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Repensando la democracia en Latinoamérica Titulo

Bonetto, María Susana - Autor/a Autor(es)


Anuario (no. 10 2007) En:
Buenos Aires Lugar
La Ley Editorial/Editor
2008 Fecha
Anuario no.10, sección 7: Sociología y política Colección
Democracia radical; Democracia liberal; Democracia; Sociología política; Liberalismo; Temas
Mouffe, Chantal ; Teoría de la Dependencia; Teoría social; Populismo; América
Latina;
Artículo Tipo de documento
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/Argentina/cijs-unc/20110723051731/sec10007b.pd URL
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REPENSANDO L
REPENSANDO A DEMOCRA
LA CIA EN LA
DEMOCRACIA TINO
LATINOAMÉRICA
TINOAMÉRICA

María Susana Bonetto 1

Resumen: En Este trabajo nos proponemos analizar críticamente los


límites de la democracia liberal y plantear otras alternativas para su
construcción. Abordamos el enfoque de la democracia radical de Chan-
tal Mouffe y tomamos otros aportes teóricos regionales para proponer
aproximaciones más plausibles para comprender la democracia en la
región.

Palabras claves: Democracia liberal – Democracia radical – Democra-


cias latinoamericanas

A los fines de dar respuesta a algunos de los actuales interro-


gantes regionales sobre la democracia, tomaremos inicialmente una
disyuntiva fundamental en el marco de la teorización contemporánea
sobre ella. ¿Es posible hablar de democracia fuera de la tradición libe-
ral? Luego de una respuesta a esta, se pueden formular un nuevo
elenco de interrogantes que orientarán este trabajo ¿Qué aportes se
destacan a partir del conjunto de teorías que critican las limitaciones
de la democracia liberal y plantean otras alternativas? ¿Es aceptable
articular algunos de los supuestos del conjunto alternativo menciona-
do, con propuestas de la teoría social latinoamericana, a fin de propo-
ner marcos analíticos que resulten más plausibles para comprender las
experiencias democráticas regionales?
Como partimos del análisis crítico de la democracia liberal,
debe recordarse que la construcción de la democracia moderna surge a

1
Doctora en Derecho y Ciencias Sociales. Directora del Doctorado en Ciencia Política.
Profesora Titular de Teoría Política ETS. Fac. de D y Cs Ss. Docente Investigadora Cate-
goría 1. Posee publicaciones y trabajos de investigación en el ámbito nacional e inter-
nacional.
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partir de los presupuestos teóricos del liberalismo, en el marco del go-


bierno representativo y legalmente limitado por el Estado de Derecho
Liberal. Así ciertas interpretaciones teóricas consideran que la demo-
cracia moderna es una continuación del liberalismo político, por ello lo
democrático es inescindible de lo liberal, siendo la democracia liberal
la única forma posible de construcción democrática. Sin embargo, des-
de otros enfoques, se sostiene que la democracia es algo diferente y
lógicamente independiente de lo liberal, y sólo atendiendo a la dificul-
tosa extensión del sufragio en el Estado Liberal, podemos hablar de
liberalismo democrático, planteándose permanentemente la tensión
entre lo liberal y lo democrático(García Guitian 2003).
Según sostiene Boaventura de Souza Santos (2006) hasta la déca-
da de los sesenta, varios modelos alternativos le disputaban el significado
de lo democrático a la democracia liberal. Pero ahora según este autor, se
ha perdido la «demodiversidad» y las propuestas diferentes cuya compe-
tencia daba fuerza a la teoría democrática y a la praxis de la misma. Así en
principio, se constataría que la tradición liberal ( desde nuestra perspecti-
va, constitutivamente signada por la tensión contradictoria entre Estado de
Derecho y soberanía popular y por la lógica liberal y democrática) ha
logrado construir un discurso de un fuerte y estrecho vínculo entre los
valores liberales y la democracia (Mouffe 2003) y de reconciliación de la
idea de soberanía democrática con la defensa de las instituciones liberales.
Esta conciliación es compartida, aunque con distinto énfasis
interpretativo, por una parte por el sector mas conservador del libera-
lismo, que sostiene una democracia legalista con límites al poder polí-
tico y sobre todo a la expresión de la voluntad de las mayorías, enten-
diendo que en la institucionalización de la democracia liberal el senti-
do de lo democrático queda sujeto a las restricciones del Estado de
Derecho, que constriñe lo que puede decidirse democráticamente. Así
se sostiene “nuestras libertades están aseguradas por una noción de
legalidad que constituye un límite y una restricción de los genuinos
principios democráticos” (Sartori 1998. 97)
Se construye un entramado institucional, por medio del cual el
poder limitado se delega a determinados agentes que lo ejercen de
forma controlada, siendo ajena a esta tradición alguna forma de partici-
pación ciudadana, ya que la “soberanía popular” tiene un carácter sim-
bólico, y no se ejerce de manera activa.
En este marco, en el discurso de la democracia liberal afín a lo
que Macpherson denomina el “individualismo posesivo” se postula la
erradicación del conjunto de cuestiones económicas del ámbito de la
deliberación política. Held (1992,1997) entiende que esta tradición está
representada en la actualidad por el neoliberalismo y lo que él deno-
mina la “democracia legal” de la nueva derecha.
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En esta línea, autores como Nozick (1994) entienden que el


núcleo inclaudicable de toda construcción política se asienta en la libre
iniciativa individual y la única organización legítima es la negociada
por las libres actividades de los individuos en competencia. Las únicas
instituciones legítimas son las del “Estado Mínimo” (Nozick 1994). En
este contexto el derecho de perseguir los propios fines, fuera de la tutela
del Estado, está articulado con el derecho de propiedad. En definitiva el
programa político de este enfoque, puede resumirse en más mercado y
menos Estado.
Por su parte también Hayek arriba a similares conclusiones a
partir de una democracia legal que refuerza los límites estrictos del
poder del Estado y de las decisiones de la mayoría en tanto que el cum-
plimiento de ellas, aun que realizadas por procedimientos democrática-
mente correctos, no las exime de arbitrariedad. Por ello resulta relevante
la existencia de reglas que limiten este tipo de acciones (Hayek 1985).
Las únicas intervenciones legítimas del Estado las constituyen
la aplicación de normas generales que protejan la vida, la libertad y la
propiedad.
Por otra parte, también desde otra fundamentación aparece
propuesta la legalidad como límite infranqueable a la soberanía popu-
lar, por autores liberal-socialistas como Luigi Ferrajoli o liberal-deon-
tológicos como Ronald Dworkin, quienes sostienen la indisponibilidad
de los derechos (tal cual están prescriptos en las constituciones libera-
les o socialdemócratas) frente a las decisiones de las mayorías. Entien-
den que la apuesta por una democracia constitucional blindada frente
a la errática voluntad de las mayorías, no lesiona ni debilita, sino que
refuerza la democracia (Greppi 2006).
La intencionalidad es diferente, ya que luego de la segunda
posguerra la ampliación de los derechos fundamentales y el reforza-
miento de sus técnicas de garantía, que diferencian al nuevo constitu-
cionalismo del liberal, darían satisfacción plena a los principios y valo-
res de una sociedad democrática, y cuanto mayor sea la garantía de los
derechos, mejor será la calidad de los procedimientos democráticos.
Pero, aunque Ferrajoli representa la combinación de la tradi-
ción socialdemócrata de los valores de libertad e igualdad y su defensa
constitucional de los derechos fundamentales (incluidos los políticos y
sociales) aparece como defensa frente al desmantelamiento del Estado
social, no puede fundamentar consistentemente porqué la democracia
debe reservar un espacio de su núcleo fundamental, en el que las ma-
yorías no tienen ya nada que decir.
Más allá de los problemas e interrogantes jurídico-políticos
que la posible diversa interpretación e incluso contradicción entre elen-
cos de derechos pueden suscitar, cabe preguntarse como y porqué se
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pueden fijar universal y atemporalmente determinados logros y conte-


