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mística se convierten en dos fases sucesivas de la vida espiritual que se diferencian por ser
el paso de la ordinario a lo eminente. Aquí, mientras la vida mística califica al creyente de
gran santidad y se caracteriza por la preponderancia de lo pasivo (el dejar que Dios actúe)
sobre lo activo (el obrar del hombre), de la simplificación sobre la complejidad, de lo
experiencial sobre lo discursivo, la vida ascética caracteriza al cristiano común y se distingue
por el prevalecer de lo activo sobre lo pasivo, de lo complejo sobre lo sencillo, de lo
discursivo sobre lo intuitivo.
La oración de Jesús
Comencemos considerando, en general, lo que especifica la oración cristiana, en
cuanto es propiamente cristiana. y digamos que la característica que la distingue consiste en
que se deriva enteramente de la oración de Jesús y se ajusta fielmente a ella.
Lo enseña el evangelista Lucas cuando relata los orígenes de la oración de los
discípulos: “Acaeció que, hallándose Él orando en cierto lugar, así que acabó, le dijo uno de
sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñaba a sus discípulos (Lc
11, 1). Ningún cristiano puede aprender a orar sin hacer suya la petición de aquel discípulo.
Lo confirma el hecho de que la oración es fuente de salvación: si Jesús es el verdadero
y único salvador del mundo y de la historia, sólo él puede ser el auténtico orante, sólo el
puede orar de manera enteramente salvífica: todos los demás tienen que hacer que la propia
oración tenga sus raíces en la suya.
Por lo demás, se ora de modo correcto solamente con la oración querida por Dios, esto
es, con la oración infalible, la que permite que Dios nos escuche en todo, únicamente cuando
se ora en el nombre del Señor. Y esto no significa en modo alguno en lugar de Jesús, ni
siquiera simplemente en su compañía, sino dentro de él, dentro de su realidad de orante, de
tal manera que se forme una sola realidad con él y con su oración.
Ora cristianamente quien deja que el Señor cambie con toda verdad, o sea, en el
Espíritu Santo, la propia oración personal en la del orante, como fuente perenne de
inspiración, sostén, verificación, orientación y alimento de todo lo que ella es. Lo afirma Jesús
mismo en la declaración, amarga y entusiasta a la vez, que refiere Jn 16, 23-24: “En verdad,
en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. hasta ahora no habéis
pedido nada en mi nombre. Pedid y recibiréis para que sea cumplido vuestro gozo”
Es propio del Hijo estar ante Dios, con una presencia que le define a Dios y a él mismo.
Es el arrojarse perenne e incesantemente, como insinúa el pros con el acusativo, en los
brazos del Padre, el vivir de él: y la oración de Jesús constituye la forma eminente y más
viable de la versión en términos humanos de este estatuto radical de comunión-abandono
con Dios que le permite decir: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10, 30). Es, por tanto,
incesante, cómo y por qué el ser filial define a Jesús establemente. Y es verdad que Jesús,
antes y mucho más que hacer oración, es la misma oración: no en el sentido de que
identidad se agote en la oración, sino en el sentido de que la oración define lo más íntimo de
su realidad.
Igualmente, y como consecuencia, la oración cristiana expresa el ser filial que el cre-
yente asume de Jesús, y que le permite estar ante el Padre en el dinamismo de una tensión
incesante hacia el Reino.
El cristiano no es solamente un sujeto que ora. Su relación de dependencia respecto a
Jesús le capacita para transformarse él mismo en oración como y con Jesús, gracia a una
especie de transustanciación que le lleva a vivir sine intermissione, y por tanto filialmente,
ante el Padre.
Dios vivo y verdadero, sino que es Dios quien llama a Abraham (Gn 12, 1-2). No es Moisés
quien descubre al Dios de los Padres, sino que es Dios quien llama a Moisés y le habla (Ex
3, 4-6). No son los profetas quienes, por propia iniciativa, hablan de Dios, sino que es Dios
quien ha escogido al pueblo de Israel y se ha comprometido a favorecerlo como Dios
presente y amigo (Dt 7, 6-8). En esta perspectiva, la oración ya no se convierte tanto en un
dirigirse a Dios, cuanto, más bien, en un responder a Dios". Por esto, según el espíritu de la
Biblia, espíritu de la oración cristiana en cuanto tal, "orar significa, ante todo, ponerse en
actitud de escuchar a Dios, acoger la palabra que El, por adelantado, nos ha dirigido. Nuestro
orar viene siempre en un segundo momento: primero está la iniciativa de Dios que se revela,
que nos habla, que interviene".
Hay que hacer notar que la estructura de respuesta que tiene la oración es lo que hace
que siempre sea posible, en cualquier situación interior, aun en los momentos de mayor
lejanía respecto a Dios, o de mayor aridez: si sucede a menudo que nosotros no tenemos
nada que decir a Dios, él siempre tiene una infinidad de cosas que decirnos.
también, quien ora bien, ora, incluso en la oración más solitaria, además de con perse -
verancia y en estrecha dependencia de la celebración eucarística, en el corazón de una ín-
tima comunión con los hermanos y con la Iglesia y, a través de ella, con toda la humanidad.
Síntesis
Lo específico de la oración cristiana se resume, pues, en ser enteramente trinitaria y
eclesial por ser chstológica: en responder, en el Espíritu y con la Iglesia, como hijos en el Hijo
encarnado, al Padre.
Regla suprema de la oración del creyente es la doxología conclusiva de las plegarias
eucarísticas, proclamada por el celebrante en nombre de toda la asamblea, y por ella ratifi-
cada: "Por Cristo, con él y en él, a ti, Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu
Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos, Amén".
Adoración y alabanza
La oración de adoración y de alabanza nace del estupor agradecido por la infinita
grandeza de Dios, manifestada en sus obras.
Tiene antecedentes espléndidos en el Antiguo Testamento, sobre todo en los salmos, y
en varios textos de índole profética, sapiencial e histórica. Cabe recordar el cántico de
Moisés de Ex 15, 1-18 y Dt 32, 1-43, el cántico de los tres jóvenes de Dn 3, 32-90, el himno
del Sirácida 42, 15-25 y 43, 1- 37. Prosigue en el Nuevo Testamento con el Magníficat, el
Benedictus, las frecuentes doxologías paulinas y los himnos de la liturgia celestial del libro
del Apocalipsis.
Esta forma de oración expresa la maravilla de la criatura que abre los ojos a la pro-
fundidad insondable del Creador (el Deus absconditus que se convierte en revelatus), lle-
gando a congratularse con Dios por ser Dios.
Y concentra la atención de orante sobre Dios, enseñándole a dejarse en la sombra a sí
mismo y al mundo, o a verlos únicamente en él (cognitio matutina): hasta el punto de que
constituye la modalidad de oración más cercana a la contemplación celestial.
Acción de gracias
La oración de acción de gracias, o de eucaristía, brota al percibir la munificencia de
Dios para con las criaturas.
En el Nuevo Testamento ocupa un lugar de primer plano, proporcionado a la gratui-dad
de la relación amorosa de Dios con el mundo. Aunque no queda recogida formalmente en el
Padre nuestro, es presentada existencialmente, de manera en extremo incisiva, en el
comportamiento habitual de Jesús (cf. Mt 11, 25-27; Me 14, 23). En las cartas de Pablo pa-
rece que compendia toda verdadera oración.
Súplica e intercesión
La oración de súplica e intercesión indica el paso a la oración de petición, y representa
su forma más elevada, en cuanto tiene como objeto propio los bienes definitivos: la comunión
con Dios y el perdón de los pecados.
Se suele distinguir entre súplica, que designa una petición hecha a favor de sí mismo e
intercesión, para indicar una petición presentada en provecho de otros. No obstante, esta
terminología no tiene un valor absoluto.
En ambos casos se busca conseguir el don escatológico de gozo (amor fruens = amor
realizado). Lo atestigua la invitación de Jesús: "pedid y recibiréis, para que sea cumplido
vuestro gozo" (Jn 16, 24). "El contenido de todas nuestras exigencias, de todos nuestros
deseos, es la dicha, la felicidad: todos y cada uno de nuestros particulares anhelos buscan
fragmentos de felicidad. San Juan, con san Mateo, nos dice: pedidle a Dios todo; bus cad
siempre la felicidad; el Padre tiene el poder y la bondad de otorgarla. Con san Lucas, san
Juan afirma: todos los bienes singulares son fragmentos de esta única realidad que se
expresa en el gozo. El gozo, en último término, no es más que Dios mismo, el Espíritu San to.
Buscad a Dios, pedid el gozo, el Espíritu Santo, y lo habréis conseguido todo".
Petición
Existe finalmente la oración de simple petición, orientada como la anterior a pedir, pero
dirigida a bienes y valores terrenos.
Dado que está unida al interés inmediato del orante, se presenta como la modalidad
más espontánea y fácil de oración. Pero no es por esto menos importante que las anteriores.
El Padre nuestro la coloca en una posición subordinada, dentro de la fórmula sobria y
discreta: "danos hoy nuestro pan de cada día"; pero, entre tanto, la incorpora. Santo Tomás
de Aquino la incluye en la definición general de oración, diciendo que la oración es la eleva -
ción de la mente a Dios para alabarle y pedirle cosas convenientes para la salvación eterna
(petitio decentium a Deo).
