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ancestral de la Amazonía
Por NICHOLAS CASEY 29 de diciembre de 2017
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Amadeo García García, la última persona que habla taushiro con fluidez, en Intuto,
Perú.CreditBen C. Solomon/The New York Times
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Una curva del “río salvaje”, como lo llamaban, albergaba a los dos
hermanos y a los otros 15 miembros restantes de su tribu. El clan
protegía su pequeño asentamiento con un círculo de fosas profundas,
habilidosamente ocultas bajo una delgada cubierta de hojas y ramas.
Conservaban jaurías de perros de ataque para evitar que los foráneos se
acercaran. Incluso para finales del siglo XX, pocas personas habían visto
a los taushiro o escuchado su lengua más allá de algún cazador
ocasional, unos cuantos misioneros cristianos y los recolectores de
caucho armados que llegaron por lo menos dos veces a esclavizar a la
pequeña tribu.
Un jaguar mató a uno de los niños mientras dormía. Dos hermanos más
fallecieron a causa de mordeduras de serpiente. Un niño se ahogó en una
corriente. Un joven se desangró hasta morir mientras cazaba en la selva.
Sin embargo, todo el destino del pueblo taushiro ahora recae en este
último hablante, una persona que jamás esperó tener una carga como
esa y que ha pasado gran parte de su vida abrumado por eso.
Las aguas del Amazonas peruano alguna vez fueron un vasto almacén
lingüístico, un lugar donde en cada curva del río se podía encontrar un
dialecto diferente, a menudo completamente inteligible para las
personas que vivían tan solo a unos kilómetros. No obstante, en el
último siglo, al menos 37 lenguas han desaparecido tan solo en Perú,
perdidas en el choque constante de la expansión nacional, la migración,
la urbanización y la búsqueda de recursos naturales. Quedan 47 lenguas
en Perú, según los cálculos de los académicos, y casi la mitad de ellas
están en riesgo de desaparecer.
Sabe que eso no es cierto, que los taushiro ya no pueden seguir adelante.
Eso lo exaspera, y a veces se pregunta qué tan culpable es de eso, o si la
extinción de su pueblo es importante realmente.
“Las lenguas que están en esa situación crítica, muchas veces parece que
ya tienen su destino sellado; es decir: resulta difícil recuperar una lengua
en esa etapa”, dijo Agustín Panizo, un lingüista del gobierno que intenta
documentar el taushiro. “Amadeo García quiere que el taushiro regrese.
Lo quiere, sueña con él, lo anhela y sufre al saber que es el último
hablante”.
“Ine aconahive ite chi yi tua tieya ana na’que I’yo lo’”, leyó en voz alta
una mañana. Era la historia de Lot, del Génesis. Lot y su familia se
vuelven los únicos sobrevivientes de su ciudad cuando Dios destruye
Sodoma y Gomorra. Lot pierde a su esposa cuando ella voltea a ver la
destrucción, desobedeciendo a Dios.
“Se lo dije muchas veces”, dijo Tapuy. “Él escucha, pero no lo registra en
su cerebro”.
Llegué a Intuto con una lingüista llamada Juanita Pérez Ríos, que había
conocido a Amadeo durante años y me lo presentó ese día. Por la tarde,
Amadeo quería hablarle a su hijo Daniel, que vive en Lima, y Pérez le
prestó su teléfono. Habían pasado muchos meses desde la última vez que
habían hablado.
También les dio algo más. Puesto que no podía distinguirlos entre sus
trabajadores, los puso en una fila y les dio nombres en español:
Margarita, Andrés, Magdalena, César, Antonio. El niño más pequeño era
Amadeo. Como no tenían apellido, a los taushiro les dieron dos: García
García.
El cristianismo
Fue la primera vez que Amadeo vio a alguien volar. Era 1971.
“Estaban tan cerca del suelo que podía ver sus rostros que nos
observaban”, dijo Amadeo.
Con las coordinadas de los taushiro en mano, el contacto fue inevitable.
Pero en vez de enviar a uno de los suyos, la empresa petrolera recurrió a
un grupo de evangelistas cristianos para darles una misión inusual.
