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ASPECTOS BIOLÓGICOS

La conducta violenta a pesar de no constituir una enfermedad donde el elemento biológico


desempeñe un papel fundamental, se aborda integralmente como fenómeno de
trascendencia actual debido a la magnitud del daño, muerte e invalidez que ocasiona y
además de analizarlo desde la dimensión socio-psicológica se investigan las causas
biológicas que predisponen a un sujeto a iniciar y mantener estos comportamientos con el
objetivo de prever con marcadores y atenuar con tratamientos biológicos estos
comportamientos.

La psiquiatría vinculada al desarrollo de las neurociencias es una de las especialidades


llamadas a dar explicaciones de este fenómeno, sobre todo en el marco del análisis
biológico, por estar entre nuestro objeto de estudio la conducta humana y la corrección de
sus desórdenes, entre estos el comportamiento auto y heteroagresivo que deriva de la
psicopatología de los trastornos mentales.

La manifestación de la violencia más nociva y letal es la agresividad, que surge desde la


especie a través de la filogenia y ha sido transmitida por la herencia como un mecanismo de
supervivencia, de selección natural de las especies y que amenaza con ser un mecanismo
aniquilador de la misma.

Teniendo en cuenta este origen antropogénico de la conducta agresiva existe una


justificación para analizarla en el marco de la condición biológica, existiendo convergencia
entre los estudios en modelos animales y la conducta agresiva en el humano, con muchas
más variantes sociales que actúan como estímulo, motivación o pauta de reacción,
señalando la conducta defensiva ante un peligro potencial acompañada de componente
emocional, con reacción de ataque o huida, con cambios somáticos por descarga simpática,
a la que llamaremos agresión reactiva, a la que el humano reacciona por peligro,
frustración o miedo y es poco reflexiva, y la conducta predadora de destrucción de sujetos
de una misma especie por dominancia, territorialidad, obtención de alimentos o
competencia sexual: agresividad instrumental, que en el humano responde a la obtención
de metas, no es emotiva y está presente la reflexión. Ambas tienen origen biológico
diferente.

Las teorías del aprendizaje, que desvían la atención del enfoque biológico puro, enfatizan
que la conducta es el resultado de un proceso de acondicionamiento por reforzamiento o
imitación. Ello nos lleva a la observación de que las personas pueden adquirir estilos
agresivos de conducta, por experiencia directa o al imitar los modelos sociales agresivos.

Watson,10 que basó sus teorías en la experimentación animal postula que el


comportamiento humano expresa las experiencias aprendidas o imitadas, enfatizando en
este aprendizaje al ambiente, constituyendo un aprendizaje por modelación al observar
repetidas conductas. Thorndike11 plantea que el comportamiento está formado por sus
consecuencias. Si estas causan satisfacción se refuerzan o se mantienen en el futuro. Si son
desagradables, se debilitan y extinguen. Skiner apoyó los postulados de Thorndike.
Bandura enfatiza que tanto el aprendizaje como la imitación influyen. Estas teorías restan
importancia al factor biológico en el comportamiento violento y dan una concepción
mecánica que plantea que el ser humano, cuando comete delitos, lo hace como reflejo de lo
que ha aprendido en su ambiente social.

Se reporta relación significativa en sujetos de conducta agresiva que han tenido padres o
parientes que los han sometido a fuertes constantes, desmedidos y violentos castigos, tienen
historia de abusos sexuales, provienen de familias disfuncionales o ha existido deprivación
del afecto materno por abandono familiar en instituciones,12 donde además aprenden a usar
la violencia para defenderse, hacerse respetar u obtener objetivos que refuerzan este patrón
como medio de supervivencia y éxito. Otra forma de aprendizaje social es por aprendizaje
vicario, que consisten en aprender por las experiencias ajenas sin tener que pasar
directamente por la experiencia (por ejemplo, lo que vemos en la TV o en el cine).

Esto pudiera estar dado porque el cerebro infantil es vulnerable a cambios. Estímulos
psicológicos traumatizantes producen cambios en las conexiones neurales y mutaciones
genéticas que acarrean y predisponen a una conducta violenta el resto de la vida.

