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9. 01. 2018
Por:
Santiago Mariani (*)
El dique para evitar el regreso al poder del fujimorismo, que se activó por última vez en la
segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2016, terminó de ceder justamente por
esa debilidad intrínseca de articular con éxito una agenda alternativa de gobernabilidad
democrática con reglas de juego distintas en la relación entre el estado y la sociedad. Los
cuatro gobiernos que sucedieron a Paniagua no supieron, no pudieron o no quisieron dar
cabida a esa posibilidad. En un ejercicio consumado de gatopardismo se presentaban como
los líderes para el impulso y consolidación de esa alternativa. Las mayorías ciudadanas así
también lo creían otorgando su voto una y otra vez, pero como se diría en la jerga futbolera
rioplatense, se comieron todos los amagues. Con algunos retoques cosméticos y
concesiones menores, oficiaron en realidad de custodios y garantes de un modelo que en sus
entrañas no fue revisado. Todos los intentos fueron hábilmente desactivados y bien
justificados. La alternativa era, según aclamaban una vez que habían llegado al poder
mientras consumaban la traición, condenar al Perú a un regreso de estancamiento, caos y
atraso. Pero el olor a podrido ya no puede ser contenido. Los presidentes prefirieron la
estabilidad de corto plazo antes que el bronce de la historia. La sacrificada y patriótica tarea
de custodia del bienestar del Perú, según está saliendo a la luz, fue bien recompensada.