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El poder del evangelio de Cristo

en las culturas de todo el mundo


Por Charles Colson

¡Qué alegría es para mí contemplar este mar de rostros y sentir el


entusiasmo de este gran encuentro! Me siento tan honrado de poder
hablarles, mis hermanos y hermanas; pues cada uno de ustedes está en el
frente de batalla del evangelio; ustedes están donde está la acción. Los
respeto y aprecio, y los amo a todos. Cuando los miro, recuerdo también el
honor que tuve de hablar en la primera conferencia, aquí en Amsterdam, en
1983. Ėse también fue un gran encuentro, que produjo mucho fruto.

Realmente valoro el testimonio que es cada uno de ustedes. Hay una gran
variedad de formas de ser un testigo, por supuesto. Cuando mi esposa y yo
estuvimos en Inglaterra hace unos años, oímos acerca de dos monjas que,
vestidas con sus hábitos, estaban paseando en auto un domingo a la tarde
por la campiña. Estaban absortas por el paisaje hermoso, los campos verdes
y los muros de piedra, sin darse cuenta que se estaban quedando sin
combustible. De pronto, el auto se detuvo. Las dos monjas no podían hacer
nada. Salieron del auto y se quedaron al costado del camino abandonado.
Pasó el tiempo y se acercó un auto. El conductor se compadeció de ellas y
las llevó varios kilómetros a un lugar donde vendían combustible. Cuando
llegaron ahí, sin embargo, descubrieron que no tenían dónde poner el
combustible. De pronto, una mujer se acercó con sus tres hijitos sentados en
el asiento trasero de su auto. Les ofreció la bacinilla que usaba para enseñar
a sus hijos a usar el baño. Así que la llenaron con algunos litros de
combustible y llevaron a las monjas de vuelta a donde estaba su auto.
Mientras las dos monjas con sus hábitos estaban tratando de verter el
combustible en el tanque, se acercó velozmente un Rolls Royce que frenó
bruscamente. Alguien bajó el vidrio y desde el asiento de atrás un jeque
árabe se asomó y les dijo: “Señoras, no compartimos su religión, pero
ciertamente admiramos su fe.”

Este es un momento especial para mí en otro sentido, porque la próxima


semana se cumplirán 27 años desde que yo, que en ese entonces era una
persona de confianza del presidente de los Estados Unidos, rendí mi vida a
Jesucristo en un torrente de lágrimas a la entrada de la casa de un amigo, en
medio del gran escándalo de Watergate. Nada ha sido igual desde entonces.
Nada podrá ser igual nunca más.

Muchos de ustedes conocen la historia. Yo era consejero especial del


presidente, y mi oficina estaba al lado de la suya. Era una de las cuatro o
cinco personas que entraban y salían de su oficina a diario. Y entonces me
encontré en medio de Watergate, acusado de un delito. Y luego pasé a ser
un prisionero en una cárcel lúgubre rodeada de alambre de púas.

Pero fue en esa cárcel que aprendí las más grandes lecciones de mi vida:

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Primero, dónde está el verdadero poder. Como había participado de todas las
grandes decisiones durante los cuatro años de la presidencia de Nixon, creí
que conocía el poder. Pero descubrí cuán rápidamente desaparecía ese
poder. Los reinos vienen y van. En la cárcel vi el verdadero poder. Es el
poder del evangelio que transforma el corazón humano. Es el único poder
que perdura. Ése es el poder que termina conquistando el mundo y
transformando los reinos.

Segundo, descubrí la soberanía de Dios. Cuando estaba en prisión, pensé


que mi vida se había terminado. Era un funcionario público deshonrado. Es
cierto que podía volver a mi práctica de abogado y podía volver a ganarme la
vida decorosamente. Pero mis esperanzas de cambiar la forma en que vivía
la gente, aquel idealismo que me llevó a la política, se habían hecho añicos.

Pero, cuando fui liberado en 1975, Dios me llamó a trabajar en las cárceles, y
a lo largo de estos 25 años, el ministerio que comencé, Prison Fellowship, se
encuentra ahora en 88 países del mundo, llevando la esperanza del
evangelio a cientos de miles de hombres y mujeres olvidados. Piensen en
esto. Dios, en su misericordia, toma a alguien que fue quebrantado en medio
de Watergate, arrojado a la cárcel, y luego lo levanta para conducir un
movimiento que toca a millones de personas en todo el mundo. Así trabaja
Dios. A través de nuestro quebrantamiento. Él confunde la sabiduría del
mundo mientras obra su voluntad soberana.

