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“LA LECCIÓN”

Eugene Ionesco
(adaptación: Adaptación Miranda)

PERSONAJES
El Profesor, 50 a 60 años
La Alumna, 18 años
La Sirvienta, 45 a 50 años

El comedor-espacio de trabajo en la casa del viejo profesor.


El escenario está vacío. Se oye el timbre de la puerta de entrada.
LA SIRVIENTA: (fuera) Sí, voy inmediatamente.
Aparece la Sirvienta, se enjuga las manos en el delantal mientras vuelve a sonar el
timbre.
LA SIRVIENTA: ¡Paciencia, ya voy!
Abre la puerta. Aparece la Alumna con un abrigo y un maletín.
LA ALUMNA: Buenos días, señora.
LA SIRVIENTA: Buenos días, señorita. ¿Es usted la nueva alumna? ¿Viene para la lección?
LA ALUMNA: Así es, señora.
LA SIRVIENTA: El profesor le espera. Siéntese un momento, voy a decirle que ha llegado.
LA ALUMNA: Muchas gracias, señora.
LA SIRVIENTA: ¡Profesor, haga el favor de bajar! Ha llegado su alumna.
EL PROFESOR: (fuera) ¡Gracias, querida! Bajo en un momento.
La Sirvienta sale. La Alumna se sienta a la mesa y saca lápices y cuadernos del maletín.
Espera. El Profesor entra con varios libros.
EL PROFESOR: Buenos días, señorita. ¿Usted es la nueva alumna?
LA ALUMNA: Sí, señor. Buenos días, señor. Cómo notará, he llegado puntual. No he
querido retrasarme.
EL PROFESOR: Se lo agradezco, señorita. Pero no tenía que apresurarse. No sé cómo
disculparme por haberla hecho esperar...
LA ALUMNA: No es necesario, señor, por favor.
EL PROFESOR: Mis excusas. ¿Le ha costado encontrar la casa?
LA ALUMNA: De ningún modo. Además he preguntado. Aquí le conocen todos.

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EL PROFESOR: Hace ya treinta años que vivo en esta ciudad. Tengo entendido que usted
es una recién llegada. ¿Qué le parece?
LA ALUMNA: No me desagrada en lo absoluto, señor. Es una ciudad agradable, con un
hermoso parque, un colegio, una iglesia, buenas tiendas, calles, avenidas...
EL PROFESOR: ¡Parece que la conoce mejor que yo, señorita! Cualquiera diría que ha
viajado por el mundo.
LA ALUMNA: Oh, no me gusta alardear de eso, señor.
EL PROFESOR: Tendré que insistir, señorita. Si me permite, ¿París es la capital de…?
LA ALUMNA: (pensando) París es la capital... de Francia.
EL PROFESOR: Así es, señorita. ¡Muy bien, perfecto! Le felicito. Sus conocimientos
geográficos son estupendos.
LA ALUMNA: ¡Oh, señor, por favor! Es una materia difícil, las capitales me cuestan
trabajo.
EL PROFESOR: Oh, ya las aprenderá. Hay que tener paciencia, señorita. Ya verá como sus
esfuerzos rendirán frutos. Sólo tiene que perseverar. Si me permite, ¿cuáles son las
estaciones del año?
LA ALUMNA: Oh, ahora mismo estamos en invierno. Las otras son la pri… mavera, el
verano y… y…
EL PROFESOR: Comienza como otorrinolaringólogo, señorita.
LA ALUMNA: ¡Ah, sí, el otoño!
EL PROFESOR: ¡Eso es, señorita! ¡Maravilloso! Estoy seguro que usted será una buena
alumna. Es inteligente, instruida y tiene buena memoria. Pronto recordará las estaciones
y capitales con los ojos cerrados.
LA ALUMNA: ¡Cómo lo deseo, señor! ¡Estoy sedienta de conocimiento!
EL PROFESOR: Pero sólo tenemos café, señorita.
LA ALUMNA: (riendo) ¡Ah, señor! No me haga reír, pensará que no tomo en serio la
lección. Y mis padres desean que profundice en mi aprendizaje. Opinan que una simple
cultura general no basta en nuestra época.
EL PROFESOR: Sus padres tienen razón, señorita. Debe seguir con sus estudios, resulta
necesario en estos tiempos. Me apena decírselo, pero la vida actual se ha hecho muy
exigente.
LA ALUMNA: Y muy complicada. Soy afortunada porque mis padres son bastante ricos.
Podrán ayudarme a trabajar, a hacer estudios muy superiores. Deseo presentarme al
concurso de doctorado que se realiza en tres semanas.
EL PROFESOR: ¿Ha hecho ya su bachillerato, señorita?
LA ALUMNA: Si, señor. Soy bachiller en ciencias y bachiller en letras.
EL PROFESOR: Y supongo que una jovencita tan adelantada como usted desea
presentarse al doctorado total.
LA ALUMNA: Así es, señor, es mi mayor deseo.

