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Los poderes de representación voluntaria de forma notarial en el

Código Civil y Comercial de la Nación

Citar ABELEDO PERROT Nº: AP/DOC/827/2015


Mandato ~ Representación

Autor: Saucedo, Ricardo J.


Título: Los poderes de representación voluntaria de forma notarial en el Código Civil y Comercial de la Nación
Fecha: 2015-11-25
Publicado: SJA 2015/11/25-3 ; JA 2015-IV

I. LA REPRESENTACIÓN

a) Concepto

En la vida cotidiana es común y frecuente que la celebración de distintos actos jurídicos se verifique por
personas distintas a las que están interesadas en sus contenidos y efectos o consecuencias, por distintas razones
propias de la naturaleza humana (v.gr., incapacidad, necesidad de atender otros asuntos de mayor urgencia o
relevancia económica, casos de fuerza mayor, ineptitud jurídica del sujeto para expresar su voluntad, etc.).

Para ello se acude a la figura de la representación, que, al mismo tiempo que permite la sustitución de un sujeto
por otro a la hora de concretar el negocio en cuestión, facilita también el desplazamiento de los resultados de tal
actuación del celebrante a la persona efectivamente interesada, a quien, por ende, habrán de imputarse sus
consecuencias.

He aquí una noción elemental del instituto: la intervención de un sujeto por otro en la concertación de un
negocio cuyos resultados afectan y alcanzan al segundo.

Manuel O. Cobas la define así: "(e)s un género jurídico, por el cual persona está facultada para otorgar en
nombre y por cuenta de otro, un acto jurídico entre vivos o una serie de dichos actos, salvo que una norma legal
admita su otorgamiento sólo por el titular del derecho"(1).

De esta manera, la figura denota dos aspectos de interés.

Por un lado, el reemplazo de una persona por otra en la celebración del acto; por el otro, que las consecuencias
de lo realizado se proyectan sobre el sujeto inicialmente omitido.

Empero, para que se verifique este último resultado es menester que el desempeño del sustituto se haya ajustado
a las pautas, instrucciones, reglas o disposiciones que se le hayan indicado de modo previo para ese cometido.

b) La representación y el poder

Ahora bien, para que el instituto de la representación pueda operar en la práctica, es menester que la persona que
vaya actuar por otra en el caso concreto esté munida del poder que precisamente la habilite para desempeñarse
en ese sentido.

Así, se incorpora una segunda figura, que está vinculada de manera decisiva con la representación, como es el
poder, que es, ni más ni menos, que la facultad de representar, es decir, de actuar por otro y obligarlo en los
límites indicados en él.

De esto se colige que no existe representación sin poder efectivamente ejercido en el caso concreto, que es el
que permite el desempeño por otro y delimita las aptitudes para hacerlo, marcando los límites y restricciones.

Esto implica que la actuación fuera del ámbito predeterminado en el poder significará en la práctica que el
representante (y apoderado) se habrá extralimitado en sus funciones y quedará, por ende, personalmente
comprometido con lo realizado, salvo que a la postre el sujeto interesado (si puede y así lo desea) ratifique todo
lo hecho en exceso de la facultad de representar.

De lo hasta aquí expuesto se deduce que si el negocio jurídico se ha concertado con representación ejercida, hay
tres sujetos o personas que interactúan aparentemente en tres niveles diversos, a saber:

a) Por un lado, está la relación entre el interesado en la celebración del acto (representado) (A) y quien lo lleva a
cabo en la práctica (representante) (B), al que se confiere la facultad de representar o poder para cumplir con ese

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cometido.

b) Por otro, está el acto jurídico celebrado entre el representante (B) invocando tal calidad en su desempeño (es
decir, previniendo que está actuando por un tercero que no se hace físicamente presente a ese momento) y la
otra parte del negocio (C).

c) Por último, en una tercera dimensión, debe atenderse a los efectos y consecuencias del acto así concluido, que
no afectarán al celebrante en interés y nombre ajenos (B), sino al sujeto realmente comprometido en el caso
concreto (A), que queda así ligado a la otra parte de aquél (C).

Así, la aplicación práctica del instituto de la representación se puede visualizar como un triángulo: en uno de sus
lados está el poder para representar; en otro, el negocio jurídico representativo (es decir, celebrado con
representación invocada y ejercida) y en el tercero, la producción los efectos del negocio jurídico representativo
(2).

Si la facultad de representar no se esgrime, o si se ejercita fuera de los límites conferidos, va de suyo que la
eficacia del negocio así gestado repercute exclusivamente en las partes celebrantes (3) y no alcanza al
representado, que queda totalmente ajeno a aquél, a menos que lo ratifique a posteriori, haciendo suyo todo lo
actuado por el apoderado infiel.

Es precisamente el poder, como facultad de representar, el que permite y sirve de medio para la plena
operatividad del fenómeno jurídico de la representación.

Por eso ambas figuras están indisolublemente unidas, aunque no se confundan, pues la representación no es sino
el efecto del correcto ejercicio del poder.

De aquí que no comulguemos con la división de la representación en "directa" o "inmediata" e "indirecta" o


"mediata", pues sólo la primera es real o auténtica, por cumplir con los recaudos antes apuntados.

La "representación indirecta" no es tal, pues el supuesto "representante" actúa a nombre propio (sin poder, o con
poder no invocado), pero en interés ajeno (como un gestor de negocios).

Por ende, asume prima facie los efectos que se deriven del acto que celebra, hasta tanto la persona en cuyo
interés ha procedido lo libere de aquéllos, ratificando todo lo actuado

c) La vinculación de la representación y el poder con el contrato de mandato

En el régimen de Código velezano, los dos institutos antes considerados estaban unidos al contrato de mandato,
brindando un panorama sumamente confuso sobre la materia.

En efecto, en el título IX de la sección III del Libro II de dicho cuerpo legal se presentaba al contrato de
mandato sobredimensionado, como género o esencia de la representación general (y de la voluntaria en
particular), según prescribían sus arts. 1869 y 1870.

Más aún, en la propia definición de dicho contrato se involucraba directamente al poder (tal como lo
preconizaran, en su momento, el Código Napoleón y sus comentaristas), cuando se afirmaba que éste, como
acto unilateral, una vez aceptado por la persona a favor de quien se concedía y otorgaba (el "mandatario"), se
bilateralizaba, convirtiéndose lisa y llanamente en el contrato de mandato.

Todo esto favorecía a la conjunción de los conceptos de representación, poder y mandato, cuando, en puridad,
se trata de tres figuras diferentes.

En verdad, si bien la representación implica la necesidad de la preexistencia de un poder, no sucede lo propio


con el mandato.

Así, el mandante puede encargar a otro la realización de uno o más actos jurídicos en su interés, pero sin
conceder un poder de representación, de manera que el mandatario actué en estas lides a nombre propio.

Se trata del denominado "mandato oculto" a que aludía el art. 1929 de ese texto legal, que provocaba en quiebre
en el tríptico jurídico "representación-poder-mandato", pues denotaba a las claras que el último elemento de la
secuencia no era constitutivo y esencial, sino más bien aleatorio o circunstancial.

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La cuestión comenzó a clarificarse a partir de la segunda mitad del siglo XIX, gracias a la labor de los juristas
alemanes —especialmente Ihering, Hupka, Windscheid y Laband (4)—.

De aquí que hoy día puede afirmarse sin temor a error que la representación, como fenómeno de sustitución de
una persona por otra, en la emisión o recepción de la declaración de voluntad, es el efecto o consecuencia de la
invocación y empleo de un acto de apoderamiento, cuyo otorgamiento por parte del sujeto interesado (pero que
no asiste personalmente a la celebración del acto) puede tener su origen o causa fuente, entre otros, en un
contrato de mandato, sin revestir éste el carácter de exclusivo.

El nuevo Código es congruente con los argumentos modernos sobre el tema.

Así, el capítulo 8 del título IV de su Libro primero (arts. 358 a 381) se refiere de manera precisa a este tópico,
superando las imprecisiones de su antecesor.

Dicho capítulo se compone de dos secciones.

Aquí interesa la primera, que en apenas cuatro preceptos da las reglas comunes para todas las formas posibles de
aplicación de la figura de la representación, legislándose a continuación solamente lo referente a una de sus
especies, la voluntaria, que queda así totalmente separada de cualquier acto o contrato que pueda servirle de
causa fuente.

Con esto se rompe definitivamente el trinomio representación = poder = mandato y se coloca a este último
contrato en su lugar correcto.

Más aún, en la regulación de dicho negocio se admiten las dos posibilidades o variantes: mandato con o sin
representación, según si el mandante confiere o no al mandatario a la hora de su celebración el poder de
representación (conf. arts. 1320 y 1321).

Y esto, por cierto, condicionará la actuación del último de los sujetos indicados en el caso concreto (en el primer
supuesto lo hará en nombre e interés ajeno; en el segundo, a nombre propio pero en interés ajeno).

No obstante la separación que se establece entre el mandato y el poder de representación voluntaria,


encontramos en el nuevo Código innecesariamente duplicadas muchas de las soluciones previstas en la parte
general, para la regulación de este contrato en especial.

Sin pretender ser exhaustivos, citamos algunas de las más evidentes:

a) La pluralidad de apoderados (art. 378) y de mandatarios (art. 1326) sin indicación de cómo deben actuar, lo
que supone que en ambos casos pueden hacerlo de manera indistinta.

b) La sustitución del poder (art. 377) y del mandato (art. 1327), según si el poderdante o mandante lo ha
autorizado o no y las responsabilidades que asume el sustituyente por el desempeño de quien actúe en el caso
concreto.

c) Las obligaciones del poderdante (art. 373) y del mandante (1328), por un lado, y del apoderado (art. 372) y
mandatario (art. 1324), por el otro.

d) El poder irrevocable (inc. c, art 380) y el mandato irrevocable (art. 1330).

e) La extinción del poder (art. 380) y del mandato (art. 1329).

Si bien es cierto que las disposiciones legales para el contrato de mandato se reducen a su mínima expresión (5),
se mantienen disposiciones que bien podrían obviarse si se considera que estamos ante un acto o negocio que
sirve (como muchos otros) para dar un poder de representación voluntaria.

Con lo cual, en la mayoría de los casos, hubiera bastado con la remisión a las reglas generales, evitando las
iteraciones apuntadas.

De hecho es lo que sucede, por ejemplo, con el mandato irrevocable, ya que el art. 1330 remite al inc. c, art. 380
del nuevo Código.

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II. LA REPRESENTACIÓN EN EL CÓDIGO CIVIL Y COMERCIAL DE LA NACIÓN (6)

a) La regla general

El art. 358, CCiv.yCom., sienta las bases del instituto de la representación al indicar que, por regla, todo acto
jurídico inter vivos (7) puede ser celebrado a través de representantes.

Esto así a menos que se trate de un acto de índole personalísima, caso en el cual deberá concurrir a su
concreción el titular del derecho o prerrogativa en juego, como sucede con el matrimonio o la donación de
órganos.

Por ende, a menos que exista una norma que expresamente disponga lo contrario, el interesado puede hacerse
representar por otro a la hora de concluir un negocio jurídico.

A renglón seguido, el art. 359 prescribe que si el representante ha actuado de manera correcta, ciñéndose a las
potestades conferidas o reconocidas por el propio ordenamiento jurídico, los efectos del acto así concluido
repercutirán directamente en el patrimonio del interesado.

Es decir, se reconoce como nota esencial de este instituto el desplazamiento de las consecuencias jurídicas de la
persona que actuó a la persona efectivamente interesada en el caso concreto.

Como señala Ricardo L. Lorenzetti, "(l)o relevante del acto representativo es que, por la actuación de una
persona, representante, se producen efectos directos sobre el patrimonio de otro, representado"(8).

Va de suyo (y aunque la norma no lo indique de modo expreso) que si el representante se extralimita en su


cometido, su mal desempeño no afecta ni compromete al representado, por quien en la práctica no se ha
actuado.

Los límites de la facultad de representación se derivan del acto de apoderamiento, pues el apartamento de éste
opera como condición resolutoria del efecto de desplazamiento de efectos y, por tanto, como eximente de
responsabilidad del representado para con el tercero con el que se celebró el negocio (9).

b) Las distintas clases de representación

La doctrina argentina distingue tres casos posibles de representación, de acuerdo a la causa que da origen al acto
de apoderamiento, a saber: la legal, la voluntaria y la orgánica, propia de las personas jurídicas.

La primera supone que la facultad de representar está consagrada ab initio en una regla de derecho y se aplica
respecto de aquellas personas a las que se juzga como ineptas para emitir una declaración de voluntad negocial
válida (v.gr., incapaces).

En estas lides, el legislador indica quién habrá de representar a estas personas humanas, indicando también cuál
será el límite de sus atribuciones para lograr, con su actuación por el otro, obligarlo en su persona y patrimonio.

Va de suyo que esta primera clase de representación está esencialmente supervisada y controlada por la
autoridad judicial y las instituciones pertinentes (v.gr., el Ministerio Público, a través de su cuerpo de asesores),
que brindarán las autorizaciones y apoyos que consideren pertinentes en el caso concreto, en miras del interés y
bienestar de la persona del representado.

La segunda implica que la persona escoge libremente a otra para que actúe en su nombre y cuenta.

Así, el apoderamiento se deriva de un acto jurídico que opera como su causa eficiente (v.gr., contratos de
mandato, locación de obra o de servicios, etc.).

Es la autonomía de la voluntad la que determina cuáles son los alcances del poder de representación, su
vigencia, la posibilidad de su sustitución, entre otros aspectos de interés.

La última hipótesis es que se verifica en materia de personas jurídicas, que como entidades no pueden
expresarse y actuar sino a través de aquellas personas humanas que están a cargo del órgano de representación
de ellas.

De aquí que el acto de apoderamiento habrá de buscarse, en estas lides, en el acto constitutivo y fundacional del

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sujeto de derecho, que deberá ajustarse a lo dispuesto por el ordenamiento jurídico, respetando aquellas
disposiciones de corte imperativo que allí se consagren.

Así, a modo de ejemplos, es propio de las sociedades anónimas que su representación esté a cargo del presidente
de su directorio, o de su vicepresidente, en caso de ausencia o impedimento del primero.

Lo propio sucede con las sociedades de responsabilidad limitada, donde la representación queda en manos de
uno o más gerentes, sean o no socios de aquéllas.

Nada obsta, sin embargo, a que estos sujetos de derecho puedan servirse en casos puntuales de representaciones
voluntarias, en la medida en que ello no derogue el esquema de representación propio de la figura dispuesto por
el legislador.

Atiéndase que en cada caso el origen de la facultad de representar está directamente relacionado con los fines u
objetivos que tienen.

En el caso de la necesaria o legal, es claramente tuitivo y protectorio de las personas humanas que están en
inferioridad de condiciones por su inexperiencia, falta de madurez o salud mental, buscando ponerlas en pie de
igualdad con sus congéneres.

En la hipótesis de la voluntaria es la expresión de la autonomía y libertad con que toda persona capaz puede
manejarse en la vida jurídica.

En la orgánica, en fin, se trata de diseñar un esquema de expresión de la voluntad que sea eficaz y sirva tanto
para imputar lo actuado a la persona jurídica como para proteger a los terceros que hayan contratado con ésta a
través de sus representantes.

En el Código decimonónico, la división de las fuentes de la representación no estaba expuesta de manera clara,
atento a que, en última instancia, había que partir del régimen del contrato de mandato y desde allí remitirse a
otras disposiciones que se refirieran al tema (v.gr., del art. 1870 a los arts. 56 y ss. para los incapaces).

El CCiv.yCom. presenta un esquema claro y preciso, aunque no por ello exento de críticas.

Veamos.

El art. 358 con que se inicia la primera sección del capítulo 8 del título IV del Libro primero considera la
división de la representación atendiendo a su causa fuente en voluntaria, legal y orgánica.

Así, se admite, en primer término, la representación voluntaria, que es la que se deriva de un acto jurídico por el
cual el interesado confiere a la contraparte el poder de actuar en su nombre.

