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Aunque el término "ascética" puede tomarse en un doble sentido, aquí queremos hablar
de la ascética en su sentido general.
2. VALENCIAS SEMÁNTICAS
Acepciones clásicas
Ascesis es una palabra derivada del griego “askeo”, que significa trabajar con diligencia
y arte, disponer, dar forma, proveer, ejercitarse, practicar, cultivar.
En el lenguaje poético se usa a menudo a propósito del vestido, para indicar adornarlo
o embellecerlo. En prosa adopta frecuentemente el significado de amaestrar. Cuando le
sigue un infinitivo significa esforzarse o procurar que. Si rige acusativo, indica el ejercicio de
un arte o de una profesión, y especialmente la práctica de ejercicios atléticos o de artes
marciales.
Durante ocho siglos -esto es, desde los textos de la Ilíada hasta Filón de Larisa- el
vocablo designó realizar un trabajo con esmero y método. De acepciones de carácter físico
(en Platón asceta equivale a atleta), el término pasó enseguida a significados de carácter
intelectual (ascética como práctica de la filosofía), o moral (ascética como práctica del bien, y
control de las pasiones y de los instintos), o religioso (Hipócrates llama ascética al culto
divino). Según los antiguos sofistas, la ascesis constituye, junto con la naturaleza (phisis) y la
adquisición de conocimientos (máthesis), uno de los campos en los que se desarrolla la
educación de los jóvenes. En Epicteto designa la actitud de quien se somete voluntariamente
a privaciones, renuncias y mortificaciones, para lograr el dominio de sí.
En última instancia, el vocablo expresa un comportamiento que tiende a obtener que se
eliminen los factores que se considera que son desfavorables, y a promover los que se juzga
que favorecen la consecución de un fin; como el ejercicio del púgil, que se entrena para
eliminar el peso superfluo y para robustecer todo lo que puede los músculos.
Uso bíblico
A pesar de lo frecuente que es su empleo en la literatura profana, el verbo aparece sólo
dos veces en la Biblia griega (2 Mc 15,4; Hch 24,16), sin que haya ningún vocablo que se
derive de él.
Pero son numerosas las expresiones que evocan, no el término, sino sus acepciones
básicas. Bástenos citar a san Pablo, para quien las virtudes que proceden del Espíritu Santo
(amor, gozo, paciencia, etc.) incluyen también el autodominio (égkrateia: Gal 5,23), vocablo
que designa lo que constituye el objetivo principal de la ascesis, según el pensamiento
griego. Considerando que la ascesis es una especie de práctica atlética del espíritu, el
apóstol no duda en presentar la existencia cristiana, y en particular su propia vida, como una
competición en las carreras o un combate de pugilato. "¿No sabéis que los que corren en el
estadio todos corren, pero uno solo alcanza el premio? Corred, pues, de modo que lo
alcancéis. Y quien se prepara para la lucha, de todo se abstiene, y eso para alcanzar una
corona corruptible; mas nosotros para alcanzar una incorruptible. Y yo corro no como a la
ventura; así lucho no como quien azota al aire, sino que castigo mi cuerpo y lo esclavizo, no
sea que, habiendo sido heraldo para los otros, resulte yo descalificado" (1 Cor 9,24-27). Para
ser como un atleta que se concentra en la carrera o como un púgil que no se equivoca al dar
el golpe, Pablo no deja sueltas las bridas de las propias tendencias, sino que ejerce un rígido
control sobre ellas; porque "sería el colmo que él precisamente, predicador del evangelio
para los demás, fuera excluido, o en términos deportivos, descalificado, de la salvación
prometida por el mensaje evangélico".
Capítulo 3. LA DIMENSIÓN ASCÉTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 2
GIORGIO GOZZELINO , En la presencia de Dios.
El problema
Desde que apareció el término ascética en el lenguaje técnico de la teología en la edad
moderna (siglo XVII) y se distinguió después de la mística (siglo XVIII), ha habido que
esforzarse para garantizar a la ascesis cristiana la originalidad que la distingue de las formas
parecidas que se dan en las otras religiones no cristianas.
¿Dónde está lo que es propio de la ascesis específicamente cristiana? Prácticas
ascéticas "como la continencia sexual, el ayuno, las mortificaciones corporales, determinados
ejercicios respiratorios, la abstinencia, el régimen vegetariano, las vestiduras penitenciales, la
técnica de la oración, la renuncia íntima de sí mismos, reaparecen siempre en la historia de
las religiones como preparación y medio para el entusiasmo religioso, para la mística en uno
u otro sentido. Esto acontece doquiera aparece el monacato: en el hinduismo, en el budismo,
en el taoísmo chino, que ha desarrollado cierto monacato al menos por el influjo que recibió
del budismo. Pero la ascesis se encuentra también en otros ambientes, en el mismo
islamismo primitivo, en el sufismo musulmán más tardío, en las religiones declaradamente
dualistas, en las varias formas de gnosticismo y en el pitagorismo, y en todas las religiones
mistéricas del helenismo, que requieren prácticas más o menos dolorosas, y en parte
verdaderamente rígidas, de ascesis personal antes de iniciarse en los misterios".
¿Cómo se distingue la ascesis cristiana de estas modalidades que le son afines?
Comparación
¿Qué relación existe entre la ascesis cristiana y estas modalidades?
.Respecto a las dos primeras está en relación de continuidad que las trasciende.
Respecto a la tercera, la relación es de incompatibilidad.
a) La continuidad que existe entre la ascesis cristiana y la ascesis moral es manifiesta.
Basta fijarse "en la debilidad y en la fragilidad humanas, que sólo no podría ver un optimismo
alejado de la vida", para concluir que "esta ascesis moral constituye un deber que nunca
podría descuidar la predicación cristiana". El ejercicio de la autodisciplina y del control que
mira a liberar y desarrollar cuanto hay de positivo en el ser humano constituye una exigencia
irrenunciable. Es el motivo por el que "la concepción católica la considera como la más
importante. Nos lo demuestra una simple mirada a la literatura ascética de la época
moderna".
Sin embargo, no basta la ascesis moral para definir la ascesis cristiana. Al menos, por
dos razones.
En primer lugar -y sólo para comenzar por el plano práctico- porque la ascesis moral no
puede explicar el número impresionante y la radicalidad de las renuncias, privaciones y
penitencias que se encuentran de hecho en la historia del cristianismo y en la vida de
muchos santos. Si la ascesis cristiana se redujera al esfuerzo por conservar y desarrollar las
virtudes frente al empuje de las pasiones, ya no tendría sentido la evidente añadidura de la
práctica cristiana. Sería preciso "juzgar estos hechos como insensatos y exageraciones de
carácter privado, o verlos a la luz de influjos del ambiente histórico y cultural, que no tiene
nada que ver con el cristianismo". Para explicar esta práctica cristiana, hay que admitir que
las razones de la ascesis cristiana van más allá de las motivaciones de la mera ascesis
moral.