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EL PROFESOR: Permítame felicitarla, señorita, es usted muy valiente. Trataré de
ayudarla tanto como pueda en su misión. Así que, si me lo permite, tenemos que
ponernos a trabajar. No hay tiempo que perder.
LA ALUMNA: Al contrario, señor, se lo ruego.
EL PROFESOR: Entonces, ¿puedo rogarle que se siente?
LA ALUMNA: (riendo) ¡Oh, profesor, basta!
EL PROFESOR: ¿Me permitiría sentarme frente a usted, señorita?
LA ALUMNA: Por supuesto, señor.
EL PROFESOR: Muchas gracias, señorita. ¿Tiene sus libros, sus cuadernos?
LA ALUMNA: Desde luego, señor, tengo todo listo.
EL PROFESOR: Muy bien, señorita. Entonces, si no le importa, ¿podemos comenzar?
LA ALUMNA: Sí, señor, estoy a su disposición.
EL PROFESOR: ¿A mi disposición? (Hace un gesto extraño.) Señorita, por favor, soy yo
quien está a su disposición.
LA ALUMNA: ¡Oh, señor!
EL PROFESOR: Si le parece bien, comenzaré haciendo un examen general de sus
conocimientos, a fin de despejar el camino futuro.
LA ALUMNA: Es una excelente idea, señor.
Entra la Sirvienta, busca algo entre los muebles. El Profesor se irrita.
EL PROFESOR: Veamos, señorita. ¿Quiere que hagamos un poco de aritmética?
LA ALUMNA: Absolutamente, señor.
EL PROFESOR: Cómo sabrá, es una ciencia bastante nueva, en realidad, se considera más
un método que una ciencia… (A la Sirvienta.) María, ¿tardará mucho con eso?
LA SIRVIENTA: No, señor. Ya me voy.
EL PROFESOR: Sí, sí. Vaya a su cocina, por favor.
LA SIRVIENTA: Sí, señor. Ya voy. (Pausa.) Disculpe, señor, pero debe tener cuidado. Le
sugiero que mantenga la calma.
EL PROFESOR: Por favor, María, sé perfectamente cómo hacer mi trabajo.
LA SIRVIENTA: ¡Siempre dice eso! Sería mejor si no comenzara con la aritmética. La
aritmética fatiga y altera los nervios.
EL PROFESOR: María, por dios. ¿Por qué se mete dónde le importa? Este es asunto mío.
LA SIRVIENTA: Está bien, señor. No diga que no se lo advertí.
EL PROFESOR: María, no necesito sus consejos.
LA SIRVIENTA: Cómo usted ordene, profesor.
La Sirvienta sale.
EL PROFESOR: Disculpa la interrupción, señorita, y perdone a mi sirvienta. Se preocupa
mucho por mi salud.

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LA ALUMNA: ¡Oh, nada de eso señor, señor! Eso demuestra su lealtad y cariño. Es raro
encontrar una buena sirvienta.
EL PROFESOR: Agradezco su comprensión, señorita. ¿Le parece si seguimos con la
aritmética?
LA ALUMNA: Le sigo, señor.
EL PROFESOR: Pero sin levantarse de la silla.
LA ALUMNA: ¡Oh, señor, va a matarme de risa!
EL PROFESOR: (Hace un gesto extraño.) Espero que no, señorita. Bueno, ejercitemos ese
cerebro. ¿Le importaría decirme… cuánto es uno más uno?
LA ALUMNA: Uno más uno son dos.
EL PROFESOR: ¡Muy bien, señorita! En verdad es usted una alumna adelantada. Sigamos
adelante: ¿cuántos son dos más uno?
LA ALUMNA: Tres.
EL PROFESOR: ¿Tres más uno?
LA ALUMNA: Cuatro.
EL PROFESOR: ¿Cuatro más uno?
LA ALUMNA: Cinco.
EL PROFESOR: ¿Cinco más uno?
LA ALUMNA: Seis.
EL PROFESOR: ¿Seis más uno?
LA ALUMNA: Siete.
EL PROFESOR: ¿Siete más uno?
LA ALUMNA: Ocho.
EL PROFESOR: ¿Siete más uno?
LA ALUMNA: ¡Ocho!
EL PROFESOR: Ah, muy astuta, señorita. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho… triplicado.
EL PROFESOR: Excelente. ¿Siete y uno?
LA ALUMNA: Ocho… cuadruplicado. Y a veces nueve.
EL PROFESOR: ¡Magnífico! ¡Es usted magnífica, señorita! No hace falta continuar. En lo
que respecta a la suma es usted magistral. Veamos la resta. Dígame, por favor, cuántos
son cuatro menos tres.
LA ALUMNA: ¿Cuatro menos tres…? ¿Cuatro menos tres?
EL PROFESOR: Sí. Quiero decir: quite tres de cuatro.
LA ALUMNA: Eso da... ¿siete?

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EL PROFESOR: Lo siento mucho, señorita. Cuatro menos tres no da siete. Usted se
confunde: cuatro más tres son siete, pero cuatro menos tres no son siete. Ahora no se
trata de sumar, sino de restar.
LA ALUMNA: Sí, claro.
EL PROFESOR: ¿Cuatro menos tres son…?
LA ALUMNA: ¿Cuatro?
EL PROFESOR: No, señorita, no es eso.
LA ALUMNA: Entonces, tres.
EL PROFESOR: Tampoco, señorita. Lamento decírselo, pero no es la respuesta correcta.
LA ALUMNA: Cuatro menos tres... Cuatro menos tres... ¿Cuatro menos tres? ¿No son diez?
EL PROFESOR: No, no, señorita. No se trata de adivinar, sino de razonar. Vamos a
deducirlo juntos. ¿Sabe usted contar bien?
LA ALUMNA: Por supuesto, señor. Puedo contar hasta el infinito.
EL PROFESOR: (riendo) Eso es imposible, señorita.
LA ALUMNA: Entonces… ¿Hasta dieciséis?
EL PROFESOR: Eso es suficiente. Empiece a contar, por favor.
LA ALUMNA: Uno... dos... y después de dos, vienen tres... cuatro...
EL PROFESOR: Deténgase, señorita. ¿Qué número es mayor: el tres o el cuatro?
LA ALUMNA: ¿El mayor de… tres o cuatro? ¿En qué sentido el mayor?
EL PROFESOR: Hay números más pequeños y números más grandes. En los números más
grandes hay más unidades que en los pequeños.
LA ALUMNA: ¿El que tenga más unidades será el más grande? ¡Ah, ya entiendo, señor!
Usted identifica la calidad con la cantidad.
EL PROFESOR: Eso es demasiado teórico, señorita. No tiene que preocuparse por eso.
Volvamos a nuestro ejemplo y después seguiremos con aspectos más profundos. Tenemos
el número cuatro y el número tres, cada uno de ellos con un número igual de unidades.
¿Qué número será mayor, el número más pequeño o el número más grande?
LA ALUMNA: ¿Qué entiende usted por el número mayor, señor? ¿El menos pequeño que el
otro?
El, PROFESOR: Eso es, señorita. ¡Perfecto! Me ha comprendido muy bien.
LA ALUMNA: Entonces, es el cuatro.
EL PROFESOR: ¿Qué es el cuatro? ¿Mayor o menor que el tres?
LA ALUMNA: Menor… No, mayor.
EL PROFESOR: Excelente respuesta. ¿Cuántas unidades hay entre tres y cuatro?
LA ALUMNA: No hay unidades, señor, entre tres y cuatro. El cuatro viene
inmediatamente después del tres, ¡pero no hay nada entre el tres y el cuatro!
EL PROFESOR: Me he explicado mal. La culpa es mía, sin duda.
LA ALUMNA: No, señor, la culpa es mía.

