Sei sulla pagina 1di 9

Charles Darwin, el viajero del Beagle – Guillermo Mayr

La publicación, en 1859, de “El origen de las especies”, Charles Darwin cambió por
completo la historia de la biología. Algunos años después, Sigmund Freud señalaría a la
revolución darwiniana entre las tres heridas "a su ingenuo amor propio" que la humanidad
había soportado, aquella que “redujo a la nada el supuesto privilegio que se había
conferido al hombre en la Creación, demostrando que provenía del reino animal y poseía
una inderogable naturaleza animal". Por eso la teoría darwiniana de la evolución resulta
también el punto clave de una revolución cultural y antropológica y se ubica en el centro de
una compleja y extendida trama de consecuencias extraordinarias, refractaria a cualquier
lectura simplista y lineal.
Tampoco fue simplista y lineal el camino recorrido para llegar a la concepción de
semejante obra. Darwin fue un muchacho entusiasta cuyo interés mayor pasaba por
disfrutar de largas veladas con amigos, salir a cazar y cabalgar, mientras al mismo tiempo
estaba imbuido de las creencias corrientes de la época y sin la más mínima intuición acerca
de lo que ocurriría luego con su carrera y su teoría. Parece claro que en su juventud Darwin
iba a infringir muchas expectativas. Su padre esperó que llegara a ser médico como él, o
clérigo, pero no consiguió ninguna de las dos cosas. Darwin se largó despavorido de la sala
de operaciones las dos veces que asistió y, a pesar de que según una sociedad de frenólogos
alemanes “tenía la protuberancia de la reverencia desarrollada como para diez sacerdotes”,
su obra contribuyó más bien a hacer crujir los primeros pasajes de las Sagradas Escrituras,
al tiempo que avanzó hacia un progresivo escepticismo. La afición del joven Darwin a la
colección de insectos, que hizo temer a su padre por su futuro, lo preparó no obstante para
algo determinante: un viaje de casi cinco años alrededor del mundo a bordo del bergantín
HMS Beagle de la Marina Real Británica. “El viaje del Beagle ha sido con mucho el
acontecimiento más importante de mi vida y ha determinado toda mi carrera”, diría años
después. En él, Darwin acumuló gran cantidad de observaciones que iban a ser básicas
para sus aportaciones a la geología y al estudio del mundo orgánico.
Hasta el siglo XVIII -dice el historiador de la ciencia y filósofo español Antonio Beltrán
Marí en “Revolución científica. Renacimiento e historia de la ciencia”- se creía que la
Tierra y todas sus criaturas habían sido creadas por Dios desde hacía entre cuatro y seis
mil años. En ese siglo, el naturalista sueco Carl von Linneo, basado en la creencia de la
inmutabilidad de las especies, pretendió hacer una clasificación definitiva de todos los
seres vivos que, en gran parte, sigue siendo útil. Pero ya desde finales del siglo XVII, con
las nuevas filosofía y física, el sistema solar y la Tierra empezaron a tener historia. Y los
fósiles parecían implicar al mundo vivo en esa historia. Hasta el siglo XIX se opusieron dos
grandes teorías. La catastrofista afirmaba que la Tierra, desde la creación, había sufrido
grandes cataclismos globales (el diluvio universal habría sido el último), que modificaban
drásticamente su topografía. El zoólogo francés Georges Cuvier, con su gran prestigio,
impulsó la idea de que, tras cada catástrofe universal, Dios creaba de nuevo la flora y la
fauna adecuadas, que constituían un paso progresivo hacia el hombre y su Tierra actual.
Los uniformistas, desde los franceses Georges Leclerc de Buffon y Jean Baptiste de
Lamarck, botánico uno, paleontólogo el otro, hasta los británicos James Hutton y Charles
Lyell, ambos geólogos, por su parte afirmaban que el aspecto actual de la Tierra era el
producto de procesos naturales constantes, uniformes y lentos, como los que actúan hoy:
vientos, mareas, sedimentos, etc. La Tierra tenía, pues, millones de años. Pero las
diferencias entre los fósiles y los animales actuales tenían que explicarse de manera
distinta.
Para Hutton, considerado por muchos el padre de la geología, los vestigios fósiles hallados
en el interior sólido de la Tierra proporcionaban información acerca de extensos períodos
de la historia natural. El conocimiento de los procesos geológicos -afirmaba- permitiría
establecer la época desde la cual las especies que produjeron dichos fósiles habitaban la
Tierra. En sendas reuniones de la Sociedad Real de Edimburgo llevadas a cabo los días 7 de
marzo y 4 de abril de 1785, Hutton presentó una teoría por la que sería acusado de herejía.
La misma recién fue publicada en 1788 y se titulaba “Teoría de la Tierra, o una
Investigación de las leyes observables en la composición, disolución y restauración de la
tierra firme del globo”. En ella, sostenía que en todas las transformaciones de la naturaleza,
lo único que permanecía sin cambio eran las leyes que las regían. Un concepto avanzado y
blasfemo para su época.