nidos políticos democráticos a fin de dar por resuelta definitivamente
la tensión constitutiva de la democracia liberal entre decisiones mayo-
ritarias y derechos. Además resulta difícil explicar porqué la voluntad
del pueblo carece de límites en el instante fundacional-constitucional y
se restringe luego, y también porqué los contenidos constitucionales
emergentes de un determinado contexto histórico, son intocables.
Tampoco Dworkin que rescata el sentido moral de los princi-
pios de un cierto tipo de derecho y desplaza el foco de atención desde la
participación a “una comprensión mas profunda de la libertad política
y la igualdad de derechos” (Greppi 2006), puede resolver porqué la
interpretación de los contenidos morales de ese tipo de derecho puede
transformarse en punto de referencia permanente de una democracia.
En ambos casos, tanto en la versión conservadora planteada
inicialmente como en la constitucionalista de Ferrajoli y Dworkin, la
tensión constitutiva entre Estado de Derecho y Soberanía popular se ha
resuelto a favor de la primera, opción constantemente reiterada en la
tradición liberal.
En esta línea se comprende el acento otorgado a la inevitabi-
lidad del carácter representativo de la democracia. Un texto fundacio-
nal en la versión más extrema de esta afirmación lo constituye la
propuesta iniciada en 1943 por J. Schumpeter (1996) denominada por
Macpherson (1991) “modelo elitista pluralista de equilibrio” que re-
duce la democracia a un modelo de elección ciudadana entre varias
alternativas. Así el rol de los votantes no es el de decidir cuestiones
políticas, fijando la agenda del debate público, y luego elegir repre-
sentantes que pongan en práctica esas decisiones, sino solamente el
de elegir a las personas que fijarán la agenda y adoptarán las decisio-
nes.
En ese marco la democracia se instituye más como un mecanis-
mo para autorizar gobiernos que para plantearse algunos objetivos
político-morales. Por ello esta propuesta excluye toda dimensión nor-
mativa de la democracia, constituyendo una concepción “empírica de
agregación” que fue dominante en la segunda mitad del siglo XX.
El actual giro deliberativo de la democracia entiende que el
futuro de la misma depende de la recuperación de su dimensión moral.
Siguiendo a Mouffe (2003), el modelo de democracia deliberativa, es el
que mayor atención y expansión tiene en la actualidad, fundamental-
mente porque no sólo ofrece una alternativa a los modelos neoconser-
vadores e institucionalitas, sino también, y principalmente sustituyó
como interpretación hegemónica de la democracia liberal al “elitista de
agregación”, de Schumpeter, luego continuado por las teoría económi-
cas de la democracia.
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Este nuevo modelo hegemónico pretende proporcionar una


forma de racionalidad normativa, que reconcilie la idea de soberanía
democrática con la defensa de las instituciones liberales. Es decir, sin
abandonar el liberalismo se busca recuperar su dimensión moral.
(Mouffe 2003). Así resulta posible siguiendo procedimientos adecua-
dos de deliberación, lograr acuerdos que satisfagan la racionalidad
(E. de Derecho y preservación de los derechos liberales) con la legitimi-
dad democrática (soberanía popular).
Los enfoques deliberativos, centrales en la actual discusión
democrática contemporánea, responden a principios de legitimidad a
partir de presupuestos normativos que apelan a consensos basados en
una razón común, en cuyo marco, las condiciones de la asociación se
logran desde procesos argumentativos y de razonamiento público, en-
tre ciudadanos libres e iguales. En esta propuesta, según Rawls (2002) el
debate se organiza en torno a diferentes concepciones con el objetivo
de determinar una base común de acuerdo entre ellas.
En el marco de este enfoque, la teoría de Habermas (1998) se
presenta como instancia superadora de las tradiciones liberal y repu-
blicana. Según el autor, la concepción liberal, postula programar el Es-
tado en interés de la sociedad, proponiendo una ciudadanía determi-
nada por derechos subjetivos, cuyo ejercicio se ciñe a los límites traza-
dos por las leyes y obligatoriamente respetados por las acciones esta-
tales. La tradición republicana impulsa una autodeterminación ciuda-
dana independiente tanto de la administración pública, como del tráfi-
co económico privado.
Habermas (1999) entiende que la teoría discursiva de la demo-
cracia toma elementos de ambas tradiciones y los integra en un proce-
dimiento ideal de deliberación y decisión. Para el autor soberanía po-
pular y derechos fundamentales son co-originarios, estos últimos posi-
bilitan la praxis de la autodeterminación ciudadana y esta permite que
los destinatarios de los derechos puedan comprenderse como sus au-
tores. Autonomía pública y privada se regulan mutuamente.
Según los procedimientos democráticos establecidos en este
modelo, la formación informal de la opinión pública desemboca en
decisiones electorales institucionalizadas y en resoluciones legislati-
vas por las que el poder producido comunicativamente se transforma
en poder utilizable administrativamente.
En la democracia deliberativa la “soberanía popular” surge de
las interacciones entre la formación de la voluntad común, institucio-
nalizada con técnicas propias del Estado de Derecho y los espacios
públicos movilizados, que por su parte hallan una base en las asocia-
ciones de una sociedad civil alejada por igual del Estado como de la
economía (Habermas 1991).
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Así una soberanía popular exenta de sujeto, queda disuelta en