Hay una lección para todos en mi conversión, durante el tiempo de mi


profunda crisis personal, y en el ministerio de Prison Fellowship (Comunidad
Carcelaria) que Dios ha levantado milagrosamente desde entonces. Uno
nunca debe desesperarse. La desesperación es un pecado porque niega la
soberanía de Dios. Nuestro Dios soberano usará sus acciones de obediencia,
aun cuando ustedes no vean ninguna esperanza – de la misma forma que yo
no veía ninguna esperanza hace 25 años – para llevar a cabo sus obras más
grandes. Nunca se den por vencidos. Sigan avanzando sabiendo con certeza
que nuestro Dios reina y que nuestro Dios los guiará.

Voy a ampliar estos dos temas durante esta tarde – la soberanía de Dios y el
poder del evangelio – en el contexto de los grandes temas de nuestro tiempo,
el gran conflicto de las cosmovisiones que se está librando hoy, cuando
somos llamados a presentar el evangelio, como evangelistas, y a defender lo
que creemos.

Un momento de oportunidad histórica

Desde que nos reunimos por primera vez aquí, en 1983, el mundo ha
experimentado la más grande revolución tecnológica desde la imprenta de
Gutenberg. El mundo está literalmente interconectado por máquinas de fax,
la Internet y los satélites. Lo que ocurre es que los temas que están siendo
debatidos en la cultura occidental hoy, cada vez más – para bien y a veces
para mal – hacen impacto en todas las culturas del mundo.

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Lo que estamos viendo en Occidente hoy es una gran lucha, no tanto por los
temas acerca de los cuales leemos ustedes y yo – la familia, o el aborto, o los
derechos de los homosexuales, o la epidemia del SIDA, o la libertad religiosa
– sino acerca de las cuestiones más fundamentales. Es una lucha entre
cosmovisiones encontradas, es decir, nuestra comprensión acerca de cómo
funciona el mundo y acerca de la vida. De un lado se encuentra el punto de
vista bíblico de que somos creados por Dios, con todo lo que eso significa;
del otro, está el punto de vista secular, la creencia de que Dios está muerto y
que nosotros, los humanos, somos simplemente el resultado del azar. Éste
es un conflicto que afecta a cada persona sobre la tierra. Ustedes deben
comprenderlo.

Pero, si bien podría parecer que el punto de vista secular es el que


predomina, creo que esto está cambiando, y ésta es la razón por la que creo
que éste es un momento de oportunidad histórica para la iglesia. La razón de
este cambio es que las personas – en Occidente y, cada vez más, en todo el
mundo – se están dando cuenta de que la cosmovisión secular es
defectuosa; no permite a las personas vivir vidas racionales y ordenadas. En
la década del ‟60, a la gente se le dijo que el objetivo de la vida es la
autonomía, poder hacer lo que a uno le gusta, estar libre de las limitaciones,
poder trazar su propio rumbo. Pero, por supuesto, esto conduce a algo
exactamente igual a lo que leemos en el libro de Jueces: la gente hace lo que
le parece bien y el resultado es el caos. Y estamos experimentando ese caos
con una violencia descontrolada – padres que tienen miedo de enviar a sus
hijos a la escuela por temor a que sean muertos, una degradación de la
cultura popular; un resquebrajamiento de la comunidad. Por lo tanto, las
personas están comenzando a darse cuenta de que no pueden vivir con las
consecuencias de los valores que aceptaron en la década del ‟60. Y están
buscando algo mejor, algo que pueda satisfacer sus anhelos más profundos.

Hay una buena ilustración en este punto que es una historia contada por un
pastor amigo mío. A él, como a mí, le gusta fijarse en las calcomanías que
llevan los autos. (Uno puede saber mucho acerca de las personas por las
figuras que llevan en sus autos.) Mientras de desplazaba lentamente en el
tráfico, notó una calcomanía en el auto que estaba delante de él, que tenía un
lema de la década del ‟60: “Si te hace sentir bien, hazlo.” El tráfico avanzaba
lentamente. En un momento, se aceleró el tráfico y el auto que estaba
delante de mi amigo se detuvo abruptamente ante un semáforo. Mi amigo,
que tiene un sentido del humor algo travieso, se le acercó desde atrás –– y
entonces... ¡BANG!, le chocó el paragolpes del auto de adelante.

El hombre saltó del auto y se acercó a mi amigo sacudiendo el puño y


diciendo: “¿Qué está haciendo?” La respuesta de mi amigo fue: “Me hizo
sentir bien.”

Lo que pasa es que la cultura posmoderna nos enseña que podemos hacer lo
que queremos si nos hace sentir bien – es decir, hasta que otra persona
también hace lo que ella quiere y nos choca desde atrás. Y eso es
precisamente lo que le está pasando al secularismo occidental hoy. Los
ideales occidentales acerca de la democracia y la libertad están atrayendo a

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las personas de todas partes, merecidamente. Pero los ideales del
secularismo occidental que vemos surgir de la cultura popular – el nihilismo
moral – son señales de una cosmovisión con la que la gente simplemente no
puede convivir.

