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Primera Edición
Octubre de 2009
Guayaquil - Ecuador
Germán Arteta Vargas
2009
A manera de presentación
H
ay una forma muy singular de penetrar en el espíritu de Guayaquil, esa manera es
evocando su historia cargada de tradiciones, costumbres, de noches de hondo dolor,
de amaneceres gloriosos, de personajes ilustres que fueron la simiente de un pueblo
que nació para la grandeza.
Esa grandeza del Guayaquil de ayer ya no existe, bajo el signo de la palabra progreso todo ha
cambiado... Mas lo único que no ha cambiado ni cambiará jamás es el espíritu del guayaqui-
leño: tenaz, emprendedor, decidido, activo, hospitalario, pero sobre todo amante del arte y
la cultura.
Por eso la intención de este libro es mantener vivo ese espíritu, mantener viva nuestra
identidad y evitar que el amor a Guayaquil se pierda conforme nos invaden las costum-
bres extranjeras.
Ha sido tarea de Germán Arteta Vargas recopilar todos los artículos de su autoría, alusivos
especialmente a las costumbres y tradiciones del Guayaquil del siglo XX publicados a través
de los años por diario El Universo, respondiendo así a las iniciativas y recomendaciones de
lectores y amigos, y como un tributo a los ex directivos de dicho matutino guayaquileño,
Carlos Pérez Perasso y Ricardo Pólit Carrillo, que impulsaron siempre este tipo de temas.
Cabe conocer que Germán Arteta Vargas colabora con diario El Universo desde la época de
estudiante secundario, porque siempre se distinguió como un joven interesado en los libros.
Nunca ha dejado de leer, jamás ha dejado de estudiar e investigar.
Entre 1972 y 1990 mantuvo la columna educativa Pizarra. Cuando en 1990 lo invitaron a ser
parte formal de la Redacción de El Mayor Diario Nacional, Pizarra se convirtió en un suple-
mento y él se dedicó también a enfocar temas históricos, cívicos, costumbristas, etcétera,
pero sobre todo educativos, como aún lo hace. También fue redactor de la sección Meridiano
de la Cultura y desde 1993 hace las cartillas y suplementos históricos que dice, tienen la aco-
gida de profesores y alumnos.
Esta fue otra oportunidad que tuvo para mantener contactos con estudiantes, maestros, pa-
dres de familia y comunidad lectora en general. De allí que Germán Arteta Vargas jamás pasa
inadvertido en el lugar donde se encuentra, su personalidad y sus escritos son ampliamente
conocidos en el Ecuador.
Si es verdad que recordar es volver a vivir, Germán Arteta nos hace revivir la Semana del
Estudiante celebrada, por igual, en todos los colegios la última semana del mes de julio. El
número principal era el baile de gala, amenizado por prestigiosas orquestas y ahí se procla-
maba y coronaba a las reinas estudiantiles.
En otro de sus artículos hace remembranza de las Sabatinas, que las hacían los colegios tradi-
cionales como el Vicente Rocafuerte, Guayaquil, Normal Rita Lecumberri, entre otros. Hoy
han sido reemplazadas por las Semanas Culturales, Ferias de Ciencias, Casas Abiertas e in-
cluso Open House, a la moda norteamericana.
Los programas culturales tipo Vida Porteña, Música y Poesía, Renacimiento, y más, difun-
didos a través de las radioemisoras locales, no escapan a la pluma de Germán Arteta. De la
misma forma, nos trae a la memoria los parques y las plazas de diversiones como La Macare-
na, Bim Bam Bum, La Victoria, La Concordia, adonde acudíamos de niños y jóvenes a jugar
y a hacer deportes.
Toda la ‘novelística’ del Guayaquil de ayer pasó por nuestros oídos, familiarizándolos con
actores y actrices como Antonio Hanna, Delia Garcés, Rosario Ochoa, Blanca Salazar. Hoy,
como lo sostiene el autor, mandan las telenovelas.
Temas de carácter costumbrista como las casas de empeño, agencias funerarias, agen-
cias de publicidad, recibir comensales, y los que se refieren a los de artesanía como
los talleres de marcos y molduras, las piladoras, cutiembres, talabarterías, lavanderías,
tintorerías, etcétera, son negocios y actividades que inspiraron la pluma del autor para
sabrosas crónicas.
Inicialmente la sección de los temas enfocados por Germán Arteta sobre los pasajes, per-
sonajes y situaciones de la ciudad que se van quedando en el recuerdo, no tuvo un nombre;
después, por sugerencia de su compañero Fernando Astudillo, se publicó como Guayaquil
Nostálgico y en los últimos años aparece como Imágenes de Guayaquil. Pero el autor, por
obvias razones, se queda con Guayaquil Nostálgico.
6 Guayaquil Nostálgico
Quienes hemos releído los artículos de Germán podemos apreciar que efectivamente hay
cierto grado de nostalgia, melancolía, tristeza al recordar las costumbres, tradiciones y valo-
res del Guayaquil de ayer. Una nostalgia que nos contagia a sus lectores porque, en verdad,
hoy en día el tiempo se deshace en nuestras manos y ya no hay oportunidad para mirar los
crepúsculos, ya no sabemos si todavía viajan las estrellas por el cielo. Hace ya muchos años
que matamos a la luna y dejamos que los poetas se fueran suicidando en la metáfora oscura,
abstracta, rara, extraña que ubica a los lectores en medio de la poesía, buscándose los unos
a los otros.
Por eso Germán Arteta salta al mundo contemporáneo y vuelve hacia atrás, porque es propio
de los seres humanos ir en búsqueda de su amado ayer, en rescate del tiempo ido y porque la
vida no solo es el presente, es también el amor y es el recuerdo.
Sante decía que es triste recordar la pasada felicidad, pero más triste es no tener recuerdos.
Por eso Germán Arteta Vargas ha querido proporcionarnos una agradable y nostálgica sor-
presa para que volvamos a recordar el Guayaquil de antaño donde muchos fuimos su actores
y, a la vez, retomemos impulso y renovemos esfuerzos para rescatar y difundir los valores
populares que constituyen nuestras raíces y nuestra identidad, que nos permiten edificar
una política de paz y amor que garantice un Guayaquil mejor para todos los que somos sus
artífices.
Admiramos el empeñoso batallar del autor al reimprimir los pasajes sencillos, alegres y sin-
ceros del Guayaquil de ayer y hacemos votos porque el libro tenga la aceptación de maestros,
alumnos y comunidad lectora que, en lo que se refiere al autor, existe el compromiso de
seguir produciendo en beneficio de todos los ecuatorianos.
* Apreciado Germán:
No sabes con qué deleite leí días atrás tus remembranzas acerca del confite Límber y las
cometas. Ayer en la tarde, en la reunión habitual de viejos guayaquileños los días sábados en
el parque de Flushing, uno de los nuestros llevó el recorte de El Universo. Necesitaría varias
páginas para contarte sobre la charla de quince porteños que disfrutamos los días del Límber
y las cometas.
Todos somos gente del deporte encabezados por Galo Solís, aquel héroe barcelonés del equi-
po que forjó la idolatría al fin de la década del cuarenta. Tu artículo fue el pretexto para dejar
de ver fútbol y envolvernos en los más deliciosos recuerdos del Guayaquil que hemos dejado
geográficamente, pero que lo llevamos siempre en el corazón, especialmente en las horas de
nostalgia por los tiempos vividos.
Estuve releyendo hace unos días el número dos de las Estampas Porteñas que tú has tenido
la inteligencia y sensibilidad de editar. Qué bello recorrido por la memoria.
En nombre de los viejos guayaquileños en Nueva York, de los que pasamos las tardes de los
sábados en el parque como si estuviéramos en una esquina de Guayaquil y tuviéramos veinte
años, y en nombre de todos los que me han llamado por teléfono para comentar tu artículo,
muchas gracias, Germán, y un enorme abrazo que encierra la esperanza de seguir leyéndote.
Afectuosa y fraternalmente,
* De una carta enviada vía email en agosto del 2009 por el periodista y escritor guayaquileño
Ricardo Vasconcellos Rosado, residente en los Estados Unidos.
8 Guayaquil Nostálgico
Unas palabras
L
a amable y permanente sugerencia de amigos y lectores de diario El Universo en el
sentido de que reúna y edite en un solo volumen las crónicas y remembranzas de mi
autoría sobre el Guayaquil del siglo XX, aparecidas desde el año 2002 hasta el 2009 en
las páginas del periódico donde laboro, me motivó a cristalizar tal pedido y hoy estoy gustoso
de poner en manos de guayaquileños y ecuatorianos ese material que tiene como consigna
evocar los personajes y tradiciones que forjaron y fortalecieron la identidad y memoria de la
acogedora metrópoli nacida junto al río Guayas.
Como lo he dicho en más de una ocasión, las crónicas volanderas publicadas en El Mayor
Diario Nacional -inicialmente sin una denominación definida, pero después bajo el epígrafe
de Guayaquil Nostálgico o Imágenes de Guayaquil- solo tienen el próposito de evocar sabro-
sas estampas en las cuales por diferentes razones fuimos actores o espectadores, volver a vi-
vir con tantos pasajes llenos de diversión y hasta de enseñanzas, y por sobre todo compartir
y mantener latente aquel inextinguible amor que debemos profesar a la ciudad-madre, a la
ciudad-cuna.
Hago hincapié en lo que casi siempre anoto al final de cada crónica que ensayo: los invito a
embarcarse en el carro del recuerdo y junto con sus familiares y amigos desarrollar mayores
recuerdos e incorporar sin tardanza aquellos nombres o situaciones que por falta de espacio
o el olvido involuntario del autor se quedaron en un rincón del ‘disco duro’. Lo importante
es promover esas bellas evocaciones que exaltan y afianzan la historia de Guayaquil, urbe
cosmopolita en vertiginoso desarrollo, pero segura y legítima heredera de sus ancestros.
Gracias a todos los que inspiraron los temas reunidos en este libro; gracias a quienes ayuda-
ron a editarlo y a los que lo leerán con mucha nostalgia, pero igualmente con bastante alegría.
S
in la intención de hacer odiosas comparaciones y emitir apresurados calificativos al
ensayar este breve inventario de los profesionales de la medicina y de los hospitales y
clínicas públicos o privados que por su atención humanitaria ganaron el respeto y la
gratitud de la comunidad, especialmente en distintas décadas del siglo pasado, el XX, evoca-
mos algunos de esos nombres vigentes en la memoria popular y que también son referentes
de la solidaridad y filantropía que siempre se manifiesta en Guayaquil.
Entre los centros de asistencia médica no podemos dejar de citar por justiciera y obligada
referencia al antiguo hospital Luis Vernaza y otras entidades similares que sostiene la hono-
rable Junta de Beneficencia, hospital León Becerra de la Sociedad Protectora de la Infancia,
etcétera. Asimismo, a profesionales de la medicina de la talla de Julián Coronel, Alfredo J.
Valenzuela, Juan Tanca Marengo y decenas de figuras cuya labor alcanzó renombre y tuvo,
como hasta ahora, la gratitud ciudadana.
Nombres emblemáticos
Notables médicos como Teodoro Maldonado Carbo, Eduardo Ortega Moreira, Juan Modesto
carbo Noboa. Abel Gilbert Pontón, John Parker Miller, Alfonso Tamayo Ortega, Hugo Agui-
rre Guerrero, Reinaldo Irigoyen, Alberto Cortez García, Gonzalo Freile, Miguel Varas Sama-
niego, Manuela Yong de Gil, Juan Modesto Carbo Noboa, entre otros, estuvieron al frente
de los prestigiosos centros, la mayoría de los cuales cerró sus puertas con la satisfacción del
deber cumplido. Algunos centros siguen en pie y mantienen la filosofía de servicio de sus
fundadores o pioneros.
Otros nombres de galenos muy conocidos del siglo XX son Fernando López Lara, Leopoldo
Izquieta Pérez, Elio Esteves Bejarano, Luis Felipe Cornejo Gómez, José María Estrada Coello,
Aquiles C. Rigaíl, Juan Tanca Marengo, Leopoldo Avilés Robinson, José Manrique Izquieta,
Eduardo Alcívar Elizalde, Alfredo Valenzuela Valverde, Nicolás Coto Infante, Manuel Igna-
cio Gómez Lince, Jacinto Loayza Grunauer, Francisco de Ycaza Bustamante, Carlos Set Ma-
tamoros y Juan Montalván Cornejo.
De la misma manera, Armando Pareja Cucalón, Rafael Mendoza Avilés, Teodoro Maldonado
Carbo, Emiliano Crespo Toral, Liborio Panchana, Nicolás Parducci, Miseno Saona, Enrique
Úraga Peña, Julián Lara Calderón, Jorge Luis Auz, Eduardo Ortega Moreira, Jorge Salinas
Bustos, Jorge Fajardo Castillo, Juan Bautista Arzube, Rosendo Auz, Clodomiro Alcívar y Jorge
Wagner, quienes especialistas en diferentes ramas médicas son parte de una extensa nómina
que abre el camino para merecidas evocaciones.
Antiguos centros
También Guayaquil (Padre Aguirre y Córdova), Freile Núñez (Rocafuerte y Orellana), Pana-
mericana (Panamá y Orellana), Del Sur (Garaycoa y Gómez Rendón), Santa Lucía (avenida
Olmedo y Chile), Parker (Nueve de Octubre y Chimborazo), Santa María (Víctor Manuel
Rendón y Riobamba), Arreaga Gómez (Pichincha y Sucre), Crespo (Machala y Hurtado),
Antonio Gil (Seis de Marzo y Ayacucho), Santiago (avenida Carlos Julio Arosemena Tola) y
Tamayo Ortega (Pedro Pablo Gómez y Pío Montúfar).
14 Guayaquil Nostálgico
Un aviso del centro
médico Julián Coronel
en 1948, cuando
atendía en Eloy Alfaro y
Alberto Reyna.
Igualmente, las clínicas Montero (Aguirre entre Garaycoa y Seis de Marzo), San Gabriel
(primero en Garaycoa y Aguirre, después en Guaranda y Letamendi), Santa Marianita (Bo-
yacá y Colón), Arturo Serrano (Chanduy entre Sucre y Colón), Del Pacífico (Vélez y Escobe-
do), Nueve de Octubre (Colón y Malecón) y Blanca (Boyacá entre Colón y Sucre). Hubo el
policlínico Nacional en Chimborazo entre Aguirre y Luque y años después en Francisco de
P. Ycaza y Córdova, entre otros establecimientos.
N
i la arremetida publicitaria de empresas productoras de las diferentes marcas de
cafés solubles completos y descafeinados que encontramos en los supermercados,
despensas y tiendas barriales, ni la nueva costumbre de desayunar casi al ‘vuelo’ por
falta de tiempo en hogares con estudiantes y empleados que salen a la carrera para lograr
transportación en la mañana, logran todavía que un buen número de amas de casa y abuelas
descarte por completo la costumbre de ofrecer café ‘pasado’ en filtros o cafeteras especiales
a los jefes y miembros de su prole.
Tomar café ‘pasado’ en Guayaquil es un hábito antiguo, pero con métodos mejorados para
acelerar el proceso de tostar, moler y filtrar el producto. No hubo familia en la que amas de
casa y domésticas alguna tarde dejaran de realizar juntas la tarea de tostar los granos de
diferentes clases que llegaban al puerto desde El Oro, Manabí y otros lugares famosos por
su producción. Vecinos y transeúntes disfrutaban de la fragancia salida de la casa donde se
tostaba café en pailas de barro, mientras incluso los niños esperaban para ayudar a molerlo
en las máquinas manuales que aún se venden en mercados artesanales y almacenes.
Cuando no se contaba con tiempo suficiente o la máquina adecuada para moler el café, este
se compraba en pulperías (tiendas) o puestos de venta instalados con ese único fin. Durante
el siglo pasado hubo estos pequeños establecimientos en sitios estratégicos porteños y en
el Mercado Central (calle Seis de Marzo). Hasta allí llegaban
quienes preferían ver moler su café en máquinas -Hobart, por
ejemplo- de inconfundible apariencia y llevarlo a su casa para
filtrarlo y lograr la cautivadora esencia. Con la regeneración
urbana aquellos sitios de expendio desaparecieron o busca-
ron otros lugares para comerciar el producto.
Algunos nombres
16 Guayaquil Nostálgico
Hubo negocios que tostaban, molían y vendían el café: Alteza, en Baquerizo Moreno y Nue-
ve de Octubre; San Antonio, en Seis de Marzo y Franco Dávila; Zambita, en Colón y Quito;
Cucalonéscaba, en Garaycoa 2121; Los Ríos, en Tomás Martínez 419; Cóndor, en Francisco
de Paula Lavayen 219, que pasó a Villamil 131; Moreno & Cía., en Garaycoa y Capitán Nájera;
Noel, en la Decimoséptima y Ayacucho, etcétera. El quiosco de Wilson Peñafiel, en Baque-
rizo Moreno y Junín, y La Flor de Manabí, en Garaycoa y Huancavilca, son muy buscados
ahora para comprar café molido al instante.
Aun cuando en cualquier hotel, restaurante o establecimiento afín que atiende en esta ciu-
dad se puede disfrutar de un buen café express, capuchino, etcétera, preparado con los ya
también tradicionales Sí Café, Don Café, Nescafé y otras conocidas marcas, es incuestiona-
ble la preferencia que todavía cientos de personas tienen por el café filtrado o ‘pasado’ (‘a la
antigua’) en hogares, oficinas y cualquier otro lugar de reunión donde, de sorbo en sorbo, se
hacen y estrechan nuevas amistades, se cierra un negocio o se disfruta de las cosas simples
de la vida con la complicidad de aquel.
Wilson Peñafiel
atiende desde hace
17 años su quiosco
de venta de café
tostado y molido en
Baquerizo Moreno
y Junín.
Sorbitos
En 1936 se anunciaba en El Universo
la libra de café El Escudo Catalán
a 0,80 sucres (popular) y 1,00
(especial).
En el 2007, La Flor de Manabí ofrecía
la libra de café a $ 2,00 la libra.
M
uchos guayaquileños nacidos décadas antes de la segunda mitad del siglo XX to-
davía mantienen viva la imagen de la ciudad trabajadora, bulliciosa y alegre, que al
paso presuroso de residentes y visitantes mostraba numerosísimos talleres, fábri-
cas, industrias, tiendas, etcétera, que ratificaban su prestigio de tierra laboriosa y forjadora
del desarrollo nacional.
Por la naturaleza misma de su actividad que ‘trataba’ los cueros de ganado y otros ani-
males recién despostados, las curtiembres o tenerías ocupaban extensas instalaciones
y terrenos para facilitar la tarea de los obreros que curtían las pieles o cueros, especial-
mente con el tanino extraído de la corteza del mangle, y luego las ponían a secar.
El olor intenso, algo desagradable, fue el ambiente característico de tales lugares que se asen-
taron en estratégicas manzanas de los barrios del Astillero (Industria), del Camal o Cuba, las
inmediaciones del Barrio del Centenario y las cercanías al río Guayas, para desaguar parte de
sus desperdicios. Hasta hace pocas décadas podían observarse las populares edificaciones.
Al incrementarse el número de estos locales el cuero seco o salado dejó de ser producto de
exportación, pues al mismo tiempo hubo más fábricas de calzado y talleres de talabartería
que confeccionaban carteras, bolsos, guantes, cinturones, billeteras, monederos, monturas,
polainas, arneses para coches y carretas y otros objetos identificados con la industria de la
marroquinería.
Pero el advenimiento de nueva tecnología que trajo productos de imitación más baratos cau-
só la casi total desaparición de las curtiembres en nuestra metrópoli, en tanto que las tala-
barterías subsisten en menor número y usan material procedente de otros lugares del país e
incluso del extranjero.
Algunos nombres
Curtiembres, curtiduría o tenerías emblemáticas fueron la Guayas, del español Pedro Cantó,
que fue su primer propietario junto con Manuel Cabrera; La Uruguaya, que fundaron Euti-
mio Pérez, Valentín Sala e Ignacio Moggia; La Iberia, de Jaime Casstells, con sus colaborado-
res Juan Domenech y Vicente Suéscum; Francesa, en Azuay 403.
18 Guayaquil Nostálgico
Hubo, además, la San Pedro, de Marco Noriega; la curtiembre y fábrica de tanino de N. Vivar
González, en Colombia y Cinco de Junio, y La Joya, propiedad de C. Ortega, en Lorenzo de
Garaycoa entre Portete y General Gómez. Fueron propietarios de este tipo de empresas Geo
Chambers Vivero, Carmen Milla viuda de Martínez, Maspons y Cía., y Timoteo Suéscum.
Las talabarterías
Queda entonces este breve inventario que nos llevará por el camino de los recuerdos y ayu-
dará a evocar otros significativos nombres vinculados con las curtiembres y talabarterías que
fueron y son parte de la historia guayaquileña.
La curtiduría
Ecuador, de
Demóstenes Pizarro,
estuvo ubicada en
Cañar y Vivero.
Glosario:
Curtidor: persona que tiene por oficio curtir pieles.
Curtiembre: en América se dice al taller donde se curten y trabajan las pieles. Sinónimos:
curtiduría, tenería.
Curtir: someter la piel de los animales (reses, lagartos, culebras, etcétera) a una preparación y
tratamiento adecuado para transformarla en cuero.
Marroquinería: manufactura de artículos de piel de animales o imitación, como carteras,
bolsos, billeteras, correas, monederos, etcétera. También es el taller donde se fabrican o
venden tales artículos.
Talabartería: establecimiento donde se fabrican o se vende todo tipo de objetos de cuero.
Talabartero: persona que se dedica a fabricar talabartes, correajes y otros objetos de cuero.
20 Guayaquil Nostálgico
Las reinas de los educadores
L
os torneos femeninos de belleza que a lo largo del año organizan entre nosotros incon-
tables instituciones sociales, culturales, educativas, deportivas, gremios, sindicatos, ba-
rrios, etcétera, para elegir a las soberanas (reinas, señoritas Simpatía, Confraternidad,
Fotogenia, y otras dignidades) que pondrán el toque galante y espiritual en sus fiestas por
diversos motivos, permiten recordar en esta ocasión a quienes ostentaron esos títulos entre
los maestros de nuestra ciudad y provincia, con motivo de la celebración de su fecha mayor
o ‘clásica’ del 13 de abril.
Inventario sucinto
Una de las más populares reinas proclamadas por la Unión Nacional de Educadores (UNE)
con el nombre de Señorita Magisterio fue la profesora normalista Clementina Triviño Mo-
reira, después señora de Unda Aguirre, quien durante su carrera docente ejerció la dirección
de planteles y la supervisión nacional. Ella obtuvo la corona en 1960 y está jubilada. En ese
año desfiló junto con el presidente de la República, José María Velasco Ibarra, y el alcalde de
Guayaquil, Pedro J. Menéndez Gilbert. La licenciada Triviño de Unda tuvo un sitio especial
en todos los actos.
Hermosas maestras que ostentaron el emblemático título fueron Cristina Sánchez Ponce,
Violeta Naveda Pareja, Esmeraldas Gómez Ortiz, Betsi Espinel, Patricia Pinela, Olga Soria,
Águeda Neira, Verónica Ortega, María Cedeño, María del Carmen Narváez, Ana del Rocío
Cedeño, Merci Neira, entre muchas otras a las que se suman las más contemporáneas. Por
motivos de la situación política y problemas de diversa índole, la UNE cantonal y la UNE del
Guayas no designaron reinas ni organizaron fiestas conmemorativas.
Otras instituciones
Además de la UNE, que elige a sus soberanas cantonales y de entre ellas a la Señorita Magiste-
rio del Guayas, hubo y hay entidades que realizan este tipo de certámenes. Allí la Asociación
13 de Abril, Confraternidad de Educadores Normalistas (Cofraden), Asociación Magisterial
Femenina del Guayas (AMFE), el Frente de Educadores Juan Montalvo, Colegio de Profesio-
nales de Educación Media (Copem), Magisterio Independiente del Guayas, la Asociación de
Profesores de Educación Primaria (APEP), Asociación de Periodistas Educativos, Unión de
Educadores Nocturnos (UEN), Educadores Municipales Asociados (EMA), etcétera.
Este matutino también colaboró por varios años con estos torneos del profesorado y por ello
los organizadores nombraron Señorita Magisterio diario El Universo. Ex reinas del magis-
terio guayaquileño y guayasense evocan aquellos románticos momentos de su elección que
remataban con elegantes y animados bailes el Día del Maestro, que congregaba a autoridades
e invitados especiales. Algunas siguen en actividad, otras ya están retiradas de su profesión
de maestras y hay casos de soberanas que fallecieron.
22 Guayaquil Nostálgico
Los festejos por los padres y sus añoranzas
P
ese a la tosca y burlona manera con que algunas personas de nuestro medio aun acos-
tumbran referirse a los padres por la celebración que se estableció para evocar y desta-
car su significativo rol en el hogar, en las familias ecuatorianas prevalece el sentimiento
de respeto y gratitud a quienes dueños de ese papel comparten con las madres la tarea espi-
ritual y humana de asegurar la supervivencia de la sociedad.
Para ratificar esto último basta recordar las poesías, canciones, esculturas, pinturas, etcétera,
que debemos a incontables artistas compatriotas deseosos de rendir su admiración a la tarea
protagónica de los padres, similar al legado hecho años atrás por sus colegas de proyección
universal y a los autores contemporáneos que también suman otras expresiones del arte
como filmes y series de televisión.
Había hogares en los que se preparaba un trono para que el ‘rey’ de la casa, con capa y corona,
escuchara las canciones y poemas de sus hijos en una alegre ‘hora social’ improvisada. Los
más pequeños de la familia entregaban las tarjetas que su madre les compraba en los bazares
de la barriada, alrededores del Mercado Central y del Correo, o que las confeccionaban en la
escuela con la ayuda de sus profesores.
Cosa igual sucedía con la canción No hay viejo como viejo, interpretada por los Hnos. Za-
ñartu, y esos temas considerados ‘íconos’: las baladas Mi viejo, de Piero; Mi querido, mi viejo,
mi amigo, por Roberto Carlos; y Padre, de Elio Roca. Aun en las modestas casas no faltaban
Si había tiempo y los padres no se entusiasmaban entre amigos y vecinos, tras el almuerzo
avanzaban con su prole a los cines Quito, Central, Apolo y demás salas de barrio que exhibían
las películas Papá Corazón, con Pinina; ¡Ese es mi padre!, con Bob Hope; El padre de la novia,
con Spencer Tracy, Elizabeth Taylor y Joan Bennett; Padres nuestros, con Carlos López Moc-
tezuma, Evita Muñoz e Irma Dorantes, etcétera.
Otros testimonios
La celebración del Ddía del Padre igualmente sirve para recordar los cientos de temas que las
artes plásticas con sus óleos, esculturas, grabados y otros géneros exaltan el significado teo-
lógico del Padre Eterno como la primera persona de la Santísima Trinidad, y lo mismo hacen
de San José, padre adoptivo de Jesús. Hay, de la misma manera, obras alusivas directamente
al padre como jefe del hogar.
Existen autores nacionales y extranjeros que dedican sus obras al padre. Como ejemplo es-
tán la Oración por el hijo, del general Douglas MacArthur; la de Juan de Dios Peza o Héctor
Gagliardi, quien en su poema El padre, dice: Los hijos nunca analizan el sentimiento del padre,
porque el brillo de la madre es tan fuerte que lo eclipsa, solo le hacemos justicia a su íntimo sen-
tir, cuando nos toca vivir, a nosotros su problema.
En el arte ecuatoriano, los pinceles de Eduardo Kingman, Robin Echanique, Luis Miranda
y otros valores tributan ese homenaje. En-
tre los poetas nuestros citamos a Isabel
Ramírez Estrada, Othón Muñoz, Jacinto
Santos Verduga, Josefa Mendoza de Mora,
Francisco Pérez Febres-Cordero, Vicente
Espinales Tejena, José Enrique Zúñiga, Ho-
racio Mendoza Párraga, Nazario Román y
muchos más.
24 Guayaquil Nostálgico
Los servicios municipales de antaño
T
al como ocurre en la actualidad con la Municipalidad de Guayaquil, que además de
preocuparse por desarrollar el ornato de la metrópoli y de sus parroquias rurales
también ofrece a los residentes del cantón asistencia médica, programas recreativos
y culturales, mejoramiento de la vivienda, libros gratuitos, etcétera, en varias décadas del
siglo pasado el Ayuntamiento a través de sus autoridades impulsó, asimismo, incontables
actividades en favor del progreso urbanístico y las condiciones de vida de la gente oriunda
de esta tierra o avecindada en ella.
En tiempos en que al primer personero del Cabido se lo llamaba prefecto municipal o pre-
sidente del Concejo hasta llegar a la denominación de alcalde, igualmente se conocieron los
centros de abastos o subsistencias, boticas, comedores y funerarias dependientes del Cabildo
porteño para ayudar directamente a los más necesitados. Como Guayaquil aún era pequeño
hasta antes de la primera mitad de la centuria pasada, estas acciones cumplieron su finalidad
pero decayeron con la presencia de nuevos líderes políticos que prefirieron fomentar otras
propuestas populistas.
Muchos conciudadanos todavía recuerdan estos servicios y los añoran, aunque reconocen
que en los últimos años se ha hecho bastante para emularlos en bien de la colectividad. Por
ello, esta vez rescatamos algunos avisos publicados en El Universo como prueba de esa im-
portante labor que tampoco descuidó el fomento del civismo, las buenas costumbres y la
solidaridad tan propios del habitante guayaquileño. Los festejos julianos nos brindan la opor-
tunidad.
Comedores populares
Pescado barato
“Venta de pescado en los puestos municipales.- Se anuncia al pueblo que desde hoy iniciamos
la venta de pescado de mar, a precios bajos, en los puestos municipales, en el Mercado Central
en el puesto N° 184 (entrada por la calle Diez de Agosto), y los precios y las calidades son las
siguientes:
• Albacora (atún) a 40 centavos la libra
• Cherna a 50 centavos la libra
Desde mañana se venderán las mismas clases de pescado en los demás mercados de la ciudad.
Guayaquil, 25 de julio de 1940.
La Comisión Municipal de Subsistencias”.
“La Oficina Municipal de Higiene ofrece alimentación a los niños menores de un año, todos los
días, de 8 a. m. a 5 p. m. Se avisa al público” (junio de 1931).
26 Guayaquil Nostálgico
Importantes servicios fueron los comedores populares y la
carroza para trasladar los cadáveres de personas indigentes.
“Se comunica a los interesados, que desde la fecha el servicio de carroza para la conducción
de cadáveres al cementerio se ha completado con un autobús, para los deudos del fallecido.- El
Concejal Comisionado de Higiene”.
Fomento de la alimentación
“Venta de leche en los puesto municipales a 0,60 sucres el litro en botellas herméticamente cerra-
das”. Publicación en El Universo (agosto de 1937).
Adecentamiento de la ciudad
“De acuerdo con la Ordenanza Municipal de Construcciones y Ornato Público se pide cercar,
limpiar y pintar por lo menos dos veces al año -mucho mejor en diciembre- las fachadas de edi-
ficio, chalé, casas, solares, para que luzcan decentes por las fiestas del 9 de Octubre. Comisario
Municipal, Arquímides La Mota G.”.
D
espués de tres meses de trabajo caracterizados por la dedicación y el entusiasmo
juvenil para aprovechar las enseñanzas de sus maestros en el periodo lectivo corres-
pondiente, el tradicional paréntesis de vacaciones estudiantiles llamado Semana del
Estudiante tuvo su apogeo en distintas décadas del siglo pasado y se convirtió en un verdade-
ro derroche de alegría y fraternidad patrocinados por los planteles guayaquileños a través de
sabatinas, verbenas, concursos literarios, encuentros deportivos y, por supuesto, la elección
de reinas y los bailes de gala, que eran el punto culminante de las actividades programadas.
La Semana del Estudiante correspondiente al primer trimestre de labores que solía celebrar-
se la segunda o tercera semana de julio, daba paso a los intensos preparativos de las asocia-
ciones de estudiantes (gobiernos estudiantiles las llaman ahora), deseosas de que su colegio
sobresalga entre sus similares masculinos,
femeninos y mixtos de la ciudad. Para eso
organizaban pregones y murgas a los que
también asistían los parientes y amigos de
los alumnos para gozar con las ocurrencias
y estampas puestas de manifiesto, sin olvi-
dar los demás actos culturales y artísticos.
28 Guayaquil Nostálgico
Nombres conocidos
La maestra Aracelly Consuegra (hoy de Ortiz) cuando era alumna del cuarto curso del Nor-
mal Rita Lecumberri fue proclamada reina en 1958 del colegio técnico Simón Bolívar. Asimis-
mo, Joy Gilbert Jones (Urdesa School), Sonia Coello Proaño (Veintiocho de Mayo), Maruja
Martí Pérez (Dolores Baquerizo), Alice Puga (Americano) y Beatriz Huerta Ortega (Dolores
Sucre). Por aquellos tiempos se revelaron como proclamadores Ángel Duarte Valverde, Ra-
miro Larrea Santos y Juan Alfredo Illingworth. La Universidad de Guayaquil eligió reina a
Nelly Martínez, estudiante de Ingeniera Industrial.
Los festejos de la Semana del Estudiante en el mes de julio movían el comercio porteño, pues
los almacenes de telas, calzado, perfumerías, gabinetes de belleza publicaban anuncios de
ofertas y servicios; los conjuntos musicales y orquestas de renombre igualmente tenían mu-
chos compromisos que atender: casos de la Blacio Jr., América, Los 5 Ases, Pibe Aráuz, Hnos.
Silva, Los Melódicos, Sonora Kerevalú y otros. Los bailes de gala
se hacían en los propios planteles o en
instituciones como Club de Leones,
Asociación de Empleados, y en terra-
zas de los hoteles Crillón, Humboldt y
el Palacio de Comunicaciones.
A
demás de las preparaciones caseras que antaño en manos de abuelas y madres con-
solidaron el prestigio de la gastronomía guayaquileña, también hay que destacar que
la actividad de algunos artesanos y fábricas existentes en nuestra metrópoli durante
las últimas décadas del siglo XIX y la mayor parte del XX ayudó para que la merecida fama
de los caramelos, galletas, bombones y otros confites elaboró en Guayaquil no desaparezca.
Pero antes de emprender un breve inventario de las empresas y locales identificados con
la elaboración de tan sabrosa mercancía que hizo las delicias de grandes y chicos, pobres y
ricos, y además causó más de un contratiempo a algún descuidado diabético, bien vale poner
en el recuerdo esa infinidad de ricos productos hogareños entre los que se disputaban los
primeros lugares los suspiros, barquillos y bizcochos, el candy suiza, las mermeladas y tortas,
etcétera.
Para citar unos cuantos ejemplos, allí los desaparecidos salones Petit Niza, Los Japoneses,
Maulme, La Italia, Fortich, La Bombonera, La Colmena, Italiano, Árabe, La Resbaladera,
Moka, Bongo Soda, Milko Bar, hasta llegar a otros nombres que aún subsisten como La Pal-
ma y Melba, o que resultan contemporáneos para muchos porque atendieron desde antes de
la segunda mitad del siglo anterior.
30 Guayaquil Nostálgico
La emblemática fábrica
La Universal que aún
funciona en Eloy Alfaro
y Gómez Rendón.
En cuanto a las fábricas de caramelos, galletas de toda clase, chocolates, confites, goma de
mascar, bombones rellenos, chocolatines y más deliciosos productos, no hay que olvidar
las emblemáticas La Universal (Segale Norero), La Nueva Italia (Landucci Hnos.), La Roma
(Juan Vallaza), La Nueva Oriental (Humberto Pacheco López), La Unión, La Ecuatoriana
(Gerónimo Gando), La Industrial y La Libertad (César A. Tamayo), La Regalía, Kramel, que
también elaboraban fideos y pastas.
En línea bastante parecida están las pastelerías, que en nuestro medio fueron y son numero-
sísimas. Lo testimonian La Florencia (Jácome Rodríguez Hnos.), La Francesa, y los populares
locales Sucesores de F. Bravo, Dina, La Fuente, California, El Saloncito, entre los más nom-
brados. No hay que olvidar que alguna vez tanto las fábricas como los locales de expendio
de dulces, chocolates y confites en general cambiaron de dueño, ubicación o desaparecieron
finalmente.
Esto es a breves rasgos, si usted recuerda algún nombre no dude en incorporarlo a la nómina
propuesta en esta crónica volandera. Tampoco olvidemos a la colonia italiana establecida en
tierra guayaquileña, que fue una de las mayores propulsoras de la industria de preparación
de dulces, caramelos, galletas y bombones en las últimas décadas del siglo XIX y gran parte
del XX.
Turrones,
galletas y
confites de
La Colmena
gustaron
a nuestros
abuelos.
E
l 7 de agosto de 1924, el dramaturgo guayaquileño Augusto San Miguel (1905-1937) es-
trenó en los teatros Edén y Colón de esta ciudad la película El tesoro de Atahualpa,
considerada el primer filme nacional silente o la ‘iniciación de nuestro arte mudo’, con
argumento, panoramas, costumbres, ambientes y artistas ecuatorianos. Ese acontecimiento
motivó las gestiones del periodista e historiador Hugo Delgado Cepeda para conseguir que
se declare la emblemática fecha como el Día del Cine Ecuatoriano.
Después de varios trámites del profesor Hugo Delgado ante los organismos correspondien-
tes, el 17 de octubre del 2006, el licenciado Raúl Vallejo Corral, ministro de Educación del
gobierno del doctor Alfredo Palacio, firmó el acuerdo respectivo que declaró oficialmente el
7 de agosto de cada año la celebración del Día del Cine Ecuatoriano. Desde entonces la fiesta
sugiere un mayor acercamiento a los pioneros, la evolución y los triunfos internacionales del
séptimo arte que se cultiva entre nosotros.