Como ya se anticipó, se omite indicar la naturaleza del acto o negocio que da origen a esta primera forma de la
representación, con lo cual se evita la subsunción de la figura en el régimen del mandato, que aparece así como
una causa más de la que puede derivarse el fenómeno jurídico de la actuación por otro.

Además, en la segunda sección del capítulo se brindan mayores precisiones y reglas sobre esta variante de la
representación, que serán totalmente operativas con independencia de la naturaleza del negocio que le haya
servido de base o fuente para la concesión de la facultad de representar (conf. arts. 362 a 381).

Ésta constituirá el objeto de nuestro análisis, cuando el acto de apoderamiento revista la forma notarial o deba
confeccionarse con la intervención de un escribano.

En segundo lugar se menciona a la representación legal, indicando que es tal cuando se deriva de una regla de
derecho, como sucede con los incapaces.

Para esta variante, el CCiv.yCom. tiene una doble remisión: por un lado, al capítulo 10 del título I de su Libro
primero, donde se contempla todo lo referente a la representación y apoyo de las personas humanas,
involucrando también a la tutela y a la curatela.

Por el otro, a las relaciones de familia, y más precisamente a la responsabilidad parental considerada en el título
VII de su Libro segundo.

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Esta dispersión de normas no favorece, por cierto, la uniformidad del régimen propuesto, pues los principios
generales aparecen encaballados entre la tutela y curatela, por un lado, y la responsabilidad parental por el otro
(10).

Más aún, se considera la posibilidad de delegar la responsabilidad parental en otras personas (conf. arts. 643 y
674), con lo cual se presenta una variante especial que no encuadra totalmente en ninguno de los tres casos que
contempla el art. 358.

En efecto, si bien hay injerencia de la representación voluntaria sobre la legal (el representante indicado por la
ley escoge a otro para que desempeñe ese cometido de modo permanente o transitorio), esto es mitigado para la
necesaria homologación judicial del acuerdo de delegación con la participación del menor, que tiene derecho a
ser oído.

Además es esencialmente temporal, pues no puede durar más de un año (aunque cabe la posibilidad de
renovarla a su vencimiento.

Se da un fenómeno interesante, porque la titularidad de la responsabilidad parental permanece en cabeza de los


progenitores del menor (uno o ambos), que conservan la injerencia en lo que se refiere a la crianza y educación
de los hijos, pero en algunos aspectos la representación del incapaz queda a cargo de otros, y para casos
concretos, siempre con el contralor y previa aprobación judicial (11).

Con lo cual se plantea una figura propia que justifica la prevención que hace la última parte del art. 358: "(e)n
las relaciones de familia la representación se rige, en subsidio, por las disposiciones de este capítulo".

En efecto, se trata de poner acento en lo que corresponde, como es la protección del interés superior del niño
cuya representación está en juego y que amerita un trato especial.

De todas maneras, en ella se percibe por igual la confluencia del régimen de la representación voluntaria (la
elección que hace el progenitor o delegante del delegatario, que no debe ser necesariamente pariente del menor)
y legal (la indefectible homologación judicial), sumadas a la nota de temporalidad.

No es totalmente "voluntaria", tampoco lo es "judicial", pues la iniciativa parte del progenitor.

En suma, es una variante especial de la representación legal con marcada influencia de la voluntad del titular
primigenio de la responsabilidad parental.

Por último, se alude a la representación orgánica, que es la que se deriva del estatuto o acto fundacional de una
persona jurídica.

Para su consideración, corresponderá remitirse, en primer término, a la regulación general a todas las personas
jurídicas privadas prevista en la sección 3ª del capítulo 1 del título II del Libro primero del CCiv.yCom.
(especialmente los arts. 158 a 160).

Y habrá que hacer otro tanto respecto de cada una de las categorías de sujetos de derechos contempladas en
particular en el cuerpo legal —asociaciones civiles, simples asociaciones, fundaciones, consorcios de propiedad
horizontal (12) — y en su legislación complementaria (sociedades —ley 19.550—; mutuales —ley 20.321— y
cooperativas —ley 20.337—).

c) La extensión de la facultad de representar

Pese a lo expuesto en el inciso anterior, el art. 360 del nuevo texto legal advierte que la facultad del representar
no está tan acotada, pues en verdad involucra no sólo a los actos cuya celebración constituyeron el objeto del
apoderamiento, de la regla legal que los contempló de manera abstracta o que fueron previstos en el estatuto o
acto constitutivo del sujeto de derecho persona jurídica (13), sino que también se extiende a los que resulten
necesarios para la ejecución de los primeros (v.gr., actos preliminares, preparatorios, conexos o vinculados con
la plena eficacia de aquéllos).

Así, a modo de ejemplo, si se trata de un poder de origen voluntario para vender un inmueble al contado o a
plazos, con o sin hipoteca por saldo de precio y el apoderado concreta una venta en cuotas, va de suyo que,
aunque la procura no diga nada al respecto, él está facultado para extender la correspondiente escritura de recibo
cuando el comprador termine de saldar la deuda.

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De aquí que el criterio para evaluar el modus operandi del representante no debe ser estricto y cerrado, sino
flexible y abierto, atendiendo a la naturaleza y exigencias propias de los actos involucrados en el caso concreto.

Empero, cabe destacar que habrá mayor flexibilidad en la interpretación de la actuación del representante
cuando es voluntario u orgánico, que cuando el origen de su procura se deriva de una regla legal, atento al
necesario control de la autoridad judicial y el Ministerio Público sobre su desempeño.

De todas, aun en la representación voluntaria la doctrina ha tenido un criterio cauteloso, al señalar que la
consideración de las facultades del apoderado como "implícitas" se derivarán, en última instancia, de la no
necesidad de contar con una declaración expresa de la voluntad en tal sentido, porque la ley así lo exija en el
caso concreto (14).

d) Los límites de la facultad de representar respecto de terceros

Lo antes explicado no obsta a que la facultad de representar cuente con límites establecidos por quien la
confiere o por la propia ley.

Es decir que se disponga de manera clara y expresa qué actos no puede concertar el apoderado o los límites o
restricciones a los que sí puede celebrar.

Es evidente que si el representante viola los parámetros indicados, ello no afecta, en principio, al sujeto
interesado, a quien no se puede considerar vinculado por el proceder imperfecto de aquél.

Así, se prescribe para el caso la inoponibilidad de todo lo realizado en exceso por el apoderado, superando así la
solución del régimen anterior, donde la consecuencia era la nulidad o invalidez de lo actuado en estas
condiciones (art. 1931, CCiv.) (15).

Ahora bien, ¿en qué situación quedan los terceros que han negociado con dicho representante infiel?

El art. 361, CCiv.yCom., dispone en este sentido que las prohibiciones y restricciones que pesan sobre el
representante les serán oponibles a dichos terceros, si las conocieron al momento de actuar, o bien pudieron
haberlas conocido obrando con la debida diligencia.

En rigor de verdad, las partes del negocio no están libradas a su suerte en estas lides.

En efecto, si en la celebración de los negocios jurídicos hay representación invocada y ejercida, habrá de
intervenir en la mayoría de los casos un profesional del derecho (notario, abogado, magistrado) que realizará un
control minucioso de los apoderamientos.

Es lo que sucede en sede notarial, donde se trata de un cometido propio el oficial público a cargo de dicha
función, que al evaluar la documentación habilitante presentada y aceptarla, ipso facto, legitimará al
compareciente y otorgante para intervenir en el caso concreto, cuando se trata de negocios que se extiendan bajo
la forma de instrumento público, o eventualmente privado, con firmas autenticadas.

De aquí que el juicio de reproche por la ineficacia del acto derivado de la insuficiencia del apoderamiento se
hará al mentado funcionario, pues no se concibe a los simples particulares, comúnmente legos en la materia,
analizando y controlando la suficiencia de la representación invocada por la persona con quien se vinculan
jurídicamente.

Sin embargo, si el negocio de marras reviste la forma de instrumento privado y no hay intervención de notarios
u otros profesionales del derecho en su concertación, recaerá en los propios celebrantes dicha evaluación, so
riesgo de resultarles oponible la falta de personería del sujeto con quien contrataron.

En última instancia, pesa sobre los interesados el deber de actuar con cuidado y previsión, como remarca el
párrafo final del art. 362, CCiv.yCom., para la representación voluntaria.

III. LOS PODERES DE REPRESENTACIÓN VOLUNTARIA DE FORMA NOTARIAL

a) Los poderes como actos jurídicos

Cuando la representación es de corte voluntario, la potestad de actuar y obligar a otro se deriva de un acto

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jurídico de apoderamiento.

Se trata de un negocio jurídico, voluntario, lícito, unilateral, con una finalidad específica, cual es la celebración
de otro acto de la misma especie, pero a través de interpósita persona (el representante) (conf. art. 259,
CCiv.yCom.).

Puede ser autónomo, o bien estar comprendido o inmerso como cláusula en el negocio de base que le haya dado
origen (v.gr., contratos de locación de obra o de servicios, mandato, agencia, concesión, cuenta corriente, unión
transitoria de empresas, etc.).

En consecuencia, se aplican al poder voluntario todos los elementos constitutivos del acto jurídico (objeto,
causa, forma).

El objetivo o finalidad del acto de apoderamiento, como ya se dijo, es la realización en nombre y por cuenta de
otro uno o más actos jurídicos determinados, de modo que sus consecuencias y efectos se imputen al último, que
no asiste personalmente a su celebración.

A esta cuestión se refiere el art. 362 del CCiv.yCom., que establece un requisito básico para el funcionamiento y
la operatividad de la representación voluntaria: el acto para cuya concreción se confiere la representación
voluntaria debe poder ser celebrado personalmente por el interesado ("la representación voluntaria comprende
sólo los actos que el representante puede otorgar por sí mismo").

El precepto recepta las enseñanzas de Ricardo L. Lorenzetti, quien sostiene con meridiana claridad que "(e)l
poder tiene por objeto actos que pueden ser realizados por el poderdante, de modo que lo que él no puede hacer,
no puede encomendarlo a otro"(16).

Esto se conjuga con las necesarias capacidad y legitimación del otorgante del poder, aspectos a los que se refiere
el art. 364 del nuevo texto legal.

En rigor, se impone que el representado tenga capacidad de derecho y de ejercicio a efectos de estar en
condiciones de conceder la facultad de representación en otro para que actúe en su nombre.

Y en este aspecto, conviene destacar que frente a una persona humana menor de edad o con capacidad
restringida por sentencia judicial habrá que considerar su situación particular con relación al acto que se
pretende celebrar.

En efecto, atento al régimen de capacidad progresiva de los menores de acuerdo a su edad, grado de madurez y
discernimiento (congruente con la ratificación por nuestro país de la Convención sobre los derechos del Niño de
Naciones Unidas por ley 23.849, incorporada al derecho interno por ley 26.061) y a la excepcionalidad de la
restricción de la capacidad de ejercicio de las personas mayores (acorde con los postulados con la Convención
Internacional sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, aprobada por ley 26.378, y que también
goza de jerarquía constitucional por ley 27.044), va de suyo que en estas lides debe ponderarse si el sujeto de
derecho está sometido a la representación legal o por la naturaleza del acto que desea celebrar lo puede realizar
de manera personal o directa.

Esto así, pues en el último caso, y salvo que se trate de un acto de índole personalísima (v.gr., actos de
disposición sobre el propio cuerpo o la sujeción a tratamientos médicos), puede ser concretado a través de un
representante voluntario (17).

La legitimación también es exigible en el otorgante del poder de representación voluntaria, en el sentido de estar
facultado para llevar a cabo el negocio jurídico respecto del objeto al que éste se refiera, por ejemplo, porque es
el titular de los derechos de disposición sobre aquél, si es una cosa o bien.

Por regla, estas aptitudes en quien concede el poder se deben cumplir al momento de su otorgamiento y deben
subsistir al tiempo en que el apoderado lo ejerza en el caso concreto, salvo que la ley expresamente disponga lo
contrario (v.gr., que la representación perdure aun en el caso de la ineptitud sobreviniente del representado,
como sucede con los poderes especiales irrevocables, o ante su fallecimiento respecto de los poderes post
mortem).

En cuanto al representado, en cambio, es suficiente que cuente con discernimiento, pues en última instancia lo
que importa es que tenga aptitud para transmitir la voluntad de su poderdante en el caso concreto, a quien por
ende alcanzarán los efectos de todo lo realizado.

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De aquí que pueda revestir la condición de apoderado un menor de edad adolescente o una persona con
capacidad restringida que en su actuación personal necesite de apoyos o asistencias.

Así, el objetivo de la norma (art. 364) es puntualizar las diferencias según si la incapacidad pesa sobre el
poderdante o el apoderado.

En el primer caso, por más que el representante sea capaz, el negocio jurídico representativo será invalido en
sentido relativo y deberá ser confirmado por el interesado una vez que haya recuperado su aptitud, o bien por su
representante legal, mediando autorización judicial con vista y conformidad del Ministerio Público.

En el segundo, la ineptitud del apoderado no afecta al negocio jurídico celebrado con representación ejercida,
aunque conlleva un riesgo para el interesado, pues a su respecto el incapaz podría oponerle la invalidez del
negocio de base (e incluso del poder) si es demandado por incumplimiento de las obligaciones a su cargo o por
rendición de cuentas (18).

El art. 365, CCiv.yCom., en simetría con lo antes expuesto, distingue a los fines de determinar la invalidez del
poder o de los actos realizados con él, según si la voluntad viciada (por error, dolo o violencia) es la del
poderdante o del apoderado.

Por regla, si el poder es un acto jurídico el vicio que afecte tanto la voluntad de representado al momento de
concederlo, o del representante en ocasión de utilizarlo deberían comprometer la eficacia tanto del acto de
apoderamiento como del negocio celebrado con éste (19).

Sin embargo, el precepto aclara que, no obstante la afección de la voluntad del apoderado, si éste actuó y se
ajustó de manera estricta a las instrucciones recibidas por el interesado que al momento de emitir el acto de
representación voluntaria estaba en condiciones de conferirlo, ello salva la ineficacia de lo realizado en esas
condiciones.

Nuevamente se destaca la preponderancia de la voluntad y el estado subjetivo del representado para dirimir la
cuestión.

b) La forma del poder de representación voluntaria

1.— La regla general

El nuevo Código consagra como principio que la forma del acto jurídico de apoderamiento de índole voluntaria
debe ser equivalente a la del negocio que con éste pretenda celebrarse (art. 363, CCiv.yCom.).

Esta solución tautológica es congruente con el régimen de las formas de los actos jurídicos, donde impera la
libertad.

En efecto, el art. 284, CCiv.yCom., dispone que las partes del negocio pueden escoger la manera como habrán
de expresar su voluntad para que adquiera relevancia jurídica (de manera escrita, verbal o por signos
inequívocos).

Esto así, a menos que la ley o la propia voluntad de los interesados hayan impuesto una manera determinada
para exteriorizar el acto (20).

Así, mientras que las formas libres son la regla, las impuestas (por ley o por decisión de la partes), constituyen
la excepción (conf. art. 285, CCiv.yCom.).

Además la determinación de una cierta formalidad para la concreción del acto puede perseguir distintos
objetivos: su validez y existencia jurídicas, de modo que su inobservancia acarree la nulidad (formas impuestas
como solemnes y absolutas); su plena eficacia, por lo que el incumplimiento no provoca la invalidez sino la
conversión material de un acto en otro por el cual las partes quedan conminadas a cumplir con la forma
inicialmente dispuesta (formas impuestas como solemnes y relativas) o bien, a los fines de facilitar y asegurar a
la postre su prueba, de manera que de no ajustarse a lo previsto o dispuesto, ello tornará compleja su
acreditación en el caso concreto (formas no solemnes o ad probationem).

Esta distinción se aprecia en el nuevo Código en sus arts. 1015 a 1020, donde se la aplica a los contratos, en
atención a la función que a su respecto cumple la forma dispuesta legalmente o por voluntad de los interesados,

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Código Civil y Comercial de la Nación

que replica las directivas del CCiv. y la doctrina y jurisprudencia argentinas dominantes (21).