Aproximadamente un siglo después -recuerda Beltrán Marí en la obra mencionada-, Lyell
con base en el estudio de las rocas, sus tipos, su grosor, los fósiles que contenían y otros
factores, calculó para la Tierra una edad aproximada de 600 millones de años, una cifra
aceptable para las distintas muestras de rocas que él observó. Creador de la geología
moderna, en sus conceptos fue más lejos que Hutton, aportando nuevos elementos y
dándole a la geología un carácter eminentemente evolucionista. Indirectamente, Lyell sería
también el responsable de la teoría de la evolución de las especies por la relación e
intercambio de ideas que sostendría con Darwin. Fue crucial el antecedente de la geología
de aquél para que éste imaginase su teoría de la evolución. La teoría de Darwin requería
que la Tierra tuviera una edad de cientos de millones de años. La geología le proporcionó
los elementos que necesitaba. De ese modo, tanto Hutton como Lyell desempeñaron un
papel fundamental en la evolución del pensamiento científico. Así como Nicolás Copérnico
y Galileo Galilei habían quitado a la Tierra del centro del Universo; con Hutton y Lyell el
tiempo adquirió otro sentido y la creación y evolución de la vida en la Tierra dejó de ser el
resultado de un acto divino.
Mientras tanto, en mayo de 1826, el marino inglés Robert Fitz Roy, a la sazón teniente de
navío, salía del puerto de Plymouth rumbo a América del Sur en una expedición compuesta
por los bergantines Adventure y Beagle al mando de los capitanes Phillip Parker King y
Pringle Stokes respectivamente. El objetivo de la misión encomendada por el almirantazgo
británico, al menos el manifiesto, era el de realizar un relevamiento hidrográfico exacto de
las costas meridionales del extremo sur de América, desde la entrada del Río de la Plata
hasta las islas de Tierra del Fuego y Chiloé, y descubrir la existencia de rutas alternativas
para los propósitos comerciales del Imperio. El suicidio del capitán Stokes llevaría -tras un
breve interinato de otro oficial- a Fitz Roy como nuevo comandante del Beagle. El joven
cartógrafo Fitz Roy continuó con los objetivos del proyecto, circunnavegando los canales
patagónicos; sin embargo, un episodio fortuito alteraría parcialmente el plan de viaje: el
encuentro con las comunidades indígenas canoeras autóctonas de la región.
Los yaganes o yámanas utilizaban el trueque, un sistema de intercambio de productos que
mantenían con los cazadores de lobos y los distintos barcos que navegaban por las costas
australes. Precisamente en uno de los tantos acercamientos de las canoas a las naves fue el
que determinó el destino de cuatro indígenas. El propio Fitz Roy relataría en 1839:
“Seguimos nuestro trayecto, pero nos detuvimos cuando en la angostura avistamos tres
canoas llenas de indios deseosos de hacer trueque. Les damos unas pocas cuentas y
botones a cambio de pescado; sin haberlo previsto dije a uno de los muchachos que iba en
una canoa que subiese a nuestro barco y entregué al hombre que lo acompañaba un botón
de nácar grande y brillante. El joven subió directamente a mi barco y se acomodó. Al notar
que él y sus amigos parecían satisfechos, seguí mi camino mientras una ligera brisa
arreciaba y nos hacíamos a la vela”. Otra versión, menos romántica por cierto, habla del
robo de un bote ballenero del Beagle por parte de los yaganes, lo que indujo a Fitz Roy a
tomar en calidad de rehenes a un grupo de cuatro aborígenes, una niña y tres varones
jóvenes, a los que despojó de sus nombres y los sustituyó con nombres extraños y
peyorativos, términos vinculados a sus características fisonómicas o actividades.
Así, a uno de los indígenas lo llamó Boat Memory porque decía no recordar qué se había
hecho del bote ballenero mientras que en su canoa se encontraron botellas de licor que
pertenecía a los ingleses. Operación similar realizó con otro llamado originalmente
El'leparu, de veintisiete años, al que bautizó York Minster por su envergadura física a la
que asoció a un enorme peñasco. La niña Yokcushlu, de nueve años, fue llamada Fuegia
Basket como representación de la embarcación con forma de canasta construida por los
marineros para retornar al Beagle tras perder el rastro de bote ballenero. Y finalmente
Orundelico, de catorce años, a quien se llamó burlonamente Jemmy Button por lo que
había costado comprarlo: un botón de nácar. Los cuatro fueguinos, tres kawésqar y un
yámana, fueron llevados a Inglaterra. La idea de Fitz Roy era sacar a aquellos "salvajes" de
la "creación bruta", enseñarles inglés y que participaran de los beneficios de la civilización
británica. "Los beneficios de que conociesen nuestros hábitos e idioma compensarían la
separación transitoria de su país", diría Fitz Roy.
