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por W. Giegerich
(cap. 3 de “Dialectis & Analytic Psychology. The El Capitan
Seminar")
trad. Enrique Eskenazi
Pues tenemos que tomar en cuenta el golfo que nos separa a nosotros y a nuestras
vidas del mito. Nosotros y “el mito” no vivimos en el mismo mundo. Nuestra relación
el mito es inevitablemente arqueológica: durante los dos últimos siglos el mito ha
tenido ser excavado, desenterrado (ver el título de una antología de Karl Kerényi,
Die Eröffnung des Zugangs zum Mythos -La Apertura del Acceso al Mito),
como reliquias fosilizadas del pasado, después de haber estado muertos y
enterrados por eras, cubiertos por capas y capas de otros estadios de desarrollo
cultural y psicológico. Por ello quiero discutir, o mejor rozar, lo siguiente. El golfo
(que de hecho es una pluralidad de golfos secuenciales) puede verse sobre todo
desde tres perspectivas, desde:
Jung pasó por alto esta comprensión porque recurrió, con un argumento circular, a
la idea de factores psicológicos universales (“arquetipos-en-sí-mismos”) de los
cuales los mitos conocidos son sólo expresiones temporales y específicas
culturalmente. No importa aquí si los arquetipos se conciben como biológicos o
metafísicos, como innatos o adquiridos y heredados, como un residuo de
experiencias colectivas o lo que sea -en cualquier caso la idea de Jung de
arquetipos estatuye la psique como un Hinterwelt (trasmundo), una realidad fáctica
positiva por detrás de la realidad, y solidifica la creencia de que se podría ir detrás
de los fenómenos (detrás de los mitos, etc.) hasta los factores nouménicos
positivamente existentes que produjeron los fenómenos (2). Con esta creencia en
un universal literal, en una constante antropológica, en noúmeno pretendidamente
“empírico” como fuente oculta de la mitología, uno logra dos ventajas. Si se acepta,
legitimiza de hecho la creencia de que, mutatis mutandi, los mitos antiguos son, así
como así, aún capaces de expresar la profundidad psicológica de nuestra vida
moderna, y en segundo lugar, permite que uno reduzca el cambio histórico
reconocido a lo irrelevante, porque el noúmeno positivizado, es decir, los arquetipos,
invalidan cualquier ruptura cultural fenoménica, proveyendo una desvío al universal
atemporal. El único problema con este modo de pensar, con esta operación de
desvío, es que este supuesto legitimizador no es él mismo legítimo: pues no se nos
permite inventar una psique positivamente existente detrás de la fenomenología
psicológica. No hay tal cosa como un alma que produce fenómenos psicológicos.
Los fenómenos no tienen nada detrás de ellos. Tienen todo lo que necesitan dentro
suyo, incluso su propio origen, su autor o su tema. “El alma” en mi lenguaje no se
refiere por tanto a algo real afuera de, distinto de, y aparte de la fenomenología
psicológica, sino que no es más que una façon de parler aún mitologizante,
personificadora, una expresión para la cualidad de alma, profundidad e infinitud
interior de los fenómenos mismos, así como para su “teleología” interna. “El alma”
es así, en contra de las apariencias, un “adjetivo” o “adverbio”, no un sustantivo. El
carácter de sustantivo es sólo teórico, no sustancial. Pero si no hay nada detrás de
la fenomenología histórica, especialmente nada atemporal, entonces las diferencias
históricas entre los fenómenos hacen una diferencia real, decisiva; su forma lógica y
el estatus de conciencia en la que existen y que determina lo que psicológicamente
son. Es por esto que tenemos que estudiar el golfo del cual he hablado.
Comienzo mi descripción más bien impresionista, con una cita de un libro sobre las
narraciones del tiempo de sueño de los aborígenes australianos. “A diferencia de lo
que estamos acostumbrados por nuestros cuentos de hadas, cuya narración
comienza con un acontecimiento, continúa con el siguiente y conduce a un final, las
historias del tiempo de sueño de los aborígenes (australianos) no tienen ni un
comienzo ni un final. Como una banda interminable fluyen, se mezclan el uno en el
otro, se entrecruzan y se separan de nuevo, se interrumpen abruptamente, sólo
para reaparecer en otro sitio, como un curso de agua subterráneo” (3)
¿Qué nos cuenta eso? Una conciencia que no siente la necesidad o tiene la fuerza
para demarcar claramente comienzo y fin, creando así historias separadas, sino que
para ella todas las imágenes y eventos narrativos juntos representan un todo
viviente, siempre cambiante, a partir del cual no pueden separarse en unidades
individuales, una conciencia tal está, por así decirlo, flotando en un océano infinito.
