no son raros los años en que las lluvias resultan insuficientes.

Una región de fronteras

Durante la última parte de la época Prehispánica y principios de la Novohispana, el Bajío

coincidía con el límite septentrional de las culturas de tipo mesoamericano, con asentamientos

urbanos de diversas jerarquías políticas, una economía basada en la producción de plantas

cultivadas como maíz, frijol, calabaza, jitomate, chile, etcétera, así como una serie de rasgos

culturales definitorios como los basamentos troncopiramidales escalonados para templos, el juego

de pelota, libros pintados, un calendario que combinaba una cuenta anual con otra, de carácter

adivinatorio, de 260 días.4 En el Norte de México vivían los nómadas y seminómadas cazadores y

recolectores, llamados genéricamente chichimecas, que no reunían todas las características

culturales que nos sirven para definir la tradición mesoamericana.5 Esto se debe en buena medida

a las condiciones climáticas, pues las tierras al norte de esta región presentan sequías frecuentes;

difícilmente podían sostener asentamientos urbanos con una base agrícola, como los que

controlaban las regiones hacia el sur –en la zona de los lagos de Michoacán y el Altiplano

4
La definición clásica de Mesoamérica se puede consultar en Kirchhoff, 2002: 43-54.
5
La voz náhuatl chichimeca es el plural de chichimecatl. Desde el siglo XVI circulan varias
etimologías populares, varias de las cuales incluyen la voz chichi, “perro”. Pero la palabra náhuatl
chichimecatl tiene vocales largas en las primeras dos sílabas, y la palabra chichi con significado
de “perro” tiene vocales cortas, por lo que estas derivaciones no son posibles. Parece que el
gentilicio se derive del verbo chichi, “mamar”, como afirma el cronista tlaxcalteco Diego Muñoz
Camargo (1984: 142), ya que esta voz náhuatl tiene las vocales cortas. Aun así la etimología de la
palabra chichimeca es problemática. Véanse: Karttunen, 1992: 47-48, 142; Molina, 1571: 19v,
55r.

6
Central–, hacia el Occidente –en los actuales estados de Colima, Jalisco y Nayarit– y hacia el

Oriente –en la Huasteca–. Entre los territorios de los señoríos mesoamericanos y las tierras

habitadas por los nómadas había grupos de transición, con culturas que integraban elementos de

ambas tradiciones. Ejemplos de ello en el momento de la Conquista española son los caxcanes de

Jalisco y Zacatecas y los pames de Hidalgo, Querétaro, Guanajuato y San Luis Potosí.6

Esta frontera cultural, que corría de Oriente a Poniente, era altamente permeable y fluctuaba a

lo largo de los siglos, como veremos a continuación. Había también otra frontera, que corría de

Norte a Sur, que separaba los hablantes de dos grandes familias lingüísticas. En la parte oriental

del Bajío, así como las regiones vecinas, vivían hablantes de lenguas otopames, incluyendo a los

otomíes mesoamericanos, los pames –un grupo chichimeca que compartía algunos elementos

culturales con sus vecinos otomíes– y los chichimecos jonaces, que eran cazadores y recolectores

plenos.7 En la parte occidental del Bajío predominaban los hablantes de lenguas que han sido

clasificadas como parte de la familia yutonahua, los guamares y los guachichiles, siendo

chichimecas que se sostenían mediante la caza y la recolección de alimentos silvestres (figura 2).8

Es probable que los nahuas hubieran habitado esta región durante algunos periodos,

especialmente en el Epiclásico (600-900 d. C.). Este grupo lingüístico, de filiación

mesoamericana, se caracteriza por haber tenido una gran movilidad, llevando a cabo migraciones

6
Armillas, 1987; 1991; Braniff, 2000; Kirchhoff, 1971.
7
En el presente estudio uso los nombres históricos, en lengua castellana, de los grupos
lingüísticos. Para los gentilicios modernos, así como los términos de autodenominación en cada
una de las variantes actuales, véase el catálogo que fue elaborado por el Instituto Nacional de
Lenguas Indígenas (Catálogo, 2008).
8
No tenemos información sobre la lengua de los guachichiles. Sobre su filiación con la familia
yutonahua, y más específicamente con el grupo corachol –una división interna de esta familia que
incluye el cora y el huichol–, véase Miller, 1983: 331. Sobre la posible identificación de los
guachichiles con los huicholes, véase Olguín, 2008. Tampoco tenemos información sobre la
lengua guamar; es considerada como una lengua yutonahua principalmente por su ubicación
geográfica, en la orilla sureste de la región donde se hablaban lenguas de esta familia.

7
importantes durante los últimos siglos de la época Prehispánica, saliendo de sus tierras

ancestrales en el Occidente de Mesoamérica y colonizando amplias extensiones de Mesoamérica.

Otro grupo con una presencia histórica en esta región fueron los tarascos, hablantes de una lengua

aislada, sin parentesco cercano con las de sus vecinos.9

Figura 2. La distribución de las lenguas indígenas del Altiplano Central y el Centro-Norte hacia

1520.10

9
Wright, 1999a; 2007: 21-24.
10
Mapa del autor.

8
La prehistoria del Bajío

Carecemos de fuentes documentales antiguas sobre el Centro-Norte de México antes de la llegada

de los europeos, con la excepción de los relatos nativos, escritos en el periodo Novohispano

Temprano, que hablan de la llegada de ciertos grupos de migrantes norteños quienes se

establecieron en el Altiplano Central11 durante el periodo Posclásico.12

Es posible construir una visión coherente, aunque borrosa, reuniendo y confrontando entre sí

las aportaciones de las principales divisiones de la antropología: la lingüística, la arqueología, la

etnología, la etnohistoria. La antropología física, especialmente por medio de los estudios

genéticos, promete ayudarnos a reconstruir las migraciones prehistóricas; existen estudios

interesantes, pero éstos no son tratados aquí, en aras de la brevedad, y porque los resultados son

todavía muy preliminares. Puesto que el objeto de estudio de este proyecto son los grupos

indígenas, y éstos tradicionalmente han sido definidos mediante el criterio lingüístico, uso aquí la

teoría y los métodos de la prehistoria lingüística, la cual nos permite ubicar los lugares de origen

de los grupos lingüísticos, sus migraciones y los tiempos aproximados de estos movimientos. La

información arqueológica nos sirve para poner a prueba las hipótesis generadas mediante el

estudio de las lenguas. El conocimiento resultante nos permite interpretar los textos históricos de

una manera más crítica.

Los nómadas y los albores de la vida sedentaria

Los primeros americanos arribaron a esta parte del continente hace más de 150 siglos, acaso más

de 200, aunque la cronología de estos movimientos sigue siendo polémica. Es probable que

11
Cuando uso la frase “Altiplano Central”, me refiero al valle de México y a los valles
circundantes: los de Toluca, Morelos, Puebla-Tlaxcala y el Mezquital.
12
Para una visión general de las fuentes históricas indígenas, véanse Boone, 2000; Gibson, 1975;
Glass, 1975; Glass/Robertson, 1975.