En segundo lugar, porque "si la ascesis moral tuviera que ser la explicación adecuada
de la ascesis cristiana, no se justificaría su carácter revelado y misterioso, que constituye el
núcleo central del ser y de la vida cristiana. En efecto, se puede justificar plenamente
también la ascesis moral frente al mundo e independientemente de la fe cristiana". Reducir la
ascesis cristiana a la ascesis moral, que es sustancialmente inteligible, aun prescindiendo de
la revelación, no equivale en modo alguno a confirmar, sino a negar lo que es
específicamente cristiano.
b) Igual que la ascesis moral, también La ascesis cultual está en relación de
continuidad real con la ascesis cristiana: porqué tiene él cometido "de proclamar el carácter
absoluto y santo de Dios, su soberanía sobre los hombres y sobre toda criatura, de implorar
su perdón, de realizar de manera tangible el don de sí a él y a su servicio". La ascesis cultual
tiene su origen en el sentido de lo sagrado, lo cultiva y guarda: y la ascesis cristiana no
puede ciertamente prescindir del sentido de lo sagrado.
A pesar de esto, las dos objeciones planteadas al tratar de la ascesis moral se aplican
también íntegramente a esta segunda forma de ascesis; viene a encontrarse, por tanto, en la
misma condición de insuficiencia.
c) En cuanto a la ascesis mágica, los términos con que se presenta demuestran que se
trata" de "Una" concepción que está en total "contraste con el mensaje cristiano sobre la
verdadera vida divina que nos confiere el amor soberanamente libre de Dios, gracias a un
don enteramente gratuito". Es verdad que, para llenarse de Dios, es menester vaciarse de sí,
que "ni suele ni puede Su Majestad dejar de darse a quien se le da toda". Pero tal
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GIORGIO GOZZELINO , En la presencia de Dios.
imposibilidad procede de la infinita verdad del amor de Dios a sus criaturas, de ninguna
manera de una presunta capacidad de la criatura que obligue a Dios a darse.
Por eso, "este intento ascético de divinizarnos a nosotros mismos y de liberar cuanto
hay en nosotros de verdaderamente divino y que no está amenazado por nuestra situación
de auténticos mortales, se revela como una voluntad del hombre de llegar a ser Dios: hybris
condenada al naufragio". Es por esta razón por la que, en lugar de mística (= que trata de
forzar el umbral de la mística) hemos preferido llamarla, sin términos medios, mágica (= para
subrayar la pretensión de imponerse a Dios).
Ascesis de la fe
La práctica ascética cristiana genuina se especifica, ante todo, como ascesis de la fe, o
praxis que tiende a defender y profundizar en la aceptación exclusiva que el creyente ha
otorgado a la persona y al mensaje de Jesucristo.
En la visión cristiana, la ascesis moral está sujeta a un proceso de transustanciación
que la transforma desde dentro. El dominio de sí se cultiva con la mirada puesta en
pertenecer firmemente a la esfera carismática del Resucitado; la lucha contra los
impedimentos de la vida espiritual desea allanar el camino para la venida del Señor: el
esfuerzo virtuoso quiere ser respuesta a la iniciativa salvífica del Espíritu de Cristo.
En el camino de la existencia cristiana, ascesis y fe se presentan como inseparables;
tanto en lo que se refiere al punto de partida, como respecto al punto de llegada.
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GIORGIO GOZZELINO , En la presencia de Dios.
Son inseparables en el punto de partida porque creer significa trascender el mundo con
sus significados, no atenerse a lo que la inteligencia, dejada a sí misma, juzga que es la
garantía para triunfar en la vida, edificar la propia existencia sobre Jesucristo crucificado y
resucitado, más bien que sobre sí mismos: y esto requiere una lucha sin cuartel, siempre,
mucho más en la situación actual, marcada por el pecado original. Es un hecho amargo e
innegable: el hombre que existe en concreto "tiene la tendencia, imposible de extirpar, de
comprender partiendo de sí, de disponer de sí y del propio futuro, de adueñarse de la vida y
asegurársela como propia"; está inclinado trágicamente "a no prestar atención a su destino
trascendente y a cerrarse dentro de los límites del mundo, frente a Dios que le llama
mediante la gracia"; se revela como homo incurvatus, criatura encorvada sobre sí misma,
que no puede tener fe, si no marcha continuamente contra sí misma y se supera.
Ascesis y fe resultan inseparables en el punto de llegada, porque la ascesis cristiana no
tiene por objeto hacer posible la mera observancia de determinadas normas morales, ni
aspira a la autorrealización del hombre por motivos como el culto de la personalidad ó la
gratificación de las necesidades, sino que busca "transformar la realidad más profunda de un
individuo en lo que no es de este mundo”, esto es, en el misterio trascendente del Cristo
resucitado.
Ascesis de la cruz
La ascesis cristiana, al definirse como estado de semejanza con aquel que permanece
siempre como el Crucificado resucitado, prolonga y reproduce necesariamente la vida de
obediencia hasta la muerte, y muerte de cruz, propia de Jesús, y, por tanto, hace suyos los
rasgos de una ascesis de la cruz.
Le corresponde como propio el "tomar sobre sí la cruz de Cristo, el partici par de su
suerte mortal, el realizar de manera existencial la inmersión en la muerte del Señor realizada
sacramentalmente en el bautismo". Por esto, va más allá de las exigencias requeridas por la
sola ascesis moral y pone en juego el exceso de la locura de la cruz, que es obediencia sin
límites al Padre, causada por un amor total.
El Hijo ha bajado para tomar cuanto era necesario para obedecer hasta la muerte: un
cuerpo que se estremece y una libertad capaz de una aceptación amorosa. El Unigénito se
ha hecho primogénito de toda criatura para comenzar personalmente la inmensa liturgia de la
obediencia de lo humano al Padre, al final de la cual todo se le someterá, y él "se sujetará a
quien a Él todo se lo someterá, para que Dios sea todo en todas las cosas" (1 Cor 15,28). El
calvario no se reduce a concluir la vida de Jesús, sino que la compendia toda en sí. No es un
mero aspecto de ella, tal vez el más destacado, sino su sustancia: desde el Ecce de la
entrada en el mundo (cf. Hb 10,5-7) hasta el Fiat doloroso del Gólgota, el Cristo se define
como inmolación ininterrumpida, como sacrificio perenne. Por esto la vida nueva en el
Espíritu requiere que cada uno se deje inmolar por el amor, y se ofrezca en holocausto sobre
el altar de la caridad. Y aquí nos encontramos en el centro de la ascesis cristiana.
En el régimen de la plenitud de los tiempos, toda libertad, como Jesús y por que Jesús
lo ha hecho, tiene que inmolarse a sí misma, sin persona interpuesta: Amor sacerdos
immolat. Debe actuar "fuera del campamento" del antiguo ritual (cf. Hb 13,13), donde la
víctima no coincidía con el sacerdote; debe ser el sacerdote del propio sacrificio.