Recuerden que las culturas están modeladas por las cosmovisiones, es decir
nuestras creencias más fundamentales acerca de la vida. No sólo se está
desmoronando el punto de vista occidental secular, sino también las
cosmovisiones tradicionales que predominan en las culturas musulmanas y
orientales.

En el mundo musulmán, por ejemplo, hay una gran opresión. Las mujeres
son tratadas como si fueran una propiedad. En Sudán, se practica la
esclavitud. No existe la libertad religiosa y los fundamentos de la dignidad
humana han sido socavados.

Y vemos hoy en Oriente que hay oscuridad espiritual – y personas que


anhelan tener esperanza. Porque ni Krishna ni Buda pueden proveer una
respuesta al dilema del pecado humano. Hace algunos años, prediqué en
una cárcel en Trivandrum, India. Mil hombres marginados estaban en cuclillas
en un complejo carcelario, en medio del barro. Según las creencias hindúes,
lo que ellos habían hecho en este mundo les sería hecho en el próximo
mundo. Así que no tenían ninguna esperanza. Cuando les dije que podrían
ser nuevas criaturas en Cristo, libres del pasado y en paz con el Dios que los
había creado, sus ojos se abrieron de par en par. Cuando terminé de hablar,
para sorpresa de los guardias, salté de la plataforma y me metí en medio de
la multitud, y los hombres, muchos de ellos con lágrimas en los ojos, me
rodearon tan de cerca que casi no me podía mover. Estos hombres habían
encontrado esperanza.

También recuerdo una reunión que tuve en Japón con un destacado profesor
budista en la Universidad de Yokohama. Él enseñaba religiones comparadas
y estaba usando mi libro, Nacido de nuevo, como una ilustración del
cristianismo. Tuvimos una maravillosa conversación hasta que le pregunté
cómo podían los budistas tener un ministerio carcelario. ¿Qué podían
ofrecerle a las personas como redención? Sonrió, con suficiencia, y dijo:
“Hemos desarrollado algo que se llama budismo Pureland, en el que las
personas pueden ser perdonadas. Necesitamos darles esperanza a los que
han infringido la ley.”

¿Se dan cuenta? Tienen que fabricar una religión para los prisioneros porque
su fe no ofrece ningún alivio para el pecado y la culpa.

Por esto digo que éste es un gran momento cristiano en el mundo, tal vez la
más grande oportunidad que ha tenido la iglesia cristiana desde mediados del
siglo XIX. Esto es porque en todo el mundo las personas tienen hambre de
una cosmovisión por la cual puedan vivir, que las libre de la opresión de las
religiones orientales y del mundo musulmán, y que les dé una respuesta a la
bancarrota moral a la que nos han llevado las creencias seculares en
Occidente. Y nosotros somos quienes tenemos algo mejor para ofrecerles,

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una visión del mundo y una visión de la vida que provee, no sólo la redención
del pecado, alcanzada por Cristo en la cruz para toda la humanidad, sino
también una forma de entender la vida, según lo revela la Biblia, que tiene
sentido, que provee pautas morales por las que podemos vivir y una base de
justicia y paz para nuestras vidas comunes.

Oportunidad cristiana

A fin de aprovechar este momento, debemos comprender la batalla que se


está librando entre las distintas cosmovisiones encontradas, y debemos
entender por qué nuestra cosmovisión cristiana va al encuentro de las
personas en su punto de mayor necesidad.

Esto les parecerá exagerado a algunos de ustedes, pero el mensaje que


predicamos nosotros, como evangelistas, tiene que ver no sólo con la
salvación. El mensaje bíblico completo es una visión del mundo y una visión
de la vida, que explica toda la realidad, y que contesta las grandes preguntas
que han hecho los filósofos desde el comienzo de los tiempos: ¿De dónde
venimos? La creación es nuestra respuesta. ¿Por qué estamos metidos en
este lío? Nuestra respuesta es la caída; los humanos desobedecieron las
órdenes de Dios, y nosotros debemos vivir con las consecuencias. ¿Hay una
salida? Ah, sí, el glorioso mensaje de la redención que no ofrece ninguna otra
religión, ninguna otra cosmovisión. ¿Puede ser restaurado el mundo
destruido? Sí, la respuesta cristiana surge de vivir la verdad cristiana en cada
aspecto de la vida. Este mensaje, mis hermanos y hermanas, es el mensaje
que el mundo está hambriento por escuchar.