9
hablaran una lengua que se originó en el noreste de Asia. Estas bandas de cazadores y

recolectores poblaron el vasto paisaje americano, con una gran diversidad de ecosistemas,

separados por sierras, ríos y otros accidentes geográficos. Esta situación provocó la pérdida de la

comunicación entre los grupos, así como una gran diversificación lingüística, a lo largo de los

milenios. Los cambios en las lenguas suelen darse con cierta regularidad temporal, por lo que el

estudio comparativo de las variantes lingüísticas actuales nos proporciona una visión aproximada

del tiempo transcurrido desde la ramificación de las lenguas ancestrales.13

El surgimiento de la agricultura en lo que después sería Mesoamérica fue un proceso largo y

gradual. El clima de la Tierra se calentó durante el octavo milenio a. C., cuando terminó la última

edad de hielo, provocando cambios climáticos y la extinción de los grandes mamíferos que

caminaban sobre estas tierras. Hay evidencia de la domesticación de la calabaza desde el octavo

milenio, y del maíz desde el séptimo milenio.14 Hacia los milenios sexto y quinto se estaba

cultivando maíz en una amplia zona del sur de lo que hoy es México.15 En el periodo Preclásico

Inferior, entre 2500 y 1200 a. C., había aldeas agrícolas sencillas en el Altiplano Central, el

13
El método lexicoestadístico de la glotocronología fue desarrollado hacia mediados del siglo XX
(Swadesh, 1972). Ha sido criticado, principalmente por su falta de precisión, pero si asignamos
un margen de error amplio a las fechas obtenidas con este método (uso aquí el 25 por ciento),
éstas nos permiten ubicar en el tiempo, en términos aproximados, los movimientos prehistóricos
de los grupos lingüísticos. Así podemos confrontar la evidencia lingüística con los datos
arqueológicos e históricos, reconstruyendo las migraciones prehistóricas desde una perspectiva
transdisciplinaria. Un estudio reciente (Homan/Brown/Wichmann, 2011) propone un nuevo
método para determinar la cronología de la diversificación interna de las familias lingüísticas;
arroja resultados similares a los fechas glotocronológicas, por lo menos para las lenguas que nos
interesan en el presente estudio, lo que tiende a confirmar la utilidad del método de Swadesh. En
casi todos los casos, estas nuevas fechas para la diversificación de las lenguas emparentadas cae
dentro del margen de error del 25 por ciento. Cabe aclarar que en este estudio no se incluyen
todas las lenguas de las familias otopame y yutonahua, por lo que es importante consultar las
listas de idiomas estudiados, en la página web de este proyecto (Automated Similarity Judgment
Program, sin fecha), antes de intentar hacer inferencias con base en sus conclusiones.
14
McClung, 2013: 38.
15
Ranere/Piperno/Holst, 2009.

10
Occidente de México, Oaxaca, la Costa del Golfo y la Zona Maya, mientras los habitantes del

Norte de México continuaban subsistiendo principalmente de la recolección y la caza,

adaptándose a las nuevas condiciones climatológicas. Hasta ahora no tenemos evidencia del

surgimiento de asentamientos agrícolas en el Bajío previa al siglo VI a. C., aunque los límites

septentrionales de la nueva tradición de vida sedentaria no estaba lejos: hay aldeas agrícolas de

mediados del tercer milenio a. C. en Tlapacoya, en el valle de México,16 y de mediados del

segundo milenio en El Opeño, en la región de Zamora, a un paso de la región que estamos

estudiando aquí.17

En estos tiempos emergieron las protolenguas que darían origen a la diversidad lingüística

que conocemos por las fuentes históricas. El idioma proto-otomangue probablemente se hablaba

desde el valle de Oaxaca hasta lo que hoy es el norte del estado de Guanajuato y el sur de San

Luis Potosí. Los hablantes del proto-otomangue que vivían hacia el sur participaban en la

transición hacia la vida aldeana y agrícola, mientras que los del norte seguían con su vida nómada

de cazadores y recolectores. En algún momento entre el sexto milenio y el tercero, el proto-

otomangue se separó en una variante meridional, ancestral a las familias zapoteca, chinanteca,

amuzga, mixteca, popoloca y tlapaneca, así como una variante septentrional, ancestral a la familia

otopame, que en tiempos de la Conquista española se hablaba en el Altiplano Central, el Bajío y

regiones anexas. A su vez, el idioma proto-otopame se dividió en una rama meridional, de la cual

descienden las lenguas de los otopames mesoamericanos –los otomíes, mazahuas, matlatzincas y

ocuiltecos– y otra rama septentrional, de la cual se derivan las lenguas de los otopames

seminómadas (los pames) y nómadas (los chichimecos jonaces).18

16
Niederberger, 1987.
17
Oliveros, 2004.
18
Campbell, 1997: 157-159; Hopkins, 1984; Manrique, 1972.

11
Alrededor del mismo tiempo, surgió la lengua proto-yutonahua en el Occidente de

Mesoamérica, extendiéndose por el noroeste de México y el suroeste de lo que hoy son los

Estados Unidos de América. Otro grupo lingüístico del Occidente de México, los tarascos,

hablaba una lengua aislada, sin parientes cercanos. La primera división del proto-yutonahua

produjo una rama septentrional, ancestral a las lenguas de esta familia que se hablan al norte de la

frontera México-Estados Unidos, y otra meridional, de la cual descienden las lenguas que se

hablan en México, entre las cuales se encuentran los idiomas pápago, tepecano, tarahumara,

yaqui, mayo, cora, huichol y náhuatl.19

Las primeras sociedades complejas en el Altiplano Central de México

Entre 1200 y 600 a. C. surgió la primera civilización –o sociedad compleja con una marcada

jerarquización interna– de Mesoamérica. La asociamos con el estilo artístico llamado “olmeca”

que se extendió por varias regiones, incluyendo el Altiplano Central, entre 1200 y 600 a. C.,

durante el periodo Preclásico Medio.20 Esta tradición cultural, caracterizada por la concentración

del poder político en manos de reyes divinizados, así como la construcción de edificios

monumentales, alcanzó los valles centrales de México, con la excepción del valle del

Mezquital.21 La tradición olmeca dejó poca huella en el Occidente de México, mientras el Bajío

seguía siendo habitado por nómadas.

La distribución espacial de las lenguas otopames guarda una estrecha relación con el

parentesco lingüístico: los idiomas más cercanamente emparentados se encuentran juntos en el

espacio. Esta situación sería muy difícil de explicar si los hablantes de estas lenguas hubieran

19
Campbell, 1997: 133-138; Swadesh, 1956; 1972; 2002; Valiñas, 2000; Wright, 2007: 14-21.
20
Grove, 1996; Reilly, 1995.
21
López Aguilar, 1994: 116.

