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Las teorías del aprendizaje, que desvían la atención del enfoque biológico puro, enfatizan
que la conducta es el resultado de un proceso de acondicionamiento por reforzamiento o
imitación. Ello nos lleva a la observación de que las personas pueden adquirir estilos
agresivos de conducta, por experiencia directa o al imitar los modelos sociales agresivos.
Se reporta relación significativa en sujetos de conducta agresiva que han tenido padres o
parientes que los han sometido a fuertes constantes, desmedidos y violentos castigos, tienen
historia de abusos sexuales, provienen de familias disfuncionales o ha existido deprivación
del afecto materno por abandono familiar en instituciones,12 donde además aprenden a usar
la violencia para defenderse, hacerse respetar u obtener objetivos que refuerzan este patrón
como medio de supervivencia y éxito. Otra forma de aprendizaje social es por aprendizaje
vicario, que consisten en aprender por las experiencias ajenas sin tener que pasar
directamente por la experiencia (por ejemplo, lo que vemos en la TV o en el cine).
Esto pudiera estar dado porque el cerebro infantil es vulnerable a cambios. Estímulos
psicológicos traumatizantes producen cambios en las conexiones neurales y mutaciones
genéticas que acarrean y predisponen a una conducta violenta el resto de la vida.
Durante los primeros años de vida los padres controlan las experiencias infantiles de
gratificación o frustración, sirviendo de modelo a imitar. Si los padres usan un castigo
agresivo, sirven de modelo agresivo a través de la imitación, la cual es moldeada
paralelamente en la interrelación escolar con otros niños agresivos, la literatura, la TV y el
cine, que presentan la agresividad como una aceptable y simpática respuesta (Tortugas
Ninjas, Power Rangers), reforzando el aprendizaje imitativo inicial del regaño violento y
escandaloso que enseña al niño a verlo como forma de conducta aceptable cuando esos
comportamientos son criticados y rechazados socialmente.
Se postula que esta influencia comienza a operar desde los primeros años de vida, incluso
antes de que el niño domine el lenguaje. Y a los 5 años y según las experiencias tenidas
hasta entonces se sabrá si el niño será amable, cuidadoso o agresivo. La mejor forma de
saber si un niño es primariamente agresivo es observarlo los primeros años de vida y las
condiciones anteriores se relacionan con el debut temprano de la agresividad.
Para algunos autores la agresión física contra otras personas pasa necesariamente por la
causalidad de una anormalidad mental en el agresor y se mantiene el mito de la enfermedad
mental como potencial causa homicida. El vulgo identifica al “loco” como furioso o
agresivo. Mucho se habló en otros tiempos de la asimilación entre trastorno (enfermedad,
deficiencia) mental severo, violencia y delincuencia, de forma tal que los límites entre
insana y perversidad no eran precisos. Esta estrecha relación justificó el confinamiento de
enfermos en jaulas y más tarde en manicomios.
Hay estudios que han sugerido una asociación entre cuadros psicóticos o demenciales y
violencia, reportándose13 que más del 50 % de todos los pacientes psiquiátricos y
aproximadamente el 10 % de los esquizofrénicos presentan conductas violentas que varían
desde las amenazas hasta la agresividad dirigida o agitada, los estudios se han caracterizado
en general por su debilidad metodológica, investigaciones longitudinales más serias
metodológicamente han confirmado la existencia de tales relaciones significativas.
Seguimientos longitudinales confirman que los sujetos con trastornos mentales severos
presentan un elevado riesgo de delincuencia y más concretamente de delincuencia
violenta.14-15
Si bien es cierto que la falta de control, excitación y agresividad del psicótico traen
aparejado un riesgo que se asocia con actos de severa violencia (ensañamiento, alevosía), se
reportan resultados contradictorios a este planteamiento15,16 al comparar la frecuencia de
agresiones entre enfermos con la de la población general y concluyen que las cifras de
homicidios dependientes de enfermedades psicóticas no alcanzan niveles socialmente
alarmantes, existiendo gran desproporción entre los crímenes atribuidos y la criminalidad
de la población general o afecta de disfunciones psíquicas menos graves (trastornos de
personalidad, abuso de sustancias).
Hay que señalar que el enajenado puede conocer el carácter reprensible de su conducta aun
si el acto está justificado ante sus ojos, como ocurre en delirios sistematizados de las
psicosis paranoides. Pero también el alienado no actúa única y exclusivamente bajo los
efectos de su psicopatología sino que pasa al acto antisocial por razones comunes a las de
otros delincuentes.