El viaje de regreso duró cuatro meses y medio, llegando a Plymouth el 14 de octubre de
1830. En diciembre de ese año falleció en el hospital naval, víctima de viruela, Boat
Memory. Tenía veinticuatro años. Los restantes fueron puestos bajo el cuidado de un
reverendo en una Sociedad Misionera situada en Walthamstow, un villorrio cercano a
Londres. Aislados de los círculos públicos, aprendieron a expresarse en el idioma inglés,
conocieron la doctrina cristiana y realizaron trabajos manuales. Fitz Roy, que se hizo cargo
de la manutención de los indígenas, pensaba que, tras el proceso de reeducación, los
indígenas escogerían el conocimiento occidental como marco de desenvolvimiento cultural
en desmedro de las costumbres yámanas.
La época de aquel entonces mostraba fuertes transformaciones sociales, profundos
cambios en la vida pública y privada, en las costumbres y en las relaciones sociales. La
euforia de la burguesía europea no tenía límites: el mundo, a punta de bayoneta y divisas,
se había convertido en coto privado de aventuras coloniales, la industria crecía a paso
vertiginoso y la ciencia le abría el camino como si su voz fuera la llave del progreso. Era la
hora del pensamiento positivo, de la instauración de la educación pública y del servicio
militar general y obligatorio: la hora de las sórdidas guerras de rapiña en Asia, África y
América. El pensamiento positivista de Auguste Comte, que consistía, a grandes rasgos, en
la asunción de la razón y la ciencia como las únicas guías de la humanidad capaces de
instaurar el orden social sin apelar a oscurantismos teológicos o metafísicos, tenía un gran
éxito en los países más desarrollados a los que les proporcionaba un credo laico para el
capitalismo liberal y la industria triunfantes.
Entre las ideas de Comte se destacaban las de la "estática social” -según la cual los hombres
aislados eran incomprensibles, por lo que la posibilidad de comprender la conducta
humana residía en la perspectiva social- y la de la "dinámica social” -según la cual todas las
sociedades pasaban necesariamente por las mismas fases, por lo tanto no era necesario
estudiar cada una de ellas para obtener la teoría de la sociedad: era suficiente con conocer
la más desarrollada. Según estas tesis, bastaba con seguir de cerca la evolución de un
determinado nivel para conocer los otros. En ese contexto, la difusión de los valores de la
Ilustración entre “los salvajes” tenía que ver con los prejuicios que imperaban en la Europa
del siglo XVIII, según los cuales el estilo de vida indígena sólo expresaba el triste
testimonio de lo primitivo, lo decadente y lo abyecto, separado de los ideales de progreso e
integridad espiritual en que se fundaba la cultura cristiana occidental. Tras haber
aprendido rudimentos del idioma y costumbres británicas, asistiendo además a una
escuela donde fueron detestados y marginados por el resto de los alumnos, El'leparu,
Orundelico y Yokcushlu se convirtieron en una especie de híbridos. De comer carne de foca
pasaron a tomar el té con sándwiches de pepino, tostadas con mantequilla y panceta para
desayunar. De ir apenas semidesnudos y cubriéndose con pieles de guanaco, a llevar
guantes, zapatos con hebilla y ropas cuidadas.
No existen pruebas de que se sometiese a los fueguinos a análisis físicos o anatómicos,
pero, dada la afición de Fitz Roy por la frenología (la teoría que afirmaba que el tamaño, la
forma y la protuberancia de la cabeza revelaban el carácter y los rasgos de la personalidad
de un individuo), a finales de 1830 los hizo examinar por un frenólogo. Más tarde, en algún
momento del verano de 1831, los tres indígenas fueron recibidos por los reyes de
Inglaterra, una reunión que supuso un gran honor para Fitz Roy. Un par de meses después,
el “Royal Devonport Telegraph” publicó el siguiente artículo: “El Beagle, el bergantín de Su
Majestad, vuelve a estar en servicio y al mando del galante e infatigable comandante
Robert Fitz Roy, con el fin de terminar el examen del extenso continente. Por lo que
sabemos, tras aprender algunas de las artes más útiles, los nativos de Tierra del Fuego
traídos por el comandante Fitz Roy retornan a su tierra natal a bordo del Beagle”.
En diciembre de 1831, cuando Fitz Roy volvió a salir de su país para seguir con sus
exploraciones, reunió a bordo del Beagle -un buque pequeño, de alrededor de 240
toneladas, dotado con seis cañones y veintidós cronómetros- a un grupo compuesto por
trece tripulantes, un médico, un car-pintero, siete particulares, treinta y cuatro marineros,
seis grumetes, nuestro Darwin -requerido como naturalista para observar y colectar datos y
muestras sobre la flora y la fauna de los lugares a recorrer-, un sirviente de él, y el
catequista Richard Mathews que viajaba como misionero a instalarse en Tierra del Fuego
acompañado de los tres aborígenes sobrevivientes que habían sido llevados a Inglaterra en
el viaje anterior, quienes tenían la misión de colaborar con él en su tarea religiosa.
