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LA TRAICIÓN DE KUCZYNSKI

LA TRAICIÓN DE KUCZYNSKI
Mario Vargas Llosa
Suplemento Domingo de La República, 31 de diciembre del 2017

El presidente del Perú, Pedro Pablo Kuczynski, se salvó de milagro el 21 de


diciembre de ser destituido por “permanente incapacidad moral” por un
Congreso donde una mayoría fujimorista le había tumbado ya cinco ministros y
tenía paralizado a su Gobierno.

La acusación se basaba en unas confesiones de Odebrecht, en Brasil,


afirmando que en los años en que Kuczynski fue ministro de Economía y Primer
Ministro, la empresa brasileña había pagado a una compañía suya la suma de
782.207,28 dólares. A la hora de la votación, se dividieron los parlamentarios del
APRA, de Acción Popular, de la izquierda y –oh, sorpresa– los propios
fujimoristas, diez de los cuales, encabezados por Kenji, el hijo de Fujimori, se
abstuvieron. Los que respaldaron la moción se quedaron ocho votos por debajo
de los 87 que hacían falta para echar al presidente.

Esta sesión fue precedida de un debate nacional en el que todas las fuerzas
democráticas del país rechazaron el intento fujimorista de defenestrar a un jefe
de Estado que, si bien había pecado de negligencia y de conflicto de intereses al
no documentar legalmente su separación de la empresa que prestó servicios a
Odebrecht mientras era ministro, tenía derecho a una investigación judicial
imparcial ante la cual pudiera presentar sus descargos, y a lo que parecía un
intento más del fujimorismo para hacerse con el poder.

Vale la pena recordar que Kuczynski ganó las elecciones presidenciales


poco menos que raspando y gracias a que votaron por él todas las fuerzas
democráticas, incluida la izquierda, creyéndole su firme y repetida promesa de
que, si llegaba al poder, no habría indulto para el exdictador condenado a 25 años
de cárcel por sus crímenes y violaciones a los derechos humanos. Hubo

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LA TRAICIÓN DE KUCZYNSKI

manifestaciones a favor de la democracia y muchos periodistas y políticos


independientes se movilizaron contra lo que consideraban (y era) un intento de
golpe de Estado. En un emotivo discurso (por el que yo lo felicité) el presidente
pidió perdón a los peruanos por aquella “negligencia” y aseguró que, en el futuro,
abandonaría su pasividad y sería más enérgico en su acción política.

Lo que muy pocos sabían es que, al mismo tiempo que hacía estos gestos
como víctima del fujimorismo, Kuczynski negociaba a escondidas con el hijo del
dictador o con el dictador mismo un sucio cambalache: el indulto presidencial al
reo por “razones humanitarias” a cambio de los votos que le evitaran la
defenestración. Esto explica la misteriosa abstención de los diez fujimoristas que
salvaron al presidente.

Las vilezas forman parte por desgracia de la vida política en casi todas las
naciones, pero no creo que haya muchos casos en los que un mandatario perpetre
tantas a la vez y en tan poco tiempo. Los testimonios son abrumadores:
periodistas valerosos, como Rosa María Palacios y Gustavo Gorriti, que se
multiplicaron defendiéndolo contra la moción de vacancia, y el ex primer
ministro Pedro Cateriano, que también dio una batalla en los medios para
impedir la defenestración, recibieron seguridades del propio Kuczynski, días u
horas antes de que se anunciara el indulto, de que no lo habría, y que los rumores
en contrario eran meras operaciones psicosociales de los adversarios.