Durante los primeros años de vida los padres controlan las experiencias infantiles de
gratificación o frustración, sirviendo de modelo a imitar. Si los padres usan un castigo
agresivo, sirven de modelo agresivo a través de la imitación, la cual es moldeada
paralelamente en la interrelación escolar con otros niños agresivos, la literatura, la TV y el
cine, que presentan la agresividad como una aceptable y simpática respuesta (Tortugas
Ninjas, Power Rangers), reforzando el aprendizaje imitativo inicial del regaño violento y
escandaloso que enseña al niño a verlo como forma de conducta aceptable cuando esos
comportamientos son criticados y rechazados socialmente.

Se postula que esta influencia comienza a operar desde los primeros años de vida, incluso
antes de que el niño domine el lenguaje. Y a los 5 años y según las experiencias tenidas
hasta entonces se sabrá si el niño será amable, cuidadoso o agresivo. La mejor forma de
saber si un niño es primariamente agresivo es observarlo los primeros años de vida y las
condiciones anteriores se relacionan con el debut temprano de la agresividad.

Pero no todos los niños expuestos a maltratos o abusos sexuales desarrollan


determinísticamente una conducta agresiva, ni los niños y adolescentes que ven películas de
violencia, tienen acceso a armas o provienen de una cultura violenta, son primariamente
agresivos. Al parecer hace falta un particular ambiente en una particular biología, esta
última constituye para algunos autores12 un importante factor de riesgo para el desarrollo
de la violencia.
El mito de la enfermedad mental

Para algunos autores la agresión física contra otras personas pasa necesariamente por la
causalidad de una anormalidad mental en el agresor y se mantiene el mito de la enfermedad
mental como potencial causa homicida. El vulgo identifica al “loco” como furioso o
agresivo. Mucho se habló en otros tiempos de la asimilación entre trastorno (enfermedad,
deficiencia) mental severo, violencia y delincuencia, de forma tal que los límites entre
insana y perversidad no eran precisos. Esta estrecha relación justificó el confinamiento de
enfermos en jaulas y más tarde en manicomios.
Hay estudios que han sugerido una asociación entre cuadros psicóticos o demenciales y
violencia, reportándose13 que más del 50 % de todos los pacientes psiquiátricos y
aproximadamente el 10 % de los esquizofrénicos presentan conductas violentas que varían
desde las amenazas hasta la agresividad dirigida o agitada, los estudios se han caracterizado
en general por su debilidad metodológica, investigaciones longitudinales más serias
metodológicamente han confirmado la existencia de tales relaciones significativas.
Seguimientos longitudinales confirman que los sujetos con trastornos mentales severos
presentan un elevado riesgo de delincuencia y más concretamente de delincuencia
violenta.14-15

Si bien es cierto que la falta de control, excitación y agresividad del psicótico traen
aparejado un riesgo que se asocia con actos de severa violencia (ensañamiento, alevosía), se
reportan resultados contradictorios a este planteamiento15,16 al comparar la frecuencia de
agresiones entre enfermos con la de la población general y concluyen que las cifras de
homicidios dependientes de enfermedades psicóticas no alcanzan niveles socialmente
alarmantes, existiendo gran desproporción entre los crímenes atribuidos y la criminalidad
de la población general o afecta de disfunciones psíquicas menos graves (trastornos de
personalidad, abuso de sustancias).

Indicadores de riesgo adicionales en el diagnóstico de psicosis son: el sexo masculino,


comorbilidad con trastornos de personalidad y/o abuso de sustancias, incumplimiento del
tratamiento, desfavorable curso de la enfermedad y dificultades en la integración social del
paciente. Se señala que el riesgo de violencia en un psicótico no parece disminuir con la
edad como en el resto de la población y tiene mayor posibilidad de recidiva.14 También se
ha visto en pacientes psicóticos que han cometido actos de agresividad, una proporcional
descendencia de hijos con presencia de conducta violenta.15

Hay que señalar que el enajenado puede conocer el carácter reprensible de su conducta aun
si el acto está justificado ante sus ojos, como ocurre en delirios sistematizados de las
psicosis paranoides. Pero también el alienado no actúa única y exclusivamente bajo los
efectos de su psicopatología sino que pasa al acto antisocial por razones comunes a las de
otros delincuentes.