En su viaje, además del libro “Narrativa personal del viaje a las regiones equinocciales del
nuevo continente durante los años 1799-1804” de Alexander von Humboldt, Darwin llevó
la Biblia y el recién aparecido primer tomo de los “Principios de Geología” del ya citado
Charles Lyell, libro que llegaría a ser una inspiración fundamental para “El origen de las
especies”. El primer destino fue la isla de Wulaia situada al oeste de la isla Navarino, en el
estrecho de Murray, lugar donde Fitz Roy planificó la reinstalación de los yaganes. Con ese
propósito, el reverendo Mathews bendijo la ceremonia matrimonial entre Fuegia Basket y
York Minster, un festejo acompañado con distintos obsequios traídos desde Europa. Sin
embargo, al regresar tras varios días de exploraciones, se encontraron con el reverendo
semidesnudo y sin rastros de los indígenas.
Evidentemente la devolución de los indígenas a sus respectivas tierras de origen resultó
dramática. En el reencuentro con sus compatriotas -narraría Darwin en 1839 en su “Diario
del viaje de un naturalista alrededor del mundo”- Jemmy Button "entendió muy poco de su
lenguaje, y por otra parte se avergonzaba completamente de sus paisanos. Cuando después
desembarcó York Minster le reconocieron de igual modo, y le dijeron que debía afeitarse, a
pesar de que no tenía más de veinte pelos en su cara y de que todos nosotros llevábamos la
barba crecida y descuidada". Finalmente llegaron donde estaba la tribu de Jemmy; allí éste
esperaba encontrar a su madre y a sus parientes: "Ya le habían dicho que su padre estaba
muerto, pero como había tenido un 'sueño en su cabeza' al respecto, no pareció muy
preocupado por ello, y a menudo se consolaba con una reflexión muy natural: ‘Mi no poder
evitarlo’. No pudo obtener detalle alguno sobre la muerte de su padre porque sus parientes
no quisieron hablarle de ella. Supimos, sin embargo, a través de York, que la madre había
estado inconsolable por la pérdida de Jemmy y lo había buscado por todas partes". Luego
agrega: "Comenzó una sistemática serie de robos; nuevos grupos de indígenas se fueron
acercando: York y Jemmy perdieron muchas cosas", señala. Hasta los propios
compatriotas trataron muy mal a los que regresaron: "Daba pena dejar a los tres fueguinos
con sus salvajes compatriotas; pero nos tranquilizaba pensar que ellos no temían nada.
York, que era hombre vigoroso y decidido, estaba seguro de pasarlo bien con su mujer,
Fuegia. En cambio, el pobre Jemmy parecía algo desconsolado, y me quedó la duda de si
no se hubiera alegrado de volver con nosotros".
Después de un año de la huida de los yámanas, dos canoas se acercaron al Beagle. Era el 5
de marzo de 1834, cuando la expedición regresó a la zona en que los habían dejado. En una
de ellas alguien alzó la mano en señal de saludo: era Jemmy Button. Continúa Darwin:
“Bien pronto, empero, una pequeña canoa que ostenta una pequeña banderita en la proa se
aproxima a nosotros y vemos que uno de los hombres que la tripulan se lava el rostro con
mucho agua para quitar de él toda traza de pintura. Ese hombre es nuestro pobre Jemmy,
convertido nuevamente en un salvaje ojeroso, huraño, con los cabellos en desorden y
desnudo por completo, excepto un trozo de manta colocado alrededor de la cintura. No lo
reconocemos hasta que se halla muy cerca de nosotros, porque está muy avergonzado y
vuelve la espalda al navío. Lo habíamos dejado gordo, limpio, bien vestido; jamás he visto
una transformación más completa y triste. Pero así que fue vestido de nuevo, desde que su
primera turbación hubo desaparecido, vuelve a ser lo que era. Come con el capitán Fitz Roy
y lo hace tan pulcramente como en otros tiempos. Dijo que tenía alimento suficiente; que
no sentía el frío; que sus parientes eran muy buenos, y que no deseaba volver a Inglaterra.
Por la tarde descubrimos la causa de este gran cambio en los sentimientos de Jemmy, al
llegar su joven y bella esposa”.
“Con su habitual generosidad -continúa recordando Darwin-, trajo dos hermosas pieles de
nutria para dos de sus mejores amigos, y algunas flechas y puntas de arpón, hechas por sus
propias manos, para el capitán. Contó que se había construido una canoa, y se jactaba de
hablar un poco su propia lengua. Lo más curioso es que, según parece, enseñó algo de
inglés a toda su tribu. Había perdido todas sus propiedades. Nos contó que York Minster
había construido una gran canoa y con su esposa Fuegia se había marchado a su país hacía
varios meses. La despedida fue un acto de suma maldad: convenció a Jemmy y a su madre
de que le acompañaran, pero los abandonó por la noche, robándoles todas sus
pertenencias. Jemmy se fue a dormir a tierra, y a la mañana siguiente regresó". Y concluye:
"Todos a bordo mostraron sincera pena al darle el último apretón de manos. No dudo que
será tan feliz, más feliz quizá, que si nunca hubiera salido de su tierra". En su
“Autobiografía”, escrita en 1876 sólo para que la leyeran sus hijos y publicada once años
después por uno de ellos -el botánico Francis Darwin-, Darwin anotó que el capitán
Bartholomew James Sullivan, dedicado a la exploración y estudio de las islas Malvinas, oyó
decir a un cazador de focas, en 1842, que mientras se encontraba en la parte occidental del
estrecho de Magallanes se admiró de que una mujer "salvaje" que fue al barco hablara
inglés. Indudablemente era Yokcushlu, aquella que habían bautizado Fuegia Basket. A su
vez, el misionero Thomas Bridges la describió treinta años después como "una vieja
despreciable".