términos intersubjetivos, y, procedimentales.
En definitiva, con el propósito de reconciliar democracia con
liberalismo, “la soberanía popular es reinterpretada en términos de
intersubjetividad y redefinida como poder generado por medios co-
municacionales” (Mouffe 2003.98).
Puede decirse que la concepción discursiva de la democracia
de Habermas, oculta el hecho de que en un contexto de competencia
argumentativa, ésta constituye la expresión de conjuntos de preferen-
cias e intereses, que se articulan con identidades socioeconómicas y
culturales, étnicas y de género, que tornan muy difícil la conciliación
consensual de argumentaciones divergentes.
El logro del consenso es, posiblemente, normativamente pre-
ferible, pero cuesta aceptar que sea la estructura cognitiva que subyace
a toda interacción política, “al condicionar la posible legitimación de las
preferencias en conflicto a su conversión en argumentaciones (Haber-
mas) ha optado por una exclusión apriorísitica de los elementos estra-
tégicos de la política” (Colom González 1992.215). El consenso es un
bien escaso en sociedades altamente fragmentadas y “las dinámicas
que alimentan sus líneas de conflicto difícilmente se dejan transparen-
tar por la fuerza racionalizadota del lenguaje” (Colom González
1992.216).
El rechazo al universalismo del modelo liberal como el único
posible en la construcción de la democracia, surge de distintas corrien-
tes del pensamiento, tales como el comunitarismo, el republicanismo,
cierto feminismo y la democracia radical. Estas plantean como alterna-
tivas, propuestas participativas, con prácticas de autodeterminación co-
lectiva. También proponen un contextualismo que permita construir la
democracia a partir de los valores, las identidades de cada comunidad
política, con sus tradiciones históricas, culturales y étnicas. Por ello cri-
tican el racionalismo universalista del modelo liberal, incluido en to-
das sus versiones desde las más conservadoras a los modelos delibera-
tivos considerados sus versiones más progresistas.
En ese marco focalizamos nuestro análisis en las teorizaciones
de la democracia radical de Chantal Mouffe (2003) que recupera ele-
mentos analíticos de esas corrientes, articulándolas con su propia pro-
puesta.
En primer lugar, una importante crítica al modelo deliberativo
objeta su énfasis en su pretendido carácter procedimental y su separa-
ción de la ética del campo de la política deliberativa. Si el pluralismo
propio del ámbito de la ética queda relegado al espacio no público, se
pretendería aislar a la política de sus consecuencias (Mouffe 2003). El
espacio político no es un terreno neutral que pueda aislarse del plura-
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lismo de valores, ni un terreno en el que puedan formularse soluciones


racionales universales. Por el contrario, desde una mirada crítica es
posible sostener que el modelo deliberativo procura “aislar los efectos
del pluralismo de los valores de la política, al tratar de fijar de una vez
por todas el significado y la jerarquía de los valores liberal-democráti-
cos básicos” (Mouffe 2003.106).
Por otra parte el requerimiento mutuo entre autonomía pública
y privada, la reconciliación de la libertad de los antiguos con la libertad
de los modernos, tal como lo propone Habermas, negaría según Mouffe
(2000) la naturaleza paradójica de la relación entre la lógica de la demo-
cracia y la lógica del liberalismo. Aunque el autogobierno democrático y
los derechos individuales son constitutivos de la democracia liberal, exis-
te una tensión entre sus respectivas gramáticas que nunca podrá ser
eliminada. Esto no significa descalificación de la democracia liberal, pero
lo erróneo es la búsqueda de una solución racional definitiva, en la me-
dida que esto restringe el debate político. (Mouffe 2003).
La legitimidad democrática no depende de una justificación
racional, sino de disponibilidad de subjetividades de lealtad a la demo-
cracia. Y esto se inserta en un conjunto de prácticas que hacen posible
la emergencia de ciudadanos que están inmersos en las relaciones so-
ciales y de poder, en la cultura y demás condiciones de existencia de
una comunidad democrática en un determinado contexto.
En definitiva Mouffe (2003) cuestiona que los enfoques racio-
nalistas renuncien a la indagación sobre las condiciones de existencia
del sujeto democrático. Por el contrario, para superar las tendencias al
universalismo abstracto del discurso liberal, es necesario partir desde
una lógica democrática que de cuenta de la construcción del pueblo y
de cómo se inscriben los derechos y la igualdad en sus prácticas.
Estas consideraciones críticas forman parte del actual debate
entre universalismo y contextualismo. Desde una perspectiva contex-
tualista, el acuerdo político es un acuerdo sobre las formas de vida. En
ese sentido, los procedimientos deben considerarse como un conjunto
de prácticas, que se pueden aceptar y seguir porque están inscriptas en
formas de vida compartidas y porque hay acuerdo de criterios. No pue-
den ser entendidas como reglas que se crean sobre la base de unos
principios universales para aplicarse luego a los casos específicos. Ade-
más, esta perspectiva como señala Mouffe (2003) implica reconocer los
límites del consenso, aceptar los conflictos y disputas políticas renun-
ciando a la idea de un consenso racional que implique la fantasía de
que es posible erradicar el antagonismo de la política.
Así, el contextualismo señala la existencia de una pluralidad de
lenguajes y juegos de reflexión crítica, ninguno de los cuales podría
pretender jugar el papel de único fundamento de la política democrá-
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tica. Los sostenedores de la democracia deliberativa consideran que a


partir de una deliberación racional es posible llegar a un punto de vista
imparcial, desde el cual podrían tomarse decisiones que atendieran al
interés público, sosteniendo una utópica propuesta de desvanecimien-
to de las relaciones de dominación, articuladas con una promesa futura
de construcciones sociales transparentes y equitativas. En este contex-
to, entienden por ello, que la forma liberal de democracia es la superior
y que sus instituciones poseen una validez que trasciende todo contex-
to, debido a su más elevado grado de racionalidad. Pero esa forma po-
lítica de coexistencia, debe ser considerada también, como el producto
de una historia particular, en condiciones específicas de existencia his-
tórica cultural y geográfica. Si esto es así pueden existir otras formas
políticas justas de sociedades democráticas, resultantes de otros con-
textos.
En este marco, según Mouffe (2003) debe reconocerse y valo-
rarse la diversidad de formas en que puede realizarse el “juego demo-
crático” y reconocer las distintas posibilidades de creación de institu-
ciones democráticas y de ciudadanía y no sólo la democracia liberal
como única forma superior y racional.
La democracia y la ciudadanía pueden adquirir diferentes for-
mas, y esto no constituye un peligro para su existencia, sino su propia
condición de existencia, así las diferencias pueden enmarcarse en un
pluralismo agonístico donde se enfrentan propuestas y prácticas que
se reconocen como diferentes pero a la vez como legítimas , lo cual
resulta impensable en el modelo racionalista-universalista.
En ese contexto, la cuestión no es encontrar argumentos para
justificar la racionabilidad o universalidad de la democracia liberal,
aceptable para toda persona razonable, sino pensar que sólo puede
defenderse como constitutiva de una forma de vida y de historia, y
que la cuestión del orden político justo puede tener diversas res-
puestas.
Luego de esta introducción, proponemos que para analizar
experiencias democráticas que están reformulando la realidad latinoa-
mericana, éstas no deben descalificarse por apartarse del modelo libe-
ral, sino por el contrario, deben ser comprendidas desde su contexto y
en sus tradiciones regionales. Este requerimiento surge en tanto la in-
terpretación y construcción de las transiciones democráticas a partir de
perspectivas liberales limitó la explicación y la solución de los proble-
mas regionales (O’Donnell 2003). Luego, tras las profundas crisis polí-
ticas y económicas producidas por las políticas neoliberales surgen
nuevas alternativas democráticas en la región que impulsan reformas
políticas y económicas, incluso institucionales orientadas a «refundar»
la democracia su sentido y contenido. Así, partiendo de los marcos ins-
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titucionales de la democracia liberal, intentan transformarla, desbor-