Una condición establecida como facilitadora de la conducta violenta es la


drogodependencia. Además de los mecanismos sociales de patrones y grupos de
pertenencia que los llevan a actuar más agresivamente, desde el punto de vista biológico la
agresividad está justificada por la acción desinhibidora del tóxico sobre ciertos impulsos y
tendencias y la alteración de conciencia que hacen funcionar al sujeto a niveles
subcorticales. La abstinencia, con el deterioro en el centro de recompensa del accumbens y
la movilización de noradrenalina, provocan un estado de alerta con facilitación de conducta
motora traducida en excitación y agresividad.

Otra vertiente que proporcionan el alcohol y otras drogas como riesgo de violencia, son los
cuadros psicóticos desencadenados y producidos por el consumo excesivo y prolongado,
con abundante sensopercepción y conducta agresiva, que son justificativos de atención
médica por la peligrosidad que detentan.
A pesar de la real peligrosidad de estos cuadros psicopatológicos consecuencia de la
ingestión de alcohol y drogas mencionados con anterioridad, no son estos los que más se
relacionan con los delitos de violencia. Son los trastornos de personalidad psicopática,
impulsiva y sádica los diagnósticos que más incidencia tienen en las estadísticas de crimen
violento.
Factores genéticos

Debemos a César Lombroso17 la relación de lo biológico y el crimen y muy


particularmente el crimen violento, al describir prototipos predispuestos e identificados con
estigmas somáticos (rasgos y medidas del cráneo y la cara así como otras malformaciones
corpóreas) del criminal nato, traduciendo la identificación de lesiones o disfunciones que
no permitían una adaptación social adecuada o hacían reaccionar al sujeto de manera
transgresiva ante estímulos que a otras personas no las conducían al crimen.

Una de las primeras líneas de atención biológica que abrió la orientación típica
lombrosiana, factor que le dio históricamente peso a la herencia en la génesis de la
conducta delictiva,18 llamando la atención a partir de 1961 fue la relación de la
criminalidad con anomalías cromosómicas, vinculando los cariotipos 47 XYY y XXY
(Klinefelter) con la delincuencia, fundamentalmente violenta y juvenil.19 Estudios
posteriores realizados en grandes muestras de reclusos han demostrado baja incidencia de
ambos cariotipos vinculando el 47 XYY con personalidades psicopáticas y que también
muchos portadores de esta anomalía no presentan antecedentes de conducta agresiva,
negando la explicación de que la violencia depende genéticamente solo de este elemento.

Estudios comparativos de gemelos monocigóticos criados en diferentes medios confirman


que aproximadamente el 40 % de los rasgos de personalidad son conferidos a los rasgos
genéticos.20

Las posiciones actuales en cuanto a presencia genética en el comportamiento violento


postulan que se heredan genes causantes de distorsiones bioquímicas primarias que no
desorganizan de modo mantenido la conducta y que tienen su expresión en el
temperamento, definiendo el tenor neuroquímico de neurotrasmisores como la serotonina,
que se ha visto involucrado en el temperamento violento y que determina desde una leve
desviación psicopática por rasgos de impulsividad hasta evidentes trastornos de
personalidad antisocial o borderline, o trastornos psiquiátricos definidos por un
comportamiento agresivo o suicida.

Estos comportamientos están determinados por formas variantes de genes que codifican
enzimas o proteínas que sirven de transportador al neurotrasmisor, como el polimorfismo
del gen codificador de la triptófano-hidroxilasa, enzima limitante de la serotonina
relacionada con la conducta suicida.21

La variante genética codificadora de la enzima metabolizadora de la MAO está relacionada


con el comportamiento violento en sujetos sometidos a estresores sociales, experiencias de
maltrato físico, abusos sexuales, deprivación de afecto con sentimientos de rechazo
materno durante la infancia con cambio frecuente de cuidadores,22 determinando que no
todos los niños maltratados desarrollaron una conducta violenta en edades adultas.