Esto no obsta a que lo que se diga sobre la especie (el contrato), se extienda al género del cual se parte (acto
jurídico) (22).

La consecuencia de lo que antecede parece ser obvia: para determinar la forma del poder de representación
voluntaria habrá que considerar la que deba revestir el acto que con él se pretenda celebrar.

Por carácter reflejo, si el acto debe extenderse por escritura pública bajo pena de nulidad (actos formas solemnes
absolutos), otro tanto sucederá con el poder para su celebración.

Si bien es cierto que el nuevo Código no se expide de manera expresa en este sentido, cabe llegar a esa resultado
por la aplicación del art. 363.

A modo de ejemplo, si las donaciones de inmuebles, muebles registrables y prestaciones periódicas o vitalicias
deben ser celebradas por escritura pública bajo sanción de nulidad (art. 1552), otro tanto habrá de suceder
respecto de los poderes de representación voluntaria para llevarlas a cabo.

En cambio, si la forma impuesta por la ley o la voluntad de las partes, está prevista de manera relativa (como
sucede con los contratos previstos por el art. 1017 del CCiv.yCom.), en el sentido que el incumplimiento formal
acarreará la conversión material del negocio en otro por el cual las partes quedan conminadas a cumplir con la
solemnidad soslayada, igual suerte tendrán los poderes que no se ajusten a dicha exigencia.

Así, un poder bajo la forma de instrumento privado para celebrar una compraventa inmobiliaria o un contrato de
cesión de derechos litigiosos sobre un inmueble no serán suficientes para concretar esos negocios, pero su
otorgante quedará conminado a elevarlos a escritura pública, no rigiendo en este caso la sanción de invalidez
(23).

Empero, con independencia del rol que cumpla la forma en el acto que se pretende celebrar a través de un
representante voluntario, convendrá siempre imprimir al acto de apoderamiento una forma escrita y auténtica
(v.gr., instrumento público o privado con firma certificada por notario u otro fedatario) a los fines de poder
justificar su existencia y límites.

Esto así, pues de esta premisa se derivan varias ventajas:

a) Para quien celebre el acto representativo con el apoderado, pues con la exhibición de la procura sabrá: que
existe el acto de apoderamiento y con ello la identidad de quien lo confirió, con el que se está relacionando
jurídicamente; cuáles son las facultades conferidas a quien lo esgrime y con ello los límites de su actuación.

b) Para quien lo utiliza; la certeza que si se circunscribe a las instrucciones y límites indicados, no se estará
comprometiendo personalmente (ni afectando a los activos de su patrimonio) al desempeñar su cometido.

c) Para quien lo otorga, que puede acotar la actuación del representante a las facultades indicadas en el poder, de
manera de no quedar vinculado a aquellos aspectos que las excedan.

A mayor abundamiento, el art. 374, CCiv.yCom., repara en esta cuestión de manera expresa.

Así, en orden a priorizar la seguridad jurídica, dispone que "(l)os terceros pueden exigir que el representante
suscriba y les entregue copia firmada por él del instrumento del que resulta su representación".

Adviértase que la norma transcripta está indicando de manera indirecta que, al menos a los fines probatorios, el
poder de representación debe conferirse por escrito, para estar en condiciones de cumplir con este derecho que
le asiste a toda persona que se vincule con el apoderado al momento de actuar.

Por su claridad, transcribimos las apreciaciones que le merecen a Müller esta disposición: "...como criterio
mayoritario, se admite que los terceros que se relacionan con el representante tienen derecho a exigir la
exhibición de la procura que éste invoca. No es una obligación, de suerte que su incumplimiento libere al
representante de su responsabilidad. Además de un derecho, es una carga de autoinformación; por lo que su
omisión constituye una falta de prudencia que determina la asunción de los consiguientes riesgos"(24).

Nadie puede alegar su propia torpeza e imprevisión en derecho, confiando, por ejemplo, en los dichos de la
persona en el sentido de que actúa en nombre de otro sin estar munido del documento que lo justifique.

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En suma, y con independencia de la forma que deba revestir el negocio que se pretenda concretar, el acto de
apoderamiento voluntario siempre deberá estar extendido por escrito, y de modo auténtico, a los efectos de
poder cumplir con el derecho que les asiste a los terceros de exigir su exhibición y compulsa al momento de
actuar.

Si, además, el negocio jurídico representativo tiene una forma solemne y absoluta o relativa (dispuestas por ley
o por la voluntad de los particulares), habrá que extender la procura con estos mismos recaudos para asegurar la
plena eficacia de todo lo actuado por el representante.

En otros términos, se colige e infiere que el poder de representación voluntaria es un acto jurídico formal no
solemne, pues a los fines estrictamente probatorios debe extenderse por escrito para que el representante esté en
condiciones de justificar su existencia y alcances al momento de actuar en tal condición. Esto así, a menos que
alguna disposición legal o la voluntad de su otorgante le impriman de manera expresa la condición de solemne.

He aquí, a nuestro juicio, la verdadera regla general en la materia (25) .

2.— La forma notarial del poder de representación voluntaria

Atento a que el poder de fuente convencional es un acto jurídico, en la órbita del derecho notarial caben dos
formas posibles para su extensión, como son la escritura pública (conf. art. 299, CCiv.yCom.) y el instrumento
privado con firmas certificadas por el escribano (conf. art. 314, CCiv.yCom.).

En el primer caso, estamos frente a un instrumento público cuya confección y autoría intelectual se atribuye al
notario (26), que, como experto en derecho, habrá efectuado las calificaciones de rigor (controles de legalidad,
capacidad y legitimación del otorgante, justificación de su identidad, autenticación de su declaración de
voluntad ajustada a derecho, fe de lectura, incolumidad del documento, etc.), asegurando que se trata de una
pieza escrita que cumple con todas las exigencias formales previstas por el ordenamiento jurídico y que está
dotada de fe pública en aquellos aspectos en que ha intervenido el oficial público o que se han cumplido en su
presencia (arg. art. 296, inc. a, CCiv.yCom.).

En la segunda hipótesis, se trata de un documento escrito que se atribuye y procede de quien lo firmó y, por
ende, está desprovisto de fe pública ab initio.

Sin embargo, la intervención notarial en estas lides se acopla al instrumento privado, brindando nuevos valores
a esta pieza que la acercan notablemente a los instrumentos públicos (sin llegar a identificarse con ellos).

En efecto, el escribano en este trance brinda las siguientes garantías a quien reciba y/o compulse el documento
en que practicó la atestación y aseveración de la firma, a saber: la inmediación, en el sentido de que el
instrumento fue suscripto en su presencia por la persona humana a quien se atribuye, en un lugar y fecha ciertos
determinados (este aspecto está impregnado de fe pública); que se ha calificado la legalidad de las formas y
contenidos de la pieza escrita en la que ha practicado la atestación (27) y que se ha justificado debidamente la
identidad del firmante de acuerdo a lo previsto por el art. 306, CCiv.yCom.

Estos valores que se incorporan al instrumento privado no lo transmutan en público, pero confieren mayores
certezas a los particulares en el tráfico y circulación de estas piezas.

Apuntamos que el nuevo Código pone en pie de igualdad a los instrumentos privados con firmas certificadas
notarialmente con aquellos en que la admisión de las firmas de las personas humanas a quienes se atribuyen se
haya verificado en sede judicial, en el sentido de que se tornan indubitados en cuanto a su origen o procedencia
(conf. art. 314) (28).

De acuerdo a lo apuntado, y dada la necesidad de justificar el apoderamiento por el representante al momento de


actuar, va de suyo que no basta con acudir a la forma escrita para probarlo, sino que es menester contar con un
documento auténtico a esos fines.

De aquí las tres alternativas que se ponen a disposición del poderdante a la hora de conferir la facultad de
representar, como son la escritura pública, el instrumento privado con firma certificada notarialmente o bien
admitida en sede judicial.

Esto así, pues en todas estas hipótesis existe certeza en cuanto al origen y proceden del poder y quien contrate
con el representante tendrá la seguridad de que en el resultado de dicho accionar quedará comprometido el

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representado, que no ha asistido personalmente a la conclusión del negocio.

No basta conformarse con un instrumento privado, pues en esta hipótesis, de suscitarse el conflicto, será
menester recabar el refrendo de la firma que luce en el apoderamiento por su otorgante en sede notarial o
judicial para lograr la imputación de las consecuencias del acto celebrado a él, o, en su defecto, recabar la
ratificación de lo actuado por el representante.

Por supuesto que estas opciones no rigen si el acto a celebrar a través de apoderado tiene una forma
predispuesta, pues en este caso habrá que ajustarse, en la extensión del poder, a lo dispuesto para el acto
principal (conf. art. 363, CCiv.yCom.).

Además, hay que reparar en que la forma que se escoja para la extensión del poder no solamente está
condicionada por el acto que se pretenda celebrar con él, sino que también influye, a futuro, respecto de la
ampliación o reducción de las facultades conferidas al representante, como así también cuando se practique una
sustitución parcial de la procura o bien su extinción por revocación del otorgante o renuncia del representante.

Así, a modo de ejemplo, si el representado no ha prohibido de manera expresa la sustitución del poder (29) y éste
se ha extendido por escritura pública, va de suyo que la sustitución total o parcial de aquél habrá de observar la
firma del acto inicial.

3.— Los poderes de representación voluntaria que deben otorgarse por escritura pública

Con las premisas que anteceden, urge determinar qué poderes deben extenderse por escritura pública, pues, por
descarte, en los restantes casos será suficiente contar con un instrumento privado con firma autenticada para su
acreditación a la hora de actuar con terceros.

El nuevo Código no se expide de manera expresa y directa en la sección de la representación voluntaria.

Habrá que atender, por tanto, a las disposiciones consagradas en otras partes del texto legal para resolver la
cuestión.

En este sentido, respecto de la forma de los contratos se expide el art. 1017 en torno a los que deben ser
celebrados por escritura pública, a saber:

a) Los que tienen por objeto la adquisición, modificación o extinción de derechos reales sobre inmuebles (con
excepción de los casos en que el acto es realizado por subasta proveniente de ejecución judicial o
administrativa).

Así, los contratos de compraventa (30), permuta, donación (31), leasing, fideicomiso, usufructo, uso, habitación,
servidumbres, superficie, hipoteca y anticresis.

b) Los contratos que tienen por objeto derechos dudosos o litigiosos sobre inmuebles.

Así, las cesiones de derechos y acciones posesorios y de derechos controvertidos.

Con todo, en este último caso, el inc. b), art. 1618, previene que, si no recae sobre inmuebles, puede celebrarse
también por acta judicial.

Con lo cual, para este supuesto, el acto de apoderamiento podrá extenderse por instrumento privado con la firma
del otorgante reconocida en sede judicial.

c) Los actos que sean accesorios de otros contratos otorgados en escrituras públicas.

Así, los pagos y sus consignaciones, reconocimientos, prórrogas y modificaciones de aquéllos.

d) Los demás contratos que por acuerdo de partes o disposición de la ley deban ser otorgados en escritura
pública.

En el primer caso, la autonomía de la voluntad puede imprimir a determinados negocios la forma de escritura
pública, cuando la ley no se haya expedido de modo expreso o haya dispuesto una solemnidad más simple.

Así, los contratos de locación deben hacerse por escrito (conf. art. 1188), pero las partes pueden pactar la forma

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escritura pública para su celebración.

Lo propio con los pactos de convivencia en las uniones convivenciales (art. 513).

Otro tanto acontece con una partición privada de herencia, que puede celebrarse por escritura pública, cuando lo
usual sería el instrumento privado presentado para su homologación en el expediente sucesorio (art. 2369).

En el segundo caso, es la propia ley la que ha dispuesto la forma notarial de marras para la concreción de estos
negocios, como sucede con la cesión de derechos hereditarios y gananciales (conf. inc. a, art. 1618).

También los reglamentos de propiedad y administración para afectar a propiedad horizontal común o especial
(en materia de conjuntos inmobiliarios) uno o más bienes inmuebles, los actos de afectación a tiempos
compartidos o cementerios privados de distintos inmuebles (conf. arts. 2038, 2089 y 2104).

Lo mismo sucede con las convenciones matrimoniales y sus modificaciones posteriores a la celebración del
matrimonio, con independencia de los bienes sobre los que recaigan (arts. 448 y 449).

También respecto del contrato oneroso de renta vitalicia (art. 1601).

Fuera de los casos considerados, los particulares pueden acudir a cualquiera de las formas escritas antes
apuntadas, que están en pie de igualdad.

i) El caso de los poderes judiciales

En el CCiv., los poderes para actuar en sede judicial debían extenderse bajo la forma de escritura pública, a
tenor de lo dispuesto por el inc. 7º, art. 1184.

El CCiv.yCom. no ha replicado esta solución, por lo que el otorgante puede utilizar cualquiera de las tres
alternativas formales antes apuntadas.

Va de suyo que la libertad de formas está acotada en estas lides, pues el instrumento privado sin firmas
autenticadas no será aceptado prima facie en sede judicial.

En verdad, para su admisión en esta instancia será menester que quien lo confiera reconozca su firma ante los
estrados judiciales, o bien que aporte la pieza escrita con su rúbrica refrendada por notario.

De aquí que la innovación que se deriva de la entrada en vigencia del nuevo Código será que los poderes
judiciales podrán extenderse por escritura pública, por instrumento privado con firma certificada notarialmente
o bien suscripto ante el secretario del juzgado donde se presente, o con su firma reconocida ante dicho
funcionario.

c) La clasificación de los poderes en el Código Civil y Comercial de la Nación

En este apartado hemos de considerar distintas categorías de poderes de representación voluntaria, de acuerdo a
los postulados del nuevo Código.

1.— Por el alcance y descripción de sus facultades

Una primera división de los poderes, que ha sido tradicional en nuestro medio, los distingue en generales o
especiales, según si pueden utilizarse para la celebración de varios actos jurídicos o sólo respecto de uno o más
determinados.

En el CCiv., esta categoría estaba reconocida expresamente en los arts. 1879 a 1881.

En dicho contexto normativo, el poder "general" era el que se refería a varios encargos expresamente descriptos
y se lo relacionaba usualmente con los actos de administración y conservación.

En cambio, el poder especial se identificaba con la ejecución de uno o más actos de disposición, que debían
estar mencionados de manera expresa (y no genérica) en el documento que justificaba su otorgamiento

El régimen del nuevo Código no adscribe totalmente a este esquema, pues, si bien admite los poderes generales,
a renglón seguido reemplaza la categoría de procuras "especiales" por aquéllas concedidas en términos

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"expresos" para la ejecución de determinados actos, entre los que se destacan los de disposición jurídica sobre
los activos de un patrimonio.

O, lo que es lo mismo, respecto de determinados actos, para que puedan ser ejecutados por el representante,
deben estar previstos de manera expresa en el poder, con independencia de si de su rótulo se desprende que es
general o especial (32).

El art. 375 del nuevo texto legal presenta distintos temas a considerar, como son la regla general para interpretar
la extensión de las facultades del apoderado, los poderes general y los conferidos en términos expresos, los que
consideramos a continuación.

i) La interpretación restrictiva de las facultades conferidas en el poder

El CCiv.yCom. parte de una premisa importante para el operador jurídico, sea que intervenga en su confección
y otorgamiento, sea que esté en trance de decidir su utilización o no en un caso concreto.

Así, la primera parte del art. 375 de este cuerpo legal dispone que "(l)as facultades contenidas en el poder son de
interpretación restrictiva".

A diferencia del Código velezano, que suministraba algunas directivas para dilucidar el alcance de las facultades
conferidas en un poder de origen voluntario en casos concretos (arts. 1882 a 1888), con un criterio claramente
restrictivo, el flamante texto legal evita caer en dicho casuismo, que nunca puede abarcar todos los supuestos
que pueden presentarse en la práctica.