Es crucial para el evangelismo entender que hay cosmovisiones encontradas,


ser capaces de señalar lo que es falso, y seguir adelante con lo que es
verdadero. El mejor ejemplo de cuán importante es entender las creencias de
quienes estamos evangelizando es el sermón de Pablo en la colina de Marte.
Cuando predicaba a los judíos, como hizo en toda Asia Menor, podía dar por
sentado que entendían una perspectiva bíblica de la vida, que estaban
esperando un Mesías. Pero no podía dar por sentado esto cuando fue a
Atenas, una ciudad imbuida de las grandes filosofías de ese tiempo, pero sin
conocimiento de la historia bíblica. Así que, ¿qué hizo? Las Escrituras nos
dicen que “discutía en la sinagoga con los judíos y piadosos, y en la plaza
cada día con los que concurrían.”

Luego predicó su mensaje magnífico ante el Areópago, basándose en sus


creencias culturales. Habló de su inscripción “al Dios no conocido.” Citó la
poesía griega. Relacionó su mensaje con sus creencias de una forma que
pudieran entenderlo. Luego, una vez que consiguió su atención, les mostró
por qué su adoración a un Dios desconocido era falsa, presentando primero
el mensaje de la creación: una perspectiva bíblica del mundo; luego les
presentó el más grande de todos los mensajes: la resurrección de Cristo de
los muertos.

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Esto es precisamente lo que debemos hacer en las culturas orientales donde
tantas personas han estado absortas en sus propias supersticiones y no
tienen ningún concepto de un Dios creador. Debemos hacerlo en las culturas
musulmanas, donde las personas están siguiendo ciegamente un sistema
represivo. Debemos hacerlo en las culturas occidentales, donde se les ha
dicho a las personas que Dios está muerto. Y debemos hacerlo en las
culturas de los países en vías de desarrollo, donde la violencia, las
enfermedades y la pobreza están quitándole a las personas su esperanza.
Exponemos estas cosmovisiones falsas a las personas en el punto donde
puedan entendernos y presentando lo que sabemos que es verdadero. Esto
es lo que el fallecido Francis Schaeffer quería decir cuando dijo que si hemos
de ser efectivos como evangelistas, debemos ser misioneros en nuestra
propia cultura.

Debemos comprender, también, la lucha entre las cosmovisiones, para que


podamos cumplir la gran comisión. El evangelismo en nuestro llamado, pero
también debemos cumplir la comisión cultural que Dios nos dio en la
creación, de cultivar y labrar, de cuidar el orden creado de Dios, de
ocuparnos de que Dios se refleje en cada área de la vida.

Así que, nos interesa cada área de la vida. Abraham Kuyper, quien fue primer
ministro de este país donde nos hemos reunido y uno de los más grandes
teólogos, capturó esta verdad brillantemente a fines del siglo XIX en la
dedicación de la Universidad Libre, aquí en Amsterdam: “No existe un
centímetro cuadrado en todo el dominio de la existencia humana ante el cual
Cristo, quien es soberano, no diga „mío.‟”

Para ser instrumentos de la gracia de Dios en toda la creación, debemos


entender cómo trabaja para el bien humano la verdad bíblica en cada aspecto
de la cultura. Y, por cierto, lo hace. Influye en la política, por ejemplo, porque,
como pone en claro el Nuevo Testamento, hay un papel para el estado y para
la iglesia: el estado está ordenado para blandir la espada, o sea para
mantener el orden. Pero la doctrina cristiana, en especial como fue refinada
por la Reforma, argumenta que el papel del gobierno se encuentra limitado.
Porque Dios también ordena que la familia y la iglesia cumplan sus papeles.
Y, como argumentan los reformadores, el rey no es la ley, sino que la ley es
el rey. Fue la influencia cristiana la que dio origen a los gobiernos
democráticos libres y al imperio de la ley, que protege los derechos humanos.
Por esto, los más grandes batalladores en favor de los derechos humanos a
lo largo de los siglos han sido cristianos.

Es la perspectiva cristiana de la vida la que cree que el trabajo es una


vocación dada por Dios y que fue hecho para su gloria, dándole dignidad al
obrero y significado a su trabajo. La verdad bíblica provee la única norma
inmutable capaz de sustentar un sistema ético. Todo otro intento de crear un
marco ético ha fracasado. La verdad cristiana asegura el orden del universo,
sin el cual serían imposible los esfuerzos científicos. La verdad cristiana da
un significado y un propósito más elevados al arte, la música y la literatura,
los que han inspirado gran parte de los tesoros culturales del mundo.

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Esta es la postura que debemos sostener: que, en todo aspecto, la
cosmovisión cristiana provee las respuestas que anhelan las personas, de
una forma que ninguna otra religión o cosmovisión puede hacerlo. Esto
ocurre, sabemos, porque es verdadera, porque concuerda con la forma en
que Dios hizo el mundo.

Sostenemos nuestra postura de dos formas.