La ascesis cristiana prolonga la elección deliberada de la pasión realizada por Jesús:
"nadie me quítala vida, soy yo quien la entrego libremente" (Jn 10, 18). Antes de que le
arrebaten la vida, para que nadie pueda imaginar que él sucumbe al destino, la arroja
espontáneamente sobre la mesa de la cena, bajo la forma de un pan voluntariamente partido
y de un vino voluntariamente derramado. Cuando llegue la muerte, ya no encontrará nada de
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Ascesis escatológica
En la presente situación de tiempo intermedio, advierte un autor, es preciso perseverar
en la esperanza, estar preparados para los llamamientos de Dios, permanecer despiertos a
la espera de la venida del Señor. "El ejercicio de estos tres imperativos podría llamarse
ascesis escatológica".
El primer requisito lo imponen las fatigas y las desilusiones de la vida, que aumentan
con la edad: el cristiano tiene que estar continuamente en guardia, para no caer en una
peligrosa languidez de la fe, en el hastío por las cosas religiosas, en la resignación y en la
desidia.
El segundo requisito se refiere a la exigencia de que el cristiano permanezca siempre
abierto al futuro, siempre disponible a la llamada de Dios, sin obstinarse en las propias
opiniones y en los propios proyectos, con el peligro de creer que son voluntad de Dios,
desprendiéndose cotidianamente de sí mismo y del mundo, para abrirse hacia el Deus
semper maior, cuya sublimidad jamás puede sondearse o calcularse enteramente.
El tercer requisito, finalmente, obliga a "estar dispuestos para el último día tener la
mirada fija en la venida de Cristo, en el juicio y en la gloria; con una ascesis constante que
compromete profundamente el pensar y el actuar del hombre".
Época patrística
En los tres primeros siglos la ascesis se manifiesta en la presencia de numerosos
grupos de cristianos, algunos de ellos itinerantes, que practican intensos ejercicios de
penitencia y desempeñan tareas de acción misionera. Además, halla motivos de inspiración
en la práctica de la virginidad, que goza de gran prestigio por su contraste con la corrupción
de la sociedad pagana del tiempo. Y adquiere estabilidad al introducirse las vigilias y los
ayunos, que ya se conocían en el Antiguo Testamento, que Jesús hizo suyos, y que los
Por lo cual, "si el monacato antiguo ha formulado indudablemente una 'vida angélica',
no es porque no ha logrado realizar una vida simplemente humana, sino porque ha
comprendido que la plenitud de una existencia humana es demasiado poco para satisfacer a
los hijos de Dios".
c) El aprecio que el monacato aseguró a la ascesis se extendió de Oriente a Occidente.
Pero aquí tomó otro cariz: por obra sobre todo de san Agustín, se prefirió insistir en la
mortificación interior, aunque sin exclusivismos".
La vida cristiana es para todos combate: también el doctor de Hipona está convencido
de ello; hasta el punto de que escribió un tratado que lleva por título De agone christiano. El
fin de la ascesis reside para todos en la perfección que constituye la caridad. Pero en Oriente
se acentúa el camino de la mortificación corporal, mientras que Occidente ve que la caridad
es tanto el fin como el medio: se piensa que el medio más importante para aprender a amar
es amar.
Época medieval
En los siglos siguientes se verifica la plena asimilación de las líneas maestras que el
genio rectificador de san Agustín confirió a la ascesis occidental. Ya no se discute el primado
que él otorgó a la práctica de la caridad. San Bernardo de Claraval, el asceta más radical del
siglo XII, no cesa de repetir que la ascesis no se puede parangonar con el amor. Todos
sostienen que lo único que cuenta es amar
Pero el Medievo occidental se muestra también muy sensible a las instancias de
Oriente. Favorecido por las costumbres de los rudos feudales del tiempo, dotados de sangre
caliente y prontos a intervenir, adopta sin medias tintas y aplica con rigor inflexible las
ásperas austeridades de los padres del desierto.
Muchos santos de estos siglos sienten un deseo tan intenso de penitencia, que parece
que nada puede satisfacerlo. En las Reglas de las órdenes religiosas la mortificación corporal
adquiere un puesto de primer plano: no se concibe que los religiosos vivan sin practicar
frecuentes ayunos y abstinencias. Se difunde entre el pueblo, a partir del siglo XI, la devoción
a la pasión del Señor, que amplía el deseo de imitar muy de cerca sus dolores.
Durante el siglo XII, cuando comienza a disfrutarse en los monasterios de cierto
bienestar, la reacción cristiana se traduce en el grito de Godofredo de Bouillon: ¡No agrada a
Dios que yo lleve corona de oro donde mi Salvador ha llevado una corona de espinas! Dentro
de este espíritu, san Francisco de Asís sigue al pie de la letra el nudus Christum sequi de san
Jerónimo y contrae unas bodas místicas con la Dama Pobreza.
Pero no todos "fueron capaces de conservar, el equilibrio del amor. Algunos cayeron en
el engaño de buscar una condición más confortable, aunque relativa. Otros, en el de un
ebionismo que condenaba toda riqueza como mala, y toda posesión eclesiástica como una
monstruosidad".
Al llegar el siglo XIII, toma fuerza, sobre todo por obra de santo Domingo, la ascesis del
estudio, que va ocupando gradualmente en muchos conventos el puesto del trabajo manual,
parte determinante de la ascesis antigua". Esta nueva ascesis, aunque distinta, "no resulta
menos exigente y penosa. Lo hace ver santo Tomás de Aquino al poner en evidencia las
mortificaciones que implica: las que se refieren al orgullo, que querría basarse en la ciencia;
la vana curiosidad y la pereza, las lecturas profanas e inútiles; y el saber centrado sobre sí
mismo"
.
Época moderna
En el campo de la práctica ascética, el siglo XVI marca un cambio de dirección que
implica una acentuada suavización de la mortificación corporal, con ventaja para las
renuncias de tipo interior. Lo prueban las reglas de las nuevas órdenes religiosas.
Es un cambio que está de acuerdo con el contexto cultural del tiempo. Las costumbres
van siendo gradualmente más apacibles y más delicadas, el hombre se hace menos violento
en sus actos y en sus palabras, los cuerpos se tornan menos resistentes. Al desarrollarse la
civilización urbana y la vida intelectual, los ejercicios físicos adquieren un papel de segundo
orden, y con ellos pierde terreno la penitencia física. Ayunos y abstinencias, instrumentos
tradicionales de la ascesis, pasan a segunda línea, y entran en escena la obediencia y la
mortificación interior.