O podríamos decir que vive en el nivel de un rizoma. Todos las narraciones del
tiempo de sueño juntas constituyen una inmensa narración. En el océanos puede
tenerse diferentes corrientes, diferentes bolsas de agua más fría o más cálida, pero
todo es un inseparable cuerpo único de agua. Así como no se pueden contemplar
todos los detalles de un gran cuadro a la vez, as aquí, también, uno sólo puede
hablar acerca de un detalle de la narrativa única a la vez, pero así como se puede
desplazarse a través de todos los detalles del cuadro en diferentes maneras,
comenzando aquí o allí, saltando de un lado a otro, etc., aquí ocurre lo mismo.
Siempre se enfoca en una secuencia parcial de acontecimientos a la vez, pero al
enfocar en ella, en el trato uno obtiene el rizoma entero. Si se alza a la Serpiente
Midgard por encima del suelo en punto, se ha tocado toda la Serpiente Midgard. El
comienzo y el final fáctico de las narraciones se producen sólo por circunstancias
ajenas: uno se cansa, cae la noche o una tormenta eléctrica o las necesidades
prácticas interrumpen la narración, pero el comienzo y el final no están reflejados o
integrados en las historias mismas como parte de su forma, y por tanto no son el
propio cierre de los cuentos.
Esto probablemente sea una expresión extrema del modo mítico de ser-en-el-
mundo. Pero justamente porque es extremo, destaca mejor un rasgo esencial de
ese estatus de conciencia. Cuando, por contraste, Homero o Hesiodo en Grecia
cuentan los cuentos míticos en sus épicas, los cuentos no sólo tienen su comienzo y
final claros, sino que los autores disponen libremente de los cuentos individuales,
que por tanto se reducen a momentos (superados) de un esquema poético mayor.
Esto es más obvio en Hesiodo, que en su Teogonía intenta organizar los variados
cuentos míticos tradicionales en un orden sistemático, de acuerdo a un principio de
ordenación temporal. Aquí cada cuento no sólo tiene su propio cierre, sino que el
mismo tema de “el comienzo” (de todo) está por encima de ello transformado en el
comienzo literal de toda obra y pensamiento (así como los antiguos editores que
juntaron el Antiguo Testamento pusieron la historia de la creación al comienzo de la
Biblia). En un tiempo de mito viviente, esto no hubiera tenido ningún sentido, puesto
que cada Ahora significativo, cada Ahora de un ritual realizado, era ipso facto un
momento de la creación del mundo y tenía “el comienzo” dentro suyo, no en un
pasado histórico anterior a él o en otro cuento precedente. Aquí obviamente la
conciencia ya no está flotando completamente en el océano infinito de imágenes
míticas, sino que tiene una posición ante las imágenes e incluso una visión general
de ellas. El mito ha sido reducido ipso facto a “literatura”. Tenemos ahora cuentos
determinados. Tanto en Homero como en Hesiodo la conciencia se ha salido, de
modos diferentes, fuera del modo mítico de ser-en-el-mundo y se ha establecido
independientemente. Homero y Hesiodo transmiten muchos cuentos míticos, pero
ya no son verdaderos mitos en el sentido de la unidad de narrativa y estatus mítico
de conciencia. El mito propiamente ya está muerto, es una antigüedad.
Vuelvo a comenzar con otro ejemplo. Los estudiosos han destacado que en
inscripciones sobre estatuas en tiempos de la Grecia antigua, la estatua se identifica
inmediatamente con la persona representada. Por ejemplo, el texto en tal estatua
podría ser: “Soy Chares, el gobernante de Teichiussa”. Atenas, empero, era una
excepción. Aquí la inscripción hubiera dicho: “Soy la descripción, la tumba, el
monumento, de tal y cual” (4) La diferencia geográfica (Atenas respecto a otros
lugares) expresa una diferencia temporal entre estadios ulteriores y anteriores en el
desarrollo de la conciencia. Atenas o el Ático estaban por delante de su tiempo.
¿Qué nos dice el que la estatua en la situación más antigua declare
categóricamente, Yo soy Chares, el gobernante...”? Aquí la estatua no es una
representación del gobernante ausente, es inmediatamente su presencia real.