Primero, aprovechando cada oportunidad para presentar la verdad como


respuesta a las necesidades humanas. A menudo, esto ocurrirá en la
conversación cotidiana con nuestros vecinos seculares, y a veces con la
gente de importancia. Tuve oportunidad de hacer esto unos años atrás,
cuando estuve en el palacio de Buckingham para recibir el premio Templeton.
Fue un evento fastuoso que y se llevó a cabo en uno de los grandes salones
del palacio. Después que el príncipe Felipe me dio el premio, dije unas
breves palabras, contando cómo Cristo había cambiado mi vida y por qué el
evangelio era la única respuesta. Cuando terminé, el príncipe Felipe dijo: “Tal
vez usted pueda darnos algunas ideas acerca de cómo enfrentar la
delincuencia juvenil, que es un problema creciente aquí en Inglaterra.”

Contesté: “Mi sugerencia, su Alteza Real, es que usted envíe a más niños
británicos a la Escuela Dominical.”

Los distinguidos jueces y ministros de la Cámara de los Lores se rieron para


sus adentros, y el príncipe se sonrió. Estoy seguro que pensaban que estaba
bromeando.

Dije: “Estoy hablando en serio. Un estudio realizado por la profesora Christie


Davies de la Universidad de Reading demostró que cuando la asistencia a la
Escuela Dominical en Inglaterra alcanzó su punto más alto, la delincuencia
juvenil estaba en su punto más bajo. Y la delincuencia juvenil ha estado
creciendo constantemente durante el último siglo, mientras la asistencia a la
Escuela Dominical ha declinado. Así que la verdadera respuesta a la
delincuencia juvenil,” le dije al príncipe Felipe, “es enviar a más niños
británicos a la Escuela Dominical.”

El príncipe Felipe contestó: “Ėsa es una muy buena idea.”

Me encantan las oportunidades como ésta, porque la verdad es que la


delincuencia es un problema moral y la respuesta a la delincuencia no es
más terapia o cárceles; la respuesta a la delincuencia es la transformación
moral del corazón humano, como he visto en las cárceles de todo el mundo.
Cada vez que presentamos estos argumentos, estamos persuadiendo a las
personas de que la Biblia es verdadera, que la cosmovisión cristiana es la
correcta para la sociedad. En cada área de nuestra vida, podemos defender
la comprensión cristiana de la vida, dando la mejor razón de la esperanza
que está en nosotros – pero con mansedumbre y reverencia, como nos dice
el apóstol Pedro.

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La segunda forma en la que nos relacionamos con la cultura es viviendo la
verdad cristiana de forma tal que nuestros vecinos seculares, sea en culturas
dominadas por creencias musulmanas, hindúes o budistas, o en el Occidente
post-cristiano, vean con sus propios ojos la verdad del evangelio.
Claramente, éste es un llamado al pueblo de Dios, para que sea sal y luz.

Hacemos esto como instrumentos de la gracia de Dios. Recordemos, como


explicó Calvino, que la gracia de Dios opera de dos formas: existe la gracia
salvadora mediante la cual él se inclina hacia nosotros y nos da el don de la
fe y nos declara justos; pero también está el don de la gracia común, que
Dios derrama a través de su pueblo para mantener su creación, para detener
el pecado y la maldad que, de otra manera, nos devoraría. Todo cristiano
debe ser un instrumento tanto de la gracia salvadora como de la gracia
común, de la gran comisión como de la comisión cultural.

Cada vez que los cristianos han hecho esto, han cambiado el mundo. Un
ejemplo maravilloso es William Wilberforce, el gran héroe de mi vida.
Wilberforce era miembro del parlamento inglés a fines del siglo XVIII, y había
sido convertido por discípulos de John Wesley. Su amor por Cristo lo impulsó
a enfrentar al primer ministro (perdiendo así la oportunidad de convertirse él
en primer ministro), para luchar por la terminación del comercio de esclavos,
aquella práctica moderna increíblemente inhumana mediante la cual los
africanos negros eran apilados en barcos como carga y llevados a la fuerza al
hemisferio occidental. Muchos de ellos morían en el trayecto. Wilberforce
comenzó su gran campaña en 1787, y año tras año fue derrotado en el
parlamento, pero siguió adelante. Nunca se desesperó. Nunca calculó las
probabilidades en su contra. Finalmente, después de una lucha de veinte
años, una mayoría de la Cámara de Comunes votó a favor de la terminación
del tráfico de esclavos. Veinticinco años después, cuando Wilberforce estaba
en su lecho de muerte, la esclavitud fue abolida en el Imperio Británico.

¡Y qué testimonio fue ése! Pero Wilberforce hizo algo más que abolir la
esclavitud. Ėl veía a toda la vida bajo el señorío de Cristo, así que trabajó
para reformar una Gran Bretaña moralmente corrupta. En parte gracias a sus
esfuerzos, surgió un gran avivamiento. La sociedad fue transformada y los
corazones fueron cambiados.