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EL PROFESOR: Escuche con atención, señorita. Aquí tenemos tres fósforos. Y aquí otro
más, en total cuatro. Usted tiene cuatro, yo quito uno, ¿cuántos le quedan?
El Profesor se levanta y escribe en una pizarra.
LA ALUMNA: Cinco. Si tres más uno son cuatro, cuatro más uno son cinco.
EL PROFESOR: No es eso, señorita. Usted tiende a sumar siempre. Pero también hay que
restar. No sólo hay que integrar, también hay que desintegrar. Eso es la vida. Eso es la
filosofía. Eso es la ciencia. Eso son el progreso y la civilización.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Volvamos a los fósforos. Tengo cuatro. Como usted ve, son cuatro. Si
quito uno, ya sólo quedan…
LA ALUMNA: No sé cuántos, señor.
EL PROFESOR: Piense, por favor. Admito que no es fácil, pero usted es lo bastante culta
para llegar a comprender. ¿Entonces…?
LA ALUMNA: No lo comprendo, señor. No lo sé, señor.
EL PROFESOR: Bien, un ejemplo más sencillo. Si usted tuviese dos narices y yo le
arrancase una, ¿cuántas le quedarían?
LA ALUMNA: Ninguna.
EL PROFESOR: ¿Cómo que ninguna?
LA ALUMNA: Sí, como usted no me ha arrancado ninguna por eso tengo una ahora mismo.
Si usted me la hubiese arrancado, ya no la tendría.
EL PROFESOR: No ha entendido mi ejemplo. Suponga que sólo tiene una oreja.
LA ALUMNA: Sí. ¿Y después?
EL PROFESOR: Yo le agrego otra. ¿Cuántas tendría entonces?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Y si le agrego otra más, ¿cuántas tendría?
LA ALUMNA: Tres orejas.
EL PROFESOR: Le quito una. ¿Cuántas orejas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Muy bien. Le quito otra más. ¿Cuántas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: No. Usted tiene dos, yo le quito una, le como una, ¿cuántas le quedan?
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Le como una.
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: Una.
LA ALUMNA: Dos.
EL PROFESOR: ¡Una!

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LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: ¡Una!
LA ALUMNA: ¡Dos!
EL PROFESOR: No, no. No es eso. El ejemplo no es… Escúcheme.
LA ALUMNA: Le escucho, señor.
EL PROFESOR: Usted tiene… Usted tiene…
LA ALUMNA: ¡Diez dedos!
EL PROFESOR: Como quiera. Perfecto. Usted tiene diez dedos.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: ¿Cuántos tendría si tuviese cinco?
LA ALUMNA: Diez, señor.
EL PROFESOR: ¡No es así!
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: ¡Le digo que no!
LA ALUMNA: Usted acaba de decirme que tengo diez.
EL PROFESOR: ¡Le he dicho inmediatamente después que tenía cinco!
LA ALUMNA: ¡Pero no tengo cinco, tengo diez!
EL PROFESOR: Probemos algo diferente. (Dibuja en la pizarra.) Son palitos, señorita,
palitos. Aquí hay un palito, aquí dos palitos, aquí tres palitos, y luego cuatro palitos,
cinco palitos. Un palito, dos palitos, tres palitos, cuatro palitos, cinco palitos son
números. Cuando se cuenta los palitos cada palito es una unidad, señorita… ¿Qué acabo
de decir?
LA ALUMNA: "Una unidad, señorita. ¿Qué acabo de decir?"
EL PROFESOR: ¡O cifras! ¡O números! Uno, dos, tres, cuatro, cinco, son elementos de la
numeración, señorita.
LA ALUMNA: (insegura) Sí, señor. Elementos, cifras, que son palitos, unidades y números.
EL PROFESOR: AY toda la aritmética se basa en estos elementos.
LA ALUMNA: Muy bien, señor.
EL PROFESOR: Entonces, cuente, por favor. Sume y reste.
LA ALUMNA: (memorizando) ¿Los palitos son cifras y los números unidades?