El sustantivo latino oratio sugiere la idea de un decir y, precisamente, de un pedirle.
Como las peticiones orales se hacen con la boca, el término se relaciona con la palabra os,
boca.
Legitimidad
Algunas se refieren a su fundamento. Hay quien dice: ¿qué sentido tiene pedir, si Dios
sabe ya lo que necesitamos?
San Agustín da una respuesta espléndida con su célebre frase: Deus non dat nisi
petenti, ne det non capienti. Dios sólo da a quien pide, para no dar a quien no recibe. "Pue de
resultar extraño, explica el santo, que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras ne-
cesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor
no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues él ciertamente no puede descono -
cerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear,
para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en
efecto, son muy grandes, y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante.
La petición no tiene como finalidad informar a Dios, ni siquiera inducirle a que venga a
nuestro encuentro, sino disponernos a recibir sus dones. Orar equivale a decir, ante todo,
que sí a la acción salvadora de Dios: un sí que puede requerir que se rectifique o suprima el
objeto de la petición. En este sentido, aprende a vivir bien, dice san Agustín, quien aprende a
orar (rede novit vivere qui recte novit orare).
"La oración, comenta el cardenal Ratzinger, separa en nuestra vida la luz de las tinie-
blas y realiza en nosotros la nueva creación. Nos hace criaturas nuevas. Por esta razón es
tan importante que en la oración abramos con toda sinceridad nuestra vida entera a la mirada
de Dios, nosotros, que somos malos, que tantas cosas malas deseamos. En la oración
aprendemos a renunciar a estos deseos nuestros, nos disponemos a desear el bien y nos
hacemos buenos hablando con aquel que es la bondad misma".
La realidad del tránsito pascual que se realiza en la oración, de un morir a sí mismos
para decir que sí a Dios, encuentra un eco fiel en la clásica definición formulada por san Juan
Damasceno: la oración es la elevación de la mente a Dios. Es elevación, esto es, paso del
mundo inferior del hombre al mundo superior de Dios. Y atañe a la mente, sinónimo de la
totalidad del hombre.
Validez
Otra objeción pone en duda el significado de la oración de petición. Si a menudo hay
que rectificar o incluso olvidar la petición humana, ¿no es más razonable, se dice, no pedir
nada? ¿No se sigue de ahí, por lo menos, que la petición constituye una modalidad inferior
de oración especialmente cuando se piden bienes terrenos?
Hay que responder resueltamente que no. En primer lugar, porque, si fuera así, no la
habría puesto en práctica Jesús ni habría hecho que otros la pusieran en práctica. Y, des-
pués, porque la existencia de la oración de petición responde a una exigencia de la consti -
tución intrínseca del hombre.
La petición, en efecto, lejos de arrinconar las cualidades del hombre, entre las que se
cuenta el disponer de sí, responsablemente, o sea, la libertad, las exalta. La escritura enseña
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GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 10
que Dios "fue quien al principio hizo al hombre, y le dejó en manos de su propio albedrío" (Sir
15, 14). Entonces, "lo que pide el cristiano, al pedir esto o aquello, no queda anulado, sino
relativizado, o reorientado en la perspectiva escatológica". Como el hombre no puede
renunciar a ser criatura que tiene sus proyectos, es justo que pida también bienes tempora -
les. Como el hombre sabe que Dios es la salvación, pero no conoce el modo como se llevará
a cabo en la situación presente, es preciso que esté disponible ante cualquier desenlace que
Dios quiera.
"En tal sentido, añade Moioli, el pedir, o sea, el orante mismo, se purifica indefinida -
mente y se hace auténtico: cada vez más lejano no sólo de la magia, sino también de todo
pasivismo, más o menos quietista, igual que de toda agresividad, que lleva en sí inevitable -
mente el germen de la rebelión, cuando comprobara que no había sido escuchado; o del todo
cerrarse apriorísticamente a las libres intervenciones de Dios en la historia y en la naturaleza,
sin exceptuar el milagro".
Oración y praxis
Hay un tercer orden de dificultades que concierne a la relación de la oración con la
praxis.
Lo plantea polémicamente E. Bianchi al preguntar: "¿No es quizá verdad que para
muchos cristianos es más fácil orar que trabajar? Detrás de muchas oraciones en las que se
pide a Dios que intervenga, ¿no hay quizás mucha ruindad, mucho miedo, mucha comodi-
dad, es decir, todo lo que impide que hagamos nosotros lo que queremos que Dios realice?
De esta manera, en vez de construir el mundo, en vez de estar en los puntos de tensión en
los que se juega el futuro del mundo, el cristiano se ha ido retirando cada vez más, con el
pretexto de orar a su Dios y se ha pertrechado con una buena conciencia que le asegura que
ha hecho el mayor esfuerzo que podía: pedir a Dios que intervenga".
La falta clara de moderación de estas palabras permite comprender que las dificultades
valen, no para la oración de petición en sí, sino, a lo sumo, para sus deformaciones. Entre
tanto, es ciertamente más fácil pasar a la acción que ponerse realmente a orar. Y lue go, la
verdadera oración, lejos de librar del compromiso práctico, lo produce vitalmente: no se
puede encontrar al Dios de los hombres sin ser arrastrados por su loco amor a los hombres.
En realidad, en el miedo a que la oración debilite la praxis está en juego una reduc ción
antropológica que es típica de la era iluminista y postiluminista. La esboza lúcidamente G.
Moioli cuando escribe: "Se pasa lógicamente del presupuesto de la no objetividad de Dios a
la afirmación de que o no tiene sentido o es prácticamente ingenuo entender la ora ción como
un dirigirse a un Tú o a un El. Y de aquí se llega a la reinterpretación de la ora ción. En dos
direcciones: o en la de tomar conciencia de lo real, de la autotransparencia, del logro del
sentido de la profundidad del hombre y de su misterio, de su totalidad, etc.; o bien en la línea
ético-pragmática de hacerse cargo de la propia responsabilidad respecto a sí mismo, a la
historia y al mundo. En ambos casos, el nombre, cuando ora, queda como interlocutor de sí
mismo: la oración es un momento para tomar conciencia ('contemplativa1 o teórica), o para
determinarse éticamente de varias maneras (toma de conciencia 'práctica')".
6. NECESIDAD DE LA ORACIÓN
La tradición cristiana, amaestrada por el magisterio de Jesús que enseñó "la necesidad
de orar siempre, sin cansarse" (Le 18 1; cf. Ef 5, 20), no ha cesado nunca de insistir sobre la
necesidad de la oración.
Dado que la oración es encuentro y comunión con Dios, lo que constituye una barrera
entre el hombre y Dios obstaculiza por eso mismo la oración. Se deduce de ahí que el espí-
ritu puede hacer verdadera oración sólo si se alejan los impedimentos que la estorban, y sólo
si se cultivan las disposiciones que la alimentan.
Lo atestigua firmemente santa Teresa de Jesús: "El no ha de forzar nuestra voluntad,
toma lo que le damos, mas no se da a Sí del todo, hasta que nos damos del todo". Lo rea-
firma san Juan de la Cruz: "Y, vaciando de esta manera el alma a todas las cosas, que es,
como habremos dicho, lo que puede hacer de su parte, es imposible que deje Dios de hacer
lo que es de la suya en comunicársele, a lo menos secretamente. Más imposible que dejar
de dar el rayo del sol en lugar sereno y descumbrado; pues que, así como el sol está ma -
drugando y dando en tu casa para entrar si destapas el agujero, así Dios, que en guardar a
Israel no dormita (Sal 120, 4), ni menos duerme, entrará en el alma vacía y la llenará de
bienes divinos".
En los capítulos séptimo y octavo de su Tratado sobre la oración de corazón el jesuíta
J. P. Caussade resume las condiciones ascéticas de la oración en cuatro clases de pureza,
que llama respectivamente: pureza de conciencia, o exclusión del pecado; pureza de cora-
zón, o desasimiento de lo que no es Dios; pureza de espíritu, o dominio de los pensamientos
y de las imaginaciones; y pureza de la acción, o sumisión de la libertad al querer de Dios.
Esta enseñanza expresa una tradición constante de los maestros de espíritu y puede
tomarse, por tanto, como un compendio válido de las disposiciones para la oración. He aquí
algunos pormenores.
3. Dominio de la mente
Se llama pureza de ESPÍRITU, o de mente, al dominio de los pensamientos y de la
imaginación, a la capacidad de controlar los recuerdos, malos, inútiles o inoportunos: la hi-
giene mental excluye, por un lado, el dejarse absorber excesivamente por el trabajo, la an-
siedad de actuar, el rumiar pensamientos nocivos, el evadirse con imaginaciones fantásticas
y, por otro, favorece el recogimiento.
Como la oración lleva a cabo la entrega de la criatura al Creador, para orar se requie re
poseerse, con un dominio que comienza por los propios pensamientos.
No se trata, naturalmente, de un dominio fácil, ni de una conquista que se realiza de
una vez por todas. El control de la mente está sujeto a fuertes fluctuaciones, que dependen
de las condiciones físicas y psicológicas, y de las situaciones en que cada uno vive. Sin
embargo, la pureza facilita el que se solucionen muchos problemas crónicos de la oración y,
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GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 13
en primer lugar, el de las distracciones: éstas, en efecto, como dice F. W. Faber, hay que
combatirlas antes de que se presenten, esto es, con la estrategia de la prevención.