Embarcados en el carro de la nostalgia, traemos a la memoria los nombres referentes del es-
treno de 1924 que tuvo a la cabeza al cineasta, guionista y actor Augusto San Miguel, principal
de la Ecuador Film Company; Roberto Saá Silva, director artístico; y Evelina Orellana, Anita
Cortés, Francisca White, Julieta Stanford, Alberto García, Augusto San Miguel, R. Matamo-
ros, Eri Van den Enden, Periquín Chumacera, P. Chevasco, F. Zaldumbide, Indio Tamanchen
y Manolo Vizcaíno, actores.
La película El tesoro de Atahualpa, obra de Augusto San Miguel, se rodó en Guayaquil y tuvo
escenas en Durán y las poblaciones ubicadas a lo largo de la vía férrea. Incluyó la obra de
ingeniería ferroviaria la ‘Nariz del Diablo’ y su argumento unió las regiones Costa y Sierra.
El largometraje de una hora de duración era en blanco y negro. Otras películas identificadas
con el dramaturgo San Miguel fueron Se necesita una guagua, rodada en Quito en 1924, y Un
abismo y dos almas, filmada en 1925.
32 Guayaquil Nostálgico
Aviso del estreno de
‘Guayaquil de mis
amores’ en el teatro
Edén.
Teatro Edén
en 1930.
Más testimonios
A la nómina del legado fílmico de San Miguel hay que incorporar muchos nombres de cor-
tometrajes, documentales, películas de 35 mm, mudas y sonoras, coproducciones como las
mexicano-ecuatorianas que estuvieron de moda en la segunda mitad del siglo pasado y, por
supuesto, los largometrajes, que últimamente prueban el rotundo progreso del cine patrio.
Recordemos algunos títulos en esta nota que no es la historia ni el inventario oficial de lo que
ha dado el país en cuanto al séptimo arte.
Allí entonces Guayaquil de mis amores, producida por J. D. Feraud Guzmán con el camaró-
grafo Karl von Hauser; Marihuana, veneno social, del camarógrafo chileno Alberto Santana;
Campeonato Sudamericano de Natación en Guayaquil (1938); Se conocieron en Guayaquil, con
Paco y Elsi Villar, identificada por sus productores Sono Films como la primera película
parlante nacional, y otra sobre los piratas en Guayaquil, una realización de Alberto Santana
filmada en el Cerro Azul.
La película La divina canción, dirigida por Alberto Santana y el trabajo fotográfico de Fran-
cisco Diumenjo, tuvo escenas cantadas por Enrique Ibáñez Mora. Actuaron Ena Souza, Ma-
tilde Olguín, Ernesto Weisson, Alberto Santana y Max Serrano. Aparecen los parques Bolívar
(Seminario) Montalvo; el Malecón, Las Peñas, el bulevar Nueve de Octubre, la plaza San
Francisco (Rocafuerte), el río Guayas, etcétera.
Asimismo, Cautiva de la selva (Libertad Leblanc, Ricardo Bauleo, Antonio Cajamarca, Juve-
nal Ortiz, Vicente Espinales, Orlando Criollo, Abraham Calazacón, Elmo ‘Cura’ Suárez, Kayo
Kanata), y por supuesto las cintas Peligro mujeres en acción, El derecho de los pobres, Caín,
Abel y el otro, que están en la cinemateca de la patria junto con otros valiosos documentales
que en su época hicieron figuras visionarias como el padre Carlos Crespi, Gabriel Tramanto-
na, César Carmigniani y más valores.
Filmes contemporáneos
En la nómina de películas producidas en las últimas décadas del siglo pasado y la primera del
actual tienen obligatoria cita: La Tigra (1990), Entre Marx y una mujer desnuda (1996), Cara o
cruz (2003) y 1809-1810 mientras llega el día (2004), todas de Camilo Luzuriaga, que también
produjo las cintas de 16 mm tituladas Los hieleros del Chimborazo y Chacón maravilla; Sensa-
ciones (Viviana Cordero, 1991), Ratas, ratones y rateros (Sebastián Cordero, 1999) y Un titán
en el ring (Viviana Cordero, 2003).
De igual manera, Crónicas (Viviana Cordero, 2004), Qué tan lejos (Tania Hermida), Esas no
son penas, de Anahí Hoeneisen y Daniel Andrade (2007) y Placer destructivo, del director y
guionista René Jijón, apta para todo público y de 105 minutos, filmada en los parajes de Santo
Domingo de los Tsáchilas. Existen muchas otras producciones que sin tener totalmente la
categoría de largometraje prueban el desarrollo del arte audiovisual ecuatoriano en diferen-
tes niveles o categorías. Recordarlos y acercarse a ellos es lo mejor que podemos hacer en el
Día del Cine Ecuatoriano.
34 Guayaquil Nostálgico
Los festivales y las revistas de gimnasia son parte de
nuestra memoria urbana
Estos certámenes escolares y colegiales contemplados en la Ley de Educación
siempre tuvieron la acogida de todos los involucrados en la enseñanza-aprendizaje y
en la ciudadanía que estaba atenta a su realización.
S
i bien existieron otras épocas del año escolar para también realizarlos, septiembre, oc-
tubre, noviembre y diciembre siempre fueron los meses de ‘ajetreo’ para los centros
educativos primarios y secundarios, masculinos y femeninos, fiscales y particulares.
Sus directores, profesores, estudiantes y padres de familia querían lucirse con la presenta-
ción de los esperados festivales y revistas de gimnasia, contemplados en los programas del
Ministerio de Educación.
Las indicadas revistas de gimnasia, que en ocasiones recibían el nombre de festivales porque
se les incorporaba números especiales, eran otro motivo para que los planteles esmeraran
los preparativos, pues aquello ratificaba la preocupación por brindar una educación integral.
Además, porque aumentaba el prestigio de la institución que las ofrecía incluso a la comuni-
dad en general, que asistía numerosa a observar el programa.
Tales actividades se conocieron desde fines del siglo XIX y se mantuvieron hasta más allá de
la primera mitad del siglo XX. En la preparación de los alumnos durante el año lectivo co-
rrespondiente tuvieron papel decisivo los maestros de grado –cuando la escuela o el colegio
carecían de presupuesto para contar con un instructor especial– y los profesores de gimna-
sia, llamados después de educación física, al generalizarse la aplicación.
Aunque la falta de locales adecuados obstaculizaba la iniciativa de los maestros para enseñar
gimnasia, esos inconvenientes se superaban con el uso de las calles adyacentes al colegio o
la escuela y algún parque o estadio cercano. Los profesores
de la materia y supervisores de la Subdirección de Educación
Física y Dirección Provincial de Educación laboraban conjun-
tamente en pos de mejores resultados.
A pesar de que gran parte de los planteles cuenta con instructores graduados en facultades
universitarias nacionales y extranjeras y que el equipo de gimnasia es parte de la lista de
libros que se entrega al comienzo del curso lectivo, las revistas y festivales que otrora se
ofrecían cumplidamente a la comunidad han disminuido en la actualidad con prioridad para
otros espectáculos, que incluyen a las cheerleaders.
Egresadas del colegio Guayaquil recuerdan el trabajo de las maestras Delia Bajaña Martínez
y Leonor Landires, que las llevaron a un festival gimnástico en Quito.
36 Guayaquil Nostálgico
Los desfiles y cachiporreros colegiales ofrecen
añoranzas y aún se los aplaude
Estos actos y sus protagonistas gozan de acogida, pues sus bandas de guerra y de
música junto con sus cachiporreros alientan el fervor cívico de sus conciudadanos.
C
rónicas y fotografías añosas que reposan en los archivos de medios de información
y de familias guayaquileñas testimonian la atención que siempre merecieron de la
comunidad los desfiles escolares y colegiales destinados a realzar los programas que
elaboran las autoridades educativas en conmemoración del 9 de Octubre de 1820.
Aquello también lo demuestran los viejos álbumes fotográficos sobre la historia de la ciudad
y los que otrora y en los últimos años han editado planteles de entusiasta y reconocida parti-
cipación en estos certámenes. Todos dejan apreciar la asistencia masiva del vecindario, que
estaba atento a cada detalle del acto y aplaudía sin reservas las mejores actuaciones.
Desde que se incluyeron los desfiles de escuelas y colegios para honrar las fiestas octubrinas
de Guayaquil, siempre hubo la patriótica colaboración de sus directivos para una adecuada
presentación de sus respectivos planteles. Esa actitud plausible se mantuvo con el paso de los
años y todavía está vigente como ocurrió a lo largo del siglo pasado.
Los cachiporreros del Guayaquil, Aguirre, Vicente, Alfaro y Huancavilca siempre cosecha-
ron aplausos. Con el advenimiento de otras costumbres los guayaquileños dejaron de acudir
masivamente a los desfiles, pues la televisión los llevó a los hogares y prefirieron quedarse en
casa mirándolos; el cambio de escenario igualmente mermó la asistencia.
Los ensayos de las bandas en sus propios locales o por las calles de la barriada alteraban algo
de su paz, pero eso no molestaba porque era un anticipo de fiestas. Asimismo, los locales de
venta de zapatos, camisas, guantes, etcétera, atendían hasta tarde para que los estudiantes re-
novaran sus uniformes; fotógrafos y laboratorios de revelado aseguraban trabajo por semanas.
Gioconda Minervini,
quien dirige una
escuela de danzas
y ballet, cuando fue
cachiporrera del colegio
Guayaquil en 1972.
38 Guayaquil Nostálgico
El Mejor Ciudadano
R
ecordar a quienes merecieron el título de Mejor Ciudadano de Guayaquil ayuda a
imitar sus obras caracterizadas por el servicio a la metrópoli y a sus vecinos.
El premio Al Mérito Cívico, que servía para reconocer los servicios de importantes persona-
jes de la comunidad, ahora se llama Municipalidad de Guayaquil, pero todavía reconoce el
trabajo de personas e instituciones que aman a la ciudad.
A pesar de que en los diarios locales decayó la costumbre de publicar antes y después del 9
de octubre de cada año el nombre y foto de quien o quienes por su extraordinario aporte al
desarrollo integral de esta metrópoli obtenía el reconocimiento municipal Al Mérito Cívico
o de Mejor Ciudadano, todavía es notorio el interés de la comunidad por conocer a quienes
merecieron la emblemática distinción.
Igual cosa ocurre con el reparto de premios y preseas Al Mérito Artístico, Al Mérito Urbanís-
tico, Al Mejor Educador Municipal, etcétera, que años atrás se entregaban tradicionalmente
en la sesión solemne del Ayuntamiento porteño. Eso era una oportunidad más que tenía la
comunidad para ratificar su aplauso a quienes en verdad se mostraban como sus verdaderos
servidores.
Fue notorio que en pocos casos se otorgó el premio con ligereza o por compromiso político,
pues en la mayor parte de ellos hubo acierto en la selección de los personajes o institucio-
nes merecedoras del reconocimiento. Hoy recordamos algunos nombres que constituyen un
ejemplo permanente de entrega a las nobles causas que determinan el adelanto integral de
la metrópoli.
Entre los galardonados desde 1923 encontramos médicos, jurisconsultos, empresarios, perio-
distas, científicos, filántropos, educadores, etcétera. Tres mujeres, Leonor Hidalgo de Cor-
nejo Gómez, Rosa Lince Sotomayor y María Luisa Valenzuela, recibieron el galardón; en
cambio, este mismo se otorgó posmortem a Asaad Bucaram, quien por razones políticas no
lo recibió en vida pese a que le estuvo asignado.
Similar a Bucaram, las recibieron después de su muerte Gabriel Roldós Garcés y Fran-
cisco Peña Bayona. Cuando el reconocimiento se convirtió en medalla Municipalidad de
Guayaquil, igualmente se la confirieron a los valiosos personajes ya fallecidos Alberto
Borges Nájera, Julio Estrada Ycaza y Armando Romero Rodas, de grata recordación para
la ciudadanía.
Origen de la presea
Por Ordenanza Municipal del 2 de octubre de 1923 se creó una medalla “cuyo tipo era per-
petuo” y serviría para “honrar las virtudes del ciudadano que se haya hecho acreedor a la
En septiembre de 1951 se expidió una ordenanza que con el carácter de ‘definitiva’ determinó
el otorgamiento de las recompensas municipales; y durante la primera alcaldía del ingeniero
León Febres-Cordero Ribadeneyra, el estímulo cambió de nombre por medalla Municipali-
dad de Guayaquil.
Francisco García Avilés Dr. Julián Coronel Leopoldo Izquieta Pérez Leopoldo Benites
Vinueza
40 Guayaquil Nostálgico
Las fiestas infantiles
Las matinés de antaño para festejar a los niños
se recuerdan por los detalles que avivaban las tradiciones
H
asta las décadas del sesenta y setenta del siglo pasado muchísimas familias guayaqui-
leñas mantuvieron la costumbre de festejar el cumpleaños u onomástico de los más
pequeños del hogar con la tradicional matiné, a la que eran invitados los familiares,
compañeros de estudios y vecinos del barrio del homenajeado.
Por lo general, aquella se hacía la tarde del sábado o domingo, aunque el día ‘propio’ haya
‘caído’ a mediados de semana. Padres, hermanos, tías y abuelos colaboraban en la organiza-
ción de la fiesta, pues si no había para las guirnaldas, serpentinas y ollas encantadas se las
preparaba en la misma casa.
Sin embargo, algunos eran los locales adonde iban los jefes del hogar o cualquier encargado
de comprar a precio adecuado lo necesario para la reunión: los almacenes Antepara Palo-
meque, Lilita, Carlín, La Raspa, Santiago, etcétera, para los globos, guirnaldas y juguetitos de
las sorpresas y las ollas encantadas. De igual manera, La Palma, El Saloncito, F. Bravo, Delfín
Noroña, La Fuente y otros para los bocaditos y tortas, que también preparaban algunas co-
nocidas familias de la ciudad.
No faltaban los caramelos y galletas de La Universal, La Roma, Kramel, Loor Rigaíl y más
confiterías que aparecieron en esos años. A la tradicional ‘chicha’ y refrescos se incorporaron
casi de inmediato las diversas marcas de colas, y el plato fuerte del menú fiestero no pasaba
del arroz con pollo servido en vajilla, loza o hierro enlozado.
La costumbre de los mensajes musicales era muy intensa y las radioemisoras como Cristal,
Cóndor, Universal, América, entre otras, los hacían escuchar a cualquier hora del día; las tar-
jetas de invitación se encontraban sueltas o por docenas en las añosas imprentas del centro
de la ciudad: Delta, Lucín, Gutiérrez, Lituma, San José, Santos, Crisol y más similares.
Los payasos, las películas del Walt Disney y los entretenimientos de otro tipo tenían poca
demanda y los pequeños invitados se limitaban a escuchar canciones o rondas infantiles
acordes con su edad. Los concursos de ponerle la cola al burro, el huevo con la cuchara, en-
sacados o romper la olla encantada (rebautizada como piñata), las rondas, eran los números
que esperaba la concurrencia.
Pero los tiempos cambiaron y a las fiestas infantiles del setenta en adelante se sumaron al-
gunas novedades, pues los artistas empresarios ofrecieron a los interesados programas com-
pletos con payasos, magos, películas y shows con disfrazados que imitaban a los personajes
de series infantiles de televisión.
Para los que tienen recursos económicos o se preparan con tiempo, actualmente les resulta
cómodo alquilar un local de eventos, que incluye lo necesario: títeres, payasos, cine, caritas
pintadas, mimos, filmación, pantalla gigante, bufés y algún menú rápido que suele consistir
en hamburguesa o hot dog, y por supuesto, la piñata de cartón o cartulina, que dejó atrás a la
olla encantada, que era de barro.
Las matinés actuales ya no comienzan a las cuatro o cinco de la tarde, sino más tarde. Has-
ta los fotógrafos resultan raros, ya que familiares y amigos captan las fotos con celulares y
cámaras digitales. Los saludos radiales se escuchan poco y las velas de las tortas, asimismo,
son diferentes. El baile de la botella, el reggetón y otros ritmos modernos sustituyeron a las
rondas en las fiestas infantiles. La vajilla de plástico (platos, cucharas y vasos) es común, al
igual que las pantallas gigantes.
42 Guayaquil Nostálgico
Uniformes y escarapelas escolares
Uniformes y escarapelas son imágenes
inconfundibles de antiguos y queridos colegios
que están inscritos en la memoria de la ciudad
D
urante los meses que comprende el ciclo escolar en nuestra región, generalmente de
abril a enero, quien se moviliza a pie u ocupando algún vehículo por distintos secto-
res de nuestra urbe puede observar repetidamente a estudiantes colegiales que solos,
acompañados de familiares o en bulliciosos grupos se dirigen presurosos a escuchar clases o
salen contentos de sus centros de estudio al término de cada jornada de trabajo.
Dentro de aquella estampa normal y cotidiana que imprimen los jóvenes e incluso niños a
nuestras calles en la época de estudios, existe un detalle que resalta a la vista: el uniforme del
establecimiento al que pertenecen y que, por la antigüedad y el prestigio que han forjado, re-
sultan muy conocidos y también testimonian el importante quehacer educativo que la capital
guayasense atesora como parte de su historia e identidad.
Qué ciudadano podrá negar que cuando tiene frente a él a una o algunas alumnas del colegio
Dolores Sucre las identifica inmediatamente por su uniforme blanco en cuyas mangas están
las ‘alitas’ almidonadas. Quién podría equivocarse al ver en las camisas de los educandos que
pasan a su lado luciendo bordadas o cosidas en el bolsillo de su camisa las siglas VR (Vicente
Rocafuerte) o AA (Aguirre Abad).
Esto constituye una incuestionable verdad que se fortalece mucho más al hablar de los uni-
formes de los colegios Guayaquil, Rita Lecumberri, Veintiocho de Mayo y otros centros, cu-
yos directivos mantienen la tradición de sus uniformes, tal como lo hacen sus colegas parti-
culares laicos y religiosos San Francisco de Asís, Inmaculada, Mercedarias, Instituto Coello,
Providencia, Matilde Amador, etcétera.
Pero la buena intención de varios rectores por conservar el emblemático traje topó con una
disposición ministerial por la adopción del uniforme único y eso ocasionó que algunos co-
legios, en especial fiscales, perdieran la tradición e identidad. Los que defendieron esa parte
de su historia institucional lograron vencer obstáculos e hicieron prevalecer lo que ya estaba
arraigado en la vida cotidiana guayaquileña.
Pese a los inconvenientes con que tropieza la educación, resulta muy grato evocar capítulos
como este que avivan añoranzas y el amor de familias enteras por los colegios que acogieron
en sus aulas a uno o varios miembros de la prole. Recortes de periódicos, álbumes familiares,
revistas conmemorativas también dan cabida a hermosas gráficas en las que resaltan los tra-
dicionales uniformes y escarapelas colegiales.
44 Guayaquil Nostálgico
Las agencias de publicidad también se identifican
con la historia porteña
Dibujantes, pintores y estudios artísticos
crearon excelentes anuncios de múltiples
productos que se arraigaron en la comunidad.
N
o solo para los meses tenidos como los de intenso movimiento comercial en nuestro
medio, casos de julio, octubre y diciembre, sino del resto del año, que con sus cele-
braciones sociales, cívicas e incluso religiosas incrementa la actividad mercantil, el
aporte de las llamadas agencias de publicidad es importante, porque gracias a las genialida-
des y creaciones que salen de sus estudios el público consumidor atiende las sugerencias en
favor de una determinada promoción o algún producto de uso masivo.
Tomando como referencia la segunda mitad del siglo XX, las diversas ediciones de El Uni-
verso muestran característicos trabajos (anuncios) de las numerosas agencias de publicidad
o de los ‘creativos’ particulares que desarrollaron una importante labor en la ciudad y ade-
más se convirtieron en verdaderas escuelas para los que incursionaron en la rama. Como
resulta imposible detallar tantos emblemáticos nombres, mencionamos algunos: Inca, Uno,
Gong, Símbolo, Roa, Huerta, Bravo, MM, Nelson, Omega, Eco, Chávez, Pagés y Cía., J. de la
Rosa, Méndez, Espinel, Ran. Ago. Legarda, Iris, R. Betancourt, Swett y por supuesto, Bolívar
Villacís Robles..
Un aviso
diseñado en los
escritorios de
la agencia Inca,
una de las más
populares de
Guayaquil en la
segunda mitad
del siglo pasado.
Asimismo, Andina BBDO, Norlop Thompson, Veritas, Rivas & Herrera, Publicidad Torres,
OPC, Ago, Ley, Idea, C y B., J. García, etcétera, hasta llegar a las contemporáneas como Ma-
ruri Comunications Group, McCann Erickson, Creacional D’ Arcy S.A., Degraph, Creacional,
Spektra, Qualitat, Maktub, Sicrea, Swichmedia, TalenMark, Traffic, Publicom, Vip Publicidad,
Artic Publicidad, Citra Publicidad, Soltivery, Aquelarre, entre muchísimas otras que tienen
sedes y sucursales en Quito, por ejemplo, cambiaron de nombre, desaparecieron o renovaron
sus filas sin olvidar sus servicios que las ha hecho ganar premios nacionales e internacionales
que ameritan su actividad.
Revisar las páginas de los diarios locales y encontrarse con la más interminable cantidad de
propagandas sobre productos de diversa índole, una más llamativa que otra, es también aden-
trarse en los campos de la añoranza, pues familias enteras con abuelos, padres e hijos, las
escucharon o tuvieron ante sus ojos regalándoles, al margen de lo estrictamente comercial, un
rato de diversión y hasta de conocimientos gracias al acierto con que fueron creadas.
46 Guayaquil Nostálgico
El servicio de las agencias funerarias se inscribe en la
memoria guayaquileña
Desde los albores de la ciudad las funerarias sirven a todos los estratos sociales
varios de sus propietarios legaron a sus familias el negocio, por lo que hay apellidos
fácilmente identificables con la importante actividad.
A
unque las costumbres de velación y sepelio de un cadáver cambiaron en las últimas
décadas del siglo pasado, resulta imposible olvidar los nombres de las agencias fu-
nerarias, pompas fúnebres o simplemente funerarias cuando repasamos los alcances
de tal servicio que es ineludible en el tránsito vital de cualquier ser humano y, en el caso de
referencia, al vecino del Puerto Principal.
Si bien van quedando para el recuerdo los cortinajes negros, plomos o blancos que a la en-
trada de una casa anunciaban que allí se velaba a alguna persona mayor o menor de edad, y
el uso del botón negro en el bolsillo de la camisa o la banda del mismo color en el brazo para
avisar a los demás de que su interlocutor estaba de luto, la labor de las funerarias continúa
vigente y por ello hay guayaquileños que recuerdan con cierto aire de gratitud y hasta orgullo
que la mayoría de sus parientes fallecidos contaron con el aporte de esos establecimientos o
negocios para llegar como es debido a su última morada.
Desde que se conoció la atención de las agencias funerarias, estas hicieron constar una lar-
ga lista de servicios a sus favorecedores: elegantes carrozas tiradas por caballos o mulas,
cargadores, plañideras o lloronas, cajas o cofres de madera de acuerdo con los recursos del
cliente, ofrendas florales, etcétera. Posteriormente, con la modernización se establecieron y
ampliaron tales servicios y hubo las carrozas motorizadas, los avisos en los periódicos, las
misas de cuerpo presente y otras novedades que la gente trajo consigo después de sus viajes
al exterior.
Por lo general, la mayoría de los servicios exequiales que ofrecen las corporaciones consta
de cofre, sala de velación, café o agua aromática para los asistentes, carroza, formolización,
cargadores de servicios, capilla ardiente, trámites de Sanidad y Registro Civil, arreglo floral,
cargadores de sepelio, bóvedas, lápidas, cremación, seguro de desgravamen, sin olvidar la
misa y los músicos. Las funerarias hacen los trámites de compra de bóvedas y adicionan
mensajes radiales o avisos por los periódicos locales.
En cuanto a los nombres antiguos y recientes de las agencias funerarias o pompas fúne-
bres porteñas existe un buen número de ellas, que incluye a la Junta de Beneficencia de
Guayaquil, Asisclo G. Garay, Francisco Izquierdo, Modesto Moncayo, Alberto Reyes, José
J. Gavilanes, José Lupercio Castillo, N. Torres, I. Torres, E. Alache, F. Alache, E. Alache
E., Alache de Alvarado, Vargas Z., Córdova, Ortiz Tutivén, León, Córdova, Chuchuca, G.
Fuentes, Garay, González, Minda Cedeño Hnos., León, Olivares, entre muchas otras que
están ubicadas por distintos sectores de nuestra metrópoli para atender a quienes acuden
en cualquier momento.
Algunos miembros de la familia Alache son muy populares por dedicarse a esta actividad;
Modesto Torres Alvarado prácticamente patentó el calificativo de El Cónsul del Cielo, por
los avisos de su funeraria que hacía difundir a través de radio Cristal. La Beneficencia Muni-
cipal mantuvo por largos años un servicio de pompas fúnebres.
Como testimonio del servicio de las agencias funerarias o pompas fúnebres, el 7 de julio
de 1930 se publicó este aviso en diario El Universo: “La funeraria de Moncayo avisa que hoy
(mañana y tarde) recorrerá la ciudad, en exhibición, la moderna auto-carroza adquirida por
esa casa”.
La funeraria
Garay
atendió por
varios años.
48 Guayaquil Nostálgico
Los caramelos ‘rompemuelas’ se venden y traen
recuerdos
Llamados también de ‘bolas’,
fueron las colaciones que
entretuvieron a los niños
y mayores de décadas atrás.
T
eresa de Jesús Manzano Escobar, nacida hace 79 años en Huachi Grande, sector
muy cercano a Ambato, Tungurahua, es propietaria de uno de los más antiguos
puestos de confites que hay en el Mercado Central, por la puerta de la calle Seis de
Marzo entre Clemente Ballén y Diez de Agosto. Rodeada de incontables paquetes gran-
des, pequeños y de diversos colores que contienen galletas, caramelos y otras preparacio-
nes industriales y artesanales, ella manifiesta con emoción cuando se la invita a recordar
aquellos dulces que hace varias décadas los vendía directamente o los entregaba a otros
pequeños comerciantes.
Entre los nombres que evoca están los chupetes, maní bañado de dulce, envasado en cucuru-
chos de papel de empaque y celofán, ‘cigarrillos’ de manjar de chocolate, suspiros, besitos,
chupetes con chicle, roscones, melcocha y, por supuesto, aquellos caramelos redondos y
grandes con rayitas de color café o rosado que se vendían en la tienda del barrio, los quios-
cos esquineros y afuera de las escuelas con la popular denominación de ‘caramelos de bola’
o ‘rompemuelas’.
Indica que le da gusto mencionarlo, porque a pesar de que actualmente hay caramelos de
diferentes tamaños, colores, sabores y llamativas envolturas, los de ‘bolita’ o ‘rompemuelas’
todavía se venden para deleitar a los niños. Era común ver a los chiquillos inflada su mejilla
derecha o izquierda, mientras esperaban que el caramelo se deshiciera en su boca, si es que
no tomaban la decisión de masticarlo. Por eso es que algunos sufrían accidentes en su frágil
dentadura y de allí entonces lo de ‘rompemuelas’..
“Antes venían al granel, en tarros y dábamos un puñado por una peseta o ‘dos reales’ y hasta
servían para la ‘yapa’; ahora se venden en fundas de 40 unidades a 50 centavos de dólar”, expli-
ca. En su local, que atiende de 06:30 a 17:30, de domingo a domingo, Teresa de Jesús Manzano
tiene la ayuda de sus nietos Giovanny y Liliana Salgado y su sobrina Magdalena Salinas, que
corroboran las expresiones de su abuela y tía sobre los tradicionales caramelos.
Los 47 años que tiene como dueña del negocio la autorizan a saber exactamente los gustos
de los clientes mayores y de los chiquillos que también llegan por allí a buscar figuritas de
álbumes, carritos y soldaditos de plástico, etcétera, agrega a la conversación.
Son, pues, los caramelos ‘rompemuelas’ o de ‘bolas’ otro de los ingredientes inscrito en el
inventario del folclore social y ergológico (comidas, dulces y bebidas), que felizmente no
desaparece y sirve para entrar en los caminos de la añoranza.
D
esde las últimas décadas del siglo XIX hasta la primera mitad del XX, el servicio y ne-
gocio de las piladoras y molinos de arroz ayudó sobremanera al desarrollo comercial
de Guayaquil y le dio un sello inconfundible a su imagen urbana tal cual lo hacieron el
cacao, café y otros productos que se consumieron en el país o eran enviados a otras naciones
por las numerosas casas exportadoras existentes.
Tales locales se incrementaron cuando en los hogares campesinos y aun urbanos poco a
poco se descartó la tradicional y poética costumbre de dejar lista la gramínea para el consu-
mo humano mediante el procedimiento manual con la ayuda del pilón, mano y otros acceso-
rios. Asimismo, por la llegada de una novedosa maquinaria que abrevió tiempo, trabajo y, por
supuesto, impulsó la producción y comercialización del producto en la nación y fuera de ella.
Tan común como fue observar en populares sectores guayaquileños los establecimientos que
compraron y vendieron cacao y café no sin antes asolearlos y ensacarlos en amplios patios,
tendales e incluso las calles circundantes donde se ubicaron, los dedicados al arroz también
protagonizaron simpáticas estampas con el arroz al término de su viaje en lanchas y camio-
nes desde poblaciones del Guayas, Los Ríos y lugares cercanos al Puerto Principal.
La mayoría de las piladoras del Guayaquil antañón que ahora son parte de su memoria, estuvo
en las inmediaciones de los barrios de La Atarazana, el Astillero, el Camal y Centenario, gene-
ralmente a orillas del río Guayas, pues eso facilitó la movilización del producto por muelles y
embarcaciones. La febril acción de empresarios y obreros complementó el cuadro caracterís-
tico del comercio local que formaron fábricas, aserríos, curtiembres, tiendas, etcétera.
Instalaciones de la máquina
de pilar del Astillero en
1909.
50 Guayaquil Nostálgico
Cuando en las propias zonas productoras del grano se instalaron servicios similares, las pi-
ladoras guayaquileñas perdieron su razón de ser y pasaron al baúl de las remembranzas, sin
que se descarte eso sí el vital papel que tuvieron en el afianzamiento del comercio porteño
y el desarrollo regional. Muchos testimonios ratifican la importancia de dichas empresas
que todavía siguen vivas en el recuerdo de incontables guayaquileños testigos de su trabajo
fecundo.
Nombres emblemáticos
Ensayamos entonces un breve inventario de esos comercios más conocidos que sus propie-
tarios en anuncios de diferentes tipos, incluidos los de los periódicos como El Universo los
solían mencionar como ‘fábricas’ de pilar arroz. Entre ellos están la Máquina de Pilar del
Astillero, de Pomeyrol y Pons, establecida en 1892, en Vivero y Los Andes (García Goyena),
y La Colombia, fábrica de pilar arroz, de Francisco E. Ortiz, en la avenida 3ra. Industria (Eloy
Alfaro).
No hay que olvidar La Fama (Vivero entre Azuay y Oriente, frente al río Guayas), San Pa-
blo (Robles 501 y Francisco Segura), Castelar (San Martín 311 y Chimborazo), San Luis (Vi-
vero 501, al lado del Arsenal de la Marina), Ecuador (Malecón y El Oro), Cóndor (Cham-
bers y Robles, de Carrera y Nuques), Guayaquil (Chambers y Vivero, establecida en 1936
por Pedro J. Méndez Navarro) y Molino Nacional C.A. (Cinco de Junio y General Gómez,
de José Pons).
También la de la Casa Española (Vivero y Vacas Galindo); San Antonio, de Enrique J. Me-
néndez G., en El Oro 101; y la Nuques, de Francisco C. y M.G. Nuques, en la avenida Cuba,
actual Domingo Comín. Igualmente las que estuvieron localizadas en La Atarazana como la
Sucre, llamada antes Elvira, de Leopoldo Umpiérrez; la América y la Piladora Modelo, del
Banco Nacional de Fomento, una de las más grandes y más modernas con silos para almace-
nar miles de quintales, entre otras como la piladora La María, de la Compañía de Cervezas
Nacionales, y los Molinos Guayas.
La piladora Modelo,
ubicada en La
Atarazana, junto al río
Guayas.
P
ropagandas publicadas en periódicos, revistas, calendarios, anuarios, volantes, etcéte-
ra, en las últimas décadas del siglo XVIII y toda la centuria pasada, dan cuenta del nota-
ble desarrollo que tuvo y aún mantiene en nuestra ciudad el negocio de las lavanderías
y tintorerías, que con su aparición también ayudaron a ahorrar tiempo y salir de apuros en el
seno familiar cuando por algún motivo las amas de casa o lavanderas contratadas no pudie-
ron cumplir con su valiosa tarea de tener las prendas de vestir en su punto en los momentos
de mayor apremio.
Si bien es cierto que con la apertura cada vez más numerosa de estos establecimientos algu-
nas personas dedicadas al oficio de lavanderas han visto afectada su ocupación y mermados
sus ingresos, muchas familias que no contaban con ese apoyo por diversos motivos recurren
desde entonces a los servicios que dan las lavanderías y tintorerías con el lavado, secado y
planchado de cualquier prenda de vestir (ternos, vestidos, abrigos, camisas y más), además
del teñido y el alquiler de ternos y esmóquines.
Hoy, en incontables hogares porteños está olvidado el ritual semanal del lavado de ropa (ja-
bonado, enjuagado, hervido, almidonado, planchado) no solo por la falta de tiempo sino por-
que la textura de la vestimenta no exige tales pasos; nada entonces de ponerle cáscara de na-
ranjas al momento de hervir las piezas ni tampoco agregar el añil (pan de azul) en momentos
de almidonar, especialmente la ropa blanca.
52 Guayaquil Nostálgico
En cambio, la automatización de las lavanderías instaladas en estratégicos puntos de Guaya-
quil, donde los propios clientes pueden realizar la tarea o pagar por solo el lavado por libras
de ropa, torna más inmediato la realización del servicio porque en cuestión de horas se pue-
de tener lista la indumentaria. En esta época contamos con grandes empresas de lavado que
tienen muchas sucursales y otras pequeñas que sirven al barrio y clientes asiduos de otros
sectores.
Nombres tradicionales
Como parte de la extensa lista de tradicionales lavanderías con lavado al vapor, al seco y
al agua, y las tintorerías que hacían maravillas con el cambio de colores para las mismas
prendas recordemos La Lira, La Central, Silueta, Imperial, Royal, América del Sur, Minerva,
Europea, Guayaquil-Eléctrica, Inglesa, La Competidora, Ecuador y La Rápida.
Otras más contemporáneas son Electrónica, La Única, Sun Bright, Speed-o-Matic (lavado al
peso), Secomático, La Química, Snow White, Una Hora Martinizing, Lindeza, Guayas, Unión,
etcétera.
Lavandería ‘La
Única’ y sus
servicios.
A
unque hay muchos cantantes, cómicos y actores ecuatorianos y extranjeros que per-
manecen en la memoria de quienes nacimos al comienzo de la década del cincuenta
y los escuchamos y vimos actuar durante varias décadas de la centuria pasada, esta
vez centramos nuestra remembranza en el pequeño cantante y actor español Joselito (José
Jiménez Hernández) y los cómicos Los Huasos Chilenos (Jaime Reinoso, ecuatoriano, y Do-
mingo Fuentes, chileno).
Por su hermoso timbre que le hizo ganar el apelativo de ‘El niño de la voz de oro’, Joselito se
convirtió en ídolo de la niñez y de mucha gente adulta; asimismo, por su actuación en algu-
nas películas con apropiado mensaje en las que compartió los roles estelares con Libertad
Lamarque, Sara García, Mary Carmen Alonso, Manolo Zarzo, Luis Aguilar, Fernando Luján,
‘Pulgarcito’ y otros renombrados artistas del cine español y mexicano.
Joselito, el niño de la
voz de oro.
54 Guayaquil Nostálgico
co, Saeta del ruiseñor, Las aventuras de Joselito y Pulgarcito, El pequeño coronel, etcétera, que
muchachos y mayores acudíamos a ver en vermú o matiné en nuestros añorados cines ‘gran-
des’ o de barrio como Nueve de Octubre, Olmedo, Ponce, Olimpia, Central, Azteca, Porteño,
Ecuador, Paraíso, Gloria, Fénix, Guayas, Quito, Encanto, etcétera.
Joselito visitó Guayaquil en abril de 1959 y ofreció actuaciones en el cine Nueve de Octubre,
que coincidieron con el estreno de su película Saeta del ruiseñor; se alojó en el hotel Hum-
boldt del Malecón. Mas él creció como nosotros y su voz cambió. Después se supo de su
ocaso como estrella del cine y la canción, y con mucha pena leímos que tenía problemas por
tenencia de droga. Posteriormente ya no se escucharon noticias de quien fue nuestro héroe
y que muchos pequeñuelos imitaron como cantante.
Los Huasos Chilenos también estuvieron vigentes muchos años en el ambiente artístico gua-
yaquileño, pues participaron en programas radiales, festivales, ferias y espectáculos simila-
res, en los que ponían su cuota de comicidad y llamaban a la risa del público joven y adulto
sin caer en vulgaridades. Esta pareja de cómicos se acompañaba con una guitarra y tras im-
provisar diálogos jocosos hacía escuchar canciones populares y estribillos que todavía se
recuerdan.