12
realizado movimientos poblacionales de largas distancias después de la diversificación interna del

idioma ancestral proto-otopame.22 El cotejo de los datos lingüísticos con la evidencia

arqueológica apoya el modelo de las micromigraciones intrarregionales, en las cuales los

hablantes de las lenguas otopames se reunían en los centros urbanos que iban surgiéndose y

despoblándose en el Altiplano Central a lo largo de los siglos, moviéndose dentro de un mismo

valle o cuando mucho de un valle a otro contiguo. Estas micromigraciones no desarticulaban la

red de cadenas de lenguas emparentadas que podemos observar hasta hoy. Los movimientos más

importantes se dieron cuando algún grupo lingüístico colonizaba nuevos territorios; como

ejemplo tenemos la presencia de los hablantes de una variante del otomí en la Sierra Madre

Oriental, en los estados de Hidalgo, Veracruz y Puebla. El hecho de que los parientes lingüísticos

más cercanos de los otomíes –los mazahuas, matalatzincas y ocuiltecos– se encuentren en los

valles centrales de México indica que los otomíes serranos descienden de poblaciones que vivían

en el Altiplano Central.23

Por lo anterior, podemos afirmar que los otopames mesoamericanos –los antepasados de los

otomíes, mazahuas, matlatzincas y ocuiltecos– fueron los habitantes sedentarios mas antiguos de

una amplia zona del Altiplano Central, especialmente los valles de México, Toluca y el

Mezquital, y posiblemente de porciones de los valles de Morelos y Puebla-Tlaxcala. El territorio

de los otopames norteños –los pames y los chichimecos jonaces– abarcaba el Bajío oriental y

parte de la Sierra Madre oriental, incluyendo la Sierra Gorda, cerca de donde se encontraban estos

grupos en tiempos históricos.

22
Para los principios teóricos de la prehistoria lingüística, que nos permiten sacar inferencias
sobre las migraciones prehistóricas mediante el estudio comparativo de las lenguas, véase Dyen,
1956.
23
Wright, 2005: I, 17-275.

13
Inicios de la vida sedentaria en el Bajío

Los primeros asentamientos mesoamericanos del Bajío se establecieron hacia mediados del

primer milenio a. C., después del auge de las sociedades complejas asociado con la difusión del

arte olmeca, en una época cuando florecían los centros urbanos en el valle de México,

notablemente Cuicuilco. Es muy conocida y admirada la cerámica funeraria del Bajío oriental,

producida entre 600 a. C. y 200 d. C., durante los periodos Preclásico Superior (600-200 a. C.) y

Protoclásico (de 200 a. C. a 200 d. C.). En la literatura arqueológica se suele hablar de una

“cultura Chupícuaro” asociada con este estilo, porque fue en las excavaciones en Chupícuaro, en

el valle de Acámbaro, donde fue detectado por primera vez (figura 3).24 En realidad esta cerámica

es una manifestación regional de un estilo que se extiende desde el norte de Michoacán hasta

Tlaxcala y desde el valle de Morelos hasta el noroeste de México, pasando por el centro urbano

de Cuicuilco en el valle de México. La amplia distribución de este estilo sugiere la existencia de

una gran red de interacción cultural, más que una cultura arqueológica. Esta primera tradición

cerámica del Bajío representa un eslabón en una cadena de interacción cultural que comunicaba

el Occidente con el Centro de México, a lo largo de la frontera septentrional de Mesoamérica, con

el río Lerma como una vía natural de comunicación interregional.25

24
Braniff, 1998; Estrada/Piña, 1946; Florance, 2000; Flores, 1992; Mena/Aguirre, 1927; Porter,
1956; Rubín, 1946; Weaver, 1969.
25
Braniff, 1996: 59, 60; 2000: 38; 2001: 94-103; Crespo, 1992; Darras/Faugère, 2005; 2007;
2010; Gorenstein, 2000: 324; Kelley/Kelley, 1987: 146; Rubio Chacón, 1998: 1509; Saint-
Charles/Almendros/Flores/González, 2010; Wright, 1999a.

14
Figura 3. Cabeza de una figura de cerámica policroma del estilo Chupícuaro. Museo Regional de

Guanajuato, Alhóndiga de las Granaditas.26

26
Fotografía del autor, 2011.

15
Hacia el siglo VI a. C. aparecieron los primeros asentamientos mesoamericanos, con cerámica

y arquitectura monumental, en el valle del Mezquital, el valle de San Juan del Río y el Bajío

oriental. Entonces se hablaban en el Altiplano Central una lengua proto-otomí-mazahua y otra

proto-matlatzinca-ocuilteco. Ambos grupos otopames son candidatos de haber sido los

pobladores sedentarios iniciales del Bajío oriental. Otra hipótesis, que no excluye la primera, es

que hayan llegado grupos desde el Occidente de México, acaso de la región michoacana. Los

primeros agricultores abajeños probablemente entraron en contacto con los pames, con raíces más

antiguas en el Bajío oriental. Las fronteras lingüísticas, que suelen ser borrosas, son imposibles de

trazar con precisión para estos tiempos remotos. Existen palabras cognadas que se relacionan con

el cultivo en las lenguas otomí, mazahua, matlatzinca, ocuilteco y pame; esto indica que en algún

momento los pames participaban en la cultura sedentaria.27 Si nos fijamos en las palabras para los

números en las variantes sur y norte del grupo pame, observamos que los pames meridionales

compartían conceptos numéricos con sus parientes de la tradición cultural mesoamericana,

mientras los septentrionales contaban de una manera distinta.28 Esto apoya la visión de los pames

como un grupo fronterizo, de transición, así como una mayor vinculación de los pames del sur

con los colonizadores mesoamericanos del Bajío. Al margen de estos desarrollos, en el Bajío

oriental y la Sierra Gorda, vivían los nómadas chichimecos jonaces, quienes seguían practicando

las milenarias estrategias de la recolección y la caza.

Así surgió una cultura abajeña plurilingüe y multiétnica. De manera hipotética, podemos

suponer que hubiera una mayor presencia de grupos hablantes de lenguas yutonahuas en el Bajío

occidental, entre ellos los ancestros de los guamares, los guachichiles y posiblemente los nahuas,

estos últimos con una cultura vinculada con la tradición mesoamericana. Es probable que los

27
Harvey, 1964: 529-531. Véanse también los trabajos de Armillas (1987; 1991).
28
Avelino, 2006.

16
tarascos hayan tenido una presencia importante en los asentamientos del Bajío, tal vez desde los

inicios de su colonización por los agricultores mesoamericanos.29

El florecimiento de los asentamientos abajeños

Hacia principios del siglo III d. C., la población plurilingüe del Bajío participaba en las redes de

interacción social, comercial y cultural con los pueblos mesoamericanos hacia el sur, a la vez que

interactuaban con sus vecinos nómadas. En el periodo Clásico, de 200 a 600 d. C., buena parte de

la población del Altiplano Central se había concentrado en dos polos urbanos: Cholula, en el valle

poblano-tlaxcalteca, y Teotihuacan, en el noroeste del valle de México. En el Bajío surgieron

varios centros rectores con arquitectura monumental, predominando los complejos con patios

cerrados, integrando plataformas perimetrales rectangulares con basamentos escalonados, tal vez

inspirados en la volumetría del conjunto teotihuacano llamado la Ciudadela, donde se encuentra

el Templo de Quetzalcóatl, y en otros complejos arquitectónicos de esta metrópoli. El

florecimiento cultural de los sitios abajeños continuó durante el Epiclásico (600-900 d. C.),

después del colapso de la hegemonía teotihuacana. Los sitios de mayor jerarquía de estos

periodos, a juzgar por el volumen de sus construcciones, fueron Tepozán (al sur de Querétaro),