El capitán Fitz Roy era miembro de una familia de la aristocracia inglesa que se había
destacado en sus estudios y en la carrera militar en la marina inglesa. Severo anglicano que
buscaba por todas partes pruebas fósiles del diluvio universal, siempre mostró una actitud
arrogante, colonialista y etnocentrista propia de la cultura de la que provenía. Por otro lado
Darwin, un liberal que hacía verdadera ciencia pero cuyo clasismo burgués le llevaba a
justificar la explotación obrera en las fábricas de Inglaterra, entendió que aquel viaje era su
oportunidad para descubrir un mundo nuevo, estudiar las diferentes especies de animales
y plantas en su geografía y observar la variedad de razas humanas. “Nos sentimos más que
asombrados por la cantidad de criaturas autóctonas, y por su limitada expansión -
escribiría tiempo después-. En un período geológicamente reciente el océano se separó
aquí; así pues, tanto en el espacio como en el tiempo, parece que hemos llegado cerca de un
momento clave -el misterio de los misterios- la aparición primera de nuevos seres sobre la
tierra”.
Durante el periplo, Darwin pasó tres años y tres meses en tierra y dieciocho meses en el
mar. En cada escala del Beagle bajaba a tierra, se adentraba a caballo o a pié explorando
montañas, llanuras y selvas, y recogía especímenes de insectos, de aves, de animales
salvajes o domésticos, los que diseccionaba para estudiar su anatomía. Estas observaciones
a lo largo de la costa sudamericana lo persuadieron de la gradualidad de los cambios en la
superficie terrestre y de los efectos de éstos sobre las extinciones y las transformaciones de
las especies. Así, el viaje del Beagle sería determinante porque esta experiencia única lo
llevaría a la publicación, veintiocho años después, del libro “El origen de las especies”, obra
en la que expondría el mecanismo de la evolución mediante su teoría de la selección
natural y generaría un verdadero escándalo al poner en duda el dogma religioso vigente
según el cual cada especie viva había sido creada por Dios y no había cambiado desde su
creación.
Entre los sentimientos que provocaron los indios fueguinos en el joven Darwin prevalecen
el temor y la desconfianza. Le impresionó la profunda "inferioridad de seres
completamente desprovistos en la tierra más inhóspita". Sus descripciones son
terminantes: "No he visto en ninguna parte criaturas más abyectas y miserables. Una
mujer que daba de mamar a un niño recién nacido vino un día al costado del barco, y
permaneció allí por pura curiosidad, mientras la nieve caía y se acumulaba en su desnudo
seno y sobre la piel desnuda del niño. Estos pobres desgraciados se habían detenido en su
crecimiento; sus horribles rostros embadurnados de pintura blanca; sus pieles sucias y
grasientas; el cabello enmarañado; las voces discordantes, y sus gestos violentos".
Y agregó: "Cuesta creer que sean criaturas semejantes a uno y habitantes del mismo
mundo. Por la noche, cinco o seis seres humanos, desnudos y protegidos apenas contra el
viento y la lluvia de este clima tempestuoso, duermen en la tierra húmeda, hechas un
ovillo, como animales", describió en su “Diario” y más adelante afirmaba que "las
diferentes tribus, cuando están en guerra, son caníbales", porque "cuando en invierno los
aprieta el hambre matan y devoran a las ancianas, antes de matar a sus perros". Un joven
indio le relató cómo las mataban: "sujetándolas sobre el humo, hasta que se asfixian; él
imitaba sus chillidos como una broma, y señalaba las partes de sus cuerpos que
consideraban mejores para comer. Si es horrible una muerte así, a manos de amigos y
parientes, todavía parecen más espantosos los temores de las ancianas cuando el hambre
comienza a apretar. Me contaron que a menudo huyen a las montañas; pero son atrapadas
por los hombres que las vuelven a traer a sus hogares para sacrificarlas".
El “Diario” de Darwin es un documento invalorable en sí mismo no sólo por el papel que le
cupo a su autor un par de décadas después luego de publicar “El origen de las especies”, el
libro científico más influyente de la historia, sino por el valor testimonial de sus vivencias
directas. Algunos de sus relatos captaron con admirable agudeza características que
podrían resultar familiares; otros parecen más mitologías deformadas y magnificadas por
la tradición oral que reales, que en buena medida desnudan los prejuicios y el imaginario
que un aristócrata inglés muy joven podría tener al visitar estas tierras exóticas. Lo cierto
es que, a partir de estas experiencias, se avecinaban grandes cambios para la ciencia
biológica. Se acercaba la hora en que Darwin se atrevería con el “Génesis”, y la idea de
evolución pronto sería asimilada a lo que parecía ser el destino natural de la sociedad
humana.