Un programa muy popular que protagonizaron los Huasos Chilenos fue ‘Sonrisas en el aire’,
que se escuchó principalmente en las radioemisoras América y Cristal. Pero ellos actuaron
en otros espacios como ‘Recreación Popular’, de radio Rocafuerte, en el antiguo teatro al
aire libre Bogotá. Las páginas de diario El Universo igualmente recogen avisos de la Feria
Ganadera de Litoral, los festivales de los teatros Nueve de Octubre, Fénix y Central, donde la
‘cuota de los Huasos Chilenos era importante.
Domingo Fuentes, el ‘Flaco’ del dúo, murió en abril de 1973, después de estar radicado más de
20 años entre nosotros. Oportuno, pues, embarcarse en el carro de la añoranza y poner en la
mente algunos de los muchos pasajes del aquel Guayaquil antañón tan lleno de arte, música
y un sabroso anecdotario.
S
i bien está casi extinguido de nuestros barrios el antañón y romántico grito ¡Hay que
soldar!, ¡Soldaaar!, llamando a los vecinos, en especial madres y jefas de familia, para
que hagan tapar los huecos de sus utensilios de cocina y casa en general, como ollas,
lavacaras, viandas, bacinillas, jarras, etcétera, porque la mayoría de los hogares usa prefe-
rentemente el plástico y el hierro enlozado, todavía hay personas y talleres que trabajan con
la hojalata que toma forma de aparatos útiles y populares: cedazos, achioteros, filtros para
‘pasar’ el café, candiles, rallos, jarros y otros similares.
Muchos guayaquileños, a más del pregón patentado por el tapahuecos, también recuerdan
los numerosos establecimientos que en distintos sectores de la metrópoli como Villamil,
de Mejía a General Franco, Cinco Esquinas, Pedro Pablo Gómez y Lorenzo de Garaycoa se
dedicaban a confeccionar desde tinas de baño, moldes para tortas hasta los clásicos tarros
de diferentes tamaños para guardar y/o comercializar la leche, platos para balanza, baldes,
cascos para bomberos y bandas de guerra estudiantiles, chisguetes para agua en carnaval,
embudos y canalones para el agua lluvia.
Brindaban esos lugares un espectáculo especial, pues en medio del humo que despedían los
cautiles que primero se calentaban en braseros (carbón) y después con el fuego de sopletes
de gasolina y gas para conjuntamente con el ácido muriático derretir la soldadura (plomo),
surgía la diversidad de utensilios domésticos logrados por los hábiles hojalateros, reconoci-
dos como verdaderos escultores que daban el toque justo al acabado de sus creaciones, que
incluían los juguetes (cocinas, ollitas, coches para muñecas, pitos) y más motivos para la
diversión de los niños de hogares pobres.
Carlos Carchipulla,
antiguo artesano de
la hojalatería.
56 Guayaquil Nostálgico
Solo como ejemplo de los muchos talleres que hubo desde antes del siglo XX y que se
incrementaron o desaparecieron al paso de los años a tal punto que formaron su propio
gremio (Sociedad Mutua de Hojalateros), anotamos los de los maestros Eleodoro León,
Rafael Landaburo, Pedro Urquiza, Joaquín Soto, Alejandro Carvajal, Luis Grijalva, Juan
Arámbulo y Carlos Carchipulla. Con la llegada del plástico y otros materiales la deman-
da de la hojalata comenzó a declinar y ahora son pocos los talleres. Observamos algunos
activos en Los Ríos y José Vicente Trujillo, Seis de Marzo y Maldonado y Noguchi y
Ayacucho.
Son pocos talleres que quedaron de la extensa lista. Un buen número se replegó a los barrios
suburbanos y desde ahí entregan sus obras a los negocios de venta de artesanías y utensilios
domésticos que observamos con líneas tradicionales y material mejorado en los alrededores
de la ‘Bahía’ e iglesia de San José, Plaza de la Integración, mercados Central y Artesanal,
Garaycoa y Luque, más sectores de la metrópoli y las ferias populares que se organizan en
poblaciones guayasenses.
Aviso de una
hojalatería del siglo
pasado.
E
l sostenimiento de que los periódicos
son inagotables canteras de informa-
ción y cultura que en gran parte de sus
noticias incluyen expresiones del folclore
lingüístico y narrativo moribundo o rena-
ciente, etcétera, y que aquellas dan cuentan
de las situaciones propias de la sociedad que
las genera, se ratifica en esta nota volandera
que recoge algunas novedades reveladoras
de cómo se manejaba el quehacer citadino
del país, pero especialmente de nuestra ciu-
dad, en distintas décadas del siglo XX, según
lo que publicó El Universo.
Ya en materia, ahí está la noticia del jueves 7 de abril de 1932 que originó el prior de la igle-
sia de Santo Domingo de Guayaquil, padre Antonio Alarcón, de la orden de los dominicos,
quien visitó al Ministro de Obras Públicas y al Gobernador del Guayas para indicarles que
no era verdad que hubiese sacado el martes 5 de abril a procesión pública la imagen de San
Vicente de Ferrer, pues ella se efectuó en los corredores del templo, como se hace siempre.
El religioso les dijo que el Intendente de Policía le hizo imponer del Comisario IV Nacional
una multa de 30 sucres.
58 Guayaquil Nostálgico
En el Guayaquil
antañón se exigió
a niños y adultos
andar calzados,
especialmente en
las calles céntricas.
También consta la información policial sobre el ciudadano Manuel Vaca, quien durante un
fenomenal escándalo en el cabaré de María Morán, situado en Juan Montalvo y Escobedo,
quedó malherido de una oreja por el mordisco que recibió de un contrincante. Resalta la
noticia que Vaca quedó con su órgano en el suelo y que lloroso lo recogió para salir de inme-
diato en un automóvil rumbo al hospital Luis Vernaza donde lo operaron, pero la oreja quedó
fuera del sitio. La noticia es del miércoles 19 de mayo de 1954.
De igual manera, tenemos la nota que publicó El Universo el lunes 14 de septiembre de 1925:
“Desde ayer esta ciudad estuvo en una continua agitación de parte de los moradores pertene-
cientes a la clase pobre. Esta agitación la provocó el decreto dictado por el intendente del Gua-
yas, S. V. Guerrero, para que nadie anduviera descalzo por las calles. Los principales almacenes
eran visitados por los compradores de zapatos y las principales calles, donde el comercio es ma-
yor, se veían atestadas de carboneros, cargadores, etcétera, que presurosos trataban de acatar
las disposiciones de la autoridad”.
La noticia finalmente consignaba: “En diferentes lugares se habían establecido pequeños alma-
cenes donde se vendían diferentes clases de zapatos a bajo precio. La mayor parte de los pares
de zapatos que se vendieron eran del número 40 hasta 44. Algunos individuos que salían de los
establecimientos se dieron más de una caída por la poca costumbre de llevarlos puestos”. Cosas
de la vida del Guayaquil que se fue.
Uno de los
álbumes de
mayor acogida
en la centuria
pasada.
L
a reciente conmemoración del primer centenario del nacimiento del profesor, perio-
dista e historiador Francisco Huerta Rendón (1908-1970), quien con el patrocinio de
Publicaciones Educativas Ariel, de Tomás Rivas Mariscal, editó en 1965 los álbumes de
cromos Así nació Ecuador y Conozca Ecuador, que tuvieron inmensa acogida ciudadana por
su didáctico y valioso contenido y por lo novedoso de su impresión, ha puesto en nuestra
memoria otros nombres de similares trabajos que han aportado al desarrollo de la educación
y al sano entretenimiento de varias generaciones de ecuatorianos.
60 Guayaquil Nostálgico
Álbumes editados al
finalizar el siglo XX.
Los padres (mamá y/o papá), abuelos, tíos, hermanos mayores entraban en la ‘colada’ cuando
por encargo del coleccionista iban a los sitios de expendio (por ejemplo Guimsa, en Diez de
Agosto y Pedro Carbo, Mercado Central, Bazar Santiago, etcétera) por los cromos que falta-
ban y hacían canjes adelantados para que el álbum estuviera lleno a tiempo y así tenga la op-
ción de alcanzar algún buen premio tras el ritual del sellado. En este ir y venir hubo álbumes
que se perdieron o robaron con la consiguiente desazón para los dueños que habían gastado
sus ahorros y acometido inusuales transacciones en pos de las figuras difíciles.
Pero en medio del trajín que suponía la llenada del álbum, además de conseguir aquello
quedaba el recuerdo de la familia ayudando a verificar el cromo, engomándolo y pegándolo
en su lugar. Además, el gusto de leer y compartir con todos los textos de los casilleros y cro-
mos que tenían datos de suma importancia. Por ello, sin descartar los emblemáticos confites
Limber, K-O y otros que circularon desde antes de la primera mitad del siglo pasado con un
diseño diferente a los álbumes contemporáneos mas sí un mensaje orientador, hoy revisamos
una extensa lista que el amigo lector ayudará a incrementar.
Allí entonces La vuelta al mundo en 80 días, Nuestra fauna y flora, El mundo de los inventos,
Monedas del mundo, Extraño universo, Nuestro maravilloso universo, Historia del transporte,
La maravillosa historia ecuatoriana, Lo sé todo, Ecuador histórico: Triunfo del Cóndor, Mundo
animal, Mundial de fútbol, Descubrimientos científicos, Las razas, La salud e incluso El hombre
araña y El Santo, que forman la extensa nómina de álbumes editados sobre infinidad de te-
mas que todavía se venden en las puertas de ingreso a escuelas, colegios y tiendas barriales.
Asimismo están los nombres de empresas editoriales y pequeñas imprentas que especiali-
zaron gran parte de su actividad en la edición de estos materiales. Como buen testimonio de
aquello constan Publicaciones Educativas Ariel, Policromos y Luis Chonillo asociado con
Guimsa y otras entidades auspiciantes para la difusión de los textos, revista Estadio, Artes
Gráficas Senefelder, Ermel Aguirre González y muchos que escapan a este breve recuento
sobre los álbumes que primero fueron de pocos colores, después multicolores y con los cro-
mos holográficos.
Aunque nuevas alternativas como la internet y otros tipos de publicaciones han hecho dismi-
nuir esta actividad editorial, de todos modos resulta innegable el aporte didáctico y divertido
de los álbumes de cromos.
A
ntes de que la norteamericana Anna M. Jarvis (1864-1948) consiguiera en su país la
primera celebración dedicada a las madres en 1908, hace exactamente un siglo, y la
oficialización en 1914 de la fiesta anual para el segundo domingo de mayo, pueblos de
la Grecia antigua y de la Inglaterra del siglo XVII ya realizaban jornadas conmemorativas
inspiradas en el sagrado ser. Qué decir de los cultores de las bellas artes (pintura, escultura,
música, etcétera) que a lo largo de la historia hasta la época contemporánea no cesan de en-
tregar hermosísimos temas que resaltan aquel emblemático rol de la mujer.
Sin olvidar las sabias sentencias populares ‘el Día de la Madre es todos los días’ y ‘madre hay
una sola’, desde la segunda década del siglo pasado el festejo anual adquirió matices de ver-
dadera espiritualidad, aunque con el correr de los años lo absorbió un exagerado mercantilis-
mo que desplazó el obsequio
de una flor o una sencilla tar-
jeta por los electrodomésticos,
automóviles, viajes intercon-
tinentales y otros tantos des-
lumbradores obsequios que se
promocionan con suma antici-
pación por radio, televisión y
periódicos.
62 Guayaquil Nostálgico
El primer monumento
a la madre se erigió
en 1948 en Lorenzo
de Garaycoa y Padre
Solano, en Guayaquil.
novia y ¡Oh pintor!, de Julio Jaramillo; Quiero verte madre, de Los Montalvinos; A la sombra
de mi mama, por Leo Dan; Mamá vieja, por Los Visconti; Mamá, por Danielito; Encargo que
no se cumple, por Tito del Salto y más temas en ritmo de tango, bolero y vals que anticipada-
mente al día de la celebración inundaban el vecindario con sus estribillos.
Las serenatas –o ‘serenos’– nunca faltaban. Al pie de balcones de elegantes casas y de venta-
nas de modestas viviendas se escuchaban solistas, dúos y tríos contratados por los familiares
de las homenajeadas. Ahora las canciones grabadas sustituyen a los músicos que en ‘vivo
y directo’ emocionaban a la barriada cuando cumplían el encargo. Los cines programaban
funciones con bellas películas y jamás faltaron Madre India, con la actriz Nargis; Cuando
los hijos se van, El hijo pródigo, Madre querida, Los hijos que yo soñé, protagonizados por Sara
García, Libertad Lamarque, Carlos López Moctezuma y Fernando Soler.
En cuanto a los regalos, la gente tomaba las cosas con calma. Colonias, pañuelos, jabones,
abanicos y otros sencillos presentes ayudaban a salir del apuro a los de escasos presupuestos.
Una gran cantidad de comerciantes ofrecía obsequios para las madres en vistosas envoltu-
ras de papel celofán rojo o verde en los alrededores del Mercado Central y otros sitios de
masiva concurrencia. El Cementerio General recibía la masiva presencia de familias, cuyos
miembros portaban ramos de flores naturales y artificiales luciendo la tarjeta de saludo a las
madres que allí duermen el sueño eterno.
En verdad, algunas costumbres del Día de la Madre solo son añoranzas. Desapareció la de-
signación de la madre que con mayor número de hijos era premiada por la Municipalidad de
Guayaquil, y en el parque dedicado a la madre, en Lorenzo de Garaycoa y Padre Solano, ya
no se proclama al aire libre a la Madre Ejemplar y Símbolo del Ecuador. Incluso pocas son las
escuelas donde los maestros ayudan a sus pupilos a confeccionar una tarjetita dedicada a su
progenitora. Sin embargo, con innovaciones y nuevas costumbres, será el centro de la familia
y para ella el homenaje en todo instante.
S
i emprendiéramos la tarea de hacer un completo inventario de los talleres y artesanos
que en Guayaquil se dedican a la tarea de poner vidrios, marcos y/o molduras a los
diplomas, títulos, fotos familiares, pinturas, etcétera, que les contratan los vecinos de
la metrópoli, aquello resultaría algo imposible porque los locales se han multiplicado por
distintos sectores y atienden en esquinas que hasta hace poco no tenían el movimiento co-
mercial de estos días.
Si hasta más allá de la segunda mitad del siglo pasado estos establecimientos sumaron pocos
y se identificaban popularmente con la denominación de ‘taller de marcos y molduras’, en
la actualidad más de uno ostenta nombres como ‘marquetería’ u otros sencillamente lucen
carteles que rezan: ‘Se enmarcan cuadros’ o ‘Se ponen vidrios’.
Hay, pues, numerosos de estos locales y puestos al aire libre en calles tradicionales como
la Rumichaca, desde Alcedo hasta Luque, y el barrio de las Cinco Esquinas, en el centro de
la ciudad, además de Urdesa, Alborada, Sauces, Samanes y otras ciudadelas conocidas, que
se suman a los sectores de la Prosperina, Guasmo, Cristo del Consuelo, donde también se
observan locales de servicios similares.
Uno de estos establecimientos que gozó de popularidad en las décadas del sesenta y setenta
de la pasada centuria fue El Prado, que ocupó la planta baja de una conocida edificación en
García Avilés y Luque, frente al teatro Parisiana, luego llamado París. Hubo y hay vidrierías
que como un servicio adicional al cliente se encargaban de en-
marcar fotos y diplomas, como lo hizo igualmente Jesús del Gran
Poder.
64 Guayaquil Nostálgico
El artesano Miguel
Sanguña en el
taller de marcos y
molduras.
Miguel Sanguña dijo que la labor que realiza le da la oportunidad de conocer y servir a
muchas personas que concurren diariamente con títulos, diplomas de reconocimiento o de
participación en seminarios en diversas actividades académicas. Asimismo, hay otras que lle-
gan en pos de vidrios y marcos para fotos de la familia, imágenes religiosas, escudos, labores
manuales y tejidos punto en cruz.
Él se encarga de ofrecer molduras como novo 1x1 y 1y1/2, MC3, pan de oro de distinta medida,
que se las envía en largas tiras de talleres afines, como los que hay en Santa Rosa, provincia de
El Oro. Indicó que si bien hay obras sencillas que demandan una hora para realizarlas, existen
otras que demoran hasta un día por el buen acabado que exigen sus dueños.
Indicó que tiempo atrás los colores de los marcos eran más sobrios, pero actualmente jun-
to con el dorado y negro predominan el verde, celeste y rosado. El uso de la piola casi ha
desaparecido y ahora tienen preferencia los cáncamos y ‘dientes’ de fierro. Siguen así como
parte del material de trabajo el cartón grueso, los pedazos de tabla de plywood, los clavitos
de media y una pulgada, el papel engomado, el diamante para cortar el vidrio y otras herra-
mientas que aseguran un buen acabado.
El valor de los trabajos va desde los tres dólares (las más sencillas) y sube acorde con la medi-
da y grosor de la moldura y el vidrio. Aunque no falta el trabajo durante todo el año, aseguró
que meses como julio y diciembre son de gran movimiento. Lo mismo ocurre en época de
abanderados y cuando terminan las clases, pues los padres envían a enmarcar los diplomas
de sus hijos.
Este es un breve apunte de los talleres que son parte del Guayaquil antañón.
C
uando los automóviles Ford, Chevrolet, Dodge, Packard y de otras marcas les ganaron
muchas de las calles de un Guayaquil en expansión a los románticos tranvías eléctri-
cos y carros urbanos, los empresarios y conductores de esos vehículos existentes aquí
se organizaron para ofrecer un servicio de puerta a puerta, o desde el lugar de su habitual
estacionamiento (control) hasta donde el interesado solicitaba que lo llevaran y retornasen
a recogerlo. El casco urbano guayaquileño antes de las décadas del treinta y cuarenta se
mostraba reducido y no todas sus calles estaban pavimentadas o asfaltadas y, por lo tanto, los
carros (bautizados después taxis) ambulantes circulaban poco.
Los que deseaban trasladarse de un sitio a otro, por un negocio o compromiso social y ca-
recían de transporte propio, llamaban por teléfono al control de su preferencia pidiendo
un automotor. A veces los interesados iban al sitio donde estos hacían estación, tales como
parques y plazas, por eso el nombre de “carros de plaza”.
Los controles daban atención especialmente durante el día y lo formaban varios vehículos
con choferes conocidos por su corrección. Junto al poste o estante de la casa donde se par-
queaban había un teléfono para recibir las llamadas de sus usuarios, que solían contratar a
uno o varios de ellos por “carrera” o por horas.
De esta manera, los clientes iban seguros a un baile, partido de fútbol, sesiones de clubes,
etcétera; los familiares de difuntos, en cambio, los requerían para llevar a sus acompañantes
de sepelios y misas de réquiem hasta el cementerio o iglesias.
Algunos testimonios
Fueron, pues, estos controles, algo así como los pioneros de los taxis actuales (de cooperati-
vas, ambulantes, “amigos”), que ofrecen servicios de puerta a puerta, pero dotados de radio
66 Guayaquil Nostálgico
A la izquierda, aviso del garaje
España, de V. M. Janer. Arriba, el
pórtico del garaje Guayas, en Panamá
entre Imbabura y Orellana.
en comunicación con una central, taxímetro, televisión, música, aire acondicionado, entre
otras novedades.
Similar a lo que ocurrió con las estaciones de automóviles, los carros de plaza, al crecer la
ciudad e incrementarse los vehículos privados y públicos, tuvieron escasos lugares de par-
queo en las calles del centro, durante cualquier hora del día.
Así, aumentó el problema del deterioro o robo por parte de maleducados y ladrones. Pero la
visionaria labor de V. M. Janer estableció los garajes España en Nueve de Octubre y Quito,
para que los coches tuvieran un lugar seguro y sus propietarios la debida tranquilidad. Inclu-
so había atención adicional de lavado y mantenimiento.
El ejemplo del empresario español lo siguieron familias como Guzmán e hijos, que abrieron
los garajes Guayas, en Panamá entre Imbabura y Orellana, y en Santa Elena (Lorenzo de
Garaycoa) entre Urdaneta y Padre Solano. La Sociedad Continental inauguró otro en Loja y
Córdova; se abrieron también otros en Colón y Boyacá, y en Luis Urdaneta entre Boyacá y
Ximena.
Pasaron los años y ahora existen parqueaderos públicos y privados en distintos sectores de
la ciudad que reciben automotores por hora, día o mensualmente. Son “aéreos” en edificios
de varios pisos, en canchones al aire libre o techados.
Con esta nota volandera recordemos los controles y garajes pioneros que forman la memoria
urbana. Los libros Ecuador Profundo, de Rodolfo Pérez Pimentel; Del tiempo de la yapa, de
Jenny Estrada Ruiz; y Diario de Guayaquil, de José Antonio Gómez Iturralde, también nos
embarcan en la sabrosa nostalgia de estos apuntes.
P
ara rubricar el merecido calificativo que exalta a nuestra metrópoli como Capital Eco-
nómica y Deportiva del Ecuador, existe como testimonio una importante lista de aque-
llas casas, almacenes y talleres especializados en la confección de uniformes y la venta
de implementos para practicar las diferentes disciplinas del deporte que, poco a poco o de
manera masiva, ganaron cultores en Guayaquil y la llevaron a obtener el citado adjetivo. Hay
nombres de negocios pioneros en la apertura definitiva de estos locales especializados, que
ahora comúnmente se los llama casas deportivas. Estas tuvieron su apogeo en las primeras
décadas del siglo XX y, por supuesto, ayudaron a la práctica y desarrollo de diferentes depor-
tes como la equitación, el box, el béisbol, el tiro, el ciclismo, voleibol, básquet, tenis, fútbol y
otros que crecieron de manera vertiginosa, como ocurrió en esta ciudad.
Las viejas escuadras de equipos de fútbol como el Packard, Panamá, Huracán, Patria, Everest,
etcétera; los trajes de competencia para los legendarios Cuatro Mosqueteros, Elí Jojó Barrei-
ro y Electra Araújo; los implementos que poco a poco incorporó Manolo Vizcaíno para la
enseñanza del box a sus pupilos de la academia Ecuador, si no se encargaron directamente al
exterior, los distribuyeron o hicieron varios de los locales que pasaremos a evocar.
Algunos pioneros
Anuncios de octubre de 1932 aparecidos en diario El Universo dan cuenta de que el almacén
La Exposición, de José Salcedo Delgado, ofrecía implementos deportivos traídos del exterior.
En 1936, vendían este tipo de utensilios los almacenes de Enrique Alemán, Evangelista Ca-
lero, González Rubio y Cía., Julio Guillén, J. J. Medina, Juan Miranda y la Sociedad Hispano-
Ecuatoriana.
68 Guayaquil Nostálgico
cieron pero dejaron como ejemplo una recomendable labor en favor del comercio local
y un aporte al cultivo de las manifestaciones deportivas.
Muchos nombres
Recuérdese entonces de viejos y actuales locales como Casa Soria, Humberto Calle M., Segu-
ra Deportes, Casa Spencer, Casa Deportiva Olímpica, Deportes Cedeño, Deportes Guayas, Casa
Espín, Casa Maspons, Paladines Deportes, Punto Sport, Deportes Guela, Dau Sports. Luego
aparecieron: Deportes Paúl, Deportes Liss, Dany Deportes, Gil Sports, Nivi Sport, Marathon
Sport y muchos más que escapan de este breve inventario que se incrementará con los nom-
bres que incorpore el lector.
En tiendas de los alrededores del Mercado Central, por ejemplo, dirigentes y deportistas
también encontraron uniformes, trofeos y un sinnúmero de implementos, que en la actua-
lidad han aumentado por el número de disciplinas cultivadas y por las más variadas herra-
mientas con que cuentan los modernos atletas.
Quedan, pues, para la memoria urbana, las casas que ayudaron a impulsar y masificar los
deportes en instituciones, centros educativos, organizaciones barriales, etcétera. Viejos esce-
narios como el Campo Deportivo Municipal, Estadio Guayaquil, Reed Park, Estadio Capwell,
Coliseo Huancavilca y más lugares sirvieron para lucir los uniformes e implementos en un
sinfín de competencias.
E
n los años sesenta y setenta, cuando el planeta no parecía sufrir como ahora los desajus-
tes ambientales que alteran y tornan desastrosas sus estaciones, fue costumbre en nues-
tra ciudad que la comunidad busque los productos y accesorios que le aseguren menos
problemas con el rigor del periodo de lluvias (enero-abril).La denominación de ‘invierno’ a la
época lluviosa en la región Litoral era tan arraigada que todos los periódicos incluían alguna
información sobre el primer día laborable del nuevo año con los conocidos titulares: “Hoy se
inicia el horario de invierno...”. Este último que lo observaban trabajadores de fábricas, oficinas,
etcétera, desapareció casi totalmente en 1980, cuando en el gobierno de Jaime Roldós tomaron
vigencia las 40 horas semanales y la jornada única.
Los almacenes Guillén Hnos. (Luque 117-119), Luis S. García & hijos (Pichincha 614), La Fran-
cia (Pichincha y Sucre), Casa E. Calero, Sociedad Hispano-Ecuatoriana, entre otros locales
que en 1930, 1956 y 1981 publicaron anuncios sobre la venta de impermeables, sobretodos,
zapatones de caucho, capas para agua, mosquiteros, telas (gasa) para toldos, etcétera, ayudan
a recordar los inviernos guayaquileños
y sus torrenciales aguaceros.
70 Guayaquil Nostálgico
guayaquileña, en el que el poeta Abel Romeo Castillo dice que el invierno se está ‘cebando’
con el pobre Guayaquil y que los grillos quieren cantar a lo Ibáñez Safadi.
Asimismo, pese a que los aguaceros no son ‘rompetechos’ o torrenciales como los de antaño
–según lo expresan algunos vecinos nacidos en las primeras décadas del siglo XX–, muchos
parroquianos ya sacaron de sus baúles o compraron junto con los impermeables y paraguas
los mosquiteros o toldos a los que nos acostumbraron las abuelas y madres para defendernos
de los mosquitos.
Sin la profusión de los años cuarenta, cincuenta y sesenta de la centuria pasada, todavía hay
almacenes y puestos populares de la calle Rumichaca (antigua Morro), donde se ofrecen
toldos de colores y tamaños diferentes.
El uso del humo del palo santo para ahuyentar a los mosquitos tampoco ha desaparecido en
la ciudad, aunque por la televisión y otros medios promocionan las bondades de los insecti-
cidas. En estos días, en los mercados y calles como Noguchi –de Capitán Nájera a Cuenca– se
observan vendedores de aquel vegetal que es parte de la medicina botánica folclórica.
Sin embargo, de las décadas del cincuenta y sesenta del siglo XX quedan rezagos de las pe-
gajosas propagandas de los insecticidas Pix y Black Flag de multiacción, del repelente Detán
y del bombillo Champ.
C
uando el transporte fluvial decayó en la región costanera porque se incrementaron las
vías terrestres, los vehículos llamados camiones, mixtos, camionetas y las populares
‘chivas’ tomaron vigencia en la transportación masiva de personas, productos agríco-
las, animales, etcétera.
En efecto, después de la segunda mitad del siglo anterior (década del cincuenta) los moto-
veleros, pailebotes, lanchas, motonaves y otras embarcaciones fluviales pasaron a segundo
plano y entonces los comerciantes y viajeros en general a pueblos, recintos y parroquias del
Guayas y otras provincias del Litoral usaron ese tipo de vehículos motorizados.
Los sitios de estacionamiento en esta ciudad fueron el malecón Simón Bolívar, cerca de los
muelles fiscales, y también los alrededores de la avenida Olmedo.
Para recordar aquella romántica época, reproducimos los anuncios que solían aparecen en
El Universo.
Mixto San Vicente saldrá hoy para Nobol, Daule, Santa Lucía, Balzar y Quevedo a las
11 a.m. Acepta carga y pasajeros. El propietario es Hugo Poveda Benites. Malecón 2314.
Mixto Indio Libre sale hoy para Balzar y Quevedo a las 10 a.m. Estación Avenida Olme-
do y Malecón. Manejado por su propietario, señor Enrique Colombo.
Mixto Jesús del Gran Poder saldrá hoy en su viaje inicial para Vinces a la 1 p.m., al man-
do de su propietario señor José Antonio Muñoz. Informes: Estación: Malecón y Avda.
Olmedo o Agencia Galgo.
Mixto Porvenir: Sale hoy para Balzar, Quevedo y Mocache, a las 10 a.m., inaugurando
72 Guayaquil Nostálgico
su carrera. Se pone a la orden de su respetable clientela. El propietario es el señor Eladio
Villao.
Expreso San Vicente saldrá para Daule, Vinces, Isla Bejucal, Puebloviejo, Ventanas, Za-
potal y Barranco hoy a las 9 de la mañana. Estación Avenida Olmedo. El propietario,
Eduardo Rodríguez Sotomayor.
Mixto Guillermo No. 1: Sale hoy para Vinces, Casa de Tejas, La Carmela y Guare a la
una de la tarde. Estación Avenida Olmedo.
Mixto María Emma establece su carrera a Ventanas, Puebloviejo, La Isla, Vinces y Gua-
yaquil, todos los lunes y jueves, siendo su viaje de regreso los martes y viernes. Sale hoy a
las 2 de la tarde desde su estación en la avenida Olmedo.
Transporte Fluminense sale hoy a las 2 de la tarde para Vinces y Palenque, atención
esmerada. Alcides Maldonado.
Mixto Senefelder saldrá de Vinces para Babahoyo todos los días a las 6 de la mañana y
de Babahoyo para Vinces, al mediodía. Propietario Julio Pimentel.
NOTA: También salían desde el parque Chile, en 1957, el expreso Envidia y las camionetas
Diosa María, Llanero, Santa Cecilia y Adelita.
Una popular chiva, igual a las que prestaron servicio en esta ciudad.
D
ecenas de libros que relatan las épocas primigenias de la urbe guayaquileña ofrecen
testimonios del movimiento y la importancia que tuvieron para su desarrollo los ase-
rríos y los depósitos que guardaron y comercializaron las distintas clases de madera
que se usaron para la construcción de embarcaciones, casas e inmuebles afines.
Aunque ahora por el uso del cemento estos establecimientos son pocos y carecen de la pros-
peridad que tuvieron desde la colonia hasta más de la mitad del siglo XX, todavía el artesano
y los dueños de la residencia suntuosa o modesta emplean este material para armar y decorar
una vivienda o confeccionar un mueble de adorno y uso familiar.
Por esto último, aún se observan estos locales en diversos sectores de la ciudad que traen
troncos, tablas y tablones desde provincias de recursos madereros y aquí los procesan y ven-
den. Se habla, pues, de la popular caña guadua picada y rolliza hasta de los famosos calces de
mangle aserrado y labrado, y los necesarios puntales, cuerdas y varengas.
74 Guayaquil Nostálgico
Dos importantes
establecimientos
característicos de
Guayaquil.
Muchos testimonios
Las publicaciones de El Universo en distintas décadas del siglo anterior ofrecen un ejemplo
del febril movimiento que tuvieron los aserríos y depósitos de madera que atendieron en his-
tóricos barrios como el del Astillero, a lo largo de la calle Industria (Eloy Alfaro) y en sitios
por donde comenzaron los nuevos barrios de la metrópoli.
Los tiempos han cambiado, pero la ancestral costumbre de utilizar madera sigue arraigada
en el pueblo. Hay modernos materiales para casas, muebles y utensilios domésticos, mas se
añora la calidad del mangle, guayacán, laurel, etcétera, cuando disfrutamos del agradable
ambiente de los muebles y de las casas viejas que conservan sus amplias habitaciones, ro-
mánticas ventanas y más detalles que muestran la presencia de la madera en abierto desafío
al paso de los años.
DATOS
Para el recuerdo de los lectores, aquí unos cuantos
nombres:
Cavanna & Bruno (Eloy Alfaro y Cuenca)
Carlos Gutiérrez (Eloy Alfaro y San Martín)
Depósito Central (Av. Olmedo y Chile)
Depósito de Guillermo Gilbert (Ayacucho y Chile)
Depósito Boysen (Riobamba y Quisquís)
Industrial Maderera Valdez (Chile y Manabí)
Depósito de madera El mangle, en Letamendi al lado
del río.
Depósito Central de madera, de Alberto Valdez, en
Chanduy No. 108.
P
ara gozar con la evocación de épocas que ale-
graron a nuestros abuelos y padres, e incluso a
quienes nacimos allá por la mitad de la centuria
pasada, hoy echamos mano a una apretada nómina de
los más conocidos sitios de exhibición de películas de
Guayaquil, comúnmente llamados teatros o cines.
Asimismo, las del teatro Olmedo en 1906 y las de 1910 cuando se estableció la Empresa Na-
cional Cinematográfica Ambos Mundos, cuyos propietarios fueron los españoles Francisco
Parra y Eduardo Rivas.
Para nuestro cometido tomamos los anuncios que publicó El Universo desde su fundación en
1921 hasta las décadas del setenta y ochenta, en que hubo predominio de las salas de cine con
butacas confortables, aire acondicionado y películas en vistavisión, cinemascope y technicolor.
Lustros antes de la mitad del treinta, cuando se generalizó el cine parlante entre nosotros, se
proyectaban películas mudas y de cuadros, en blanco y negro, ambientadas por la música de
algún piano y la narración de una bien timbrada voz.
En igual forma, los cines populares y de barrio tenían sillas de tijeras o largas bancas de ma-
dera en la luneta y de sus galerías estaban ausentes los ventiladores, que los incorporaron
tiempo después.
Famosos sitios
En 1927 eran muy concurridos los teatros Olmedo (Luque entre Chile y Chimborazo), Edén
(Nueve de Octubre entre Chile y Chimborazo), Parisiana (Chanduy, actual Francisco García
Avilés, entre Vélez y Luque), que tuvieron inicialmente como prioridad la presentación de
espectáculos artísticos, operetas y zarzuelas hasta que comenzaron a proyectar películas.
76 Guayaquil Nostálgico
Interior del teatro
Olmedo.
En ese mismo año tenían similar acogida el Colón (Colón entre Chimborazo y Boyacá), Ideal
(Eloy Alfaro y San Martín), Cine Popular Quito (Quito y Aguirre) y Victoria (Daule, ahora
Pedro Moncayo entre Ballén y Diez de Agosto), que usualmente daban funciones de especial
y nocturna.
En la década del treinta se conoció el teatro Concordia (Luque entre García Moreno y Pedro
Moncayo, calle que ahora es la Av. del Ejército).
Otros lugares
En mayo de 1937, además del Olmedo, Edén, Parisiana, Ideal, Victoria, Quito, Colón, anuncia-
ban sus funciones en este matutino el Apolo (Seis de Marzo entre Aguirre y Ballén), Bolívar
(Manabí entre Coronel y Cacique Álvarez) y Guayas (Lizardo García entre Ballén y Diez de
Agosto).
El Olmedo cobraba 2 sucres la luneta y 0,40 centavos la galería; el Parisiana 1,50 y 0,30, res-
pectivamente; y el Victoria 0,30 y 0,10, en su orden. Por lo general las funciones tenían el
siguiente horario: matiné: 14:30 y 15:30; especial: 18:00 o 18:15; y nocturna: 21:15; además se
proyectaban dos películas. La vermú a las 10:00, casi siempre los domingos, constituía un
regocijo para los pequeños.
Grandes cambios
Butacas
Hubo cines que por remodelaciones o cambio de dirección y dueño adoptaron nuevos nom-
bres, incluso de aquellos que fueron famosos tiempo atrás: el Parisiana tomó el nombre de
París; al Paraíso se lo llamó Capitol, un cine Edén dio funciones en Víctor Hugo Briones entre
Ballén y Diez de Agosto, etcétera.
Entre los nombres más recientes los jóvenes recuerdan Albocines, Cinemark, Garzocines,
Multicines, Policines y Supercines.
78 Guayaquil Nostálgico
Recuerdos del servicio militar
Melodías en la radio, compras de maletas de madera y enseres son añoranzas antes
de la conscripción.
L
a convocatoria del Director de Movilización del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas al acuartelamiento en los Centros de Movilización del país para los nacidos
en 1985, permitió evocar vivencias y costumbres que, identificadas con el folclore, ge-
neraron en la comunidad guayaquileña y regional el servicio militar obligatorio, bautizado
popularmente como ‘conscripción’ o ‘acuartelamiento’.
En efecto, días o semanas antes del ingreso al cuartel de algún joven del barrio, el ambiente
hogareño cambiaba de inmediato. Todo era trajín para preparar al futuro conscripto; sus pa-
dres compraban lo necesario para hacer más tranquila su permanencia en el reparto asignado.
Se comenzaba con la adquisición de la ‘clásica’ maleta de madera con chapa y candado adi-
cional para colocar allí ropa interior, betún, aceite, cepillos, jabones, agujas, hilos, botones, et-
cétera, que se agregaban al material proporcionado por la unidad que recibía al seleccionado.
Los amigos de la ‘gallada’ que ya habían experimentado la vida de cuartel también prepara-
ban anímicamente a su ‘pana’ en medio de frases risueñas y de cierta carga de nostalgia, pues
por casi un año no tendrían totalmente cerca al amigo. La situación cobraba mayor actividad
porque los almacenes de ropa y de artículos afines intensificaban los avisos promocionando
los productos necesarios para el acuartelado.
Mensajes musicales
igualmente por Daniel Santos; El conscripto ecuatoriano, cantado por Raúl Illescas; El regreso,
por Julio Jaramillo; Despedida en el puerto, del dúo Cárdenas Rubira, entre otras.