San Bartolomé Aguascalientes (al oriente de Apaseo el Alto), San Miguel Viejo (al poniente de

San Miguel de Allende), Peñuelas (al sur de San Felipe), Peralta (también llamado El Divisadero,

al noreste de Abasolo) (figura 4) y Loza de los Padres (al sureste de León).30 También hay

arquitectura monumental en los asentamientos de segundo rango, como podemos observar en tres

sitios que han sido restaurados y abiertos al público: Plazuelas, en las faldas de la sierra de

Pénjamo (figura 5), Cañada de la Virgen, al poniente del río Laja en el sur del municipio de San

29
Carot, 2005; Pollard, 2000.
30
Cárdenas, 1999a; 1999b.

17
Miguel de Allende, y El Cóporo, en la región conocida como el Gran Tunal, en la frontera entre

los estados de Guanajuato y San Luis Potosí. El estudio de la cultura material, especialmente los

patrones de asentamiento, la arquitectura y la cerámica, revela una frontera cultural entre los ríos

Laja y Guanajuato, que dividía esta región en una zona oriental y otra occidental. Los

asentamientos orientales muestran mayores afinidades con Teotihuacan, incluyendo el

predominio de las formas rectangulares en la arquitectura y la decoración cerámica con óxido de

hierro sobre el fondo café del barro cocido (figura 6). Los sitios occidentales se asemejan un poco

más a la tradición Teuchitlán que florecía entonces en los Altos de Jalisco, con una mayor

presencia de estructuras de planta circular y cerámica anaranjada. En ambas zonas se encuentran

las vasijas del estilo Blanco Levantado (figura 7), recubiertas con caolín después de la quema y

pintadas con motivos lineales. Estas dos subregiones se pueden concebir como eslabones en la

cadena de interacción cultural que vinculaba el Occidente y el Noroeste de Mesoamérica con el

Altiplano Central.31

31
Brambila, 1993; Brambila/Crespo, 2005; Braniff, 2000; Crespo, 1993; 1998a; 1998b; Jiménez
Betts, 1992; Juárez, 2005; Martínez Bravo, 2005; Weigand, 2000; Wright, 1999a; Zepeda, 2005a;
2005b. Hay información sobre las excavaciones recientes, con excelentes ilustraciones, en los
siguientes capítulos de un libro colectivo sobre las zonas arqueológicas del estado de Guanajuato:
Cárdenas, 2007; Castañeda, 2007; Torreblanca, 2007; Zepeda, 2007.

18
Figura 4. Patio hundido del conjunto 2, sitio arqueológico de Peralta.32

32
Fotografía del autor, 2009.

19
Figura 5. Basamento oriental, conjunto Casas Tapadas, sitio arqueológico de Plazuelas.33

33
Fotografía del autor, 2009.

20
Figura 6. Escudillas de cerámica del estilo rojo sobre bayo, procedentes de Tierra Blanca de

Abajo, municipio de San Miguel de Allende. Museo Histórico Casa de Allende.34

34
Fotografía del autor, 1986.

21
Figura 7. Vasijas de cerámica del estilo blanco levantado, procedentes de Tierra Blanca de Abajo,

municipio de San Miguel de Allende. Museo Histórico Casa de Allende.35

Durante los periodos Clásico y Epiclásico, los asentamientos de filiación mesoamericana

llegaban hasta el Gran Tunal, en lo que hoy es la frontera entre Guanajuato y San Luis Potosí.36

La vecina zona de Río Verde, hacia el Oriente, fue colonizada desde la Huasteca.37 En estas

zonas fronterizas, los agricultores interactuaban con sus vecinos chichimecas, quienes

35
Fotografía del autor, 1986.
36
Braniff, 1992; Crespo, 1976.
37
Michelet, 1996.

22
probablemente hablaban idiomas yutonahuas –como el guachichil y el guamar– y otopames –el

pame septentrional y el chichimeco jonaz–.38

El abandono de las ciudades del Bajío

A lo largo del periodo Postclásico Temprano (900-1200 d. C.), los asentamientos

mesoamericanos del Centro-Norte fueron abandonados. La causa más probable, de acuerdo con la

evidencia disponible, es que hubo sequías que hacían insostenibles la agricultura, al menos

durante un periodo corto, que hubiera sido suficiente para provocar el abandono de estas

poblaciones.39 Al mismo tiempo surgió la ciudad de Tollan Xicocotitlan (hoy Tula de Allende)

como centro rector del valle del Mezquital.40 Varios rasgos estilísticos presentes en la cerámica

del Bajío de los periodos Clásico y Epiclásico parecen reflejarse en la cerámica tolteca que surgió

en el Mezquital en el Posclásico Temprano.41 Se fabricaban en Tula, a partir del siglo X, ollas

estilo Blanco Levantado, un tipo de cerámica que no tiene antecedentes en el Altiplano Central

pero sí en el Bajío y en el Occidente de México.42 Otros rasgos de la cultura material de Tollan

tienen antecedentes en la cultura Chalchihuites de Zacatecas y Durango, que también tuvo que

abandonar sus asentamientos durante este periodo.43 Al parecer Tollan absorbió parte de las

poblaciones que migraron al centro de México desde los asentamientos mesoamericanos del

Centro-Norte y el Noroeste. Entre ellos probablemente había hablantes del náhuatl y tal vez

poblaciones otopames que regresaban a sus tierras ancestrales.44 El estado tolteca, con sede en

38
Rodríguez, 1985; 1988; Viramontes, 2000.
39
Armillas, 1987; 1991; Brown, 1992; Michelet, 1996: 72, 73.
40
Blanton/Kowalewski/Feinman/Finstein, 1997: 142; Cowgill, 2000: 295.
41
Braniff, 1999.
42
Braniff, 2000: 39; Cobean, 1990: 449-457; Crespo, 1991b: 133; 1996: 77-83; Martínez Bravo,
2005.
43
Hers, 1989.
44
Carrasco, 1987; García/Castillo, 1976; Harvey, 1972, Soustelle, 1937.

23
Tollan, colapsó hacia mediados del siglo XII.45 Las fuentes históricas indígenas registran una

diáspora tolteca hacia otras regiones de Mesoamérica.46

Los pocos asentamientos en el Centro-Norte que sobrevivieron hasta los siglos XI y XII

muestran semejanzas con Tollan en su cultura material. Alrededor del tiempo del colapso del

estado tolteca estos asentamientos fueron abandonados. El más notable de estos centros toltecas

del Bajío es el sitio de El Cerrito, en el valle de Querétaro, que presenta notables semejanzas con

Tollan Xicocotitlan en su cultura material (figura 8). La mayor parte del Bajío permaneció bajo el

control de los cazadores y recolectores durante todo el periodo Posclásico Tardío, desde los

inicios del siglo XII hasta la Conquista española.47

45
Davies, 1987: 349; López/Solar/Vilanova, 1998: 33, 34.
46
Bierhorst (traductor y editor) 1992; 1998; Kirchhoff/Güemes/Reyes (traductores y editores),
1976. Los mapas de Cuauhtinchan relatan episodios de esta migración, por medio del lenguaje
visual centromexicano; véanse Yoneda, 1981; 1999.
47
Braniff, 1972: 280, 281; 1992; 2000: 42; 2001: 106, 107, 109-112; Crespo, 1976; 1991a.

