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LA FILOSOFIÍA DE
ARISTOÍ TELES:
SABIDURIÍA Y
FELICIDAD
Planteamiento didaá ctico
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ÍNDICE:
1. Influencia socrático-platónica en la filosofía de Aristóteles:
1.1. Crítica a la teoría de las Ideas de Platón.
2. La metafísica o el estudio del ser:
2.1. La teoría hilemórfica: la sustancia como compuesto de materia y forma.
3. La física o el estudio de la naturaleza:
3.1. La “naturaleza” como principio interno del movimiento.
3.2. El análisis del “movimiento” en el ámbito prearistotélico.
3.3. Posibilidad del movimiento: crítica a Parménides y a Platón.
3.4. Elementos que intervienen en el movimiento.
3.5. Definición de movimiento.
3.6. Las cuatro causas.
4. La antropología aristotélica:
4.1. El ser humano como ser social.
4.2. Las tres clases de alma.
4.3. La distinción entre fines.
5. La ética:
5.1. La teoría de la virtud.
5.2. La felicidad es el bien supremo para el ser humano.
Sin embargo, Aristóteles critica duramente al dualismo platónico, al tiempo que lo considera
innecesario. Para Aristóteles es un absurdo pensar que la esencia de las cosas está separada de la
existencia misma de las cosas. Aristóteles prefiere hablar de una única realidad, la del mundo sensible, pero
una única realidad donde se funden esencia y existencia. Para Aristóteles, pues, la esencia, como hemos
señalado anteriormente, es un principio interno, no externo, como ocurre con las Ideas de Platón. Ésta es la
raíz de la distinción entre el “dualismo aristotélico” y el “realismo aristotélico”.
DUALISMO PLATÓNICO = SEPARACIÓN ENTRE ESENCIA Y EXISTENCIA. Platón trata
de explicar los seres naturales basándose en algo más allá de estos seres: las Ideas. Las Ideas es el
fundamento de las cosas y aquello hacia lo que tienen que proyectarse. “Conocer” es mirar “más
allá”, y ver en esa mirada el reflejo de unas ideas modelo (recuérdese lo que dice Platón en el mito de
la caverna).
REALISMO ARISTOTÉLICO = UNIÓN DE LA ESENCIA Y LA EXISTENCIA. Aristóteles, al
contrario que Platón, intenta descubrir “en las cosas” mismas los principios que las explican. Esos
principios son “inseparables” de las cosas mismas y no poseen una realidad independiente de las
mismas.
Según Aristóteles, la principal objeción a la teoría platónica de las Ideas se refiere a que no consigue
explicar la relación de las Ideas con los objetos sensibles. Platón dice a este respecto que las cosas “imitan”
o “participan” de las Ideas, pero para Aristóteles esto no es más que una licencia poética.
De la teoría platónica de las Ideas se derivan, por tanto, una serie de problemas que quedan sin solución
satisfactoria y que podemos resumir en dos:
¿Cómo pueden estar separadas las Ideas de los objetos sensibles si son su esencia, su causa
principal? Aristóteles le critica a Platón que las Ideas no pueden ser las esencias de las cosas, ya que
el principio que determina sus actividades propias no puede estar separado de ellas.
¿Cuál es la causa de los cambios de las cosas sensibles, si las Ideas son inmutables e inmóviles?
En definitiva, con la doctrina de las Ideas lo único que se consigue es una duplicación de los
problemas a resolver, pues, a los problemas que encontramos en el intento de explicar el Mundo Sensible,
hay que añadir los que encontramos al intentar explicar el Mundo Inteligible.
Frente a la concepción platónica, Aristóteles sostiene que la esencia de las cosas, no está en las Ideas, en
un mundo trascendente, sino en este mundo, en el mundo físico, sensible; y el ser por excelencia, la
auténtica realidad, es concebida como sustancia, que se va a convertir en la noción clave de su filosofía.
Las sustancias son, por tanto, entes determinados independientes de otros entes, a las que contemplamos
como unidades compuestas de materia y forma en un todo indisoluble, y de las cuales podemos predicar
ciertas propiedades.