Tampoco faltaban los tangos Silencio en la noche y Adiós muchachos, el pasacalle Me llaman
al cuartel y más temas alusivos, que se incrementaron con Paquisha en el corazón, a raíz del
conflicto bélico ecuatoriano-peruano de 1981. Washington Serrano, antiguo colaborador de
la radio La Voz de la Península, en La Libertad, Guayas, añora esos tiempos y precisa que hay
más de 30 títulos sobre el conscripto; señala, además, que alcanzó cuando se ofrecían tres
piezas por cinco sucres, y que quienes gozaban de mayores recursos ofrecían hasta 20. Cuan-
do retornaba el conscripto, las familias repetían los mensajes de bienvenida.
Luis Vayas Amat, conocido gráfico y editor de libros en nuestra ciudad, recuerda que cuando
él incursionó en la radiodifusión con la emisora El Triunfo cada mensaje musical lo cobraba
a dos sucres y ese precio popular determinó que allá por la década del cuarenta se arraigara
la costumbre de las dedicatorias a quienes iban a la conscripción.
Otras curiosidades
Las serenatas y las fiestas fueron frecuentes para despedir a los jóvenes; sus familiares y alle-
gados se las ofrecían generalmente hasta la antevíspera del viaje, a diferencia de los mensajes
musicales que los ofrecían antes y después.
El día del acuartelamiento había movimiento desde la madrugada para acompañarlos al lugar
de concentración, que en Guayaquil tuvo lugares como el V Guayas (Antepara entre Ballén y
Diez de Agosto), Junta de Calificación (Av. Pedro Menéndez) y otros.
Luego de la selección no faltaron quienes por algún motivo regresaron sin cumplir el viaje,
aunque a la mayoría sí la embarcaban en vehículos de empresas de transporte para llegar al
80 Guayaquil Nostálgico
Despedda a los nóveles conscriptos. Moderno aviso
que convoca al
acuartelamiento.
sitio que por sorteo se le destinaba en la región Amazónica, la península de Santa Elena, El
Oro y más lugares.
Luego aparecían familias dedicadas a la mensajería, como la Contreras, para entregar enco-
miendas entre el conscripto y los suyos cada semana, quincena o mes. Los ‘postillones’ como
le llamaban algunos jefes de casa, eran muy esperados por las madres y novias para saber las
últimas novedades de su conscripto.
Los cambios
Actualmente las costumbres han cambiado: los mensajes musicales no tienen la profusión de
antes; y las maletas de cuero y mochilas grandes, relegaron a las de madera.
Aun así, en medio de tantos cambios, la consigna de servir a la patria sigue inalterable. Y
las anécdotas, satisfacciones y nostalgia aún determinan que aparezcan pasajes de añoranza
sobre el servicio militar.
En ratificación de esto último, todavía hay una que otra emisora que sin divorciarse de her-
mosas tradiciones, de repente deja escuchar el pegajoso estribillo del pasacalle de Alberto
Guillén Navarro El Porteño, que dice: “A la guerra se marchó/un muchacho bien porteño/en su
cara se dibuja la alegría/de querer luchar por su nación”...
E
n el intento de mencionar el mayor número de progra-
maciones que dedicaron las radioemisoras de nuestra
ciudad para informar y entretener a sus oyentes en las
décadas del treinta al sesenta del siglo pasado, cuando el fenómeno de la televisión era in-
cipiente y no copaba la atención de ahora, es posible que olvidemos incorporar a este breve
inventario los segmentos de variado contenido que, de acuerdo a los gustos, también dispu-
taron la simpatía del público.
Pero lo incuestionable es que sí hubo espacios radiales que coparon la sintonía multitudina-
ria de la comunidad y se convirtieron en referentes, no solo por su carga de sana diversión,
entretenimiento y oportuna información sino porque reflejaron la época y los afanes de quie-
nes integraron la sociedad de entonces. Nuestros abuelos y padres disfrutaron esos progra-
mas e incluso nosotros los compartimos en la niñez y juventud, pues algunos se mantuvieron
en el aire durante décadas.
Hagamos memoria
El programa ‘El teatro en el hogar’, por radio El Telégrafo, se convirtió en uno de los más
sintonizados. La novela Camay de radio América, con la actuación magistral de Delia Garcés,
Paquita Ocaña, Concha Pascual, Victoria Rivera, Aurelio Tovar, Luis Patiño, Carlos Cortez,
Antonio Hanna, Leonel Sarmiento y otros elementos del radioteatro local, ofreció dramatiza-
ciones de obras que provocaban sonrisas y lágrimas de familias
enteras congregadas en la sala de su casa y de quienes por falta
de un radio en el hogar se agolpaban donde el vecino, tendero o
peluquero del barrio que había logrado adquirir algún receptor
de tubos de marca Murphy, Philco, Telefunken, Zenith, Olym-
pic, etcétera.
82 Guayaquil Nostálgico
Otros espacios
Los hermanos Vela Rendón produjeron o animaron ‘El sillón del pelu-
quero’, ‘El último minuto’ y ‘La Corte Suprema del Arte’, que lograron
acogida popular en las emisoras donde se los presentó, así Alcázar,
Unidad Nacional, Cóndor, etcétera. Este último espacio que se con-
solidó en CRE impulsó el cultivo de la música y ayudó a descubrir
nuevos valores como Carmen Rivas, Olimpo Cárdenas, Marino Álva-
rez y otros. ‘Ronda la guardia’, por radio El Mundo, que presentaba
casos de la vida cotidiana de la urbe, gozó de audiencia mayoritaria
al mediodía. Cenit, que con el visionario trabajo de los hermanos Del-
gado Cepeda, liderados por don Washington, afianzó finalmente los
distintivos de “La voz de la simpatía nacional” y “La antena cultural Aviso de un programa
de Guayaquil”, ofreció incontables programas que la comunidad si- por Radio Cristal.
guió con avidez permanente: ‘Oro de Ley de la Radio’, ‘El álbum de
los recuerdos’; ‘La ronda del vals’, con la pianista Susana Savinovich, y
‘Apología campera’, dirigido por Carmen Rivas.
Más programaciones
Como ocurre actualmente, muchas de las emisoras de la primera mitad de la centuria pasa-
da ofrecieron programas en vivo, transmitieron encuentros deportivos y consagraron voces
para estos menesteres, como las de Ecuador Martínez Collazo y Ralph del Campo, para citar
dos buenos ejemplos.
No olvidaron los espacios culturales y de cantantes aficionados, además de los shows con
artistas extranjeros de renombre para incrementar audiencia y favorecerla con novedosas
promociones.
Subamos a la nave del recuerdo y junto con familiares y amigos repasemos más nombres de
programas que forman la historia radiofónica y la memoria que identifica a la comunidad
guayaquileña.
Otros programas
•‘‘Hora cultural universitaria’’ Atalaya (Gonzalo Enderica)
•‘‘Tarjetero musical’’ El Triunfo
•‘‘Cantares de América’’ Alcázar (Olimpo Cárdenas)
•‘‘Miniaturas de emoción’’ Ortiz (Delia Garcés y Pablo Vela
Rendón)
•‘‘La hora olímpica’’ Ondas del Pacífico (Washington Delgado
Cepeda)
•‘‘Melodías inolvidables’’ El Mundo (Óscar Luis Castro Intriago)
•‘‘Álbum musical ecuatoriano’’ América
•‘‘Estrellas en el mundo’’ El Mundo
•‘‘El noticiero avión’’ CRE (Jorge Guerrero Valenzuela)
•‘‘Cabalgata musical’’ Cóndor
•‘‘Serenata tropical’’ Atalaya
•‘‘Desayuno familiar’’ Bolívar (Blanca Salazar)
•‘‘Revista musical cabalgata’’ Atalaya
La hora JJ, por •‘‘Alegría campesina’’ La Voz del Litoral y Cristal (Don Toribio)
radio Cristal. •‘‘La novela en su hogar’’ El Mundo
•‘‘Consultas a Satanás’’ El Mundo
•‘‘Mañanitas tapatías’’ El Mundo (Andrés Espinoza)
•‘‘Domingos tapatíos’’ Cristal (Andrés Espinoza)
•‘‘La escuelita cómica del maestro Lechuga” Cristal
•‘‘Una cita sentimental’’ Cristal (declamador Luis Lupino Oviedo)
84 Guayaquil Nostálgico
Voces emblemáticas de nuestra radiodifusión
E
n conmemoración del Día del Locutor Ecuatoriano, que quedó
consagrado en 1992 por iniciativa del historiador y periodista
Hugo Delgado Cepeda, con el apoyo de los directivos de la Aso-
ciación Ecuatoriana de Radiodifusión (AER), Carlos Armando Rome-
ro Rodas, Louis Hanna Musse y otros, hoy ensayamos un ‘inventario’
de aquellas voces paradigmáticas del quehacer radiofónico, especial-
mente de nuestra ciudad y región.
Prof. Hugo Delgado
Al evocar algunos nombres rendimos homenaje al pionero o precur- Cepeda.
sor de esa labor en esta urbe, el radiotécnico guayaquileño Juan Behr,
quien el 16 de junio de 1930 perifoneó sus primeras transmisiones mu-
sicales en un pequeño equipo e improvisó al mismo tiempo rudimen-
tarios anuncios (cuñas). Desde entonces asistimos a una acción que
además de mantener informada a la comunidad, igualmente difunde
cultura y entretenimiento.
Prominentes valores
86 Guayaquil Nostálgico
La tradición de las 40 Horas, vigente
Muchos fieles católicos evocan y transmiten la práctica de la piadosa devoción que
fue muy común entre sus abuelos y padres. El clero también busca afianzarla en los
hogares contemporáneos.
A
utoridades eclesiásticas, párrocos y sacerdotes de las distintas comunidades trabajan
con sus feligreses para impulsar nuevamente en nuestro medio la práctica del Jubileo
de las Cuarenta Horas o Adoración del Santísimo Sacramento, que antaño fuera una
manifestación elocuente del arraigado catolicismo que caracteriza a los guayaquileños.
La afluencia de ‘seguidores’ que tuvo el acto piadoso era comparable en número con los
tradicionales ‘lunes de San Vicente’, la ‘visita de las Siete Iglesias’ en el Viernes Santo y otros
festejos del pueblo cristiano. Los medios de información, especialmente los impresos, daban
los detalles sobre los días, lugar y tiempo en que se desarrollaba la exposición del Señor Sa-
cramentado, que resaltaba en todo altar mayor bellamente decorado.
Devotos, las infaltables ‘beatas’ hasta los vendedores de imágenes, estampas, velas y comida
criolla seguían el calendario de la Arquidiócesis y estaban puntualmente en las iglesias y
capillas de Guayaquil, Pascuales, Nobol, Samborondón, Daule y otras poblaciones para parti-
cipar en rezos, vigilias y procesiones, que en otras épocas fueron menos intensas por varios
motivos.
La circular de la Arquidiócesis de Guayaquil de 1991 dice del tema: “El culto eucarístico ce-
lebrado fuera de la santa misa tiene una piadosa manifestación en la adoración al Santísimo
Sacramento expuesto durante Cuarenta Horas, en memoria de las horas que estuvo el Cuerpo
de Cristo en el sepulcro. Acaso nacía de la costumbre antigua de orar ante el santo sepulcro de
la tarde del Viernes Santo a la madrugada del Domingo de Pascua, un total de cuarenta horas”.
También consigna: San Agustín las computa ‘desde la hora de la muerte hasta la mañana de
la resurrección, incluyendo la hora nona’. Lo cierto es que esta devoción surge a mediados del
siglo XVI, en Milán, y luego pasó a Roma, y de ahí a todo el mundo. En 1776 el papa Pío VI,
por petición del clero y las cofradías de Guayaquil, le concedió el privilegio de las Cuarenta
Horas, que años después sufrió alguna decadencia que se desterró por la labor en 1854 de
monseñor José María Yerovi.
En 1904 hubo un nuevo descenso de la práctica, pero en los tiempos siguientes esta revivió
hasta la década del ochenta en que tuvo otro receso, al decir de algunos fieles consultados.
Esto ocurrió aunque los templos católicos se multiplicaron, la garantía y dignidad para el
culto estuvieron vigentes. En la actualidad incontables familias han retomado la práctica de
las ‘40 Horas’, que sin ingresar al campo de la religiosidad popular forma parte, asimismo, de
las tradiciones espirituales y de la memoria guayaquileña.
88 Guayaquil Nostálgico
La velas aún se usan en la ciudad y el campo
L
as velas, que la costumbre también denomina espermas o cirios, sin considerar que
entre ellos hay diferencias, tienen una historia que data de siglos atrás y es indiscutible
que le ganaron la competencia a las tradicionales lámparas y candiles que tuvieron
demanda en las dos últimas centurias que precedieron a la que vivimos con gran avance
tecnológico.
Algo similar ocurre si se trata de alumbrar el rincón de la vivienda adonde no llega la luz
del bombillo y se carece de linterna o está dañada, si el carpintero en lugar de sebo la frota
en su serrucho para que este se deslice mejor en la madera que corta, y si el pequeño ar-
tesano la emplea como mechero para sellar fundas plásticas y más actividades artesanales
y domésticas.
Y qué decir de su uso en la religiosidad popular durante las procesiones, romerías y fiestas
del santo patrono de cualquier población, o al acudir a rezar al templo preferido en pos de
ayuda divina mientras el creyente coloca a los pies de la imagen de mayor devoción la vela
que frotó antes en su cuerpo afectado por alguna dolencia que igualmente ansía curar.
El uso de las velas va casi a la par con los albores del alum-
brado público (fines del siglo XVIII), que comenzó con el
de aceite de ballena, fue sustituido por el de gas y final-
mente el eléctrico, pero con novedades en esos periodos
situados desde los últimos años del siglo XVIII hasta las
primeras décadas del siglo XIX, el primero; desde 1860
hasta 1920, el segundo; y desde 1895 comenzó a generali-
zarse el tercero.
Durante 1960 en diarios y revistas se leyeron anuncios de las velas Catedral, de Ambato, y
en 1971 de sus similares Tungurahua, en Quito, y las que producía Carlos Salazar Piedra, en
Cuenca. La fábrica de N. Cevallos fue muy acreditada y funcionó en esta urbe.
Marcas y modelos
Hogares de toda condición social siguen con la costumbre de usar velas en muchos mo-
mentos de su vida citadina. Eso determina que los pequeños artesanos o empresas que las
elaboran las mantengan en el mercado local y nacional, aunque quizás el negocio no sea tan
rentable como en épocas anteriores.
Hay fábricas de velas en diferentes ciudades del país que envían parte de su producción a
esta urbe y, asimismo, la exportan con buen resultado para la artesanía ecuatoriana.
90 Guayaquil Nostálgico
Tiempo de agendas, almanaques, textos afines y
anuarios
Por fin de año y comienzo de otro, estas publicaciones tienen una gran demanda.
¿
Quién no recuerda la época de oro del Almanaque Bristol, que todavía es una fuente de
consulta obligada en familias que atesoran las costumbres de antaño y en muchísimos ho-
gares de la campiña costeña? ¿O el Almanaque Ortega, que durante varias décadas editó y
distribuyó el astrónomo guayaquileño Eloy A. Ortega Soto, por el requerimiento de inconta-
bles compatriotas que confiaron en sus predicciones meteorológicas?
Tales nombres rememoran los almanaques, calendarios, agendas, anuarios, etcétera, con se-
llo ecuatoriano y extranjero, que circularon con masiva acogida en nuestra ciudad desde
casi un siglo atrás. También los que desafiaron el tiempo y están vigentes porque sirven de
consulta para saber los días de celebración del carnaval, Miércoles de Ceniza, de la Semana
Santa, Navidad o algún otro santo o fecha cívica identificada con nosotros.
De igual manera, por la gran cantidad de información variada y amena de carácter histórico,
geográfico y científico que en los últimos años los autores y editores incluyen profusamente
en sus páginas, este tipo de publicaciones goza de la acogida de la comunidad. El Universo
entrega a sus lectores un calendario que incluye fotos históricas y de temas deportivos o
ecológicos.
Los orígenes del almanaque se ubican en la época en que los egipcios y otros pueblos de la
antigüedad empleaban tablas escritas para llevar la cuenta de sus festividades religiosas o
profanas.
El primer almanaque impreso apareció en Viena en 1547; el almanaque británico de 1828 fue
el pionero con información verdadera, pues era costumbre hasta ese año incluir información
falsa, profecías escandalosas, catástrofes, etcétera. Benjamin Franklin publicó su Almanaque
del Pobre Ricardo en 1732 y Cristóbal Ponce de León en 1598.
En el siglo XVI la Iglesia Católica romana reformó el calendario, porque la Pascua y otras
festividades no ‘caían’ en su época correspondiente; el papa Gregorio XIII asumió esa tarea y
desde entonces toma vigencia el calendario gregoriano, que lo usa la mayoría de países, por
su sencillez y reconocida exactitud.
Algunos testimonios
En 1899 Manuel Gallegos Naranjo preparó el Almanaque de Guayaquil, Fin de Siglo (1900), de
214 páginas, a un sucre el ejemplar impreso en Tipografía Gutenberg; la empresa periodística
Prensa Ecuatoriana, dirigida por Carlos Manuel Noboa, publicó en 1926 el Directorio General
de Guayaquil y sus alrededores, con abundante material informativo de 240 páginas y pasta
dura, a 5 sucres el ejemplar.
El mismo Noboa hizo circular, durante la primera mitad del siglo XX,
el libro anuario América Libre, que contenía numerosos datos y foto-
grafías de países de este continente.
PARA ANOTAR
Calendario En 1930 llegó el Almanaque Bailly-Bailliere (Pequeña enciclopedia po-
Es el sistema de pular de la vida práctica), con espacios de agenda diaria, santoral, año
división del tiempo astronómico, precauciones por día de lluvia, etcétera.
que lo agrupa en días,
semanas, meses y Hermenegildo Alipandri y Virgilio Martini editaron en 1933, 1934, 1935
años. el Anuario Ecuatoriano, impreso en Artes Gráficas Senefelder.
92 Guayaquil Nostálgico
Los oficios y profesiones animan la música popular
Muchas son las composiciones nacionales y extranjeras que recuerdan diversas
ocupaciones. Policías, bomberos, carteros, pescadores, marineros, carceleros,
carboneros, vaqueros, etcétera, aparecen entre las ocupaciones que se conocen en
la mayoría de los pueblos del mundo y que aún inspiran a músicos y compositores
de diversas latitudes, incluido nuestro país, para la entrega de melodías dedicadas a
elogiarlas.
Oficios y
profesiones que
inspiraron obras
musicales.
A
sí pues, en ritmos tradicionales del Ecuador y otros que identifican especial-
mente a naciones de América, hay pegajosas canciones que hablan de oficios y
profesiones, y permiten que la importancia que estos poseen se arraigue mucho
más en la memoria colectiva, incluso sirvan para el permanente regocijo popular cuan-
do los cantan o bailan.
Esto lo testimonian los sanjuanitos Chapita de ronda, de Marco Vinicio Bedoya; Cholita doc-
tora, de Enrique Sánchez Orellana, y el cachullapi El huasicama, de Julio César Cañar. Recor-
demos que en la Sierra al policía lo llaman comúnmente ‘chapa’ y al cuidador de casa le dicen
huasicama. El labrador es un conocido albazo que cantan Los Interandinos.
Composiciones afuereñas
La actividad del pescador aparece como una de las que más ha inspirado
canciones, pues hay cumbias de nombre Juan el pescador, Triste pescador,
El alegre pescador, Pescador de Barú, El pescador de Margarita; en tareas
afines a esa constan las cumbias El piragüero, El canoero y Boga vaquero,
que grabaron orquestas de antaño y algunas contemporáneas.
94 Guayaquil Nostálgico
Los oficios y las entidades obreras con tradición
Los oficios de herrero, conserje, aguadores y otros
tuvieron relevantes entidades que los representaron.
L
a fiesta universal del trabajo, permite invocar la atención de los gobiernos para atender
a los trabajadores y, en el caso de los guayaquileños, para también abordar el carro de
la añoranza y retomar aquel inventario de oficios que por el avance tecnológico se ex-
tinguieron y representan un grato recuerdo entre muchos vecinos de la ciudad.
Esta efeméride además invita a repasar los nombres de las agrupaciones de trabajadores del
Guayaquil de antaño que protagonizaron la historia laboral ecuatoriana. Igualmente de otras
como la Confederación Obrera del Guayas, que cumpliría un siglo de vida, y la Sociedad de
Sastres Luz y Progreso, con cien años de actividad.
Instituciones obreras
Por la demanda de mano de obra que hubo antes de la primera mitad del siglo XX para acti-
vidades, servicios y productos de uso popular, no faltaron el Gremio Social de Escogedoras
de Café, Sindicato de Obreros Tranviarios, Sociedad de Hojalateros, Sociedad de Botelleros
de Defensa y Protección Mutua, Asociación de Reporteros de Prensa, Asociación Coopera-
Oficios en extinción
Actualmente existen entidades que sin perder la esencia de la unión y superación laboral
de sus miembros guardan nombres en relación con nuevas profesiones y actividades que
impuso la modernidad.
Las nuevas costumbres sociales y el desarrollo tecnológico han determinado la casi completa
desaparición de oficios tan populares como los de nodriza o criandera, cacahueros y escoge-
doras de café, abromiquero, vagoneros, telegrafistas, aguadores, taquígrafos, basteadores de
colchón, etcétera, e igualmente el cambio de nombre de algunas ocupaciones.
Aunque suenen arcaicos varios nombres, todavía escuchamos sobre los carpinteros de ribera
y de banco, ebanistas, talabarteros, marroquineros, camiseras, bordadoras, terceneros, cuadri-
lleros, comadronas o parteras, soldadores, afiladores de cuchillos, charoladores y estanqueros,
que desafían el paso del tiempo y aportan al desarrollo del país con su trabajo diario.
96 Guayaquil Nostálgico
Aquellos viejos textos de enseñanza
Abrimos otro espacio para el recuerdo, al traer a la memoria esos añejos nombres de
libros que educaron a muchos ecuatorianos.
D
esafiando el paso de los años, las obras didácticas para la enseñanza primaria y secun-
daria que ahora evocamos ocupan un lugar preferido de la biblioteca hogareña por
muy modesta que sea, o quizás están a buen recaudo en alguna vieja caja de cartón
o de madera que atesora otras tantas curiosidades de años idos, como algún canutero, una
pizarra y el tradicional ábaco.
Seguramente algunos los tenemos en compañía del primer Silabario que usamos en la
escuela, y en el caso de quienes nacieron allá por la década del diez o veinte del siglo
pasado, junto a los libros El lector ecuatoriano, de Modesto Chávez Franco y José An-
tonio Campos; la Aritmética y Geometría de G.M. Bruño y el Manual de urbanidad y
buenas maneras, de Manuel Antonio Carreño, que fueron parte imprescindible de toda
tarea pedagógica.
Quizás comparten lugar con El lector moderno de Appletón, el folleto de Tablas de las cuatro
reglas fundamentales de Aritmética y la Escritura inglesa, de la Litografía e Imprenta La Re-
forma o el libro Así es mi tierra, de Luis Aníbal Mendoza Moreira, editado en los talleres de
Reed & Reed.
Indiscutible legado
Esos textos de los que esta vez ensayamos un breve inventario y dejamos abierta la lista para
incorporar nuevos nombres conforme se los recuerde, cumplieron su finalidad de instruir a
estudiantes y profesores en la época en que circularon.
Es absurdo, como lo hacen algunos pedagogos actuales, señalarles errores y horrores muy a
la ligera, especialmente a los libros de primaria, sin tomar en cuenta que muchas generacio-
nes aprendieron de ellos con buen resultado, gracias a la guía de sus juiciosos preceptores.
Es más, fueron y son los referentes para el contenido de los textos actuales, logrados eso sí
con metodologías acordes con los tiempos modernos.
Gracias a los libros de Lugar Natal, por ejemplo, el niño conoció perfectamente su entorno y
no tuvo los incontables problemas de ubicación de su ciudad, cantón y provincia como suele
ocurrir en estos días con algunos estudiantes.
Vigencia de algunos
Estas precisiones no son una apología de los viejos textos escolares, pues es imposible des-
merecer la totalidad de los comentarios al contenido de ciertos tradicionales libros que en
nuevas ediciones aún conservan “impresiones defectuosas, armado y redacción falto de imagi-
nación, fisonomías ajenas a la idiosincrasia nuestra, paisajes exageradamente idílicos, gráficos
antiguos, términos pudorosos, etcétera”.
Vayamos, pues, al cometido principal de esta breve nota, que es la de recordar individual-
mente o en familia la extensa lista de los viejos textos de enseñanza.
Portadas de
conocidos textos
de enseñanza.
98 Guayaquil Nostálgico
La publicidad de los centros educativos
C
oincidencialmente en estos días de tanta denuncia sobre el cobro exagerado de ma-
trículas en planteles fiscales y particulares, de enseñanza primaria y secundaria, de
nuestra ciudad, nos hemos topado con algunos avisos de tradicionales establecimien-
tos educativos de hace 75, 50 y 25 años.
Los directores de aquellos planteles que no ofrecían ‘el oro y el moro’, como lo hacen muchos
de los centros actuales, únicamente prometían enseñanza garantizada por la experiencia de
su personal docente.
Algunos nombres
En El Universo publicaron sus avisos de matrículas el Liceo Ariel, dirigido por María Ánge-
lica Idrobo; el colegio particular de niñas Ángela Carbo de Maldonado, a cargo de Rosaura
Emelia Galarza; y el Liceo América, cuyos directores eran los notables maestros Pedro José
Huerta y Carlos Estarellas Avilés.
También lo hicieron los colegios Mercantil, cuando funcionaba en Boyacá 1116; el de internos
Francisco Campos, de Guillermo R. Medina G., en la avenida Nueve de Octubre 1405; y el de
los Sagrados Corazones, ubicado en Tomás Martínez 103 y Malecón.
En igual forma, el plantel Marco A. Reinoso, del Dr. Zenón Vélez Viteri, en Huancavilca 218
y Chile; el Liceo Juan Montalvo, en Ballén 404 y Chile, con enseñanza de recitación y arte
teatral; y la Infancia Guayaquileña, de José Echeverría López, en Quito y Luque, entre otros.
S
i bien algunas mantienen el esplendor y la profusión con que se manifestaron antaño
en la ciudad durante la etapa de la Cuaresma y dentro de ella en la Semana Mayor o Se-
mana Santa, hay otros actos piadosos y más de una muestra del folclore social que han
perdido la práctica casi multitudinaria que las caracterizó en décadas pasadas, especialmente
en gran parte del siglo XX. Como no podía ser de otra manera en un pueblo de arraigado
catolicismo como el nuestro, la bendición de ramos, las novenas, el lavatorio de los pies, los
vía crucis, la rememoración de la vigilia del Señor, el sermón de las Siete Palabras (o de las
tres horas), el descendimiento o adoración de la cruz, la visita a las siete iglesias, el recorrido
de los monumentos de cada templo, etcétera, todavía siguen vigentes.
Pero otras costumbres que la fe popular mantuvo por mucho tiempo se están extinguiendo
no solo por un modernismo mal entendido que nos priva de momentos de gozo espiritual,
sino también por un afán de lucro exagerado que termina con aquellas expresiones a las que
la gente de modestos ingresos económicos no tiene fácil acceso.
La fanesca, las humitas, el pan de Pascua o de regalo y otros platos representativos del fol-
clore ergológico, que en la mayoría de los hogares se preparaban para el deleite de los miem-
bros de la familia y para el obsequio e intercambio con los vecinos y parientes, ahora resulta
bastante difícil prepararlos por el alto costo de los productos y porque ciertas amas de casa
interrumpieron la tradición legada por sus mayores.
Otro de los rituales característicos del Viernes Santo, por ejemplo, era concurrir vestido de
negro a los oficios religiosos y estrenar una nueva parada de ropa el Domingo de Pascua o
de Resurrección; igualmente, asistir sin falta al sermón de las Siete Palabras y mantener una
actitud de recogimiento durante todo ese día. Incluso las radios ayudaban a mantener ese
ambiente, pues transmitían música adecuada.
Desde los comienzos hasta un poco antes de finalizar el siglo pasado, no faltaron las repre-
sentaciones sobre la Pasión de Cristo, a cargo de compañías nacionales y extranjeras, como
las de Mariano Rueda y Carlos Landín, por ejemplo, que se esmeraban para ofrecer los me-
jores actos. Igualmente, la Compañía Nacional de Teatro y su obra Mártir del Gólgota, con
los emblemáticos Antonio Cajamarca, Antonio Santos, Antonio Hanna, Meche Mendoza,
Enrique Garcés, para dar testimonio de una época dorada.
Los programas de radioteatro también tenían su público, pues la televisión aún no estaba en
su apogeo. Las emisoras Ortiz, Atalaya, CRE, El Mundo, América ofrecían dramas de la Vida
y Pasión de Jesús, cuyos autores Hugo Vernel, Jorge Velasco y otros gozaban de preferencia,
pues se los conocía a través de las radionovelas que dirigían en el transcurso del año.
Avisos de funciones
cinematográficas y
teatrales por Semana
Santa.
De igual manera, con el advenimiento del cine mudo y del parlante se generalizó la asistencia
masiva a las funciones con películas sobre la Vida y Pasión de Jesucristo; fueron decenas de
filmes en blanco y negro y a colores que vio la comunidad en Semana Santa en los teatros
Quito, Apolo, Central, Nueve de Octubre, Presidente, Victoria y tantos otros que hubo antes
de que la piratería y el DVD los extinguiera.
Quién no recuerda las películas Ben-Hur, con Charlton Heston; Moisés, con Burt Lancaster;
Rey de Reyes, con H.B. Warner como Jesús; Espartaco, con Kirk Douglas, Laurence Olivier,
Jean Simmons y Peter Ustinov. Asimismo, Los Diez Mandamientos, del productor De Mille;
Quo Vadis, con Robert Taylor y Deborak Kerr; Barrabás, con Anthony Quinn; y La Biblia, de
Dino de Laurentis, etcétera.
Hasta los espacios de los periódicos tenían sus anunciadores asegurados para la Semana
Santa, pues apenas finalizaban los festejos de carnaval y comenzaba la Cuaresma, los almace-
nes de víveres, especialmente, promocionaban el popular bacalao de las islas Galápagos y el
importado de Noruega, para preparar la típica fanesca.
P
ara los muchachos, jóvenes y adultos que las buscaron con avi-
dez, para leerlas y hasta releerlas, en los tradicionales puestos
de alquiler que solían ubicarse en los alrededores de los teatros
Apolo, Central y Victoria de esta ciudad, siempre fueron las revistas,
porque el término cómic todavía resultaba desconocido para muchos,
en la década del sesenta del siglo pasado.
Las revistas, como les decíamos todos, también las tuvo con variedad
de temas algún vecino, el peluquero o el zapatero del barrio, quienes
querían ganarse unos sucres extras cuando los chiquillos llegaban a
sus locales en busca de las que circulaban esa semana e incluso por las
viejitas, para volver a disfrutar su contenido.
A veces, sacrificando sus fondos, las pedían para llevarlas a casa con
un ligero incremento de otras monedas de real o peseta.
Hasta la década del ochenta en que casi desaparecieron para dar paso
a otras publicaciones dispuestas a explotar sobre todo lo pornográfico,
las revistas que se leían resultaban entretenidas y sus lectores se iden-
tificaban con muchos de los protagonistas.
E
l domingo 2 de agosto de 1925, semanas después de la llamada Revolución Juliana (9
de julio del mismo año) que originó cambios de diverso orden en el país, el inten-
dente general de Policía del Guayas, S. V. Guerrero, publicó un aviso en la primera
página de El Universo invitando a los niños de la ciudad para que concurrieran a la plaza
del Centenario a disfrutar del programa musical retreta infantil. Así surgió de manera
oficial aquella actividad que amplió los propósitos de la ya tradicional retreta, que en
nuestra urbe la gozaban la gente mayor y los jóvenes cuando se congregaban en las plazas
Rocafuerte (o de San Francisco) y La Victoria (o Abdón Calderón), los paseos Colón y
Juan Montalvo, el Hemiciclo de La Rotonda y los parques Seminario y Centenario, entre
otros sitios de obligada reminiscencia.
Aunque las bandas de música de los batallones y regimientos que sentaban plaza en Guaya-
quil incluían en su repertorio algunas canciones dedicadas a la gente menuda, con el estable-
cimiento de la retreta infantil tuvieron que incorporar más composiciones adecuadas para
este público, que asistía a escucharlas en compañía de sus padres y mayores de la familia.
Por costumbre, las retretas para jóvenes y adultos se realizaban a partir de las 18:00 o 20:00;
la de los niños comenzaba a las 14:00 o 16:00, en los lugares conocidos.
La infantil del 2 de agosto de 1925 duró desde las 16:30 a las 18:00, pues fue un programa espe-
cial. La retreta infantil se mantuvo vigente hasta más allá de la década del treinta del siglo XX.
Casos especiales que merecen resaltarse fueron las retretas que solía ofrecer la banda de
música infantil y juvenil de la Benemérita Sociedad Filantrópica del Guayas, que más de una
ocasión dirigió el precoz niño y posteriormente extraordinario maestro y compositor Nico-
lás Mestanza, pues tocaba para los mayorcitos y los de su propia edad.
Se ignora la fecha exacta en que las retretas infantiles perdieron su habitual realización los
jueves, domingos y días festivos, pero es cierto que dejaron de contribuir a la sana diversión
de los niños guayaquileños, quienes aprendieron a gustar de la música y participar en actos
públicos con recomendable camaradería.
E
n la memoria de los guayaquileños está vigente la labor de enseñanza y difusión del
ballet clásico, danzas españolas, etcétera, que desde antes de la primera mitad del
siglo pasado realizaron aquí prestigiosos centros como los de Ramón Porta, Dora In-
dart, Kitty Sakilarides, Janeth Vivar, Raymond Maugé, Inge Bruckman, Olga Valdez, Martha
Reyna, Esperanza Cruz, Guillermo Rodríguez, entre otros valores. Asimismo constan los
nombres de los profesores que en similares establecimientos enseñaron los bailes populares
a quienes querían lucirse en las reuniones familiares de cumpleaños u onomásticos, la fiesta
barrial e institucional o cualquier otro motivo de esparcimiento al compás de las contagian-
tes notas de los valses, fox trots, one steps, guarachas, boleros, congas y más ritmos otrora
predominantes en el ambiente musical.
Como ocurre ahora con quienes acuden a aprender reggaetón, perreo, vallenato, bailes árabe
e hindú, merengue, salsa y hacen baileterapia con axé, zumba, pop tropical y cumbia, nues-
tros padres y parientes mayores iban en pos de sus instructores para saber danzar los inol-
vidables temas Noches de Hungría (fox trot), Ay mamá Inés (rumba), Carolina cahó (conga),
Ay, Sandunga (vals), Qué rico el mambo (mambo), La cumparsita (tango) y otras piezas más
que caracterizaron a esos años.
Tal era la dedicación de los maestros y el aprovechamiento de sus alumnos que muchos se
consagraron como bailarines en los conocidos establecimientos de diversión con que con-
taba Guayaquil años atrás y, en igual forma, en el tradicional American Park, que solía or-
ganizar concursos y maratones de bailes para distracción del vecindario, lo cual aseguraba
nuevos discípulos para los profesores y academias.
Tiempos actuales
L
a orquesta de Juan Cavero llenó una época del ambiente musical guayaquileño. La or-
questa Blacio Jr., cuando su cantante Alfredo Barrantes popularizó El casamiento, Jarro
pinchao y Acuarela de río. ‘La Blacio’, como también se la llamaba, deleitó a muchos
guayaquileños en sus actuaciones en vivo.
El swing, el fox trot, el son, la conga y el chachachá, lo mismo que la guaracha, el porro y el
mambo, fueron algunos de los ritmos que disfrutaron los guayaquileños en varias épocas del
siglo anterior, cuando asistían a divertirse en los tradicionales sitios que tuvo la ciudad.
En aquellos lugares y en los que se mantuvieron en actividad hasta más allá de las décadas
del setenta y ochenta, orquestas, bandas y grupos musicales del prestigio de la Blacio Melo-
dy, Tropical Boys, Costa Rica Swing Boys, Blacio Jr., Siboney, Continental, Mayarí, América,
Falconí Jr., entre otros, deleitaron a muchos en esos inolvidables años, cuando se bailaba con
los músicos en vivo.
Además del American Park, otros escenarios que presentaron espectáculos artísticos con
masiva concurrencia fueron el Roxi Night Club, Fortich, Tenis Club, Club de la Unión, Cima’s
del Bim Bam Bum, la sala de fiestas del hotel Humboldt y el hotel casino Miramar, entre
otros. Igual acogida tuvieron el hotel Crillón, el restaurante Dominó y el salón Pauli.
A partir de 1970 se tornaron populares las pistas de baile del River Oeste, el Club de Traba-
jadores Guayas, la Asociación de Empleados y los salones Azul y Blanco del Canal Central,
que funcionaban en el edificio de la Sociedad de Carpinteros.
Conforme transcurrió el tiempo cambiaron los ritmos y aparecieron otros. Las orquestas
que interpretaban charlestón, son montuno, bolero y contagiantes melodías pusieron en su
repertorio temas bailables de jalaíto, cumbia, merecumbé, paseíto, merengue, etcétera, que
aún disputan preferencia con la salsa y otros ritmos contemporáneos.
Tandas bailables
Los “mata bailes”, como lo recuerda el folclorista Guido Garay, escogían el lugar para diver-
tirse, aunque algunas veces debieron recurrir a muchas artimañas para colarse como pavos,
en cualquier fiesta de casa, en la esperada quermés colegial o esa reunión que tenía como
gran atractivo la orquesta de su predilección.