A guisa de ejemplo, y tomando una norma del régimen derogado (art. 1883, CCiv.), el poder especial para
vender no involucraba el de hipotecar, ni a la inversa.

Pues bien, esta regla está ínsita en la primera parte del art. 375, CCiv.yCom., pues las facultades conferidas al
apoderado deben interpretarse de manera restringida en beneficio de la seguridad jurídica, de modo tal que si el
poder se concede para la venta de un inmueble y nada se dice respecto de gravarlo en garantía de deudas del
otorgante, está claro que no sirve para este último propósito.

Por ende, frente a la duda, habrá que estar por la negativa a utilizar el poder, so riesgo de que el apoderado se
exceda en sus atribuciones y quede comprometido a título personal por lo realizado, sin que ello afecte al
poderdante, a menos que ratifique lo ejecutado más allá de las incumbencias concedidas.

Esta directiva es de suma importancia para los notarios, pues si estamos en trance de instrumentar un poder,
deberemos ilustrar al requirente en torno a la necesidad de consignar todas y cada una de las facultades que
habrá de necesitar el representante para cumplir con su cometido (especialmente cuando se trate de actor de
disposición), para evitar dudas y objeciones cuando éste deba utilizarlo.

ii) Los poderes generales

El art. 375, CCiv.yCom., dispone que los poderes conferidos en términos generales sólo incluyen los actos
propios de la administración ordinaria y los necesarios para su ejecución.

En este caso, la indicación de las facultades conferidas al representante puede no ser exhaustiva, pues en última
instancia quedarán involucradas todas aquellas atribuciones que hagan a la conservación y mantenimiento del
patrimonio del interesado.

Más aún, en la medida en que los actos que deba celebrar el apoderado no estén contemplados en los trece
incisos con que concluye el precepto de marras, donde es menester su consignación en términos expresos, para
evitar su rechazo.

El propio artículo brinda algunas pautas que facilitan su aplicación.

Si se trata de efectuar pagos que hagan al giro cotidiano de los negocios encomendados al representante, basta
con que el poder general indique la facultad de realizar pagos.

En cambio, si el pago excede lo ordinario, por su monto, por la forma o por las circunstancias en que deba
efectivizarse, serán necesarias facultades expresas y precisas (conf. inc. h, art. 375).

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Lo propio sucede respecto del reconocimiento de obligaciones (créditos o deudas), que si son anteriores a la
data del poder, deben ser explicitados en él para que el representante quede habilitado (conf. inc. g, art. cit.). En
caso contrario, bastará con que el apoderamiento aluda a la potestad de reconocer deudas sin más precisiones.

Otro ejemplo lo tenemos con la entrega en locación de inmuebles por los plazos mínimos obligatorios y el cobro
de los arriendos que se reputan actos de administración y no requieren mayores indicaciones en el acto de
apoderamiento.

En cambio, si el término del arriendo supera los tres años o se pretende percibir alquileres anticipados por más
de un año, se exigen facultades expresas en el texto de poder para la habilitación del representante en estas lides
(inc. k, art. 375).

Con esto se evidencia que en el poder general la enunciación de las facultades y atribuciones que se confieren al
apoderado debe ser precisa, pero en última instancia lo que no se haya mencionado quedará involucrado en la
frase final con que se cierran usualmente estos actos en sede notarial: "y, en fin, realizar todos los demás actos,
gestiones y diligencias que sean necesarios para el fiel y eficaz cumplimiento de este poder, debiendo
entenderse las facultades mencionadas como enunciativas y no taxativas".

Ahora bien, esta frase no involucrará ninguno de los actos a que se refieren los incs. a) a m) del art. 375,
CCiv.yCom., pues para que el apoderado pueda practicarlos deberán estar mencionados expresamente en el
poder por exigirlo dicho precepto, con independencia de si se interpreta (33) que se trata de actos de
administración o de disposición.

iii) Los poderes en términos expresos

La tercera parte del art. 375 culmina indicando los actos jurídicos para cuya celebración por interpósita persona
es menester que se le confieran facultades expresas en el acto de apoderamiento.

Natalio P. Etchegaray los ha agrupado de acuerdo a sus objetivos de la siguiente manera:

i) Actos del derecho de familia: peticionar el divorcio o la nulidad del matrimonio, la modificación, disolución o
liquidación del régimen patrimonial matrimonial (inc. a), la prestación del asentimiento conyugal (inc. b), el
reconocimiento de hijos (inc. c) y la aceptación de herencias (inc. d).

ii) Actos relativos a derechos reales sobre inmuebles o muebles registrables: la constitución, modificación,
transferencia o extinción de estos poderes jurídicos (inc. e).

iii) Actos de creación o reconocimiento de obligaciones: crear obligaciones por una declaración unilateral de
voluntad (inc. f); reconocer o novar obligaciones anteriores al otorgamiento del poder (inc. g); hacer pagos que
excedan la administración ordinaria (inc. h).

iv) Actos de renuncia, transacción o arbitraje de derechos (inc. i).

v) Actos de formación de sociedades, agrupaciones empresarias, asociaciones y fundaciones (inc. j).

vi) Actos de administración extraordinaria: dar o tomar en locación inmuebles por más de tres años o cobrar
alquileres anticipados por más de un año (inc. h), dar fianzas, comprometer servicios personales, recibir cosas
en depósito si no se trata del necesario y dar o tomar dinero en préstamo (inc. m).

vii) Finalmente, los actos a título gratuito: realizar donaciones u otras liberalidades, excepto pequeñas
gratificaciones habituales (34).

En consecuencia, para la ejecución de cualquiera de los actos antes indicados, es menester que el poder que
esgrima el representante se expida de manera precisa y concreta, pues en caso contrario habrá que calificar
insuficiente la documentación habilitante aportada a esos fines.

No interesa si estas facultades lucen en un poder general o especial, pues lo que interesa es que la procura aluda
expresamente a ellas para la legitimación del apoderado en el caso concreto.

En cuanto a la interpretación de la nómina de las atribuciones expresas que presenta el art. 375, la doctrina
coincide en señalar que no debe considerársela taxativa o cerrada, pues existen otros actos trascendentes para la

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persona y el patrimonio del interesado, para cuya ejecución será menester contar con facultades concretas, sea
que encuadren implícitamente en alguno de los incisos antes mentados o que exceda a ellos —v.gr., contratos de
leasing, de obra, de fideicomiso, de renta vitalicia a título oneroso (35)—.

Por nuestra parte, adherimos a estos razonamientos, pero en el entendimiento de que si el acto es de alguna
envergadura o relevancia y no encuadra de modo expreso o implícito en alguno de los supuestos considerados
en la norma, dado que la interpretación de la extensión de las atribuciones que rige en materia de poderes de
representación voluntaria es restrictiva (conf. primera parte, art. 375, CCiv.yCom.), será necesario mencionarlo
en el acto de la procura para que el representante esté en óptimas condiciones de actuar, sin objeción o reparo
algunos.

iv) Los poderes expresos y específicos

Inmersos en la nómina de los poderes que requieren facultades expresas, están los que, además, exigen la
determinación del objeto sobre el cual habrá de practicarse la actuación del apoderado.

Esta figura ya existía en el régimen del Código decimonónico en materia de poderes voluntarios especiales para
hacer donaciones, pues el art. 1807 requería no sólo la mención del acto dispositivo, sino también la
identificación del objeto de la liberalidad (36).

El nuevo Código repara (y exige) esta figura sólo en dos casos, como son el apoderamiento para otorgar el
asentimiento conyugal, debiendo indicarse los bienes a los que se refiere (inc. b) y el reconocimiento de hijos,
supuesto en que debe individualizarse la persona humana que se reconoce (inc. c).

El segundo caso no genera dudas, pues dicha facultad que en verdad es personalísima solamente puede ser
delegada en otro, en su ejercicio efectivo, con la precisión apuntada, aunque no sea esto lo que usualmente
suceda en la práctica jurídica.

Antes bien, es el propio interesado el que verifica el reconocimiento del hijo, sea por acto inter vivos ante el
oficial público del Registro Civil o ante notario bajo la forma de escritura pública, sea como contenido único del
documento o bien con cláusula dentro de un acto de autoprotección, o bien por un acto mortis causa (testamento
por acto público u ológrafo).

Convengamos en que no se advierte el sentido de la admisión de que el reconocimiento se realice por interpósita
persona, cuando los primeros comentaristas del CCiv.yCom. destacan el carácter personal de semejante acto que
influye en el emplazamiento de una persona en el estado civil de hijo de otra (37).

De todos modos, en este tema se ha seguido el régimen anterior, que también admitía los apoderamientos
voluntarios para el reconocimiento de hijos "naturales" (inc. 6º, art. 1881, CCiv.).

El primer caso, en cambio, presenta palmarias diferencias con el Código velezano, por lo que exige un análisis
más preciso por las implicancias que tiene en la práctica notarial.

v) El poder para prestar el asentimiento

Corresponde la prestación del asentimiento en dos casos bien precisos en la nueva legislación, a saber:

i) Cuando se trata de disponer de los derechos sobre la vivienda familiar (aunque no sea en sentido estricto un
inmueble —v.gr., casas rodantes, embarcaciones y cualquier otro bien registrable que cumpla con ese
destino—), los muebles indispensables de ésta y para transportarlos fuera de ella (conf. art. 456, CCiv.yCom.).

Ello así con independencia de si se trata de bienes propios o gananciales o si se ha pactado un régimen de
comunidad o separación de bienes al momento de contraer nupcias o con posterioridad a ese evento.

En rigor, se trata de proteger a la vivienda como un derecho humano básico y esencial, sin condicionamientos o
restricciones (que sus titulares o uno de ellos esté unido al otro en matrimonio o que existan hijos menores o
incapaces).

Por eso esta tutela especial a la vivienda se reitera en materia de uniones convivenciales, si éstas han sido
inscriptas en el Registro Civil correspondiente (art. 522).

Lo propio sucede con la transmisión o desafectación del inmueble destinado a vivienda según el régimen del

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capítulo 3 del título III del Libro I del nuevo Código (arts. 250 e inc. a del 255).

Como se advierte, el instituto protectorio del asentimiento (sea o no conyugal) se expande del matrimonio (a
donde estaba circunscripto en el CCiv., art. 1277) también a las uniones convivenciales, en tanto exista pacto de
convivencia escrito e inscripto en sede registral, con los mismos objetivos: impedir la disposición unilateral de
bienes afectados al destino de vivienda familiar por su titular dominial sin la injerencia del consorte o
conviviente (38).

ii) El otro supuesto donde es menester cumplir con el asentimiento es propio del matrimonio y se aplica a los
bienes gananciales.

Así, se exige esta conformidad para la disposición o gravamen de los bienes gananciales registrables (inmuebles
en general —que no estén involucrados en las normas anteriores (39) — buques, aeronaves, automotores,
caballos pura sangre y de carrera, boletos con vocación registral, warrants, etc.); las acciones nominativas no
endosables y las no cartulares, con excepción de las autorizadas para la oferta pública, las participaciones en
sociedades no exceptuadas en los casos anteriores, los establecimientos comerciales, industriales o
agropecuarios (conf. art. 470, CCiv.yCom.).

Se perfecciona así la solución del régimen anterior (art. 1277, CCiv.), dando mayor certeza a los casos en que
corresponde darle intervención al consorte, incluyendo supuestos no contemplados en el Código velezano (v.gr.,
los actos de disposición sobre establecimientos comerciales, industriales o agropecuarios; los actos preliminares
o promesas de actos de disposición jurídica —en los que quedan incluidos los boletos de compraventas,
superando las discusiones que sobre este tema se verificaban en el sistema precedente) y simplificando la
consideración de otros— (v.gr., la participación en sociedades).

Ahora bien, la conformidad de referencia puede prestarse personalmente por el cónyuge o conviviente en
oportunidad de celebrarse el acto de disposición jurídica, o bien, de manera preliminar, a través de dos vías:

a) El asentimiento anticipado, que durante el régimen del CCiv. podía ser genérico (es decir, sin indicar uno o
más bienes determinados) o especial (con mención del bien a disponer en el caso concreto).

b) El apoderamiento voluntario a otro, para prestar dicho asentimiento, que puede estar contenido tanto en un
poder general como en uno especial, en la medida en que lo sea de manera expresa.

Ambas opciones se mantienen en el CCiv.yCom., aunque con palmarias diferencias respecto del régimen
anterior.

A) El asentimiento anticipado

Así, respecto del asentimiento anticipado, el art. 457 del nuevo texto legal dispone que "(e)n todos los casos en
que se requiere el asentimiento del cónyuge para el otorgamiento de un acto jurídico, aquél debe versar sobre el
acto en sí y sus elementos constitutivos".

Esto implica que la anuencia a prestar debe incluir no sólo el acto a celebrar, sino también su causa y objeto, de
modo que se evidencie que el consorte (o conviviente) conoce y ha evaluado las circunstancias en que se llevará
a cabo el negocio que involucre el bien motivo de aquél.

Entendemos que no es menester ser minuciosos al extremo de indicar, si se tratara de una compraventa, del
importe exacto de ella, la forma de pago, los intereses a pactarse en el caso que el precio se abone en cuotas, la
identidad del comprador, etcétera.

El objetivo de la norma, a nuestro juicio, es otro: herir de muerte a los asentimientos generales anticipados, de
modo que, de adelantarse esta expresión de la voluntad, se circunscriba a uno o más bienes determinados y el
negocio que se celebrará a su respecto (v.gr., venta, permuta, fideicomiso, hipoteca, etc.).

En respaldo de lo que decimos, transcribimos la opinión de Marisa Herrera en torno al significado de la reforma
en esta materia: "(l)a norma (40) marca un verdadero punto de inflexión respecto de la tradición jurídica
heredada, al poner punto final a una fuerte discusión sostenida entre encumbrados representantes provenientes
del campo del derecho notarial y del derecho civil, quienes se encontraban divididos en cuanto concernía a la
posibilidad de que uno de los cónyuges otorgue un asentimiento general anticipado por los actos que habrá de
realizar el otro; en tal sentido, mientras que los primeros reputaban posible la anuencia brindada en forma
genérica, por no existir norma alguna que la prohibiera, los segundos, rechazan este criterio, entendiendo que la

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conformidad debía ser otorgada respecto de cada acto en particular. El texto aprobado se ha inclinado por este
último, en lo que se puede juzgar como una apropiada decisión del legislador, al dotar de real sentido a la
facultad de control que tiene cualquiera de los cónyuges respecto de las operaciones de enajenación de su
pareja, con un inmediato impacto en el terreno de la práctica"(41).

En consecuencia, de ahora en más sólo serán jurídicamente viables los asentimientos anticipados conferidos en
términos específicos, con indicación del acto que se vaya a concretar y los bienes alcanzados.

Queda por resolver la suerte de los asentimientos anticipados generales emitidos antes de la entrada en vigencia
del CCiv.yCom.

Entendemos que deben mantenerse y pueden utilizarse en la práctica, pues, aunque el acto que los ha motivado
no se haya aún celebrado, la voluntad plasmada en aquéllos sí se ha emitido, y como tal debe respetarse, so
riesgo de aplicar la ley de manera retroactiva.

Como el asentimiento anticipado (general o especial) es un acto jurídico constituido y extinguido, en cuanto a su
efecto de permitir la disposición del bien que lo motiva, ya cumplió sus efectos, aunque no se ajuste totalmente
a lo dispuesto por el art. 457, CCiv.yCom. (42).

B) El poder para asentir

En este caso, el cónyuge o conviviente confiere de manera voluntaria a otra persona humana la facultad de
expresar esa anuencia en oportunidad de celebrar el acto en que es menester prestarla.

En el régimen anterior no había impedimento legal alguno en conferir un apoderamiento general o especial de
un cónyuge al otro para prestar dicho asentimiento.

En el caso del poder general, bastaba con la mención de esa facultad, no resultando necesaria la indicación de
los bienes sobre los cuales se llevarían a cabo los negocios de disposición o gravamen.

