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«El libro de fe nos llena si en el alma se dilata; calma el dolor si nos mata, quita el hiel que envenena;

entusiasma y enajena al patriota bueno y fiel: ahora eleva a Parnell, y sublima y diviniza a la gran
sacerdotisa del libro, Luisa Michel.

El libro es el telescopio con que se ve el infinito, y la estrella, el aerolito y nuestro planeta propio: es
también el microscopio que en una mínima gota nos hace ver cómo flota un orbe a todos igual, que es
del coro universal, una bellísima nota.

Libro es nuestro corazón donde sd lee el sentimiento, o en un estremecimiento o en una palpitación;


donde vaga la emoción, donde está el alma enajenada; donde en arreboles bañada, y entre nubes de
color, nace una aurora de amor al rayo de una mirada.

Libro es la armoniosa mente de una beldad de quinces años, donde no se leen desengaños, sino ilusión y
ansia ardiente: libro es su púdica frente donde se lee su inocencia; donde lleno de complacencia un
querubín encendido, leyéndole está al oído el libro de la existencia

El libro es fuerza, es valor, es poder, es alimento; antorcha del pensamiento y manantial del amor. El libro
es llama, es ardor, es sublimidad, consuelo, fuente de vigor y celo, que en sí condesa y encierra lo que
hay de grande en la tierra, lo que hay de hermoso en el cielo.

Y libro es esa balumba de sombras tras la cual vamos; libro en el cual deletreamos misereres de la
tumba: donde el huracán no zumba de las pasiones humanas, y ruedan las glorias vanas en cenizas
convertidas, y las gracias y las vidas de las grandezas mundanas.

¡El libro!... ¡El libro! ¡Qué bellas que son sus frases ardientes! Caen sobre nuestras frentes como lluvia de
centellas. Transforman al hombre ellas, y su esencia bendecida eleva al alma dormida, sembrando con
mano fuerte en el caos de la muerte la agitación de la vida.

El libro males destierra; da al espíritu solaz, y derramando la paz va destruyendo la guerra que nos
confunde y aterra: él no pinta en lontananza albas de dulce bonanza que nos llenan de consuelo, y nos
muestra allá en el cielo el iris de la esperanza.»

Hola. No quiero ser una molestia para ti ni tampoco ser pesado con este mensaje, que posiblemente no
sea en un buen momento. Vengo aquí con único propósito. Como amigos, como un verdadero amigo
que vela por el bienestar de sus conocidos, me carcome la preocupación por la situación delicada y
oscura que el sendero del destino te ha obligado caminar y que tanto daño te ha causado. No quiero
hacerte esa pregunta «¿Cómo estás?» que es se ha convertido en algo tan superficial por su excesivo uso
a la hora de iniciar una conversación. En cambio, quiero que mi pregunta tenga algo más de profundidad.
La cual es esta: ¿Cómo te sientes? ¿Cómo te has sentido luego que terminamos de hablar ayer, después
de mis pésimos mensajes? Esto lo hago porque me moleta que una gran y queridísima amiga esté
sufriendo y yo no haga nada para ayudarla y apoyarla; no me gusta quedarme con los brazos cruzados y
mirar con los desdichados ojos de la indiferencia.

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