4. Rectitud de intención
Se llama, finalmente, pureza de ACCIÓN, o también de intención, al desprenderse el
individuo en su compromiso operativo de otros fines que no sean procurar cumplir la voluntad
de Dios.
Es reproducir la disposición profunda de Jesús que no busca la propia complacencia
(cf. Rm 15, 3), para cumplir lo que es del agrado del Padre (Jn 8, 29).
La ascesis en las disposiciones necesarias para la oración garantiza que ésta sea un
encuentro de amor. "Muchos, dice san Juan de la Cruz, no querrían que les costase Dios
más que hablar. Pero hasta que de ellos salgan a buscarle, aunque más voces den a Dios,
no le hallarán, porque así le buscaba la Esposa de los Cantares, y no le halló hasta que salió
a buscarle. De donde, el que busca a Dios queriéndose estar en su gusto y descanso, de
noche le busca, y así no le hallará. Pero el que le busca en el ejercicio y obras de las virtu -
des, dejando aparte el lecho de sus gustos y deleites, éste le busca de día y así le hallará;
porque lo que de noche no se halla, de día aparece".
Como la oración está en el centro del conjunto de la vida espiritual, toma sobre sí toda
su complejidad. Es necesario, por tanto, distinguir sus formas y niveles: desde el nivel básico
de la oración difusa a los que, desde la oración vocal, ascienden a los grados superiores,
hasta la contemplación infusa.
No hay que forzar esta clasificación: cada una de sus formas se compenetra conside-
rablemente con las demás, hasta el punto de que no se han de trazar entre ellas unos lími tes
demasiado rígidos, ni establecer un orden demasiado geométrico. Hablando de las moradas
de la vida interior, que corresponden a otros tantos grados de oración, santa Teresa de Jesús
advierte: "No habéis de entender estas moradas una pos de otra como cosa en hilada. Las
cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud, anchura y grandeza. Importa
mucho a cualquier alma que tenga oración, poca o mucha, que no se arrincone ni apriete.
Déjela andar por estas moradas arriba y abajo y a los lados; no se estruje en estar mucho
tiempo en una sola pieza".
No obstante, las diferencias y la gradualidad son reales y vamos a considerarlas,
tratando primeramente de las formas ordinarias de oración -que comprenden la oración di-
fusa, la oración vocal y la oración mental- y luego, de las formas que introducen y constituyen
la contemplación; lo haremos siempre en clave de teología espiritual, o sea, basándonos con
fines mistagógicos en las enseñanzas de los santos y de los maestros de espíritu.
Instancia de fondo
Para justificar la oración incesante, H. U. von Balthasar hace notar: "Pablo invita a la
comunidad a orar 'sin cesar1 (1 Ts 5, 17); a vivir 'orando en todo tiempo en espíritu, con toda
suerte de oraciones y súplicas, y para ello velando con toda perseverancia y súplica de todos
los santos, y por mí1 (Ef 6, 18-19). Varias veces emplea un término que significa detenerse
constantemente, establemente, en algo, estar cercano: 'perseverad' en la oración (Col 4, 2);
'sed perseverantes1 en la oración (Rm 12, 12). El mismo Pablo ora 'día y noche, con
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GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 14
insistencia' por los suyos, para completar lo que falta a su fe (cf. 1 Ts 3, 10), ora en todo
momento por ellos (cf. 2 Ts 1, 11) para que se cumpla todo el bondadoso beneplácito de Dios
(cf. también Rm 1, 9-10; 1 Col 4; Ef 5, 20; Fil 1, 4; 1 Ts 1, 3; 2, 13; etc.). En esto él es sólo el
eco de Jesús que narra la parábola de los ruegos de la viuda ante el juez inicuo para hacer
ver que hay que orar siempre, sin cansarse (cf. Le 18, 2). Mientras que en Lucas vemos que
Jesús ora en los grande momentos de su vida (bautismo, llamada de los discípulos,
transfiguración, monte de los olivos, cruz), Juan nos lo muestra en continuo coloquio de
oración con el Padre: él mira constantemente al Padre para hacer lo que el Padre hace y le
manifiesta en el amor (cf. Jn 5, 19-20); hace continuamente lo que es del agrado del Padre
(cf. Jn 8, 29); sabe que el Padre le escucha 'siempre1 (cf. Jn 11, 42), lo que presupone que
está resonando continuamente una oración del Hijo al Padre. Ni siquiera la cruz hará que se
interrumpa este coloquio (cf. Jn 16, 32)".
No se puede negar que el Nuevo Testamento formula con una insistencia impresionante
una invitación urgente a la oración continua. La realización de tal llamada se pone por obra,
instaurando el estado de oración que se llama corrientemente oración difusa.
Pero este modo de estar, que hace del creyente un perpetuo orante, sólo se conserva si
con frecuencia se hace explícita la relación con Dios. Y esto ocurre multiplicando las ora-
ciones breves.
"La expresión oración breve, explica O. Pesch, significa de hecho lo que en otros
tiempos se llamaba jaculatoria. La oración breve consiste en expresar con pocas palabras,
en una frase concisa, los efectos concretos que produce en mí una situación determinada, lo
que hace que me sienta gozoso, agradecido, angustiado, desmoralizado, culpable, y así
sucesivamente". Se pueden emplear con esta finalidad fórmulas fijas, tomadas de la tradición
de la Iglesia (Escritura, liturgia, usos de los santos y del pueblo cristiano); o también se
puede intentar decir con palabras propias lo que se quiere comunicar a Dios, o a Jesús he -
cho presente por la resurrección, o a los santos, que participan de la resurrección de Jesús.
Estas oraciones breves se llaman jaculatorias, son lanzadas (iaculatae) como flechas
hacia el cielo; o también orationes furtivae -expresión que agradaba a las primeras genera-
ciones de frailes predicadores que las empleaban en sus largos viajes- pues las pronuncia -
ban casi siempre furtivamente; o también actos anagógicos, en cuanto tendían a elevar al
orante a Dios. La tradición oriental, especialmente la hesiquiástica recomienda, entre otras
muchas, la oración de Jesús, u oración del nombre, o del corazón, que consiste en repetir un
número ilimitado de veces el nombre de Dios o de Jesús, o exclusivamente en una invo -
cación que lo contenga.
"Ora sin interrupción, señala Orígenes, quien une la oración a sus obras cotidianas, y a
la oración las obras que hacen al caso, dado que también las obras rectas, el poner en
práctica lo mandado, pertenecen al ámbito de la oración". Esto se puede hacer únicamente
con una clase de oración que se puede practicar con facilidad en cualquier lugar, circuns -
tancia o momento: esto es precisamente lo que se encuentra en la oración breve.
Lo afirma, con su estilo pintoresco, san Francisco de Sales: "mirando bien, no es na da
dificultoso este ejercicio, porque se puede entrelazar en todos nuestros negocios y ocu -
paciones, sin que por eso se estorben; por cuanto (sea en la celda espiritual, o sea en estos
asaltos interiores) no se hacen sino pequeños y cortos divertimientos, los cuales no estorban
de ninguna manera, antes sirven mucho al progreso
"Todo lo que hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando
gracias a Dios Padre por El" ( Col 3, 17; cf. Ef 5, 20).
Para llegar ahí basta que el alma tome conciencia, sugiere santa Teresa de Jesús, de
"representarse delante de Cristo y acostumbrarse a enamorarse mucho de su sagrada Hu-
manidad y traerle siempre consigo y hablar con El, pedirle para sus necesidades y quejarse
de sus trabajos, alegrarse con El en sus contentos y no olvidarle por ellos, sin procurar ora-
ciones compuestas, sino palabras conforme a sus deseos y necesidades".
Ventajas y actualidad
Es evidente que la oración breve, alma de la oración difusa, tiene mucho valor.
"De hecho, carece de inconvenientes prácticos: la oración breve es cuestión de se-
gundos y no hace 'perder tiempo'. Ni siquiera se da en ella el problema del recogimiento o de
la distracción. Sobre todo: ¿qué otra posibilidad tiene el cristiano, enfrentado con las exi-
gencias actuales de la vida de trabajo, de convertirse en un gran hombre de oración, más
que la oración breve?"
Aún más: "su espontaneidad, y sobre todo la posibilidad de emplear fórmulas variadas,
su tono personal, la libera del riesgo de lo artificioso y de la rutina. Y dado que se puede
hacer a menudo durante el día, queda resuelto también el problema de la buena y útil
distribución regular, sin que la existencia de un programa fijo introduzca el peligro de una
costumbre vacía".
Por otra parte, la actualidad de la oración difusa queda resaltada al cotejarla con dos
objeciones que se hacen corrientemente a la práctica, en general, de la vida de oración.
Alguien dice que, para orar, es preciso sentir la necesidad de hacerlo, tener ganas, so
pena de hacerse hipócritas, inauténticos, artificiales: como si la oración fuera, no un ali mento
básico sino una obra artística ligada a la inspiración del momento. La oración conti nua, por el
hecho de que se está poniendo en práctica siempre, desmiente y disipa este pernicioso
sofisma.