A modo de ejemplo, se sostuvo que "(e)l poder general amplio de administración y disposición dado por los
cónyuges a un tercero, sin referencia al asentimiento del art. 1277 del Código Civil, no es suficiente para vender
un bien ganancial, de titularidad del esposo..."(43).

El nuevo Código marca un cambio de rumbo en la materia.

Si bien mantiene la necesidad de consignar de manera expresa la facultad de prestar esa anuencia en el acto de
apoderamiento voluntario, se le suman nuevas exigencias, que es menester analizar y que exceden la normativa
consagrada en el régimen de la representación voluntaria para la celebración de los actos jurídicos.

Helas aquí:

I) La facultad de prestar el asentimiento sea o no conyugal (si se trata de una unión convivencial) requiere
siempre la indicación del bien respecto del cual se pretenda celebrar el acto de disposición o gravamen (conf.
inc. b, art. 375, CCiv.yCom.). Esto supone que esa potestad tendrá que lucir en un poder en términos expresos y
específicos, sea general o especial.

Ahora bien, ¿cómo incide en el caso lo dispuesto por el art. 457, CCiv.yCom., antes transcripto?

Si comparamos la solución del inc. b, art. 375, con la del art. 457, parece que la última norma es más exigente,
al requerir la mención de los "elementos constitutivos" del acto jurídico a celebrar.

Entendemos que debe aplicarse el mismo criterio que para los asentimientos anticipados: designación del acto
de disposición o gravamen y el bien sobre el cual recaerá.

De lo contrario, si el apoderamiento debiera ahondar en detalles y pormenores del negocio en trance de


celebración, lo más probable es que estas exigencias conspiren con la posibilidad de su utilización efectiva por
el apoderado, siendo menester la presencia directa del poderdante en el acto de disposición jurídica, que es
precisamente lo que éste pretende evitar por distintos motivos que no viene al caso evaluar.

Se impone, por ende, una interpretación armónica y equilibrada de ambos preceptos, de modo de lograr la
operatividad de ambos y no que uno derogue al otro en su aplicación efectiva en el caso concreto.

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En esta tónica, expresa Néstor D. Lamber que "(s)e respeta así la libertad del titular de negociar las condiciones
finales del acto durante la etapa de tratativas previas, cuando no es indispensable dejar constancia de quiénes
son las otras partes del acto final ni tampoco del precio definitivo, y por el contrario pueden ser perjudiciales
tales expresiones para obtener el mejor resultado del negocio"(44).

En última instancia, es decisión del poderdante ampliar o restringir las facultades de su representante, brindando
mayores precisiones en la procura (v.gr., que la venta sea por un monto que no resulte inferior a determinado
importe; que sea al contado y no con precio aplazado en cuotas), quien en definitiva siempre puede escoger
asistir personalmente al acto en que se precisa su acuerdo.

En verdad, si se confiere un poder para prestar el asentimiento, el cónyuge que así lo hace confía en el
desempeño y pericia de su apoderado, sea o no su consorte, motivo por el cual no se le puede coartar esta
facultad por vía interpretativa.

II) Respecto de la identidad del apoderado, cabe remarcar una diferencia importante.

Si el acto de disposición o gravamen que requiere del asentimiento habrá de recaer sobre la vivienda familiar,
los muebles indispensables de ésta o su transporte fuera de ella (art. 456), el apoderado no puede ser el otro
cónyuge.

Esto así con sustento en el art. 459, CCiv.yCom., que dispone: "(u)no de los cónyuges puede dar poder al otro
para representarlo en el ejercicio de las facultades que el régimen matrimonial le atribuye, pero no para darse a
sí mismo el asentimiento en los casos en que se aplica el art. 456...".

El título del precepto puede llamar a confusiones, al aludir al "mandato" entre cónyuges, cuando en verdad se
refiere a los apoderamientos de fuente voluntaria que un consorte confiere al otro, con independencia del
negocio que sirva de base o fuente a aquél.

Pero más allá de esto, el impedimento es claro: no cabe la posibilidad de que un cónyuge apodere al otro para
prestar el asentimiento cuando se pretendan realizar los actos de disposición o gravamen sobre la vivienda
familiar y los muebles indispensables de ella.

Por ende, si no puede concurrir personalmente a la celebración del acto que lo motiva, deberá apoderar a un
tercero distinto de su consorte, o bien prestar esa anuencia de manera previa y específica, según lo indicado en
el apart. A.

Es indudable que esta restricción tan importante está encaminada a la defensa del derecho humano a la vivienda,
por lo que debe circunscribirse solamente a este supuesto y no extenderse por vía de analogía a otros casos en
que sea menester prestar el asentimiento conyugal, como sucede cuando se está en trance de disponer o gravar
los bienes gananciales en general (art. 470, CCiv.yCom.) (45).

Ahora bien, el nuevo texto legal ha quedado a mitad camino en la materia.

Esto así, pues no ha reiterado la limitación en análisis cuando se pretenda disponer o gravar el inmueble
afectado a vivienda (art. 250), ni en materia de uniones convivenciales registradas (art. 522).

Si el objetivo de la prohibición es la defensa a ultranza de la sede de la convivencia efectiva, debería habérsela


extendido a los casos antes mencionados.

Sin embargo, ante el silencio del legislador en la materia, no corresponde ampliar por analogía o similitud dicho
impedimento consagrado en la órbita matrimonial a la unión convivencial, pues las prohibiciones son siempre
de interpretación y aplicación restrictiva, pues es una regla lógica y de derecho que todo lo que no está
prohibido está permitido.

Así, la solución del art. 456 del nuevo Código, que integra el núcleo "duro" e inderogable del régimen
patrimonial matrimonia, allí queda circunscripta, por decisión (u omisión) del legislador, al menos hasta que la
jurisprudencia disponga lo contrario.

III) En cuando a la índole del apoderamiento conferido por un consorte al otro para prestar el asentimiento,
cuando ello es jurídicamente posible, el art. 459 consagra otra limitación, cual es la imposibilidad de que se trate
de un poder irrevocable, es decir, sin posibilidad para el otorgante de extinguirlo por su propia voluntad en

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cualquier momento.

La limitación implica, por ende, que no pueden conferirse entre los cónyuges poderes irrevocables para conferir
el asentimiento, lo que no obsta, en cambio, a que sí sean concedidos en esa calidad a favor de un tercero.

A modo de ejemplo, si se vende el inmueble donde está radicada la vivienda familiar y ambos cónyuges (o
convivientes) confieren un poder irrevocable al comprador o a un tercero indicado por éste para que en su
momento otorgue la escritura traslativa de dominio a favor de aquél o de quien éste indique en el caso concreto,
dicha procura no será observable por el hecho de que entre las facultades conferidas luzca la de prestar el
asentimiento.

O, lo que es lo mismo, el apoderamiento no se utilizará para lograr exclusivamente esa anuencia, sino que su
objeto se referirá a la celebración de un negocio jurídico principal (v.gr., compraventa, permuta, donación,
fideicomiso, contratos de usufructos, superficie, etc.), para cuya plena eficacia, por la índole del objeto
comprometido, sea menester contar con dicho asentimiento.

IV) Queda por considerar la suerte de los apoderamientos conferidos bajo la órbita del CCiv.

Consideramos que si el acto que los ha motivado se ha celebrado después de la entrada en vigor del nuevo texto
legal, no podrán ser utilizados si no cumplen las exigencias impuestas por el CCiv.yCom.

Ello así, pues, a diferencia del asentimiento anticipado, donde la conformidad ya se ha prestado, en el poder, la
anuencia habrá de emitirla el apoderado en oportunidad de utilizar la procura, esto es, cuando se celebre el acto
principal para cuya eficacia se ha requerido aquél.

En verdad, el apoderado emite la declaración de voluntad que hace al negocio jurídico de disposición o
gravamen a ese momento, por lo que si estos apoderamientos no se ajustan a las nuevas exigencias apuntadas,
no se los deberá utilizar en sede notarial.

Así, poderes generales sin la mención de los bienes sobre los que recae la facultad de asentir, apoderamientos a
favor del otro cónyuge para disponer del inmueble donde está radicada la vivienda familiar, o de índole
irrevocable, etcétera.

Empero, corresponde dejar salvo los casos en los que exista un negocio de base que ha motivado un
apoderamiento irrevocable o con efectos post mortem en los términos de los arts. 1977, 1980, 1983 y concs. del
CCiv., pues en estas hipótesis se ha celebrado el acto principal que ha motivado la concesión de la facultad de
asentir, en oportunidad de elevarlo a escritura pública o a la forma que legalmente corresponda.

vi) Los poderes generales amplios de administración y disposición

Esta figura es de uso frecuente en nuestro medio.

En verdad, muchos requirentes solicitan a los notarios que autoricemos poderes que faculten al representante a
realizar toda clase de actos jurídicos, sean de administración o de disposición.

En el régimen anterior, se consideraba a estas procuras como una suma de poderes especiales, de acuerdo a lo
previsto por el art. 1881 del Código velezano.

El régimen del nuevo Código no conspira contra la subsistencia de esta figura.

Será menester, por ende, a la hora de extenderlos, hacer mención expresa de las facultades a que se refiere el art.
375 del CCiv.yCom.

Ello así, con el añadido de que, respecto de la facultad de prestar el asentimiento (conyugal o no), será necesario
indicar los bienes sobre los cuales recaerá, con mención de los actos de disposición o gravamen que con él se
pretendan celebrar (conf. inc. b del art. citado).

O, si se quiere, habrá que acoplar al poder genérico en términos expresos un poder específico para asentir,
atendiendo especialmente a la identidad del apoderado y los bienes sobre los cuales se pretendan concretar los
negocios jurídicos para evitar caer en la prohibición del art. 459 de dicho cuerpo legal.

2.— Por la duración de la facultad de representar

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A diferencia del régimen anterior (46), el nuevo Código no contempla como pauta distintiva de los poderes la
determinación expresa de un plazo para la extinción de la facultad de representar.

Ello no obsta a la vigencia de esta distinción, que incluso aparece mencionada indirectamente cuando se regula
uno de los negocios de base que sirven de sustento a los poderes de representación voluntaria, como es el
mandato.

En efecto, el inc. a, art. 1329, CCiv.yCom., dispone que dicho contrato se extingue "por el transcurso del plazo
por el cual fue otorgado".

Proyectada esta solución al régimen de la representación voluntaria en general, podemos dividir a los poderes
según si están o no limitados en el tiempo (47).

Y en el primer caso, los poderes "temporales" pueden bifurcarse en dos subespecies, a saber:

a) Aquellos que están sujetos a un plazo extintivo, cierto y determinado, sea que lo fije la discrecionalidad del
otorgante (v.gr., poder conferido por dos meses, uno o cinco años, etc.), sea que lo imponga la ley (como sucede
con los poderes para realizar transferencias de automotores o para realizar trámites o formular peticiones ante el
Registro Nacional de la Propiedad del Automotor y de Créditos Prendarios, que caducarán a los noventa días de
su otorgamiento, salvo que las facultades aludidas estén contenidas en poderes generales —conf. art. 13, in fine,
dec.-ley 6582/1958 t.o. dec. 1114/1997—).

En este primer supuesto, el cumplimiento de término establecido (legal o voluntariamente) provoca de manera
automática la extinción de la facultad de representar. Por tanto, si, pese a estar vencido el apoderamiento, es
igualmente utilizado, la única forma de sanear el defecto de personería será la ratificación que el interesado
realice, a posteriori, de todo lo actuado por el apoderado, que tendrá efectos retroactivos al momento de la
celebración del acto de marras.

No corresponde plantearse acá la eventual existencia de un tercer contratante de buena fe, por la simple razón de
que de la lectura del documento habilitante surge la limitación temporal en cuestión, que neutralizará cualquier
argumentación en tal sentido.

Si la caducidad de la procura deviene de una disposición legal, tampoco habrá argumentos a favor de quien
contrate con el representante, pues la ignorancia del derecho no es excusa atendible.

Debemos igualmente destacar que el hecho de limitar expresamente la vigencia del apoderamiento no es óbice
para que su otorgante pueda revocarlo, aun con anterioridad al vencimiento del plazo fijado (48).

b) Aquellos en que la extinción de la facultad de representar se subordina a un acontecimiento, que


necesariamente ocurrirá, aunque no se pueda precisar de antemano (como sucede en el supuesto anterior)
cuándo.

Esta hipótesis se verifica, por ejemplo, con los poderes conferidos para representar a ausentes, mientras sus
otorgantes permanezcan en tal condición. Dichas procuraciones caducarán con el regreso del interesado a
retomar sus negocios y asuntos personales, aunque para estos supuestos no existe la automaticidad del caso
precedente. Ello así, pues la normal diligencia y buena fe exigen que el interesado notifique de su retorno al
representante, y de esta manera lo imponga de la extinción del apoderamiento.

Pese a todo, queda claro que en este caso cabe la posibilidad del tercero de buena fe que, ignorante del evento
que ha causado la finalización del poder, haya contratado con el representante. Otro tanto podemos decir de los
operadores jurídicos que hayan utilizado el apoderamiento en estas condiciones (notarios, abogados).

Los poderes sin restricciones temporales fijadas en el acto de su otorgamiento son aquellos que perduran hasta
tanto se verifique o suceda alguna de las causales comunes a la extinción de tal acto jurídico unilateral (muerte,
revocación, renuncia del apoderado, cumplimiento del objeto fin del poder, etc.).

A continuación reproducimos dos dictámenes de la Comisión Asesora de Consultas Jurídicas del Colegio
Notarial porteño vinculados con la clasificación estudiada:

a) "El plazo de validez establecido en el art. 13 del dec.-ley 6582/1958, modificado por ley 22.977, no se aplica
a los poderes generales, ya sea que éstos abarquen la generalidad de los actos jurídicos que debe celebrar el

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poderdante o sólo una categoría de éstos"(49).

b) "El mandato conferido en términos expresos, precisos y concretos para modificar un reglamento de
copropiedad y administración con motivo de la incorporación de unidades originariamente proyectadas y
actualmente construidas, sujeto a la modalidad de un plazo por conexión con el establecido en la autorización
para sobreedificar, no puede considerárselo prorrogado tácitamente, si ha expirado el término previsto, por lo
que su vigencia ha cesado" (en el caso, si bien el apoderamiento rotulado como especial irrevocable no indicaba
plazo, se sujetaba, en su empleo, a la previa ejecución de las obras de sobreedificación, que debían desarrollarse
en el plazo máximo de cinco años a contar de la fecha de la escritura del reglamento de copropiedad y
administración) (50).

3.— Por la posibilidad de revocarlos en cualquier momento

Un tercer criterio distintivo de los poderes se determina según si quien los confiere tiene o no la facultad de
revocarlos.

La regla general es que todo poder, como acto facultativo de quien lo otorga, puede quedar sin efecto por su
propia decisión.

La excepción al principio de libre revocabilidad de los actos de apoderamiento la encontramos en el inc. c, art.
380, CCiv.yCom., que, siguiendo en parte a su antecesor (51), alude expresamente a la figura del poder especial
irrevocable.

Son sus exigencias:

a) Que se confiera para la ejecución de un negocio especial, lo que supone que el poder de marras habrá de ser
específico, asegurando así su conclusión con plena eficacia.

Esto determina, por ende, que no puedan existir poderes "generales" irrevocables, aunque el negocio de base o
sustento de la procura puede ser más de uno.

El negocio que da motivo a esta representación voluntaria peculiar debe preexistir al acto de apoderamiento, o
bien nacer en forma simultánea con él, no pudiendo surgir a futuro (52).

Esto no implica que indefectiblemente deba lucir en el acto donde se consiga y extiende el apoderamiento, ni
que en él se haga mención a su preexistencia (53), aunque resulte de buena práctica hacerlo, de modo que no se
dude sobre la verdadera naturaleza del poder ni se lo objete a la hora en que deba ser utilizado.

Es claro que la mera adjudicación del rótulo de "irrevocable" no insufla al poder tal calidad, sino que deben
cumplirse las exigencias previstas por la ley, entre las que se destaca muy especialmente el negocio que lo
justifica.