Darwin se encontró con Juan Manuel de Rosas en agosto de 1833. El hacendado
bonaerense, que ya era uno de los protagonistas de la vida política nacional y se
vislumbraba como el hombre poderoso que llegó a ser, estaba en su campamento a orillas
del río Colorado al mando de un ejército, según el inglés, "de villanos seudobandidos"
como jamás se había reclutado antes. La reunión "terminó sin una sonrisa" y Rosas le dio
"un pasaporte con una orden para las postas del gobierno". Darwin señaló sobre sus
establecimientos: "Están admirablemente administrados y producen más cereales que el
resto. Lo primero que le dio gran celebridad fueron las reglas dictadas para sus propias
estancias y la disciplinada organización de varios centenares de hombres para resistir con
éxito los ataques de los indios". Darwin se refiere a las "Instrucciones a los mayordomos de
estancias" que Rosas escribió en cuartillas en 1819 sin ánimo de publicarlas, aunque
aparecerían en formato de libro en 1856. En ellas detallaba con precisión las
responsabilidades de cada uno de los administradores, capataces y peones rurales.
También rescató sus cualidades de gran jinete, lo cual, "de conformidad con los usos y
costumbres de los gauchos, le ha granjeado una popularidad ilimitada en el país, y como
consecuencia, un poder despótico".
Episodios como los precedentes figuran en el “Diario de viaje” que Darwin escribió en
1839, a la vuelta de la travesía de cinco años -entre 1831 y 1836- alrededor del mundo,
como naturalista a bordo del HMS Beagle y corresponden al período en que permaneció en
el actual territorio argentino, entre julio de 1833 y junio de 1834. El “Diario”, además de
minuciosas descripciones de la geología, la flora y la fauna de las zonas visitadas, contiene
consideraciones antropológicas, costumbristas y anécdotas como las anotadas y abundan
las vinculadas a su paso por Argentina. En los capítulos sobre la actual provincia de Buenos
Aires, Santa Fe, norte de la Patagonia y Uruguay, por ejemplo, abundan los relatos acerca
de la presencia y la amenaza de los indios, preocupación constante de los gauchos y
soldados con los que convivía. Relata varias situaciones en las cuales, si bien finalmente no
pareció correr riesgo alguno, se percibe con claridad el temor sufrido y la obsesión por el
ataque aborigen. También menciona el gran consuelo que suponía una copa de mate y un
cigarrillo cuando descansaba después de una larga cabalgata y le era imposible conseguir
algo de comer durante algún tiempo.
La conversación nocturna en las postas y campamentos siempre versaba acerca de los
indios. Darwin describe sus crueldades, no menores que las cometidas por los soldados y
los gauchos: "Los indios, hombres mujeres y niños, alrededor de ciento diez, fueron hechos
prisioneros o muertos, porque los soldados la emprendieron a sablazos contra todos los
hombres, quienes se hallaban tan aterrados que no ofrecían resistencia en masa, sino que
cada uno huía como podía, abandonando aún a su mujer e hijos". Luego agrega una
anécdota: "Mi informante me contó que al perseguir a un indio, éste pedía piedad a gritos,
mientras, al mismo tiempo con gran disimulo preparaba las bolas para hacerlas girar sobre
su cabeza y golpear a su perseguidor. 'Pero yo le derribé al piso con mi sable, y apeándome
luego le corté el cuello con mi cuchillo'. Éste es un cuadro muy oscuro; ¡pero mucho más
chocante es el hecho de asesinar a sangre fría a todas las mujeres que parecían tener más
de veinte años! Cuando le dije que esto me parecía inhumano, me replicó: 'Y, ¿qué se
puede hacer? ¡Ellos se crían así!'. Por aquí todos están convencidos de que es la más justa
de las guerras porque se hace contra bárbaros". Para Darwin, "resulta imposible concebir
algo más bárbaro y salvaje" que una reunión de indios aliados a Rosas: "Algunos bebieron
hasta emborracharse; otros se hartaron de ingerir la sangre fresca de las reses sacrificadas
para su cena, sintiéndose luego con náuseas, en medio de la suciedad y la sangre
coagulada".
En ocasión de su excursión a Santa Fe, en octubre de 1833, cuenta que al pasar junto a
algunas casas que habían sido saqueadas y luego abandonadas vieron un espectáculo que
los guías "contemplaron con gran satisfacción y era el esqueleto de un indio con la piel
desecada, colgando de los huesos, suspendido de la rama de un árbol". Y sobre el
gobernador de Santa Fe, Estanislao López, escribió: "Lleva diecisiete años en el poder. Esta
estabilidad se debe a sus procedimientos tiránicos; la tiranía parece adaptarse mejor a
estos países que el republicanismo. La ocupación favorita del gobernador es cazar indios;
de poco tiempo a esta parte había matado cuarenta y ocho y vendido los hijos a razón de
tres o cuatro libras cada uno". Y pronostica con terrible exactitud: "En otros cincuenta años
no quedará ni un indio salvaje al norte del Río Negro".