Otros dicen que no hay tiempo para orar, que se querría hacerlo, pero que los com -
promisos de la vida lo hacen imposible. La oración difusa, por medio de la oración breve,
atestigua afortunadamente que este reparo no tiene consistencia.
10 ORACIÓN Y ACCIÓN
Distinción
Lo primero que hay que decir es que el problema es real, porque los dos términos son
distintos, sin lugar a dudas. El trabajo no es oración. Puede llegar a serlo, tiene que llegar a
serlo; pero por sí mismo no lo es. La acción no coincide automáticamente con la oración. Y
viceversa, la oración constituye, de por sí, una realidad distinta de la acción.
Que la acción no coincide con la oración lo prueba el hecho evidente de la oposición
que existe con frecuencia entre una y otra. Con el ímpetu desarmonizador de la concupis-
cencia, el tesón en el trabajo tiende demasiado eficazmente a distraer de la oración al hom -
bre.
Que la oración es una realidad de la acción lo prueba el hecho, igualmente manifiesto,
de que la oración y la recta intención no bastan para cambiar la calidad intrínseca de una
acción, de un trabajo o de un producto y pueden también degenerar en evasión del com-
promiso en la acción. Un proyecto o un resultado de baja calidad o de escaso redimiendo no
quedan mejorados por la sola presencia de la buena intención que los anima, y una falsa
concepción de la contemplación puede inducir a dejar a un lado responsabilidades que, en
cambio, hay que asumir.
Unidad
Los elementos distintos, sin embargo, quedan armonizados en la unidad. Los no
idénticos confluyen al combinarse. La acción pide encontrarse con la oración, porque la ple -
garia es una respiración incesante y se respira para vivir: no se deja de respirar para trabajar.
Para aclarar esta relación puede servir la analogía del pan eucarístico hecho cuerpo de
Cristo. O también, la del alma y la materia convertida en cuerpo por su presencia.
De igual manera que el espíritu no es materia, sino que la trasciende, la oración se
presenta como una realidad distinta de la acción y tiene un valor superior.
Pero del mismo modo que el espíritu no llega a ser plenamente él mismo sino porque
se encarna en la materia, así también la oración llama a la acción y la produce, expresando
en ella el impulso de amor que procede de su estar junto al indomable amor de Dios. Lo
atestigua el "celo1 de los santos, que son activos porque son contemplativos, a menudo ge-
niales y siempre concretos, cuando responden a las exigencias históricas del momento.
Y viceversa (ésta es la cuestión), como la materia no llega a ser cuerpo fuera de la
animación que produce en ella el espíritu, así también la acción no se transforma en oración
si no se deja impregnar por lo que la hace convertirse en oración.
Caridad
La que está en grado de realizar semejante prodigio de tansustanciación es la caridad,
entendida, en sentido exquisitamente neotestamentario, como libre obediencia filial al Padre,
modelada sobre la de Cristo.
La síntesis se realiza en el amor, porque como explica santa Teresa de Jesús la ora ción
"no está en pensar mucho, sino en amar mucho", pues es un coloquio e intercambio de amor.
De modo que "orar no es simplemente hablar ni siquiera pensar solamente; orar es, sobre
todo, amar". Y el amor, a su vez, se reduce a obedecer (cf. Jn 4, 34; 8, 29).
En concreto, la oración se convierte en oración cuando se la toma como aquello que
Dios quiere, cuando se hace porque Dios lo quiere, cuando está dirigida a lo mejor de sí por
amor a Dios: como sucedió exactamente en Jesús, y por su fuerza.
"La vocación del amor, explica un autor, es absoluta, no tolera ninguna excepción, urge
de tal manera que no realizarla equivale a arruinarla por completo". Pues bien, ama quien
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 17
GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 18
hace todo lo que Dios quiere, adhiriéndose radicalmente al querer de Dios. Ama quien lo
hace porque Dios lo quiere, sin que haya ninguna otra razón básica más que este querer de
Dios. Ama quien lo hace del modo mejor posible, tal como lo exige la excelencia de Dios.
No hay ningún espacio de la vida que no pueda y no deba estar colmado por esta
voluntad, que es verdadera y perfecta oración. Por tanto, "la única condición que se nece sita
es un corazón que ama". Y cuando más vigorosa y explícita sea esta obediencia de amor,
tanto más profunda y continua será la transustanciación de la acción en oración.
Libertad
De acuerdo con lo que reconoce constantemente la tradición de la Iglesia, el elemento-
clave de la unidad de la vida interior con la acción exterior se encuentra, por tanto, en la recta
intención. Esto significa que, en última instancia, la síntesis se decide en el terreno de la
libertad, de la conformidad del hombre con el valor infinito de Dios que se manifiesta en el
valor pequeño de las obras.
Como siempre, la palabra decisiva corresponde a la voluntad humana, a su posibilidad
de decir que sí a la iniciativa de Dios. Poro esto supone muchas cosas. Por una parte, en el
planto de lo subjetivo, exige que se cumplan las condiciones requeridas para poner por obra
la oración continua. Por otra, en el plano objetivo, hay que percibir la capacidad intrín seca de
las obras humanas para ser mediación de amor.
Si la acción no se transforma en oración sin la voluntad de obedecer, ésta no se tra duce
en oración si no implica la acción.
11 LA ORACIÓN VOCAL
Naturaleza específica
Comencemos precisando que, mientras la oración difusa consiste esencialmente en un
estado de oración, las dos formas de oración que se llaman vocal y mental están constituidas
por actos y prácticas concretas.
La oración vocal, comparada con la oración mental, se define por los elementos que la
distinguen de ella.
Su denominación induce a pensar que se trata de una oración en la que los pensa-
mientos y los sentimientos interiores se expresan por medio de palabras pronunciadas sen-
siblemente, mientras que la oración mental los deja ocultos en la interioridad.
Pero E. Ancilli precisa que la costumbre "ha dado un significado algo diferente a estas
divisiones, porque en la práctica, como hizo notar santa Teresa (Camino de perfección, caps
22, 24 y 25; Castillo interior, Moradas primeras, 1, 7), la oración no se llama vocal o mental
por el hecho de tener la boca abierta o cerrada, ni deja de ser mental por el hecho de que en
ella el alma esté en coloquio con Dios también de modo sensible; si este coloquio es el fruto
espontáneo de su meditación, no es más que una parte de la oración mental, aunque
casualmente se exprese oralmente. Por consiguiente, entendiendo dicha división en un
sentido más práctico que lógico, diremos que la oración vocal es aquella que se hace em-
pleando una fórmula preestablecida, mientras que la mental es la que se hace espontánea -
mente, expresando sentimientos que brotan actualmente del corazón".
Por eso, la esencia de la oración vocal está en hacer personalmente propia una fór mula
de encuentro con Dios tomada de otros.
Son tres los elementos que la componen: 1. la comprensión de la fórmula, la percep ción
de lo que significan las palabras con la carga de ideas y afectos que comunica; 2. el hacerla
propia o personal; 3. eventualmente, su formulación oral.
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 18
GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 19
Y el requisito que resulta más importante es el segundo. "En la oración vocal auténtica
se ha de instaurar una unión muy estrecha entre lo que el espíritu ve, comprende, siente en
sí mismo, y las expresiones de la fórmula de que se sirve. Es preciso que entre el espí ritu y
la fórmula brote y exista una unión vital; si así no fuera, las fórmulas no serían más que
expresiones mecánicas, muertas; tanto si oramos vocalmente, como si oramos mentalmente,
tenemos que orar con el corazón, dice san Agustín (Enarr. in Ps 118, 29, 1)".
Valores
Por tratarse de una oración que no se crea, sino que sólo se recibe y reproduce, se
puede tener la impresión de que la oración vocal vale menos que las otras. En cambio, es
digna de consideración y de igual aprecio.
En primer lugar, goza de un lugar eminente y predominante en la liturgia, que consti tuye
asimismo el culmen de la oración de la Iglesia: y esto no es ciertamente poco.
Y después, garantiza ventajas de gran valor y de actualidad. En particular, las cuatro
siguientes:
1. La facilidad con que se pone en práctica. Las fórmulas de la oración vocal están
siempre a disposición: basta pensar en las posibilidades que hay de rezar el rosario. Encajan
bien en cualquier momento, también, y especialmente, en los menos idóneos para la oración,
cuando el corazón no sabe qué decir, está árido, frío, quizás también turbado, y siente el
peso de las tentaciones o de la fragilidad congénita. Lo atestigua santa Teresa del Niño
Jesús: "Algunas veces, cuando mi alma se halla en tanta sequedad que me es imposible
formar un solo pensamiento para unirme a Dios, rezo muy despacio el Padrenuestro y el
Avemaria. Estas oraciones, así rezadas, me gustan mucho, y me alimentan el alma más que
si las recitara precipitadamente un centenar de veces".
2. La ductilidad de las expresiones, la multiplicidad de las fórmulas permiten expresar
muchas resonancias del alma. El que ora encuentra, dentro de la variedad que ofrecen con
sus matices los numerosos textos, la posibilidad de hacer explícitas mociones interiores
preciosas que, de otro modo, no llegarían a expresarse y serían escasamente eficaces.