Se puede considerar a san Ignacio de Loyola y a san Francisco de Sales como los
maestros de la ascesis moderna. Él primero suprime en su orden las mortificaciones que
hasta entonces estaban prescritas, y centra la práctica de la penitencia en el ejercicio de la
obediencia absoluta, perinde ac cadaver. El segundo se muestra despiadado en el
despojarse de la voluntad, y orienta la ascesis hacia el total servicio de la "devoción", o fervor
de la caridad.
Antes de ellos, "el desarrollo de las doctrinas ascéticas, su profundización y, en cierta
medida, su puesta en práctica eran patrimonio exclusivo de los conventos. La ascesis
ignaciana, en cambio, y aún más la salesiana, se dirigen a la gente del mundo. Nace la
ascesis secular, no monástica, de la que todavía vivimos".
La ascesis se abre al ámbito de las ciencias humanas. San Francisco de Sales y la
escuela de san Sulpicio prestan atención a los estados interiores del cristiano, se valen
abundantemente de la introspección y confieren a sus doctrinas un carácter marcadamente
psicológico.
Meta, estímulo, justificación de toda práctica ascética sigue siendo siempre la defensa
del amor y el progreso en él. "Esta fuerza tiene el amor si es perfecto -escribe santa Teresa
de Jesús- que olvidamos nuestro contento por contentar a quien amamos". Por esto, "no
consintamos, ¡oh hermanas!, que sea esclava de nadie nuestra voluntad, sino del que la
compró con su sangre". Ningún precio ha de parecer demasiado alto: "venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmure, siquiera se
muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el
mundo".
En el siglo XVII se difunde la ascesis de la reparación, con el incremento que aportan a
la devoción al Sagrado Corazón las revelaciones de santa Margarita María Alacoque. En su
perspectiva la mortificación tiene como objeto consolar al corazón del Señor dejándole entrar
más ampliamente en la propia vida, para que se difunda su amor.
5. PROBLEMAS ACTUALES
Y estamos ya en la edad contemporánea, que se distingue, en lo que se refie re a la
práctica de la ascesis, por un marcado carácter problemático, derivado de la orientación
secularista que pesa sobre ella.
Se puede decir esquemáticamente que hoy vivimos en un contexto de abierta oposición
a los principios que inspiran la ascesis, y a sus exigencias; pero se vislumbra
dramáticamente que es indispensable y urgente su restauración. Y luego que, aunque existe
la inclinación a desestimar la ascesis en cuanto tal, se tiende a sobrevalorar algunas de sus
formas.
Depreciación y sobreestimación
La ascesis, en verdad, desde hace mucho tiempo ha sido objeto de ciertos juicios
contradictorios. Lo enseña la historia.
a) Fueron depreciaciones típicas de la ascesis los movimientos del quietismo y del
semiquietismo de los "hermanos del libre espíritu" del siglo XIII, de los alumbrados del siglo
XVI, de M. de Molinos en siglo XVII, con el desarrollo de la línea de Madame Guyon que
influyó en Fénelon.
Según esta doctrina, el hombre se hace tanto más dócil a las mociones del Espíritu
cuanto menor es su compromiso personal. Baste citar dos proposiciones de Molinos: 1.
"querer obrar activamente es ofender a Dios que quiere ser el único agente, y por esto hay
que abandonarse a él y quedarse después como un cuerpo muerto"; 2. "no haciendo nada, el
alma se anonada y vuelve a su principio y origen, que es la esencia de Dios, donde queda
transformada y divinizada".
b) En el campo contrario, relativo a la sobreestimación de la ascesis, están el
pelagianismo del siglo IV y el voluntarismo de los tiempos modernos. El primero hace
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depender últimamente la salvación del hombre, deja sola fuerza de la voluntad en llevar a
cabo las directrices divinas. El segundo tiende a defender que existe un nexo obligado entre
el uso de determinados métodos ascéticos y el progreso en la vida espiritual.
c) En la situación actual, son manifestaciones de la depreciación de la ascesis la
escasa consideración en que se tiene el valor de la disciplina y del esfuerzo, el prescindir de
la práctica de la mortificación, especialmente corporal, y el desconfiar de las virtudes que se
denominan pasivas, que conciernen a la negación de sí, como la humildad, el espíritu de
renuncia y el amor al sacrificio.
Prevalece en gran escala la preocupación por "reivindicar los derechos de la
personalidad, la propia promoción individual y social, el enriquecimiento de las formas
imaginativo-racionales de la persona, la propia excelencia biopsíquica, la posibilidad de
ilimitadas satisfacciones afectivas. Se va afianzando como postulado científico la necesidad
de arrancar del yo toda ansiedad, tanto de naturaleza psíquica como moral, y el deber de
actualizar toda potencialidad interior. La personalidad adquiere su valor en la medida en que
se ensancha su campo fenoménico o el ámbito de lo vivido objetivamente"
d) Constituye, en cambio, una sobreestimación de alguna forma de ascesis el prestigio
exagerado que se ha concedido a las técnicas de dominio del cuerpo y del espíritu,
importadas de Oriente (por ejemplo, el yoga, o el zen), o elaboradas en Occidente (por
ejemplo, el adiestramiento autógeno).
Entran en juego en este exceso, por un lado, el confundir quietud psicológica y progreso
espiritual: como si fuéramos tanto más maduros en la fe cuanto más nos "sintamos" serenos;
y, por otra parte, la idea de que el crecimiento espiritual es directamente proporcional al rigor
de ciertas formas de ascesis, antes que al aumento del amor de Dios (cf. cuanto dijimos
sobre la ascesis mágica).
En realidad, aunque el alma más adelantada ascéticamente goce de una mayor
capacidad de recibir al Espíritu, su superioridad concierne exclusivamente a la disposición a
la acción de Dios, de ningún modo a la santificación del sujeto, que realiza únicamente el
poder de Dios en los corazones humildes y sencillos. Tanto es así, que "cuando se trata, por
ejemplo, del plano muy exterior de la penitencia corporal o de la disciplina de la imaginación,
estas disposiciones pueeen ser obstaculizadas por malas disposiciones en el plano de la
humildad, de la pobreza espiritual o de la confianza".
Y después, no hay método alguno que pueda dejar a un lado y reemplazar el camino de
la cruz; por lo que "donde se ofrece una mística con técnicas que se pueden aprender sin las
amarguras y las humillaciones de la cruz, podemos estar seguros de que son insignificantes
y no puras, desde el punto de vista cristiano".
Legitimidad de la ascesis
Dentro del espíritu de la cultura del bienestar, prevalecen las razones a favor del
rechazo sobre los motivos para aceptar la ascesis. "Parece que actualmente es la vía de la
ascesis la que siente la necesidad de demostrar la propia legitimidad".
En esta situación es importante no confundir la ascesis con los excesos que
eventualmente la acompañan. Y es preciso cultivar una clara conciencia de que es
imprescindible.