Ésa es la diferencia que podemos hacer los cristianos. Ésa es la gracia


común. Ésa es nuestra herencia como cristianos, y es ésa la herencia que
debemos reclamar hoy.

He visto, en mi propio ministerio, la diferencia que hay cuando se vive la


verdad cristiana, y el testimonio que representa para el mundo. Hace
veinticinco años, unos voluntarios en Brasil se hicieron cargo de una cárcel
estatal y la convirtieron en una cárcel cristiana llamada Humaita. Cada vez
que la visité, era como estar en un centro de retiros espirituales. El índice de
reincidencia descendió dramáticamente de un 75%, en el país en general, a
menos del 5% en Humaita. Luego, unos años después, nuestros voluntarios
en Ecuador hicieron exactamente lo mismo, creando un ala cristiana de la
cárcel García Moreno.

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Cinco años atrás, llevé a un grupo de funcionarios carcelarios a Sudamérica
para ver estos dos institutos. El comisionado de Texas volvió y persuadió al
gobernador George Bush para que intentara un programa similar. Así que,
tres años atrás, inauguramos la primera cárcel dirigida por cristianos, justo en
las afueras de Houston, Texas. Es un lugar asombroso. Los internos se
levantan cada mañana a las 5:30 para tener su tiempo devocional. Después
del desayuno, concurren a las clases. Después de los programas de trabajo,
se reúnen a media tarde para otro tiempo devocional. Y, después de la
comida de la noche, se quedan estudiando la Biblia hasta que se apagan las
luces, a las 22 horas. No hay televisión, no hay distracciones. Estos hombres
están estudiando la Palabra seriamente y están aprendiendo a vivir como
cristianos.

Tenemos que aceptar a toda persona que nos envíe el estado, así que
muchos hombres no son cristianos cuando llegan. Los que son cristianos se
agrupan, de la misma forma en que la iglesia agrupa a las personas en la
sociedad. Ellos viven según la enseñanza bíblica. Con el tiempo, empiezan a
influir en las actitudes de los que los rodean. Aun los que no son creyentes
comienzan a vivir según las mismas normas. Es una ilustración asombrosa
de cómo los cristianos, cuando son fieles, pueden ser la levadura de toda una
cultura.

Y aquellos que comienzan a experimentar los valores cristianos de esta


forma son atraídos muy rápidamente al evangelio. La mayoría de los que
ingresan sin ser creyentes no permanecen en la misma condición. Yo estaba
en la cárcel un día, cuando dos musulmanes se convirtieron, confesando su
fe en Cristo. Los bautismos son frecuentes, a medida que las personas
acuden al Señor.

La cultura cambia tan profundamente que muchos hombres han rehusado


salir en libertad provisional y en libertad anticipada. Prefieren quedarse en el
programa, al que están comprometidos por dieciocho meses, y experimentar
el poder de Cristo que cambia las vidas, antes que ser liberados a las calles y
volver al crimen.

Pero, ¿funciona esto? La tasa de reincidencia en los Estados Unidos es del


75%. Hasta ahora, más de 45 hombres han egresado del curso completo de
dieciocho meses en la cárcel, se han anotado con un mentor afuera de la
cárcel, están en una iglesia, y están trabajando. Algunos se han encontrado
con dificultades, y algunos están nuevamente en tratamiento para la
drogadicción, pero ni un solo interno está recluido nuevamente.

El experimento de Houston ha sido tan exitoso que se están abriendo dos


cárceles más en otras partes de Estados Unidos; y la prensa ha acudido en
masa a Houston. Cada una de las cadenas principales, cada agencia de
noticias, ha venido a ver esta cárcel, y se han visto obligados a informar
acerca de las características cristianas explícitas del lugar, así como los
testimonios cristianos que fluyen de allí.

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Éste ha sido un testimonio asombroso. Lo que está viendo el mundo en esta
cárcel de Houston, es que donde los medios humanos han fracasado, una y
otra vez, donde nada de lo que hemos hecho en el sistema judicial criminal
ha funcionado, los medios de Dios, el evangelio que transforma el corazón
humano, y los cristianos creando una cultura en la que las personas pueden
vivir en un orden moral correcto, pueden tener éxito.

Déjenme contarles acerca de una experiencia que ilustra esta verdad


profundamente. Yo estaba allí un día para la graduación, para entregar los
certificados a los hombres que estaban completando el curso completo de
dieciocho meses. Un interno africano-americano llamado Ron Flowers
empezó a caminar hacia mí para recibir su certificado. Y, con el rabillo del
ojo, vi a una mujer alta e imponente levantarse de su asiento para dirigirse
hacia mí también. Yo sabía lo que ocurriría. La mayor parte de las personas
en esa multitud no lo sabía.