3. La ampliación de perspectivas. La oración vocal dilata los horizontes de la oración
personal, obliga a darse cuenta de exigencias, necesidades, valores, dimensiones de la
Iglesia y de la humanidad que el individuo ni siquiera sospecharía, probablemente. Las ora -
ciones vocales tomadas del pasado transmiten al que ora un portentoso capital de experien -
cias espirituales acumuladas en los siglos. Las del presente le ayudan a actualizar la propia
oración en el contexto concreto del mundo en que vive.
4. El afianzamiento de la pobreza de espíritu. Esta clase de oración obliga a salir del
círculo restringido de los propios pensamientos, de las propias preocupaciones, de los pro -
pios modos de sentir, para entrar en contextos más amplios: por esto mortifica el orgullo y
favorece el desapego de sí mismos, o sea, la pobreza de espíritu. Las fórmulas "no quieren
ser solamente una ayuda para la debilidad de nuestra fantasía, para nuestra incapacidad de
hablar y pensar (también con esto), sino que quieren servir, introduciéndonos en la oración
de los demás, para el desposeimiento que tiene que ser, por su misma naturaleza, la verda -
dera oración. Amparándonos en la oración de los demás, objetivando nuestra oración, nos
despojan de nosotros mismos y nos ponen, al mismo tiempo, unas normas, ya que las peti-
ciones que hacemos a Dios son exhortaciones dirigidas a nosotros mismos; hemos de aco-
ger estas peticiones, adherirnos a ellas, aceptarlas como verdaderas peticiones nuestras.
Las del Padrenuestro son aleccionadoras; no pueden convertirse en peticiones nuestras sin
que se produzca un cambio en nosotros mismos".
Dificultades y remedios
a) Sin embargo, a pesar de ser más fácil, tampoco la oración vocal está exenta de di-
ficultades y peligros.
Ante todo, está expuesta de modo particular al riesgo de la esclerosis a que conduce el
automatismo, que tiene lugar cuando la fórmula se transforma en una sucesión mecánica de
palabras pronunciadas sin que haya una participación personal.
Luego, no permite fácilmente (al menos, cuando se hace en común) detenerse en los
pensamientos y afectos que conmueven y comprometen, y que producirían mucho fruto.
En tercer lugar, no se salva del peligro de las distracciones.
Son éstas las dificultades que se experimentan, por ejemplo, en el rezo de la Liturgia de
las Horas o del rosario.
b) ¿Qué hacer para superar estos obstáculos? Los autores espirituales proponen va rios
remedios.
El primero y más general consiste en cultivar las disposiciones ascéticas que se do-
minan: pureza de conciencia, de corazón, de espíritu y de acción; se pueden resumir en el
requisito de un recogimiento habitual.
El segundo propone que se reciten las fórmulas con tal lentitud que la mente pueda
seguir cuando se pronuncia con los labios.
Otro recurre al segundo y tercer modo de oración que recomienda San Ignacio en los
nn. 238-260 de sus Ejercicios Espirituales, y aconseja dos cosas: tomar de cuando en
cuando los textos de las oraciones vocales más comunes como objeto de las propias medi-
taciones, tratando de redescubrir su riqueza de contenido; recitarlas muy lentamente de
cuando en cuando para participar más intensamente en ellos.
Para san Ignacio, efectivamente, el "segundo modo de orar es contemplar la signifi -
cación de cada palabra de la oración" (n. 249). A tal fin, es preciso que quien ora "teniendo
los ojos cerrados o hincados en un lugar, sin andar con ellos variando, diga Pater, y esté en
la consideración de esta palabra tanto tiempo cuanto halla significaciones, comparaciones,
gustos y consolación en consideraciones pertinentes a la tal palabra; y de la misma manera
haga con cada palabra del Pater noster, o de otra oración cualquiera quien de esta manera
quisiere orar", (n. 252).
El tercer modo de orar es "por compás". "Con cada anhélito o resollo, explica el san to,
se ha de orar mentalmente, diciendo una palabra del Pater Noster, o de otra oración que se
rece, de manera que una sola palabra se diga entre un anhélito y otro, y mientras dure el
tiempo de un anhélito a otro, se mire principalmente a la significación de tal palabra, o en la
persona a quien reza, en la bajeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza a tanta
bajeza; por la misma forma y regla se procederá en las otras palabras del Paternóster" (n.
258).
12 LA ORACIÓN MENTAL
Naturaleza específica
Ya hemos visto que la oración mental se distingue de la oración vocal por el hecho de
que expresa afectos, pensamientos y sentimientos personales, sin emplear fórmulas prees-
tablecidas. Por este motivo, constituye "la oración más personal, en la que más destacan las
características, las tendencias y las necesidades de la persona".
Sin embargo, en cierto sentido, toda oración vocal ha de ser también mental, si no
quiere dejar de ser verdadera oración: la oración debe comprometer personalmente. Lo
recuerda santa Teresa de Jesús, cuando dice: "Rezar el Paternóster y Avemaria, o lo que qui-
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 20
GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 21
siereis, es oración vocal. Pues mirad qué mala música hará sin lo primero (la oración mental);
aún las palabras no irán con concierto todas veces".
Aquí hablamos de la oración mental en sentido exclusivo, como distinta formalmente de
la vocal. Y tomamos como tema central su forma más común, que se denomina meditación
discursiva.
Etimología
En el Antiguo Testamento se menciona la práctica de la meditación con términos que se
relacionan con la raíz haga; ésta significa: murmurar a media voz o susurrar. Se insinúa la
idea de un pronunciar oralmente para memorizar y asimilar, como hacían los antiguos, una
enseñanza (besoretá), por medio de la cual se establece la comunión entre Dios y el hombre.
Equivalen en griego a “meletáo-meléte” que significan cuidarse de, discurrir, procurar;
solicitud, ejercicio, estudio. En latín se emplean meditari-meditatio, con significados afines.
La tradición cristiana ha asociado a menudo y de buena gana la ¡dea que subyace en
esos términos a las metáforas de la mensa verbi y de la ruminatio. Meditar, dicen los Padres,
quiere decir masticar la Palabra de Dios para alimentar el espíritu. Meditar significa rumiar,
esto es, absorber lenta y profundamente, y purificar el alma: significado sugerido por el hecho
de que Lv 11, 3 y Dt 14, 6 clasifican a los rumiantes entre los animales puros.
Importancia
No hay ningún maestro de espíritu que no insista en la necesidad de la meditación
discursiva para el progreso del espíritu.
San Francisco de Sales dice a Filotea (=el alma amante, enamorada de Dios): "sobre
todo te aconsejo la (oración) mental y cordial, y particularmente la que se hace a la vida y
muerte de Nuestro Señor. Mirándole a menudo por medio de la meditación, toda tu alma se
llenará de él; aprenderás de su doctrina, y formarás tus acciones al modo de las suyas. Esto
es bien consideres, Filotea; y créeme, que no podremos ir a Dios Padre sino por esta puerta".
Por eso, "si sucediese pasarte toda la mañana sin este ejercicio sagrado de la mental
oración, o por muchos negocios o por otra causa (procurando cuanto te sea posible no ocu -
par este tiempo en otra cosa), procurarás reparar esta falta después de comer en alguna
hora. Y si, en todo el día, no pudieres hacer este ejercicio, repararás esta pérdida multipli -
cando las oraciones ordinarias y leyendo en algún libro de devoción con alguna penitencia
que supla esta falta; y con esto resuelve el enmendarte al día siguiente y continuar tu ejerci-
cio devoto".
El padre De Guibert afirma que el camino ordinario para llegar a la purificación y ele -
vación de la mente consiste "precisamente en este trabajo, tantas veces penoso, de la me-
ditación. Es por haberse aplicado a ella demasiado a la ligera por lo que muchas almas ve -
getan en una piedad sentimental y superficial; es por haber querido demasiado pronto li-
brarse de las dificultades de este trabajo, y llegar al reposo de la oración simplificada, por lo
que la oración de estas almas, a pesar de una buena voluntad innegable y a menudo, de una
verdadera generosidad, no pasa de ser vacía, distraída, ineficaz e incapaz de procurarles
una fuerte e íntima unión con Dios".
Existe una "antigua convicción entre los maestros de espíritu, según la cual no hay
progreso en el camino hacia Dios y no se profundiza en la fe sin la meditación. Es difícil
sostener lo contrario".
Lo prueban dos observaciones que están al alcance de todos.
Formas de meditación
Muchos autores espirituales insisten en la distinción que hay entre una forma de me-
ditación llamada reflexiva, y otra que llaman simplificada.
La forma de meditación reflexiva tiene lugar cuando prevalece la reflexión, cuando uno
se propone "orar como si estuviera mirando atentamente un cuadro, para ver todos sus
detalles y descubrir su belleza". En concreto, se toma "un texto de la Escritura o la exposición
de un misterio, y se va examinando trocito a trocito con la inteligencia y el corazón. Se le
analiza para descubrir su alcance espiritual y sacar de él al final conclusiones para la pro pia
vida personal. Este ejercicio se lleva a cabo en la presencia de Dios, para subrayar que no es
una mera labor de análisis literario o exegético, sino una reflexión que tiene que poner en
evidencia el misterio de la fe arraigarlo más profundamente en nuestro corazón y en nuestro
espíritu u".