(MUNDO INTELIGIBLE)
Múltiples Ininteligibilidad
EXISTENCIA Perecederas Indeterminado
(la “apariencia” o “manifestación” del Cambiantes Informe
ser) Sensibles Desestructurado
Son participadas Pasivo
Copias
(MUNDO SENSIBLE)
SUSTANCIA
Son las realidades concretas constituidas
por dos principios: materia y forma.
A primera vista, y en virtud de lo dicho anteriormente, podríamos entonces hacer una distinción
entre dos tipos de movimiento: por un lado, el movimiento natural, que es aquél que corresponde a una
sustancia en virtud de sus propiedades intrínsecas, y, por otro lado, el movimiento artificial, que es aquel
movimiento que le corresponde a un objeto artificial o el que corresponde a un objeto natural sin que sea
consecuencia de su propia naturaleza (porque dicho cambio descansa en un agente externo).
Pues bien, teniendo esto en cuenta, tres son los elementos que según Aristóteles están implicados en
todo movimiento:
EL SUJETO O SUSTRATO. Lo que permanece a través del movimiento.
LA PRIVACIÓN. Aquello que desaparece.
LA FORMA. Aquello que aparece en su lugar.
Y puesto que se trata de formas contrarias, la que desaparece en el movimiento puede considerarse
funcionalmente como ausencia o privación de la que aparece: la negrura es ausencia o privación de la
blancura y, por tanto, el movimiento de nuestro ejemplo puede describirse, bien como movimiento de negro
a blanco, bien como movimiento de no-blanco a blanco.
Desde otra perspectiva, podemos referirnos a estos principios entendiéndolos como: un punto de
partida, que es la privación de la forma; un punto de llegada, que es la forma; y un algo que asegura la
continuidad del cambio y le impide ser una sucesión desordenada de movimientos, que es el sujeto.
Relacionando estos tres principios del cambio con la teoría hilemórfica vemos que la materia es el
sustrato indeterminado donde se produce el cambio y la forma es el elemento que la materia tiende a hacer
presente en el cambio; la forma en cuanto privación, porque aún no está realizada, es el punto de partida del
cambio y a medida que se va realizando es el punto de llegada del mismo.
Pertrechado con los resultados de este análisis Aristóteles se enfrenta a Parménides. Hay algo en lo
que éste tenía, sin duda razón: que el movimiento no puede originarse ni a partir de lo que es, del ser, ni a
partir de lo que no es, del no-ser, si ambos términos se toman de modo absoluto y sin ulteriores matices.
Pero es posible matizar y distinguir.
El movimiento parte ciertamente del no-ser, de no ser sabio a ser sabio: parte de la privación, que es
una manera de no-ser. Pero no parte del no-ser, de la privación en sí, sino de la privación en cuanto se da en
algo que es, en el sujeto. Recurriendo a la misma matización cabe afirmar que el movimiento parte del ser,
de algo que es: el sujeto, el hombre que llega a ser sabio en nuestro ejemplo. Pero no parte de él en tanto que
es, sino en tanto que aún no es sabio, es decir, en cuanto afectado por la privación, por el no-ser.
El recurso a las nociones de potencia y acto permiten hacer frente al reto de Parménides. Nuevamente
ha de señalarse que la deficiencia del razonamiento consistió en tomar las nociones de ser y de no ser de una
manera absoluta, sin matices: digamos ahora que las tomó unívocamente, sin distinguir diversos sentidos y,
por tanto, diversos modos de ser y de no ser.
El movimiento parte, pues, del no ser, de lo que no es, pero no simplemente sin más, sino de lo que no
es actualmente, pero es potencialmente aquello a lo que el movimiento conduce. El movimiento es el
paso, el progresar del estado de potencia al estado de actualidad. Esta concepción del movimiento en
términos de potencialidad y actualización comporta ciertas consecuencias de notable importancia, de las que
señalaremos brevemente tres:
EL MOVIMIENTO SE CONCIBE, NO COMO EL “ESTADO” DE LOS CUERPOS, SINO
COMO UN PROCESO ORIENTADO A UN FIN. Al explicar más arriba el concepto de
naturaleza, hemos señalado que Aristóteles la concibe teleológicamente: la naturaleza de cada
cosa, decíamos, comporta ciertas capacidades cuyo destino y fin es actualizarse. El movimiento, en
general, es el proceso por el cual se actualizan tales capacidades. Para entender un proceso es
preciso entender el fin al cual tiende y en el cual se cumple.