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EL PROFESOR: Exacto. ¿Y entonces…?
LA ALUMNA: Se pueden restar dos unidades de tres unidades, ¿pero se puede restar dos
dos de tres tres? ¿Y dos cifras de cuatro números? ¿Y tres números de una unidad?
EL PROFESOR: No, señorita.
LA ALUMNA: ¿Por qué, señor?
EL PROFESOR: Porque no, señorita.
LA ALUMNA: ¿Y por qué no?
EL PROFESOR: Porque no, señorita. Eso no se explica. Eso se comprende mediante un
razonamiento matemático individual.
LA ALUMNA: ¡Ay, eso es mucho peor!
EL PROFESOR: Escúcheme, señorita: si no llega a comprender estos principios, estos
arquetipos aritméticos, nunca llegará a realizar correctamente un trabajo de ingeniería o
ciencias aplicadas. Reconozco que no es fácil, se trata de algo muy, muy abstracto, pero
sin estos principios ¿cómo podría usted calcular mentalmente cuántos son, por ejemplo,
tres mil setecientos cincuenta y cinco millones novecientos noventa y ocho mil doscientos
cincuenta y uno multiplicados por cinco mil ciento sesenta y dos millones trescientos tres
mil quinientos ocho?
LA ALUMNA: (rápidamente) Son diecinueve trillones trescientos noventa mil billones dos
mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento sesenta y
cuatro mil quinientos ocho.
EL PROFESOR: Eh, no. Creo que no es así. Son diecinueve trillones trescientos noventa
mil billones dos mil ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos diecinueve millones
ciento sesenta y cuatro mil quinientos nueve.
LA ALUMNA: No, son diecinueve trillones trescientos noventa mil billones dos mil
ochocientos cuarenta y cuatro mil doscientos diecinueve millones ciento sesenta y cuatro
mil quinientos ocho.
EL PROFESOR: (asombrado) Tiene usted razón… El resultado es… (Farfullando.) Trillones,
billones, millones, millares… Ciento sesenta y cuatro mil quinientos ocho. ¿Pero cómo lo
sabe usted si no conoce los principios del razonamiento aritmético?
LA ALUMNA: Eso es sencillo. Como no confío en mi razonamiento, me he aprendido de
memoria todos los resultados posibles de todas las multiplicaciones posibles en el
universo.
EL PROFESOR: Es extraordinario, señorita… Sin embargo, le confieso que no me satisface
en lo absoluto. En aritmética lo que cuenta es, sobre todo, la comprensión. Usted debía
obtener ese resultado mediante un razonamiento matemático inductivo y deductivo al
mismo tiempo. Las matemáticas son enemigas de la memoria, excelente para otras cosas,
pero nefasta aritméticamente hablando. Por lo tanto, no estoy satisfecho.
LA ALUMNA: ¿Ni un poco, señor?
EL PROFESOR: Dejemos esto por ahora. Pasemos a la materia siguiente.
LA ALUMNA: Sí, señor.
La Sirvienta entra con cautela.

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LA SIRVIENTA: ¡Ejem, ejem! Señor…
EL PROFESOR: Lamento que esté tan poco avanzada en matemáticas avanzadas,
señorita…
LA SIRVIENTA: (insistiendo) ¡Señor, señor…!
EL PROFESOR: Temo que no llegue a presentarse al examen de doctorado.
LA ALUMNA: Sí, señor, es una lástima.
EL PROFESOR: A menos que usted… (A la Sirvienta.) ¡Déjeme, María! ¿Por qué se mete en
esto? ¡Váyase! ¡Váyase! (A la Alumna.) Trataré de prepararla para que reciba, al menos,
un doctorado parcial…
LA SIRVIENTA: ¡Señor! ¡Señor!
EL PROFESOR: ¡Pero déjeme en paz! ¡Váyase! ¿Qué significa esto? (A la Alumna.) Para
eso tendré que enseñarle…
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: …los elementos de la lingüística y de la filología comparada…
LA SIRVIENTA: ¡No, señor, no! ¡No debe hacer eso!
EL PROFESOR: ¡María, ya basta!
LA SIRVIENTA: ¡Señor, nada de filología! La filología lleva a lo peor…
LA ALUMNA: ¿A lo peor? (riendo tontamente) ¡Que mujer tan ocurrente!
EL PROFESOR: ¡Esto es demasiado! ¡Largo de aquí!
LA SIRVIENTA: Está bien, señor. ¡Pero no diga que no se lo advertí! ¡La filología lleva a lo
peor!
EL PROFESOR: ¡Soy un hombre hecho y derecho, María!
LA SIRVIENTA: ¡Cómo usted quiera, profesor!
La Sirvienta sale, altiva.
EL PROFESOR: Continuemos, señorita.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Le ruego que escuche con la mayor atención el siguiente programa,
cuidadosamente planeado…
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: …gracias al cual, en quince minutos, usted podrá adquirir los principios
fundamentales de la filología lingüística y comparada de las lenguas modernas.
LA ALUMNA: ¡Sí, señor! (Aplaude.)
EL PROFESOR: (autoritario) ¡Silencio! ¿Qué significa eso?
LA ALUMNA: Perdón, señor.
EL PROFESOR: ¡Silencio! (Se levanta, se pasea por la habitación.) Entonces, señorita, el
español es la lengua madre de la que han nacido todas las lenguas modernas; el español,
el latín, el italiano, nuestro francés, el portugués, el rumano, el sardanápalo, el francés y
el neo-francés, y también, en algunos de sus aspectos, el turco mismo, que sin embargo