Niños sometidos a maltratos físicos, abuso físico y sexual y deprivación de afecto, que en
su adultez presentaron comportamientos violentos coincidieron en un 85 % con baja
actividad de la MAO por el polimorfismo funcional y contrastaban con los adultos que
fueron también sometidos a las mismas condiciones de maltrato durante su infancia.

La genética relacionada con la conducta violenta se manifiesta también en el déficit de la


alcohol-deshidrogenasa para adquirir el hábito alcohólico que actúa como factor
condicionador de comportamientos violentos.
Factores neuroquímicos

La investigación neuroquímica y farmacológica demuestra que son múltiples los


neurotransmisores que participan en la modulación del comportamiento agresivo,
existiendo una convergencia entre los estudios en modelos animales y la investigación en
humanos. En los primeros, los diferentes tipos de comportamiento violento tienen
diferentes bases bioquímicas, la agresión predatoria, en que el animal destruye sujetos de
otra o de su misma especie por dominancia, territorialidad, competencia sexual u obtención
de alimentos se vincula con disminución de los niveles de serotonina y GABA y aumento
de la dopamina, neurotransmisor facilitador de las conductas agresivas.

La agresividad defensiva ante un peligro actual o potencial y que se acompaña de ansiedad,


ataque o huida, se vincula a un aumento del tenor de noradrenalina.

Tanto en el animal como en el humano se destacan los disturbios en la serotonina,12,23


neurotransmisor predominante en los centros de control de la conducta de alimentación,
sexo, huida y lucha. El hallazgo más común en sujetos con historia de conducta violenta o
impulsiva, incluido el homicidio, es el de niveles significativamente bajos del principal
metabolito de la serotonina, el ácido 5-hidroxi-indolacético (HIAA)24 lo que reflejaría una
actividad disminuida de los sistemas serotoninérgicos centrales. En algunos de estos
estudios la disminución del metabolito de la serotonina se ha encontrado, además,
correlacionada cuantitativamente con indicadores psicométricos de agresividad. Del
análisis de las características conductuales de los sujetos con niveles bajos de HIAA en el
LCR, se ha propuesto que este metabolito podría representar más un marcador de
impulsividad que de violencia.25,26 Asimismo, en alcohólicos con síndrome de abstinencia
también se observa un descenso de los niveles de HIAA en el líquido cefalorraquídeo
(LCR).27,28

Según esta hipótesis, la disminución de actividad serotoninérgica se acompañaría de un


déficit del control de impulsos, lo que se traduciría en una mayor probabilidad de
comportamientos violentos. Esto, a su vez, está de acuerdo con datos provenientes de la
experimentación animal. Diversas investigaciones en las que se provoca depleción
encefálica de serotonina durante un período de días tras el tratamiento con p-
clorofenilalanina (PCPA), que inhibe selectivamente la triptófano-hidroxilasa y, por tanto,
la síntesis de serotonina. Las respuestas a esta depleción son similares en una serie de
animales de laboratorio y comprenden una mayor actividad motora e insomnio.
Género

El género imprime una caracterización masculina a la conducta violenta. Las estadísticas


son significativas en el predominio de varones como perpetradores de conducta violenta. La
consistencia de diferencias sexuales en el comportamiento agresivo a través de especies y
culturas, influidas por el rol social del macho y la subordinación y sometimiento de la
mujer, indica la posibilidad de una base hormonal de la agresión. Como los niveles de
testosterona del sexo masculino son diez veces más altos que los del femenino, los
investigadores han centrado su atención en el papel de los andrógenos en la expresión de la
conducta agresiva.