LA TEORÍA IMPLICA LA ANTERIORIDAD DEL ACTO RESPECTO A LA POTENCIA.
La primacía de aquél sobre ésta, puesto que aquél es cumplimiento y perfección y ésta es
imperfección y deficiencia.
LA CAUSA ÚLTIMA DE TODOS LOS MOVIMIENTOS ES EL “PRIMER MOTOR
INMÓVIL”. Esta afirmación resulta de la aplicación de dos principios fundamentales de la física
aristotélica.
o TODO LO QUE SE MUEVE ES MOVIDO POR OTRO. Se exige que el que mueve
posea actualmente la forma o perfección que el sujeto del movimiento posee sólo de modo
potencial.
o IMPOSIBILIDAD DE UNA SERIE INFINITA DE SERES QUE MOVIERAN
SIENDO, A SU VEZ, MOVIDOS.
Ambos principios conjuntados conduce a Aristóteles a situar la causa última de todos los
movimientos del universo en un ser que mueve sin estar él en movimiento, un ser en acto y carente de
potencialidad.
Con la afirmación de la existencia de este “moviente inmóvil” se alcanzan los confines de la física,
ciencia de los seres corpóreos sometidos a movimiento. En efecto, dado que el “moviente supremo” no es
corpóreo ni está sometido a movimiento, su estudio ha de corresponder a otra ciencia denominada por
Aristóteles “teología”.
Este esquema de cuatro causas puede resultar extraño a lectores modernos, acostumbrados a
denominar “causa” únicamente a la que Aristóteles llama “agente”, a la causa eficiente.
En una estatua de bronce, por ejemplo, la causa material es el bronce de que está hecha; la causa
formal es el contenido que la estatua representa (un hombre, un caballo…); la causa eficiente es el escultor
que la ha realizado; y la causa final es el objetivo que ha perseguido el escultor al realizarla (ganar un
certamen, permitir recordar a alguien…).
Este esquema es válido para explicar los entes artificiales. Sin embargo, cuando se trata de seres
naturales, las causas eficiente, formal y final coinciden (son idénticas entre sí). Es decir, en los entes
naturales, su esencia, su finalidad y el principio por el que se mueven viene dado por el movimiento que le
es inmanente. Y ese movimiento tiende siempre hacia la perfección que le es propia a cada ente. Es una
convicción de Aristóteles que los seres naturales tienden a alcanzar su propio estado de perfección.
4 ANTROPOLOGÍA ARISTOTÉLICA:
4.1 EL SER HUMANO COMO SER SOCIAL:
Para Aristóteles, es evidente que vivir para el hombre es con-vivir con otros hombres; la existencia
humana es, rigurosamente hablando, co-existencia. Y solamente en el marco de esta con-vivencia es posible
alcanzar una vida digna y satisfactoria.
Su propia naturaleza impulsa al hombre a vivir en sociedad con los demás hombres. De ahí que
Aristóteles defina al ser humano como un “politikon zoion”, animal social, una expresión que ha hecho
fortuna. La sociabilidad humana se actualiza en tres formas naturales de comunidad: familia, aldea y estado,
de la siguiente manera:
LA FAMILIA. Constituida por el marido la mujer, hijos, nietos, etc.
LA ALDEA. Conjunto de familias que se agrupan en busca de ventajas.
LA POLIS (CIUDAD-ESTADO). Es la agrupación más perfecta. Lo suficientemente grande para que
pueda autoabastecerse, pero lo suficientemente pequeña para que los ciudadanos se conozcan y puedan
establecer auténticas relaciones. Si las primeras formas de comunidad son naturales, también lo será el
Estado, pues que éste es el fin de aquéllas.