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se acerca más al griego, lo cual es lógico, pues Turquía es vecina de Grecia y Grecia está
más cerca de Turquía que usted y yo. Esto ilustra una ley lingüística muy importante,
según la cual la geografía y la filología son hermanas gemelas… Puede tomar nota,
señorita.
LA ALUMNA: (apagada) Sí, señor.
EL PROFESOR: Lo que distingue a las lenguas modernas entre sí y de otros grupos
lingüísticos, tales como las lenguas austríacas y neo-austríacas o habsbúrgicas, así como
de los grupos esperantista, helvético, monegasco, suizo, andorrano, vasco, y pelota,
asimismo de los grupos de las lenguas diplomática y técnica… Lo que las distingue su
llamativa semejanza que hace difícil distinguirlas a las unas de las otras. Me refiero a las
lenguas modernas entre sí, las cuales sin embargo se distinguen gracias a sus caracteres
distintivos, pruebas absolutamente indiscutibles del extraordinario parecido que hace
indiscutible su lugar origen, y, al mismo tiempo, las diferencia profundamente,
manteniendo de los rasgos distintivos de que acabo de hablar.
LA ALUMNA: ¡Oooh! ¡Sííí, señor!
EL PROFESOR: Pero no vamos a detenernos en esas generalidades…
LA ALUMNA: (desilusionada) ¡Oh, señor!
EL PROFESOR: No se preocupe, señorita. Volveremos a esto luego, a menos que no lo
hagamos por algún motivo inesperado y gracioso.
LA ALUMNA: ¡Oh, sí, señor!
EL PROFESOR: Todo idioma, señorita, recuérdelo hasta la hora de su muerte…
LA ALUMNA: ¡Oh, sí, señor, hasta la hora de mi muerte!
EL PROFESOR: Todo idioma no es sino un lenguaje, lo que implica necesariamente que se
compone de sonidos o…
LA ALUMNA: Fonemas.
EL PROFESOR: Iba a decirle exactamente eso. Por lo tanto, deje de presumir sus
conocimientos. Cállese y ponga atención.
LA ALUMNA: Muy bien, señor.
EL PROFESOR: Los sonidos, señorita, deben ser cogidos al vuelo por las alas para que no
caigan en oídos sordos. Cuando usted se decide a articular alguno, se recomienda que
levante muy alto el cuello y el mentón y se ponga de puntillas. Así, mire…
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Y cállese. Quédese sentada y no interrumpa. Debe emitir los sonidos muy
agudamente y con toda la fuerza de sus pulmones unida a la de sus cuerdas vocales. Así:
"Mariposa", "Eureka", "Trafalgar", "Papi, Papá". De esta manera, los sonidos, llenos con un
aire cálido más ligero que el aire circundante, revolotearán, revolotearán sin correr el
peligro de caer en los oídos sordos, que son los verdaderos abismos, las tumbas de las
sonoridades. Si usted emite muchos sonidos a una velocidad acelerada, esos sonidos se
agarrarán los unos a los otros automáticamente, formando así sílabas, palabras, frases,
reuniones puramente irracionales de sonidos, desprovistos de todo sentido, pero
precisamente por eso capaces de mantenerse sin peligro en una altura elevada en el aire.
Solas, caen las palabras cargadas de significado, pesadas a causa de sus sentidos, y
terminan siempre sucumbiendo, desmoronándose…

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LA ALUMNA: …en los oídos sordos.
EL PROFESOR: Así es, pero cierre la boca. ¿En qué iba? Ah. Cayendo los sonidos en la
peor confusión. De tal manera, señorita...
LA ALUMNA: Auch.
EL PROFESOR: ¿Qué le pasa?
LA ALUMNA: Me duelen las muelas, señor.
EL PROFESOR: Eso no tiene importancia. No vamos a detenernos por una tontería.
LA ALUMNA: Sí, señor.
EL PROFESOR: Debe recordar que las consonantes cambian de naturaleza en las
conjunciones. Las f se convierten en v, las d en t, las g en k y viceversa, como en los
siguientes ejemplos: "tres horas, los niños, el gallo con vino, la edad nueva, he aquí la
noche".
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Cállese, y continuemos.
LA ALUMNA: Sí. Auch.
EL PROFESOR: Para aprender a pronunciar no existen diferentes fonemas en sardanápali,
ni en rumano, ni en neo-francés, ni siquiera en oriental: la palabra boca es siempre la
misma palabra, con la misma raíz, el mismo sufijo, el mismo prefijo, en todas las lenguas
enumeradas. Y lo mismo sucede con todas las palabras.
LA ALUMNA: ¿En todas las lenguas esas palabras quieren decir lo mismo? Me duelen las
muelas.
EL PROFESOR: Absolutamente. Siempre existe el mismo significado, la misma
composición, la misma estructura sonora no sólo para esa palabra, sino para todas las
palabras concebibles, en todos los idiomas. Pues una misma idea se expresa mediante una
sola y misma palabra, y sus sinónimos, en todos los países. Deje las muelas en paz.
LA ALUMNA: Me duelen las muelas. ¡Sí, sí y sí!
EL PROFESOR: Bien, continuemos. ¿Cómo dice usted, por ejemplo, en español: las rosas
de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era asiático?
LA ALUMNA: Me duelen, me duelen, me duelen las muelas.
EL PROFESOR: ¡Dígalo de todos modos!
LA ALUMNA: ¿En español?
EL PROFESOR: En español.
LA ALUMNA: Que diga en español: Las rosas de mi abuela son…
EL PROFESOR: …tan amarillas como mi abuelo que era asiático.
LA ALUMNA: Pues en español se dice: las rosas de mi… ¿cómo se dice abuela en español?
EL PROFESOR: ¿En español? Abuela.
LA ALUMNA: Las rosas de mi abuela son tan… amarillas… ¿En españolse dice amarillas?
EL PROFESOR: Evidentemente.

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LA ALUMNA: Son tan amarillas como mi abuelo cuando se enojaba.
EL PROFESOR: No… Que era a…
LA ALUMNA: …siático. Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Eso es.
LA ALUMNA: Me duelen…
EL PROFESOR: …las muelas. Qué lástima. ¡Continuemos! Ahora traduzca la misma frase al
francés, y luego al neo-francés.
LA ALUMNA: En francés sería: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo
que era asiático.
EL PROFESOR: No. Está mal.
LA ALUMNA: Y en neo-francés: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo
que era asiático.
EL PROFESOR: Está mal. Está mal. ¡Está mal! Confunde el francés con neo-francés y es
todo lo contrario.
LA ALUMNA: Me duelen las muelas. Usted me enreda.
EL PROFESOR: Es usted quien me enreda. Cállese, esté atenta y escriba. Yo le diré la
frase en francés, luego en neo-francés y por fin en latín. Usted la repetirá después de mí.
Atención, porque tiene enormes similitudes. Escuche bien.
LA ALUMNA: Me duelen…
EL PROFESOR: …las muelas…
LA ALUMNA: …continuemos… ¡Ay!
EL PROFESOR: En francés: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo, que
era asiático. En latín: las rosas de mi abuela son tan amarillas como mi abuelo que era
asiático. ¿Puede notar las diferencias? Traduzca esa frase al rumano.
LA ALUMNA: Las… ¿Cómo se dice rosas en rumano?
EL PROFESOR: Rosas.
LA ALUMNA: ¿No es rosas? ¡Ah, me duelen las muelas!
EL PROFESOR: No, claro que no, porque rosas es la traducción oriental de la palabra
francesa rosas, que en español se dice rosas. ¿Comprende?
LA ALUMNA: Discúlpeme, señor, pero… ¡Oh, me duelen las muelas…! No escucho la
diferencia.
EL PROFESOR: ¡Pero si es muy sencillo! ¡Muy sencillo! Lo que diferencia a esos idiomas
no son las palabras, que son exactamente las mismas, ni la estructura de la frase, que es
igual en todo, ni la entonación, que no tiene diferencias, ni el ritmo del lenguaje. Lo que
las diferencia… ¿Me está escuchando?
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: ¿Me escucha, señorita? ¡Ah, me está haciendo enojar!
LA ALUMNA: ¡Usted me fastidia, señor! ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR: ¡Con un carajo! ¡Escúcheme!