Pues bien, si la testosterona que es responsable de otros caracteres sexuales secundarios,


pudiera dar cuenta de la mayor agresividad de los varones; entonces altos niveles de
testosterona deberían relacionarse con altos niveles de conducta agresiva. En todos los
estudios revisados28,29 no se desprende ninguna evidencia clara sobre la relación directa
entre niveles altos de testosterona e incremento del comportamiento agresivo. Esto lleva a
pensar que la relación entre hormonas y agresión no sea directa. Es decir, que la
testosterona puede influir sobre otras variables y estas a su vez ser las que influyan sobre la
conducta agresiva, como por ejemplo, que algunas características de la personalidad o
disposiciones personales derivadas del tenor hormonal del sujeto puedan predisponer a la
agresión. La dificultad en precisar estas relaciones mediadoras es la que provocaría esta
confusión e inconsistencia de los resultados de las investigaciones revisadas.

En varias especies de primates no humanos se han encontrado correlaciones significativas


entre los niveles de dominancia, agresión y testosterona, especialmente durante los períodos
de formación de grupos sociales nuevos, cuando se están estableciendo jerarquías sociales
entre individuos que no se conocían con anterioridad.

El hallazgo más interesante es que los niveles de testosterona, que suelen ser similares en
todos los animales antes de la interacción social, se elevan espectacularmente en los
vencedores de las peleas y disminuyen en los perdedores. En esta línea podemos situar las
fuertes relaciones encontradas entre los andrógenos y conductas relacionadas con la
agresión. Así, algunas investigaciones encuentran que la testosterona está relacionada con
ciertas características de la personalidad como dominancia, asertividad o ciertos
comportamientos que podemos llamar de búsqueda de sensaciones.28,30,31 Entonces
entenderíamos la conducta agresiva como consecuencia del nivel de búsqueda de
sensaciones o asertividad del individuo. Muy recientemente, se ha encontrado mayores
niveles de agresividad física, verbal, indirecta y reactiva en los hombres. Asimismo,
conforme avanza la edad disminuyen los niveles de agresividad física.29

Schalling32 administró una variedad de escalas de personalidad y autoinformes a


delincuentes adolescentes. Encontró que el nivel de testosterona estaba significativamente
correlacionado con autoinformes de agresión verbal, preferencia por deportes, sociabilidad,
extroversión y no conformidad. Concluye que el delincuente adolescente con alto nivel de
testosterona es alguien sociable, asertivo y seguro de sí mismo. Y que no está dispuesto a
seguir las normas convencionales de comportamiento (no conformidad). De esta forma los
altos niveles de testosterona influirían directamente sobre características de la personalidad
que a su vez influirían en el comportamiento agresivo.25

Por otra parte, los estrógenos disminuyen la conducta agresiva y competitiva en el género.
Existen reportes de que ocurre un mayor por ciento de detenciones en mujeres los días
previos a la menstruación, momento en que se produce disminución fisiológica de los
niveles de estrógeno.26
Circuito de regulación de la emoción

La emoción y el estilo afectivo en el cerebro humano se regulan por un circuito complejo


que procesa, amplifica, atenúa o mantiene la emoción. Este circuito incluye regiones de la
corteza prefrontal, corteza cingulada anterior, corteza insular y órbito-frontal junto a
regiones límbicas como hipocampo, hipotálamo, striatum y amígdala, estructura crucial en
el aprendizaje y asociación de estímulos de recompensa y castigo, vinculada a procesos de
memoria y emoción junto a hipocampo y striatum. Cada una de esas estructuras
interconectadas juegan un rol en los diferentes aspectos de la regulación de la emoción y las
anormalidades en una o más de esas regiones y/o las interconexiones entre ellas se han
asociado con fallas de la regulación de la emoción y también con una incrementada
propensión a la agresión impulsiva y violencia.27

Hay contribuciones genéticas y medioambientales a la estructura y función de esta


circuitería. De hecho, la corteza prefrontal recibe una proyección de fibras serotoninérgicas
mayor, que es disfuncional en individuos que muestran violencia impulsiva. Los individuos
vulnerables a la regulación defectuosa de emociones negativas están en riesgo para adoptar
conductas violentas y agresivas.