24
Figura 8. Basamento principal de El Cerrito.48

Es probable que durante el Posclásico Temprano hubiera migraciones de tarascos desde el

Bajío hacia la región de los lagos en Michoacán, donde después surgiría el estado tarasco.

Durante la primera parte del Postclásico Tardío hay evidencia de la expansión efímera de este

grupo hacia el sur del Bajío,49 aunque para el momento de la Conquista el río Lerma marcaba el

límite entre el estado tarasco y el territorio de los chichimecas, siendo Yuririapúndaro (hoy

Yuriria) y Acámbaro los asentamientos tarascos más importantes en esta frontera.50

48
Fotografía del autor, 2003.
49
Braniff, 2000: 42; 2001: 110; Castañeda/Cervantes/Crespo/Flores, 1989: 40;
Castañeda/Crespo/Contreras/Saint-Charles/Durán/Flores, 1988: 330-332, 351; Sánchez Correa,
1993; Zepeda, 1988.
50
Carot, 2005; Pollard, 1995; 2000.

25
La llegada de grandes números de nahuas al Altiplano Central durante el Postclásico

Temprano e inicios del Postclásico Tardío coincidió con el abandono de los asentamientos

mesoamericanos en el Noroeste de Mesoamérica y el Bajío. La evidencia lingüística indica que

las migraciones nahuas se produjeron en varios momentos, desde el siglo VII d. C.,

aproximadamente, hasta el siglo XIII. Las tradiciones históricas de los nahuas, registradas poco

después de la Conquista, apoyan esta hipótesis.51 A juzgar por los estudios de la prehistoria

lingüística, las primeras migraciones fueron desde el territorio original de los nahuas en el

Occidente de México hacia el sur, por la costa del Pacífico y hacia el valle del río Balsas. En

algún momento del Epiclásico, o hacia principios del Posclásico Temprano, arribaron grupos de

nahuas al Altiplano Central y de ahí algunos continuaron desplazándose hacia el Oriente y

Sureste de Mesoamérica, llegando hasta Centroamérica. Ningún otro grupo lingüístico de

Mesoamérica se movió tanto. Algunos nahuas se quedaron en su territorio ancestral, en la zona

fronteriza entre Jalisco y Zacatecas; históricamente éstos se llaman caxcanes; hablaban una

variante del náhuatl mucho más cercano a la de los aztecas, apoyando la idea de que éstos

migrantes, que incluyen a los mexicas, hayan sido los últimos en salir del Occidente de

Mesoamérica, siglos después de los antepasados de los nahuas orientales, quienes hablaban

variantes con un grado mayor de divergencia lingüística.52

Así, el colapso de los asentamientos mesoamericanos en los márgenes septentrionales de

Mesoamérica produjo migraciones masivas hacia los valles del Altiplano Central. Entre estos

migrantes había nahuas, como hemos visto. Es probable que también hubiera desplazamientos de

grupos otopames, descendientes de los pobladores iniciales del Bajío, hablantes de las lenguas

51
Hay una literatura extensa sobre estas narraciones. Véase, por ejemplo, Navarrete, 1999.
52
Para un resumen de la prehistoria lingüística de los nahuas, con referencias adicionales, véase
Wright, 2007: 13-24.

26
ancestrales al otomí, mazahua, matlatzinca y ocuilteco. También hay indicios de la llegada de

hablantes de una lengua “chichimeca” no identificada, probablemente el pame; hemos visto que

algunos pames parecen haber tenido contactos estrechos con los abajeños mesoamericanos.

Algunos etnohistoriadores piensan que el legendario caudillo chichimeca Xólotl, fundador de

dinastías importantes del valle de México en el siglo XIII, haya sido pame.53

Durante el último siglo de la época Prehispánica la Triple Alianza de Tenochtitlan, Tetzcoco

y Tlacopan controlaba buena parte del Altiplano Central y su poder se extendía a otras regiones

de Mesoamérica por medio de las guerras de conquista. Estos señoríos eran plurilingües e

incluían barrios de nahuas y de varios grupos otopames: otomíes, mazahuas, matlatzincas y los

referidos chichimecas, quizá pames. Los señoríos de la Triple Alianza cobraban tributos a los

otomíes de la provincia de Xilotépec, en la frontera norte de Mesoamérica, y los guerreros de este

señorío otomí participaban en las campañas militares organizadas por esta confederación de

señoríos. La zona dominada por Xilotépec abarcaba la mitad occidental del valle del Mezquital,

en el estado de Hidalgo y la parte colindante del estado de México. No parece haber alcanzado las

tierras de los actuales estados de Guanajuato ni Querétaro, habitadas entonces por los

chichimecas seminómadas y nómadas (figura 9).54 Las interacciones económicas entre los

sedentarios y los nómadas fueron esencialmente de tipo comercial, según algunas fuentes

históricas, aunque hay indicios del pago de tributos por parte de algunos grupos de pames.55

53
Véase, por ejemplo, Carrasco, 1987: 241-246.
54
Sobre la Triple Alianza y sus dominios, véase Carrasco, 1996.
55
Sobre el pago de tributo a los señores de Xilotépec desde Zimapán, en la sierra al norte del
valle del Mezquital, véase Murguía, 1985: 101-103. Los señores de Jilotepec (el pueblo de indios
novohispano que se derivó del señorío otomí de Xilotépec) afirmaron en un juicio que hubo una
presencia otomí en el valle de Querétaro antes de la Conquista, y que estos otomíes entregaban
algodón a los señores de Xilotépec. Estas declaraciones, sin embargo, fueron negadas en otras
declaraciones del mismo expediente jurídico. No se confirman en otros documentos del siglo XVI,
aunque este asunto sigue generando polémica entre los historiadores regionales. Para un buen
resumen de la discusión, véase el estudio introductorio en Urquiola, sin fecha [2006]. Sobre las

27
Figura 9. Representación pictórica de chichimecas en el Códice florentino, de la segunda mitad

del siglo XVI.56

Los chichimecas del Bajío en el siglo XVI

Sabemos por las fuentes históricas que en el momento de la Conquista había asentamientos

sedentarios de tipo mesoamericano en la frontera septentrional del territorio controlado por el

estado tarasco, en Yuriria y Acámbaro, en el sur del Bajío. En el primero de estos pueblos había

tarascos y chichimecas (¿guamares? ¿pames?); en el segundo había tarascos, otomíes, mazahuas

relaciones comerciales entre los otomíes de Xilotépec y los pames del valle de Querétaro, véase
Ramos, 1582: 1v.
56
Imagen tomada de Sahagún, 1979: III, 123v.

28
y chichimecas (probablemente pames).57 Hacia el oriente, el territorio del señorío otomí de

Xilotépec abarcaba la mitad occidental del valle del Mezquital, según la mayor parte de las

fuentes novohispanas. Las tierras al norte del Lerma estaban habitadas por diversos grupos de

chichimecas que hablaban, como hemos visto, idiomas yutonahuas en el oeste (guachichil y

guamar) y otopames en el oriente (pame y chichimeco jonaz). En las zonas vecinas de Jalisco,

Aguascalientes y Zacatecas había otros grupos yutonahuas: los cocas, tecuexes, zacatecos y

caxcanes. Por el rumbo del Oriente, los pames y chichimecos jonaces eran vecinos de los

huastecos.58

He mencionado que los pames, especialmente los del Bajío oriental, desarrollaron una cultura

semisedentaria, probablemente debido a sus contactos amplios con los pueblos mesoamericanos.