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LA ALUMNA: Sí… Sí… Continúe.
EL PROFESOR: Lo que las diferencia a unas de otras es…
LA ALUMNA: (haciendo muecas) ¿Qué es?
EL PROFESOR: Es una cosa indescriptible. Una cosa indescriptible que sólo descubre al
cabo de mucho tiempo, con mucha dificultad y tras una larga experiencia.
LA ALUMNA: (fastidiada) ¡Ah!
EL PROFESOR: Sí, señorita. No le puedo dar ninguna regla. Para tener ese don hay que
estudiar, estudiar y estudiar.
LA ALUMNA: Las muelas.
EL PROFESOR: Sin embargo hay algunos casos concretos en los que las palabras cambian
de un idioma a otro, sin embargo no podemos basarnos sólo en estas pues son casos
excepcionales...
LA ALUMNA: ¿Ah, sí?... ¡Oh, señor, me duelen las muelas!
EL PROFESOR: ¡Cállese! ¡No interrumpa! ¡No me enfade! Si no me las pagará. Decía de
los casos excepcionales…
LA ALUMNA: Me duelen las muelas.
EL PROFESOR: Decía que, en algunas expresiones corrientes, ciertas palabras difieren
totalmente de un idioma a otro, de modo que su idioma es más fácil de identificar. Le
citaré un ejemplo: la expresión neo-francesa célebre en París "mi patria es la neo-
Francia" se convierte en italiano en "mi patria es…
LA ALUMNA: …la neo-Francia".
EL PROFESOR: ¡No! "Mi patria es Italia." Dígame, basada en esta regla, ¿cómo diría Italia
en francés?
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR: Es muy sencillo: para la palabra Italia tenemos en francés la palabra
Francia, que es su traducción exacta. Mi patria es Francia. Y Francia en Oriental se dice
Oriente. Mi patria es el Oriente. Y Oriente en portugués se dice Portugal. La expresión
oriental: Mi patria es el Oriente se traduce de esta manera en portugués: ¡Mi patria es
Portugal! Y así consecutivamente.
LA ALUMNA: ¡Así es! ¡Así es! Me duelen…
EL PROFESOR: ¡Las muelas! ¡Las muelas! ¡Las putas muelas! ¡Se las voy a arrancar! Otro
ejemplo más. La palabra capital pose en cada idioma un sentido diferente. Si un francés
dice "vivo en la capital", la palabra capital no significa lo mismo que cuando un portugués
dice " vivo en la capital". Y con mayor razón cuando lo dice un oriental, un neo-francés,
un rumano, un latino, un sardanápali... Cuando escuche, señorita… ¡Señorita, le estoy
hablando! ¡Mierda, entonces! En cuanto escuche “vivo en la capital", sabrá usted
inmediata y fácilmente si se trata de español, neo-francés, de francés, de oriental, de
rumano o de latín, pues sólo debe adivinar en la ciudad que piensa la persona que
pronuncia la frase en el momento que la pronuncia...
LA ALUMNA: ¡Oh, mis muelas!
EL PROFESOR: ¡Silencio! ¡O le rompo la cabeza!

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LA ALUMNA: ¡Atrévase, animal!
El Profesor tuerce la muñeca de la Alumna.
LA ALUMNA: (grita) ¡Ay! ¡Ay!
EL PROFESOR: ¡Quédese quieta! ¡Ni una palabra!
LA ALUMNA: (lloriqueando) Las muelas…
EL PROFESOR: ¿Qué decía…? Ah, sí. Lo más paradójico es que muchas personas sin
educación alguna son capaces de hablar esos diferentes idiomas… ¿Me oye? ¿Qué he dicho?
LA ALUMNA: Son capaces de hablar esos diferentes idiomas… ¿Me oye? ¿Qué he dicho?
EL PROFESOR: ¡No se haga la estúpida! La gente del pueblo habla el francés lleno de
palabras neo-españolas que no reconocen y piensan que hablan el latín. O bien hablan el
latín lleno de palabras orientales creyendo que hablan el rumano. O el español, relleno
de neo-francés creyendo que hablan el sardanápali. ¿Me entiende?
LA ALUMNA: ¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Si entiendo! ¿Qué más quiere usted?
EL PROFESOR: ¡Nada de groserías, jovencita! ¡Mucho cuidado! (Enojado.) El colmo,
señorita, es que ciertas personas dicen en latín creyendo que es español "sufro de mis dos
hígados a la vez", dirigiéndose a un francés que no sabe una palabra de español, pero les
comprende tan bien como si fuese su propio idioma. Y el francés responderá, en francés
"yo también, señor, sufro de mis hígados", y será entendido por el español, quien estará
seguro de que le han contestado en español y que ambos hablan en español, cuando en
realidad no hablan en español ni en francés, sino en latín a la neo-francesa… ¡Ya quédese
quieta, deje de patalear, estúpida!
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas! ¡Jajajaja!
EL PROFESOR: En vez de seguirle el culo a las moscas mientras yo hago todo este
trabajo, debería poner atención. Yo no soy quien va a presentar el maldito examen. ¡He
pasado ese con honores y muchos, muchos más que usted no podría ni contar!
LA ALUMNA: ¡Las muelas!
EL PROFESOR: ¡Mal educada! ¡Idiota! ¡Esto no se quedará así!
LA ALUMNA: ¡Auch! Lo escucho.
EL PROFESOR: ¡Cállese! Parece que la palabra no le sirve, y en realidad para aprender
estos idiomas no hay nada mejor que la práctica. Trataré de enseñarle todas las
traducciones de mi cuchillo.
LA ALUMNA: Cómo usted quiera… ¡Auch!
EL PROFESOR: ¡María! ¡María! ¿Dónde está, María? ¿Qué diablos es esto?
El Profesor sale. La Alumna queda sola un instante. El Profesor regresa seguido de María.
EL PROFESOR: ¡María! ¿Por qué no viene? ¡Cuando yo la llamo tiene que venir de
inmediato! ¡Yo soy el que manda aquí! (Señala a la Alumna.) ¡Esa bruta no aprende nada!
¡Nada!
LA SIRVIENTA: Tiene que calmarse, señor. ¡Si no tiene cuidado, esto llegará muy lejos!
EL PROFESOR: Ya le dije que puedo controlarme.
LA SIRVIENTA: ¡Dice lo mismo una y otra vez, pero no veo que lo haga!