Puede suceder que se nos impongan unas mortificaciones, especialmente corporales,
para aplacar un sentimiento de culpa, o que se acepte practicar tales mortificaciones como
efecto de un rechazo, más o menos consciente, del propio cuerpo y de la sexualidad. Estos
casos inducen a algunos que se dedican a las ciencias humanas, a pensar que la ascesis
represente, más que algo que pide justamente el espíritu, el síntoma de un conflicto psíquico,
por lo cual la miran con desconfianza.
Es verdad que se dan semejantes desviaciones y que es menester comprometerse a
rectificarlas. Pero se trata cabalmente de desviaciones que exigen auto-controlar el ejercicio
ascético, pero de ningún modo que se suprima.
Como hicieron los grandes maestros de espíritu del pasado, es necesario abstenerse
de las intemperancias y no confundir prestar atención con suprimir. San Ignacio de Loyola
inculca por una parte la mortificación y, por otra, se muestra reacio a lo que se refiere a
limitar el sueño, y pone en guardia ante las exageraciones de la penitencia corporal. San
Francisco de Sales alaba la ascesis, pero recomienda no someterse a austeridades
corporales sin el consejo del director espiritual.
Una vez aceptadas las llamadas al equilibrio, la importancia de la ascesis resulta
indiscutible.
Se sigue claramente de cuanto dijimos al principio: la condición viadora del hombre, la
exigencia de liberarse del pecado y asemejarse al único y verdadero Señor, que lleva en la
gloria las señales de los clavos, excluyen que se separe la dimensión mística de la dimensión
ascética de la vida espiritual.
Lo confirma el comprobar el papel que corresponde a la ascesis moral. Como explica
un autor moderno: "Cuando alguien pregunta qué tiene que hacer para santificarse, hay que
decirle: comienza con formar tu voluntad. ¿Y cómo se forma la voluntad, si no es con la
mortificación? Los grandes ímpetus de entusiasmo, los atractivos sentimentales sirven para
poco. Producen a veces una sacudida saludable para emprender el camino; pero, en cuanto
se avanza, ya no sirven". De modo que "sólo pueden ser verdaderos servidores de Dios
quienes tienen una firme voluntad. La virtud se fundamenta en el dominio de sí, y las delicias
de la unión divina cuestan penas y austeridades que no se pueden soportar si se carece de
una voluntad vigorosa, que es, por tanto, esencial para la vida espiritual". Todo depende de la
oración. Pero, ¿cómo puede ser fiel quien no robustece, por medio de la ascesis, la propia
voluntad? La experiencia enseña "que sentimos habitualmente satisfacción cuando actuamos
en el mundo y sobre los demás", mientras que, "por el contrario, la vida de oración supone
una receptividad fundamental en lo que se refiere a la acción de Dios. La acción, incluso la
apostólica, es afirmación de sí; en cambio, la oración es renuncia de sí ante Dios, frente a
quien experimentamos una dependencia radical. Por lo cual se requiere mucho valor para
preferir la vida oscura de la fe al relampagueo del éxito exterior".
Lo demuestra finalmente la experiencia de los santos.
"¡Oh, si supiesen los hombres de cuánto bien de luz divina los priva esta ceguera que
les causan sus aficiones y apetitos", exclama san Juan de la Cruz, "y en cuántos males y
daños les hacen ir cayendo cada día en tanto que no los mortifican! Porque ¿quién dijera que
un varón tan acabado en sabiduría y en dones de Dios como era Salomón, había de venir a
tanta ceguera y torpeza de voluntad, que hiciera altares a tantos ídolos y los adorase él
mismo, siendo ya viejo? (3 Re 11,4-8). Y sólo para esto bastó la afición que tenía a las
mujeres y no tener cuidado de negar los apetitos y deleites de su corazón. Porque él mismo
dice de sí en el Eclesiastés (2,10) que no negó a su corazón lo que le pidió. Y pudo tanto
este arrojarse a sus apetitos, que, aunque es verdad que, al principio, tenía recato, pero,
porque no los negó, poco a poco le fueron cegando y oscureciendo el entendimiento, de
manera que a la vejez dejó a Dios". Y en otro lugar añade: "el que rehusare salir en la noche
ya dicha a buscar al Amado y ser desnudado de su voluntad y mortificado, sino que en su
lecho y acomodamiento le busca, como hacía la Esposa, no llegará a hallarle".
"Está el todo o gran parte", amonesta santa Teresa de Jesús, "en perder cuidado de
nosotros mismos y nuestro regalo; que quien de verdad comienza a servir al Señor, lo menos
que le puede ofrecer es la vida". Hablando de san Pedro de Alcántara, que solía someterse a
grandes mortificaciones, cuenta: "Acuérdome que me dijo la primera vez que le vi, entre otras
cosas, que: dichosa penitencia había hecho que tanto premio había alcanzado".
En este contexto hay que entender la afirmación, justamente famosa, del autor de la
Imitación de Cristo: "Vela sobre ti, desperézate, amonéstate a ti mismo; y sea lo que fuere de
los otros, tú no te pierdas de vista jamás. Tanto más progresarás en la perfección cuanto
mayor violencia te hicieres (= tantum proficies, quantum tibi ipsi vim intuleris ".
6. LA LUCHA DEL CRISTIANO
ella confiando en sí y no en Dios. "Espantados nos traen", advierte santa Teresa, "estos
demonios porque nos queremos espantar con otros asimientos de honras y haciendas y
deleites. Que entonces, juntos ellos con nosotros mismos, que somos contrarios, amando y
queriendo lo que hemos de aborrecer, mucho daño harán; porque con nuestras mismas
armas les hacemos que peleen contra nosotros, poniendo en sus manos con las que nos
hemos de defender. Ésta es la gran lástima. Mas si todo lo aborrecemos por Dios y nos
abrazamos a la cruz y tratamos servirle de verdad, huye él de estas verdades como de
pestilencia. Es amigo de mentiras y la misma mentira. No hará pacto con quien anda en
verdad".
Por esto, "nunca se insistirá suficientemente en la importancia que tiene exigir ser
veraces consigo mismos, sin compromisos. El diablo es el padre del pecado porque es el
padre de la mentira. No se puede huir de él, si desde el principio no se está decidido a huir
de la mentira, y sobre todo, de la mentira fundamental que es la mentira consigo mismo,
aquella por la que se evita mirarse a sí mismo tal como se es, para no sentirse obligado a
reformarse".
Modalidades
Mortificación es una palabra que deriva del latín mortem facere, dar muerte, que es
como decir que se trata de un instrumento indispensable para consentir que la existencia
viadora produzca la idoneidad para la vida definitiva a que se puede llegar con la muerte.
Siendo una práctica que compromete la totalidad del sujeto humano, la mortificación se
distingue en:
corporal o espiritual, según se realice con el cuerpo o afecte a las facultades del
espíritu;
positiva o negativa, según se refiera al sostén de la vida virtuosa o al des prendimiento
de los bienes relativos;
restrictiva o aflictiva, según se limite a restricciones o implique la libre elección de una
pena añadida;
externa o interna, según se pueda o no se pueda percibir desde fuera.