“Dijeron que sí, que Amadeo iría; estaban muy agradecidos de que los
salvaran”, explicó Nectali Alicea, la lingüista que pronto pusieron a cargo
del proyecto taushiro en el instituto de lenguas. “La medicina fue la
clave”.
“Cuando nos vieron en el agua, algo cambió”, dijo Alicea, y agregó que el
suceso había provocado que los taushiro cuestionaran sus antiguas
creencias. “Nos preguntaron cómo lo hicimos. Y les respondimos:
‘Porque tenemos un Espíritu más fuerte que la boa’”.
Cuando Amadeo, el más joven de los taushiro, llegó con una niña
llamada Margarita Machoa y declaró que sería su esposa, hubo un
suspiro de alivio en Aucayacu. El linaje de los taushiro continuaría.
“Se enamoró de mí”, dijo Amadeo, y recordó cómo él y Margarita habían
jugado con sus muñecas después de conocerse.
Amadeo les enseñó a sus hijos las costumbres del clan, sobre todo a
David, Daniel y Jonathan, quienes se estaban haciendo ágiles con las
cerbatanas y las lanzas. Temprano por las mañanas, los llevaba a
recolectar hojas de palma que habían dejado cerca de los nidos de
termitas un día antes. Las hojas estaban cubiertas de insectos: carnada
para pescar, una técnica que los taushiro habían utilizado durante
generaciones.
Dejando la selva
Sin embargo, para que la lengua sobreviviera más allá de los libros,
necesitaba hacerlo a través de los hijos de Amadeo; si de por sí no estaba
claro que pudiera mantenerlos a salvo, parecía menos posible enseñarles
taushiro.
“Me encanta la lengua”, dijo Alicea. “Pero amo a la gente más que a la
lengua. Con la bendición de Dios, esos niños tuvieron un futuro”.
Choque cultural
El ajuste fue distinto para cada uno de los niños mientras se asentaban
en San Lorenzo, el hogar de Alicea en el centro de la isla. Margarita, la
más extrovertida, hizo amigos nuevos rápidamente. Amadeo hijo, el más
joven, de 6 años, adoptó un acento puertorriqueño. Sin embargo, sus
facciones indígenas eran una curiosidad para sus compañeros de clase.
En vez de decir que era taushiro, les dijo a sus amigos que su padre era
japonés.
David, el mayor de los cinco y uno de los que recordaban mejor la vida
en la selva, fue el primero en meterse en problemas.
Los años en soledad habían sido difíciles para Amadeo. Cada vez más
dependiente del alcohol, que solo estaba disponible en los pueblos,
Amadeo se quedó en Intuto y vivió recluido, aún durmiendo en el suelo
como lo había hecho en Aucayacu. Ahora cazaba con un rifle en vez de
una cerbatana e iba a la selva la mayoría de los días para cazar algo que
pudiera vender.
“Apenas podía decir algunas palabras… madre, padre, eso era todo”, dijo
Jonathan.
Amadeo en el río Tigre. Sus cinco hijos están repartidos por toda
América. CreditBen C. Solomon/The New York Times
“Cuando me muera, yo también estaré aquí”, dijo Amadeo ese día, más
tarde. “Soy viejo y desapareceré en cualquier momento”.
“Es la primera vez que Perú ha hecho este tipo de gesto”, dijo Panizo, el
lingüista que encabeza el proyecto.
Aun así, sonrió mientras una multitud se reunía para celebrar una
ceremonia que honraba a varios activistas indígenas que hablaban sus
lenguas. Los funcionarios del gobierno dieron apasionados discursos
acerca de la importancia de preservar las 47 lenguas indígenas que
quedan en el país. Amadeo dijo algunas palabras en taushiro.
Aunque sabía que no les había transmitido su lengua a sus cinco hijos, se
consoló con el hecho de que estaban a salvo. No habían sufrido el
destino de sus familiares, quienes habían muerto en la selva. Uno de
ellos, Daniel, incluso estuvo en la audiencia ese día para verlo.
“Soy taushiro”, dijo. “Tengo algo que nadie más en el mundo tiene. Un
día, cuando esté muerto, espero que el mundo lo recuerde”.
Juanita Pérez Ríos y Andrea Zárate colaboraron con este reportaje desde Intuto y
Waldemar Serrano Burgos, desde San Lorenzo, Puerto Rico.