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LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas, señora!
LA SIRVIENTA: Ya ve, está comenzando. ¡Es el síntoma!
EL PROFESOR: ¿Qué significa eso?
LA ALUMNA: ¡Sí! ¿Qué coño significa eso?
EL PROFESOR: ¡Tonterías, sólo dice estupideces! Eh, no se vaya. Quiero que me traiga los
cuchillos francés, neo-francés, portugués, francés, oriental, rumano, sardanápali, latino y
español.
LA SIRVIENTA: Ah, no, no. ¡No cuente conmigo! ¡Y no diga que no se lo advertí!
EL PROFESOR: ¡María, María! ¡Agh!
La Sirvienta sale. El Profesor grita, y busca un cuchillo grande.
EL PROFESOR: ¡Bien! He aquí un cuchillo, señorita. Por desgracia sólo tenemos este pero
trataremos de utilizarlo para todas las lenguas. Usted debe pronunciar la palabra cuchillo
en todos los idiomas, mirando al objeto, muy de cerca, fijamente, e imaginándose que es
el idioma que usted dice.
LA ALUMNA: ¡Me duelen las muelas!
EL PROFESOR: (canturrea) Entonces: diga cu, como cu; chi, como chi; y llo, como llo.
LA ALUMNA: ¿Qué es eso? ¿Francés, italiano, español?
EL PROFESOR: Eso no importa. Diga: cu.
LA ALUMNA: Cu.
EL PROFESOR: Chi... Mire.
LA ALUMNA: Chi.
EL PROFESOR: Llo. Mire. (Blande el cuchillo.)
LA ALUMNA: Llo.
EL PROFESOR: ¡Siga mirando!
LA ALUMNA: ¡Ah, no! ¡Váyase a la mierda! ¡Estoy harta! Además me duelen las muelas,
me duelen los pies, me duele la cabeza…
EL PROFESOR: (exaltado) Cuchillo... Mire... Cuchillo... Mire... Cuchillo... Mire...
LA ALUMNA: ¡Me lastima los oídos! ¡Tiene una voz horrible!
EL PROFESOR: Diga: cuchillo, cu... chi... llo.
LA ALUMNA: ¡No! Me duelen los oídos, me duele todo…
EL PROFESOR: ¡Voy a arrancarle las orejas para que deje de quejarse!
LA ALUMNA: Su maldita voz me hace daño…
EL PROFESOR: Vamos, mire y repita conmigo: cu…
LA ALUMNA: Si usted tiene el… cu… cuchillo… ¿es neo-francés?
EL PROFESOR: Si, sí, neo-francés, pero no tenemos tiempo para sus preguntas idiotas.
¿Cómo se atreve?
LA ALUMNA: ¡Ay, cállese ya!

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EL PROFESOR: Repita, mire. Cuchillo… cuchillo… cuchillo…
LA ALUMNA: ¡Ay, me duele… la cabeza… los ojos!
EL PROFESOR: Cuchillo… cuchillo…
Los dos de pie, girando alrededor del cuchillo.
EL PROFESOR: Repita: cuchillo… cuchillo… cuchillo…
LA ALUMNA: Me duele… la garganta, cu… ¡Ay! Los hombros… los senos… chillo…
EL PROFESOR: Cuchillo… cuchillo… cuchillo…
LA ALUMNA: Las caderas… cuchillo… los muslos… cu…
EL PROFESOR: Pronuncie bien: cuchillo… cuchillo.
LA ALUMNA: Cuchillo… las rodillas…
EL PROFESOR: Cuchillo… cuchillo…
LA ALUMNA: Cuchillo… los hombros, los brazos, los senos, las caderas… cuchillo…
cuchillo…
EL PROFESOR: ¡Así, así! ¡Pronuncie bien!
LA ALUMNA: Cuchillo… Mi lengua… mi vientre…
EL PROFESOR: ¡Atención! ¡Repita con cuidado: el cuchillo mata!
LA ALUMNA: Sí, sí… El cuchillo mata.
EL PROFESOR: ¡Mata! ¡El cuchillo mata!
LA ALUMNA: ¡El cuchillo mata!
EL PROFESOR: ¡El cuchillo mata, señorita!
LA ALUMNA: ¡Sí, señor! ¡El cuchillo mata!
El Profesor mata a ala alumna con una cuchillada. La Alumna cae en una silla. El
Profesor la apuñala varias veces para rematarla, fuera de sí. El Profesor jadea.
EL PROFESOR: ¡Infeliz, estúpida! Ya, ya, ya me siento mejor… Ah, no puedo… Respirar…
(Mira el cuchillo, y después a la alumna.) No… ¿Qué hice? ¿Qué hice? ¡Oh, no, no! ¡Vamos,
señorita, levántese! ¡Le ordeno que se levante…! ¿Le ruego que se levante, por favor!
Vamos, señorita, la lección ha terminado… Puede irse, puede pagar en otra ocasión…
¡Está muerta! ¡Muerta! ¡Yo la maté! ¡La maté…! ¡María! ¡María, venga, por favor!
¡Auxilio…! ¡No, no venga, María! ¡Me equivoqué! ¡Quédese en su cocina, no pasa nada!
Entra la Sirvienta, y mira el cadáver de la Alumna.
LA SIRVIENTA: Veo que terminó con su alumna. ¿Cómo estuvo la lección?
EL PROFESOR: (oculta el cuchillo a su espalda) Sí, la lección ha terminado, pero ella no
quiere irse, es insolente…
LA SIRVIENTA: ¿Oh, de verdad?
EL PROFESOR: No fui yo, María… No fui yo… Se lo juro, mi querida María…
LA SIRVIENTA: ¿Quién lo hizo, entonces? ¿Quién lo hizo? ¿Yo?
EL PROFESOR: No lo sé… Tal vez…