De esta manera, quienes en las últimas elecciones presidenciales votamos


por Kuczynski creyéndole que en su mandato no habría indulto para el dictador
que asoló el Perú, cometiendo crímenes terribles contra los derechos humanos y
robando a mansalva, hemos contribuido sin saberlo ni quererlo a llevar otra vez
al poder a Fujimori y a sus huestes. Porque, no nos engañemos, el fujimorismo
tiene ahora, gracias a Kuczynski, no sólo el control del Parlamento, por el 40% de
votantes que en las elecciones respaldaron a Keiko Fujimori; controla también el
Ejecutivo, pues Kuczynski, con su pacto secreto, no ha utilizado al exdictador,
más bien se ha convertido en su cómplice y rehén. En adelante, deberá servirlo, o
le seguirán tumbando ministros, o lo defenestrarán. Y esta vez no habrá
demócratas que se movilicen para defenderlo.

La traición de Kuczynski permitirá que el fujimorismo se convierta en el


verdadero Gobierno del país y haga de nuevo de las suyas, a menos que la división
de los hermanos, los partidarios de Keiko y los de Kenji (éste último, preferido
por el padre) se mantenga y se agrave. ¿Serán tan tontos para perseverar en esta
rivalidad ahora que están en condiciones de recuperar el poder? Pudiera ocurrir,
pero lo más probable es que, estando Fujimori suelto para ejercer el liderazgo
(apenas se anunció su indulto, su salud mejoró) se unan; si persistieran en sus
querellas el poder podría esfumárseles de las manos.

Por lo pronto, el proyecto fujimorista para defenestrar a los fiscales y


jueces que podrían ahondar en la investigación, ya insinuada por Odebrecht, de
que Keiko Fujimori recibió dinero de la celebérrima organización para sus
campañas electorales, podría tener éxito. Recordemos que el avasallamiento del
poder judicial fue una de las primeras medidas de Fujimori cuando dio el golpe
de Estado en 1992.

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LA TRAICIÓN DE KUCZYNSKI

El fujimorismo tiene ya un control directo o indirecto de buen número de


los medios de comunicación en el Perú, pero algunos, como El Comercio, se le
han ido de las manos. ¿Hasta cuándo podrá mantener ese diario la imparcialidad
democrática que le impuso el nuevo director desde que asumió su cargo? No hay
que ser adivino para saber que el fujimorismo, envalentonado con la recuperación
de su caudillo, no cesará hasta conseguir reemplazarlo por alguien menos
independiente y objetivo.

Luego de este descalabro democrático ¿en qué condiciones llegará el Perú


a las elecciones de 2021? El fujimorismo las espera con impaciencia, ya que es
más seguro gobernar directamente que a través de aliados de dudosa lealtad. ¿No
podría Kuczynski traicionarlos también? Las próximas elecciones son
fundamentales para que el fujimorismo consolide su poder, como en aquellos diez
años en que gozó de absoluta impunidad para sus fechorías. En su discurso
exculpatorio Kuczynski llamó “errores y excesos” a los asesinatos colectivos,
torturas, secuestros y desapariciones cometidos por Fujimori. Y éste le dio
inmediatamente la razón pidiendo perdón a aquellos peruanos que, sin quererlo,
“había decepcionado”. Solo faltó que se dieran un abrazo.

Felizmente, la realidad suele ser más complicada que los esquemas y


proyecciones que resultan de las intrigas políticas. ¿Imaginó Kuczynski que el
indulto iba a incendiar el Perú, donde, mientras escribo este artículo, las
manifestaciones de protesta se multiplican por doquier pese a las cargas
policiales? ¿Sospechó que partidarios honestos renunciarían a su partido y a su
gabinete? Yo nunca hubiera imaginado que tras la figura bonachona de ese
tecnócrata benigno que parecía Kuczynski, se ocultara un pequeño Maquiavelo
ducho en intrigas, duplicidades y mentiras. La última vez que nos vimos, en
Madrid, le dije: “Ojalá no pases a la historia como el presidente que amnistió a un
asesino y un ladrón”. Él no ha asesinado a nadie todavía y no lo creo capaz de
robar, pero, estoy seguro, si llega a infiltrarse en la historia será sólo por la infame
credencial de haber traicionado a los millones de compatriotas que lo llevamos a
la Presidencia.

Madrid, diciembre de 2017

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