Hubo agrupaciones que permanecieron vigentes por muchos años y algunas cambiaron de
nombre y estilo, cuando los directores cedieron el paso a sus descendientes. Otras desapa-
recieron definitivamente porque murieron sus creadores o dejaron la actividad artística por
diferentes motivos.
Pero lo rescatable fue la gran labor que cumplieron, no solo para ayudar al desarrollo del
arte musical en Guayaquil sino por brindar esparcimiento y diversión a nuestra comunidad,
dueña de espíritu alegre y festivo.
E
l cierre del popular almacén Briz Sánchez, que por décadas atendió a los guayaquile-
ños y visitantes de la metrópoli en sus tradicionales locales de Aguirre 211 y Clemente
Ballén 214, seguramente causó pesar y despertó añoranzas en quienes a diario transitan
por lo que fue el “casco comercial de la urbe” y sus alrededores. Además, entre las amas de
casa que iban en pos de telas para sus propios vestidos y los de su prole, y de los sastres y
modistas que habitualmente concurrían a proveerse de géneros y materiales diversos para
cumplir con sus ‘obras’. Esta novedad hace recordar que ya no están por ese mismo sector,
en el que predominaron los negocios de ventas de telas, los añejos almacenes El Siglo, Bazar
Suizo, Casa América, La Casa Blanca, Andretta, Barakat, La Francia, La Marsellesa, Fayad y
otros que tornan interminable la lista. Tampoco los de Luis S. García, Germán Terán, Achi,
Popular y tantos otros que desde antes de la primera mitad del siglo XX ocuparon los bajos
de los edificios de la Municipalidad de Guayaquil y Gobernación del Guayas.
Lo mismo ocurrió con locales de popularísima acogida como El Baratillo del Obrero y Casa
Briz, en Diez de Agosto entre Seis de Marzo y Pío Montúfar, frente al también desaparecido
Teatro Central, y el Almacén Internacional, de Julio M. Clavijo, en Diez de Agosto y Rumi-
chaca, esquina. De igual manera, aquellos de tipo Beit Ala, de Atala Touma, que desde mu-
chachos escuchábamos en anuncios en la voz de Armando Romero Rodas y Ufredo Molina
Vargas por radio Cristal y otras emisoras de la localidad.
Algunos testimonios
Incluso quedan los nombres de las telas nacionales y extranjeras que buscaban los interesa-
dos para confeccionarse o mandar a ‘coser’ la parada diaria, o la que serviría para presumir y
estar a tono con las fiestas octubrinas, del ‘santo’ de la casa y de Navidad y fin de año.
Común nos resultó entonces escuchar a las abuelas, madres y ‘costureras’ de la familia re-
ferirse a la popelina, sempiterna, dril, supernaval, gabardina, alpaca, nailon, tela espejo, lino,
paño, cretona, tropical, casimir, tropical, organdí, piqué, vuela, tafetán, y otros géneros que
generalmente se los vendía por yardas y varas y después por metros. Eran esperados los re-
mates y ferias de saldos y retazos.
Sin embargo, en cuanto a los almacenes de antaño todavía contamos con varios de ellos
que desafían el paso del tiempo y los altibajos de la actividad comercial, sumándose a los
establecidos en los últimos tiempos. Como ejemplo citamos A. Samán, de Diez de Agosto y
Chile, que incorporó otras líneas de productos; La Casa de Oro, en Aguirre y Pedro Carbo, de
Manuel Adum; Bodegas Nader, en Aguirre y Escobedo; y Depósitos Nader, en Chimborazo y
Aguirre y Colón y Lorenzo de Garaycoa.
Otros almacenes
En los distintos años fueron Casa Wal-
dorff, Mercantil Garzozi, Otto Ycaza,
San Antonio, Francisco Cañarte, Said
Hanna, Cattán Hnos., Marta Salem,
Dansaab, Ex-Im-Co, Bazar Roma, Ba-
duy & Cía., Bucaram Hnos., Dassum
Hnos., Kronfle Hnos., La Casa Siria, Co-
mercial San Agustín, Almacén Victoria,
Manzur Pérez, Casa Pepe, Casa Aidita,
Venetto, Bocaccio, Said (Importadora
Said), etcétera.
A los clientes
También se les ofrecía popelina rusa,
cáñamo blanco y doble, paño casimir,
popelina llana, lino irlandés, nailon
crespolina, tafetán, borlón de seda, bra-
mante de hilo, alpaca, crinolina, piel
de tiburón, holán habano, batista llana,
grau de seda, peterpanes estampados,
gasa blanca, seda perla, silduca, vuela
llana, piel de ángel, burato, céfiro lista-
do, randas, brocados, shantung de seda,
seda gamuza llana, etcétera. Algunas
telas desaparecieron del mercado, pues
ya no se las fabrica.
L
os avisos clasificados de los periódicos y los anuncios de las radioemi-
soras no mencionan en esta época que se busca una nodriza o crian-
dera para un recién nacido, o que por el sector de Orellana y Panamá,
los comerciantes de cacao necesitan cacahueros o esco-
gedoras de café.
Se extinguieron
Entre las ocupaciones extinguidas totalmente, como la del abroquimero, están los aguadores,
que proveían del líquido desde el río o las fuentes a las familias de la ciudad, mas cuando se
generalizó el servicio de agua potable mermó su ocupación.
Posiblemente la versión moderna de los aguadores sean los tanqueros, que llevan y reparten
el agua a los sectores suburbanos.
Hasta la década del cuarenta fue común que los diarios tuvieran avisos en los que se solicita-
ba “nodriza o criandera, con media leche o leche entera”, para un niño cuya madre no podía
amamantarlo. El popular término hermanos de leche surgió precisamente porque la crian-
dera compartía la leche de sus senos entre su propio hijo y el de la familia que la contrataba.
En 1927 los comerciantes y otras instituciones de Quito pidieron al Instituto Mejía que or-
ganizara un curso especial para taquígrafos, pues estos profesionales escaseaban entonces.
También se usan ya poco los términos auriga, estanquero, hortelano, vaporino, práctico, vi-
vandero, rozador, celador, barrenero, ama de llaves, dama de compañía, cuadrillero, destajis-
ta, porquero, que resultaron bastante leídos en los avisos de periódicos hasta casi la mitad del
siglo anterior. Y qué decir del sencillero, que cada semana visitaba los hogares para cobrar las
cuotas pactadas por la compra de muebles o prendas de vestir.
GLOSARIO
Auriga: cochero o conductor de carro.
Estanquero: vendía aguardiantes y otras bebidas
alcohólicas en los estanquillos.
Matarife: se ocupaba de matar y descuartizar reses.
Destajista: trabajaba a destajo (por la tarea) y no por el
tiempo invertido.
Charolador: que barnizaba con charol u otro líquido la
superficie de un mueble.
Comadrona: mujer sin titulación que asistía a las
parturientas.
Celador: que se dedicaba a vigilar el mantenimiento del
orden público.
Marroquinero: que se ocupaba de la fabricación de
artículos de piel o de cuero.
Carpinteros de ribera trabajando en Práctico: el que por conocimiento del lugar dirigía a las
un astillero de Guayaquil. embarcaciones.
C
uando ocasionalmente alguna emisora de la ciudad desempolva su discoteca para
hacernos escuchar temas como La conga, con su pegajoso estribillo: “Una, dos y tres/
que paso más chévere/una dos y tres/que paso más chévere”, no hay duda de que tales
acordes alegran e iluminan el rostro de los mayorcitos de la casa y también contagian a quie-
nes crecieron disfrutándolos en los tiempos de su apogeo.
Pero no solo es La conga la que da paso a ese hermoso recuerdo, sino otras piezas de popular
contenido que abuelos, padres y amigos cantaron y bailaron en la primera mitad del siglo
XX (1950) y unas décadas más adelante. Allí los casos de El zorzal, Ay mamá Inés, Zandunga,
Damisela encantadora, Camina como chencha, El guereguere, La jicotea, Pata gambá, La cinta
verde, La pacharaca, La niña preguntona, El ladrón, etcétera, que hacen extenso el inventario.
Muchos son los fanáticos de estas piezas que para gozarlas a plenitud recurren a sus viejos
tocadiscos y cancioneros.
Desde entonces aparecieron muchas composiciones que el pueblo aprendió y conservó para
disfrutarlas individualmente o con sus familiares y amigos en fiestas y noches de bohemia.
Esa lista se convirtió en herencia y referente para quienes ahora las añoran con especial
deleite y se alegran al repetir sus compases. Tales las que dicen: “El capitán Vallejo, bizarro
capitán/ hace marchar las tropas/ con el ritmo del chachachá” y “Hoy enredé a tu balcón/ un
lazo verde esperanza/ con la esperanza de verlo/ prendido en tu pelo mañana en la plaza”.
No olvidemos las alegres letras “Érase un pollito enamorado/ que marcaba el paso en una
esquina/ con su nuevo traje endomingado/ echaba el ojo a una gallina”. Tampoco la que dice:
“El patito chiquito/ no puede ir al mar/ porque en el agua salada/ no puede nadar” y tantas
otras que quedaron grabadas en la memoria colectiva para un permanente gozo espiritual,
gracias a intérpretes solistas y orquestas ecuatorianas y extranjeras que asimismo grabaron
los discos de 78, 33 y 45 rpm.
ACORDES
En la nómina de canciones populares de antaño no hay
que olvidar las siguientes:
• Se va el tren (fox trot)
• Los cadetes (guaracha)
• El gavilán (jorocho merengue)
• Con medio peso (guaracha)
• Merengue apambichao (merengue)
• Musaraña (guaracha)
• Salud, dinero y amor (vals)
• Ay mamá Inés (rumba)
• Momposina (porro)
• Damisela encantadora (vals)
• La pastora (tango)
Todos bailaban al son • La calandria (ranchera)
de pegajosos temas. • La cucaracha (corrido)
Los centros de
diversión buscaban
excelentes artistas para
sus espectáculos.
C
omo en casi todas las urbes del mundo, Guayaquil tuvo y tiene esos lugares de diver-
sión que en distintas horas del día pero especialmente en las noches acogen los fines
de semana u otro día al adulto o joven citadino y curioso que gusta del baile y cuantas
novedades más ofrece este tipo de locales.
Lo que actualmente llamamos discoteca, boite, cabaré, etcétera, antaño nuestros abuelos y
padres denominaron dancing, grill o night club. Con algunas diferencias entre ellos porque
tienen actividades específicas, también forman la identidad urbana y se apegan al folclore
social por la carga de motivos que encarnan propietarios, trabajadores y clientes asiduos o
informales.
Así lo demuestran los tradicionistas Guido Garay, quien los describe en su libro testimonial
Recuerdos de un viejo guayaquileño, y Alberto Guzmán Rodríguez en la obra Al compás de los
recuerdos.
Muchos testimonios
Locales que no olvidan citar Garay y Guzmán en sus textos son el Ideal, de Judith Sierra,
donde se bailaba con saco y corbata, y el American Dancing, de los hermanos Merchán, en
Colón y Machala, famoso por el baile de las siete congas. Asimismo, el Crosley, de los Viera,
diagonal al American Dancing, en el que se compraban tiquetes para recibir atención y en-
tregar a la pareja luego de bailar una pieza.
También evocan el Liberty, de Segundo Erazo, con espejos y luces, ubicado en Clemente
Ballén 1414 y Machala; el Juventud Alegre, de Juan Gómez, en Aguirre y Machala, al que con-
currían especialmente los jóvenes; el cabaré Ideal, de Aguirre y Machala, frente al cine Quito;
el conocido Flor de Levante, en la planta baja del American Dancing; y El Mónaco, en Boyacá
y Manuel Galecio, sector donde funcionaban similares establecimientos.
El teatro dancing Ideal, frente a la plaza de La Concordia (1937), acogió a muchos parroquia-
nos. De igual manera, el Dixie Night Club (Sucre y Quito) en 1943 presentó al conjunto de
Carlos Aguilera y su cantante Guillermo Romero, con repertorio de música antillana.
Otras novedades
Como no todos ofrecían espectáculos frívolos y strip-tease con bailarinas (vedettes) nacio-
nales y extranjeras, sino formal esparcimiento para quienes únicamente querían bailar, los
vecinos asistieron a comer y danzar en los restaurantes boites Raphael Internacional de Víc-
tor Emilio Estrada 414; la terraza Inca de García Moreno y Nueve de Octubre; el restauran-
te dancing show Pauli de Panamá y
Roca; y por supuesto, el American
Park, situado en la actual plaza Ro-
dolfo Baquerizo Moreno. También
eran otras épocas, con gente respe-
tuosa y sin los peligros que se viven
en estos días.
P
or negocio o paseo, trasladarse desde Guayaquil a otros pueblos de la región fue siem-
pre una agradable experiencia. El Guayas, Babahoyo, Daule, Vinces y otros ríos repre-
sentaron las vías más usuales.
Hasta las décadas del sesenta y setenta, nuestra ciudad y otros pueblos vivieron del auge de
los viajes fluviales.
Esta afirmación resultó muy cierta, pues en las décadas del sesenta y setenta el transporte
fluvial declinó casi totalmente, al punto que desaparecieron las rápidas lanchas a motor que
sustituyeron a los lentos vapores impulsados por ruedas.
Hoy solo queda para el recuerdo una que otra pequeñísima embarcación que surca el
Guayas o alguno de sus afluentes, a diferencia de las incontables balsas, chatas, chalu-
pas, canoas de pieza y de montaña, balandras, vapores, motoveleros, lanchas, etcétera,
que también se observaron en diario ir y venir por las aguas del Daule, Yaguachi, Ba-
bahoyo, Jujan, Naranjal y otros sistemas hidrográficos a fines del siglo XVIII y buena
parte del XX.
Diversas rutas
Sin olvidar el efectivo aporte que dieron a la economía regional y nacional los armadores
y capitanes de los vapores que movilizaron cacao, arroz y otras riquezas exportables desde
las zonas de producción hasta Guayaquil, es justo destacar la labor de los motoveleros que
establecieron trayectos para el transporte de pasajeros y mercaderías entre esta ciudad y
Puná, La Libertad, Manglaralto, Salinas, Manta, Esmeraldas, Limones y más pueblos de la
Costa ecuatoriana.
Remembranzas
Pero son los viajes de antaño en vapores y lanchas los que motivan permanente evocación en
incontables personas, quienes por una u otra razón gozaron de esa experiencia.
Ellos se acuerdan que desde los agitados muelles de Guayaquil –verdaderas colmenas por el
febril movimiento de marinos, vendedores de mercachifles, cargadores, pasajeros– se em-
prendían viajes de negocio o placer a Pascuales, Daule, Nobol, Santa Lucía, Salitre, General
Vernaza, Vinces, Babahoyo, Ñauza, Jujan, Baba, Puebloviejo, Caracol, Ventanas, Catarama,
Pimocha y otras poblaciones ribereñas, especialmente guayasenses y riosenses.
Asimismo, que en calidad de pasajeros de primera o segunda, sentados en las rústicas bancas
o meciéndose al vaivén de una hamaca, se disfrutaba de una travesía placentera de varias ho-
ras, complementada por un nutritivo desayuno, un suculento almuerzo o merienda mientras
desde la proa se llenaban los ojos de bellísimos paisajes que aparecían a lo largo de los ríos
o grandes esteros.
Algunas curiosidades
Hubo lanchas que ofrecieron su servicio con transbordo en carro (chivas). El Universo publi-
có hasta 1940 los nombres de los pasajeros que iban y venían en los vapores y lanchas. Ruta
muy conocida fue en 1969, por ejemplo, la de Samborondón, Boca de Caña, Salitre, General
Vernaza, Angélica, Pimocha y Babahoyo.
En cambio hubo en esa misma época vapores y motonaves como el Presidente Colón, Olme-
do, Jambelí y Dayse Edith que salían regularmente en la noche para Puerto Bolívar y Santa
Rosa, cobraban 20 sucres a los pasajeros de primera y 10 sucres a los de segunda.
Incontables forjadores
Las lanchas no solo transportaban cacao, arroz, leche, sino además ganado en pie y otros
tantos enseres útiles para los habitantes del agro y las respectivas mercaderías para sus ne-
gocios.
El tiempo de los viajes en vapores y lanchas fue sin lugar a dudas una época hermosa y ro-
mántica que no volverá, pues hasta los ríos de ahora por descuido nuestro no tienen el caudal
necesario para el desplazamiento de tales embarcaciones, que también quedaron olvidadas.
El característico sonido del motor de la lancha que esperó la creciente del río Grande (o
Babahoyo), por ejemplo, para emprender el viaje de placer o negocio está hoy solo en el
recuerdo.
Lo mismo podemos decir del strambay, que anunció el apego a un barranco para que la gente
llegara feliz a su destino...
E
l dato que trajo la columna ‘Un día como hoy’ de diario El Universo, en la que se re-
cuerda que hace 75 años a Benigno Vega lo llevaron detenido a la Policía por cambiarse
de casa sin portar el ‘pase’ correspondiente, motiva a destacar ese detalle que para
muchos ciudadanos podría resultar curioso.
Hasta la década del cuarenta y algo más fue común en Guayaquil que los padres y jefes de
familia acudieran a la Intendencia de Policía para solicitar el permiso necesario, el pase, que
los autorizaba a dejar su anterior departamento o casa para fijar la nueva residencia.
Viveza criolla
Sin la profusión de estos tiempos, la viveza criolla apareció en aquella época y hubo muchos
que aprovecharon la noche para cambiarse y no cumplir ese requisito.
El pase, como lo llamaron popularmente, quizás les negó el dueño de casa que les retuvo el
recibo del último canon de arrendamiento por morosos.
También porque en atención a un registro que se llevaba, la autoridad los conminó a ser me-
jores vecinos y dejar a un lado comportamientos indebidos. Pero hubo dueños de casa que
para librarse de inquilinos molestosos extendían la tan ansiada papeleta que probaba que el
interesado estaba al día en sus arriendos.
El Universo, que siempre brindó información oportuna a la comunidad, hasta casi la mitad
del siglo pasado mantuvo la columna diaria ‘Cambios de domicilio’, con el detalle del traslado
de una persona o una familia completa de un barrio a otro.
Hasta los más ocupados se daban unos minutos para leer el indicado servicio, pues allí tenían
la oportunidad de conocer qué vecinos dejaron el barrio o quiénes serían los próximos.
Similar a la lista de los cambios de casa, diario El Universo publicaba la columna ‘Registro
Civil’, con las inscripciones, matrimonios in extremis, nacimientos, divorcios y defuncio-
nes de cada día.
En igual forma, los nombres de los pasajeros que venían de Guayaquil y salían de él por
lanchas, barcos, aviones, vapores y trenes; los ingresos y egresos del Hospital General, los
pasaportes concedidos, los telegramas rezagados, los huéspedes temporales de hoteles, las
citaciones deportivas, erogaciones a casas asistenciales, etcétera.
E
l libro Estampas de Guayaquil del folclorista Guido Garay, consigna que en esta ciudad
la denominación de resbaladera la tuvo uno de los más acreditados establecimientos
que vendía el refresco durante la primera mitad del siglo pasado. Luego, similares ne-
gocios popularizaron el término y por último este se arraigó para referirse por igual a locales
y preparaciones.
La chicha de arroz se elaboraba de algunas maneras, pero la más común consistía en remojar,
moler y cernir el grano en cedazo de crin de caballo; además del azúcar y hielo, le agregaban
leche descremada, clavo de olor, esencia de vainilla, pimienta dulce (de olor), nuez moscada,
etcétera, según el gusto del ama de casa. En las fiestas por ‘santos’ y cumpleaños era un ritual
brindarla a los invitados; en los salones le añadían helados y la servían acompañada de empa-
naditas de morocho, pasteles de gallina, natillas, cocadas, quesadillas y otros dulces.
Además de carretillas y quioscos que atendían al paso a los transeúntes y por carecer de
identificación comúnmente los llamaban resbaladeras, hubo lugares de gran concurrencia
que siguen en la memoria porque se identificaron a plenitud con el folclore que trata sobre
las comidas y bebidas: el ergológico.
Antiguo quiosco de
La Resbaladera.
También atendieron por mucho tiempo los negocios de Colón y Chile, Pedro Carbo entre
Sucre y Diez de Agosto, Santa Elena (hoy Lorenzo de Garaycoa) y Diez de Agosto. En el
Directorio Comercial del Ecuador (1936) se anuncian los locales de La Resbaladera, tanto de
los herederos de Ludeña como de R. Vargas.
En nuestra urbe existen algunos sitios que conservan la tradición de preparar la chicha de
arroz, aunque en muchísimos hogares prefieren la tarea más rápida y dan cabida a las bebi-
das gaseosas, los refrescos en polvo y otros preparados que muy poco se acercan al sabor
de aquella. Si los guayaquileños de décadas pasadas acudieron a saborearla en las tiendas
de la familia Vanegas, los de ahora tienen la oportunidad de revivir emociones o conocerla
en La Parada, de Roberto Evangelista, en García Moreno entre Luque y Aguirre; y la Chicha
Resbaladera, de Gustavo Ramos, en Rumichaca y Nueve de Octubre. En algunos centros
comerciales se sitúan las carretillas de Juanito, el Chichero.
De igual manera, en los quioscos ubicados en Seis de Marzo y Gómez Rendón, y de Eloy
Alfaro y Colombia, de los numerosos comercios que existen y en los que continúa vigente
la receta de antaño y solo ha cambiado el valor del vaso, pues si antes se pagó “medio” (0,05
sucres), después 20 y 30 centavos de sucre, actualmente su valor está entre los 25, 30 y 60
centavos de dólar.
E
nsayar un breve inventario de las canciones populares ligadas al título de esta crónica
volandera es una invitación a la añoranza, pues recordaremos los incontables nombres
de temas que escuchábamos en radios y voces de nuestros mayores y de aquellos que
en pegajosos ritmos actuales incrementan la lista.
Sin olvidar las obras académicas o serias y las tradicionales (villancicos, chigualos, etcétera)
que se reviven periódicamente en Ecuador, siempre habrá un vasto material con testimonios
de amor y agradecimiento al Ser Supremo, a Jesucristo y María, y a los santos que como pa-
tronos y protectores realizan o procuran los ansiados milagros.
Siglo XX
Como siempre lo aconsejamos, súbase sin demora al carro del recuerdo y en unión de fami-
liares y amigos agregue nombres que escapen de esta breve nota. Nunca olvide que ‘cantar
es orar dos veces’.
RELIGIOSAS
También constan en la lista de temas populares que invocan el
sentimiento religioso:
• Tata Dios (huapango): Hnos. Miño Naranjo y otros
• Virgen de la Macarena (pasodoble): Los churumbeles de España
• Virgen de la Cavadonna (canción asturiana): Los Bocheros
• Santa Bárbara (merengue): Celina y Reutilio; Celia Cruz
• Hacia el calvario (pasillo): Luis ‘Potolo’ Valencia
• El Todopoderoso (salsa): Héctor Lavoe
• A mi Dios todo se lo debo (salsa): Joe Arroyo
• Los fariseos (salsa): Boby Cruz
• Hoy he vuelto (balada): Joch Valnes
• Madre de los jóvenes (balada): Joch Valnes
A
ntes de que la norteamericana Anna M. Jarvis (1864-1948) consiguiera en su país la
primera celebración dedicada a las madres en 1908 y la oficialización en 1914 de la
fiesta anual para el segundo domingo de mayo, ya en el mundo resultaban incontables
las obras de cultores de las bellas artes que se inspiraron en el sagrado ser.
En Ecuador, en mayo de 1930, en Quito, comenzaron los primeros festejos públicos por ese
motivo, y en Guayaquil, que inauguró el primer monumento del Ecuador a la madre (1948),
seguido de la designación de las Madres Símbolo.
La literatura es rica en textos (prosa y verso) inspirados en las madres. Algunos son íconos
populares. Allí la célebre novela La madre, del ruso Máximo Gorki; la composición La madre,
del obispo chileno Ramón Ángel Jara: “Hay una mujer que tiene algo de Dios por la inmensi-
dad de su amor...”; y la del ambateño Juan Montalvo titulada La madre: genio benéfico, ángel
de la guarda...
Hay poemas de autores extranjeros que se popularizaron y qué decir de las grabaciones en
discos del Indio Duarte, Enrique Rambal, Roberto Vicario, Jorge ‘Chino’ Carrera y otros.
Hay versos de César Dávila, Pablo Hanníbal Vela, Ileana y Gonzalo Espinel Cedeño, Alfonso
Moreno Mora, Manuel Andrade Ureta, Jorge Carrera Andrade, Mercedes Martínez, José En-
rique Zúñiga, Pedro Ribadeneira, Luis Lupino y otros autores.
El pintor Eduardo Kingman fue uno de los más pródigos en temas de la madre, también
Oswaldo Guayasamín, Aníbal Villacís, Luis Miranda, Félix Aráuz, Bolívar Peñafiel y otros.
Los escultores Francisco Jiménez, autor del monumento a la madre en esta ciudad; Manuel
Velasteguí, Yela Loffredo, Francisco Arteta.
El cine destaca con un buen número de filmes norteamericanos, mexicanos, hindúes, italia-
nos. Como ejemplo Busco a mi madre (Cesáreo Darletti, María Arconti), No basta ser ma-
dre (Isabel Corona, Sara García), Sacrificio de una madre (Bárbara Mujica, Leonardo Favio),
Madre India (con la actriz Nargis); Madre, ayúdame a caminar y Abnegación de una madre,
producciones hindúes; las mexicanas Cuando los hijos se van, El hijo pródigo, Madre querida,
Los hijos que yo soñé, protagonizados por figuras como Sara García, Libertad Lamarque, Car-
los López Moctezuma y Fernando Soler. Los largometrajes Dos mujeres, Imitación de la vida,
Madrecita, canción del alma y Rosie, que emocionaron a miles de espectadores.
Pasillos, boleros, valses, pasacalles, sambas, yaravíes y rancheras son ritmos que forman par-
te de los inagotables temas musicales populares.
Julio Jaramillo es el cantante ecuatoriano que grabó el mayor número de melodías: Madre
cariñito santo, ¡Oh pintor!, Para ti madrecita, Mi madre es mi novia...
Otros temas son Encargo que no se cumple, que canta Tito del Salto; Amor de madre, por Los
Montalvinos; Quiero verte madre, de Segundo Bautista; La canción de los Andes, de los her-
manos Miño Naranjo, Los Brillantes.
A
los emblemáticos nombres de los almacenes J.D. Feraud Guzmán, El Porteñito, Em-
porio Musical, Cardoso, Jairala, Claverol, L. F. Aguilar, Freire y otros que impulsaron
el cultivo y la difusión de la música en sus varias expresiones, hoy recordamos a otras
empresas de igual actividad y a quienes con espíritu visionario las mantuvieron para regocijo
de los vecinos de la urbe.
Distribuidores de discos
Si populares fueron las marcas de discos Ónix, Columbia, Orión, Odeón, Éxito, Cóndor,
Fuentes, Aguilar, Fénix, Rondador, Angelito, Polydor, Velvet, Virrey, Orfeón, Sono Radio,
RCA Víctor, Fiesta, CBS, Musart, Angelito, Granja... similar popularidad tuvieron los almace-
nes que los vendieron.
Allí los casos de los comercios inicialmente nombrados y también Conviértalo, Suéscum,
Récord, Discomundo, J. Isaías Silva, Bazar Musical, Cardoso, Su Disco, Discos Carlos, Distri-
buidora Xavier, Casa Vilma, El Disco de Oro y otros tantos que escapan a esta crónica fugaz
pero llena de añoranzas.
Alquiler de equipos
Cuando los músicos tenían su ‘maní’ (contrato), las entidades obreras y sociales ofrecían
algún evento y los grupos políticos programaban mítines barriales, acudían a alquilar ampli-
ficadores, parlantes y cuestiones similares a La Panameña, de Lorenzo de Garaycoa y Luque;
Kid Charol, en Luque y Garaycoa, y donde Ángel Garófalo, en Garaycoa y Luque.
Otro anuncio de esa década pertenece al almacén de Clodoveo González, en Vélez 107 y
Pedro Carbo.
T
estimonios de protagonistas directos, libros de memorias porteñas y los avisos clasifi-
cados de periódicos como El Universo en distintas épocas del siglo pasado y lo que va
del XXI, dan cuenta del importante papel que tuvo el servicio de los comensales que
se brindó en nuestra ciudad, donde aún hay rezagos de aquel negocio pese a las modernas
alternativas de atención a quienes por distintas razones no pueden almorzar o comer (‘me-
rendar’) en sus hogares.
Sin duda los comienzos de esta actividad mercantil en nuestro medio estuvieron en la época
colonial y hubo grupos familiares, establecimientos particulares y hasta pequeñas empresas
que la aprendieron. Recibir comensales permanentes o pasajeros se convirtió, pues, en un
negocio que ayudó a mejorar el presupuesto de modestos empresarios y aseguró el am-
biente hogareño buscado por quienes estaban lejos de los suyos al momento de servirse los
alimentos.
No faltaron los que hacían descuentos o ‘esperas’ prudenciales a sus asiduos favorecedo-
res, que por imprevistos no podían cancelar sus consumos
diarios, quincenales o mensuales. También se daban modos
para averiguar el día del ‘santo’ o cumpleaños y obsequiar
algún dulce y refresco especial. Lo cierto es que cada detalle
robustecía el clima cordial de la reunión diaria, generalmen-
te de lunes a viernes, y ocasionalmente hasta el sábado.
Alojamiento
“Pensión Europa presenta nuevo servicio de comedor, con una
alimentación sana y buena, fresca e higiénica. Trato de fami-
lia y atención al gusto. Chanduy 212”.
Comensales
“Se reciben comensales a precios módicos, comida sana y
abundante en Luis Urdaneta 213. (Noviembre de 1950)”.
El fotógrafo
Walter Jara en su
estudio.
D
urante las primeras décadas del siglo pasado, cuando la fotografía tomaba auge en
esta ciudad y los recursos de quienes la ejercieron eran más artesanales que técnicos,
hubo establecimientos que acapararon la preferencia de los ciudadanos deseosos de
obtener la foto de la familia y de acontecimientos sociales.
De igual forma los buscaron las entidades culturales, obreras, deportivas, y otras, para con-
servar recuerdos de sus actos conmemorativos.
Nombres populares
Por el entusiasmo y profesionalismo de sus propietarios hubo y hay talleres muy conocidos
en el medio. Incluso introdujeron el desarrollo tecnológico de este arte, para continuar con
la atención a quienes heredaron de sus padres y mayores la costumbre de ir a fotografiarse o
pedir que acudan a los domicilios o sedes institucionales.
Una lista que avivará el recuerdo del lector no puede prescindir de las fotografías Jordán,
González, Lípari, Escobar (Simón), Ibáñez, Olimpia, Valdivieso, Pérez, Jara, Rafael (de Eulo-
gio Santos Garzón), Cinefoto, Estrella, Soni, Arévalo, Titus, Astudillo, Estudio 45, Colorama,
Fotosonido, Olimpia, Mora, Arcolujo, Jurado, Victoria, Lumiere, Ecuador, Romero, Luminofo-
to Silva, Fotecas, Richard, Em Fo Ca (Emporio Fototécnico Huancavilca), Escobar Jr., Armas
y muchas otras, hasta llegar a las más contemporáneas que el público conoce, escucha y
busca siempre.
En este breve recuento que abre la posibilidad de incorporar más nombres de establecimien-
tos y de profesionales del arte fotográfico, es justo consignar los de Miguel Jordán, Rosalino
Carchi, Walter Blaschke Cros, Michael Wengerow, José Escobar Ramos, Simón Escobar Saá
y Luis Hugo Alvear Mendoza, quienes lo enseñaron y difundieron sin egoísmos entre sus
parientes, discípulos y futuros colegas.
A Melchor Lavayen lo llamaban el ‘fotógrafo de los artistas’, porque capta sus actuaciones
en los escenarios; Franco Andrade recibió felicitaciones por su libro Guayaquil nocturno sin
flash, y Elio Armas editó Fotografías de Guayaquil. Otros ‘artistas del lente’ han editado igua-
les obras.
L
a declaratoria del cementerio general de nuestra ciudad como Patrimonio Cultural del
Ecuador invita a recordar algunos de los casos vinculados especialmente con la necro-
latría, que según el maestro y folclorólogo riosense Justino Cornejo Vizcaíno constitu-
ye el “culto máximo de los guayaquileños a los muertos”.
Costumbres perdidas
Desde antes de la primera mitad del siglo anterior desapareció el llamado viático, acto por el
cual el sacerdote administraba la extremaunción al enfermo ya desahuciado por la ciencia y
para quien sus familiares solo esperaban un milagro.
Los parientes y amigos del enfermo acudían a la iglesia para acompañar al sacerdote que salía
de ella portando el cáliz, en tanto un monaguillo o asistente sostenía el palio que lo cubría.
Atrás del presbítero marchaban grandes y pequeños portando velas encendidas con un forro
de papel de despacho que hacía de pantalla; asimismo, iban rezando sentidas plegarias a Dios
por la persona que recibiría el sacramento.
Cuando llegaban a la casa del moribundo, el sacerdote procedía a escuchar su confesión, dar-
le la absolución y ungirle los santos óleos. Cumplido el ritual, el religioso retornaba al templo
seguido del mismo séquito.
En los velatorios de ahora son contados los deudos que brindan a los acompañantes el po-
pular café con rosquitas, pues las colas suelen resultar más prácticas ante la falta de tiempo
y porque en ocasiones aquellos no se realizan en los propios domicilios, en los que incluso
durante la madrugada se servían el aguado o caldo de gallina para restituir las fuerzas de los
que acompañaban a los deudos del difunto.
En los velatorios de los niños tampoco se juega al golfín, que no tenía ninguna malicia y era
un entretenimiento para demostrar ingenio y agilidad mental. Predominan actualmente los
jugadores ‘profesionales’ de cartas que buscan ganar dinero y llegan a estas reuniones sin
conocer siquiera al difunto.
Cuando el uso de los aparatos de aire acondicionado era escaso en los hogares y en los loca-
les donde eventualmente se realizaban velatorios, había la costumbre de colocar debajo del
ataúd una lavacara con grandes trozos de hielo para atenuar los estragos del calor y conse-
guir que el cadáver se mantuviera fresco, sin corromperse.
Las carrozas motorizadas, que desplazaron a las tiradas por caballos o mulas, también
tienen el uso restringido, quizás por lo costoso que torna al servicio de funerales (antes
de pompas fúnebres). Aún hay cortejos que recorren grandes distancias desde distin-
tos sectores de la metrópoli hasta el cementerio general. Ahora se acostumbra incluir
cantantes y guitarristas en los sepelios para que ofrezcan las canciones que gustaron al
difunto.
Misas e indulgencias
Las eucaristías por los difuntos (misas de réquiem) también han tenido algunas variantes. Se
acostumbraba a ofrecerlas de manera individual, pero con el tiempo se estableció darlas en
forma colectiva, es decir, en sufragio de varios difuntos en la misma ceremonia.
Hasta la década del cuarenta las invitaciones a las misas de réquiem solían incluir como
novedad que la primera autoridad de la diócesis había resuelto conceder un determinado
número de indulgencias –generalmente 50 y 100– a quienes concurrieran al oficio religioso.
Los anuncios mortuorios con invitación a sepelio, agradecimientos y misas no han va-
riado mayormente; algunos cuidan de señalar que su difunto falleció confortado con
todos los auxilios de la religión católica y le agregan que el pariente murió con la ben-
dición papal.
L
a celebración del Mes del Niño, que en esta época y entre nosotros tiene otras conno-
taciones, sirve esta vez para evocar los numerosos juegos y diversiones que practicó la
niñez y juventud de nuestra ciudad, especialmente los que nacieron una década antes
y después de la segunda mitad del siglo XX (1950). En la larga lista de entretenimientos que
pequeños y jovencitos buscaron para divertirse en unión de sus familiares y vecinos de ba-
rrio en las tardes de ‘invierno’ y verano, durante el recreo escolar o el periodo de vacaciones
estudiantiles, etcétera, siguen vivos en el recuerdo los juegos de la pelota de trapo, la rayuela,
los trompos, las cometas y la pega con vida.
Asimismo, las escondidas, el sin que te roce, los zancos, el zumbambico (platillo) y, por su-
puesto, el juego con bolas en algunas variaciones (pepo, tingue, culebra y otras), cuyos acier-
tos al lograr el pepo solo, el pepo y trulo, la cuarta y la ‘jeme’ como medida, se pagaba al
ganador con el valor pactado en billusos o en la cantidad de las figuritas del popular confite
Límber.
Quienes evocan los incontables juegos populares de antaño destacan lo mucho que ayuda-
ban a robustecer la amistad y la integración familiar, pues en más de un caso –como el de las
cometas– el juguete se lo construía entre varias personas. Ahora, en cambio, dicen, los juegos
electrónicos como el nintendo dejan muy poco a la imaginación y al trabajo grupal.
El confite Límber
Gozó de enorme acogida entre la chiquillada guayaquileña y de otras provincias; fue un de-
licioso caramelo envuelto por una bonita figura a colores que formaba parte de una serie de
tipo histórico-didáctico y recreativo coleccionable, cuyos cuadros generalmente numerados
del 1 al 50 tenían un número o cromo ‘difícil’.
La historia del Límber se remonta a los años veinte del siglo pasado, pues hay referencias de
que el artista Miguel Ángel Valenzuela Pérez ilustró las figuritas de temas sociales y urbani-
dad por orden del empresario N. Andrade. Posteriormente, N. Loyola mantuvo el negocio sin
que el confite pierda el atinado mensaje para sus seguidores ni la plausible orientación que
poseía por sus mensajes de cada temporada.