La meditación simplificada, en cambio, que ya está cerca de la oración de simplicidad,
tiene lugar cuando la reflexión se reduce a bien poco, gracias a la facilidad con que uno
queda cautivado por la presencia de Dios. "Quien ya está habituado a reflexionar, quien ha
aprendido a amar la meditación, dice O. Pesch, ve al fin las cosas en términos cada vez más
simplificados. Se puede llegar a un momento en el que ya no es necesario reflexionar sobre
muchos detalles y proponerse un objeto específico. A quien ora puede bastarle una simple
frase, una expresión central que, de cuando en cuando y con suma sencillez, va repitiéndose
a sí mismo; por ejemplo, "el Reino de Dios está cerca", "convertíos y creed en el Evangelio".
Todo lo demás, todas las peticiones y reflexiones ya no se tienen en consideración
explícitamente. Están presentes de una manera más profunda, más sencilla. Se puede dar
incluso el caso de que ya no se necesite decir algo o pensar en alguna cosa, sino que basta
tener conciencia de que se está allí delante de Dios".
La meditación simplificada ocupa un nivel más elevado que la anterior. Pero las dos
formas de meditación no se suceden necesariamente, y con frecuencia se alternan. Hay
momentos en los que espontáneamente se sintoniza con Dios y resulta natural poner en
práctica la meditación simplificada. Pero hay otros, cuando aún en los principios, o tal vez ya
adelantados pero sometidos a la prueba de la aridez, en los que se requiere la meditación
reflexiva. No hay que tener miedo a pasar tranquilamente de la una a la otra, según los ca-
sos. En la gradualidad de la oración, el paso a las formas superiores no anula la utilidad, y a
veces la necesidad, de las inferiores. Lo ilustra el cuadro de las relaciones entre las mora das
presentado en el Castillo Interior de santa Teresa de Jesús.
Elementos esenciales
La meditación discursiva, se verifica en una escala variada de modulaciones en cada
uno de los que la practican, consta de una estructura objetiva rigurosa, basada en tres ele -
mentos fijos que se suceden.
En primer lugar, se encuentra la reflexión, que pone en relación al orante con un valor,
que hay que acoger, o con su contrario, que hay que rechazar. Después, está el afecto, esto
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GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 23
es, la resonancia que produce en el orante la percepción del uno o del otro. Finalmente,
viene la resolución, que hace que pase a la vida práctica cuanto se ha meditado.
"Leyendo el Evangelio, propone como ejemplo un autor, nos topamos con una máxima
que llame la atención de un moco particular. Parece que tiene algo muy personal que
decirnos y dejamos que actúe sencillamente en nosotros, dejamos que penetre en nosotros,
y resulta que, al final, ciertas cosas se nos presentan con más claridad. Descubrimos cosas
que tenemos que hacer y otras que tenemos que omitir; y llegamos así, espontáneamente, a
algunas conclusiones, además de dirigirnos a Dios para pedirle luz y fuerza".
El primer paso lo realiza la inteligencia, abriéndose a la percepción del valor o de su
contrario, representados por una realidad concreta. El segundo paso lo da la voluntad,
abriéndose al atractivo de valor y dejándose impregnar por él, o cerrándose a su contrario y
rechazándolo. El tercer paso lo lleva a cabo también la voluntad, orientando la vida hacia la
aceptación del valor o hacia el rechazo de su contrario, comenzando por implorar la ayuda de
Dios. En esta sucesión lógica, la reflexión queda legitimada en función del afecto y el afecto
se encarna en lo concreto de la vida por medio del propósito que se apoya en una petición.
Queda claro que el corazón de la meditación se halla en el segundo elemento, en aquel
movimiento de apertura a Dios y de rechazo del mal, que los autores espirituales suelen
llamar la moción de los afectos. Se reflexiona para suscitar la moción de los afectos. Se
toman propósitos y se suplica para permitir que la moción de los afectos pueda dar sus
frutos.
ante un valor o ante su contrario, percibidos como tales. Se llama afectividad a la capa cidad
de sintonía o distonía activa del hombre con lo que capta como estimulante o degradante.
Hablamos de capacidad activa de comunión o de ruptura porque el hombre es libre, no
se limita a soportar los impulsos, sino que puede fomentarlos o reprimirlos.
Cuando la resonancia es positiva, se desarrollan los afectos de la atracción y del amor.
Cuando, por el contrario, es negativa, se producen los afectos del miedo, del furor, del odio.
Unos y otros son verdaderos afectos: reacciones profundas del espíritu. Los produce una
percepción. Acaban manifestándose en gestos, actos y decisiones.
La moción de los afectos es central en la meditación: por esto empieza con la reflexión
y concluye con el propósito. La lógica de la meditación es la misma, en sentido positivo o en
sentido negativo, que la del salmista. Como quien rumia las ofensas recibidas, alimenta y
agranda la amargura y la cólera, así el orante que medita acerca de la tragedia del pecado o
sobre las propias infidelidades aprende a detestar el mal y a no tener piedad consigo mismo.
Como quien reflexiona largamente acerca de los beneficios que ha recibido de una persona,
aumenta y acrecienta la gratitud hacia ella, quien se detiene a considerar los dones de Dios
se enardece en el agradecimiento y amor a El.
El salmista decía: cuanto más lo pienso, más me enfado. Aquí se dice: cuanto más
comprendo el horror del pecado, tanto más me decido a combatirlo.
c) Empero, hay que precisar ulteriormente que la unión del alma y cuerpo, típica del
hombre, comporta la conexión inseparable, dentro de la distinción recíproca, de dos formas o
niveles distintos de afectividad, determinados respectivamente por la preponderancia del
componente material o del componente espiritual.
De igual manera y dado que hay en el hombre dos niveles mutuamente relacionados de
conocimiento (o dos facultades para la verdad), lo sensitivo y lo intelectivo, así también hay
dos niveles mutuamente relacionados de afectividad (o dos facultades para el bien), la
sensible y la espiritual. Refiriéndose a estas últimas, se habla, desde el punto de vista psi-
cológico, de un querer emotivo y de un querer racional. San Francisco de Sales los distingue,
llamando afectos a las reacciones de la actividad espiritual y pasiones a las reacciones de la
afectividad sensible.
De igual manera y dado que los dos niveles de conocimiento, a pesar de ser recípro -
camente irreductibles, están siempre unidos, de tal modo que el conocimiento humano es
constantemente sensitivo-intelectivo e intelectivo-sensitivo así también la afectividad sensible
está siempre unida a la afectividad espiritual, de tal modo que los sentimientos (= reacciones
de la primera) van siempre unidos a las voliciones (= reacciones de la segunda), y las
voliciones están siempre impregnadas de sentimientos.
De igual manera y dado que la unidad del conocimiento sensible con el intelectivo no
borra en modo alguno su diferencia, hasta el punto de que las percepciones del uno están a
menudo en contradicción con las del otro (baste pensar en la famosa experiencia del bastón
que parece roto en el agua), así también las dos afectividades, aun estando unidas, son tan
distintas que con frecuencia entran en conflicto: es la experiencia de las tentaciones de gula,
de lujuria, de pereza, etc.
Digamos, por tanto, que: -afectividad sensible, productora de sentimientos, significa la
resonancia activa del hombre en la que prevalece lo material, dirigido hacia lo biológico y
orientado a la alimentación y al bienestar-malestar físico (ámbito del instinto de conservación)
o a la reproducción (instinto sexual), ligados siempre al instinto de agresividad; -afectividad
espiritual, productora de voliciones, significa la resonancia activa del hombre en la que
prevalece el componente espiritual, orientado hacia los valores arraigados en la materia, pero
metamateriales o totalmente inmateriales.
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 24
GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 25
Consecuencias prácticas
Estas aclaraciones llevan a consecuencias importantes.
1. El valor de la meditación no se mide por la intensidad o complejidad de la reflexión,
sino por la fuerza de decisión que comunica al espíritu.
"La mejor meditación no es aquella en la que se reflexiona más, sino aquella en la que
el espíritu queda más y mejor empapado de sentimientos y afectos, y ama más". Lo esencial
para avanzar por este camino, explica santa Teresa de Jesús, "no está en pensar mucho,
sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced".
Lo que cuenta es la moción de los afectos y por tanto, "la parábola de la meditación es
la parábola del amor. La meditación no puede detenerse en la inteligencia, en la investigación
de los aspectos, en el estudio de los significados ocultos, porque la ciencia enorgullece; la
candad, por el contrario, construye. Por medio del ver y del oír hay que llegar al tocar (1 Jn 1,
1), al contacto con Dios, a la adhesión a cuanto hacen las Personas divinas. Es verdad que
la llama del amor se alimenta tanto más cuanto más profundo es el conocimiento. Pero no
tenemos que detenernos demasiado con este pretexto en la búsqueda intelectual, de tal
manera que quede poco tiempo para el afecto y falle la parte más fundamental, que es la
adoratio, por habernos perdido en las fantasías y las vacuidades de la gnosis".
2. Puesto que la meditación tiene como objetivo mover la voluntad, el trabajo intelec tual
que la introduce tiene que interrumpirse en cuanto comienza a producirse la moción; y ésta
tiene que poder expansionarse libremente.