Mortificación corporal
a) Cuando se practica de forma ordinaria, la mortificación corporal implica moderar las,
posturas del cuerpo (postura erguida, sentarse sin recostarse, no montar una pierna sobre la
otra, etc.), huir de la vida muelle, tomar sólo el alimento y el sueño que se requieren para la
buena salud, controlar los sentidos, y cosas semejantes.
Ponerla en práctica de forma extraordinaria consiste en imponerse penas corporales
supererogatorias, como llevar cilicio o darse disciplinas. Esta segunda modalidad es legítima
si responde a una auténtica moción del Espíritu (por tanto, hay que someterla a
discernimiento) para asemejarse más intensamente al Crucificado o hacer penitencia por los
propios pecados o por los ajenos es patológica cuando busca satisfacciones de tipo
muchas veces que poco a poco lo vamos haciendo, con el favor del Señor, quedaremos
señores de él".
Por otro, la distinción reclama respeto y consiguiente equilibrio. "Los ciervos corren mal
en dos tiempos", observa san Francisco de Sales, "cuando están muy cargados de gordura y
cuando muy flacos. Así nosotros estamos muy expuestos a las tentaciones cuando nuestro
cuerpo está muy repleto o muy flaco" Por tanto, "una continua y moderada templanza es
mejor que las abstinencias violentas, hechas a diversos tiempos y entreveradas de grandes
excesos", quedando a salvo el principio de que "la disciplina tiene una maravillosa virtud para
despertar la devoción, usándola con moderación".
e) La mortificación corporal se lleva a efecto controlando todos los sentidos, incluidos
los de la vista y el oído. En el clima sociocultural de hoy, dominado por la depravación de las
informaciones, la práctica de la ascesis corporal que se presenta como más urgente es la
que concierne al control de los medios de comunicación (TV, cine, radio, periódicos). Es
preciso tomar nota de que son incompatibles la vídeodependencia y las formas afines de
sujeción a los medios de comunicación, con la capacidad de pensar, de recogerse, de abrirse
al sentido arcano de la realidad y, por tanto, de vivir la fe: para tratarlo como una amenaza de
la que hay que defenderse con el vigor con que se contrarresta una enfermedad mortal.
Mortificación espiritual
Entran en al ámbito de la mortificación, más allá del cuerpo y de los sentidos, las
facultades del espíritu: memoria e imaginación, inteligencia y voluntad.
— La ascesis de la memoria y de la imaginación pide que se instaure una higie ne
rigurosa de la mente, alejando recuerdos e imágenes, que de alguna manera empujan al mal,
en sus múltiples formas: lujuria, rencor, celos, envidia, orgullo, odio, etc.
Quien abre la puerta a cualquier tipo de recuerdos, deja libre el camino a la inquietud,
que según estima san Francisco de Sales, constituye "el mayor mal que puede venir al alma,
excepto el pecado; porque, como las sediciones y alborotos interiores de una república la
arruinan totalmente, y la estorban que no pueda resistir al extraño, así nuestro corazón,
estando alborotado e inquieto en sí mismo, pierde las fuerzas de mantener las virtudes que
había adquirido, y asimismo el medio de resistir a las tentaciones del enemigo: el cual
entonces procura con todas sus fuerzas pescar, como dicen, en agua turbia".
Quien se dedica a fantasear, se pierde en lo irreal, alimenta grandemente el orgullo y se
hace incapaz de aceptar la realidad objetiva y crucificadora de la existencia cotidiana
concreta.
— La ascesis de la inteligencia consiste en resistir y superar las tendencias a que
incitan la pereza, la vana curiosidad, la precipitación, la dispersión, el atribuir un valor
absoluto a la razón. Pide nos opongamos con vigor a los pensamientos que suscitan la ira, el
pesimismo o el desánimo, cosas que hay que considerar como otras tantas formas de
rebelarse contra Dios, instigadas por el Maligno. Insta a que se cultiven pensamientos
idóneos para hacer surgir serenidad, alegría, cordialidad, tranquilidad rectamente
interpretadas como formas de adherirse a Dios, alimentadas por el Espíritu Santo.
— La ascesis de la voluntad, por fin, se ejercita controlando las afecciones
desordenadas y comprometiéndose a rectificar constante y perseverantemente la intención,
contra la soberbia de la vida que trata de insinuarse incesantemente.
Purificación activa
San Juan de la Cruz fue indudablemente un gran maestro del áspero camino de la
ascesis vivida, sobre todo, como purificación. Lo prueba su doctrina sobre las noches.
Capítulo 3. LA DIMENSIÓN ASCÉTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 19
GIORGIO GOZZELINO , En la presencia de Dios.
El santo llama noche a la ascesis porque en ella "el alma camina como de noche, a
oscuras". Y distingue en ella dos frentes: el que concierne a la esfera sensitiva, abierta al
mundo de lo sensible, que denomina noche de los sentidos, y el que se refiere a la esfera
racional, abierta al mundo espiritual, que denomina noche del espíritu.
En consonancia con el doble ritmo, activo y pasivo, de la vida espiritual en el nivel
místico y en el nivel ascético, distingue en ellos ulteriormente la noche activa y pasiva del
sentido y la noche activa y pasiva del espíritu.
Dedica dos obras san Juan de la Cruz a la doctrina de las noches: la Subida del Monte
Carmelo y la Noche oscura. El primer libro de la Subida, obra que no llegó a terminar, trata
de la noche activa de los sentidos; el segundo, de la noche activa del espíritu en relación con
el entendimiento; y el tercero, de la noche activa del espíritu en relación con la memoria y la
voluntad: se habla, por consiguiente, de la purificación activa de los sentidos, del
entendimiento, de la memoria y de la voluntad. En la Noche, en cambio, pasa a las
purificaciones pasivas: el primer libro considera la noche pasiva de los sentidos, mientras que
el segundo describe la noche pasiva del espíritu.
Como las noches activas pertenecen a la vertiente de la mortificación, hablamos de
ellas en esta parte.
a) La noche activa de los sentidos consiste en la mortificación de las pasiones y de las
tendencias del oído, de la vista, del olfato, del gusto y del tacto. Su finalidad es liberar de las
imperfecciones habituales ligadas a la esfera de lo sensible, como "son costumbre de hablar
mucho, un asimiento a alguna cosa que nunca se acaba de querer vencer, así como a
persona, a vestido, a libro, celda, tal manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos
en querer gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes ".
Esta primera fase de purificación reviste una gran importancia porque "en tanto que
tuviere asimiento a alguna cosa, excusado es que pueda ir el alma adelante en perfección,
aunque la imperfección sea mínima. Porque eso me da que una ave esté asida a un hilo
delgado que a uno grueso, porque, aunque sea delgado, tan asida se estará a él como al
grueso, en tanto que no lo quebrare para volar".
b) La noche activa del espíritu concierne, como ya sabemos, a las potencias
espirituales: entendimiento, memoria y voluntad.