dando sus limitados parámetros, con reformas sociales profundas y
búsqueda de protagonismo popular. Se intenta superar la crisis de re-
presentación que emerge luego de las frustrantes experiencias de los 80
y 90, con discursos que enfatizan la soberanía popular, la participación
política protagónica del pueblo y la justicia y equidad social como su-
puestos irrenunciables del orden democrático. Algunos sectores inte-
lectuales de la región, así como actores protagónicos de estos cambios,
entienden que se está produciendo una profundización de la democra-
cia, que permitirá la recuperación de su legitimidad y la superación de
la extendida crisis de representación. Otros, en cambio, entienden que
tales procesos son reflejo de la inestabilidad política y expresión de la
falta de consolidación de las democracias liberales representativas de
la región. La discusión que se puede plantear entre ambas interpreta-
ciones, entendemos que es un tema central en los estudios democráti-
cos regionales.
En este marco pretendemos plantear nuestro punto de vista
que no coincide con los análisis que buscan propuestas que se restrin-
gen a las formulaciones teóricas de la democracia liberal, porque como
hemos expresado en el análisis realizado sobre los límites de este mo-
delo, tanto en su orientación normativa como empírica no resulta com-
prensiva de las realidades regionales emergentes, en tanto no puede
dar cuenta de construcciones democráticas relacionadas a componen-
tes simbólicos y contextuales con otros sentidos de lo democrático dife-
rentes a los asociados a la democracia liberal, como por ejemplo los
procesos generados en Venezuela, Bolivia y Ecuador.
Así consideramos que las categorías teóricas del liberalismo
son insuficientes para dar cuenta de las nuevas democracias latinoa-
mericanas que recuperan experiencias pasadas de la región, resignifi-
cándolas en el nuevo contexto de la globalización.
Por ello, planteamos la necesidad de incorporar marcos teóri-
cos que permitan la contextualización de los procesos políticos para su
mejor comprensión Así articularemos para su estudio los aportes de la
democracia radical con otras construcciones teóricas que han surgido
en el discurso de las Ciencias Sociales latinoamericanas.
En este sentido pretendemos incorporar las propuestas críti-
cas de los enfoques del Colonialismo y la Teoría de la Dependencia
que interpelan la pretendida universalización de las leyes del progreso
y el desarrollo, tal como han sido generadas en el centro y deconstruyen
críticamente la prescripción del modelo de sociedad moderna , emer-
gente en el Occidente europeo, como el paradigma a seguir por toda
construcción social y también las bases justificatorias de su pretendida
superioridad. En definitiva interpelan las lógicas esencialistas y deter-
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ministas del colonialismo y la dependencia, con todo su bagaje euro-


céntrico y los efectos que produjeron en la región.
Por otra parte resulta relevante la Teoría del Discurso, en
especial en el marco de su formulación en “La Razón Populista” (La-
clau 2001), a partir de la lógica de la hegemonía, en tanto permite
captar los procesos de articulación equivalencial de un conjunto de
demandas excluidas y la construcción de proyectos políticos, tal
como se esta dando en la región, en un campo social cruzado por
antagonismos. Esto constituye un aporte de particular importancia
para comprender algunas de las actuales construcciones democráti-
cas en la región.
En primer lugar se requiere hacer una lectura desde una mira-
da que habilite lo diferente, así se puede incluir el giro descolonial y la
propuesta de interculturalidad planteada por un sector de la teoría so-
cial latinoamericana con autores como Mignolo(2001), Lander(1999),
Quijano (1999)y otros. Esos enfoques son vastos y diversos, no pode-
mos desarrolarlos en su totalidad, por ello sólo tomaremos los que más
se articualan con el problema planteado.
Así, se propone una nueva configuración conceptual, un giro
epistémico que tiene como base la construcción de conocimientos que
den cuenta de las huellas del pasado y el presente de las realidades de
dominación vividas en la región, a partir de las cuales se construye una
respuesta social, política, ética y epistémica, al pensamiento central
dominante, desde su propio y diferente lugar. Es un pensamiento que
se encuentra en la interrelación entre el conocimiento universalizado
central y reflexiones desde la diferencia que lo ponen en cuestión, con-
taminándolo con otras historias y otros modos de pensar, desviándose
de los marcos dominantes y pensando desde categorías negadas por el
centro.
Según Mignolo (2003.15) “el giro descolonial consiste en des-
prenderse del chaleco de fuerza de las categorías de pensamiento que
naturalizan la colonialidad del saber y del ser y lo justifican en la retóri-
ca de la Modernidad, el progreso y la gestión democrática imperial” Así,
entiende que estamos inmersos no sólo en una dominación económi-
co-política sino sobre todo del conocimiento. El control sobre éste ope-
ra en la economía y en la teoría política dando prioridad al mercado y a
los conceptos de democracia y libertad ligados al mismo, constituidos
en universales. Por el contrario la genealogía del pensamiento descolo-
nial es “pluriversal” e introduce lenguas, memorias, economías y políti-
cas consideradas “inferiores”, sosteniendo la apertura y libertad de pen-
samientos y de formas de vida, propias de la región. Se proponen pen-
sar que otros mundos son posibles, fuera de las formas del pensamien-
to hegemónico central. En definitiva, poder pensar nuestras realidades
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regionales, fuera de los marcos teóricos generados por las ciencias so-
ciales desde el centro.
Desde este enfoque, se relata otra historia que permite com-
prender las huellas de los procesos pasados y sus efectos en las cons-
trucciones político-económicas latinoamericanas. Siguiendo a Dussel
(2001) podemos decir que la modernidad es un fenómeno europeo
pero constituido en una relación dialéctica con una alteridad no euro-
pea (América) que permitió que Europa se afirme como el centro del
Sistema Mundo.
Mignolo (1999) a partir de la idea de Sistema Mundo de Wa-
llerstein (1974-1989), introduce el concepto de colonialidad como el
otro lado de la modernidad. América Latina se constituye como el pri-
mer espacio-tiempo de un nuevo patrón de poder de vocación mun-
dial, es la otra cara, la alteridad esencial de la modernidad. En esta
perspectiva, la relación entre la conquista de América y la formación de
la Europa Moderna permite una nueva interpretación de la moderni-
dad que muestra, no sólo su faz emancipadora, sino también su costa-
do destructivo y genocida.
Dos procesos históricos se constituyen en los ejes fundamen-
tales del nuevo patrón de poder. Por una parte la codificación de las
diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza, que
constituía a los segundos en una natural situación de inferioridad res-
pecto a los primeros, y por otra parte la expansión de la perspectiva
eurocéntrica del conocimiento, constituyó esta concepción racial en la
base legitimante de las relaciones de dominación propias de la con-
quista. Por otra parte, las nuevas identidades históricas producidas
articuladas a la raza se asociaron a los roles y lugares en la nueva estruc-
tura global de control del trabajo, elemento fundamental del nuevo
patrón de poder. (Quijano 1999) Como sostiene el autor citado, como
centro del capitalismo mundial, Europa pudo imponer su dominio
colonial sobre las otras regiones del planeta. Esto constituye un proce-
so de reidentificación histórica ya que desde Europa le fueron atribui-
das nuevas identidades culturales, en cuya producción, la colonialidad
del poder fue una de las más activas determinaciones.
Constituida Europa Occidental en el centro hegemónico del
proceso histórico, el centro de elaboración intelectual del mismo se
localiza allí y su versión logra hegemonía. Se produce una operación
clasificatoria que impuso una epistemología con una cara visible y otra
invisible. La primera, la cara de la modernidad desde donde se comen-
zó a clasificar, describir y conocer el mundo y la otra, la invisible: la
colonialidad en donde se ejerció el poder y se impuso la concepción de
matriz hegeliana que Europa era el centro del mundo y la encarnación
de la racionalidad.
626 ANUARIO DEL CIJS (2007)