Adviértase que, a diferencia de los poderes de representación voluntaria comunes, donde no es menester indicar
el acto o negocio que les sirve de basamento, en este caso sí es necesario, pues la suerte del apoderamiento, sus
cualidades y efectos están ligados a la conclusión con eficacia de aquél.

En otros términos, el poderdante renuncia temporalmente a revocar la facultad de representación concedida para
asegurar que el apoderado pueda perfeccionar el negocio de base que precisa de aquélla.

b) Que esté limitado en el tiempo, aspecto que se relaciona con la clasificación anterior (apart. c.2).

Ello implica que esta clase de poderes deberá tener un plazo cierto de vigencia, cuya mención expresa habrá de
consignarse en el instrumento que lo contenga. Esto así, pues precisamente por ese lapso es que su otorgante
renuncia a la elemental facultad de revocarlo.

En el régimen del CCiv., la cuestión de plazo de estos poderes había dado pie a dos cuestiones en las que no
había acuerdo:

i) La mención del plazo para algunos debía surgir de manera expresa y precisa de estos poderes, para cumplir
acabadamente con las exigencias legales, posición a la que en lo personal adherimos.

Otra corriente de pensamiento juzgaba que no era de la esencia de ellos, en la medida en que pudiera

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Los poderes de representación voluntaria de forma notarial en el
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determinarse de alguna manera a posteriori, por ejemplo, por el tiempo que llevara ejecutar el acto previsto en el
negocio de base.

Con lo cual el lapso de vigencia de la representación irrevocable podía surgir implícito del negocio que había
dado motivo a su otorgamiento (54).

ii) Tampoco había coincidencias respecto de los efectos que tenía sobre el poder el cumplimiento del plazo
establecido.

En efecto, mientras que algunos consideraban que en estas lides caducaba el poder, como en los casos comunes
(55), otros juzgaban que lo que caía era la irrevocabilidad, pero el poder perduraba, en la medida en que el plazo
se hubiera estipulado para la primera pero no para el segundo (56).

Una tercera posición sostenía que la conclusión del plazo extinguía el poder, salvo que en él se hubiera
consignado expresamente que subsistía como poder común y, por ende, revocable en cualquier momento (57).

Todas estas disquisiciones, a nuestro entender, han sido aclaradas por el inc. c, art. 380, CCiv.yCom.

Respecto de la primera cuestión del precepto, se extrae que estos poderes, para revestir la mentada calidad,
requieren necesariamente de un plazo "cierto".

En consecuencia, no pueden existir poderes irrevocables sin plazo o a perpetuidad.

Ahora bien, pese a considerar que dicha certeza debe ligarse con la mención expresa del lapso de vigencia del
poder, los primeros comentaristas del nuevo texto legal se inclinan por considerar que la determinación de ese
plazo "cierto" puede ser tanto expresa como tácita o implícita (58).

Insistimos, desde nuestra óptica, en que para evitar objeciones al uso de estos poderes en la práctica, resultará
conveniente mencionar el plazo cierto y expreso en el texto del poder, de modo que no queden dudas en torno al
lapso de tiempo en que rige la renuncia del otorgante a la facultad de extinguirlo por su sola voluntad.

Los plazos tácitos o implícitos siempre pueden dar lugar a opiniones encontradas, que deberán en última
instancia dirimirse o aclararse en sede judicial, que no es, precisamente, lo que desean las partes cuando acuden
a esta clase especial de apoderamientos.

En cuanto a los efectos del vencimiento del plazo indicado en el poder, del inciso citado se deriva que afectan a
la representación, que como tal se extingue sin que sea menester de parte del poderdante emitir declaración
alguna en tal sentido.

Por ende, juzgamos que no son jurídicamente viables los pactos sobre la continuidad de la vigencia del poder
luego de transcurrido el plazo de tiempo indicado, como facultad de representación común, y, por ende,
revocable en cualquier momento por su otorgante.

Ello así, pues, a diferencia del régimen anterior, que no se expedía sobre los efectos o consecuencias del
vencimiento del plazo sobre el poder, el CCiv.yCom. sí lo ha hecho en el sentido antes indicado.

c) Que el poder se otorgue en interés legítimo solamente del representante (o apoderado), o de un tercero, o bien
en el interés y conveniencia comunes del representante y el representado, o del representante y un tercero, o del
representado y de un tercero.

En rigor, el interés en jaque que motiva la concesión de una procura de esta índole no surgirá del propio poder,
sino del negocio de base que le da sustento u origen.

Remarcamos, en este sentido, y como se infiere del inc. c, art. 380, CCiv.yCom., que en esta clase de poderes no
pueden ponerse en juego solamente los intereses del otorgante, pues entonces no tendría sentido alguno la
autolimitación impuesta a la facultad de revocarlo.

Hemos dicho con anterioridad que la representación voluntaria tiene en su origen un negocio que justifica la
dación de la facultad de representar, pero que no es menester su mención expresa en el acto de apoderamiento,
dado el carácter abstracto y autónomo de este último.

Sin embargo, en la figura en análisis la cuestión cambia.

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Los poderes de representación voluntaria de forma notarial en el
Código Civil y Comercial de la Nación

Por eso insistimos en que es de buena práctica consignar siempre la existencia del negocio que le da motivo o
razón de ser a este apoderamiento, pues, en rigor de verdad, es una forma de representación anómala, ya que lo
es no en interés del otorgante o representado (que sería lo usual o común), sino en beneficio del apoderado o de
un tercero. Y precisamente por ello es que quien lo otorga renuncia a ejercitar la prerrogativa de revocarlo, salvo
que medie justa causa, que deberá ser, por cierto, calificada como tal en sede judicial. Si lo hiciera sin dicho
aval, quedará obligado a resarcir por los daños y perjuicios irrogados a la parte interesada en el negocio causal
(59).

Visualicemos los tres recaudos dispuestos para esta figura con un ejemplo, quizás el más comúnmente utilizado
en las notarías argentinas: se celebra un boleto de compraventa inmobiliaria, verificándose la entrega de la
posesión del bien y el pago de la totalidad del precio. El adquirente, por diversos motivos, no está dispuesto a
requerir, en ese momento, el otorgamiento de la escritura pública traslativa de dominio, que es lo que cuadraría
en el caso, dado que las dos prestaciones esenciales del negocio están cumplidas.

En vez de ello, requiere la confección y otorgamiento de un poder de esta naturaleza, a favor de sí mismo o de
un tercero de su confianza, para que en un plazo prudencial se eleve el negocio a la forma establecida por la ley
para verificarse la mutación real inmobiliaria.

Adviértase en el caso planteado que el interés en juego es indudablemente el del comprador, a quien le resta
observar con la forma tasada por la ley para adquirir el dominio sobre el objeto de la contratación. Luego, con el
apoderamiento del caso, se asegura el cumplimiento de la obligación de hacer pendiente, al menos, por el plazo
impuesto en el propio poder.

Claro que al no verificarse la traslación dominial del inmueble y quedar éste en cabeza del disponente, nada
obsta a que sea embargado por deudas imputables a aquél, o lisa y llanamente que el otorgante sea inhibido,
aspectos que dificultarán, por cierto, la elevación a escritura pública y que eventualmente exigirán del interesado
(sea o no el apoderado) su presentación en el proceso en que se hayan dictado las medidas cautelares, invocando
una tercería de mejor derecho.

Quedan por resolver tres cuestiones vinculadas a los poderes irrevocables, como son la posibilidad de
extinguirlos antes del tiempo de vigencia, los efectos que sobre esta representación tiene la muerte del
poderdante o su quiebra.

Respecto de la primera cuestión, queda claro que la renuncia al ejercicio de la facultad de revocar no es
absoluta, pues la propia norma (al igual que su antecesora) reconoce a su otorgante la posibilidad de extinguirlo,
antes del vencimiento del plazo si media justa causa (conf. inc. c, in fine, art. 380).

Para ello es menester incoar la correspondiente acción judicial para justificar la existencia de los motivos que
ameritan esa decisión.

Así, en esta instancia, la facultad de extinguir unilateralmente el poder está condicionada a un dictamen judicial
favorable, que reconozca los argumentos del actor.

Por ende, hasta tanto no exista dicho pronunciamiento en sede judicial, el poder sigue vigente, y, por ende,
puede sur utilizado por el apoderado, en interés propio o de un tercero con el que haya contratado (v.gr., si ha
cedido los derechos emergentes del negocio de base que ha justificado la concesión de la procura irrevocable).

Así, no será suficiente la remisión de una comunicación de la decisión de revocar el apoderamiento, si ésta no es
secundada por la sentencia judicial que da razón al otorgante.

Luego, ¿qué actitud debe asumir el notario si toma conocimiento de la intención de revocar el poder pero no
existe pronunciamiento judicial que legitime los argumentos del representado?

Señala Natalio P. Etchegaray que "(s)i el notario recibe una comunicación del poderdante que revoca de modo
unilateral una representación irrevocable, debe comunicárselo de manera fehaciente al apoderado y al
contratante y, si éstos deciden igualmente utilizarla, deberá dejar constancia de todo lo actuado en la respectiva
escritura"(60).

En cuanto a los efectos que tiene el fallecimiento o incapacidad sobreviniente del otorgante, entendemos que la
representación se mantiene, puesto que se trata de concluir un negocio especial que preexiste o nace de manera
simultánea con el apoderamiento irrevocable, que tiende a satisfacer los intereses del apoderado o de terceros,

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pero nunca del poderdante solamente.

En el régimen anterior, la cuestión ya estaba resuelta por el art. 1982, que disponía así: "(e)l mandado continúa
subsistiendo aun después de la muerte del mandante, cuando ha sido dado en el interés común de éste y del
mandatario, o en el interés de un tercero".

De aquí que los poderes de esta índole se concedieran con el doble rótulo de "irrevocables y con efectos post
mortem" en los términos de los arts. 1977 y 1982 del Código Civil.

En el régimen del nuevo Código, la figura de los poderes con efectos post mortem está consagrada en el inc. b)
del art. 380 con los mismos requisitos exigidos para los poderes irrevocables con la excepción del plazo.

En consecuencia, si el poder irrevocable cumple con las exigencias que le son propias, y dado que se ha
concedido para finiquitar un negocio en interés del representante o de un tercero, va de suyo que ni la muerte de
su otorgante, ni su incapacidad sobreviniente afectan la vigencia del poder, que se puede utilizar aun luego de
esos eventos, en tanto y en cuanto no esté concluido el plazo por el cual fue conferido, pues esto último implica
su caducidad.

En éstos hay acuerdo de la doctrina (61), aunque el apoderamiento de marras no reúna los requisitos formales de
los actos mortis causa.

Con lo cual, si el poder es irrevocable, excepciona las causales extintivas previstas por los incs. b), e) (muerte
del representado o declaración de su muerte presunta) y h) (pérdida de capacidad exigida en el representado).

El CCiv.yCom. incorpora como nueva causal de extinción de los poderes de representación voluntaria la
quiebra del representante o del representado (inc. g, art. 380).

Nos interesa acá considerar si la falencia del otorgante del poder afecta la eficacia de la procura.

Entendemos que en principio no, pues si el poder se ha conferido en virtud de un negocio preliminar y para
asegurar su ejecución, la declaración de la quiebra no será suficiente para extinguirlo.

En rigor, hay que atender cuándo se verifica el estado de cesación de pagos y la quiebra del poderdante.

Si lo es al momento de celebrar el negocio primigenio, es evidente que la ulterior concesión de un poder de


estas cualidades para asegurar su cumplimiento no será oponible a los acreedores del representado, que pueden
involucrar a los bienes que constituían el objeto del primero en la masa de activos con el cual esperan cobrarse.

En cambio, si la falencia sucede luego de la celebración del acto de base y en forma concomitante con la
concesión del poder, esta circunstancia por sí sola no alcanzará a neutralizar la eficacia del acto de
apoderamiento, si las prestaciones esenciales del primero ya estaban cumplidas.

Otro tanto cabe decir respecto de la quiebra decretada después del otorgamiento del poder y durante su plazo de
vigencia.

En estas lides, los acreedores tendrán que impugnar no el poder, sino el acto de base que le dio razón jurídica,
alegando que éste ha provocado (o agravado) la insolvencia del deudor, de modo de llevar al dictamen final de
la quiebra.

Si esto no se puede justificar, entendemos que el negocio inicial y el poder concedido para perfeccionarlo se
mantendrán, por supuesto, durante el plazo de vigencia del último.

Estos razonamientos deben replicarse si se trata de la quiebra del apoderado y éste es la contraparte del negocio
de base que ha dado origen al poder irrevocable.

Si el interés en juego es el de un tercero, la falencia del representante no puede afectar el empleo con eficacia
del poder, pues en estas lides el último está actuando en nombre y por cuenta de otra persona.

Por ende, su precaria situación patrimonial no puede desbaratar derechos e intereses ajenos.

4.— Según la oportunidad en que puedan ser utilizados

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Otra división de los poderes como actos de representación voluntariamente concedida es por el momento u
oportunidad en que pueden ser utilizados, esto es, en vida de su otorgante o incluso después de su muerte.

La regla o principio general es que los poderes, como actos jurídicos unilaterales, sólo pueden utilizarse en vida
de quien los otorga.

Por eso es una causa extintiva propia de la representación voluntaria la muerte efectiva o presunta de su
otorgante.

Lo propio sucede si quien fenece es el apoderado.

Esto era así en el régimen anterior (conf. inc. 3, art. 1963, CCiv.) y en el texto actualmente en vigor (incs. b y e,
art. 380, CCiv.yCom.).

Sin embargo, en el Código velezano, en los arts. 1980 y 1981 se planteaba la posibilidad de subsistencia del
"mandato", cuando su objeto (el negocio jurídico) debía ser cumplido o continuada su ejecución aun luego del
hecho luctuoso. Ello así, a menos que existieran herederos menores o incapaces y se hallasen bajo la
representación de sus tutores o curadores.

A estas exigencias debía sumarse lo dispuesto por el art. 1982, en el sentido de que la ultraactividad del
mandato (en rigor, poder) se justificaba en tanto y en cuanto existiera un interés comprometido común al
mandante (poderdante) y mandatario (apoderado), o bien de un tercero.

Así, en estas lides se presentaba un caso similar, aunque no totalmente equivalente al del poder irrevocable
(negocio de base, interés no exclusivo del representado).

Por ende, se adosaba al apoderamiento la posibilidad de su ejercicio luego de la muerte del otorgante, por
expresa decisión de éste.

En cambio, el art. 1983 del CCiv. consagraba una figura distinta: el mandato (en rigor, poder) para ser ejecutado
directamente luego de la muerte de quien lo confería, caso en el cual se exigía que pudiera valer como una
disposición de última voluntad, es decir, como un acto mortis causa, aunque no estuviera revestido de ninguna
de las formas testamentarias entonces admitidas.

La distinción se planteaba así entre el poder para ser continuado en su ejercicio incluso luego de muerto su
otorgante (arts. 1980 a 1982) del que se concedía para ser aplicado exclusivamente luego de ese evento y no
antes (62).

De todos modos, y más allá de las distintas interpretaciones y aplicaciones de la figura descripta, quedaba claro
que estaban admitidos los mandatos y poder con efectos post mortem, es decir, los que, sin implicar una
disposición testamentaria, debían (o podían) ser utilizados luego del deceso de su otorgante.

A ellos había que sumar los mandatos (y poderes) comunes, cuando, pese al óbito del otorgante, era menester
continuar con su ejercicio a fin de resolver cuestiones de premura y urgencia que no admitían demoras, hasta
tanto tomaran cartas en el asunto los herederos de aquél (arg. art. 1980, in fine, CCiv.).