¿Pero cómo puede ser su presencia, su realidad? Porque es su imagen. La
naturaleza de la imagen en ese estadio mítico) es que tiene, para usar una pobre
expresión, un poder sugestivo absoluto. La imagina aquí es verdadera a priori
porque es imagen. No es del otro modo; el hecho de que describa correctamente
alguna realidad fuera de sí, no es lo que la hace verdadera. La imagen en tanto que
imagen tiene todo no que necesita dentro suyo. Al mirarla, la conciencia está
cautivada a priori por ella, poseída de antemano, seducida en imaginar o imaginarla
como verdad incuestionable. No hay aquí una conciencia que pudiera mantenerse
como una existencia separada ante la imagen y distinguirse claramente de ella. Más
bien, está absorbida en su esfera, flotando en ella como en un océano de la verdad.
(“El océano” no tiene que referirse al todo inseparable de la imagen una como la
que existe en el tiempo-de-sueño australiano; aquí un imagen individual aislada es
un “océano” en sí misma). Al flotar en ello, la conciencia no tiene la imagen ante sí
como su contenido o su objeto de visión, sino que inversamente está contenida por
ella en todos los lados. Es una situación de absoluta "internidad” (innes) en la
imagen.
El siguiente es un pequeño ejemplo curioso de una era muy ulterior del hecho de
que la imagen míticamente percibida tiene la verdad dentro de sí. En las áreas
costeras de Italia, España, Portugal y Francia, San Erasmo era venerado como
patrón de los marineros. Su atributo era un mástil de barco con la cuerda del anclar
enrollada en él. Cuando este dibujo llegó a las zonas de tierra adentro, este atributo
se interpretó como sus intestinos extraídos fuera de su cuerpo con un instrumento
de tortura durante su martirio, y así en estas áreas de tierra adentro se volvió no
sólo el patrón de los torneros de la madera, sino también un auxiliar contra los
dolores abdominales. El hecho de que esto se deba, histórica y fácticamente
hablando, a una malinterpretación, no desacredita de ningún modo su verdad
religiosa. La imagen mítica no es el cuadro literal en su positividad, sino lo que
efectivamente se ve en ello o hace sentir su presencia. El “mismo” atributo del santo
era en verdad en las áreas costeras un mástil con cuerdas, mientras que tierra
adentro era igualmente en verdad sus intestinos. Como la imagen tiene todo lo que
necesita en sí, ni siquiera el sustrato material de la imagen, es decir, la pintura
positiva, puede testificar contra la verdad de la imagen, aparte de qué imágenes
podría haber visto en el mismo cuadro la gente de tiempos anteriores o de otras
áreas.
En cierto pasaje Hegel señala, entre otras cosas, la idea de la signatura rerum en la
filosofía medieval y de modo similar al instinto de los animales que, por ejemplo, los
conduce a la hierbas adecuadas para curarlos cuando están enfermos. Entonces
afirma que el hombre natural, también, ve en el corazón de las cosas y continúa, “La
misma relación se halla en el sueño, en el sonambulismo … La conciencia
razonable (Das vernünftige Bewußtsein) se ha vuelto aquí silencio y en su lugar se
ha despertado el sentido interno, del cual puede decirse que el propio conocimiento
está mucho más en la identidad con el mundo, con las cosas alrededor, en que el
propio estar despierto … Por ello la gente cree que esta condición es algo superior
que la normal. Así puede ser que se tenga un presentimiento de cosas que ocurren
mil horas de distancia. Entre los pueblos salvaje se encuentra tal conocimiento, tal
adivinar a un grado mucho más elevado que entre los educados” (5)
Si se quiere entender cuestiones del tipo que estamos tratando aquí, no debe
enfocarse personalistamente sobre la gente y lo que ella como individuos dicen y
sienten, ni en su conducta percibida positivamente. La cuestión es, ¿Qué dicen los
rituales que realizan, los mitos que tienen: cuál es su lógica? ¿Y qué dice el hecho
de que estas gentes tuviesen la necesidad en primer lugar de representar tales
rituales y de tener tales mitos? Nuestro punto de vista tiene que ser psicológico, es
decir, el punto de vista del nivel del mito y el ritual, de la “psique objetiva” (Jung), de
la “mente objetiva” y de la “mente absoluta” (Hegel). Psicológicamente (no
personalistamente) es verdad lo que Jung dijo del hombre primitivo: “Es como un
niño, sólo nacido a medias, aún contenido en su propia psique como en un sueño,
en EL mundo tal como realmente es, no distorsionado aún por las dificultades de