Sucede que Ron Flowers había estado preso durante catorce años por
asesinar a una joven. Todo ese tiempo él había negado que fuera culpable.
Pero los internos participan en el Sycamore Tree Project (Proyecto Sicómoro)
en donde se los alienta a confesar sus pecados, arrepentirse y hacer
restitución, si fuera posible. En una de esas sesiones, Ron Flowers confesó
que él en realidad era culpable de haber matado a la mujer. Un voluntario que
estuvo allí esa noche conocía a la madre de la víctima, la Sra. Washington, y
se puso en contacto con ella. Durante años, la Sra. Washington había estado
amargada, escribiendo cartas a la Junta de Libertad Condicional para que le
negaran este beneficio a Ron Flowers. Su esposo había muerto. Su hijo
había muerto. Estaba sola y enojada. Pero también era cristiana. Cuando
supo que Ron Flowers había confesado y se había arrepentido, fue a la
cárcel y tuvieron una reconciliación gloriosa en la que ella le perdonó el
asesinato de su hija.

La Sra. Washington, aquella mujer cuya hija había sido asesinada por Ron
Flowers, se abrió paso ese día ante doscientos internos y visitantes para
abrazar al asesino de su hija. Se volvió a la multitud y dijo: “Mi familia se ha
ido, pero Ron Flowers es ahora mi hijo adoptivo, en Cristo.” Sólo el poder del
evangelio puede proveer ese tipo de sanidad que el mundo necesita tan
desesperadamente.

Les interesará saber que Ron Flowers fue liberado de la cárcel, tiene un
trabajo, concurre a una iglesia, y se ha casado recientemente. Su testigo en
la ceremonia fue su madre adoptiva, la Sra. Washington.

He visto este mismo tipo de poder transformador en todo el mundo. Recuerdo


cuando conduje mi auto a través de algunos de los barrios bajos más
deprimentes del mundo, en Manila, con gente que vive en las calles y en
chozas de chapa, sin agua corriente ni cloacas. Pero, en medio de toda esta
indigencia, visité un patio de recreación que estaba reluciente, donde había
treinta hombres parados al lado de sus motocicletas de transporte, lustrosos,
brillando en el sol. Sus amigos, sus familiares y los pastores estaban
reunidos alrededor de ellos. Estos hombres habían estado en la cárcel de

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Mauntalupa. Eran pandilleros condenados por los crímenes más graves. Pero
ahora, a través de Prison Fellowship, habían conseguido dinero prestado
para comprar sus vehículos y se estaban ganando la vida y estaban
sustentando a sus familias (además, cada uno estaba devolviendo su
préstamo). Cada uno irradiaba el gozo de Cristo en su rostro. Y todo el sector
alrededor de donde vivían fue transformado.

Los internos se reunieron en la plataforma para cantarnos a los que


habíamos venido. Una niñita, de tal vez seis o siete años, subió a la
plataforma mientras cantaban los hombres, se dirigió a su padre, le abrazó
los pies y lo miró a los ojos con ternura mientras él le acariciaba el cabello.
Nunca olvidaré ese cuadro. No importa los obstáculos que he tenido que
enfrentar, no importa lo duro que es el ministerio, ese único momento hace
que valga la pena. Dios nos usa para restaurar, para sanar. Dios nos usa
para triunfar sobre la destrucción de las sociedades que nos rodean. Esta es
la cosmovisión cristiana en acción, que da esperanza al mundo.

Sé lo difícil que es estar allí afuera, a menudo solos, proclamando el


evangelio, muy frecuentemente en culturas hostiles. Somos ridiculizados en
Occidente, pero eso no es nada comparado con la persecución abierta que
muchos de ustedes enfrentan en Oriente y en las culturas musulmanas. A
veces, deben considerar que las fuerzas desplegadas contra ustedes son
tremendamente poderosas. Sería fácil desesperarse.

Pero nunca deben desesperarse. La desesperación es un pecado porque


niega la soberanía de Dios.

Y, vez tras vez, hemos visto acciones individuales de obediencia usadas por
Dios para transformar toda una cultura. Estuve en Chipre hace unos meses,
en Pafos, donde estuvo el apóstol Pablo en su primer viaje misionero
(Hechos 13:16). Si recuerdan, fue ahí donde Pablo se encontró con un falso
profeta. Confrontó al hechicero, llamándolo hijo del diablo. Cuando el falso
profeta fue cegado, el procónsul romano se asombró tanto, nos dicen las
Escrituras, que creyó y se convirtió en un seguidor de Jesús.

Hasta donde sabemos, según el relato bíblico, ése fue el único convertido.
Piensen cuán solo se habrá sentido el procónsul. Un oficial del Imperio
Romano que de pronto cree en este judío que había sido crucificado y que
había resucitado. No había ninguna iglesia, ningún apoyo. Pero ese
procónsul solitario seguramente continuó predicando el evangelio.