Por esto, el modo de hacer, adoptado para la meditación en común, de dividir en tres o
cuatro puntos la presentación de un texto con intervalos fijos, puede ayudar al que está
comenzando a meditar o en momentos de aridez; pero a menudo causa más daños que
ventajas. Cuando una idea comienza a comprometer al orante, el añadir otros pensamientos
se convierte en un obstáculo: el que ora tiene que poder detenerse en lo que le conmueve,
en el momento en que le conmueve.
3. Es justo servirse cada día de lo que se sabe que es más útil en aquel día. Es pro -
vechoso guiarse en la meditación por los principios de un sano y juicioso pragmatismo: sin
mariposear de un texto a otro, y aun defendiendo firmemente el principio del primado de las
Escrituras (cf. Dei Verbum, n. 25), es necesario que el texto esté al servicio del hombre, y no
el hombre al servicio del texto.
Así pues, mientras un recurso fomente la moción de los afectos, se utiliza; cuando ya
no es así, conviene servirse de otros.
Sobre todo a los principiantes, que necesitan una disciplina mental, les resulta prove -
choso el mismo libro de meditación de forma continuada; pero no tiene que convertirse en
una cadena.
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 25
GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 26
Los consejos del director espiritual son útiles para saber qué elegir.
4. Se empieza reflexionando sobre la Palabra de Dios, tomada en su acepción más
amplia: por consiguiente, no sólo sobre los textos bíblicos, sino también sobre los de la tra-
dición espiritual cristiana; y no sólo sobre los libros, sino también sobre hechos y aconteci-
mientos personales, o comunitarios, o universales, que se presentan con una carga, aunque
sea mínima, de energía espiritual, capaz de mover la voluntad y de despertar el amor.
Si es verdad que la vida propia y ajena es un perenne ofrecimiento de amor de Dios a
los hombres, todo puede convertirse en materia provechosa de meditación.
5. Cuando se comprueba que un texto es muy apropiado para mover la voluntad, hay
que usarlo establemente para la meditación.
La moción de los afectos no acontece solamente durante la meditación, sino también en
muchas otras ocasiones: mientras se escucha un sermón, leyendo un libro, en una con -
versación, etc. Anotando el pensamiento que la ha hecho surgir, se puede disponer de un
material excelente para meditar provechosamente.
Una colección de pensamientos de esta índole, o algún libro cuya eficacia se ha ex-
perimentado ya, son los instrumentos más idóneos que se han de usar en los períodos de
aridez.
6. El resultado de una meditación lo determinan, en fin de cuentas, la concreción y la
firmeza de los propósitos.
Cuando la moción de los afectos es auténtica, se encarna forzosamente en un propó-
sito. Su solidez se mide, no por la cantidad de los sentimientos, sino por la firmeza de las
decisiones.
San Francisco de Sales dice que el fervor en el amor de Dios -que él llama
devoción-"no consiste en la dulzura, suavidad, consuelo y sensible ternura", sino "en una
voluntad constante, resuelta, pronta y activa, en el ejecutar todo aquello que supieren ser
voluntad de Dios". Santa Teresa del Niño Jesús comenta: "No desprecio los pensamientos
profundos que alimentan al alma y la unen a Dios. Pero, desde hace mucho tiempo, he
comprendido que no debe el alma apoyarse en ellos ni hacer consistir la perfección en el
hecho de recibir muchas luces. Los más bellos pensamientos nada son sin las obras".
Es cierto que, donde actúa el sentimiento, es fácil amar. Pero es verdad igualmente
que, donde falta el sentimiento, el amor se ve obligado afortunadamente a apoyarse más
directamente en Dios, ganando por eso en hondura. Tiene razón santa Teresa de Jesús: "El
amor a Dios no está en el mayor gusto, sino en la mayor determinación de desear contentar
en todo a Dios".
exigencias del momento. Por este motivo está bien meditar sobre los textos litúrgicos, pero
no hay que creer que es obligatorio hacerlo.
3. El método sulpiciano, formulado por J. J. Olier y que depende en gran medida del
cardenal De Bérulle, del padre Condren y del mismo san Francisco de Sales.
Consta también de los tres elementos de la preparación, del cuerpo de la oración y de
la conclusión.
La preparación es, ante todo, remota: pide una vida de recogimiento y de sólida pie dad;
después, próxima: por la noche, antes de dormirse, se escoge el punto sobre el que se
meditará y reflexionará; por fin, inmediata: ponerse en la presencia de Dios, recitar el acto de
dolor e invocar al Espíritu Santo.
El cuerpo de la oración está compuesto, a su vez, de tres elementos:
- la adoración, el "poner a Jesús delante de nosotros", que considera en Dios, en Jesús
y en un santo aquellos afectos, palabras y acciones que se relacionan con el tema de la
meditación, suscitando afectos de adoración, admiración, alabanza, acción de gracias, ale-
gría y compasión;
- la comunión, el "poner a Jesús en nuestro corazón", que lleva al convencimiento de
que es necesario practicar determinas virtudes, expresando afectos de contrición por el pa-
sado, de humillación por el presente y de deseos para el porvenir, pidiendo a Dios que nos
los conceda;
- la cooperación, el "poner a Jesús en nuestras manos", o sea, se formula un propó sito
y se renueva el propósito del examen particular.
La meditación termina dando gracias a Dios por las luces recibidas, pidiendo perdón por
las culpas cometidas al realizar la meditación, suplicando a Dios que bendiga los propó sitos
que se han tomado y componiendo el ramillete espiritual necesario para el día, que hay que
poner bajo la protección de María.
La estructura de la meditación
Comparando los tres métodos propuestos, brota una estructura básica muy precisa y
concreta.
Es necesario cuidar la preparación remota, exigida por la continuidad de la oración
continua con la oración mental, y por la unidad de la fe con la vida.
Es necesario contar con la preparación próxima, porque, sin un mínimum de previsión,
el tiempo asignado para la meditación transcurre tratando de disponerse para la oración.
Es indispensable ponerse en la presencia de Dios, premisa irrenunciable para los
afectos y el diálogo. Y, para hacerlo con facilidad, es preciso aprender a vivir continuamente
delante de Dios.
Hay que fijar la mente en puntos bien determinados, que comprometan y que, por tanto,
hay que escoger con tiempo y no dejarlos a merced de la buena suerte del momento.
Es preciso aprender a hablar familiarmente con Dios.
La moción de los afectos tiene que terminar con un propósito preciso, de lo contrario se
agota en un piadoso sentimiento, útil pero insuficiente.
Durante la jornada es necesario mantener vivos los afectos y los propósitos. Lo exige
una vez más la unidad de la fe con la vida.
Finalmente, es necesario orar verdaderamente, expresar realmente a Dios nuestra
admiración, gratitud, arrepentimiento, entusiasmo y nuestras necesidades espirituales y
materiales.
Hay que hacerlo todo con calma, paciencia y perseverancia, según los sabios consejos
de san Francisco de Sales: "Y si tu espíritu halla bastante gusto, luz y fruto en algunas de
estas consideraciones, te detendrás en ellas sin pasar adelante. Mas si no hallas el fruto que
deseabas en la una de las consideraciones, después que hayas detenido un poco en ella,
pasarás a otra; yéndote poco a poco y simplemente en esta obra, sin afligirte ni acongojarte".
"Si te sucede, Filotea, sentir desabrimiento y desconsuelo en la meditación, ruégote no
te inquietes, sino que antes abras la puerta a las palabras vocales, lamentándote tú misma
de ti misma a tu Dios. Confiesa tu indignidad, ruégale que te ayude. Otras veces toma un
libro y léelo con atención, hasta que despierte tu corazón y vuelva en sí; hiere alguna vez tu
corazón con algún movimiento de devoción exterior. Y si, después de todo lo dicho, no
hallares consuelo, por grande que sea el desabrimiento, no por eso te desasosiegues, sino
antes continúa en tener una humildad devota delante de Dios. Nos es honra en extremo
grande el estar cerca de El y a su vista".
Características generales
Los grandes maestros de espíritu unen los niveles de la oración con los grados de la
vida espiritual.
Según el padre Lallemant, "cada uno tiene que ser fiel a la oración propia del grado y
del estado de vida espiritual en que se encuentra". De manera que "hay tres clases distintas
de oración: la meditación, u oración discursiva, propia de los principiantes que se hallan en la
vía purgativa; la afectiva, propia de los que progresan y están en la vía iluminativa; y la
contemplación y la oración de unión, propia de los perfectos que se hallan en vía unitiva". El
padre Surin explica: "¿Para quién es la oración discursiva? Para los principiantes. ¿Para
quién es la oración afectiva? Para los proficientes. ¿Para quién es la contemplación? Para
los perfectos".
La terminología y las clasificaciones varían con frecuencia en los distintos autores, pero
coinciden claramente en la idea de que se da un progreso en la oración, debido a la
presencia de ciertas características y a la ausencia de otras. "La ley de todo progreso
espiritual consiste en pasar progresivamente de lo plural a lo singular (o sea, de la pluralidad
de nuestros deseos a la adhesión a la sola persona de Jesús) y de lo activo a lo pasivo (esto
es, de la acción de llevar a la acción de recibir)".