La vida de los gauchos y soldados, miserable en sus condiciones materiales, acosados y en
peligro, impresionó vivamente a Darwin. Relata que en la Sierra de la Ventana hicieron un
"alto para pasar la noche. En ese momento una desafortunada vaca fue divisada por los
ojos de lince de los gauchos, quienes se lanzaron en su persecución y en pocos minutos la
enlazaron y la mataron. Teníamos allí las cuatro cosas necesarias para la vida en el campo:
pasto para los caballos, agua (sólo una charca de agua turbia), carne y leña. Los gauchos se
pusieron del mejor humor al hallar todos estos lujos, y pronto empezamos a preparar la
cena con la pobre vaca. Esta fue la primera noche que pasé a la intemperie, teniendo por
cama el recado de montar. Hay un gran placer en la vida independiente del gaucho al
poder apearse en cualquier momento y decir: 'Aquí pasaré la noche'. El silencio fúnebre de
la llanura, los perros alerta, y el gitanesco grupo de gauchos haciendo sus camas en torno
del fuego, han dejado en mi mente un cuadro imborrable de esta primera noche, que nunca
olvidaré".
A su regreso de Santa Fe, los primeros días de noviembre de 1833, Darwin se convirtió en
partícipe involuntario de un conflicto político: la Revolución de los Restauradores
orquestada por la Sociedad Popular Restauradora, que terminó con la renuncia del
gobernador Juan Ramón Balcarce. Esta suerte de club político era una organización que
respondía a Rosas y cuyo brazo armado era la temible “Mazorca", una organización
parapolicial y seudomilitar que se encargaba de registrar las casas de los opositores, a los
que arrestaban, torturaban y mataban. El método era el degüello. Luego los cadáveres se
exponían colgados y las cabezas en picas. Al llegar a la desembocadura del Paraná a bordo
de un pequeño barco, Darwin desembarcó en Las Conchas, con intención de proseguir a
caballo, pero se encontró con soldados que no lo dejaron avanzar. Anota: "El general, los
oficiales y los soldados, todos parecían, y creo que en realidad lo eran, grandes villanos".
Sin embargo, cuando contó su amable encuentro con Rosas la actitud hacia él cambió y le
dieron un salvoconducto que le fue muy útil en el trayecto, aunque tuvo que dar un gran
rodeo a la ciudad y entrar por Quilmes.
Darwin reflexionó: "Apenas había quejas que pudieran justificar la revolución: pero esto
sucede en una nación que en el lapso de nueve meses (de febrero a octubre de 1820) había
sufrido quince cambios de gobierno". Y agregó que "sería absurdo buscar pretextos. En
este caso, una partida de setenta hombres partidarios de Rosas, que estaban disgustados
con el gobernador Balcarce, salió de la ciudad, y gritando por Rosas, levantaron en armas
todo el país. La ciudad fue sitiada, sin provisiones, ganado vacuno y caballar. Los sitiadores
sabían bien que impidiendo el suministro de carne tendrían segura la victoria", apuntó.
Darwin ofrece también en su “Diario” algunas consideraciones generales sobre los
habitantes de la región y, como siempre, mantiene cierta ambivalencia en sus juicios: "Los
gauchos o campesinos son muy superiores a los que residen en las ciudades", opina y luego
puntualiza que son "corteses", "hospitalarios" y "modestos, tanto respecto de sí mismos
como de su país, y al mismo tiempo animosos y bravos". Subraya que "se cometen muchos
robos y se derrama mucha sangre. El uso constante del cuchillo es la causa principal. Es
lamentable escuchar cuántas vidas se pierden por cuestiones triviales". Dice que "los robos
son la consecuencia natural del juego -universalmente extendido-, exceso de bebida y de la
extremada indolencia”. En esa misma línea, se queja de que "para colmo, hay una gran
cantidad de días feriados".
Las críticas continúan en cuanto a las cosas que sucedían en la Confederación Argentina:
"La policía y la justicia son completamente ineficientes. Si un hombre pobre comete un
asesinato y es atrapado, será encarcelado y, tal vez, fusilado; pero si es rico y tiene amigos,
no tendrá graves consecuencias. Es curioso que hasta las personas más respetables del país
favorezcan siempre la fuga de los asesinos. Parecen pensar que los individuos delinquen
contra el gobierno y no contra la sociedad". Más adelante añade: "El carácter de las clases
más elevadas y educadas, que residen en las ciudades, participa, aunque tal vez en grado
menor, de las buenas cualidades del gaucho; pero temo que tengan muchos vicios de los
que él está libre. La sensualidad, la burla hacia toda religión y una gran corrupción son
cosa común. Casi todos los funcionarios públicos pueden ser sobornados. El director de
Correos vendía sellos falsificados. El gobernador y su primer ministro se confabulaban
para estafar al Estado. Nadie puede esperar justicia cuando entra en juego el oro. Con tan
completa falta de principios en los hombres que conducen, y con una infinidad de
em-pleados revoltosos con sueldos de hambre, ¡el pueblo todavía tiene esperanza de que
una forma democrática de gobierno triunfe!".