entendimiento que abruman a una inteligencia que alborea” (CW 8 § 682) (6). En el
nivel personalista, las críticas de Jung y de Lévy-Bruhl tenían que descubrir por
supuesto que los primitivos no son niños, no sólo soñantes, sino capaces de
argumentar racionalmente y que intentaban explicar también ciertos aspectos de la
realidad. Este descubrimiento es verdad, pero no viene al caso. El caso es que el
conocimiento esencial del hombre primitivo no se deriva de la argumentación
racional y de la observación empírica, sino de la inmediata “identidad con el mundo”,
el poder auto-evidente y sugestivo de la imagen, de experiencias epifánicas y
visionarias, de la inmersión den el “tiempo-de-sueño”. Tenemos que ver a través de
la ingenuidad que toma peronalistamente enunciados como “Es como un niño” y
quieren permanecer ignorante de “la diferencia psicológica”
Debido a la identidad del hombre con el mundo, con las cosas circundantes, con las
palabras enunciadas y los actos rituales realizados, los ritos y los sacramentos
podían de hecho "funcionar". Pero por supuesto que no funcionaban en nuestro
sentido subjetivo moderno, ofreciendo emociones intensas personales y cosas por
el estilo. El efecto era también objetivo, puesto que el ritual tenían incluso su efecto
auto-suficientemente y “objetivamente” en sí mismo, y el hombre participaba de este
efecto benéfico por su conexión inmediata con, o su sintonía con la lógica objetiva
que se había invertido en el ritual por medio de esa identidad “objetiva”, mediante un
tipo de cordón umbilical aún no cortado.
***
Pero hubo un tiempo tanto en la Grecia antigua y en el antiguo Israel -me limito aquí
a estos dos sitios de mayor importancia para la cultura occidental-, un tiempo en que
esta identidad se disolvió y tomó lugar una abstracción a partir de esta inmediatez.
En Grecia la mente se desprendió de la experiencia inmediata, concreta, sensual-
imaginal, y se volvió conciente de sí misma en contradistinción al entorno,
estableciéndose así como con-ciencia. Este fue el despertar inicial de la “conciencia
razonable” de su previa somnolencia, la partida radical d lo que Hegel llama el
“sentido interior”, y así el cambio “del mythos al logos” (y de este modo hacia el
hombre filosófico, metafísico). El lugar del conocimiento era ahora la mente, más
tarde conciencia, y el conocimiento era conocimiento acerca del mundo, que ahora
estaba ante la mente. En este nuevo modo de ser-en-el-mundo, la conciencia tenía
que comenzar no con el conocimiento, sino sólo con ideas acerca del mundo
(Vorstellungen), supuestos, hipo-tesis (imputaciones), que podían ser verdaderas
o falsas, es decir, que en principio eran cuestionables, y que por tanto requerían un
logon didonai, un informe racional y una verificación -fuera racional o empírica. De
repente la conciencia se había vuelto ella misma responsable de lo que pensaba
que era verdad. Tenía que pensar. La verdad, por tanto, residía en las ideas
(proposiciones) de la consciencia, si correspondían a la realidad. Y sólo en ese caso
las ideas se volvían conocimiento.
Arriba ya hemos considerado ejemplos de la emergencia de una identidad con el
mundo en otras áreas, el ejemplo de la forma de las narraciones, que cambió de
verdadero mito a las obras poéticas de Homero y Hesiodo, y el ejemplo del estatus
de las esculturas, donde advertimos el cambio de “Yo soy Chares” a “Yo son la
imagen de...” en el Ática. Otra ilustración plástica del cambio de la anterior
inmediatez hacia la abstracción es la invención y creación por parte de Anaximandro
de un mapa de la tierra. La posibilidad de un mapa requiere una mente que se ha
distanciado lógicamente de una manera fundamental del mundo, y se ha puesto
muy por encima, y así ha reducido la tierra a un momento superado o a un
contenido de su conciencia, a un modelo del mundo en pequeña escala y
modernizado. La mente debe haber tenido el poder de abstraer de toda realidad los
detalles menudos y las impresiones sensuales-imaginales inmediatas para darnos
sólo la estructura general o el esquema, y junto con ello una apreciación global del
todo. Esto también implica que la mente se ha elevado a la noción abstracta de la
tierra; ha evaporado y condensado la variedad sensual de la realidad en una idea
conceptual de ella, un cambio que finalmente culminaría en que la mente llegaría
al concepto completamente abstracto de Ser, el concepto básico de toda metafísica.