Por ello son difíciles de clasificar, por presentar elementos culturales de tipo mesoamericano y

otros propios de los cazadores y recolectores. En el momento de la Conquista española, algunos

pames convivían con los mesoamericanos en la frontera norte del territorio del estado tarasco;

otros vivían en el Bajío oriental o en la Sierra Gorda. Durante las primeras décadas de la época

Novohispana, varios grupos de pames fueron integrados en los pueblos de indios del norte de la

Nueva España, como Yuriria, Acámbaro, Ucareo y Querétaro; en algunos casos servían como

aliados de los otomíes y españoles en su lucha contra los nómadas indómitos. Otros pames

resistieron la expansión europea, especialmente durante la Guerra Chichimeca de la segunda

mitad del siglo XVI. No eran tan aguerridos como otros grupos de chichimecas, limitándose por lo

general al robo de ganado y el hostigamiento de los estancieros. Los pames se extendían por el

oriente hasta el valle de San Juan del Río, Ixmiquilpan en el norte del Mezquital y la sierra de

57
Vargas, 1987: 60, 69.
58
Jiménez Moreno, sin fecha; Kirchhoff, 1971; Miller, 1984: Powell, 1977: 49; Santa María,
2003; Wright, 1999a.

29
Metztitlán. Había pames en la Sierra Gorda, en Tolimán, Puxinquía y Xichú, lugares que fueron

colonizados por otomíes durante el siglo XVI.59

Los chichimecos jonaces eran vecinos de los pames en la Sierra Gorda. No parecen haber

tenido contactos tan amplios con los mesoamericanos durante la época Prehispánica. Siguieron

resistiendo a la colonización de su región hasta mediados del siglo XVIII, cuando finalmente

fueron derrotados, casi exterminados.60 Sobrevivieron los que estaban asentados en la misión

jesuita en San Luis de la Paz, en el pie de monte de la Sierra Gorda, donde sus descendientes

conservan hasta hoy su lengua e identidad étnica.

Hacia mediados del siglo XVI, los guamares ocupaban un territorio amplio en lo que hoy es el

estado de Guanajuato. Su territorio alcanzaba el río Lerma por el Sur; Pénjamo, las minas de

Guanajuato y Cuerámaro por el Poniente; la subcuenca del río Laja por el Oriente; y San Felipe y

Santa María del Río, en ambos lados de la actual frontera entre los estados de Guanajuato y San

Luis Potosí, por el Norte. Había cuatro o cinco grupos de guamares; cada uno hablaba una

variante de la misma lengua. Tenían la capacidad de aliarse para la defensa de su territorio. Fray

Guillermo de Santa María, escribiendo durante la Guerra Chichimeca, los llamó “la nación más

valiente y belicosa, traidora y dañosa de todos los chichimecas”. El mismo autor nos explica que

la palabra guamar se deriva del gentilicio que usaban en su propia lengua, ecuamar.61

El territorio de los guachichiles comenzaba cerca de la ribera derecha del río Lerma, en el

extremo poniente del Bajío, al oeste del las tierras de los guamares. Se extendía hacia el Norte en

ambos lados de la actual frontera Guanajuato-Jalisco, incluyendo León, Arandas y Lagos,

abarcando buena parte del estado de San Luis Potosí, colindando con la Huasteca y alcanzando la

59
Powell, 1977: 165-178; Santa María, 2003: 114; Soriano, 1764-1777; 2012; Wright, 1999b: 49-
63.
60
Galaviz, 1971; Labra, sin fecha; Labra/Labra, sin fecha.
61
Jiménez Moreno, sin fecha; Powell, 1977: 52; Santa María, 2003: 114, 115.

30
región de Saltillo en el norte. Según Guillermo de Santa María, la palabra guachichil significa

“cabeza colorada” en náhuatl, debido a la práctica de estos nómadas de pintarse el cuerpo y el

cabello de este color, y de portar gorros puntiagudos de piel teñido de rojo. Este fraile afirma que

los guachichiles eran “la más gente de todos los chichimecas y que más daños han hecho”.62

No hay que caer en los estereotipos, comunes en la historiografía de esta región, que exageran

la complejidad y sofisticación cultural de los mesoamericanos y subestiman la cultura de los

chichimecas. Ambas son categorías artificiales que simplifican un panorama complejo, en una

región donde durante dos milenios hubo interrelaciones culturales entre pueblos sedentarios y

nómadas. Los pames, como hemos visto, no caben cómodamente en ninguna de estas categorías.

Los chichimecas, cuyos formas de vida se adaptaban mejor al clima árido del Centro-Norte,

poseían conocimientos profundos acerca de su medio geográfico y todo lo que contenía.63 A pesar

de la relativa escasez de estudios arqueológicos –y por lo tanto de objetos culturales que nos

muestren aspectos de su cultura–, podemos inferir mediante la analogía etnográfica, entre estos

grupos y los pueblos históricos del Norte de México, que los chichimecas tenían expresiones

estéticas notables, en las áreas de las tradicionales oral, la danza, la música y las artes visuales.

Hoy quedan pinturas rupestres y algunas obras escultóricas como testimonio de su cultura

intelectual.64

62
Jiménez Moreno, sin fecha; Powell, 1977: 48-52; Santa María, 2003: 115, 116.
63
Las descripciones etnográficas más ricas en datos sobre la cultura de estos pueblos norteños se
encuentran en los textos de Santa María (2003) y Velázquez (2008). Sobre los pames de la Sierra
Gorda en el siglo XVIII, véanse los dos “prólogos historiales” en Soriano, 1764-1777; 2012.
64
Kirchhoff, 1971; Rodríguez, 1985: 158-192. Algunas esculturas en hueso, incluyendo un
instrumento musical, así como pigmentos minerales y grabados rupestres, se pueden apreciar en
Rodríguez, 1985: 176-187. Sobre las pinturas rupestres del Centro-Norte, véanse
Crespo/Castañeda, 1999; Faugère, 1997; Rodríguez, 1985: 187-192. Es posible detectar la
existencia de dos tradiciones pictóricas, una vinculada con los mesoamericanos y otra con los
chichimecas, aunque esta frontera estilística, como otras fronteras culturales en esta región, puede
ser borrosa. Sobre la música y la danza entre los chichimecas, véase Nava, 2000.

31
Conquista y colonización

En el siglo XVI, el panorama étnico y lingüístico del Centro-Norte del país sufrió

transformaciones radicales, incluyendo la expansión de varios pueblos mesoamericanos hacia esta

región, así como su colonización por estancieros, mineros y otras categorías de europeos, así

como una larga guerra contra los chichimecas que defendían sus tierras ancestrales.