Una variedad de evidencias indican que la amígdala es crucial en el aprendizaje y


asociación de estímulos de recompensa y castigo, vinculados a procesos de memoria y
emoción junto a hipocampo y striatum.33,34 En los estudios de neuroimagen en humanos,
la amígdala se activa en respuesta a señales que denotan amenaza (como las señales faciales
de miedo),35 así como durante el miedo inducido36 y la vivencia de afectos negativos (por
ejemplo, provocados al mirar cuadros desagradables).37 Los pacientes con daño bilateral
selectivo de la amígdala tienen una dificultad específica en el reconocimiento de
expresiones faciales temerosas.37 Normalmente, la amígdala se activa más fuertemente por
las expresiones faciales de miedo que por otras expresiones faciales, incluso por el enojo.
En contraste, la intensidad creciente de expresiones faciales de enfado es asociada con la
activación aumentada de la corteza órbito-frontal (COF) y la corteza cingulada anterior
(CCA).38

Hay resultados que apoyan que las personalidades psicopáticas, una condición
psicopatológica que tiene entre sus manifestaciones conductas impulsivas, agresivas,
sádicas y temerarias, manifiestan un ''déficit” fisiológico a la respuesta durante la
imaginería de miedo, reflejando un deterioro de los procesos asociativos normales para los
estímulos simbólicos, en este caso lenguaje, que sugieren afecto. Pacientes con lesiones
ventromediales prefrontales (regiones órbito-frontal y mesial frontal baja) tenían bajas
respuestas electrotérmicas a los estímulos emocionalmente cargados. Si la baja respuesta
electrotérmica refleja la hipofunción de la corteza órbito-frontal (COF), entonces los sujetos
portadores de personalidad psicopática exhiben reacciones fisiológicas reducidas frente a
los estímulos aversivos.39

En dos estudios de neuroimagen que han intentado inducir enojo específicamente,11, 37 los
sujetos normales mostraron la activación aumentada en la COF y la CCA. Estas
activaciones normalmente pueden ser parte de una respuesta reguladora automática que
controla la intensidad del enojo expresado. En sujetos predispuestos a la agresión y
violencia, el aumento de la activación en COF y CCA normalmente observada en las tales
condiciones, se atenuaría.
Trastornos cognitivos y hallazgos funcionales

La impulsividad y la violencia están ligadas a deterioro cognitivo, vinculándose a sujetos


debutantes de conducta violenta antisocial con déficit visuales y en el lenguaje,39 dificultad
en las tareas de cambios en la atención de un estímulo perceptual a otro, e incapacidad de
alterar su conducta ante estímulos que tengan significación emocional como el miedo.40
Estos reportes de deterioro cognitivo pueden estar en relación con alteraciones prefrontales
vistas en Tomografía de Emisión de Positrones (PET).41En esta investigación se comparó
la actividad metabólica de 42 asesinos con la de un número igual de controles, observando
que los asesinos presentaban un metabolismo frontal disminuido, sosteniendo la hipótesis
de que la corteza prefrontal dañada puede conducir al comportamiento violento. Otro autor
reporta reducción del volumen del lóbulo frontal detectado con Resonancia Magnética
Funcional (fMRI) en asesinos impulsivos,42vinculándose la agresividad impulsiva, no
instrumental, con daño cortical prefrontal.

Otra investigación exploró con fMRI,43sistemas neurales implicados en el procesamiento


emocional durante la presentación de una tarea afectivo-verbal en psicópatas criminales, no
criminales y controles, reportándose activación no límbica y deficiente activación de
localizaciones anatómicas como la amígdala, que en sujetos normales tiene gran actividad
hemodinámica, especulándose que el deterioro de esas estructuras límbicas responsables de
la atención, aprendizaje y procesamiento de la atención determina el comportamiento
psicopático y justifica la dificultad en aprender con la experiencia, la falta de piedad por el
mecanismo inhibitorio de la violencia, la poca sensibilidad al dolor y otras manifestaciones
clínicas de estos trastornos de la personalidad proclives a la agresividad instrumental.

Se ha detectado conductas de hiperactividad, desadaptación escolar con un paradójico alto


nivel intelectual en sujetos violentos, asimismo, el alto por ciento de zurdos entre los
comisores de conducta violenta, ha llevado a plantear trastornos en la lateralidad
hemisférica con disfunción en el hemisferio dominante de esos sujetos.44

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