En la teoría aristotélica sobre la sociabilidad natural del ser humano, conviene tener en cuenta los
siguientes aspectos:
EL SER HUMANO NO ES AUTOSUFICIENTE. El individuo no puede existir por sí solo, y por eso
la naturaleza ha creado organizaciones políticas en las que hay una división del trabajo, y en
consecuencia, de clases.
LA SOCIABILIDAD MARCA EL NIVEL QUE CORRESPONDE AL HOMBRE EN LA ESCALA
DE VIVIENTES. Por debajo de él están las bestias que no pueden vivir en sociedad al carecer de las
dotes necesarias para ello. Por encima está la divinidad que no necesita vivir en sociedad porque es
autosuficiente.
LA IMPORTANCIA DEL LENGUAJE. Aristóteles señala un hecho capital al que los filósofos
vuelven constantemente, a saber, que nosotros, a diferencia de los animales, poseemos la facultad del
lenguaje (logos). Esto es particularmente importante para él, pues significa que, a diferencia de algunos
animales, no hacemos simples ruidos como respuesta al placer y al dolor. Esta facultad nos permite
hablar del lenguaje moral, hablar de lo que es justo e injusto, bueno y malo. Y esto es crucial en
cualquier comunidad, ya sea la familia o el Estado.
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Según esto, el contexto político condiciona nuestra existencia. Esto no quiere decir que la sociedad
moldee a los individuos, sino más bien que el bienestar de cada individuo es inseparable del bienestar de
la polis o ciudad.
Era quizás inevitable que un griego vinculara tan estrechamente a la ciudad con lo que es bueno
para los seres humanos. Es como si la libre asociación de ciudadanos que se someten de buen grado al
imperio de la ley y aspiran todos al bien común nos diera la misma esencia de lo que diferencia a la
humanidad de los animales.
Todos los filósofos griegos aceptaron estas dos dimensiones en el alma humana, pero unos subrayaron
un aspecto y otros otro; por ejemplo, Platón destaca la primera dimensión, defendiendo su carácter divino e
inmortal; sin embargo, Aristóteles va a subrayar la segunda (pero sin olvidar totalmente la primera, como se
verá en relación con el alma intelectiva).
Al entender de este modo la noción de alma Aristóteles estará obligado a admitir la existencia del alma
no sólo en los hombres, sino también en los animales y las plantas. Puesto que el alma es principio de vida y
existen distintos niveles de vitalidad, habrá también distintas almas, o partes del alma o funciones del alma.
Por ello, Aristóteles distingue la vegetativa, la sensitiva y la intelectiva.
Hay que tener cuidado en este punto: en los animales encontramos el alma vegetativa y el alma sensitiva
y en los hombres el alma vegetativa, la sensitiva y la intelectiva, pero en realidad no se trata de que en los
animales haya dos almas y en los hombres tres, sino más bien de un alma con dos funciones (la vegetativa y
la sensitiva) en el caso de los animales y con tres funciones en el caso de los hombres (la vegetativa, la
sensitiva y la intelectiva).
De este modo se puede salvar la conciencia de la identidad y unidad que encontramos en nuestra vida
psíquica, pues no creemos que sea un sujeto el que desea comer y otro el que piensa el modo de realizar este
deseo sino que se trata del mismo sujeto que vive distintas actividades.
Para Aristóteles, el ser humano, al igual que los demás seres vivos, es el resultado de la unión de cuerpo,
que es material y se comporta como toda materia, y alma. Pero para Aristóteles esta unión no es accidental,
como sostenía Platón; cuerpo y alma se unen para formar una única sustancia: el ser humano. Aristóteles no
consideraba el alma (ni siquiera el alma humana), inmortal, al modo de los pitagóricos y Platón, sino que la
consideraba corruptible, junto con el cuerpo.
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4.3 LA DISTICIÓN ENTRE FINES:
El fin es la finalidad o motivo de una acción. Llamamos fin al término de una acción, al acabarse
una actividad; pero en la filosofía aristotélica el sentido más importante de este concepto es otro: fin como
aquello en virtud de lo cual se hace algo, como el motivo o finalidad de una acción.