Las presiones ejercidas por los conquistadores y demás colonos españoles sobre las

poblaciones indígenas motivaron la salida de algunos grupos de otomíes hacia el Bajío y otras

regiones adyacentes. Hay evidencia histórica de la colonización, durante los dos decenios que

siguieron a la derrota de Tenochtitlan en 1521, de San Juan del Río, Querétaro, San Miguel (hoy

de Allende) y tal vez Apaseo (hoy el Grande), por grupos de otomíes procedentes del antiguo

señorío de Xilotépec, en el poniente del valle del Mezquital. Los otomíes aprovecharon sus

habilidades para comunicarse con los pames, con quienes habían cultivado relaciones comerciales

desde antes de la Conquista. De esta manera se establecieron pueblos de agricultores otomíes en

los márgenes de los ríos del Bajío oriental.65

Las primeras incursiones de los europeos en las tierras abajeñas fueron de tipo militar. No

hubo grandes enfrentamientos, ni se establecieron asentamientos, por lo que estas expediciones

tuvieron el propósito de reconocer el territorio y de establecer simbólicamente derechos

hegemónicos. De 1530 a 1533 el conquistador Nuño de Guzmán y sus seguidores recorrieron las

riberas del río Lerma; con base en estos hechos, la Audiencia de la Nueva Galicia, con sede en la

recién fundada villa de Guadalajara, reclamó su jurisdicción sobre esta región. Durante las

décadas subsecuentes, las reales audiencias de México y de Nueva Galicia disputaron el control

65
Wright, 1989; 1999b.

32
del Bajío.66 De la misma manera, los obispados de México, Michoacán y Nueva Galicia pelearon

en los tribunales el derecho de cobrar el diezmo a los habitantes de esta región.67

Después de los recorridos de Guzmán, arribaron al Bajío los primeros colonos españoles para

establecer estancias ganaderas. Con ellos llegaron misioneros franciscanos y agustinos para

iniciar el largo proceso de la integración de los indígenas en el incipiente sistema colonial,

mediante la imposición de la ideología cristiana y la educación de los hijos de los señores nativos,

quienes serían los nuevos gobernantes de los pueblos de indios después del relevo generacional.

A diferencia de los europeos que se apoderaron de la región de Guadalajara, los colonos del Bajío

lograron evitar la resistencia armada de los chichimecas durante la década de 1541 a 1550. 68

La colonización del Centro-Norte se intensificó a partir del descubrimiento de las minas de

Zacatecas en 1546 y, durante el siguiente lustro, la construcción de una carretera entre estas

minas y la ciudad de México. El nuevo camino real pasaba por el valle del Mezquital, con un

ramal que pasaba por Tula y otro por Jilotepec; después de juntarse, el camino seguía por San

Juan del Río y entraba en el Bajío en Querétaro. Al norte de este pueblo, poblado en su mayoría

por otomíes y pames, el camino se dividía de nuevo en dos ramales; el del poniente pasaba por

San Miguel el Grande (hoy de Allende) y se juntaba con el ramal oriental cerca de San Felipe,

para continuar hasta Zacatecas. En la segunda mitad de la década de 1551 a 1560, con el

descubrimiento de plata en la cañada de Guanajuato, se amplió la red de caminos para incluir este

nuevo real de minas. Durante el resto del siglo XVI surgieron pueblos y villas con poblaciones

multiétnicas, incluyendo europeos, africanos, y diversos grupos de amerindios: tarascos, otomíes,

mazahuas, nahuas y algunos chichimecas.69

66
Jiménez Moreno, sin fecha: 22-24; Tello, 1997: 70-73; Urquiola, sin fecha
67
Beaumont, 1932: III, 95; Jiménez Moreno, sin fecha: 29, 35.
68
Gerhard, 1986; Powell, 1977; Tutino, 2011: 71-77; Wright, 1989; 1999b.
69
Powell, 1977: 19-46.

33
La vida de los chichimecas del Bajío fue alterada para siempre. Algunos pames fueron

incorporados en los asentamientos novohispanos del Bajío oriental. Los guamares que estorbaban

a la instalación de las estancias ganaderas en el poniente del Bajío fueron obligados a congregarse

bajo la tutela de los frailes agustinos en Pénjamo. Otros chichimecas tuvieron que abandonar sus

tierras. Muchos fueron capturados por los soldados españoles y vendidos como esclavos. Los

guamares y guachichiles organizaron una resistencia de guerrillas que mantuvo en jaque a los

colonos europeos y sus aliados indígenas durante cuatro décadas, entre 1550 y 1590 (figura 10).

Los chichimecos jonaces y algunos pames frenaban la expansión de los españoles hacia el

Oriente. Al final del conflicto, mediante una combinación de fuerza militar y sobornos en especie

para integrar a algunos grupos de chichimecas, el Bajío había sido efectivamente incorporado en

el naciente sistema político, social y económico de la Nueva España.70

70
Powell, 1977; Tutino, 2011.

34
Figura 10. El conquistador otomí don Pedro Martín de Toro, en un manuscrito de la segunda

mitad del siglo XVII.71

Los otomíes del Bajío celebraban sus victorias militares contra los nómadas mediante la

danza y las narraciones orales épicas. Ambos tipos de expresión continúan formando una parte

71
Francisco Martín de la Puente, Francisco, Códice Pedro Martín de Toro, c 1650-1696, Archivo
General de la Nación, México, fondo Real Audiencia, serie Tierras, vol. 1783, expediente 1, folio
19 recto (imagen tomada de Wright, 1988: lámina 2).

35
importante de las tradiciones de esta región en el siglo XXI, reforzando la identidad étnica de los

indígenas. Un fenómeno curioso fue cómo, hacia fines del siglo XVII y principios del XVIII, las

historias nativas sobre la expansión de los otomíes al Bajío fueron plasmadas en papel, escritos

con el alfabeto latino en castellano. Hay varios documentos, generalmente con el conquistador

otomí Nicolás de San Luis Montañés como protagonista, que narran la fundación de los

principales asentamientos del Bajío. Varios autores franciscanos del siglo XVIII integraron estas

relaciones en sus crónicas, con lo que pasaron a formar una parte integral de la historiografía

regional. Desde entonces, más de un historiador incauto ha caído en el error de usar estos textos

para la reconstrucción de los acontecimientos del siglo de la Conquista, cuando en realidad

contienen una versión mítica de los sucesos, con abundantes anacronismos y hechos

inverosímiles. Son documentos valiosos para entender la visión que los otomíes de hace tres

siglos tenían acerca de las hazañas de sus antepasados, pero evidentemente requieren de un

tratamiento crítico especial.72

Consideraciones finales

Durante más de dos milenios el Bajío fue una región de fronteras. Su ubicación entre las tierras

relativamente productivas al sur y el árido paisaje norteño hace que esta región haya estado sobre

–o cerca de– los límites fluctuantes entre Mesoamérica y los territorios de los nómadas cazadores

y recolectores. Al mismo tiempo había otra frontera, aproximadamente perpendicular a la frontera

de Mesoamérica, entre los hablantes de lenguas yutonahuas en el Occidente y los que hablaban

idiomas otopames en el Oriente. Los tarascos, sin parientes lingüísticos cercanos, también tienen

raíces hondas en esta región.