Este análisis permite a Latinoamérica redescubrir su lugar en


la historia de la modernidad: la primera periferia de la Europa moder-
na que sufrió un proceso constitutivo de colonización-modernización.
Esto puede decirse que continúa hasta el presente, ya que existe una
fuerte conexión entre el eurocentrismo y lo que Dussel( 2001) denomi-
na la falacia del “desarrollismo” que consiste en pensar que el patrón
del modelo del moderno desarrollo europeo debe ser seguido unilate-
ralmente por toda otra cultura, tomando el desarrollo como una cate-
goría ontológica, como el movimiento “necesario” del ser según Hegel.
En ese marco según Mignolo (2001) la conciencia criolla en el
período independentista, se forjó en el imaginario del colonialismo
interno (reproducción de la diferencia colonial en el período nacional).La
conciencia criolla produjo la independencia política, pero no la cultural
ni económica.
Así la oposición civilización y barbarie, como sostiene Rojas
Mix (1997) es la antinomia de dos identidades: la europea y la america-
na. Para las elites blancas criollas la razón, el orden la libertad y la
riqueza provienen de Europa: el colonialismo interno reproduce la
«misión civilizatoria» del blanco por sobre el negro, el indio y el mestizo
representativos de la «barbarie americana», que constituyen “lo otro de
la razón”, lo que justifica el ejercicio de un poder disciplinario. Esto se
repite en otros momentos y en otros discursos de como los de la mo-
dernización en los cincuenta y del neoliberalismo en los 90.
Frente a esa concepción que ha dejado profundas huellas de
exclusión y subalternización de esos grupos humanos, y que hoy aflo-
ran en diferentes movimientos de resistencia en los Estados regiona-
les, construir un pensamiento alternativo desde Latinoamérica no sig-
nifica negar la herencia europea, sino reconocerla en su provincialismo
y particularismo, como una herencia más entre las ricas y variadas que
se redescubren desde la perspectiva de la diferencia colonial.
Así el pensamiento que surge de la filosofía de la liberación de
Dussel (2001) o del colonialismo y la colonialidad del poder de Migno-
lo (2001) o Quijano (1999), desde el exterior colonial del universalismo
europeo, postula la diversidad epistémica como proyecto universal y
no el establecimiento de universales abstractos. No se trata de funda-
mentar un relativismo cultural, sino de reconocer y actuar sobre las
diferencias.
Según Mignolo (2001) a diferencia de Hegel en la filosofía de la
liberación de Dussel (2001) la razón no tiene un punto de llegada en
singular, sino más bien puntos de partida en plural. Estos constituyen
un descentramiento geopolítico de la epistemología y de la ética polí-
tica. En ese marco, Dussel (2001) propone articular la ética del discurso
con la ética de la liberación. La diferencia consiste en que la primera
BONETTO MARÍA SUSANA - REPENSANDO LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA 627

sólo propone una ética de la inclusión, Dussel (2001) entiende que si


bien esto es deseable y necesario, mantiene las relaciones de poder
entre quienes están en la posición de incluir y los que están en posición
de ser incluidos. La ética de la liberación propone una reflexión crítica
desde la perspectiva de los que no quieren ser incluidos desde arriba,
sino que se proponen participar en el acto mismo de inclusión.
Estas nuevas lecturas emergen de la exterioridad de una totali-
dad que pretende ocuparlo todo y que oculta lo que niega. La exteriori-
dad, es entonces la voz que hace visible lo que la totalidad ocultó. Así se
puede pensar la diversidad como proyecto universal. Por lo tanto, la
descolonización como proyecto intelectual, reconoce la variedad de
historias coloniales y la diversidad epistémica. La diversidad como
proyecto universal, postula variados puntos de creación y transforma-
ción epistémica ética y política.
Otro aporte de la teoría social regional que permite compren-
der el contexto en el cual se desarrollan los procesos latinoamericanos
se vincula a los aportes de la Teoría de la Dependencia. Esta incluye
distintas vertientes que no podemos abordar en su complejidad, por
ello nos interesa destacar sólo algunas ideas centrales que tratan de
develar la situación económica de la región, con sus efectos sociopolí-
ticos. Así se sostiene que el desarrollo y el subdesarrollo son aspectos
diferentes de una misma estructura. El desarrollo dependiente y la mar-
ginalidad, son consecuencias del proceso de expansión capitalista (Dos
Santos 2003).
Las distintas vertientes de la Teoría de la Dependencia se orien-
tan a criticar cierto sentido otorgado al concepto de desarrollo que se-
gún Dos Santos (2003. 14) se caracteriza como “la adopción de normas
de comportamiento, actitudes y valores identificados con la racionali-
dad económica moderna, caracterizada como la búsqueda de la máxi-
ma productividad, la generación de ahorro y la creación de inversiones
que llevasen a la acumulación permanente de los individuos y, en con-
secuencia de cada sociedad nacional”.
Los fundadores de las Ciencias Sociales tenían en claro esos
comportamientos, ya sea para describirlos o criticarlos (Weber, Dur-
hein y Marx, Smith, Ricardo Y Stuart Mill entre otros) Ya en el siglo XX
sociólogos como Parsons y Merton y politólogos como Lipset, Almond
y Apter proponen las bases para el establecimiento de esas formas de
comportamiento, los únicos compatibles con la sociedad moderna, a
su vez considerada como el modelo a alcanzar, y que se correspondía
con el pleno desarrollo de la democracia liberal, en cuyo marco se ge-
neraron técnicas de verificación empíricas para detectar el grado de
modernización alcanzado por cada sociedad. Esta forma de pensar el
desarrollo alcanza su punto culminante con la obra de W.W Rostov (1961)
628 ANUARIO DEL CIJS (2007)