— El entendimiento está sometido a este tipo de purificación activa cuando el alma
comienza a "arrimarse a la fe oscura, tomándola por guía y luz, y no arrimándose a cosa de
las que entiende, gusta e imagina. Porque todo aquello es tiniebla, que hará errar; y la fe es
sobre todo aquel entender y gustar y sentir e imaginar".
— La ascesis de la memoria habitúa al sujeto a olvidarse de todo lo que no coincide
con Dios, a hacer que se retire de la escena de la intención y del aprecio, para ponerlo entre
bastidores, como algo que es verdaderamente importante, pero de ningún modo
irrenunciable.
— La purificación de la voluntad hace que el alma "no se goce sino de lo que es
puramente honra y gloria de Dios, ni tenga esperanza en otra cosa, ni se duela sino de lo que
a esto tocare, ni tema sino sólo a Dios". De tal modo completa la obra porque "no
hubiéramos hecho nada en purgar al entendimiento para fundarle en la virtud de la fe, y a la
memoria en la esperanza, si no purgáramos también la voluntad acerca de la tercera virtud
que es la caridad, por la cual las obras buenas hechas en fe son vivas y tienen gran valor, y
sin ella no valen nada".
Ilustrando la doctrina de San Juan de la Cruz, Bouyer explica el paso de las noches
activas a las pasivas, poniendo de relieve que "el alma no puede prepararse a la perfección
de la unión con Dios sólo con sus esfuerzos conscientes, aunque estén basados en la gracia.
Se necesita una intervención de Dios totalmente superior a nuestras fuerzas, tal que
constituye una purificación 'pasiva'. Esto no quiere decir que quedemos inactivos: al
contrario, aquí, como en la contemplación, el alma es en su intimidad más activa que nunca.
Pero su actividad, en vez de presentarse como autónoma, se sumerge tan bien en la
actividad de la gracia que parece que ya no se distingue de ella".
El itinerario de la ascesis cristiana avanza, conjugando los dos elementos-clave de toda
auténtica vida de fe: la iniciativa omnipotente de Dios y la respuesta laboriosa del hombre.
Siendo indispensable no sólo el primer elemento, sino también el segundo, una fase está
subordinada a la otra, por lo cual el momento en que prevalece lo activo prepara y dispone
para la llegada del momento en que predomina lo pasivo.
San Juan de la Cruz enseña que, de ordinario, la noche de los sentidos inau gura la vía
iluminativa, y la noche del espíritu abre paso a la vía unitiva. Aunque se comprueba que
estas terminologías y estas clasificaciones asumen significados distintos en autores distintos,
es cierto que todos admiten la presencia de un vínculo de gradualidad dispositiva entre las
dos formas de purificación.
Por tanto, se puede concluir que el domino de la práctica de la mortificación -que
corresponde a las noches activas- prepara el terreno al dominio de una situación
soteriológica más alta -que corresponde a las noches pasivas- donde la iniciativa de Dios es
más amplia y profunda: de la situación que, precisamente porque predomina lo pasivo, se
llama paciencia, del latín pati (= padecer), y que en griego se llama hipomoné, término
sugestivo en extremo, porque significa estar debajo, o sea, estar sometido a la acción
omnipotente de Dios, con plena confianza y completa disponibilidad a sus propósitos de
rectificar, purificar y unificar.
Mortificación y paciencia
La tarea más inmediata de la mortificación consiste en preparar para la paciencia: el
adquirir el domino de sí está en función de una acción divina más radical de saneamiento y
desarrollo.
En esta perspectiva, se podría decir que la mortificación es a la paciencia, como el
entrenamiento del púgil es al combate que él se dispone a sostener. Donde falta la
mortificación, tiene poca entrada la paciencia, y la obra de Dios no produce los efectos
queridos. "Quien no quiere privarse de nada y nunca se impone ningún sacrificio", dice
Saudreau, "nunca sabrá soportar nada. He aquí por qué hay que estimular desde el principio
al alma a mortificarse. Según nuestro parecer, es el medio más seguro para formar a alguien
en la paciencia".
Validez de la paciencia
Y estamos en los motivos por los que la paciencia es indispensable; o si se quiere, por
los que la sola mortificación es insuficiente.
En primer lugar, es un hecho que la mortificación resulta a menudo más fácil que la
paciencia, al menos porque "la actividad agrada más a la naturaleza, por lo cual es más
llevadero lanzarse a la lucha, y hasta golpearse a sí mismo, que aguardar con resignación y
recibir los golpes con calma". Esto basta para excluir que la ascesis se agote al hablar de
mortificación.
Y luego, hay niveles de penitencia que son necesarios, pero que, si Dios no los
impusiera, jamás se pondrían en práctica. En este sentido "los sacrificios que la Providencia
nos impone, responden mucho mejor a nuestras necesidades que los que nosotros
escogemos por nuestro gusto". Si Dios no decidiera imponernos una prueba que crucifica,
continuaríamos arañando con un cortaplumas, considerándonos medio héroes, un terreno
que tiene necesidad de ser roturado por una reja de arado. Sin la audacia del amor de Dios,
que no teme exponerse a la violencia del hombre, con tal de que quiera eficazmente su bien,
seguiríamos curando con inútiles emplastos un mal que sólo se puede extirpar usando el bis-
turí.
Es perfectamente verdad la increíble exhortación, que afinada con el registro de la
locura de la cruz, formula el apóstol Santiago al principio de su carta: "Tened por sumo gozo
veros rodeados de diversas tentaciones, entendiendo que la prueba de vuestra fe produce
paciencia. Pero la paciencia ha de tener obras perfectas, para que seáis perfectos e íntegros,
sin faltar en cosa alguna" (Sant 1, 2-4).
La plenitud de la alegría, suprema aspiración de todo corazón humano, nace del
soportar la prueba, o sea, la acción bendita y felizmente compasiva de Dios que hace íntegra
y perfecta a la criatura haciéndola idónea para la comunión con él, en la que ya no le faltará
nada. Quien llega a esta sabiduría de lo alto, hace suya la invocación de san Agustín:
Domine, da quod iubes, et iube quod vis (Señor, hazme hacer lo que mandas, y mándame-lo
que quieras).
Purificaciones pasivas
El ejercicio saludable de la paciencia alcanza su vértice en las noches pasivas de los
sentidos y del espíritu.
a) En la noche pasiva de los sentidos, "Dios hace que las meditaciones imaginativas,
revestidas de una afectividad más o menos fácil, ya no digan nada. Y lleva a una visión de fe
más profunda y más pura, gracias a la aridez que la preparan y la pueden acompañar incluso
por mucho tiempo".
Esta situación trae consigo "oscuridad en la parte sensitivo-discursiva, cese del gusto y
del placer por las cosas espirituales y al mismo tiempo, tormento en la parte afectiva, que
encuentra insípidas y amargas las cosas que antes le agradaban".