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LA SIRVIENTA: ¿O el gato?
EL PROFESOR: Es posible, es un gato sospechoso…
LA SIRVIENTA: ¡Con esta son cuarenta niñas! ¡Cuarenta! ¡Todos los días es lo mismo! Va a
quedarse sin alumnas, viejo tonto
EL PROFESOR: ¡No es mi culpa! ¡Ella no quería aprender! ¡Era desobediente! ¡Era una
pésima alumna!
LA SIRVIENTA: ¡Mentiroso! ¡No diga mentiras!
EL PROFESOR: ¡Usted no se meta!
El Profesor trata de acuchillar a María, pero ella lo detiene y retuerce su brazo, después
le pega dos bofetadas. El Profesor cae al suelo.
LA SIRVIENTA: ¡Asesino! ¡Cochino! ¡Desgraciado! ¿Quería hacerme lo mismo? ¡No soy una
de sus alumnas tontas! Ponga ese cuchillo en su lugar, vamos. (Pausa.) Yo se lo advertí.
¡Se lo advertí, señor! La aritmética lleva a la filología y la filología lleva al crimen…
EL PROFESOR: Usted dijo “a lo peor”.
LA SIRVIENTA: Es lo mismo.
EL PROFESOR: Yo entendí mal. Creía que "Peor" era una ciudad y que usted quería decir
que la filología llevaba a la ciudad de Peor.
LA SIRVIENTA: ¡Mentiroso! ¡Viejo imbécil! ¿Piensa que nací ayer?
EL PROFESOR: (solloza) No la he matado intencionadamente.
LA SIRVIENTA: ¿Al menos se arrepiente?
EL PROFESOR: ¡Muchísimo, María, se lo juro!
LA SIRVIENTA: (reflexionando) ¡Oh, a quien engaño! Usted me da compasión. Es buena
persona, a pesar de todo. Un error lo comete cualquiera. (Maternal.) Vamos, vamos.
Trataré de arreglar todo. Pero no lo vuelva a hacer o va a causarse algo en el corazón, ¿lo
promete?
EL PROFESOR: ¡Lo prometo, María, se lo prometo! ¿Qué haremos, entonces?
LA SIRVIENTA: Será enterrada al mismo tiempo que las otras treinta y nueve alumnas. Ya
tenemos que sacarlas del sótano, empieza a oler muy mal. Necesitaremos cuarenta
ataúdes, así que llamaré a los servicios de pompas fúnebres. Ah, y por supuesto a mi
novio, el obispo Augusto.
EL PROFESOR: ¡Oh, María, muchas gracias!
LA SIRVIENTA: También debemos pedir unas coronas fúnebres, como dios manda.
EL PROFESOR: Pero que no sean muy caras, María. Ella no ha pagado su lección.
LA SIRVIENTA: ¡Es verdad! Al menos cúbrala con su abrigo. Así se ve muy indecente.
EL PROFESOR: Sí, María, por supuesto. (Cubre a la Alumna con su abrigo.) ¿Y si nos
detienen, María? Imagínese, ir por la calle con cuarenta ataúdes… La gente sospechará, y
si preguntan…
LA SIRVIENTA: Les diremos que están vacíos y son parte de su colección. No se preocupe,
además la gente está acostumbrada a ver cosas peores.

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EL PROFESOR: Pero… Alguien podría descubrir…
LA SIRVIENTA: (saca un brazalete con una esvástica.) Mire, esto puede ser un amuleto de
buena suerte. Así no tendrá nada que temer. (Le pone el brazalete.) Todo es cuestión de
política.
EL PROFESOR: Gracias, mi querida María. Muchas gracias. Ahora estoy más tranquilo. Es
usted una sirvienta leal y cariñosa.
LA SIRVIENTE: Ya, ya, me va a sonrojar. Vamos, manos a la obra. Igual que la última vez.
¿Está listo, profesor?
EL PROFESOR: Sí, estoy listo.
La Sirvienta y el Profesor sacan el cuerpo de la Alumna, todavía en su silla. La escena
queda vacía un rato. Se escucha el timbre de la entrada.
LA SIRVIENTA: (fuera) Sí, voy inmediatamente.
Aparece la Sirvienta mientras vuelve a sonar el timbre.
LA SIRVIENTA: ¡Paciencia, ya voy!
Abre la puerta. Aparece la Alumna con un abrigo y un maletín.
LA SIRVIENTA: Buenos días, señorita. ¿Es usted la nueva alumna? ¿Viene para… la lección?

TELÓN

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