que, en plena guerra fría, frente a la expansión del modelo de desarrollo


de la Unión Soviética trata de demostrar que el desarrollo no necesita
del socialismo, ya que, parte de un modelo de acciones económicas,
sociales y políticas interrelacionadas tomada por cualquier Estado que
adopte una idea desarrollista y establezca las condiciones de su despe-
gue. Según sostiene Dos Santos (2003), a pesar de su simplismo esta
idea prevalece en gran parte de los científicos latinoamericanos, consti-
tuyendo una de las intervenciones más fuertes de la ideología en el
campo científico.
En nuestra región se asumió desde sus inicios independientes
en el Siglo XIX que el logro del progreso, provenía de la importación del
conocimiento del centro y que era posible y deseable copiar su camino.
Esta visión se revisa por la CEPAL, fundamentalmente por el aporte de
Prebisch en la década del 50, quien se aparta de la dicotomía «civiliza-
ción y barbarie» y la diferencia entre moderno y arcaico o tradicional,
para producir un debate mas consistente en términos de desarrollo y
subdesarrollo y sus estudios se centran en políticas capaces de viabili-
zar el proceso de industrialización para superar los obstáculos del de-
sarrollo. Sin embargo la teoría de la dependencia le cuestiona que sus
propuestas políticas, preservaban las estructuras de poder existentes.
La Teoría de la Dependencia en sus distintas vertientes repre-
sentó un gran esfuerzo crítico para comprender las limitaciones de un
desarrollo iniciado en un período histórico en que la economía mun-
dial estaba ya constituida bajo la hegemonía de grandes grupos eco-
nómicos y poderosas fuerzas imperialistas (Dos Santos 2003).
En ese marco Blomstrom y Hettne (1990) resumen en cuatro
puntos centrales los ejes que todos los enfoques de la dependencia
sostenían: 1) el subdesarrollo está conectado estrechamente con la ex-
pansión de los países indusrializados 2) el desarrollo y subdesarrollo
son dos aspectos diferentes de un mismo proceso estructural 3) el sub-
desarrollo no puede ser considerado como una primera condición de
un proceso de despegue evolucionista 4) la dependencia no es sólo un
fenómeno externo sino que se manifiesta de distinta manera en la es-
tructura interna de los países dependientes.
Mientras haya división internacional del trabajo, se mantendrá la
estructura centro-periferia y la economía de algunos países (dependien-
tes) está condicionada al desarrollo y la expansión de otros (dominantes)
Así, “la importancia del sistema político interno y el control que los grupos
de poder realizan a través de éste, resultan claves para entender el nexo
entre modelo de inserción y sistema político” (Bernal Meza 2005.95).
En general las oligarquías locales y la burguesía mercantil fi-
nanciera, se benefician como socios menores de los poderes económi-
cos centrales en esta situación. Por ello la función de las burguesías
BONETTO MARÍA SUSANA - REPENSANDO LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA 629

nacionales “integradas” es siempre la misma: las reproducción de los


mecanismos de control social, y político para facilitar la adaptación
estructural de la formación nacional dependiente a los centros hege-
mónicos (Amin. S.1996) Pero esta vinculación subordinada al sistema
mundial, genera un desarrollo dependiente concentrador y excluyente
(Dos Santos 2003). A partir de este análisis es posible comprender el
nivel de antagonismo político y conflicto socio-económico existente en
la región, con importantes sectores populares excluidos que demandan
satisfacción a sus necesidades.
La Teoría de la dependencia influyó en otros aportes teóricos
regionales, así a modo de ejemplo, la Teoría de la Liberación de Gutié-
rrez en el Perú la tomó como referente fundamental, influyendo tam-
bién en la Filosofía de la Liberación de Dussel, generando en definitiva
una de las mas extensas polémicas en la región. El programa de la Uni-
dad Popular de Salvador Allende y algunas tendencias del gobierno
revolucionario peruano del 68 tomaron elementos de la Teoría de la
Dependencia.
Desde el presente al realizar Dos Santos (2003) un balance de la
Teoría de la Dependencia realiza una dura crítica al desarrollo de las
democracias regionales en la transición y hasta fines del Siglo XX. Por
una parte advierte como luego de producida la derrota de los movi-
mientos de transformación populares y con la emblemática caída por
golpe de Estado del gobierno de Salvador Allende, la situación estaba
«bajo control» y se podía iniciar un período constructivo de Democra-
cias liberales viables. Así también influye que la dictaduras militares
resultaban impresentables por sus sesgos nacionalistas de derecha en
el nueva contexto de expansión de la globalización capitalista. En este
marco, la política de derechos humanos iniciada por Carter tuvo un
doble implicancia: descalificó a los gobiernos militares latinoamerica-
nos y sirvió de cuestionamiento también a la Unión Soviética.
En este contexto, se inician posteriormente las transiciones
democráticas con un claro sentido de restauración del Estado de Dere-
cho Liberal, frente al Estado Terrorista viabilizado por las Dictaduras. Y
se prioriza de tal forma esta necesaria defensa de la restitución de la
legalidad, que se abandonan gran parte de los cuestionamientos eco-
nómicos. Es paradigmática la posición de Fernando Enrique Cardozo
quien reformula su pensamiento y defiende la viabilidad de un proce-
so de democratización al interior de un capitalismo dependiente, y aban-
dona cualquier pespectiva de crítica o enfrentamiento con éste, sus
expresiones monopólicas y sus intereses articulados con el capital in-
ternacional. Así, “Limitaba sus objetivos reformistas a los objetivos li-
berales, al proceso de destrucción y de desestabilización de las dictadu-
ras, para construir regímenes democráticos” (Dos Santos 2003.90).
630 ANUARIO DEL CIJS (2007)