En diario El Universo hubo anuncios destacados sobre este caramelo que circulaba en junio.
Lo testimonia este aviso del 18 junio de 1950: “Límber ya está a la venta para las provincias
del Guayas, El Oro y Los Ríos. La distracción preferida de la niñez y juventud ecuatoriana.
Pida en su depósito principal de Benalcázar 216 entre Rumichaca y Lorenzo de Garaycoa”.
Algunas familias preferían guardar la colección por los datos y dibujos; otros interesados
buscaban los premios apenas completaban la colección. Los chicos de la barriada y de la
Los billusos
Eran las envolturas (no cajitas) de los cigarrillos que circulaban antaño, casos del Full Speed,
Chesterfield, Camel, Lucky Strike, Welcome, Kool y otros. Se las conseguía regaladas en tien-
das y quioscos de la barriada o del fumador de la familia. Algunas veces, por tener pronto la
envoltura, los muchachos sin permiso de sus mayores sacaban los cigarrillos que contenían,
ganándose el ‘cocotazo’ como castigo.
Otro tipo de billusos surgió después, contenido en sorpresas y caramelos que se vendieron
en tiendas, bazares y puestos a la entrada de los planteles. Se trató de pequeños billetes con
los colores e ilustraciones similares al papel moneda oficial, pero con la clara advertencia de
que no tenían valor comercial. Pero nunca faltaron los muchachos de espíritu financiero que
vendieron o prestaron los billusos con interés, y otros que les gustaba presumir con fajos de
ellos atiborrando sus bolsillos.
Así fueron aquellos tiempos del Límber y los billusos, que permanecen en la mente de in-
contables guayaquileños porque fueron parte de sus juegos apegados a un calendario, que los
niños y jóvenes desarrollaron de acuerdo con sus estudios, vacaciones y el clima o la estación
predominante.
Raphael junto
con CARR
en radio
Cristal.
L
a triunfal presentación del español
Raphael en el Teatro Centro de Arte,
una de las tantas realizadas aquí a lo
largo de su carrera, nos hace recordar las vi-
sitas a nuestra ciudad de incontables intér-
pretes y ejecutantes extranjeros de música
clásica y popular, especialmente a lo largo de
los siglos XIX y XX.
En el caso de los intérpretes del género popular la lista es interminable y es notorio que du-
rante el siglo pasado esas visitas se multiplicaron con la inauguración de los hoteles Miramar,
Palace y Humboldt, los centros recreativos American Park y Bim Bam Bum.
Los teatros Olmedo, Ponce, Nueve de Octubre, Central, Apolo, Presidente, entre otros; la
Feria Ganadera Agropecuaria (Caraguay) y la Feria Internacional de Durán; y las emisoras
Cenit, Cristal, Atalaya, CRE y tantas otras impulsaron la venida de los cantantes, orquestas,
bailarines y cómicos de diversas nacionalidades.
Algunos nombres
En testimonio de lo que deseamos comprobar constan las visitas a Guayaquil de los cantan-
tes Javier Solís, Celia Cruz, Olga Guillot, Toña la Negra, Cuco Sánchez, Daniel Santos, Xio-
mara Alfaro, Lucho Gatica, Los Indios Tabajaras, Libertad Lamarque, Sarita Montiel, Antonio
Prieto, Bienvenido Granda y Los Cuatro Hermanos Silva.
Carlos Argentino, Alberto Beltrán, Leo Marini, Rolando La Serie, José Luis Rodríguez, Leo
Dan, Julio Alemán, Donna Behar, Consuelo Vargas, Pedro Otiniano, Pedro Vargas, Rosita
Quintana y los hermanos Arriagada cumplieron, asimismo, exitosas presentaciones en la
metrópoli guayaquileña.
Los baladistas César Costa, Manolo Muñoz, Alberto Vásquez y Henry Nelson; las bailarinas
Susana Giménez, Dolly Sisters y Tongolele; los cómicos Lucho Navarro, Resortes, Clavillazo,
Vitola y Tin Tan; y los tríos Los Panchos y Los Embajadores Criollos estuvieron varias veces
en los escenarios de la urbe.
Otras figuras que cosecharon triunfos en el puerto fueron Irma Dorantes, Virginia López,
Mona Bell, Álvaro Zermeño, Ernestina Garfías, Lilia Prado, Amalia Aguilar. En las últimas
décadas desfilaron Leonardo Favio, Marco Antonio Muñiz, Alberto Cortez, Alci Acosta y
El Greco. Orquestas como La Sonora Matancera, Billo’s Caracas Boys, Los Churumbeles de
España y otros grupos de bailes tradicionales y de ballet alcanzaron resonados triunfos en la
segunda mitad del siglo anterior.
Eso fue, a breves rasgos, un inventario sucinto del desfile de artistas de otras latitudes en
escenarios porteños, sin las exigencias que acostumbran actualmente algunos excéntricos
cantantes, que piden a los empresarios camas con sábanas de seda color rosado, almohadas
con pluma de ganso, leche de burra para bañarse y otras extravagancias más.
N
o habíamos olvidado a quienes a través de los años editaron libros para demostrar
que en el país existe una variedad de preparaciones que son el testimonio de la co-
mida criolla y tradicional, cuyo disfrute nos lleva a la evocación, pone vigente el
recuerdo de nuestros mayores y nos acerca a los pueblos ecuatorianos que poseen como
patrimonio más de un platillo, dulce o refresco con que los identificamos.
Actividades literarias pioneras que rescatan esas añoranzas inmersas en el folclore ergológi-
co se atribuyen a Juana Carbo, quien escribió un libro de cocina en el siglo XVIII durante el
gobierno de José María Plácido Caamaño. Similar labor cumplió la famosa luchadora liberal
María Gamarra de Hidalgo, la Ñata, con el opúsculo Recetario para la olla del pobre. Otro texto
precursor es Tratado práctico de cocina para el Ecuador, según las producciones y comodidades
del país. En la revista Cultura del Banco Central del Ecuador (1985) Roberto Ramia cita Las
recetas de doña Doloritas Gangotena y Álvarez, la cocina en Quito a finales del siglo XIX.
En 1946 en El Universo se promociona el Manual de cocina criolla, de 500 páginas, del coci-
nero profesional José María Quiñónez.
Muchas obras
Libros muy conocidos son: Cocine con gusto, de Yolanda Aroca; Recetas criollas: cocinemos
lo nuestro, de Julio Pazos Barrera en la colección Biblioteca Ecuatoriana de la Familia (BEF);
y Las 627 recetas del libro de cocina de la Okyta (Leonor Hidalgo de Schotel). El científico y
escritor ambateño Plutarco Naranjo en la BEF editó Saber alimentarse, documentadas y di-
vertidas páginas que enseñan el valor de hortalizas, frutas y productos de consumo popular.
Igual orientación dio Manuel Sotomayor Rivera al texto Desafío al hambre.
Gino Molinari ha publicado obras como Mis recetas casa adentro y Ruby Larrea Sopas del
Ecuador (Editorial El Conejo, Quito). Teresa García de Ortiz es autora de Mis recetas favori-
tas (Paradiso Editores, Quito) y Juana Emilia Sabande escribió el libro Doña Juanita: comida
tradicional del Ecuador (Proselec, Quito).
Álvaro Silva publicó Cocina y salud: comida criolla vegetariana (Offset Hermano Miguel,
1992) y Freddy Álvarez Castro El sabor del Ecuador (Poligráfica, 1999). Lo hicieron, asimismo,
Patricia Baquerizo de Reyes, autora de Cocina de Patricia para celebrar y compartir (Imprenta
Grupo Mariscal, 1998), y Martha Riofrío Cevallos con su texto La cocina ecuatoriana paso a
paso (Lexus Editores, 2003).
N
uestra crónica sobre la literatura gastronómica como ayuda para conservar la iden-
tidad cultural abrió otro camino que nos permite recorrer el campo de la creación
literaria y musical de gente compatriota que, similar al caso anterior, testimonia la
copiosa lista de los platos, bebidas y postres típicos o tradicionales de la cocina ecuatoriana.
Aquello se comprueba en los pasillos, sanjuanitos, albazos, tonadas y otras canciones po-
pulares que a diario leemos en periódicos y libros o escuchamos en las emisoras. De igual
manera, en los amorfinos montubios del Guayas, Manabí, Los Ríos y El Oro, en las coplas
serranas y las décimas esmeraldeñas.
Allí se consignan los nombres de las preparaciones culinarias criollas que se identifican con
el folclore ergológico. Y esas melodías y textos que los recuerdan forman parte del folclore
poético, social y narrativo.
Algunos de los potajes y bebidas que se citan en las canciones y poemas destacan por ser de
tipo regional, caso de los chigüiles de la provincia de Bolívar y el corviche manabita; otras
son expresiones de fiestas rituales: la fanesca y el molo, por Semana Santa, y la colada o ma-
zamorra morada, por Finados.
Tampoco faltan los nombres curiosos para algunas preparaciones: locro de uñas, sopa chorrea-
da, niños de col, caca de perro (canguil con miel de panela), amor escondido, tigrillo, etcétera.
La música
Entre los ejemplos que podemos citar en esta modalidad consta el aire típico Ají de cuy, de
Alfredo Carpio Flores, los sanjuanitos Échale morocho al pollo, de Julio César Cárdenas, y
Pase 30 de chicha, de Gerardo Arias, además del aire típico Compadre péguese un trago, de
Guillermo Garzón Ubidia.
El pasacalle La tuna quiteña, de Leonardo Páez, dice que “en el santo de Quintana brindarán
la mistela rosa y chinguero como miel”; en cambio, en el pasodoble Sangre ecuatoriana, letra
de Ben Molar y música de Julio Cañar, los autores invitan al extranjero a comer caucara y
beber chicha.
En el disco compacto Lo mejor de Loja está el tema Reencuentro, cuyo intérprete describe la
belleza del paisaje de la hermana provincia, menciona sus platillos típicos: cecina, maní con
bocadillos, alverjas con guineo, arepas de maíz y el seco de chivo con arroz macareño.
Lo propio se hace en otros temas que aluden las comidas y bebidas muy propias del país. Allí
los casos de los sanjuanitos Testamento del indio (Alberto Sampedro) y La chicha de la santa
Si revisamos los libros Amorfino: canto mayor del montubio, de Wilman Ordóñez Iturralde;
Cantares de mi pueblo, de Luis A. Cárdenas; Palenque (décimas) y Diáspora (compilación
de expresiones tradicionales), por Luz Argentina Chiriboga; Saber alimentarse, de Plutarco
Naranjo; Tapao, canción y miscelánea (apología rimada), de Julio Micolta Cuero); Amorfinos
costeños, compilación de Robespierre Rivas Ronquillo, y otros textos de autores ecuatoria-
nos, podremos observar que se cumple al pie de la letra aquello de resaltar las bondades de
la cocina tradicional del Ecuador.
Aprovechemos, pues, para recordar canciones y textos literarios que hablan claramente de la
exquisitez de las bebidas, los platos y postres arraigados a la expresión popular del Ecuador.
La Fanesca y el Molo
son parte del ritual de
la Semana Santa.
VERSOS
Amorfinos Coplas Décimas
En la copa de una jagua ¡Fea como el bagre es A chillangua y a pescao
suspiraba un guaraguao como caldo e’ bagre es huele el aire del ambiente,
Y en el suspiro decía y quien no la ha probado agua zurumba caliente
Qué sabroso arroz aguao. no sabe cuán rica es! tiene al pueblo alborotao.
A mí me gusta el ajonjolí Mañana me voy al cielo Van a servir el tapao
Porque tiene mucho ají ingrata no te he de extrañar, con plátano y condimento:
Se acabó la chicha de jora lo que sí me ha de faltar vuela el verso a flor del viento
Que venga la de maní. es el chupe de corvina. como una boca que zumba
El aguardiente de caña Guatita con ají quiero porque se prende la rumba
Es un bruto majadero cerveza quiero, trago no; probando este alimento.
Que se sube a la cabeza también unas lindas guambras,
Como si fuera sombrero. guambras quiero, viejas no!
A
unque suman pocos en la lista de un inventario, sin embargo, los compatriotas indí-
genas que interpretaron la música popular lo hicieron con buenos resultados y obtu-
vieron relevantes triunfos cuando participaron en presentaciones de radio, televisión
y los esperados festivales que otrora acogían a cientos de personas en las salas de cine de la
ciudad.
Fueron, pues, las emisoras Cristal, América, El Mundo, Atalaya, Cóndor y otras tantas don-
de nuestros artistas triunfaron. Igualmente lo hicieron en los cines Apolo, Central, Fénix,
Guayas, entre otros; el teatro al aire libre Bogotá, la feria Caraguay y los primeros canales de
televisión que se establecieron en Guayaquil.
De ‘origen’ indígena
Causantes de sonrisas
S
imilar al aporte de las incontables intérpretes compatriotas para la vigencia y difusión
de la música popular, cuyo breve ‘inventario’ ensayamos en la crónica del 5 de abril del
2005, el de los cantantes solistas es meritoria y obliga a resaltar de la misma manera
esa labor que desde hace años los convirtió en referentes de un singular oficio. Ellos triunfa-
ron en los escenarios de antiguas radioemisoras como La Voz del Litoral, Ortiz, CRE, Cristal,
América, Atalaya, El Mundo, Cóndor y Ondas del Pacífico, entre otras, y sus voces se escu-
charon continuamente en los discos que grabaron con respaldo de guitarristas, conjuntos y
orquestas del medio.
Lista
to con las de Claudio Vallejo, Galo Ramírez, Alfonso Solines, Pedro Vallejo, Alfonso Rivera
y Walter Escobar.
Más cantantes de enorme acogida han sido Héctor Jaramillo, Leonardo Enrique Vega, Hugo
Enríquez, Roberto Calero Piedrahíta, Aladino, Noé Morales, Ricardo Loor, Roberto Zumba,
Raúl Illescas, Elías Vera, Máximo León y Juan Álava. Asimismo, Chugo Tovar, Richard Esco-
bar, Leonardo Chávez, Vicente Reyes, Otto Ferrer, Pepe Caicedo y Tito del Salto.
Buena parte de los artistas citados continúan activos, mientras que de los desaparecidos nos
quedan sus grabaciones que algún romántico las hace escuchar a sus invitados en las reunio-
nes familiares o de amigos.
Canciones
No dude el amigo lector en incorporar nuevos nombres a este breve inventario que, esta-
mos seguros, despertará sabrosas añoranzas cuando escuchemos la alegre canción La negra
Romelia, interpretada por Elías Vera; Mercedita, por Otto Ferrer; Los jilgueros, por Roberto
Calero Piedrahíta, o los pasillos El clavel negro y El pañuelo blanco, que las convirtió en po-
pulares Héctor Jaramillo.
Nicasio Safadi Enrique Ibáñez Mora Carlos Rubira Infante Homero Hidrobo
A
l igual que en cualquier nación del mundo, no siempre ocurre que los cantantes solis-
tas o integrantes de dúos y hasta tríos sepan tocar guitarra para acompañarse en sus
actuaciones y ganar el aplauso del público al interpretar los variados ritmos ecuato-
rianos y extranjeros. Casos excepcionales como los de Segundo Bautista, Carlos Aurelio Ru-
bira Infante, Hermanos Montecel, Enrique Ibáñez Mora y otros donde se unen el cantante y
el instrumentista, podrían hacer creer lo contrario. Pero, en un buen número de situaciones,
hay excelentes intérpretes que carecen de ese ‘don’ y necesitan obligatoriamente del acom-
pañamiento de guitarristas (requinto y segunda) para consagrarse en sus presentaciones de
radio, teatro, televisión y escenarios diversos.
Esta nota volandera intenta, pues, recordar nombres de guitarristas que aportaron al surgi-
miento y difusión de la música popular en nuestro medio, aun más si en repetidas ocasio-
nes se ignora su trabajo aunque conozcamos que gracias a su respaldo triunfan las voces
internacionales que llegan por aquí o los compatriotas que salen a cosechar
palmas en naciones hermanas.
Valiosos referentes
char a tantos músicos que dominaban las cuerdas del singular instrumento.
Desde la segunda mitad de esa misma centuria en las emisoras CRE, Atalaya, El Mundo,
Cenit, Cristal, Pacífico, Cóndor, La Voz del Litoral, América, etcétera, era frecuente escuchar
a intérpretes locales y de otras naciones con el respaldo de Armando Pantza Aráuz, el Pibe;
Pepe Dresner, Wacho Murillo, Sergio Bedoya, Abilio Bermúdez y Wacho Figueroa.
La lista del recuerdo se amplía con los nombres de requintistas o guitarristas como Rosalino
Quintero, Bolívar y Paco Lara, Carlos Montalvo, Víctor Galarza, Homero Hidrobo, Naldo
Campos, Guillermo Rodríguez, Gonzalo Sánchez, Juan Naranjo, Pedro Chinga, Jacobo Már-
mol, Armando Alarcón y Vicente Plaza.
Asimismo, Augusto Peña, Francisco Espinar, Juan Ruiz, Santiago Chamaidán, Pedro Vera,
Paco Lamboglia, Pancho Rivera, José Peralta hasta llegar a los contemporáneos que dan su
aporte para el mantenimiento del ejercicio musical.
Tampoco debemos excluir a guitarristas conocidos por su estilo personal como Carlos Bo-
nilla, Bolívar Ortiz, Roberto Viera, Eddy Erazo
y otros preocupados en jerarquizar la guitarra,
sin olvidar jamás los temas populares. Igual-
mente hubo y hay los que optaron por la clá-
sica para interpretar música académica, así lo
testimonia César León.
L
a historia de la música popular en nuestra ciudad necesita espacio para detallar los
nombres de esas artistas que se evocan con frecuencia en el hogar o la tertulia de ami-
gos, porque supieron interpretar aquella diversidad de temas que por su contenido en
varios ritmos se identificaron con el sentimiento popular.
Similar al aporte que ofrecieron y todavía entregan dúos, tríos, cuartetos, quintetos y orques-
tas citados en anteriores crónicas, las cantantes solistas del pentagrama ecuatoriano e inter-
nacional también llaman a ensayar un fugaz inventario, en especial de los valores referentes
que suelen recordar quienes conocieron esa época.
No solo las radios populares como La Voz del Litoral, Ortiz, Cristal, América, Cóndor, El Mun-
do, Ondas del Pacífico y otras conocidas antes y después de la segunda mitad del siglo pasado
ayudaron al triunfo de las cantantes y sus temas, sino los canales de televisión, las ferias, los
shows que empresarios visionarios organizaban en teatros y escenarios, etcétera.
Quién no recuerda a Fresia Saavedra, quien hizo famosos los temas El ladrón y La niña pre-
guntona, o a Maruja Serrano, identificada con la guaracha La pacharaca. Igual cosa podemos
decir de Máxima Mejía, a quien en sus presentaciones de radio y sitios de distracción, el
público le pedía las canciones Desdén, Ventanita y En el campanario.
Vicenta (o Vicentica) Ramírez hizo del pasillo A solas su tarjeta de presentación en las audi-
ciones que la tenían como figura principal o alternando con otros aplaudidos colegas.
Otras artistas que tuvieron el aplauso por sus aptitudes interpretativas fueron Dalila
Bowen, Elisa Macías, Katy Jordán, Lourdes Espín, Mary Fuentes, Teresa Cardoso, Ger-
trudis Vargas y Elba Cañola. Asimismo, no hay que olvidar a Marcia Chapman, Irlandra
Meléndrez, Calypso Villamar, Argentina Mendoza, Gladys Santos, Clemencia Samanie-
go, Lolita Cedeño y Clarita Vera.
Otras voces
En los últimos años del siglo XX se aplaudió a Ketty Pazmiño, Ketty Kazo, Juanita Rome-
ro, Liliam Suárez, Ana Lucía Proaño, Germania Calero, Jenny Peñafiel, Isabelita Puga, Jenny
Chinga, Mariana Coloma, Jenny Cabrera, Mary Aráuz, Irma Aráuz, Teresa Franco, Hilda Mu-
rillo, Maruja Mendoza, Jenny Rosero, Juanita Córdova y Digna Isabel.
Una buena cantidad de las artistas ‘inventariadas’ y otras que escapan de la nómina siguen
en la actividad, pues realizan presentaciones o graban discos con los temas del recuerdo, que
sus seguidores sintonizan en las radiodifusoras, repasan en los viejos cancioneros o disfrutan
a plenitud en las noches de bohemia barrial o entre miembros de la familia.
A
dquiridas esas publicaciones donde constaban sus canciones favoritas y las fotos de
sus admirados intérpretes a quienes querían imitar, grandes y chicos iban de un lado
a otro leyendo y tarareando los temas. Era, pues, el cancionero una especie de amigo
inseparable de los aficionados al canto y hasta de los profesionales en materia musical. En
1922 circuló el cancionero El aviador ecuatoriano.
Alrededor de la década de 1950 del siglo anterior, en nuestra ciudad se incrementó la publica-
ción semanal, quincenal y mensual de los cancioneros, labor que ayudó a difundir las letras
de composiciones nacionales y extranjeras que ahora son una añoranza.
Entre los cancioneros de mayor aceptación y habitual demanda estuvo El Mosquito, que edi-
taba Rafael Cucalón, con su colaborador en asuntos de selección de material e impresión,
el comandante de Bomberos Andrés Arteta Montes. Nadie perdía los números ordinarios y
extraordinarios del cancionero y hasta los políticos se peleaban por aparecer en la portada
debido a su popularidad.
También constan Cantares inolvidables del Ecuador (tomos 1 y 2) y Joyel Musical o Historia
musical de América (dos tomos), de Francisco José Correa Bustamante.
Asimismo, están en favor de la difusión de la música nacional los libros Antología de artistas
y compositores ecuatorianos, compilado por Adolfo Parra Espinoza, y Antología del pasillo
ecuatoriano, de Isabel V. Carrión.
Igualmente el cancione-
ro popular Vamos a can-
tar (Biblioteca Ecuato-
riana de la Familia), con
su compilador Gerardo
Guevara.
Libros con amplia información y letras de canciones ecuatorianas son Discografía del pasi-
llo ecuatoriano y Lo que cuentan nuestros
pasillos, de Alejandro Meneses.
Letras
Constan además Cancionero ecuatoriano Demanda
(Representaciones Regalado), Antología Los cancioneros tuvieron gran demanda hasta las
musical de América (Francisco José Co- décadas del setenta y ochenta del siglo anterior.
rrea Bustamante), Antología de la mú- Aunque comenzaron a editarse desde los años treinta.
sica hispanoamericana (boleros, valses, Actualmente son pocas las imprentas que los publican.
tangos, rancheras, cumbias, pasodobles,
cuecas, sambas, bambucos), de Editorial Más conocidos
ABC. Del setenta al ochenta hubo varios cancioneros favoritos
por el público, conocidos con nombres como: Ecuador,
Últimamente circula el libro Señor Bo- América, Variedades, Moderno, Guayas, El nuevo
lero, del investigador José Espinoza Sán- cantor, Cancionero ecuatoriano, Joyel musical (partes I
chez, con historia y anécdotas de com- y II), El mosquito, El costeñito, El porteñito, Cancionero
positores e intérpretes. del Guayas, Cancionero del trópico, Cancionero
internacional, entre otros.
D
os antiguos y queridos edificios que hasta hace un par de meses pasaban inadvertidos
para la mirada fugaz de los moradores y visitantes de nuestra ciudad, hoy lucen sus
fachadas bien pintadas y eso permite apreciar toda la belleza de sus líneas y diseños.
Se trata del que se levanta en Chile y Chiriboga, construido para el funcionamiento del Labo-
ratorio Municipal, que después se le llamó popularmente la Planta Sttasanizadora de Leche,
y del ubicado en Eloy Alfaro y Venezuela, bautizado como el Castillo Espronceda.
E
l calendario de episodios trascendentales de la urbe nos recordó que el 13 de mayo de
1918 comenzaron los trabajos de construcción de un antiguo y querido edificio que aún
constituye entrañable recuerdo de la arquitectura guayaquileña y de la filantropía de
sus vecinos: el de la Casa Cuna, ubicado en Víctor Manuel Rendón entre Boyacá y Escobedo.
Esta añoranza surge por la reciente labor de adecentamiento de la fachada de la añosa edifi-
cación, que luce con un color distinto de los que tuvo a lo largo de los años en los que por su
deterioro también sufrió reparaciones y adecuaciones que alteraron bastante su estructura
original.
Antecedentes
Se conoce que entre 1910 y 1917, el médico Juan Arzube Cordero desplegó una ejemplar cam-
paña para levantar un edificio que sirviera de albergue a los niños cuyos padres trabajaban
durante el día en oficios domésticos y que por esa causa tenían que encargarlos a alguien de
su cuidado. Esta obra pionera en el país se consiguió por el empuje indesmayable de su ges-
tor y otros generosos colaboradores que valoraron la intención del mentalizador.
El levantamiento del edificio de construcción mixta, excepto la fachada que fue íntegramente
de hormigón armado, comenzó el 13 de mayo de 1918 y se inauguró oficialmente el 9 de octu-
bre de 1921 en homenaje al nuevo aniversario de la independencia de Guayaquil.
L
o que para incontables porteños fue un ícono referencial de su
paisaje urbano en el sector norte de la ciudad, efectivamente ya
no va más y quienes se acostumbraron por cuatro y medio déca-
das a mirar a diario la figura del Viejo Luchador en actitud de guiar a
sus montoneras hacia la definitiva victoria, constituirá solo un recuer-
do. Asimismo, las estampas de promoción turística y los cuadernos
que lo mostraron en su antiguo sitio pasaron al baúl de las evocacio-
nes. La estatua se erigió en ese lugar en 1961, cuando aún no se hablaba
de la intersección de las avenidas de las Américas con su similar la
Kennedy y se la podía admirar con todos sus detalles hasta hace algún
tiempo, porque eran escasas las edificaciones circundantes.
Ahora, para bien o para mal, el monumento a Eloy Alfaro, al que el pueblo con su caracterís-
tica chispa y gracia pero sin perder su respeto al ex magistrado lo motejó como el “No empu-
jen”, está en su nuevo domicilio en el Complejo de la Unidad Nacional, diagonal a los puentes
Carlos Pérez Perasso y Rafael Mendoza Avilés, vecindario adonde también las autoridades
municipales trasladaron desde el malecón Simón Bolívar la estatua de Guayas y Quil, figuras
de leyenda que le daban el nombre a nuestra ciudad.
Historia
La realización del monumento con que Guayaquil exalta la ilustre personalidad y la obra del
líder manabita correspondió al escultor lojano Alfredo Palacio Moreno, autor de otros valio-
sos trabajos en nuestro medio.
Palacio era rector de la Escuela Municipal de Bellas Artes cuando el Comité Pro-Monumento
al General Eloy Alfaro, que fundó y presidió
Genaro Cucalón Jiménez, le encargó la eje-
cución del proyecto.
floral y cantaron el Himno Nacional que entonó la banda de la Policía Civil; los estudiantes
del colegio Cinco de Junio depositaron una ofrenda.
Para los fondos de erección del monumento, el Congreso Nacional creó en 1954 un impuesto
que fue limitado a 500 mil sucres y pasado luego a construcciones militares en la frontera por
decreto de emergencia del Ejecutivo. Ayudaron finalmente el Consejo Provincial y la Casa de
la Cultura del Guayas, la Municipalidad de Guayaquil y otras entidades.
Cambios y clonaciones
Lo ocurrido en estos últimos meses con el cambio de ubicación del monumento a Eloy Al-
faro no deja de causar preocupación en muchos vecinos, pues ellos temen que se pongan de
moda las ‘clonaciones escultóricas’ debido al intento que hubo con la que es tema de esta
nota, o porque podría aparecer alguna autoridad seccional o nacional con la apresurada e
ingrata idea de cambiar de sitio el Reloj Público, la Columna de los Próceres Octubrinos,
el monumento a Simón Bolívar y otras obras artísticas que se quedaron en sus ubicaciones
primitivas, aunque el entorno urbanístico se desarrolló sobremanera.
E
n el habla popular casi todos en algún momento hemos llamado ‘tercena’ a la carnice-
ría, es decir, el local de venta de carne y otras partes de las reses que hasta la penúltima
década del siglo anterior fue parte del escenario urbano que se complementó con la
‘pulpería’ o ‘tienda’, la panadería, la peluquería, la botica, el local del zapatero ‘remendón’ y
otros establecimientos que daban a cada cuadra del barrio una atmósfera bullanguera pero
útil y cordial. Las tercenas se constituyeron en un sitio de concentración de amas de casa, je-
fes de familia y empleadas domésticas que intercambiaban ‘noticias’ mientras eran atendidos
por el propietario del negocio, quien no quedaba excluido de la conversación.
Incluso los canes de la barriada tenían una hora fija para situarse frente a estos locales y
recibir los trozos de pellejo lanzados por los ‘terceneros’ mientras limpiaban las partes del
ganado que les entregaba principalmente el Camal Municipal. En la actualidad, gracias a nue-
vos métodos de sacrificio y limpieza, la carne, órganos y vísceras tienen otra presentación, en
tanto que los perros y gatos olvidaron la costumbre de su cita.
Satisfecho de su oficio
Luis Casquete Izquierdo continúa optimista en su tercena y actual frigorífico Hcda. San Luis,
que inauguró hace varias décadas en la avenida Once y callejón G de la ciudadela Nueve de
Octubre. Dice que los ‘terceneros’ deben modernizarse, como es su caso. “Cuando mi cliente-
la se incrementó y la atención demandó mayor esfuerzo, aumenté el número de empleados, com-
pré sierras, frigoríficos y congeladores para darles un buen servicio y que no se vayan”, enfatiza.
E
n su libro Del tiempo de la yapa, la historiadora Jenny Estrada relata cómo se estableció
en esta urbe el primer supermercado de víveres, enlatados, etcétera, gracias al empuje
del empresario Alfredo Czarninsky, nacido en Prostke, Prusia oriental alemana, quien
llegó aquí en 1936 con toda la vitalidad propia de una juventud deseosa de triunfar.
Relata la investigadora y periodista Estrada Ruiz que Alfredo Czarninsky, luego de trabajar
y obtener el aprecio de la comunidad con los servicios del Salón Rosado, incursionó en otro
campo con la apertura de un almacén de conservas, dulces y otros productos similares que
no tuvo la acogida pronta y mayoritaria que él esperaba.
Pero ocurrió que a su retorno de los Estados Unidos, donde participó en un certamen de
adiestramiento empresarial, el visionario comerciante trajo el novedoso sistema del autoser-
vicio y lo implantó desde 1958 como supermercado. Poco a poco la modalidad tuvo mayor
demanda en esta ciudad y el país por las permanentes innovaciones introducidas, hasta que
el servicio se afianzó al amparo del término comisariato.
Incremento de negocios
Establecida esa manera de atención al público, quedaron para la historia algunas costumbres
de compra, despacho y venta que mantenía una especie de relación de amistad y familiari-
dad en el pulpero, tendero, vivandero o barraquero (comerciantes o propietarios de locales
barriales o mercados populares) y sus asiduos clientes o ‘caseros’ a los que no solo les obse-
quiaban la popularísima y añorada ‘yapa’, sino que también le fiaban y esperaban hasta que el
vecino cobrara su semana, quincena o sueldo mensual.
De igual manera gozaron de mucha clientela el Super Market Nader, localizado en Luque 214
al 222; el Auto Servicio Noroña, de Delfín Noroña Sandoval, en Santa Elena (actual Lorenzo
de Garaycoa) 1518 y Colón; y La Favorita, de Baudilio Mendieta, que igualmente abrió una
cadena de locales y sigue en Lorenzo de Garaycoa y Alcedo, desafiando el tiempo e incon-
venientes.
A la mayoría de estos locales ubicados en el casco comercial del Guayaquil de las décadas
del sesenta, setenta y ochenta del siglo XX, hay que incorporar otros nombres en años pos-
teriores, como supermercados Más por Menos (Argüelles y Oriente, Barrio del Centenario),
Popular (José de Antepara y Quisquís) y Harto de Todo (ciudadela La Atarazana). La em-
presa Tía mantiene numerosos establecimientos que siguen la línea de los supermercados.
Estos negocios solían publicar avisos en los periódicos de la urbe, especialmente los viernes
y sábados; anunciaban ofertas y promociones, entregaban cupones de la suerte similares a
los que hacen los actuales, pero con diferentes horarios de atención. Algunos desaparecieron
o cambiaron de propietario; pocos continuaron.
Aunque las clásicas tiendas de abarrotes, despensas y minimarkets que se observan en nues-
tros barrios y ciudadelas mantienen vigencia, los comisariatos reciben numeroso público por
la facilidad que ofrecen para que este se provea de los más variados productos ecuatorianos
y extranjeros (alimentos, ropa, artículos para el hogar), y pague con tarjeta de crédito ante la
falta de efectivo.
No dudemos, pues, en añadir nombres a la lista que ensayamos esta vez, sin olvidar a los
actuales como El Paraíso, Supermaxi, Santa Isabel y tantos otros con similar orientación de
servicio a la colectividad.
S
imilar a lo que ocurre en esta época con la casi extinguida costumbre de las señoras
y señoritas vecinas de nuestra ciudad, quienes al ingresar a los templos católicos ja-
más olvidaban el velo de tul, gasa, seda o algodón con que cubrían su cabeza, cuello
y parte del rostro, el uso del sombrero también perdió vigencia entre ellas y en la pobla-
ción masculina. De allí que ahora
es motivo de admiración cuando
algún romántico se echa a caminar
a las calles y lo hace parte de su
vestimenta.
En aquellos años de dulce recuerdo tuvieron aceptación los sombreros de pita, paja toquilla,
cabuya y las tradicionales tostadas; igualmente los de paño y fieltro. Muchos almacenes los
exportaban a países americanos y del Viejo Continente, caso de los de marca Montecristi que
impropiamente los bautizaron con el nombre de Panama Hats. Hubo en Guayaquil sombre-
rerías dedicadas exclusivamente a las damas y los niños de ambos sexos.
Los artesanos sombrereros gozaron del aprecio de la comunidad; los talleres y fábricas die-
ron cabida a numerosos obreros. El Almanaque de Guayaquil de 1900 incluye avisos de las
sombrererías Universal de J.O. Tonesi, que ofrecía los clásicos sombreros de paja, lana, fieltro
y los llamados canotier importados de Inglaterra, Francia e Italia para señoras y niños, y la
Americana, con ventas por mayor y menor en la calle Municipalidad Nº 61 frente a la iglesia
San Agustín.
Tomás Regato, en Boyacá y Luque, en sus avisos en El Universo sostenía: “No tener cabeza
significaba no usar sombreros de su sombrerería”. El almacén Barberán, que aún existe en
Primero de Mayo y Quito, acumuló prestigio como distribuidor de los sombreros de paja to-
quilla que llegaban desde Manabí, Cuenca y diversos lugares de la península de Santa Elena.
En definitiva, el uso de este artículo fue muy común en esta urbe y más ciudades y regiones
del país, que por su situación geográfica, tradición y trabajo sus moradores aún lo usan y
mantienen vigente gracias a sus fábricas, talleres y artesanos. Quién no recuerda todavía
entre los cientos de moradores del puerto que usaban sombreros, las figuras de los doctores
Obdulia Romelia Luna y Ángel Felicísimo Rojas, quienes lo tuvieron como inseparable ele-
mento de su vestimenta.
Los servicios
de la Fábrica
Nacional de
Sombreros en
El escultor Juan Rovira luciendo una croqueta. Guayaquil.
L
as páginas de El Universo que has-
ta casi la primera mitad del siglo XX
mantuvieron columnas diarias para
informar de los nacimientos, defunciones,
cambios de domicilio, cartas rezagadas, et-
cétera, también incluyeron curiosas noticias
en torno al diario vivir de los vecinos de la
ciudad.
Con el mismo ingrediente que hicieron curiosas a estas notas, en esa época hubo otras sobre
la prohibición de abrir y atender los domingos las tiendas de abarrotes, peluquerías, chiche-
rías y negocios similares.
Sin más comentarios, reproducimos varios cortos que publicó diario El Universo en las dé-
cadas del veinte y treinta.
Infractores
El Intendente de Policía dirigió el siguiente oficio a los comisarios nacionales: “Es pre-
ciso que la autoridad de usted continúe imponiendo como pena de Policía, el trabajo de
cascajo a los individuos contraventores como rateros reincidentes, rufianes, vagos, ebrios
Peluquero citado
Ante el Comisario del Circuito quedó citado el peluquero Nicasio Casabona, que habita en
Eloy Alfaro intersección Capitán Nájera, por no querer cerrar su establecimiento el domingo
anterior e injuriar al inspector Antonio Rosero, de la Policía Nacional.
Sin zapatos
José A. Salazar, Juan Dávila y Manuel Méndez fueron reducidos a prisión por burlar una de
las disposiciones del ex intendente de Policía, capitán S. V. Guerrero, relativa a la prohibición
de andar descalzos.
Victoria Cedillo fue apresada por los celadores en las calles Colón y Pío Montúfar, por care-
cer de domicilio y vagar continuamente.
A órdenes del Comisario Primero de Policía fue puesto para su juzgamiento Eybh Bislech,
dueña de una casa de meretrices de la calle Quito entre Colón y Alcedo, por haber vendido
licor el día domingo.