Otra vertiente que proporcionan el alcohol y otras drogas como riesgo de violencia, son los
cuadros psicóticos desencadenados y producidos por el consumo excesivo y prolongado,
con abundante sensopercepción y conducta agresiva, que son justificativos de atención
médica por la peligrosidad que detentan.
A pesar de la real peligrosidad de estos cuadros psicopatológicos consecuencia de la
ingestión de alcohol y drogas mencionados con anterioridad, no son estos los que más se
relacionan con los delitos de violencia. Son los trastornos de personalidad psicopática,
impulsiva y sádica los diagnósticos que más incidencia tienen en las estadísticas de crimen
violento.
Factores genéticos
Una de las primeras líneas de atención biológica que abrió la orientación típica
lombrosiana, factor que le dio históricamente peso a la herencia en la génesis de la
conducta delictiva,18 llamando la atención a partir de 1961 fue la relación de la
criminalidad con anomalías cromosómicas, vinculando los cariotipos 47 XYY y XXY
(Klinefelter) con la delincuencia, fundamentalmente violenta y juvenil.19 Estudios
posteriores realizados en grandes muestras de reclusos han demostrado baja incidencia de
ambos cariotipos vinculando el 47 XYY con personalidades psicopáticas y que también
muchos portadores de esta anomalía no presentan antecedentes de conducta agresiva,
negando la explicación de que la violencia depende genéticamente solo de este elemento.
Estos comportamientos están determinados por formas variantes de genes que codifican
enzimas o proteínas que sirven de transportador al neurotrasmisor, como el polimorfismo
del gen codificador de la triptófano-hidroxilasa, enzima limitante de la serotonina
relacionada con la conducta suicida.21
Niños sometidos a maltratos físicos, abuso físico y sexual y deprivación de afecto, que en
su adultez presentaron comportamientos violentos coincidieron en un 85 % con baja
actividad de la MAO por el polimorfismo funcional y contrastaban con los adultos que
fueron también sometidos a las mismas condiciones de maltrato durante su infancia.
El hallazgo más interesante es que los niveles de testosterona, que suelen ser similares en
todos los animales antes de la interacción social, se elevan espectacularmente en los
vencedores de las peleas y disminuyen en los perdedores. En esta línea podemos situar las
fuertes relaciones encontradas entre los andrógenos y conductas relacionadas con la
agresión. Así, algunas investigaciones encuentran que la testosterona está relacionada con
ciertas características de la personalidad como dominancia, asertividad o ciertos
comportamientos que podemos llamar de búsqueda de sensaciones.28,30,31 Entonces
entenderíamos la conducta agresiva como consecuencia del nivel de búsqueda de
sensaciones o asertividad del individuo. Muy recientemente, se ha encontrado mayores
niveles de agresividad física, verbal, indirecta y reactiva en los hombres. Asimismo,
conforme avanza la edad disminuyen los niveles de agresividad física.29
Por otra parte, los estrógenos disminuyen la conducta agresiva y competitiva en el género.
Existen reportes de que ocurre un mayor por ciento de detenciones en mujeres los días
previos a la menstruación, momento en que se produce disminución fisiológica de los
niveles de estrógeno.26
Circuito de regulación de la emoción
Hay resultados que apoyan que las personalidades psicopáticas, una condición
psicopatológica que tiene entre sus manifestaciones conductas impulsivas, agresivas,
sádicas y temerarias, manifiestan un ''déficit” fisiológico a la respuesta durante la
imaginería de miedo, reflejando un deterioro de los procesos asociativos normales para los
estímulos simbólicos, en este caso lenguaje, que sugieren afecto. Pacientes con lesiones
ventromediales prefrontales (regiones órbito-frontal y mesial frontal baja) tenían bajas
respuestas electrotérmicas a los estímulos emocionalmente cargados. Si la baja respuesta
electrotérmica refleja la hipofunción de la corteza órbito-frontal (COF), entonces los sujetos
portadores de personalidad psicopática exhiben reacciones fisiológicas reducidas frente a
los estímulos aversivos.39
En dos estudios de neuroimagen que han intentado inducir enojo específicamente,11, 37 los
sujetos normales mostraron la activación aumentada en la COF y la CCA. Estas
activaciones normalmente pueden ser parte de una respuesta reguladora automática que
controla la intensidad del enojo expresado. En sujetos predispuestos a la agresión y
violencia, el aumento de la activación en COF y CCA normalmente observada en las tales
condiciones, se atenuaría.
Trastornos cognitivos y hallazgos funcionales