La solución propuesta para los efectos desestructuradores de la econo-


mía desde esta perspectiva de la transición, debía darse por la cobertu-
ra de esos efectos a través de políticas sociales paliativas y el aumento
de la mano de obra en las fases de crecimiento Por el contrario,
(Dos Santos 2003.90) sostiene que, en la medida en que no se avanzase
hacia la solución de la dependencia, de la sobre explotación, del atraso
y de la exclusión iba a ser muy difícil la legitimación de las democracias
en Latinoamérica.
El avance del neoliberalismo y la Nueva Derecha tuvo efectos
desvastadores en las democracias de la región a las que hizo sentir todo
su peso en los campos ideológicos, sociales , político-institucionales y
económicos. La profunda crisis de la deuda, los ajustes sucesivos de
los 80 y los 90, han producido un fuerte malestar con los gobiernos
democráticos que no solucionaron la pobreza y la exclusión y una pro-
funda crisis de representación.
Es en esta instancia que se puede advertir que el modelo de
democracia deliberativa, orientada hacia el consenso, tiene una reduci-
da posibilidad de aplicación en este escenario de sociedades fuerte-
mente desiguales y excluyentes, con conflictos difícilmente procesa-
dos por acuerdos procedimentales y deliberativos
En ese marco, consideramos relevante tomar otro aporte de la
teoría social latinoamericana, que nos permitiría partir desde otra mi-
rada, que permite comprender realidades diferentes y no inferiores
con respecto a una racionalidad considerada superior. Así, reiteramos
que de la Teoría del Discurso de Laclau tomamos, de su extensa com-
plejidad, que implicaría todo un desarrollo sólo de ella, únicamente
algunos aportes que consideramos pertinentes para el tratamiento del
tema. Así, se puede tomar, para el análisis de las construcciones demo-
cráticas regionales, el concepto de populismo formulado por Ernesto
Laclau en “La Razón Populista” (2005), ya que permite explicar la cons-
titución de la política y de las identidades, en sociedades fragmentadas
y conflictivas, a fin de comprender el desarrollo de la democracia en la
región a partir de su articulación con la “democracia radical” de Mouffe.
Cabe destacar, como se sostuvo anteriormente que liberalis-
mo y democracia no están inexorablemente unidos, sino que su articu-
lación en Europa fue el resultado de un largo y complejo proceso histó-
rico que culmina recién ene el siglo XIX. Según Laclau (2006) en Améri-
ca Latina esta articulación nunca se logró plenamente, ya que las oligar-
quías liberales fueron incapaces de absorber institucionalmente las
demandas populares, por ello los símbolos democrático-populares
debieron presentarse como antiliberales y los regímenes que encarna-
ron la emergencia democrático-popular se disociaron de la articula-
ción liberal. Sólo luego de las últimas dictaduras militares, con sus se-
BONETTO MARÍA SUSANA - REPENSANDO LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA 631

cuelas de represión y desmantelamiento de los sistemas instituciona-


les, se dieron las condiciones históricas para su confluencia. Así desde
el campo popular ya nadie pone en cuestión las llamadas libertades
formales y estas ya no aparecen sólo representadas por un liberalismo
antipopular. Por otra parte América Latina es también heredera de la
experiencia traumática del neoliberalismo, que ha producido una enor-
me expansión horizontal de la protesta social, la cual encuentra fuertes
dificultades para trasmitir sus reclamos al sistema político. Laclau (2006)
entiende que el destino de la democracia en la región depende de que
esas dos dimensiones logren conjugarse, siendo Venezuela, el país en
el que esa conjunción ha sido mas exitosa.
En ese contexto, resulta relevante considerar como las pro-
puestas del autor sobre el populismo permiten comprender algunas
de las nuevas construcciones democráticas regionales.
El autor presenta una teoría del populismo, entendida como
una forma de articulación política y no como un tipo de movimiento
político o una ideología.
Por ello para Laclau (2005), un movimiento sería populista no
porque sus políticas o ideologías presenten contenidos reales, identifi-
cables como populistas, sino porque exhibe una particular lógica de
articulación política cualquiera que sean sus contenidos sociales, po-
líticos e ideológicos. En definitiva es una lógica específica de construc-
ción de lo político y no un movimiento identificado con una base social,
ni con un tipo de ideología.
En este marco, se puede desactivar la separación entre fenó-
menos racionales y aprehensibles y fenómenos irracionales e indefi-
nibles, y reformular la comparación entre el populismo constituido por
elementos vagos e indefinidos, y una lógica madura institucional.
En realidad, estos elementos atribuidos al populismo, existen
porque se corresponden a una realidad social heterogénea, y precisa-
mente tienden a reducir esa heterogeneidad intentando dotarla de cierta
unidad. No se trata de una tosca operación política (a diferencia de una
operación política dotada de institucionalidad) sino de un acto perfor-
mativo dotado de una racionalidad propia. Su vaguedad es la condi-
ción para construir significados políticos en determinadas circunstan-
cias de sociedades heterogéneas, con demandas insatisfechas.
La teoría de Laclau (2005) toma como unidad de análisis la
demanda y no el individuo o el grupo. Toda fuerza político-social es
una demanda que surge como consecuencia de su insatisfacción. Cuan-
do las demandas son formuladas como reclamos o reivindicaciones, al
no ser respondidas por la autoridad de decisión, permite establecer
solidaridades con demandas en la misma situación, que son en princi-
pio, equivalenciales por su negación. La lógica populista opera como
632 ANUARIO DEL CIJS (2007)

una lógica de articulación de demandas que por su situación de insatis-


facción se van agrupando, pasando de una lógica de diferencias a una
de equivalencia, esta es la primera condición en el proceso de constitu-
ción de un pueblo (Laclau 2005).
Las demandas populares, a partir de una parcialidad que fun-
ciona como totalidad mediante su articulación equivalencial, constitu-
yen una subjetividad social más amplia y divide a la sociedad en dos
campos antagónicos, así la constitución del pueblo requiere como con-
dición estructural un espacio fracturado e intenta representar la pleni-
tud ausente (Laclau 2005).
El pueblo no designa a un grupo dado sino es un acto de insti-
tución que crea un nuevo actor político a partir de un conjunto de ele-
mentos heterogéneos y la lógica de su construcción es lo que Laclau
denomina “la razón populista”. Así también el pueblo no es un efecto
superestructural sino el terreno primordial en la construcción de la sub-
jetividad política.
Para que se produzca la unificación simbólica del pueblo, la
construcción de una subjetividad popular, es preciso una práctica arti-
culatoria, que a través de significantes vacíos logre dar unidad a la iden-
tidad popular. “El carácter vacío de los significantes que dan unidad o
coherencia al campo popular no es el resultado de ningún subdesarro-
llo ideológico o político, simplemente expresa el hecho de que toda
unificación populista tiene lugar en un terreno social radicalmente he-
terogéneo” (Laclau 2005.127)
Cuanto más amplio sea el lazo equivalencial, más vacío será el
significante que logre articular la cadena, perdiendo especificidad y
ganando amplitud. La radicalización de ese proceso lleva a la identifi-
cación de la cadena de equivalencias con la singularidad, concentrán-
dose en la figura del líder la unidad de dicha cadena, lo cual justifica la
importancia del liderazgo en las articulaciones propuestas, al contrario
de las explicaciones de la teoría política clásica que ven el accionar del
líder como pura manipulación, sugestión o una combinación de ambas
(Laclau 2005).
Para comprender esto es necesario repensar los conceptos de
representación y democracia que finalmente le permitirán al autor es-
tablecer nexos entre populismo y democracia.
La representación en el sentido planteado por Laclau (2005) es
un terreno de constitución de las identidades políticas y no simple-
mente de trasmisión de una voluntad constituida a priori. Debe consi-
derarse el doble movimiento de ésta:1) de los representados al repre-
sentante y 2) de éste a los representados. Por una parte la representa-
ción de la cadena equivalencial por el significante vacío, no es una
representación puramente pasiva, es algo más que la imagen de una
BONETTO MARÍA SUSANA - REPENSANDO LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA 633