También implica que el mundo real, en tanto que sensualmente visible y accesible,
ya no es frente a la conciencia inmediatamente idéntico con la concepción mítico-
imaginal (“arquetipal”) del mundo (7), sino que más bien se ha reducido en principio
a mundo empírico-fáctico (si bien en la práctica, especialmente en los tiempos
antiguos de este nuevo modo, aún envuelto en muchas vestiduras míticas, que
efectivamente pudieron ser arrojadas sólo en el curso del tiempo)
Más arriba he afirmado que el hombre antiguo se había experimentado como un
hilo tejido en la tela de la naturaleza. El poder de la mente recién obtenido de
abstraer de la realidad sensual-imaginal de la naturaleza presuponía que la mente
(¡no la gente!) se había arrancado lógicamente, se había desprendido fuera de esta
tela a fin de lograr una postura ante ella. Tiene que haber ocurrido una negación
radical de esa primaria inmersión de la mente en el mundo natural, que había
hallado su expresión adecuada en el mito; un divorcio de su unidad “simbiótica”,
simpática con la naturaleza. Y en la voluntad y la fortaleza de realizar realmente
este divorcio, cortando de ese modo a través de su propia carne, por así decir, la
mente regresó a sí misma. El lugar de la verdad o del conocimiento cambió “de la
naturaleza a la mente”..
Parte de este entero desarrollo nuevo es la invención de la idea y del sentimiento de
“culpa”, que hizo posible y necesario el sentido trágico de la vida. La culpa es un
concepto que no tenía ningún sitio en el estatus mitológico de conciencia. ¿Cómo
podría, si el hombre estaba allí en una identidad con el mundo? Podía haber
errores, actos equivocados, pero no culpa en un sentido moral. De modo semejante,
el concepto de castigo es incompatible con el modo mitológico de ser-en-el-mundo.
Lo que para nosotros parece un castigo, eran efectivamente iniciaciones en la
verdad del hecho de la persona, la consecuencia última del curso de los
acontecimientos comenzado con ese hecho con el cual el hacedor se había salido
de la esfera humana protegida y había transgredido en el reino de los misterios, lo
numinoso, lo tremendo.
"Culpa” no debe tomarse aquí literalmente. No tiene nada que ver con hechos
inmorales, con una falta. Es un fenómenos estrictamente psicológico. La
emergencia de la idea y la experiencia de la culpa refleja simplemente el acto lógico
del divorcio de la mente de su unidad simbiótica con la naturaleza, por la cual
regresó a sí misma, se volvió mente explícita, logos. El fenómeno de la “culpa” no
es sino la forma en que la nueva posición ante la naturaleza retiene dentro de sí
una conciencia (implícita, ansichseiend) de su origen contra naturam, y por tanto
de su propia naturaleza auténtica, en tanto que mente. La “culpa (como tal)” o (en
un lenguaje kantiano) “la pura culpa” es la marca de nacimiento de la mente.
Apenas si hace falta mencionar que la invención de la escritura es a la vez
expresión de e instrumental para el cambio de la inmediatez al pensamiento
abstracto.
En la antigua Israel, también, la mente en cierto momento se elevó por encima del
estadio de los dioses tribales míticos a la idea de un verdadero Dios muy por encima
del mundo, con respecto al cual todos los otros dioses eran falsos dioses. De
acuerdo a con esto, la oposición moral última de bien contra mal (pecado, Satán)
emergió también en estos tiempos. Y los rituales de las matanzas sacrificiales se
experimentaron ahora como irreligiosas, porque lo que Dios realmente quería era la
devoción del corazón. Esta es la misma disolución de la inmediatez de la
experiencia que se describió para la antigua Grecia, aunque de un modo diferente.
Aquí el cambio no es del mito/ritual a la filosofía, sino hacia la religión. Empero el
cambio igualmente radical del mito y el ritual a la religión (el modo religioso de ser-
en-el-mundo) es también un movimiento hacia el logos, una manifestación del
logos, del poder de la abstracción. El Dios Uno por encima del mundo refleja
objetivamente el hecho de que la mente se ha salido del océano en el que había
estado flotando y se ha vuelto conciente de sí misma, estableciéndose así como
conciencia ante el mundo.