L
a crónica volandera sobre el saludo, sus diferencias y la necesidad de fomentarlo por-
que se está extinguiendo como hábito de cortesía, motivó que alguien recordara otras
costumbres que los jefes de familia católicos de antaño mantuvieron entre los suyos: el
pedido de la bendición que al ausentarse de sus casas hacían los niños y jóvenes a sus padres
o abuelos, y la oración de agradecimiento a Dios en el momento de servirse los alimentos,
especialmente del almuerzo y cena, porque allí se encontraban casi todos los miembros del
hogar.
Lamentablemente, en el transcurso de los años los propios padres olvidaron inculcar el há-
bito en sus descendientes, a tal punto que es poco usual observar a niños y jóvenes pedir la
bendición a sus progenitores en el momento de despedirse o alejarse momentáneamente de
su morada. Ahora resulta más rápido el beso en la mejilla o frente, en otros casos ni eso, pues
muchos jóvenes catalogan la costumbre como obsoleta y pasada de moda, y peor aquello de
acercarse y hacer una pequeña genuflexión mientras se solicita la gracia.
En medio de algunas desalentadoras consideraciones sí hay hogares en los que aún se realiza
la tradición y se puede observar a hijos mayores de edad que frente a sus vástagos y nietos
piden la bendición a sus padres como testimonio de amor y respeto. Esto es más frecuente en
los hogares del sector rural de la Sierra, donde está arraigada la práctica.
E
l repicar de campanas de los templos católicos que en décadas pasadas testimonió en
forma importante la fe religiosa de los guayaquileños y ayudó a resaltar diversas situa-
ciones de su vida cotidiana, ya no es el mismo de antes y por ahora causa nostalgia en
habitantes de la urbe que antes esperaban ese sonido.
El alegre sonido llamando a misa o el lento movimiento ‘doblando’ por los muertos, actual-
mente es solo un recuerdo. Algunos templos abandonaron la costumbre. Igual ocurre en las
fiestas cívicas y populares cuando el vuelo alegre de campanas aviva el fervor de la gente.
Quizás por olvido del párroco o del sacristán o alguna innovación, son pocas las iglesias que
echan a volar las campanas, aunque sí las tienen. Ahora resulta novedoso escuchar el tañido
que convoca a un oficio religioso y por eso los parroquianos guían su asistencia gracias al
horario aprendido.
Pese a que en otras ciudades del mundo a esta costumbre todavía se le da importancia, en
Guayaquil prácticamente se ha perdido y poco se considera la expresión religiosa e idiosin-
crasia de los fieles.
S
arita, por veredicto de un tribunal calificador y el pro-
nunciamiento de diversas entidades guayaquileñas, se
convirtió el 11 de febrero de 1930 en la Señorita Ecuador
(ahora se la denomina Miss), la primera con este título que se
eligió en el país.
Belleza criolla
El jurado proclamó cuatro finalistas incluida Chacón, pero postergó su veredicto. Final-
mente, debido al pronunciamiento popular en calles, plazas y centros obreros e intelec-
tuales en pro de Sarita, la declaró triunfadora y programó su apoteosis para desarrollarse
en el teatro Edén.
Con el título de Señorita Ecuador viajó en el vapor Santa Rita a Miami, Estados Unidos, don-
de deslumbró con su belleza criolla.
A partir de su elección, como nunca antes se vio, poetas, periodistas y escritores le dedicaron
sus obras.
Entre estos escritores anotamos a Publio Falconí Pazmiño, Demetrio Aguilera Malta, Enrique
Avellán Ferrés, Claro Gil González, Joaquín Gallegos Lara, Telmo N. Vaca del Pozo, Alfredo
Pareja Diezcanseco y muchos otros. Además, Nicasio Safadi, con letra de César Maquilón
Orellana y Jorge Ismael Gandú compuso el hermoso pasillo Señorita Ecuador.
Nadadora excepcional
Electra Ballén nació en 1915. Cursó la primaria en un plantel fiscal de la ciudad y fue una de
las primeras mujeres que se matricularon para estudiar secundaria en el Colegio Vicente
Rocafuerte y obtener el bachillerato.
Desde niña amó la natación, pues a los 8 años cruzó el estero Salado. En 1930 participó en
competencias y se convirtió en la primera mujer que a nado venció el río Guayas en la trave-
sía de Guayaquil hacia Durán.
El triunfo de Electra, militante de Liga Deportiva Estudiantil, afianzó aún más la simpatía que
el pueblo le profesaba por sus anteriores hazañas.
A
ntes de que aparecieran los trofeos, placas y medallas de material metálico (bronce,
especialmente), vidrio, acrílico, etcétera, con que organismos oficiales e instituciones
premian los méritos y servicios de sus miembros o de gremios y personas particula-
res, los llamados pergaminos que realizaban conocidos dibujantes y hábiles artesanos de la
rama gráfica eran, hasta la década del setenta del siglo pasado, los más solicitados para cum-
plir esos propósitos. Dirigentes de instituciones de diversa índole recuerdan haber contrata-
do en su oportunidad los servicios de valiosos artistas y pintores, quienes en nuestro medio
dedicaron muchos años a la confección de pergaminos en los cuales volcaron su talento y
poder de creación tan apreciados.
Como ejemplo de antiguos dibujantes citamos a Óscar Méndez, Jorge Méndez Guaranda,
R. Betancourt, Francisco Salazar Patiño, Salmerón De la Rosa, Virgilio Jaime Salinas, Fausto
Alvarado y Santiago Valdivieso.
Igualmente evocamos a R. Garaycoa L., Héctor Miranda Arce, Luis Guerrero, José Vicente
Palacios, Marcos Hurtado y N. Arellano. Y últimamente a Guillermo A. Rodríguez y Gustavo
Mejía, que son parte de unos pocos que todavía siguen en esta labor pero sin la intensidad de
años atrás, porque la demanda de trabajo hecho a mano decayó por la tecnología. Los clien-
tes de ahora prefieren algo más rápido gracias a la ayuda de la computación, litografía y otros
modernos recursos de las artes gráficas en nuestro medio.
Los cambios
Igualmente, las témperas, acuarelas, purpurinas (dorada o plateada), la tinta china y otros
elementos que ayudaban a conseguir los mejores alegorías, capiteles estilo corintio, cenefas
y figuras precolombinas dominantes en tales obras. Cuando se encareció el cuero surgieron
la opalina y la cartulina, imitación cuero o pergamino.
ron relegados y hoy solo son un hermoso recuerdo. En salones y bibliotecas aún se conservan
esas obras de arte que testimonian hermosos tiempos y ponen en la memoria a talentosos
compatriotas.
Proceso
El canutero y la letra manuscrita cursiva dieron paso al rapidógrafo en la confección del per-
gamino. Otros elementos para preparar estos trabajos fueron las plantillas de letras y figuras
geométricas, cintas tricolor (bandera del Ecuador) y celeste y blanco (Guayaquil); así como
los pinceles, lápices, bisturíes, plumas, etcétera.
Tiempo
Según el contenido de los pergaminos sugeridos por los clientes, los trabajos demandaban
muchas horas y hasta días para concluirlos. Antiguas librerías como la Rodríguez, ubicada
en Diez de Agosto y Chimborazo, proveían los materiales necesarios a los artistas y pintores
que confeccionaban estos antiguos escritos.
L
os festejos julianos del 2005, que incluyeron actos cívicos, culturales, deportivos, mu-
sicales y artísticos, como ya es tradición, se incrementaron con espectáculos circenses
cargados de payasos, trapecistas, malabaristas, contorsionistas, magos, ilusionistas, do-
madores, animales amaestrados y muchos más números que regalan diversión y dan paso a
las añoranzas.
Contrario a lo que ocurre ahora con la mayoría de los circos que nos visitan en julio y oc-
tubre, los del tiempo de los
abuelos y padres estaban aquí
en cualquier temporada del año,
aunque sí evitaban la época llu-
viosa. Las actuales compañías,
debido al crecimiento de la ciu-
dad, arman sus carpas plásticas,
luminosas y multicolores en los
alrededores del estadio Modelo,
la Avenida de las Américas, la
terminal terrestre, etcétera.
En un aviso de 1964, el circo El Nacional invitaba a sus funciones de Cuenca y Leonidas Plaza,
sitio de la Placita. Otros sitios para los circos fueron Boyacá y Mendiburu, Ballén y Los Ríos,
Piscina Municipal, antigua Gobernación (foto), Luque y Quito, los parques Victoria, 24 de
Mayo (San Agustín), y Chile en Noguchi y Franco Dávila, etcétera.
Algunos nombres
Los abuelos solían mencionar los circos Lara Tabares, Shipp, Shan-Gri-La, Royal, Char Cir-
cus, Zoo Circus, Atayde y Rasore; después hablaron del Royal Dumbar, Iberoamericano,
Egred Hnos., Darwin y Franckfort, que nosotros disfrutamos desde la segunda mitad de la
centuria pasada, cuando algunos repitieron sus visitas y ‘pelearon’ la preferencia del público
Entre los circos de antaño y actuales hay algunas diferencias que, sin embargo, no impiden
mantener la vigencia del ‘espectáculo que nunca muere’. Antes, la mayoría de estos tenía su
propia orquesta de la que se escuchaba el redoble del tambor que ponía suspenso, por ejem-
plo, a las actuaciones de trapecistas y acróbatas. En este tiempo se usan grabaciones que a
veces están rayadas o no coinciden con el momento cumbre del número.
El desfile por las principales calles anunciando el debut del circo era un regalo anticipado
para chicos y grandes, pues artistas y animales lucían sus trajes de gala y aumentaban la cu-
riosidad y el entusiasmo de los observadores.
Anuncios de circos en
Guayaquil.
L
a inauguración del nuevo puente Carlos Pérez Perasso sobre el río Daule, desde La
Puntilla del cantón Samborondón a Guayaquil, despierta un sinfín de añoranzas entre
los moradores, vecinos y visitantes de la ciudad, pues mantienen muy claras las vi-
vencias y anécdotas que acumularon en los tiempos de la travesía en gabarra desde nuestra
metrópoli hasta su antigua parroquia Eloy Alfaro o Durán, que después adquirió la categoría
cantonal. Asimismo recuerdan los viajes hacia las localidades del Guayas, Los Ríos y El Oro,
a bordo de lanchas y motonaves que salían repletas de personas y carga desde los bulliciosos
muelles porteños. Y por supuesto, el inicio
y la culminación de la obra del puente de la
Unidad Nacional o Rafael Mendoza Avilés,
que fue un gran paso en la integración re-
gional, pero que hizo a un lado aquellas evo-
cadoras estampas de las que formaron parte
las gabarras y lanchas.
El usual e inadecuado embarcadero de las gabarras estuvo cerca de la antigua piladora Mode-
lo, sector de La Atarazana, al norte de Guayaquil. En más de una ocasión aquellas quedaron al
garete y ocasionaron contratiempos a las empresas de viajes y usuarios que tenían urgencia
de llegar a su destino. Solo el auxilio de un remolcador al armatoste lo libraba de un inmi-
Obra trascendental
Aún más, la sedimentación se ensañó con el Guayas restándole su característico caudal que
propició la ida y venida de chatas, balsas, balsillas, botes, buques, canoas de pieza, canoas de
montaña, lanchas, motonaves, motoveleros, naves de guerra y otros tipos de embarcaciones
que poblaron sus aguas y maravillaron a quienes vivieron aquí y nos visitaron. Así son los
costos del progreso.
A
unque muchas de las clásicas carretillas que ofrecían prensados y raspados de menta,
rosa, vainilla y otros sabores desaparecieron de las calles céntricas de Guayaquil y las
pocas existentes fueron relegadas a otros sectores por la regeneración urbana, aún se
las puede observar en algún barrio porteño rodeadas de vecinos y transeúntes deseosos de
mitigar los estragos del caluroso ambiente del llamado ‘invierno’.
Algo similar a aquellas ocurrió con los quioscos que expendían la deliciosa chicha ‘resbalade-
ra’ y el apetitoso comeibebe (o ensalada de frutas), que solo unos cuantos románticos luchan
porque no desaparezcan y las venden en pocos pero conocidos establecimientos que ayudan
a revivir y mantener esa tradición que nos identifica.
Los helados de coco, naranjilla, etcétera, que se vendían en un recipiente cilíndrico de lata
que descansaba sobre una carretilla y se despachaba en barquillos, también resulta una ra-
reza encontrarlos; asimismo, los ‘bolos’ (refrescos congelados en fundas plásticas), que tu-
vieron auge hace varias décadas y que últimamente una empresa retomó su fabricación. Los
pequeños poco o nada conocen de estas preparaciones.
Las gaseosas tienen cabida en esta breve crónica volandera, que invita a los mayorcitos a re-
cordar nombres y a quienes los siguen en edad a evocar las que se identificaron con su época.
Desde las primeras fábricas de aguas gaseosas y productos afines que se instalaron en esta
urbe, suman varias las que hacen extensa la nómina.
Mientras buscamos contrarrestar el sofocante clima de estos meses y recurrimos a los hela-
dos, refrescos, ‘bolos’, yogures congelados, gaseosas, jugos y más bebidas que predominan en
estos días, incluso con la identificación de light, aprovechemos para rememorar esos nom-
bres que fueron parte de la vida cotidiana de antaño.
D
esde la época en que los diarios, semanarios, quincenarios, revistas y publicacio-
nes afines comenzaron a incluirlos en sus páginas, los avisos clasificados siguen
siendo útiles a la comunidad y, al mismo tiempo, permiten conocer los cambios de
hábitos y actitudes que caracterizaron a la sociedad de épocas pasadas en comparación
con la actual.
En testimonio de esto último, hemos tomado algunas de esas publicaciones que realizó El
Universo a partir de su fundación (1921) hasta fines del siglo anterior, para que el lector re-
cuerde o conozca sobre las novedades que presentaba la actividad cotidiana de la urbe.
Desde los comunes avisos sobre pérdidas de personas, animales y objetos hasta los inevi-
tables en torno a la búsqueda de cocineras, domésticas y trabajadores en general, aquellos
textos más de una ocasión encerraron rarezas que, repasándolos ahora, causan algo de admi-
ración y no pocas veces despiertan sonrisas por sus originales contenidos.
Revisemos, pues, algunas notas que hablan de tiempos idos y quedaron como parte de la
memoria colectiva e incluso del folclore, especialmente el lingüístico que nos identifica.
Mensajes
Arturo Bedoya Pauta hace público que no tiene que ver nada con Arturo Bedoya
(a) El Chirapo, ratero conocido. (f) Arturo Bedoya.
Se necesita una nodriza que esté gozando de buena salud. Dirigirse a Pedro Car-
bo Nº 1411.
Joven estudie: en 8 meses puedo hacerlo perfecto contador. Eusebio Macías Suá-
rez 14 años de práctica. Aguirre 1148 y Pío Montúfar.
Sangre tipo A Positivo (A+) necesito medio litro. Sucre 213 y Pichincha.
Se vende la casa que fue del Dr. Miseno Saona. Chimborazo 834. Entenderse con
Carlos Saona, Sociedad Filantrópica.
Lana de Chirigua.- Damos precio fijo por dos meses y facilitamos sacos. Ponga a
su muchachada a coger lana de chirigua, antes que el viento se la lleve. La Casa
Española (Malecón 803 entre Junín y Roca).
D
e la interminable cantera de rarezas informativas que suelen contener los periódicos
del mundo, una de las secciones más ricas con ese material es la de los clasificados.
Por ejemplo, en ellos se consigna la gratitud de fieles y devotos por los milagros y
favores del Todopoderoso y muchos miembros de su corte celestial.
En igual forma, no faltan quienes buscan a la pareja de su vida (hombre o mujer), insinuando
a los interesados los patrimonios y virtudes de las que quizás carecen. Tampoco están ausen-
tes los de compra, venta y alquiler de casas, vehículos y cuantas cosas más aseguran la vida y
tranquilidad de los habitantes de una ciudad.
En las últimas décadas se han incorporado nuevos tipos de avisos, pero en cuanto a antigüe-
dad y profusión los que se refieren a pérdidas y gratificaciones todavía tienen su espacio.
De toda clase
E
ntre las muchas maneras con que los creyentes católicos dan testimonio público de su
reconocimiento a los favores provenientes directamente del Todopoderoso o por la in-
tercesión de los santos y siervos que reconoce la Iglesia, constan
las limosnas, mandas, vestidura de hábitos, fiestas y publicaciones de
agradecimientos en las páginas de los diarios de grandes ciudades y
pequeñas poblaciones.
Esta última práctica que se conserva desde hace muchas décadas y pe-
netra incluso en el campo del folclore social y poético, especialmente,
lo podemos apreciar en las ediciones de diario El Universo no solo en
distintas décadas del siglo anterior sino en la actualidad.
Época
Detalle que también llama la atención es que muchos santos tuvieron su ‘época’ y después
cayeron en el olvido, porque los feligreses dieron la bienvenida a otros miembros de la corte
celestial y los pusieron de ‘moda’. Así pues, los avisos dedicados a proclamar las bondades
y portentos de San Judas, Santa Marta, San Roque, San Antonio, Narcisa de Jesús, Hermano
Gregorio, Espíritu Santo, etcétera, cedieron su lugar a los dedicados al Divino Niño, el Brazo
Poderoso y los Tres Arcángeles, como ahora sucede.
AGRADECIMIENTOS
Doy gracias a Jesús del Gran Poder por un milagro Agradezco al Santísimo por haber salido bien en
concedido.- América. 30-VI-1965 mis exámenes. G.R.C.
Agradezco a Santa Clara los favores recibidos. A.O. Agradezco a los ángeles Gabriel, Miguel y Rafael
por un milagro concedido. Gracias. B.C.F.
Agradezco al Brazo Poderoso Dulce Jesús. Su 19-I-2003
devota M.M. 17-I-2003
Agradezco al Divino Niño favores recibidos y por
Agradezco a San Judas Tadeo y a la Virgen de la recibir.
Caridad del Cobre. Una devota: B de G. 17-I-2003 J.G.M. 19-I-2003
Gracias a Dios Todopoderoso por haber Agradezco a Dios y a San Judas Tadeo los favores
escuchado el pedido de ayuda y haber resuelto la recibidos. Tu devota M.P.
difícil situación que atravesaba. Te agradezco en
nombre de todos los que dependen de mí. J.L.N.R. Mi eterno agradecimiento al Hermano Miguel por el
favor concedido. JAVASA.
S
in la intensidad con que coparon las páginas de diario El Universo hasta la segunda mi-
tad del siglo XX, aún leemos esporádicamente los urgentes llamados a cancelar deudas
y, en el caso extremo, la temida declaratoria de insolvencia.
Esos fueron algunos de los recursos que utilizaban los dueños de negocios para lograr el pago
de obligaciones económicas que contrajeron sus clientes.
D
esde la época romántica en que se inauguró oficialmente la te-
levisión en el Ecuador por el visionario empuje de Michael Ro-
senbaum y su esposa, Linda Zambrano de Rosenbaum, allá por
diciembre de 1960, varias series comenzaron a ser parte de la diaria pro-
gramación de la emisora pionera (Canal 4) y, por consiguiente,
coparon la atención del público al que regalaron ratos de entre-
tenimiento.
Las series eran de diferentes temas: policiales, del oeste americano, dra-
ma, ciencia ficción, cómicas, etcétera. Recordemos, por ejemplo, ‘Yo
quiero a Lucy’, ‘El fugitivo’, ‘Peyton place’, ‘La hechicera’, ‘FBI en acción’ y
muchísimas que conocimos en las décadas de 1960, 1970 y 1980.
Hoy ensayamos un breve inventario de esos programas con los que fa-
milias enteras se regocijaron. Confiamos en que contagiados por la evo-
cación los lectores agregarán nombres que el olvido involuntario y el
espacio nos priven de citarlos. No olvidemos, pues, a la simpática
perrita Lassie, los ocurridos personajes de ‘La familia Addams, la
ternura de Laura en ‘La familia Ingalls’ y el valor policiaco en ‘Los
Intocables’ con Eliot Ness.
M
ás que un inventario de la extraordinaria flora que distingue a la tierra guayaquile-
ña, esta crónica intenta poner en el recuerdo algunos nombres y sitios de árboles y
plantas que a través de los años fueron y son elementos complementarios del pai-
saje junto con los edificios y monumentos convertidos en verdaderos emblemas o íconos de
la metrópoli. El avance urbanístico que experimenta Guayaquil ayuda a rememorar tradicio-
nes, pasajes históricos, etcétera, y también a valorar en su verdadera dimensión otras tantas
formas de identidad ciudadana, donde el conocimiento, respeto y cuidado de su patrimonio
natural tienen importancia porque allí se desarrolla su vida entre afanes, triunfos, reveses y
esperanzas.
Ese amor y respeto a la flora local (propia e introducida) se consolida aún más por la expe-
riencia de ser residente de la ciudad y por comprobar con exactitud lo descrito en diarios de
viajes, bitácoras y monografías de científicos, botánicos y viajeros nacionales y extranjeros
como Juan Tafalla, Agustín de Manzanilla, Alejandro de Humboldt, Aimé Bonpland, Teodoro
Wolf, Luis Sodiro, Pedro Franco Dávila, Francisco Campos Ribadeneira, entre muchísimos
otros.
Múltiples recuerdos
Más testimonios
Además de la variedad de
plantas y flores con que se ale-
graba la mirada de los visitan-
tes y turistas en los viejos pa-
seos, parques y jardines de la
ciudad, no podemos olvidar en
el recuento de ahora el gigante
árbol de la clínica Guayaquil
(Padre Aguirre y Córdova)
y, asimismo, el que está en la
Avenida del Ejército entre
Hurtado y Nueve de Octubre. El árbol de Padre Aguirre y General Córdova, en la
clínica Guayaquil.
Los guayaquileños recuerdan
las acacias de la avenida Boya-
cá –de Ballén a Colón– a una de las cuales la maestra de música Lila Álvarez García le dedicó
una bella crónica en diario El Universo, allá por la década del ochenta de la pasada centuria.
También los ceibos de Pedro Carbo y Sucre y del parque San Agustín, en Luis Urdaneta y
Pedro Moncayo, y los de Avenida del Ejército y Padre Solano, en el barrio Orellana.
Qué decir de la tradicional palmera que por más de 60 años se meció airosa en pleno Agui-
rre y Malecón, hasta que en 1995 fue trasladada a otro sitio de la urbe; imposible olvidar que
aquella especie se apreciaba desde lejos frente al Palacio de la Gobernación y apareció en
múltiples folletos turísticos. Igualmente los ficus del parque Seminario, frente a la Catedral
Metropolitana.
Estos, algunos apuntes de los viejos árboles de numerosas especies que, junto con los suches
de Esmeraldas y Hurtado, Carchi y Hurtado, el samán de Lorenzo de Garaycoa y Azuay, los
tulipanes, algarrobos, nigüitos, veraneras, chabelas, etcétera, muestran la riqueza inagotable
de la flora guayaquileña, que es justo exaltar pero igualmente respetar y conservar en todo
momento.
D
esde sus albores, Buenos Aires tiene presente nombres como Once y Boca, Río de Ja-
neiro a Ipanema y Lapa, Londres a Chelsea, Lima a Miraflores y Barranco, entre otros
barrios ricos y pobres que afianzaron su identidad ante sus compatriotas o los turis-
tas. Esto ocurre en el Ecuador con los centros urbanos y rurales que comienzan a poblarse
o ya experimentan un total crecimiento; así, en Quito se mencionan La Tola, La Magdalena,
Miraflores, San Juan, El Batán, El Pintado y muchos más. En Riobamba se conocen La Esta-
ción, La Panadería, Yaruquíes; en Daule, el Banife; en Babahoyo, Los Perales; y en Portoviejo,
Los Tamarindos.
Guayaquil no podía ser la excepción y tras fijar su domicilio definitivo al pie del cerro Santa
Ana, tuvo barriadas que de a poco se incrementaron para reforzar las características, espe-
cialmente cuando hablamos de la ciudad vieja y nueva.
Al pasar los años casi la totalidad de ellas desapareció, pero surgieron otras que cumplieron
igual papel y se sumaron a las contemporáneas.
Dueños de singulares denominaciones, los barrios del Guayaquil de antaño fueron numero-
sos y de entre ellos recordamos del Bajo, del Centro, del Cangrejito, de la Carnicería, de la
Legua, del Guanábano, del Conchero, del Intermedio, etcétera, que siempre mencionan los
tradicionistas e historiadores especialmente cuando se remontan a los siglos XVIII y XIX.
Un poco más cercanos están Las Peñas, Villamil, Boca del Pozo y Quinta Pareja, seguidos por
los barrios del Astillero y del Centenario. También Amazonas, Garay, Victoria, Cuba, Ore-
llana, del Salado, La Chala, O’Connors, Ayora, Cinco Esquinas, Calixto Romero, Chemisse,
Cristo del Consuelo, San Pedro, Ayacucho, Velasco Ibarra, Mendoza Avilés, Ecuador, Huan-
cavilca, Atahualpa y Guayaquil.
Igualmente se recuerdan populares barriadas como El Triunfo, Galo Plaza, Guerrero Martí-
nez, Guerrero Valenzuela, Intriago Arrata, Francisco de Orellana, Cristo del Consuelo y algu-
nos más que se encasillan en esta denominación, pues es costumbre en nuestro medio que
los vecinos denominen barrio a la cuadra o esquina donde viven y se congregan a conversar,
jugar y hacer cualquier otra actividad comunitaria.
La mayoría de los barrios citados en este inventario tuvieron y tienen sus límites dentro del
plano urbano, y al decir de los mayorcitos de las familias en casi todos hubo alguna vez una
tienda, una peluquería, una carnicería, un cine, un zapatero y, por supuesto, los infaltables
chismosos y buscapleitos del vecindario que son parte del convivir cotidiano...
Actualmente hay en Guayaquil barrios muy organizados para mantener la limpieza y brin-
darse auxilio cuando aparece la delincuencia. Allí los casos del Veinticinco de Julio, Nuevo
Amanecer, Nueve de Octubre, Mirador, Unión y el Nuevo Renacer del bloque 2 de Bastión
Popular, que ganó el primer premio del concurso municipal Mejoremos nuestra cuadra. De
los más antiguos, el Garay está vigente.
Los barrios representan parte de la historia e identidad de los pueblos y, en el caso nuestro,
guardan mucho la memoria guayaquileña, que es rica en tradiciones y expresiones vernacu-
lares.
Bien vale entonces evocar el tango Melodía de arrabal, interpretado por Carlos Gardel y que,
entre otras cosas, dice: “Viejo barrio/ perdoná si al evocarte se me suelta un lagrimón/ que al
rodar por tu empedrao/ es un beso prolongao/ que te da mi corazón”.
I
ntentamos proporcionar una lista de productos que fueron parte de la vida diaria de fami-
lias que nacieron en los primeros lustros del siglo anterior y de quienes llegamos pisán-
doles los talones en la década del cincuenta.
Comer es vivir
La clásica taza del café Zaruma, los tallarines Cino y las sardinas y
atún Señorita, Van Camp’s, Real, Montecristi y La Sirena, no faltaban
junto a las marcas de leche Pluca, Indulac e Ilesa. Tampoco las leches
en polvo KLIM, Nido y Lactógeno; las maicenas Duryea y Royal, y los
aceites comestibles Arbolito, Piesse, La Perla, Única y La Favorita.
Bebidas espirituosas
E
l santo patrono es el protector y defensor de un país, una ciudad,
una parroquia, etcétera, que recibe la veneración de una multi-
tud de feligreses por situaciones de arraigada creencia o porque
cuando fueron fundados adoptaron sus nombres. Así, por ejemplo,
San Juan Bautista de Ambato y San Cayetano de Chone.
En las distintas localidades de nuestra patria todavía se festeja con derroche de alegría a sus
santos protectores; para ello se organizan ceremonias litúrgicas, peregrinaciones y festejos
populares, que mezclan lo religioso con las expresiones del folclore.
Anuncios
de fiestas
religiosas en
Pascuales y
Nobol.
E
l miércoles 21 de mayo de 1958, hace 47 años, el Comité de Vialidad del Guayas inaugu-
ró el moderno puente de hormigón armado sobre el Estero Salado, que une la avenida
Nueve de Octubre (al este) con la margen occidental de dicho brazo de mar en lo que
actualmente corresponde a la ciudadela Cinco de Junio (Ferroviaria).
La importante obra que ya ostentaba el nombre de Cinco de Junio, reemplazó a una construc-
ción similar de cemento pero más angosta y sin las dos vías para vehículos, parterre central,
aceras a los costados para los peatones y alumbrado moderno con que se puso al servicio el
nuevo trabajo.
Antes de 1958 y 1936 en que hubo el puente de cemento sobre el Salado, existió otro de ma-
dera de 104 metros de largo inaugurado en octubre de 1872.
Este quedó en escombros en 1883 durante las luchas entre Eloy Alfaro y el dictador Ignacio
de Veintemilla, quien aceleró su destrucción y de las edificaciones de la empresa Baños del
Salado, que funcionaba allí desde años atrás.
Luego, gracias al trabajo de Leandro Suárez y Baltazar Aráuz se reconstruyó el puente de ma-
dera con galerías voladas y balcones al contorno, apreciados enormemente por los visitantes
del hermoso accidente geográfico tan ligado a la historia de la metrópoli.
C
on la película Sinuhé, el egipcio, protagonizada por Edmund Purdon, Jean Simmons,
Víctor Mature, Gene Tierney, Michael Wilding, Bella Darvi y Peter Ustinov, el mar-
tes 24 de mayo de 1955 la empresa Cinesa y su circuito Cadena de Oro, que gerenció
Fernando Lebed, inauguró el cine Presidente, cuyo distintivo fue La autoridad de los cines.
Desde entonces aquella sala se convirtió en una de las preferidas de los vecinos de la ciu-
dad, que asistieron a disfrutar de laureadas producciones del séptimo arte y aplaudir a los
famosos que actuaron en su escenario, tales como María Félix, Lola Flores, Xiomara Alfaro,
Alfredo de Ángelis, la compañía de revistas Carnaval Carioca, entre otros.
La construcción del moderno edificio del cine Presidente, el primero del país con aire acon-
dicionado y capacidad para 1.810 espectadores, pantalla gigante y sonido estéreo de 20 par-
lantes, fuentes y efectos de agua en su fachada y detalles que le daban majestuosidad, estuvo
a cargo de Edificaciones Ecuatorianas S.A.
Días antes de la apertura oficial, la empresa Cinesa realizó la iluminación de la fachada y puso
en acción los efectos de agua que la adornaban; ofreció actuaciones musicales sobre la mar-
quesina a cargo del organista Éric Tait y la orquesta de Carlos Arci y su espectáculo Carioca,
el cantante Luis Alberto Rochi y la bailarina Dina Fernández. Hubo una ‘preinauguración’ a
la que concurrieron autoridades locales; el martes 24, a las 21h00, luego del Himno Nacional,
la madrina del cine Presidente, Lola Trujillo, acompañada de su corte de honor, pronunció
las palabras inaugurales. Enseguida, el maestro de ceremonias Paco Villar anunció la entrega
de reconocimientos a los técnicos de la obra y después habló Edward D. Colen, supervisor
de 20th Century Fox para América Latina, que asistió especialmente invitado. Ese día la pla-
tea y mezanine costaron 25 sucres y el anfiteatro 5 sucres; hubo
funciones de matiné (14:30), vespertina (18:00), nocturna, (21:30),
incluido el programa señalado. Radio Atalaya transmitió el desa-
rrollo del acto. Desde el 26 de mayo las localidades tuvieron los
precios normales de 15 sucres la luneta y 3,60 sucres la galería.
E
sta sala estuvo en la ciudadela del
mismo nombre, donde ahora es
la hermosa iglesia de San Judas
Tadeo. No duró mucho tiempo, pero su
nombre se sumó a los viejos y añora-
dos cines de barrio del siglo pasado.
Otro hecho muy importante para la época fue que los empresarios de la sala, deseosos de
facilitar la asistencia del público desde diversos barrios, impulsaron un servicio de colectivos
cada 4 minutos hasta el final de cada función con el siguiente recorrido: Los Ríos-Hurtado-
García Moreno-Sucre-Pedro Carbo-Rocafuerte-Julián Coronel.
El programa inaugural fue extenso y hubo la exhibición de una serie de cortos: 21:30, Circo
marino; 21:42, Ratón en venta; 21:55, Por mi raza habla el espíritu; 22:15, Noticiero Fox; y 22:30,
proyección del largometraje cinemascope-metrocolor Barreras del terror, estelarizado por
Van Johnson, Martine Carol y Herber Lom.
Muchas familias y cinéfilos asistieron a la inauguración del Miraflores, cuyos decorados con
temas montubios los hicieron los artistas Jorge Swett y Segundo Espinel; la aireación de Me-
rello Guzmán y equipos de sonido Phillips. La entrada costó 12 sucres.
Al día siguiente, el viernes 28, el cine ofreció tres funciones: matiné (15:00), vespertina (18:40)
y nocturna (21:30). A más de la película Barreras del terror se proyectó El gran Caruso, prota-
Posteriormente las funciones presentaron otros filmes como Mañana lloraré, Pecado y reden-
ción, El hijo pródigo, El milagro del cuadro, Lo que el viento se llevó, etcétera. La localidad bajó
a 3,60 sucres y ocasionalmente subió a 6.
Se desconoce por qué los dueños del Miraflores no siguieron con la empresa, que después no
ofreció más funciones hasta que sus instalaciones con algunos cambios alojaron a la actual
iglesia San Judas Tadeo. Así desapareció otra de las salas guayaquileñas, que como la mayoría
de ellas ofrecieron sana diversión a niños y adultos en las décadas de la centuria pasada.
Por allí quedan algunos rezagos de edificios, fachadas y más recuerdos de esos cines de pri-
mera y populares que tanta añoranza despiertan cuando los vemos al paso: Presidente, Cen-
tral, Olimpia, Azteca, Guayas, Paraíso, Olmedo, Encanto, Quito, Tauro, Calero, Lido, Ecuador,
Lux, Juan Pueblo, Centenario, etcétera.
Como el Miraflores, algunos de ellos (Tauro, Capitol, Olmedo, Guayas) también se convirtie-
ron en templos evangélicos y de otras religiones, cuando la moderna tecnología nos trajo los
aparatos de reproducción de películas y mucha gente prefirió quedarse en casa.
El cine Miraflores funcionó donde ahora es la hermosa iglesia de San Judas Tadeo.
C
uando el Benemérito Cuerpo de Bomberos de Guayaquil no entraba en la moderni-
zación que lo caracteriza actualmente en su organigrama y en los recursos para com-
batir al tradicional enemigo de la ciudad: el fuego, allá por las décadas del cincuenta
al ochenta del siglo XX fue muy común entre los jóvenes de los distintos barrios porteños el
deseo de convertirse en miembros de la institución ‘a como diera lugar’ durante los meses de
agosto y septiembre de cada año. Esto último no lo hacían únicamente para cumplir la ances-
tral costumbre de que algún miembro de la familia debía ser parte de la oficialidad o tropa
de la entidad, sino que también llevaba el sano interés de participar del baile anual del 10 de
octubre que daban las numerosas compañías de entonces, cuyos jefes ponían esmero en la
organización de los programas con la colaboración espontánea del vecindario.
Con apenas dos o tres meses de militancia, los noveles legionarios de la casaca roja tenían la
oportunidad de conocer a experimentados comandantes que transmitían conocimientos, a
tal punto que muchísimos de los que ingresaron solo con el interés de disfrutar de los actos
se quedaron en sus respectivos depósitos e hicieron largas y brillantes carreras dignas del
aplauso ciudadano.
Por la celebración mayor del bombero, las compañías hacían desfiles, iban con sus mejores
hombres a los ejercicios de agua, daban fiestas a los hijos menores de la tropa y ponían es-
mero en los almuerzos y el baile del 10 de octubre, que acogía a los primeros jefes, amigos
y favorecedores permanentes, familiares de sus militantes y los infaltables ‘pavos’ que se las
ingeniaban para ingresar a los locales y así danzar con buenas orquestas.
Al paso de las décadas desaparecieron algunas compañías que fueron referentes, tanto en su
labor primordial de combatir los
incendios que asolaron la metró-
poli como en el cuidado que pu-
sieron para elevar el nivel profe-
sional, cultural y fraternal de sus
miembros.
Oficiales y tropa de la
Compañía Salvadores ‘Jefe
Guizado’ No.14, en Escobedo
y P. Ycaza, junto a su reina.
E
n el libro Nuestro Guayaquil antiguo, del cronista vitalicio Rodolfo Pérez Pimentel,
publicación del Banco Central del Ecuador y del H. Consejo Provincial del Guayas
(1986), el autor de la obra consigna: “El gusto por las corridas de toros solo disminuye a
mediados del siglo pasado (XIX), porque en la Colonia son pan de toda boda y no hay motivo
de alegría que escape a esta celebración”. A renglón seguido añade: “Casi siempre se lidian los
toros en la plaza de la Iglesia Matriz (Catedral), donde se levantan ‘barreras’ y un ‘templador’
para favorecer a los noveles toreros y a las ‘mojigas’ perseguidas. Explica además que “las ‘moji-
gas’ son los disfrazados con ropas chocantes y de colores que saltan al ruedo a distraer al animal
con arriesgadas piruetas y maromas”.