En este sentido, se ha dicho que "(e)l carácter de irrevocable y post mortem de un poder son temas
completamente diferenciados. El CCiv. les da distinto tratamiento: el art. 1977 para el primero y el art. 1980 y
ss. para el segundo. Esto es claramente así por cuanto el primero apunta a la facultad o no de revocar el poder,
mientras el segundo se refiere a su eficacia post mortem como excepción al principio establecido en el art. 1963,
inc. 3º. El efecto post mortem se da aun cuando no se consigne en el poder, si la situación fáctica del negocio
jurídico se ajusta a la prescripción del art. 1980. Por tanto, si en el caso se dan los recaudos exigidos por dicho
artículo, que pareciera de acuerdo a su consulta que se está refiriendo el poder al cumplimiento de negocios
instrumentados en boletos ya firmados, se podrá otorgar la escritura de venta, aun cuando nada se diga en el
poder sobre su validez post mortem, por cuanto ésta resulta del cuerpo legal citado"(63).

Pues bien, el Anteproyecto de Código Civil y Comercial de 2012 que sirvió de inspiración y sustento al
CCiv.yCom. presentaba un panorama distinto al antes descripto.

Así, en el capítulo de la representación voluntaria no se consagraba excepción alguna a la vigencia de los


poderes luego del fallecimiento del poderdante.

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De los incs. b) y e) de su art. 380 se extraía como causal extintiva del poder la muerte efectiva o presunta del
representante o del representado.

De lo que infería que no se admitían ab initio los poderes con eficacia post mortem en ninguna de las variantes
que contemplaba el Código velezano (aunque referidas al mandato).

Sin embargo, en el capítulo del mandato, dos disposiciones se referían al mandato con efectos post mortem,
admitiendo algunas de las hipótesis consideradas en el Código decimonónico.

El art. 1330, en su segunda parte, disponía que el mandato conferido para ejecutarse después de la muerte del
mandante era nulo si no podía valer como disposición de última voluntad (64).

El art. 1333, en su segunda parte, por su parte consideraba las consecuencias que tenía la muerte del mandatario
sobre el contrato en cuestión: el mandatario debía ejecutar los actos de conservación si había peligro en la
demora, excepto que existieran instrucciones expresas de los herederos o sus representantes (65).

Así, no había poderes con efectos post mortem, pero sí mandatos con esas consecuencias, lo que generaba una
antinomia.

En efecto, si el mandato de marras suponía la concesión de un poder para representar, era evidente que en última
instancia dicha procura tendría los mentados efectos negados en la parte general.

Esto así, pero sólo para ejecutar actos luego del deceso del mandante, o bien para continuar aquellos que
estuvieran en trance a ese momento.

El Anteproyecto citado, en su art. 380, inc. b, fue modificado por el Senado de la Nación durante su tratamiento
parlamentario, introduciendo una solución equivalente a la del art. 1982, CCiv., postulando así una excepción a
la regla o principio general.

Esto así, sin modificar las disposiciones dispuestas para el mandato.

Y de esta guisa fue aprobado finalmente por el Congreso y promulgado por el Poder Ejecutivo, de manera que
en el nuevo Código están consagrados por igual los poderes de representación voluntaria con efectos post
mortem y los mandatos con iguales consecuencias, aunque para supuestos diferentes.

Para el primer caso, el inc. b) del art. 380, CCiv.yCom., exige dos condiciones:

a) Que el apoderamiento se haya concedido para actos especialmente determinados, que por regla serán
preexistentes a él, o nacerán en forma concomitante con su concesión.

b) Que se confiera en interés legítimo del representante, de un tercero o común a ambos, o del representado y el
representante o del representado y un tercero.

Es decir que queda al margen el caso en que el apoderamiento se haya otorgado en interés exclusivo del
poderdante, supuesto en el cual no tiene sentido ni razón de ser que se lo pretenda utilizar luego de su
defunción.

Como se advierte, coinciden estas exigencias con las previstas para los poderes irrevocables, por lo que cuesta
poco inferir que en la práctica, en ocasión de otorgarse estos últimos, se indicará y aclarará la posibilidad de
utilizarlos aun después de muerto el otorgante, invocando la excepción en estudio, tal como sucedía en el
régimen anterior.

Sin embargo, en el nuevo Código se presentan separados y distintos los poderes irrevocables y los que tienen
efectos post mortem.

Por ende, cabe para los interesados acudir a una figura o a la otra, o bien amalgamarlas en el apoderamiento,
para asegurar la eficacia del poder luego de la muerte del poderdante.

El poder post mortem continúa vigente luego del fallecimiento del representado.

El poder irrevocable protege frente a la voluntad unilateral de aquél de extinguirlo, por el plazo de vigencia que

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se le imprima.

La conjunción de ellos protegerá ante el hecho luctuoso y la decisión de neutralizarlo.

De aquí la fórmula que sugerimos para esta última hipótesis: "XX concede poder especial irrevocable y con
efectos post mortem en los términos de los incs. c) y b) del art.o 380 del Código Civil y Comercial de la Nación,
a favor de ZZ por el plazo de diez años".

En última instancia, si se escoge la figura del poder post mortem del inc. b), no será menester indicar un plazo
cierto para la ejecución del acto que lo motiva, pero tiene como contracara la facultad para su otorgante de
revocarlo antes de su fallecimiento sin necesidad de invocar justa causa.

Es por eso que en la práctica notarial se utilizarán combinados para evitar esta última consecuencia.

Una última acotación es que dada la equivalencia de recaudos entre los poderes irrevocables y los que tienen
efectos post mortem, juzgamos que así como la incapacidad del poderdante no compromete la eficacia y empleo
de los primeros, otro tanto debe suceder respecto de la segunda hipótesis.

En efecto, si existe un negocio especial a cumplir y un interés tutelado que no es el del representado que
justifica el empleo del apoderamiento luego de su deceso, lo propio ha de acontecer si éste se torna incapaz
luego de su concesión (66).

Iguales conclusiones caben para el caso de la quiebra del poderdante.

Ahora bien, si los poderes con eficacia post mortem tienen su base o sustento en el contrato de mandato, habrá
que atender a las reglas que se han consagrado para esta última figura en el nuevo texto legal, que son las antes
anticipadas.

Así, la segunda parte del art. 1330 que dispone que "(e)l mandato destinado a ejecutarse después de la muerte
del mandante es nulo si no puede valer como disposición de última voluntad".

Esto determina, como en el régimen anterior, que si el objeto es la ejecución del acto jurídico a que se refiere el
mandato después de la muerte del mandante, la forma de estos poderes no deba ser necesariamente la de los
testamentos (ológrafo o por acto público), sino más bien que su eficacia y contenido no se contraponga con las
soluciones del derecho sucesorio.

Así, que no afecte la porción legítima de los herederos forzosos del poderdante o que respecto de estos últimos
no corresponda aplicar la representación legal, si quedan sujetos a tutela o curatela (67).

Además, la actuación del apoderado queda circunscripta a la supervisión y control de los herederos del
representado, al decir de la segunda parte del art. 1333, que dispone que "(s)i se produce la muerte o
incapacidad del mandante, el mandatario debe ejecutar los actos de conservación si hay peligro en la demora,
excepto instrucciones expresas en contrario de los herederos o representantes".

Así, la ultraactividad del poder en estas lides en sustancialmente diferente a la prevista en el inc. b del art. 380,
CCiv.yCom., ya que no es menester la existencia de un negocio especial preliminar y no se tutelan sino los
intereses exclusivos del mandante o poderdante.

En rigor, la figura del art. 1330, CCiv.yCom., supone un encargo o negocio que existirá y habrá de cumplirse
precisamente luego de la muerte del mandante (y poderdante).

La hipótesis que se desprende de la segunda parte del art. 1333 alude a un mandato (y poder) comun(es), donde
el mandatario (y apoderado) se ve conminado a cumplir con las gestiones urgentes y rendir cuentas a los
sucesores y herederos del primero de todo lo realizado en esta instancia.

Por ende, si el mandato (y el poder que éste conlleve) se concreta para asegurar la ejecución y conclusión de un
negocio preliminar, va de suyo que los interesados acudirán, como ya se dijo, a las opciones previstas en los
incs. b y c del art. 380, CCiv.yCom., para darle suficiencia a la facultad de representar, de manera que el hecho
luctuoso no se erija en un obstáculo para su empleo en el caso concreto.

Ello así, con la aclaración de que con independencia del fallecimiento del representado, si el poder conferido
lleva también el mote de irrevocable, debe estar vigente en lo referente a su plazo de duración, al momento de

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utilizarlo (68).

De aquí que un sector de la doctrina ponga en duda la existencia en el nuevo Código de la figura del poder post
mortem con eficacia autónoma.

En este sentido se expide Natalio P. Etchegaray, quien afirma que "(n)o existe la institución jurídica del poder
post mortem como una unidad conceptual, sino distintas circunstancias en las que una representación se puede
seguir aplicando después de la muerte del poderdante (art. 1333)"(69).

En lo personal, juzgamos que la modificación al Proyecto original ha plasmado como institutos distintos a los
poderes con efectos post mortem y a los irrevocables, lo que no obsta, volvemos a repetirlo, a que se los pueda
amalgamar en el caso concreto para satisfacer los intereses de nuestros requirentes.

O, lo que es lo mismo, la práctica superará a la teoría (y a los textos legales), determinando que se sigan
asociando las dos cualidades apuntadas cuando se trate de asegurar la conclusión de un negocio preliminar.

5.— Según la cantidad de representantes designados

Desde esta perspectiva se pueden distinguir los poderes en singulares y plurales, si se conceden a favor de uno o
más representantes.

El primer caso no genera dudas: hay un solo apoderado, que deberá proceder de acuerdo a las facultades
conferidas, haciéndose responsable de su correcto desempeño, y, en su caso, del sustituto, si ante el silencio del
otorgante en la materia escoge a una persona que resulta impropia para estos menesteres.

En el segundo supuesto, habrá que atender si el otorgante ha repartido o distribuido la facultad de representar de
manera que los apoderados cumplan los actos que se les han encomendado de manera conjunta, o bien si pueden
desempeñarse indistinta o alternadamente.

a) En la primera hipótesis, cada representante debe cumplir con su cometido sin inmiscuirse en las actividades
de los otros, y se responsabilizará de lo que haga.

En rigor, es como si se confirieran en un mismo acto y documento escrito varias procuras o apoderamientos.

La consecuencia práctica de este proceder será la necesidad de emitir tantas copias como apoderados existan,
dado que el desempeño de uno no puede superponerse o conjugarse con el otro.

La figura no es capciosa y bien puede verificarse en la realidad, atento a la restricción impuesta por art. 459,
CCiv.yCom.

Así, a modo de ejemplo, en un mismo instrumento puede lucir un poder general amplio de administración y de
disposición a favor del cónyuge del otorgante y en segundo lugar un poder en términos expresos y específicos a
favor de otra persona humana para prestar el asentimiento conyugal para disponer o gravar el inmueble donde
está radicada la vivienda familiar o sus accesorios.

También puede suceder que el apoderamiento faculte a los representantes a fraccionar la actuación o desempeño
de cada uno de ellos, de manera que se aboquen a cumplir de manera separada los encargos e intereses del
representado.

Y en cualquiera de estas circunstancias, con o sin facultad de sustitución.

b) Si el poder se confiere a varias personas para actuar en forma conjunta, ello implica que todos los
representantes deberán concurrir a la celebración de los actos y gestiones que se les hayan encomendado y
tendrán responsabilidad por lo que cada uno ejecute.

Esta última no será solidaria, a menos que se haya pactado expresamente esta circunstancia en el
apoderamiento.

Por ende, en estas lides, y más allá de que sea menester la concurrencia de todos los apoderados para la
concreción de los negocios encomendados, cada uno responderá por su desempeño efectivo y no por lo que
hayan hecho sus congéneres.

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La actuación conjunta implica que será suficiente la emisión de un solo documento donde conste la procura,
dado que todos los apoderados deberán confluir en un lugar y fecha determinados para llevar a cabo los
encargos del interesado.

c) Sin embargo, la figura más común en la práctica, cuando hay pluralidad de apoderados, es su desempeño
indistinto o alternado, lo que significa que cualquiera de ellos puede ejercitar la facultad de representar en el
caso concreto, sin necesidad de la concurrencia y acuerdo de los restantes.

Así lo dispone el art. 378, CCiv.yCom.: "(l)a designación de varios representantes, sin indicación de que deban
actuar conjuntamente, todos o algunos de ellos, se entiende que faculta a actuar indistintamente a cualquiera de
ellos".

Esto determina que será suficiente que se entregue un solo ejemplar o copia de la procura, que será exhibida por
el apoderado que intervenga en el caso concreto, y que se hará responsable de los actos y gestiones por él
ejecutados, sin comprometer a los restantes.

Más aún, puede suceder que entre ellos se distribuyan de antemano las tareas encomendadas, de manera que
cumplan distintas actuaciones sin superponerse los unos con los otros, o que, por motivos circunstanciales
(ausencia, enfermedad, necesidad de atender otros temas de mayor urgencia), el que esté dispuesto lleve
adelante los asuntos a que se refiera la procura recibida.

Remarcamos la importancia de la representación indistinta tratándose de un apoderamiento plural, pues ello


impide que se frustre la ejecución del negocio de base en los apoderamientos irrevocables y con efectos post
mortem ante la muerte, ausencia, renuncia, incapacidad o quiebra sobrevinientes de alguno de los
representantes, dado que cualquiera de los restantes pueden llevar adelante las instrucciones y encargos
indicados.

(1) En Rivera; Julio C. (dir.) y Medina, Graciela (coord.), "Comentarios al Proyecto de Código Civil y
Comercial de la Nación 2012", Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 2012, p. 257.

(2) Conf. Sánchez Urite, Ernesto E., "Mandato y representación", Ed. Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1984, p.
23.

(3) El representante asume ese rol o papel cuando se excede en el ejercicio de las facultades e instrucciones
concedidas.

(4) Para un estudio completo sobre la evolución de las concepciones doctrinarias respecto de los tres institutos
implicados, ver Negri Pisano, Luis E., "La representación voluntaria. El poder y el mandato", Ed.
Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1985.

(5) Apenas dieciséis artículos (1319 a 1334), contra los ciento diecisiete del Código velezano (1869 a 1985).

(6) En adelante CCiv.yCom.

(7) Los actos mortis causa sólo pueden ser otorgados por los propios interesados, sin mediar interpósita persona
(conf. art. 2465, CCiv.yCom.).

(8) Lorenzetti, Ricardo L., "Contratos. Parte especial", t. I, Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2003, p. 415.

(9) Conf. Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil y Comercial de la Nación
comentado", t. II, Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2015, p. 434.

(10) En el CCiv. el orden era sustancialmente diferente y progresivo: en primer término, las reglas generales
para la representación y asistencia de los incapaces, luego la patria potestad, la tutela y la curatela y, por último,
la actuación del Ministerio Público.

(11) Señala Marisa Herrera que se trata de una figura que está consagrada en el derecho comparado y su
introducción a nuestro sistema sirve para dar repuesta a una realidad: progenitores que por diversos motivos no
pueden temporalmente hacerse cargo del cuidado y crianza de los hijos y deben apelar a terceros para que los
suplanten (en Lorenzetti, Ricardo L. "Código Civil...", cit., t. IV, p. 304).

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(12) Nuevamente se advierte la dispersión legislativa, pues este sujeto de derechos está considerado en el Libro
cuarto en materia de derechos reales.

(13) También en la deliberación y resolución previas que los integrantes del órgano con injerencias en el tema
hayan cumplido.

(14) Conf. Ariza, Ariel, "Código Civil comentado. Contratos", t. II, Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2006, p.
481.

(15) Sobre esta norma se había señalado, con razón, que no se trataba de un caso de nulidad sino de ineficacia,
porque el acto del representante sin poder y sin ratificación no producía ninguna consecuencia jurídica en el
patrimonio del representado (que en el caso, no lo era efectivamente), ya que no había ninguna base o sustento
para la legitimación de ese obras (conf. Lorenzetti, Ricardo L., en Bueres, Alberto J. —dir.— y Highton, Elena
I. —cood.—, "Código Civil y normas complementarias", t. 4-D, Ed. Hammurabi, Buenos Aires, 2003, p. 276).