72
Wright, 2012.

36
Los avances hacia el Norte y los retrocesos hacia el Sur de los grupos sedentarios de filiación

cultural mesoamericana han dado origen a ciertas confusiones en la historiografía regional. Una

de éstas es la creencia popular de que en décadas recientes se ha “descubierto”, por medio de los

proyectos arqueológicos, que esta región pertenecía al área cultural que llamamos Mesoamérica.

En realidad esto se ha sabido desde hace varios siglos, pues la evidencia siempre ha estado a la

vista. Para una referencia temprana, de 1582, podemos consultar el memorial del cura párroco de

San Miguel el Grande, quien enuncia la hipótesis de que las ruinas de los asentamientos de

agricultores en el Centro-Norte de México fueron obras de los otomíes, quienes los habían

abandonado:

En todo lo que nuestra gente ha andado en esta provincia y tierra de


los chichimecas se hallan grandes y muchas señales de pueblos que
hubo antiguamente y la tierra haber sido muy cultivada, lo cual nos
hace ciertos haber sido esta tierra en otro tiempo poseída de otra
gente inclinada a edificar y a la cultura, de lo cual totalmente
carecen los que ahora la poseen porque ningún género de edificio
tienen ni labran las tierras sino en muy pocas partes y en poca
cantidad. Y esto ayuda mucho al derecho de vuestra majestad para
conquistar a estos y darlos por esclavos quitándoles la tierra por la
certinidad clara que de ello se infiere de que esta tierra no es suya
propia de estar más antes la tienen tiránicamente. Y las opiniones
que hay sobre qué gente pudo ser ésta que edificaba y labraba estas
tierras son diferentes, y las que tienen más fuerza parece ser que
estos indios flecheros conquistaron y ahuyentaron de ellas a los que
así la labraban y poseían y los hicieron retirar hacia las comarcas de
México y que son los indios otomites grandes labradores porque el
día de hoy se ve por experiencia que muchos pueblos de indios de
esta frontera se despueblan y han despoblado por causa de los
daños que estos salteadores hacen en ellos. O pudo ser que con
alguna gran pestilencia o seca que vino de muchos años –como se
lee en las crónicas antiguas de España la hubo en aquel reino– se
despobló esta tierra, y que los flecheros que la vieron desocupada
se apo[se]sionaron de ella porque parece que con sólo sus arcos y
flechas no pudieron conquistar los indios puestos en grandes
pueblos que en sus casas se pudieran defender.73

73
Velázquez, 2008. El mismo pasaje fue resumido por el cronista real Antonio de Herrera en su

37
Desde el siglo XIX y a lo largo del XX encontramos referencias en la literatura académica que

nos hablan de la existencia en el estado de Guanajuato de sitios arqueológicos con construcciones

monumentales, cerámica sofisticada y otros objetos culturales que indican una relación con las

culturas del Altiplano Central y el Occidente de México.74

Otra confusión que encontramos con cierta frecuencia en la historiografía regional es la

identificación de los otomíes con los chichimecas que habitaban el Bajío durante los últimos

siglos de la época Prehispánica.75 Una revisión atenta del corpus de los documentos novohispanos

indica que los otomíes fueron un pueblo sedentario, de filiación cultural plenamente

mesoamericana, quienes convivían con los nahuas y otros grupos lingüísticos en los señoríos

plurilingües del Altiplano Central en el momento de la Conquista. Algunos grupos de otomíes

poblaron el Bajío después de la Conquista, primero huyendo de los abusos de los invasores

europeos, después como aliados militares de los españoles contra los chichimecas que se resistían

a la Conquista durante la segunda mitad del siglo XVI.

Si los otomíes han sido difamados en los textos históricos, los diversos grupos de chichimecas

que habitaban el Centro-Norte de México han recibido un trato aún más injusto, por la

etnocentricidad de los autores, quienes a menudo los han calificado de “salvajes” y “bárbaros”,

con la idea implícita de una supuesta inferioridad. Los nómadas cazadores y recolectores, si bien

Historia general (1601-1615: IV, 2a. paginación, 179).


74
Para un resumen de la arqueología del estado de Guanajuato, véase Crespo/Flores/Castañeda,
1988.
75
Un caso extremo del menosprecio hacia los chichimecas, y la errónea asociación de los otomíes
con éstos, se encuentra en la obra de Francisco de la Maza sobre San Miguel de Allende (1972:
9), originalmente publicada en 1939. Dice este pionero de la historia del arte novohispano:
“Antes de la llegada de los españoles a lo que se llamó la Nueva España […] el lugar donde hoy
se asienta la ciudad de San Miguel de Allende estaba deshabitado. Apenas si algunas tribus de
indígenas otomíes, huachichiles y chichimecas pululaban por esos montes y cañadas que hoy
comprenden una importante región del estado de Guanajuato”.

38
tenían estructuras sociales más sencillas que sus vecinos de Mesoamérica, desarrollaron culturas

adaptadas a la vida sustentable en zonas áridas, con un conocimiento profundo de su medio y

expresiones estéticas de una gran sensibilidad.

La lectura cuidadosa de los documentos novohispanos revela otro problema en la

historiografía regional: la existencia de documentos tardíos, basados en parte en las tradiciones

orales de los caciques otomíes, que presentan una visión mítica de la conquista del Bajío y las

fundaciones de sus asentamientos. Estos documentos son valiosas muestras de la memoria

histórica de los otomíes hacia principios del siglo XVIII, pero no deben ser confundidos con los

documentos del siglo XVI que nos presentan una visión más precisa de la expansión de los

mesoamericanos y europeos hacia esta región. Varios grupos indígenas del Bajío, y de las

regiones colindantes en el estado de Querétaro y el norte del estado de Guanajuato, siguen

conservando tradiciones que reflejan su memoria colectiva en torno a la Conquista del Bajío.

Estas tradiciones han sido adaptadas y resignificadas, como respuesta los cambios culturales y

sociales durante tres siglos. Una de las manifestaciones más vigorosas de las identidades étnicas

de los pueblos originarios del Centro-Norte de México es la danza, que incorpora elementos

rituales, musicales, teatrales, literarios e iconográficos. El binomio indio civilizado-chichimeca

sigue manifestándose en la danza. Las danzas de la conquista, y de los indios “rayados” o

“salvajes”, recuerdan y escenifican las luchas entre los chichimecas indómitos y los

conquistadores otomíes y europeos, aunque los franceses hayan tomado el lugar de los invasores

españoles en muchos casos.76 Los otomíes de Cruz del Palmar, en la subcuenca del río Laja,

siguen teniendo encuentros rituales con los chichimecos jonaces de San Luis de la Paz; retoman

aspectos de su cultura tradicional, y otros basados en sus propias investigaciones, para construir y

76
Bonfiglioli, 1996; Fernández/Mendoza, 1992.

39
reconstruir sus identidades.77 En el noroeste de Guanajuato y zonas aledañas, las danzas de

“indios broncos” también reflejan las tensiones identitarias entre los indios del Sur y los del

Norte.78 Por medio de estas manifestaciones estéticas, se conserva y se actualiza la memoria

histórica, reflejando el aspecto fronterizo de esta región. Así algunos sectores de la población

guanajuatense conservan y revitalizan sus identidades étnicas.

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