Dura de ordinario, como se ha dicho, mucho tiempo, pero el alma se hace capaz de
preferir, finalmente, el Dios de los consuelos a los consuelos de Dios.
En la noche pasiva del espíritu, Dios lleva "a superar todo lo que hay todavía de
demasiado humano en nuestros pensamientos sobre las cosas de Dios. Llegados a esta
altura, vemos a santo Tomás de Aquino renunciar a llevar a término su Summa Theologiae y
declarar que no ve en ella más que paja. Puede también suceder, como se ve en santa
Teresa del Niño Jesús, que surjan terribles tentaciones contra la fe. En realidad, es Dios
mismo quien nos lleva a desprendernos de nuestra fe en cuanto nuestra, en cuanto revestida
de opinión humana, hecha semejante a nuestros modos de pensar, para hacernos entrar en
la misteriosa oscuridad de la fe desnuda, que ya no se deleita en las orillas de las repre-
sentaciones del propio objeto, sino que se va derecha a él, abandonando en este paso todo
lo que no es sólo Dios".
La purificación se realiza por medio del don de la contemplación infusa, en la cual se
revelan la miseria del hombre y la incompatibilidad de la santidad de Dios con las culpas de
la criatura. A su luz, el alma ve "claramente aquí su impureza, conoce claro que no es digna
de Dios ni de criatura alguna. Y lo que más le apena es que piensa que nunca lo será, y que
ya se le acabaron sus bienes. Esto le causa la profunda inmersión que tiene de la mente en
Capítulo 3. LA DIMENSIÓN ASCÉTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 22
GIORGIO GOZZELINO , En la presencia de Dios.
el conocimiento y sentimiento de sus males y miserias; porque aquí se las muestra todas al
ojo esta divina y oscura luz, y que vea claro cómo de suyo no podrá tener ya otra cosa".
La prueba es tremenda y se prolonga durante años, con "interpolaciones de alivios, en
que por disposición de Dios, dejando esta contemplación oscura de embestir al alma en
forma y modo purgativo, embiste iluminativa y amorosamente" m. Se trata del proceso que
más se acerca a las penas ultraterrenas del purgatorio.
Elogio de la humildad
El darse cuenta del 'código' de la humildad dentro de la ascesis cristiana explica la
estima incondicional que le han guardado los grandes santos y maestros de espíritu. Valga
por todos el robusto testimonio de santa Teresa de Jesús.
La gran carmelita no tiene miedo en declarar que "delante de la Sabiduría infinita,
créanme que vale más un poco de estudio de humildad y un acto de ella que toda la ciencia
del mundo" m. Esto es así porque la humildad es verdad, y el hombre está hecho por la
Verdad para la verdad: "Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor
tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante -a mi parecer sin considerarlo,
sino de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad;
que lo es muy grande no tener cosa buena en nosotros, sino la miseria y la nada. A quien
más lo entiende, agrada más a la suma Verdad, porque anda en ella".
Apercibida por esta revelación, la santa confiesa que sonríe "habiendo lástima de ver lo
que estiman los hombres". Afirma que el alma humilde "fatígase del tiempo en que miró
puntos de honra y en el engaño que traía de creer que era honra lo que el mundo llama
honra; ve que es grandísima mentira, y que todos andamos en ella, pues todo es nada y
menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios". Llama a la vanagloria "una cadena
que no hay lima que la quiebre, si no es Dios con oración y hacer mucho de nuestra parte";
una carcoma que despoja al árbol de todo vigor, impidiendo "medrar a los que andan cabe él;
es como un canto de órgano, que un punto o compás que se yerre, disuena toda la música".
Denuncia su carga destructiva, exclamando: "Dios nos libre de personas que le quieren
servir, acordarse de honra. No hay tóxico en el mundo que así mate como estas cosas la
perfección"; y precisa: "Diréis que son cosillas naturales, que no hay que hacer caso. No os
burléis con eso, que crece como espuma".
Confirma la relación de la humildad con la ascesis enseñando que la virtud de la
humildad "y estotra (la abnegación) paréceme andan siempre juntas; son dos hermanas que
no hay para qué separar". Y resume su pensamiento en la enérgica declaración de que
"mientras estamos en esta tierra, no hay cosa que más nos importe que la humildad".
Como ella, y antes que ella, presentaba estas convicciones el autor de la Imitación de
Cristo, que centra en la humildad la señal más evidente de la santidad, y escribe: "Los más
grandes santos a los ojos de Dios son los más pequeños a sus propios ojos, y cuanto más
aureolados de gloria, tanto más humildes se creen. Llenos de verdad y de gloria celestial, no
ambicionan la gloria vana del mundo; y, como están sólidamente fundados y confirmados en
Dios, de ningún modo pueden ya envenenarse. Atribuyen a Dios todo el bien que han
recibido; por eso no buscan la gloria los unos de los otros, sino sólo la que de Dios procede.
Su único afán es que Dios sea glorificado en sí mismo y en todos los santos.
Práctica de la humildad
Fruto de la mortificación y de la paciencia, la humildad se manifiesta en actitudes
precisas que, a la vez que dan concreción, permiten que se consolide y crezca.
Mons. Saudreau subraya tres de ellas, que considera particularmente importantes. Son:
Grados de humildad
Así como se da gradualidad en la práctica ascética con el predominio de una de las
fases en su realización, el ejercicio de la humildad también se manifiesta en varios niveles,
que pueden reducirse al doble paradigma de la humildad llamada ordinaria y perfecta.
a) Se llama humildad ordinaria, o común, explica Saudreau, a la disposición de "no
estimarse ni hacerse admirar y alabar por las dotes que no se tienen, o bien, por futilidades
que no merecen evidentemente ninguna estima, como el lujo y el vestido".
Su práctica consiste muy sencillamente "en no pretender ponerse por encima de los
demás, en evitar despreciar al prójimo y, además, en soportar sin acritud las reprensiones y
reproches, por parte de quienes están encargados de hacerlos por oficio o misión, merecidos
a causa de las propias culpas".
Como se comprueba fácilmente, se trata de humildad verdadera, pero aún lejana de la
añadidura que hace que un estilo de vida se acerque a la paradoja de la cruz de Cristo,
distinguiéndolo de cualquier otro y sumergiéndolo en lo que es específicamente cristiano.
b) Se llama, en cambio, humildad perfecta a la actitud existencial en la que nos
limitamos "a no tomar pie de las buenas cualidades que se poseen para engrandecerse a los
propios ojos", sino que se cultiva conscientemente una baja opinión de sí, aceptando
"gustosamente que los demás participen de ella y manifiesten su poca estima con faltas de
respeto, o incluso con desprecios".
Capítulo 3. LA DIMENSIÓN ASCÉTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 25
GIORGIO GOZZELINO , En la presencia de Dios.