Todos los seres naturales y artificiales tienen fines, fines que están definidos a partir de lo que son en
acto, a partir de su esencia y forma, y a cuya realización aspiran.
La noción de fin es muy importante en la física y en la metafísica aristotélica pero también está
presente con claridad en su antropología y en su ética. Ahora bien, se pueden distinguir dos tipos de fines:
FINES ÚTILES COMO MEDIOS (O IMPERFECTOS). Es aquel fin que se quiere por otra cosa y
no por sí mismo. Estos fines son los que mueven al hombre pero sólo como medios para conseguir
otros fines. No son, por tanto, válidos por sí mismos. Por ejemplo, tomar una medicina, se realiza no por
sí mismo sino con vistas a sanar. Ahora bien, si un fin fuese medio para otro, y éste a su vez para otro, y
así hasta el infinito, nunca se cumpliría el fin. Una tesis fundamental de la ética aristotélica es la idea de
que no puede ocurrir que todos nuestros fines sean fines medios, pues en tal caso, dice Aristóteles, la
serie de nuestras intenciones se prolongaría indefinidamente. Por lo tanto, tiene que haber otro tipo de
fines: los fines últimos.
FINES ÚLTIMOS (O PERFECTOS). Es aquel fin que se quiere por sí mismo y no por otra cosa.
Estos fines no están condicionados por otros y valen, por lo tanto, en sí mismos. Aristóteles defenderá la
existencia de un fin último cuya realización es el máximo y principal afán humano y llama felicidad a
dicho fin.
5 LA ÉTICA:
5.1 LA TEORÍA DE LA VIRTUD:
Ya hemos explicado en temas anteriores cómo ha ido evolucionando el concepto de virtud en el
mundo heleno (siempre sobre la base de la concepción de la virtud como “buena disposición para el
cumplimiento o realización perfecta de una inclinación natural”; “excelencia añadida a algo como
perfección”).
En Aristóteles, la virtud tiene un sentido epistemológico y un sentido moral; por eso habrá que hablar
de virtudes intelectuales o dianoéticas y virtudes morales.
VIRTUDES MORALES. Pero el hombre también tiene movimientos sensibles, apetencias; es decir,
acciones que nacen de su alma sensitiva; pues bien el regir estos movimientos por el intelecto constituye
otro tipo de virtudes que Aristóteles denomina “morales”. Este regir las acciones nacidas del alma sensitiva
por el intelecto lleva a imponer a las propias acciones un cierto orden, una cierta medida.
Aristóteles parte de su concepción del alma humana y se centra en su parte irracional sede de las
pasiones. Cada pasión da origen a un hábito, éstos son susceptibles de clasificación en una línea que va más
a menos facilidad o inclinación a la pasión de que se trate. Los estados extremos del hábito relativo a la
pasión son vicios; y el estado intermedio entre esos dos excesos es la virtud.
La virtud es el justo medio, el hábito de sentir, elegir y actuar según cierta norma o medida: el
término medio.
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La virtud es un equilibrio entre dos extremos igualmente perjudiciales. Es una armonía que produce
bienestar (psíquico, del alma) y para obtenerlo es necesario que se frenen todas las tendencias hacia los
extremos, hacia la exageración, la destemplanza, la desmesura. En las acciones humanas es equivalente a la
moderación, la templanza, la medida. Es la "buena proporción".
Ese fin último, que no es para nosotros medio para obtener un fin ulterior, y que, por bastarse a sí
mismo -por ser el último- es el más perfecto, es la felicidad.
Ahora, aunque "todos los seres humanos desean la felicidad" ésta es un término ambiguo.
Propiamente la reflexión ética no tiene más objeto que la investigación acerca de la naturaleza de la
felicidad y de los medios para obtenerla. Los estados u objetos que pensamos van a hacer felices a los
seres humanos los estimamos así en función de la idea que previamente nos hemos fijado de lo que es el ser
humano, de esta forma, la ética presupone una antropología: qué deba hacer el ser humano depende de qué
pensemos que sea o haya de ser éste.