(16) Lorenzetti, Ricardo L., "Contratos. Parte especial", cit., t. I, p. 432.

(17) Situación que no se verificaba en el régimen del CCiv.

(18) Conf. Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo J. (dir.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 445.

(19) Conf. Mosset Iturraspe, Jorge, "Representación", Ed. Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 1996, p. 28.

(20) Se previene que, al igual que en el régimen del Código decimonónico, la voluntad de los particulares no
puede derogar formas legalmente impuestas.En rigor, lo que las partes pueden hacer en estas circunstancias es:
disponer una forma especial para un acto que por ley no la tenga (es decir, cuya manera de celebración o
acreditación sea libre) o bien agravar los recaudos formales que a estos fines haya previsto el legislador.

(21) Conf. Ariza, Ariel, en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.) "Código Civil..." cit., t. V, ps. 763 a 766.Destaca
nuestro autor que, al incorporarse al Código una variada cantidad de contratos comerciales, los requisitos de
forma de éstos son ad probationem (v.gr., contratos bancarios, agrupaciones de colaboración, uniones
transitorias de empresas, agencia).

(22) Conf. Abella, Adriana y Regis, Ariel, en Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil y Comercial.
Comentado, anotado y concordado", t. I, Ed. Astrea, Buenos Aires, 2015, p. 712.

(23) Conf. Etchegaray, Natalio P., en Clusellas, Eduardo F. (coord.) "Código Civil...", cit., t. II, ps. 95 a 97.

(24) Conf. Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 471.

(25) En verdad, el nuevo Código sigue las directivas de su antecesor, que en sus arts. 1938 y 1939 consagraba
en el capítulo del mandato un régimen equivalente.De dichos preceptos se desprendía también que los terceros
que contrataban con el mandatario tenían derecho a exigirle que exhibiera el documento en el cual constaba la
procura que lo habilitaba a actuar por el mandante a los efectos de preservar su buena fe y asegurarse de que
éste quedara vinculado con lo realizado por el primero.Por eso en otra oportunidad sostuvimos (y lo
reafirmamos ahora) que el poder de representación se caracteriza por ser un acto formal, en el sentido de que
debe otorgarse por lo menos por escrito (salvo que la ley o la voluntad de las partes expresamente agraven ficha
formalidad, por ejemplo, imponiendo que conste en escritura pública). Conf. nuestro estudio "El régimen
jurídico de los poderes internacionales desde la perspectiva del derecho argentino", JA del 7/6/2006, ps. 3 y ss.,
y en Armella, Cristina (dir.) y Esper, Mariano (inv.), "Summa notarial", t. IV, Ed. AbeledoPerrot, Buenos Aires,
2014, p. 5061).

(26) Por cierto que las declaraciones de voluntad que constituyen su contenido son propias de los interesados y
otorgantes.

(27) En verdad, el notario habrá controlado, amén de la forma y contenido del instrumento, la capacidad y
legitimación de su otorgante; el cumplimiento de las leyes fiscales, si de la pieza escrita se derivan hechos
imponibles de tributos respecto de los que debe actuar como agente de recaudación o información; si el
documento presenta espacios en blanco, que éstos no sean de carácter esencial, etc.

(28) En el CCiv., la autenticidad externa de los instrumentos privados (y su equiparación a estos fines con los

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instrumentos públicos) solamente se cumplía con la admisión de la firma de manera voluntaria, provocada —de
modo expreso o tácito— o forzada en los estrados judiciales, de acuerdo a lo dispuesto por su art.
1026.Compulsar, en este sentido, nuestro estudio "Los instrumentos privados en el derecho vigente y en el
proyectado", JA del 29/1/2014, ps. 22 a 27.

(29) En rigor, del art. 377, CCiv.yCom., se derivan cuatro posibilidades sobre el tema, a saber:a) Que el
poderdante prohíba la sustitución, caso en el cual el representante no puede ser suplido por otro.Si el apoderado
hiciera caso omiso a esta restricción, todo lo que realice el sustituto escogido por él le será inoponible al
otorgante inicial, salvo que medie posterior ratificación.b) Que el poderdante autorice la sustitución con
indicación de la persona del sustituto.En este segundo caso se verifica propiamente una cesión de la
representación. Por lo tanto, lo que realice el sustituto comprometerá al poderdante, en la medida en que aquél
ajuste su actuación a las facultades conferidas en el acto de base. Lo que sí queda claro es que el representante
suplantado se exime de toda responsabilidad por la actuación de su reemplazante, porque existe una relación
directa entre el representado y el sustituto.c) Que el poderdante autorice la sustitución sin indicar la identidad de
la persona que habrá de suplir al representante inicial.En esta hipótesis, como la elección del sustituto recae en
el sustituyente, éste se hará responsable por la designación y desempeño de aquel a quien deberá supervisar.De
todos modos, lo realizado por el sustituto solamente obligará al representado en la medida en que actúe en los
límites de las facultades y atribuciones concedidas al apoderado inicial.d) Que el poderdante no se expida sobre
la materia ni a favor ni en contra de la sustitución de la representación que confiere.Este caso se sujeta al
régimen descripto en el inciso anterior.Adviértase la importancia que en estas lides tiene que el sustituyente sea
capaz a la hora de designar quién lo suplirá en la ejecución de uno o más actos jurídicos.He aquí una muestra de
los riesgos que implica elección como un apoderado de una persona incapaz.

(30) Apuntamos que, como el boleto de compraventa no provoca la mutación real inmobiliaria, escapa a esta
regla y puede ser celebrado a través de apoderamiento bajo la forma de instrumento privado, aunque, insistimos,
la firma de su otorgante habrá de estar autenticada.

(31) En este caso, recordar que la forma está impuesta como condición de validez del acto, por lo que su
incumplimiento no supone la conversión material del acto, como sucede con el resto de los supuestos que
citamos en la parte principal de este estudio.

(32) Conf. Ariza, Ariel, "Código Civil...", cit., t. II, p. 447, y Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L.
(dir.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 476.

(33) O en el título o epígrafe del poder (para el caso en que se formalice por escritura pública).

(34) En Clusellas, Eduardo A. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 123.

(35) Se expiden por el carácter enunciativo del art. 375: Etchegaray, Natalio P., en Clusellas, Eduardo G.
(coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 129, y Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código
Civil...", cit., t. II, p. 477.

(36) Rezaba el inc. 6º de esa norma así: "(l)os mandatarios, sin poder especial para el caso, con designación de
los bienes determinados que puedan donar".Se aplicaba este criterio, de manera análoga, cuando se confería
poder para aceptar donaciones.Se previene que no existe una solución equivalente en el CCiv.yCom., por lo que
a su respecto, sea para celebrar donaciones como para aceptarlas, será suficiente contar con un poder en
términos expresos en tal sentido, aunque sin necesidad de mencionar los bienes sobre los que recaerá la
liberalidad (cond. inc. l) art. 375). Conf. Moggia, Catalina, en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...",
cit., t. VII, ps. 693 y 694).Dejamos al margen de esta solución el caso de la prestación del asentimiento
(conyugal o no —para el caso de las uniones convivenciales—), para efectuar donación del inmueble donde está
asentada la vivienda familiar, los muebles indispensables de ella o a transportarlos fuera (art. 456), como así
también respecto de los bienes indicados en el art. 470, CCiv.yCom., donde habrá que cumplir con la
especificidad apuntada en el inc. b), art. 375, de dicho cuerpo legal.

(37) Conf. Herrera, Marisa, en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. III, ps. 567 y 568.

(38) Queda al margen el régimen del art. 470, que rige solamente para los bienes gananciales en la órbita del
matrimonio.

(39) Esto es, aquél donde está radicada la vivienda familiar.

(40) Nuestra autora se refiere al art. 457, CCiv.yCom..

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(41) En Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. III, p. 49.

(42) Conf. Lamber, Néstor D., en Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 423.En el
mismo sentido se ha expedido la 38ª Jornada Notarial Bonaerense (2013): "(e)l asentimiento prestado en el
marco temporal del actual Código, en relación a actos que sean otorgados después de la entrada en vigencia del
proyecto, conserva su plena eficacia, en virtud de tratarse de una consecuencia de este acto, ya cumplida con
anterioridad".En sintonía con lo anterior, la XXXIX Convención Notarial del Colegio de Escribanos de la
Ciudad de Buenos Aires (2012) concluye que hay que atender al momento en que fue otorgado el asentimiento
conyugal y no al tiempo en que con éste se celebra el acto jurídico en cuestión.

(43) Dictamen de la Comisión Central de Consultas del Colegio Notarial bonaerense, en base a las opiniones de
sus vocales, notarias Martinelli, Silvia R. y Armella, Cristina N. (Revista Notarial 924, ps. 522 a 530).Se reitera
así un dictamen anterior, producido por el mismo cuerpo en base a las opiniones de los notarios Palacio, Víctor
H. y Lamber, Rubén A. (Revista Notarial 905, ps. 1050 a 1062).En sentido similar se expide el Consejo
Directivo del Colegio porteño, en base al dictamen preparado para el caso por el escribano Cerávolo, Francisco,
que en su parte pertinente dispone: "...si el apoderamiento carece de facultad expresa al efecto, el mandatario no
se halla legitimado para declarar el asentimiento exigido por el art. 1277 del Código Civil" (ver despacho
completo en Revista del Notariado 852, ps. 115 a 122).

(44) En Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II., p. 421.

(45) Conf. Lamber, Néstor D., en Clusellas, Eduardo G., "Código Civil...", cit., t. II, p. 472.En sentido adverso
se expide la orden de servicio 45/2015 de la Dirección Provincial del Registro de la Propiedad Inmueble de la
provincia de Buenos Aires, que entiende que el impedimento se extiende también para la prestación del
asentimiento conyugal respecto de todos los bienes gananciales, amén de aquél donde está radicada la vivienda
familiar.

(46) Conf. art. 1960, CCiv.

(47) En rigor, todos los poderes son temporales, en el sentido de que se extinguen con la muerte de su otorgante
(excepción hecha de los poderes con efectos post mortem que luego consideraremos). La división que
estudiamos en la parte principal se refiere a los casos en que la limitación está fijada en forma expresa o
indeterminada en el acto de apoderamiento, con independencia del hecho luctuoso antes apuntado.

(48) Hacemos acá la excepción del poder especial irrevocable, donde el componente temporal se conjuga y
combina con la renuncia a la posibilidad de revocarlo que asume su otorgante, por el plazo en él indicado, salvo
que exista justa causa (conf. inc. c, art. 380, CCiv.yCom.).

(49) En base al proyecto de Pelosi, Horacio L., en Revista del Notariado 840, ps. 135 y 136.

(50) En base al proyecto de Cacciari, Norberto E., en Revista del Notariado 784, ps. 1208 a 1215.

(51) Conf. art. 1977, CCiv., que rezaba así: "(e)l mandato puede ser irrevocable siempre que sea para negocios
especiales, limitado en el tiempo y en razón de un interés legítimo de los contratantes o un tercero. Mediando
justa causa podrá revocarse".

(52) En contra Müller, Enrique C., quien sostiene que el poder irrevocable puede concederse en miras al acto o
contrato a celebrarse a la postre, en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 494).

(53) Conf. Etchegaray, Natalio P., en Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 166).Sin
embargo, destaca nuestro autor que será menester su exteriorización ante la aparición de alguna causa de
revocación.

(54) Conf. Etchegaray, Natalio P., "Escrituras y actas notariales", Ed. Astrea, Buenos Aires, 1997, ps. 139 a
141.La Comisión Central de Consultas del Colegio Notarial bonaerense, con respecto a este tema, había
evidenciado las dos posiciones, a saber: a) "La limitación en el tiempo es un requisito no esencial (en el poder
especial irrevocable). La determinación puede ser expresa o implícita y resultar de la naturaleza fin del negocio"
(conf. votos de los notarios Lamber, Rubén A., Fernández, Carlos J. y Rey, Norberto J.).b) "Si falta la limitación
en el tiempo el poder no es irrevocable, aunque el documento así lo exprese. Puede ser sí, poder simple, sujeto a
la revocabilidad común" (conf. votos de los notarios Andrés, Antonio A. y Dumon, Jorge F.). Ver despachos
completos en Revista Notarial 901, ps. 1393 a 1401.

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(55) Conf. dictamen de la Comisión Central de Consultas del Colegio Notarial bonaerense en base al voto del
vocal notario Guerriero, Ángel P., que reza: "el poder irrevocable cesa una vez transcurrido el plazo por el cual
fue otorgado, sin que sea jurídicamente admisible su conversión en poder común..." (ver despacho completo en
Revista Notarial 841, ps. 1530 y 1531).En el mismo sentido se había expedido la Comisión Asesora de
Consultas Jurídicas del Colegio porteño, al sostener que "si al momento del otorgamiento de la escritura de
compraventa había vencido el plazo de vigencia del poder invocado, la situación se asimila a la de no existir
poder alguno, por lo que se considera como si se hubiera actuado sin poder alguno" (ver dictamen completo en
Revista del Notariado 847, ps. 754 a 761). En la misma posición el dictamen aprobado por el Consejo Directivo
de dicha institución, de autoría del escribano Verni, Armando J. (en Revista del Notariado 852, ps. 107 y
108).También Urbaneja, Aldo E., como vocal de la Asesoría Notarial Personalizada del Colegio bonaerense, en
"Cuaderno de Apuntes Notariales", nro. 113, p. 20, La Plata, 2014.Comparte también este criterio Gattari,
Carlos N., "Práctica notarial", vol. 3, Ed. Depalma, Buenos Aires, 1988, p. 48.

(56) Conf. Carminio Castagno, José C., "Poder irrevocable", Revista del Notariado 772, p. 1078.

(57) Conf. Etchegaray, Natalio P., "Escrituras...", cit., p. 140.

(58) Conf. Etchegaray, Natalio P., en Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 166, y
Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil y Comercial de la Nación", cit., t. II, p. 494.

(59) C. Nac. Civ, sala K, 9/9/1996, "Curel, Carlos H. y otros v. Paidon, Hortensia M.", de los que se extrae la
siguiente doctrina: "...la irrevocabilidad del mandato puede pactarse. Si se diera tal circunstancia y el mandato
fuera revocado, el perjudicado tiene derecho a reclamar los daños y perjuicios que le hubiere irrogado la actitud
del mandante. Ello, toda vez que la irrevocabilidad del mandato no es otra cosa que hacer obligatoria la
indemnización de los daños y perjuicios en caso de revocación, pues si bien ésta es de la esencia del mandato,
ello no autoriza al mandante a proceder sin resarcimiento alguno cuando no hubiere causa justificada, y
particularmente si la revocación es anterior al vencimiento del término fijado" (Revista del Notariado 849, ps.
115 a 117).

(60) En Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 167.

(61) Conf. Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. II ps. 495 y 498, y
Etchegaray, Natalio P., en Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 167.

(62) Conf. López de Zavalía, Fernando J., "Teoría de los contratos. Parte especial", t. 4, Ed. Zavalía, Buenos
Aires, 1997, p. 631.

(63) Conf. Grebol, Julio, como vocal de la Asesoría Notarial Personalizada del Colegio de Escribanos de la
Provincia de Buenos Aires, en "Cuaderno de Apuntes Notariales", nro. 113, p. 15, La Plata, 2014.

(64) Que coincidía con el art. 1983, CCiv.

(65) Enunciado similar al del art. 1981, CCiv.

(66) En contra Müller, Enrique C., quien entiende que solamente se aplica la excepción en el caso de los
poderes irrevocables, en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 498, con cita coincidente de
Ariza, Ariel.

(67) Conf. Müller, Enrique C., en Lorenzetti, Ricardo L. (dir.), "Código Civil...", cit., t. VII, p. 104.

(68) Esto así, pues la irrevocabilidad está sujeta al plazo cierto que dimana del inc. c del art. 380, CCiv.yCom.,
que consideramos en el apartado anterior.

(69) En Clusellas, Eduardo G. (coord.), "Código Civil...", cit., t. II, p. 167.

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