Porque hoy, en el mismo lugar donde Pablo confrontó al hechicero, hay una
iglesia anglicana evangélica, vibrante y maravillosa, donde los creyentes
equipan a otros para salir a evangelizar a todo el Oriente Medio. Leí la
declaración de la iglesia acerca de la responsabilidad cristiana, y en el primer
lugar figura llevar a las personas a una relación personal con Jesucristo como
Señor y Salvador.

Piénsenlo. Un solitario oficial romano se convierte y 2000 años más tarde en


ese lugar hay una iglesia fuerte que lleva a las personas a Cristo y envía

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misioneros por una de las áreas más difíciles del mundo. El evangelio no
puede ser detenido. Ustedes y yo podemos fallar. El evangelio, no.

O piensen en la Edad Media, cuando las hordas de bárbaros asolaron


Europa. Todo lo que quedó del cristianismo fueron los pequeños remanentes
de monjes en las costas occidentales de Irlanda. Pero edificaron sus
monasterios, preservaron el aprendizaje y la Biblia con sus manuscritos
ilustrados, drenaron los pantanos, construyeron escuelas, y mantuvieron viva
la civilización. Al mismo tiempo, a medida que las hordas de bárbaros
comenzaron a retroceder de Europa, fueron enviados misioneros de aquellas
islas tan lejanas de vuelta a Escocia, y de ahí al continente, iniciando uno de
los grandes períodos de renovación cristiana en la historia de Occidente.
Esos monjes no se desesperaron. Perseveraron. Fueron obedientes, y con el
tiempo su obediencia dio como resultado la transformación de toda Europa.
Jamás desesperen.

O piensen en un solitario monje agustino que enfrentó a los poderes


eclesiásticos y políticos de su tiempo, en el siglo XVI. Sin ayuda de nadie,
defendió la verdad contra una iglesia corrupta y una cultura corrupta. ¿Qué
ocurrió? De ahí surgió la gran Reforma, que dio como resultado las reformas
políticas que originaron a la democracia y la libertad en todo el mundo. Estas
reformas restauraron a la iglesia, generaron la ética del trabajo y, a su vez, la
gran era de la renovación industrial que comenzó en Occidente y aun hoy
recorre gran parte del mundo. Si miran a su alrededor, verán que gran parte
de las grandes reformas sociales y políticas de los tiempos modernos fueron
iniciadas en la Reforma, y comenzaron porque un hombre, Martín Lutero,
tuvo el coraje de defender la verdad. Jamás desesperen.

Creo que es un tiempo increíblemente excitante para estar vivos. Ustedes y


yo somos privilegiados en ser llamados por Dios para ser sus embajadores al
mundo. La revolución tecnológica está haciendo que todo el mundo tenga
acceso a la información casi simultáneamente. La gente puede ver lo que
está bien en varias culturas, y lo que está fallando. Ya no pueden ser aislados
ni ser forzados a vivir bajo opresión.

Creo que, en la medida que las personas consideren las grandes


cosmovisiones que están compitiendo hoy, en la medida que consideren las
grandes promesas utópicas del siglo XX, sólo pueden llegar a una
conclusión. Todas las grandes ideologías propuestas en el siglo XX – sea el
comunismo, el socialismo, el humanismo , el existencialismo o el cientificismo
– no han logrado dar respuesta al gran anhelo de la humanidad. De hecho,
muchas de estas ideologías esclavizaron a gran parte del mundo.

Así que, al analizar el siglo que acaba de terminar y al llegar a este nuevo
milenio, vemos que las utopías prometidas por el hombre han sido
consignadas al basurero de la historia.

Así que, si hacemos nuestra tarea, si proclamamos la verdad, si trabajamos a


favor de los valores cristianos en cada área de la sociedad, éste puede ser un
momento cuando cientos de millones de personas que están desilusionadas

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por las promesas fallidas del mundo se volverán nuevamente a la única
respuesta que ha perdurado a lo largo de los siglos, la única cosmovisión que
provee un fundamento para la dignidad humana, para la comunidad, para el
trabajo significativo, para la libertad política. La única cosmovisión que ofrece
la esperanza de salvación, que es en Cristo Jesús.

Debemos presentar este mensaje al mundo y debemos tener la valentía de


vivirlo. Debemos proclamar osadamente a un mundo hambriento que en
Cristo nuestros pecados son perdonados y que, siguiendo el orden bíblico
para la vida, uno puede vivir en armonía y justicia. Ése es el mensaje que
puede introducir una gran era de renovación cristiana en todo el mundo.

www.cimientoestable.org con permiso de BGEA 2000

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