En las primeras fases de la vida espiritual prevalece el esfuerzo del que ora, en la
oración predomina el trabajo de la inteligencia y de la facultad discursiva, la conciencia de la
acción de Dios se presenta débil y ocasionalmente. A medida que se avanza, el que ora va
entrando en una oración menos trabajosa, más sencilla y fructífera, más sensible y dócil a la
iniciativa de Dios: en este sentido concreto, más pasiva.
Poco a poco, se ponen a su lado y sustituyen a la oración discursiva "la oración afec-
tiva, en la que los actos de la inteligencia disminuyen, y con poco esfuerzo se logra que la
voluntad actúe como le corresponde; y la oración de simplicidad, en la que los actos de la
voluntad se simplifican en su formulación, pero ganan en intensidad. Se pasa a la forma bá -
sica de la contemplación que se llama adquirida.
La oración afectiva
La oración afectiva, explica Royo Marín, "es aquella en la que predominan los afectos
de la voluntad sobre el discurso del entendimiento. Es como una meditación simplificada en
la que cada vez va tomando mayor preponderancia el corazón por encima del previo trabajo
discursivo".
Se llama así, precisa más analíticamente otro autor, "a una oración mental en la que
son numerosos los afectos, o tienen mucho más peso que las consideraciones y los razo-
Capítulo 2. LA DIMENSIÓN MÍSTICA DE LA VIDA ESPIRITUAL / 31
GIORGIO GOZZELINO, En la presencia de Dios. 32
namientos. No faltan las consideraciones (porque es muy necesario seguir pensando), pero
son menos variadas y prolongadas. En este grado hay generalmente como base una ¡dea
dominante, que no excluye, sin embargo, un buen número de otras ¡deas secundarias, me -
nos visibles. Pero esta idea dominante despierta afectos muy vivos. Este grado, por tanto, no
se diferencia de la meditación más que en la magnitud. Es un discurso menos variado y
menos manifiesto, que da mayor cabida a los afectos del amor, de la alabanza, de gratitud,
de respeto, de sumisión, de contrición, etc., y a las resoluciones prácticas. La intuición de la
verdad sustituye parcialmente al razonamiento; y resulta fácil al alma cuanto se refiere a la
parte intelectual".
Desde el punto de vista psicológico, la oración afectiva facilita el comprometerse,
disminuyendo la ruda fatiga de la meditación discursiva. Desde el punto de vista espiritual,
favorece una unión más íntima y profunda con Dios, animando poderosamente a la práctica
de las virtudes.
Se trata, por consiguiente, de una forma de oración apetecible. Pero es menester entrar
en ella en el momento justo: ni demasiado tarde ni demasiado pronto. El que ora no de be
provocar a la fuerza los afectos hacia los que no se siente inclinado, sino entregarse a ellos
cuando siente su atractivo.
Además, importa mucho controlar la gula espiritual, "que impulsa a buscar en la oración
afectiva la suavidad de los consuelos sensibles en vez de estímulo y aliento para la práctica
austera de las virtudes cristianas. Dios suele castigar este afán egoísta del alma sensiblera,
retirándole sus consuelos y sumergiéndola en la aridez y sequedad más desoladora para que
aprenda a rectificar la intención y vea por experiencia lo poco que vale cuando Dios se le
retira".
La oración de simplicidad
Con la oración afectiva se está en los umbrales de la contemplación adquirida: con ésta
otra se entra de lleno en ella.
La oración de simplicidad -que santa Teresa de Jesús llama oración de recogimiento
activo y adquirido, para distinguirla del recogimiento infuso- se denomina también oración de
simple mirada, de simple presencia de Dios o de simple visión de fe.
Como sugieren sus nombres, consiste esencialmente en mirar y amar; o sea, en hacer
cuanto revela la respuesta de un campesino de Ars a su cura acerca del modo como rezaba
a Dios: "je l'avise et II m'avise, yo le miro y El me mira". Denominada también ora ción de
simple intuición, "no es más que una lenta serie de miradas al mismo sujeto", e in cita a
estados "que a veces reciben el nombre de oración del corazón, para indicar que no están
dominados por las consideraciones". Los llama así el padre De Caussade en su Tratado
sobre la oración del corazón.
Dada su simplicidad, esta forma de oración se puede mantener durante toda la jornada,
unida a la oración asidua. "Aun ocupados en nuestros quehaceres ordinarios, nos unimos a
Dios, le miramos y le amamos. En las oraciones litúrgicas y en las vocales cuidamos más de
la presencia de Dios que del sentido de las palabras y procuramos manifestarle nuestro
amor. El examen de conciencia se simplifica; con una mirada rápida echamos de ver las
faltas apenas cometidas y nos dolemos al punto de ellas. El estudio y las obras exteriores de
celo las hacemos con espíritu de oración en la presencia de Dios y con ardiente deseo de
darle gloria: ad maiorem Dei gloriam. Ni aun siquiera las obras más ordinarias de jan de estar
penetradas del espíritu de fe y de amor, y de convertirse en hostias ofrecidas frecuentemente
a Dios".
Dios uno y trino, con el que se entra por la gracia santificante, en una misteriosa relación de
parentesco, de participación de naturaleza".
fe, sin exponerse a los juegos del sentir, todos están de acuerdo en admitir la realidad y la
importancia de los fenómenos místicos en el sentido que hemos explicado.
Comprobar que la comunicación de Dios trasciende el plano de la comprensión psi-
cológica no equivale a excluir que Dios puede darse generosa y liberalmente a alguien de tal
manera que su conciencia refleja lo pueda percibir. Dios puede hacerlo y a menudo lo ha
hecho. No se discute la posibilidad, pues está garantizada por una multitud de testimonios de
que así ha sido.
Pero no se trata de un don gratuito, unido a la misión de una persona, y que depende
de las decisiones soberanas de la libertad de Dios.
Es cierto que la contemplación adquirida es una disposición que favorece la contem-
plación infusa. Es igualmente seguro, dice san Juan de la Cruz, que "la causa por la que hay
tan pocos que llegan a tan alto estado de perfección de unión con Dios" hay que buscarla en
la escasa disponibilidad de los hombres a dejarse levantar por Dios. "No es porque Dios
quiera que haya pocos de estos espíritus elevados, que antes querría que fuesen to dos
perfectos, sino que halla pocos vasos que sufran tan alta y subida obra. Que, como los
prueba en lo menos y los halla flacos -de suerte que luego huyen de la labor, no queriendo
sujetarse al menor desconsuelo y mortificación- de aquí es que, no hallándolos fuertes y
fieles en aquello poco que les hacía merced de comenzarlos a desbastar y labrar, echa de
ver que lo serán mucho más en lo más, y mucho no va ya adelante en purificarlos y levan-
tarlos del polvo de la tierra por la labor de la mortificación, para lo cual era menester mayor
constancia y fortaleza que ellos muestran".
No obstante, si bien todos están "llamados a la santidad, no todos están llamados a las
experiencias contemplativas propiamente dichas", a la contemplación infusa. "Por consi-
guiente, se pueden distinguir en la práctica dos caminos o dos modos de ir a la perfección:
uno con las experiencias contemplativas propiamente dichas (vía contemplativa), y otro sin
ellas, pero no sin el influjo cada vez más amplio de los dones, esto es, sin la vida mística (vía
común)".
Y no hay que olvidar que las experiencias de la contemplación infusa no hacen menos
indispensables la fe y la oscuridad de cualquier acercamiento al misterio, realizado por el
hombre que aún está en camino, precisamente por estar en él; por esto hemos hablado
repetidas veces de conocimiento cuasi experimental.
Estas aclaraciones muestran que la relación de la vida mística plena, de contemplación
infusa, con la vida ascética en sentido particular, junta la continuidad y la discontinuidad. Hay
una continuidad porque, por medio de la contemplación adquirida, la vida ascética prepara
para la contemplación infusa, y la exigencia de la primacía de la fe sigue siendo taxativa. Hay
una discontinuidad porque los dones de la contemplación infusa son gratuitos y distintos de
cualquier otro; hasta el punto de que es causa incluso de un lenguaje original, distinto de
cualquier otro.
8. Pero Dios dilata su amor, los hace hallar una capacidad nueva y mayor de comu -
nión, los deja siempre saciados y siempre hambrientos: la contemplación mística es insa-
ciable.
Ella une, según la profunda concepción de san Gregorio de Nisa, la éxtasis y la kíne-
sis, el reposo y el movimiento. El alma que asciende no se detiene jamás; va de arranque en
arranque, a través de arranques que no terminan nunca. Es pregustar la visión beatífica,
eterno descubrimiento de esplendores incomparables, en la que, por fin, se conoce a Dios y,
no obstante, nunca se acaba de conocerle: siempre es el ser más conocido y el más ignora-
do.
Validez
Oración y praxis
6. NECESIDAD DE LA ORACIÓN
10 ORACIÓN Y ACCIÓN
Distinción
Unidad
Caridad
Libertad
11 LA ORACIÓN VOCAL
Naturaleza específica
Valores
Dificultades y remedios
12 LA ORACIÓN MENTAL
Naturaleza específica
Etimología
Importancia
Formas de meditación
Elementos esenciales
La moción de los afectos
Consecuencias prácticas
La índole inconfundible de la meditación
La cuestión de los métodos
La estructura de la meditación
Las dificultades actuales de la meditación