En este nuevo modo de ser-en-el-mundo, que se manifestó en dos modos
diferentes en la antigua Grecia e Israel, la condición de posibilidad del mito
está perimida, aunque lo que he descrito brevemente aquí es sólo la primera
intimación del logos. La conciencia que emergió no es aún auto-conciencia, no se
ha vuelto consciente de sí en tanto que conciencia y Subjetividad. Esto sólo
ocurrió durante el periodo ulterior de la historia occidental, durante el tiempo desde
Nicolás de Cusa o Descartes a Hegel. Con este desarrollo, el alejamiento del mito
se vuelve más radical y definitivo; en tanto la conciencia se ha dado cuenta de ser
subjetividad, ha perdido lo que era la condición imprescindible del mito; la
posibilidad de substanciarse, hipostasiarse, proyectarse, personificar. La semántica
se ha superado y evaporado en sintaxis, el contenido sensual de lo imaginal se ha
disuelto y licuado en la forma lógica de la vida de la conciencia de la misma
Subjetividad. Después del mundo dominado por la imagen del Padre (por ejemplo el
Padre Zeus), es decir, la filosofía de la antigüedad, y después de la era del Hijo, es
decir, la metafísica medieval, el tercer periodo de la metafísica occidental es esa era
que la conciencia se da cuenta de que es Espíritu.
****
Notas
(1) Así como no debiera abstraerse de esta unidad de narración y modo de ser-en-
el-mundo la forma narrativa, del mismo modo igualmente debería evitarse la
abstracción opuesta. No se debiera abstraer de esta unidad “el modo mitológico de
ser-en-el-mundo”, por ejemplo, en la forma de la idea abstracta de un factor
antropológico universal, que flota libremente, o la mera sintaxis (y con ello el
potencial eterno) del pensamiento mítico como si fuera una subyacente estructura
profunda de la mente ahistórica (y como tal ineludible). El mito es concreto,
encarnado en cuentos existentes. Es la unidad de sintaxis y semántica.
(3) Heiner Uber, “Bahlu, der Mond und Yurlunggur, die Regenbogenschlange: Ein
Vorwort”, Piet Bogner, Traumerzeit-Erzählungen der Aborigines, (Munich: Mosaik
Verlag, 1999) p. 8.
(4) Ver Bruno Snell, Die Entdeckung des Geistes (Göttingen: Vanderhoeck &
Ruprecht, 1975) p. 101, y mi discusión en Die Atombombe als seelische Wirklichkeit,
Zürich 1988, pp. 186 ss. y Drachenkampf oder Initiation ins Nucklearzeitalter, Zürich
1989, p. 66
(6) Las palabras en itálica no son para acentuar, sino para marcar el texto que se ha
excluido en la traducción al inglés y ha sido añadido por mí de acuerdo al original
alemán.
(7) En los tiempos mitológicos, cualquier pueblo y cualquier lugar donde se realizaba
un ritual (independientemente de su apariencia particular empírico-física) era
imaginalmente ipso facto el centro del mundo, y en este centro se erigía el árbol del
mundo o la montaña de escalones que asciende hacia el cielo, el Meru hindú, la
montaña de cristal de los cuentos de hadas. Y en horizonte concreto desde este
lugar fluía el río primordial, para el conocimiento mítico, el océano, nuevamente con
independencia de las condiciones geográficas literales donde el horizonte de esos
lugares estuviera, desde el presente punto de vista. Independiente de dónde
estuviera el hombre en un momento dado, en ese estadio mitológico-ritualista de
conciencia, esencialmente estaba siempre en el centro. La imagen mítica del mundo
como conectado en su centro con el cielo y, a la distancia del horizonte, como
rodeado por un océano, acompañaban al hombre dondequiera que fuese y se
estableciese. Este conocimiento mítico, es decir, lógicamente negativo, del mundo
se sobreimprimía sobre la apariencia física (positiva) del mundo y no se veía
realmente contradicho por el conocimiento factual de que había otros pueblos que
también eran igualmente el centro del mundo para sus habitantes, y de que más
allá del horizonte presente el mundo continuaba a pesar del océano imaginal que
realmente marcaba el límite absoluto del mundo, el límite entre ser y no-ser.