Pero, por otro lado, Darwin no ahorró elogios y vislumbró un buen futuro para estas
tierras: "Las maneras corteses y señoriales, en los distintos aspectos de la vida; el excelente
gusto de las mujeres en el vestir, y la igualdad de trato en todas las clases". "Y no cabe duda
-analiza- de que el excesivo liberalismo de estos países debe llevar al final a buenos
resultados. La tolerancia generalizada hacia las religiones extranjeras; la alta consideración
hacia la educación; la libertad de prensa; las facilidades ofrecidas a todos los extranjeros, y
especialmente -como yo mismo puedo asegurar- cualquiera que profese algún interés por
la ciencia, por más humilde que sea, deberá recordar con gratitud la Sudamérica española".
Darwin viajó dos veces a las islas Malvinas: la primera en marzo de 1833, menos de dos
meses después de que los ingleses las ocuparan definitivamente, y la segunda en marzo de
1834, luego de una serie de sangrientos episodios. Sin embargo, dedicó sólo medio capítulo
de su “Diario” a describir con el detalle habitual los terrenos y la fauna autóctonos, y
prácticamente no hizo ninguna referencia precisa a los conflictos políticos (la toma de
posesión por parte de los ingleses en el primer viaje) y policiales (el levantamiento del
gaucho Rivero que terminó con el asesinato de varios colonos y el representante del
gobernador inglés). En cambio sí anotó nuevamente los hábitos culinarios de los gauchos:
“Cazaron una vaca y tuvieron de cena carne con cuero, un bocado tan superior a la carne de
vaca ordinaria como el venado lo es al cordero". Y acotó: "Si algún respetable regidor de
Londres hubiera cenado con nosotros aquella noche carne con cuero, pronto se habría
celebrado en Londres".
El “Diario” de Darwin contiene, como se ha visto, detalladas apreciaciones sociológicas y
antropológicas, pero además innumerables descripciones geológicas y biológicas. Cerca de
la playa de Punta Alta, en las proximidades de Bahía Blanca, encontró restos de animales
extinguidos de tamaño gigantesco, pero que guardaban un extraordinario parecido con sus
diminutos equivalentes del mundo actual. El 9 de enero de 1834 escribió en el “Diario”: "Es
imposible reflexionar acerca de los cambios producidos en el continente americano sin
experimentar profundo asombro. Antiguamente debieron de pulular en él grandes
monstruos. Desde la época en que vivimos no pueden haber tenido lugar grandes cambios
en la constitución física del país. ¿Cuál puede ser entonces la causa del exterminio de
tantas especies y de tantos géneros enteros".
El viaje le reportó al joven Darwin una enorme cantidad de datos y, sobre todo algunas
dudas sobre las creencias vigentes. A su regreso a Londres llevó consigo una enorme
colección de datos y pero todavía ninguna teoría que les diera sentido y los organizara.
Cuando al amplísimo material acumulado en casi cinco años de viaje añadió sus lecturas
sobre las variaciones en cultivos o crías domésticas, llegó a su idea de la selección natural.
Recién en 1837 inició un cuaderno de notas sobre el problema de las especies y, en octubre
del año siguiente, leyó “Ensayo sobre el principio de la población” del economista inglés
Thomas Malthus, una obra que lo inspiró en la idea de la lucha por la existencia y lo
impulsó a seguir trabajando en la hipótesis de la "transmutación" de las especies.
“Después, leyendo a Malthus, inmediatamente vi cómo aplicar este principio”, contó en
una carta. En su ensayo, Malthus afirmaba que la población humana aumenta más
rápidamente de lo que aumentan los alimentos y que, en consecuencia, la población
tendría que reducirse por hambre, enfermedad o guerra.
En 1844, Darwin ya había desarrollado su teoría y escrito un voluminoso texto. En los
quince años siguientes llevó a cabo un inmenso trabajo de acumulación de pruebas,
reflexión y experimentos, que habrían de constituir su mayor obra. Sólo el hecho de que en
junio de 1858 Alfred Russel Wallace, otro naturalista y explorador británico, le enviara un
breve artículo en el que exponía una teoría de la selección natural (prácticamente idéntica
a la suya, que Darwin con gran honestidad dio a conocer), le impulsó a publicar el resumen
de un resumen de todo su trabajo. Tras la publicación del artículo en el periódico de la
Sociedad Linneana de Londres en julio de ese mismo año, Darwin trabajó febrilmente
durante los siguientes trece meses hasta que, el 22 de noviembre de 1859, finalmente
apareció “El origen de las especies”. A partir de entonces cambiaría la historia de la
biología.

Potrebbero piacerti anche