Concluye aquellos apuntes con lo siguiente: “Estos peligros fueron cosa natural y sabida en las
corridas de toros, celebradas antaño por las principales calles de Guayaquil, con numeroso sal-
do de heridos y contusos”. El libro Guayaquil de ayer, Colección Imágenes, volumen 6, Banco
Central del Ecuador, edición 1985, en un pie de foto destaca: “La primera distracción que tuvo
Guayaquil fue la lidia de toros. Inicialmente se cerraban calles... y listo el espectáculo. Ya a fines
del siglo pasado (XVIII) había un coso, cuadrado...”.
cas no pudo mamá España diluir la afición a ese espectáculo bárbaro e impío que ella denomina
la fiesta brava, fiesta de sol y luces, capotes y mantillas, y que no es más, en resumen de realidad,
que un asesinato a traición de una pobre bestia que más embiste sobre el trapo por curiosidad
o juego que con el intento de despachar al pelele saltarín cubierto de alamares, que oculta una
espada para matar a la fiera que no tiene su habilidad ni malicia”.
Más citas
Además de los testimonios, otros libros de crónicas mencionan las corridas de toros, peleas
de gallos, regatas de botes, canoas, balandras y yolas, como parte de las distracciones po-
pulares que en distintas épocas del año buscaban los vecinos y afuereños de tránsito por la
ciudad, constan las rememoraciones incontables de abuelos, padres y amigos que tienen su
propia historia.
yaquil; otras de tipo portátil se adecuaron en el American Park, el Club Nacional, en la orilla
del estero Salado junto a la ciudadela Ferroviaria y el coliseo Voltaire Paladines Polo.
El mismo José Antonio Campos se refiere a las cuadrillas trashumantes que dieron cortas
temporadas en plazas de madera, en las “afueras de la calle de La Sabana o de la Cárcel o de la
Municipalidad (hoy Diez de Agosto) por los terrenos que ahora son las calles Quito, Pedro Mon-
cayo, etcétera”. En el libro Guayaquil 70, de Ediciones Aguilera Malta, hay una antigua foto
cuyo pie dice: “La Plaza de Toros Guayaquil en la Plaza de la Concordia. El torero en su faena”.
Entre los diestros nacionales y extranjeros que protagonizaron los programas inaugurales de
temporadas y los habituales que se hacían dominicalmente o por las fiestas patrias y de in-
dependencia de la ciudad estuvieron Pedro Castro (Facultades), Antonio Puertas (Granero),
Eduardo Solís, Rafael Báez, Pepe Luis Vásquez, Juan Gálvez, Gabriel de la Casa, Curro Real,
Paco Santoyo, Armando Conde, Mariano Cruz, Paco Barona, Lorenzo Pascual, el Belmonte-
ño, Fabián Mena, el Niño de Aranjuez, Juan Silveti, y muchísimos otros que hacen largo el
inventario.
Corrida ‘curiosa’
Torero herido
El 8 de octubre de 1938, este Diario publicó una amplia noticia sobre las heridas que sufrió
el diestro español José Gimán (Rubito de Sevilla), durante la corrida del día 7 en el coso del
American Park.
A
sí como hay personas apegadas a las creencias y supersticiones que empiezan el día
leyendo el horóscopo del periódico de su preferencia, existen otras que antes de abor-
dar las noticias económicas, políticas, de crónica roja, deportivas, etcétera, prefieren
revisar primero la página de las historietas para hallar algo de humor, suspenso o aventura
que atenúe el sinsabor que originan ciertas crónicas.
Por ello, desde que esas creaciones artístico-literarias las incluyeron rotativos y publicacio-
nes afines que se editan en la mayor parte de las naciones del mundo, casi nadie puede negar
que alguna vez cedió a la tentación de ojearlas o de tomar como habitual entretenimiento su
lectura.
Algunos referentes
Los nuestros
Sin olvidar que El Universo fue uno de los primeros periódicos del
país que desde 1925 incluyó en sus ediciones diarias las tiras có-
micas, hay que resaltar que en nuestro medio también se hicieron
algunas con la mejor aceptación de los lectores.
Esto ayudará a recordar otras que, como las de ahora, arrancaron sonrisas y
ratos de suspenso a los mayores de la familia y siguen haciendo lo mismo con
sus descendientes a través de sus héroes e inconfundibles personajes.
D
escartada la costumbre de aprovechar solo las fiestas patronales julianas y de inde-
pendencia octubrina para tratar los cambios de Guayaquil a través de su historia,
acudimos al testimonio de los planos para repasar esa evolución y el recuerdo grato
mientras la mirada se sitúa en calles, barrios, edificaciones, sitios de antaño y se los compara
con los actuales.
Libros de historia, textos escolares como los de Dionisio de Alsedo y Herrera, Manuel Vi-
llavicencio, Teodoro Wolf, Eliecer Enríquez B., Julio Estrada Ycaza y otros autores recogen
estos documentos que realizados en diferentes escalas y sin el adelanto científico de los de
ahora prueban el desarrollo de la ciudad desde que se asentó definitivamente al pie del Ce-
rrito Verde.
Entre los autores de planos constan Dionisio de Alsedo y Herrera (1740), Francisco de Reque-
na (1740), Ramón García de León y Pizarro (1772), Anónimo ‘Crocrix’ (1787), Expedición Bri-
En libros escolares
N
uestra urbe adoptó el calificativo de ‘modelo’ para algunos de sus edificios construi-
dos a partir de la segunda década del siglo XX, no solo para impulsar cambios en la
estructura social de la época sino también para tener referentes en la sucesiva ima-
gen arquitectónica que desarrolló en gran parte de la centuria pasada.
No resulta extraño que esta urbe se caracterice por el empuje visionario de su gente, quienes
acometieron en gigantescas obras como testimonio del desarrollo urbano y también plasma-
ron el deseo de que esas construcciones marchen a la par con el aporte humano y la filosofía
de servicio de las instituciones a las que fueron destinadas sus construcciones.
Algunos ejemplos
Otra prueba del sentir guayaquileño por hacer bien las cosas fue la Piladora Modelo, que por
muchos años prestó vitales servicios al agro regional desde su ubicación en el sector de La
Atarazana.
Arriba, la Escuela
Modelo Nueve
de Octubre en
1920, ubicada
en Chimborazo
y Francisco de
Marcos.
A la izquierda, los
silos de la Piladora
Modelo, al pie del
cerro Santa Ana.
Cuando se dotó a la Policía Nacional del llamado Cuartel Modelo, estuvo presente el deseo
porque exista una adecuada manera de acoger al personal y los recursos que velan por la
seguridad ciudadana, y al inaugurarse la Penitenciaría Modelo del Litoral (Centro de Re-
habilitación Social de Guayaquil) hubo la mejor intención de que el sistema carcelario y la
rehabilitación de los reclusos se hagan en forma adecuada.
Lamentablemente, por la falta de cuidado y la mala política de conservación que restó im-
portancia al constante crecimiento de la urbe, algunos de estos edificios muestran deterioro
y están al margen del servicio para los cuales se los diseñó como verdaderos modelos.
Luis Vayas Amat, editor de libros que nació aquí en 1930 y ha sido testigo del cambio urba-
nístico de la metrópoli, sostiene que fue el deseo de mantener viva la tradición forjadora y
pionera característica del guayaquileño lo que inspiró a los empresarios y ejecutores de edi-
ficaciones representativas a denominarlas modelos, al margen de expresiones de ostentación
negativa.
Basta mencionar el 9 de Octubre de 1820, la construcción del primer buque a vapor, el Gua-
yas, en 1842, o el submarino de José Rodríguez de Labandera como una prueba del valor
precursor y pionero que nos identifica, dice.
1925. Guayaquil
en la plumilla del
maestro Roura
Oxandaberro.
L
a reciente presentación del pasacalle Jardines de Guayaquil, letra de Octavio Gómez
con arreglos musicales de Luis Izurieta Abarca y Luis Izurieta Arias, ratifica y aquello
de que nuestra metrópoli es la permanente inspiración de poetas, pintores y músicos
ecuatorianos y extranjeros.
Además deben constar los pasacalles Cholo porteño de Abel Romeo Castillo y Armando
Pantza Aráuz; Guayaquileño, con letra y música de Carlos Aurelio Rubira Infante, y Mi Gua-
yaquil, de Carlos Solís Morán. Igualmente, La Guayaquileña, de Lauro Dávila Echeverría y
Nicasio Safadi Reves.
Diversos temas
Hace décadas se conocieron Guayaquil heroico y Guayaquil, perla del Pacífico, que en el an-
tiguo ritmo del one step, crearon Carlos Amable Ortiz y Francisco Paredes Herrera, respecti-
vamente. De manera similar, el pasacalle Perla ecuatoriana (Guayaquileña), de Rafael Carpio
Abad, y el pasodoble Guayaquil, por José Casimiro Arellano.
P
ortales, balcones, edificios de hormigón e incluso casas de construcción mixta de las
primeras décadas del siglo XX que aún no sucumben a la modernidad son testimonios
de nuestra historia y también referentes para evocar aquella ancestral imagen porte-
ña de centurias pasadas. Lo mismo ocurre con los parques, paseos y plazas que recuerdan
románticas épocas, aunque algunos de ellos cambiaron de nombre y aspecto de acuerdo a
la evolución urbana. Ensayamos un breve recuento de esos sitios de esparcimiento, pere-
grinación cívica y política, adonde acudieron abuelos y padres a disfrutar de la naturaleza,
escuchar música al aire libre por medio de parlantes o por las retretas de bandas militares.
Recordemos que los nombres que parques y plazas asumieron al paso del tiempo no tuvieron
un año o una época definidos sino que fue en prudente lapso.
Breve recuento
La plaza del Centenario (1920), limitada en lo actual por las calles Lo-
renzo de Garaycoa (Santa Elena), Pedro Moncayo (Daule), Primero
de Mayo (Bolívar) y Vélez, en los planos de Guayaquil de 1909 y 1919
se la llama plaza Nueve de Octubre; la plaza Montalvo, después par-
que Montalvo, en documentos de 1909, 1919, 1920 conserva como hasta
1889. Inauguración del ahora tal denominación. La plaza Rocafuerte, llamada así en 1909 y
Parque Seminario. 1920, muchos la denominaron plaza de San Francisco (1881) y hoy al-
gunos hacen lo mismo.
El espacio ocupado por el actual complejo deportivo de la piscina olímpica y la pista atlética,
frente al colegio Rita Lecumberri (José Mascote, Hurtado, Luque y García Moreno), a co-
mienzos del siglo pasado fue llamado plaza Diez de Agosto, después plaza del Ejército y más
tarde plaza de la Concordia. La plaza Colón de estos días (al norte, en los límites del barrio
Las Peñas tuvo la primigenia denominación de plaza de la Parroquia (1779) y más tarde plaza
de la Concepción (1887).
La plaza Veinticuatro de Mayo, de comienzos del siglo XX, es actualmente el parque San
Agustín, pero oficialmente Medardo Ángel Silva, limitado por las calles Pedro Moncayo, Seis
de Marzo, Quisquís y Luis Urdaneta. La plaza de la Victoria o parque de la Victoria (Quito,
Clemente Ballén, Diez de Agosto, Pedro Moncayo) conservó por mucho tiempo el nombre
de plaza Calderón. En cambio, el parque España (Chimborazo, Chile, Portete y General Gó-
mez) se llamó primitivamente plaza Ecuador.
Más novedades
El plano de Francisco Landín de 1909 incluye la plaza Chile (Noguchi, Cacique Álvarez, Ca-
pitán Nájera y Febres Cordero) que se llama así hasta la presente, pero como parque Chile.
El parque Sucre (ubicado por años entre los edificios de la Municipalidad de Guayaquil y
Gobernación del Guayas) tuvo cambios y junto con la estatua del héroe se convirtió en la
moderna Plaza de la Administración. Los predios de la plaza Rodolfo Baquerizo Moreno
primero fueron del tradicional American Park y más tarde parque Guayaquil.
La plaza de Santo Domingo consta en el plano de A. Millet de 1880 y 1881 y la ubica frente a la
iglesia de igual nombre del barrio Las Peñas; el mismo autor incluye la Plaza del Mercado en
el Malecón o Calle de la Orilla a la altura de la Casa del Cabildo. La plaza de La Merced, frente
a la basílica de igual nombre, se convirtió en el parque Pedro Carbo. El parque Olmedo cam-
bió de lugar; el Jorge Washington desapareció y al de la Armada remodelan para convertirlo
en el complejo cívico naval Jambelí. Ya no se habla del Paseo de las Colonias pero sí de los
parques Puerto Liza, Clemente Yerovi Indaburu, Jerusalén, República del Uruguay, etcétera.
Entre las plazas inauguradas en los últimos años están las de la Administración, Rodolfo
Baquerizo Moreno, Cívica del Malecón, Francisco de Paula Ycaza, de Honores (cúspide del
cerro Santa Ana), de Artes y Oficios Carlos Armando Romero Rodas (parque lineal del Sala-
do), de la Integración y otras.
L
os novedosos números con que las instituciones públicas y privadas organizaban las
festividades del carnaval en la primera mitad del siglo XX e incluso décadas más allá,
fueron un buen motivo para que el vecindario guayaquileño mostrara su entusiasmo y
colaborara sin reservas para el éxito de las elecciones de reinas, desfiles, comparsas, coros de
flores, festivales bailables con disfraces, actos deportivos, etcétera. Terminada la temporada
de Navidad y Año Nuevo, los almacenes, perfumerías y boticas iniciaban la propaganda de
los productos necesarios para la fiesta del dios Momo o de carnestolendas, tales los perfu-
mes, talcos, aguas de Florida y de Kananga, globitos, papeles y fantasías para arreglar casas,
centros sociales y vehículos. Periódicos como El Universo, auspiciaron concursos de reinas
de carnaval.
Otros ejemplos de esto último era la elección de la Señorita Carnaval por la Asociación Ge-
neral de Empleados; la Princesa de la Alegría, por el Centro Social Comercio; y la Directora
de la Fiesta, por la Sociedad de Carpinteros. También nombraban soberanas, dios Momo,
colombinas, pierrot y otras dignidades simbólicas. Solo permitían jugar en sus festivales bai-
lables con flores, confetis, serpentinas y perfumes.
En sus propagandas los comercios aconsejaban a los clientes ayudar a culturizar el carna-
val con juego decente y ofrecían artículos para que los jugadores pasaran bien los tres días
de fiestas, con gorros, antifaces, perfumes, lanzaserpentinas, chisguetes, aguas de colonia,
talcos perfumados, lociones, etcétera. Boticas y perfumerías ofrecían productos afines a
su actividad.
Hasta cuando cerraron sus puertas los almacenes Lilita, de Arístides Antepara; Durango
Hnos., Luis Palomeque, Enrique Alemán, Antepara & Palomeque, Chiriboga & Valdivieso,
Joaquín Arias y otros mantuvieron la costumbre de comercializar esas novedades.
En cuanto a los globitos hay nombres que siempre recordamos: Zaruma, Fénix, Diana, Águi-
la, Venecia, H.B., María Eugenia, entre otras marcas.
Los bailes del American Park, Barrio del Astillero y de instituciones guayaquileñas y colonias
extranjeras siempre atrajeron a los grupos familiares deseosos de diversión. En 1930 el teatro
Victoria ofreció un baile con ingreso gratis para señoritas, un sucre para caballeros y 30 cen-
tavos para los espectadores de galería.
E
n 1931, mientras era prefecto municipal el doctor Alberto Guerrero Martínez, el Ayun-
tamiento guayaquileño desplegó una valiosa labor y concretó obras sociales y urbanís-
ticas. De ello resaltamos algo en mayo pasado, pues en esa histórica fecha del año que
evocamos se inauguró la obra del parque Chile y la del Reloj Público Municipal, en su último
emplazamiento conocido. Esta vez resaltamos los 75 años de lo que actualmente llamamos
Mercado Este, pero que en la época de su construcción e inauguración lo denominaron Mer-
cado Municipal del Sur, cuya apertura oficial fue el 10 de agosto de 1931. Ejecutó la obra la
Sociedad Técnica Fénix en la manzana de las calles Chimborazo, Gómez Rendón, Coronel
y Maldonado.
Otras obras que la Municipalidad entregó a la comunidad en la fiesta del 10 de agosto fueron
el Programa del Desayuno Escolar en la escuela modelo Manuel María Valverde, de la maes-
tra Mercedes Moreno, los nuevos salones del Museo Municipal y los servicios higiénicos
municipales de las calles Eloy Alfaro y Argentina, actualmente con el interior remodelado y
la fachada mejorada.
Fiestas de apertura
A la inauguración del Mercado Municipal del Sur le siguió la quermés que organizaron la
Sociedad de Beneficencia de Señoras, la Sociedad Protectora de la Infancia, la Casa Cuna y el
Ajuar del Niño, con la presentación de quioscos que atendieron señoritas del voluntariado.
La banda de músicos del batallón Imbabura amenizó la programación.
Un festejo similar ocurrió con el llamado Mercado Norte, emplazado en la manzana que
circunda las calles Baquerizo Moreno, Tomás Martínez, Padre Aguirre y el callejón Banife,
abierto oficialmente al público en septiembre de ese mismo año, con la participación de las
mismas autoridades municipales y el alborozo de los vecinos por tan importante obra.
¿
Quién no recuerda que alguna vez al salir de clases de la escuela o colegio sucumbió a la
tentación de saborear más de una ciruela verde, pintona o madura que sazonó con toque-
citos de sal? ¿O que en los distraídos años de la niñez y juventud se hizo la ‘pava’ (faltó a
clases o se escapó de ella) para avanzar junto con sus condiscípulos hasta los cerros Santa
Ana y del Carmen para ir en pos de esos frutos cuyos árboles crecían espontáneamente allí
y en otros sectores aledaños a la ciudad?
Alimenticio y medicinal
El ciruelo (Spondias purpúrea L.) es árbol nativo de América tropical y mide hasta 10 m
de alto; sus hojas son compuestas de 5-12 pares de hojuelas, con panículas de flores rojas o
purpúreas asentadas sobre ramas gruesas. Las drupas son rojas acídulas. Por lo general la
fructificación comienza en noviembre.
Los frutos del árbol (ciruelos o ciruelas) se comen crudos, en jaleas o mermeladas; con ellos
también se hacen refrescos y helados. El árbol es maderable y sirve para cercas vivientes; en
el campo medicinal, el fruto y las hojas son usados en infusión como astringente. Pariente
de esta fruta es el hobo, jobo o ciruela amarilla (Spondias mombin L.) que también crece en
zonas de Los Ríos, Guayas, Esmeraldas y, sobre todo, Manabí. El hobo es amarillo, comestible
al natural o en calidad de refresco y jalea; la madera sirve como leña o para hacer cajones,
cajas de fósforos, etcétera.
A
demás de la chicha de jora y arroz (resbaladera), del aguardiente de caña, el rompo-
pe, las mistelas, etcétera, que fueron las ‘pociones espirituosas’ a las que acudieron
nuestros abuelos y padres para amenizar sus tertulias, robustecer la unidad familiar y
disfrutar sanamente de su círculo de amigos, la cerveza fue otra preparación que ayudó a ese
fin y pronto fue parte del folclore ergológico (comidas y bebidas) que nos identifica.
Aunque con algunas diferencias a las costumbres de antaño, cuando anfitriones e invitados
disfrutaban de potajes y bebidas -incluida la cerveza- durante la inexcusable celebración del
‘santo’, las fiestas cívicas, el paseo campestre en lancha o la caminata directa por la campiña
cercana a la ciudad, las generaciones siguientes mantuvieron el hábito de incluir el popular
producto en sus diversos festejos.
Antigua bebida
En Guayaquil la primera fábrica de cervezas se fundó en 1887, cuando las que se consumían
aquí eran de procedencia alemana, holandesas e inglesas , con un costo elevado que impedía
su consumo por las clases populares. En 1896 pasó a propiedad de los hermanos Mario y Luis
Maulme; posteriormente, en 1909 la adquirió Enrique
Gallardo hasta que en 1913 las instalaciones fueron tras-
pasadas a la Ecuadorian Breweries Company y su geren-
te L. F. Yoder. Después vinieron otras administraciones.
Este fugaz recuento resultaría incompleto si olvidáramos que para mantener o superar la
calidad de su producción, una fábrica tan nuestra como la Compañía de Cervezas Naciona-
les compitió con acreditadas preparaciones de fábricas como La Campana, La Victoria, La
Imperial, en Quito; Alemana en Riobamba; La Victoria, en Cuenca, entre otras que pusieron
en el mercado las clases Pílsener, Export, Bavaria, Bohemia, Roja, Danesa, Porter, Extracto de
Malta y otras muy conocidas.
La cerveza
Pílsener está
arraigada a
la identidad
guayaquileña.
L
os tradicionales guinguilingongos, columpios y carruseles,
acompañados de otros juegos y espacios recreativos como
el ferrocarril en miniatura, pistas de bicicletas y autos para
niños, espejos mágicos, piscinas para menores y adultos, zoológi-
co, restaurantes, biblioteca infantil, música ambiental en todas las
áreas, caballitos pony, concha acústica para presentación de artis-
tas, etcétera, formaron parte de aquel mundo mágico que puso a la
disposición de Guayaquil el doctor Eduardo Carrión Toral (1908-
1990), cuando inauguró el parque de distracciones Bim Bam Bum
en el km 4 1/2 de la carretera a Playas, balneario de los más cercanos
a la creciente metrópoli. El sábado 9 de agosto de 1958 se abrió el
centro que fue otro referente de la dinamia guayaquileña, similar al Eduardo Carrión Toral
American Park. El Bim Bam Bum ocupó un amplio y acogedor pre-
dio natural, en medio de una vegetación propia de la zona y de otras
especies cuidadosamente introducidas para complementar la belleza del paisaje.
Hacia allá, en especial los sábados y domingos de cada semana, se dirigían incontables fami-
lias del Puerto Principal, parientes llegados desde otros lugares del país e incluso del exterior,
para gozar de esas instalaciones en las que los niños tenían la preferencia, según los propósi-
tos del mentalizador de la obra.
El doctor Carrión nombró padrino del parque al connotado empresario Rodolfo Baquerizo
Moreno, gestor del American Park, quien no pudo asistir al acto de apertura por enfermedad.
Además resaltó el aporte del mecánico Heriberto Villena, sus amigos Gustavo Zevallos Sala-
me y Oswaldo Rodríguez, y más personajes e instituciones que desde que compró el paraje
(1949), ideó la obra y comenzó la construcción (diciembre de 1957), le dieron el respaldo
económico y lo animaron en su cometido.
A
quellos guayaquileños que nacieron pasada la segunda mitad del siglo XX y mantie-
nen inalterables los recuerdos de su niñez y juventud que transcurrieron hasta por
las décadas del sesenta y setenta, durante sus conversaciones con familiares, amigos
y vecinos de barrio repiten en medio de añoranza sus momentos de juegos infantiles por
las calles de la barriada y, entre otras tantas maneras de diversión en compañía de padres,
hermanos y parientes, también evocan las visitas al popular parque de distracciones La Ma-
carena, en Pedro Moncayo entre Nueve de Octubre y Primero de Mayo.
En efecto, aquel centro que funcionó por muchos años en la dirección indicada fue el sitio
de concentración de familias que iban en busca de los juegos mecánicos y otras distraccio-
nes que allí se ofrecían durante varios días de la semana, pero especialmente los sábados y
domingos y los de las conmemoraciones porteñas de julio y octubre, cuando la ciudad se
engalana y adquiere un ambiente contagiante de gozo. Las instalaciones de La Macarena con
sus banderolas y luces multicolores en la tarde y noche avivaban las ansias de diversión de
chiquillos e incluso de los mayores del hogar.
El carrusel, la rueda moscovita, los carros chocones, el tiro al blanco, el juego de bolos,
los botes giratorios sobre un canal redondo lleno de agua, las máquinas tragamonedas, las
marionetas, el algodón de azúcar, las manzanas con caramelo, los globos y la música de
fondo formaban parte del atrayente local en el que
resaltaba el griterío de los chiquillos que pasaban
de un aparato a otro para sentir la experiencia de la
velocidad y las vueltas repetidas. Los enamorados
igualmente se citaban en La Macarena y hasta los
estudiantes que escapaban de clases llegaron allí
para disfrutar de las novedades y los espectáculos
promocionados.
La gente que llegaba habitualmente a La Macarena lo prefería por su ubicación en pleno cen-
tro de la metrópoli y por no ofrecer problemas con la transportación. Daba gusto observar
los fines de semana, cómo los padres y jefes de familia se las ingeniaban para lograr que sus
pequeños fueran los primeros en embarcarse en los juegos y así disfrutar junto a ellos de
cada vuelta en la rueda moscovita, el carrusel de caballitos y en los demás entretenimientos
que nadie quería perdérselos.
Al paso de los años, con el crecimiento de la ciudad por el norte y el sur, la clientela de La
Macarena disminuyó. Los juegos, que tiempo atrás fueron muchos, también mermaron y el
espacio junto a la Casa de la Cultura del Guayas se estrechó, hasta que finalmente el estable-
cimiento cerró para el pesar de quienes durante un largo lapso prefirieron el lugar y vieron
crecer a sus vástagos y pupilos.
Actualmente, en donde estuvo La Macarena existe un amplio garaje y ahí la Casa de la Cul-
tura del Guayas tiene previsto hace bastante tiempo ampliar el local para intensificar sus
actividades. A pocos pasos estuvo el viejo bar fuente de soda Montreal, que también cerró
sus puertas y dejó otro cúmulo de añoranzas para sus habituales clientes.
La Macarena dejó de atender definitivamente tal como lo hicieron el American Park, de Ro-
dolfo Baquerizo Moreno, y el Bim Bam Bum, de Eduardo Carrión Toral, visionarios empresa-
rios que no solo pensaron en el provecho económico de sus proyectos puestos en ejecución
con mucho tesón y sacrificio, sino en el bienestar colectivo y la sana diversión de sus com-
patriotas que los recuerdan siempre porque ayudaron a consolidar el calificativo de tierra
trabajadora, hermosa y acogedora que caracteriza a Guayaquil.
L
os chicos los llamábamos cines o teatros sin atender aquellas pequeñas diferencias que
establecen sus estructuras. También el nombre era lo de menos, pues por igual corría-
mos para llegar a tiempo a los que eran de imponentes edificios con aire acondicionado
y butacas pullman, o aquellos populares o de ‘barrio’ cuyas galerías y lunetas no presentaban
mayor diferencia: igual dureza de los asientos de luneta y galería, mientras el calor sofocaba
y los escasos ventiladores giraban sin cesar para tratar de ganarle la partida.
Pero allí, en sus boleterías, se arremolinaban los chiquillos y no pocos jóvenes y algunos
padres y adultos de la familia, para sumarse al bullicio de la vermú dominical de los cines de
Guayaquil con la clásica oferta del ‘2 X 1’ (dos personas con un boleto), a la que las familias
pudientes y pobres se acogían para que la prole asistiera a la esperada función de casi todas
las semanas. Afuera de los locales y desde muy temprano había un ambiente de feria: reven-
dedores de boletos cuando la película estaba rotulada de muy buena o excelente, charoles
con caramelos y chocolatines, vendedores de refrescos y prensados, bollos, cebiches en bal-
de, ‘huevos chilenos’ y muchísimas otras novelerías para los curiosos asistentes.
Cómo no recordar los cines y teatros Presidente, Nueve de Octubre, Apolo, Quito, Central,
Guayas, Juan Pueblo, Fénix, Ponce, Luque, Gloria, Olimpia, Encanto, Tauro, París, México, Pa-
raíso, etcétera, que en sus localidades de luneta y galería o una sola recibían dominicalmente
al enjambre de bulliciosos chiquillos que acudían a ver las películas mexicanas con Tony y
Luis Aguilar, Jorge Negrete, Elvira Quintana, Viruta y Capulina, Lola Beltrán, Sara García,
Joselito, Cantinflas, Tin Tan y muchísimos otros artistas que dejaron gratísimos recuerdos.
O también al Variedades, Latino, Calero, Cuba, Victoria que ponían en cartelera los filmes
de ‘indios’ y vaqueros, hasta llegar a los más contemporáneos de las dos últimas décadas del
siglo XX como el Guayaquil, Inca, Maya, Policines y Albocines, que exhibieron las moder-
nísimas producciones de Hollywood y de la
cinematografía en general, dueña de efectos
especiales y recursos computarizados.
L
a ‘Camay’ por la emisora América estuvo entre las de mayor sintonía, pero otras consi-
guieron igual acogida, mientras las figuras del radioteatro se convirtieron en referentes.
Ahora mandan las telenovelas.
Jenny Estrada en su libro Del tiempo de la yapa recuerda las experiencias de las familias gua-
yaquileñas con la radionovela ‘Camay’ en la estación América del radiodifusor Luis Albán
Bajaña y que impulsó Enrique Vega Ruilova.
La acogida a ese espacio en América motivó a sus colegas a impulsar obras similares con
elencos de radioteatro que se convirtieron en referentes de la época.
Además de la novela ‘Camay’ que dio emociones a adultos, jóvenes e incluso niños que se
situaban frente a los radios Telefunken, RCA Víctor y otras marcas, debemos citar a la CRE y
‘La novela de la tarde’ y ‘La novela del hogar’; El Mundo: ‘La novela en su hogar’; Bolívar: ‘La
novela Pepsi Cola’; Atalaya: ‘La novela Colgate-Palmolive y Mejorub’ y ‘La novela ENO’; Excel-
sior: ‘La novela Excelsior’; y Cenit: ‘La novela del aire’.
Otras emisoras de mucha sintonía fueron El Telégrafo, con El teatro en su casa, de Paco Villar
(1939, y Ondas del Pacífico. En cambio, algunos espacios cambiaron de casa con nuevos patro-
cinadores: Atalaya y ‘El teatro selecto Gliden’ y las radionovelas ‘Mouson’, ‘Silueta’ y ‘Oleica’.
Radionovelas que se escucharon en las décadas del cincuenta y sesenta del siglo pasado son,
entre otras: El enemigo, El derecho de nacer, El color de mi madre, Renzo el gitano, Corona de
lágrimas, El sol sale para todos, Sangre y arena, Incomprensión, Una ventana en el camino, El
pescador de estrellas, Los sembradores, Drácula, Más allá del silencio, Una mujer inolvidable,
La mentira, La mujer del odio y Tú eres mi destino.
Asimismo, Águilas frente al sol, El precio de un pecado, Paraíso maldito, La estirpe de Caín, El
pasado manda, Los miserables, Otro hombre en su vida, El calvario de una madre, Yo no creo en
los hombres, Honrarás a tu madre, Redes de odio, entre otras.
Entre sus autores estaban Caridad Bravo Adams, Félix B. Caignet, extranjeros, y Hugo
Vernel, David Ledesma, Eloy Vélez, Leonel Sarmiento, Gabriel Vergara Jiménez, ecuato-
rianos.
Entre los actores cotizados y gente de la radio que incursionó en el teatro constaron Darío
Almar, Luis Patiño, Roberto Garcés, Jorge Guevara, Carlos Cortez, Gonzalo Heredia, Julio
Villagómez, Antonio Hanna, Alejandro Hurtado, Enrique Pereda, Sergio Rojas, Antonio Ar-
boleda, Alfonso Manosalvas, Humberto Romero, Antonio Santos, Álvaro San Félix y Ralph
del Campo.
Igualmente, José Hanna, Jorge Pesántez, Jimmy Burbi, Germán Cobos, Martín Santos, Ju-
venal Ortiz, Aurelio Tovar, Antonio Cajamarca, Humberto Romero, Fernando Ribas, Pablo
Vela, Carlos Monserrate, Luis Maestre, Jorge Palacios, Alfonso Chiriboga, Mario Fernández
y Gustavo Romero, que arrancaron suspiros, lágrimas y sonrisas a una comunidad que los
recuerda.
N
o puede haber una completa evocación de la historia de nuestra ciudad si en algún
capítulo de aquella olvidamos mencionar la carga de diversión que dio y todavía
ofrece el conocido entretenimiento a legiones de niños y hasta de adultos.
Los sábados y domingos, cuando era una saludable costumbre el paseo en familia y también
los días de fiestas cívicas y populares que daban la oportunidad de un asueto breve, pero bien
organizado, los más pequeños de la casa aprovechaban la ocasión para pedir a sus padres,
hermanos mayores o padrinos que los lleven al carrusel de caballitos, caracterizado siempre
por su ambiente de sana distracción y ajeno a las ostentaciones y odiosas diferencias sociales.
Así, por igual, niñas y niños acompañados de los jefes de hogar u otro mayor de edad, sin
prejuicio alguno, se embarcaban para gozar de las vueltas que por unas cuantas monedas
ofrecían los más conocidos locales de este género, que tenían ubicación fija en el centro de
la ciudad u otros sectores especialmente escogidos, o de aquellos que por ser pequeños y de
fácil transportación se trasladaban de un barrio a otro para entregar diversión en la mañana,
tarde o noche.
Las páginas de El Universo, siempre ricas en esta clase de testimonios, dan cuenta de la
presencia del buscado entretenimiento en las primeras décadas de la primera mitad del siglo
pasado, en Daule (Pedro Moncayo) y Bolívar (Primero de Mayo), en Luque y Quito, Plaza de
la Concordia (complejo de piscinas Alberto Vallarino/Asisclo G. Garay), Los Ríos y Diez de
Agosto, Guaranda y Venezuela, Santa Elena y Capitán Nájera, parque España (Chile y Porte-
te), en avenida Olmedo y Chile, etcétera.
L
a reciente presentación del show Más cerca, que ofreció en esta metrópoli el mentalista
español Anthony Blake, trajo a la memoria a otros colegas suyos que visitaron el puerto
en diferentes épocas y, por supuesto, a compatriotas nuestros que brillaron en el difícil
arte de Harry Houdini, tal es el caso del Fakir Raca, y de Paco Miller, en la ventriloquia.
No olvidemos que Guayaquil siempre fue la escala obligada de compañías de ballet, ópera,
teatro, humor, música y otras manifestacio-
nes artísticas, especialmente en las últimas
décadas del siglo XIX y las primeras del XX.
Aquello, como resulta decisivo, contagió a
los guayaquileños que asumieron con dedi-
cación y entusiasmo sus dotes intelectuales
para el cultivo de algunas disciplinas de las
bellas artes.
En esta época que hablamos de los trucos de Harry Potter y evocamos al legendario mago
Merlín, bien vale recordar a otros del siglo pasado y bastante contemporáneos como Criss
Ángel, David Copperfield, Uri Geller, Hans Klok, Jasenson Tusam, David Blaine, José Simhon,
Edmond, Juan Tamariz, extranjeros, y los de ‘fabricación’ nacional Roberto Lara Rivera, Ga-
briel Ávalos, Olmedo Rentería (Olmedini), entre otros populares cultores del hipnotismo e
ilusionismo.
Fakir Raca, cuyo verdadero nombre fue Ramón Casiano Aguirre Ponce, nació en Jipijapa,
Manabí, en agosto de 1877. Aprendió cuando era niño al quedar impresionado de los actos del
mago Conde Patricio, quien actuó en Guayaquil. El manabita ofreció sus primeros números y
experimentos en una carpa instalada en los patios de la Sociedad Hijos del Trabajo. El públi-
co lo conocía como El Diablo, pero él prefería llamarse Profesor Aguirre.
En una ocasión, cuando actuaba en el teatro Edén de esta ciudad, el Fakir Raca desafió al
mago chino Li-Ho-Chang para encerrarse en un cajón construido y sellado especialmente
para la prueba, pero el asiático no aceptó competir. Tras una destacada trayectoria en el mun-
do de la magia, telepatía, ilusionismo y mentalismo, Ramón Casiano Aguirre Ponce murió en
Guayaquil en diciembre de 1958.
Paco Miller, nombre artístico de Edmundo Jijón Serrano (1908), alcanzó fama por su trabajo
de ventrílocuo. Lo llamaron El hombre de las mil voces y su compañero inseparable de faenas
fue el muñeco Don Roque; recorrió escenarios de América y se radicó en México, donde
triunfó como empresario y se convirtió en descubridor de estrellas de la talla de María Vic-
toria y Germán Valdez, Tin Tan, e invitó a su espectáculo a Cantinflas, Jorge Negrete y Pedro
Infante. Además actuó en películas y trabajó con el famoso Walt Disney.
Las presentaciones del ventrílocuo chileno Navarro y del mago español Richardine, en dife-
rentes años de las décadas del veinte y treinta en los teatros Edén y Ecuador de esta ciudad,
motivaron al novel artista que siguió sus prácti-
cas. En 1933, Richardine le obsequió un muñeco
al que llamó Chonguito. Después llegó Don Ro-
que, que él diseñó a su gusto y lo convirtió en
compañero de sus actuaciones hasta su retiro.
Murió en tierra mexicana en diciembre de 1997.
Paco Miller y su
muñeco Don
Roque.
A
l igual que varios de sus similares, el parque San Agustín también conserva mucha
historia y es otra de las inconfundibles estampas de la metrópoli guayaquileña. Tiene
su encanto, aunque no ocupa enorme extensión ni posee juegos infantiles para la
algarabía de la chiquillada del barrio o visitante.
El templo tuvo diferentes ubicaciones hasta cuando llegó al Barrio de la Soledad, en la que
se levantaba la capilla de Nuestra Señora de los Dolores, en el antiguo sector conocido como
Las Ninfas y Daule (Luis Urdaneta y Pedro Moncayo), hasta la inauguración del nuevo edi-
ficio en 1926.
Desde ese último año se afianzó la denominación de San Agustín para la plaza 24 de Mayo;
en cambio, tras la colocación del busto al poeta guayaquileño Medardo Ángel Silva, asimismo
se hizo costumbre popular darle este nombre en recuerdo del personaje que más de una vez
debió cruzar esas calles por haber sido vecino de barriada.
Los carruseles de caballitos, las retretas y más diversiones populares se intensificaban con
las fiestas de San Agustín, Señor de la Buena Esperanza y otras que organizaban los frailes
agustinos.
A manera de presentación 5
Testimonio 8
Unas palabras 9