totalidad pre-existente: es lo que constituye esa totalidad, añadiendo


una nueva dimensión cualitativa. Esto corresponde al segundo movi-
miento en el proceso de representación: desde el representante a los
representados.
Por otro lado, si el significante vacío va a operar como un punto
de identificación para todos los eslabones de la cadena de equivalen-
cias, debe efectivamente representarlos, no puede volverse autónomo
de ellos. Y esto se vincularía con el primer movimiento mencionado de
la representación: desde los representados al representante (Laclau
2005).
Así, la función homogenizante del significante vacío constituye
la cadena, y al mismo tiempo la representa, y esta doble función implica
las dos caras del proceso de representación, con lo cual el populismo lo
cumpliría acabadamente. La unificación de las demandas alcanza su
articulación más alta cuando se logra un sistema estable de significa-
ción.
Debe destacarse que “entre la centralidad política del líder –y
del poder burocrático que lo rodea– por un lado , y por el otro , la
autonomía de los movimientos de base, existirá siempre el peligro de
una tensión que sólo puede ser resuelta a través de una negociación
política incesante” (Laclau 2006.120).
Además el mecanismo de representación no implica oposición
a la institucionalización, ya que todo tipo de política complementa la
creación de identidades con una política institucionalista. La política
implica siempre la tensión entre el momento institucional y el momen-
to popular, que se limitan mutuamente. (Laclau 2007.21).
Por otra parte, si se pretende vincular populismo con democra-
cia, es preciso abandonar la inescindible vinculación entre democracia
y liberalismo tal como lo plantea Lefort (1988) y postularlo como una
cuestión contingente tal como lo sostiene Mouffe (2003). A partir de
esto se desprenden en la concepción del autor dos conclusiones: a-
otras articulaciones contingentes también son posibles , lo que permite
la existencia de formas de democracia fuera del marco simbólico libe-
ral, convirtiéndose la democracia en una pluralidad de marcos que
permite la emergencia del pueblo, y b-como esta emergencia del pue-
blo ya no es más el efecto directo de algún marco determinado, la cues-
tión de la constitución de una subjetividad popular se convierte en una
parte integral de la cuestión de la democracia. Además la noción de
identidad democrática sería indiferenciable de la identidad popular y
la construcción de un pueblo sería el presupuesto fundamental del fun-
cionamiento democrático (Laclau 2005)
Esto se vincula con lo tratado anteriormente sobre los límites
de los enfoques racionalistas-universalistas para dar cuenta de las
634 ANUARIO DEL CIJS (2007)

condiciones contextuales de existencia de un sujeto democrático, es


decir los plurales modos de vida donde la subjetividad política es
constituida y en los cuales, la emergencia de un conjunto de prácticas
y adhesiones afectivas constituyen un escenario en el cual la raciona-
lidad, ya sea individual o dialógica ya no es un componente dominan-
te (Laclau 2005).
“Sin la producción de vacuidad no hay pueblo, no hay populis-
mo, pero tampoco hay democracia” (Laclau 2005.213) En los marcos de
una democracia distinta a la liberal, la posibilidad misma de ella de-
pende de la construcción de un pueblo y esto vincula enfáticamente a l
democracia y el populismo.

Conclusión

Hemos tratado de ir respondiendo a los interrogantes iniciales.


En cuanto a la posibilidad de hablar de democracia fuera del marco
liberal, siempre queda abierto el debate, pero se han presentado desa-
rrollos teóricos que permiten sostener con sólidos fundamentos la exis-
tencia de opciones plurales en la construcción de la democracia.
Esto es así, porque la democracia liberal, tanto en sus aportes
como en sus limitaciones, es plenamente aceptable en el contexto de
determinadas tradiciones y prácticas y no posee la misma plausibili-
dad de aplicación y de respuesta en otros.
En cuanto a los dos últimos interrogantes y partiendo del giro
epistémico intercultural y descolonizado propuesto, que permite cons-
truir marcos de análisis desde la diferencia, se entiende que en Latino-
américa con sociedades que mantienen las huellas de la colonización
con sus efectos conflictivos que se mantienen hasta el presente y eco-
nomías periféricas dependientes, y por ello con sociedades altamente
antagónicas, la democracia se articula muy dificultosamente con un
modelo liberal.
Así, los procedimientos y reglas de juego democrático-libera-
les tienen una escasa posibilidad de habilitar transformaciones, sino
que están orientados al mantenimiento del orden liberal, con su preva-
lencia de los derechos individuales sobre todo el de propiedad. Esto
puede ser altamente valorado en sociedades con mayor equidad distri-
butiva, pero no en sociedades fuertemente polarizadas, que esperan
que la política tenga la fuerza y el potencial para imponer correctivos a
un capitalismo de concentración y exclusión.
Por otra parte esta desafección con las reglas y procedimientos
liberales en la región, se vincula al hecho de que la vigencia de demo-
cracias procedimentales, ha transcurrido paralelamente con su incapa-
cidad de resolución de problemas, e incluso se asocia al agravamiento
BONETTO MARÍA SUSANA - REPENSANDO LA DEMOCRACIA EN LATINOAMÉRICA 635

de los mismos: pobreza marginalidad, exclusión y distribución cada


vez más inequitativa.
Y en cuanto a la representación, se advierte que, si bien en los
países centrales, puede haber cierta mirada crítica sobre ella, esta resul-
ta aceptable por ciudadanos con acuerdos básicos comunes y un plura-
lismo de opciones. En Latinoamérica, es más que evidente que el siste-
ma representativo está en crisis, ya que tal como ha funcionado no ha
logrado procesar las demandas de las mayorías en políticas que resol-
vieran los problemas centrales.
Se plantea por parte de los sectores populares, una fuerte des-
confianza en la representación. Esta aparece más como un control para
el exceso de demandas que una conquista política habilitante de in-
fluencia en las decisiones. No parece ser una casualidad que así lo plan-
teó la Comisión trilateral en los 70, así se entendió en el discurso de la
gobernabilidad de los 80.
Por otra parte, desde el modelo liberal, las propuestas de parti-
cipación como ampliación de la representación, se vinculan más a un
traslado de las responsabilidades del Estado a las organizaciones de la
sociedad civil, y no a un verdadero protagonismo popular.
Las formulaciones de democracia “participativa y protagónica”
o de “autorepresentación” como las de Venezuela o Bolivia ofrecen, por
el contrario el empoderamiento de las comunidades y los movimien-
tos populares y pueden articularse con políticas estatales orientadas a
la satisfacción de las demandas populares.
Así en este escenario, la construcción de democracias legítimas,
requiere de nuevas alternativas, con mayor apertura participativa y pro-
tagónica de los pueblos y una decidida intervención política estatal
para orientar la economía. Todo ello enmarcado en un escenario regio-
nal con capacidad de promoción y efectiva realización de políticas orien-
tadas a la protección de los intereses regionales.

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