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El ser humano desde tiempos antiguos se ha visto en la

necesidad de convivir en sociedad, en colectividades que le procuren

tanto los bienes básicos de supervivencia, así como el medio cultural

donde desarrollar su naturaleza especifica. La forma humana involucra

un alto grado de complejidad que se hace evidente en los intentos o

proyectos de sociedad, múltiples a lo largo de toda su historia, hasta

hoy día incluso en que se mantienen abiertas las alternativas posibles

de sociedades que respondan de la mejor manera a la satisfacción de

necesidades, deseos, creencias y aspiraciones humanas genuinas.

En este sentido, podemos descubrir cuales respuestas han sido

aceptadas y asumidas por las sociedades a través de la historia y

cuales rechazadas por insuficientes o escasamente factibles. Sin

embargo, no es sino hasta la época actual que emerge la reflexión

acerca de armonizar globalmente, en la medida de lo posible, las

variadas concepciones de los estados-nación en cuanto a lo que se

considera justo o injusto y que tiene que ver con la globalización en la

economía, la política y la cultura. Se necesita tomar una posición

determinada frente a las excesivas diferencias entre los países ricos y

los pobres, pues se ha vuelto inevitable que el destino de unos y otros

este determinado por sus interrelaciones de estados soberanos.


Aristóteles definía la justicia como una forma de distribuir o

redistribuir los bienes según los méritos de cada cual y no según

alguna idea de igualdad indiscriminada o indiferente de la clase de

persona que se sea. Esta concepción encajaba perfectamente con una

sociedad aristocrática donde la justicia debía distribuirse de acuerdo al

status al que se perteneciera, ya sea guerrero, artesano, esclavo,

mujer, gobernante o simple ciudadano. Esta forma garantizaría no solo

la justicia social sino al mismo tiempo la funcionabilidad del estado-

nación griego, su orden y hasta la riqueza y poderío. Aceptando este

modelo los griegos antiguos no necesitaban ir más lejos al concebir la

idea de justicia nacida dentro de los limites o fronteras de su pueblo.

De la misma forma otros pueblos se conformaban sobre bases de

independencia jurídica, monárquica y cultural, rasgos de gran valor y

por los que se justificaban las guerras entre ellos. La justicia de esta

forma entendida era asunto interno y tenía que ver con la convivencia

de los miembros de un mismo estado, es decir, con las relaciones

entre sí de los individuos bajo un gobierno regulador y ejecutor de las

leyes constitutivas. La idea de una justicia extra-estatal no demandaba

ninguna preocupación política, ética o moral.


Thomas Nagel, filósofo estadounidense de nuestra época, ha

estudiado el tema de la justicia desde los conceptos que le dan

contenido, a saber, la equidad y la libertad. A diferencia del estado-

nación griego, el estado moderno es cada vez menos soberano y la

justicia que propicia para sus integrantes, los ciudadanos, tiene sus

raíces más allá de sus fronteras políticas. Nagel basa su posición

política en 2 concepciones de la justicia, una proveniente de Hobbes y

otra de John Rawls. La primera da sentido a la justicia solamente

dentro de un bien definido estado soberano con precisos límites y

leyes legitimados democráticamente por los ciudadanos que viven en

él. La segunda perspectiva viene del concepto de justicia institucional

de Rawls que hace de esta un concepto más político que moral, al

establecer el alcance de lo justo en la naturaleza de las instituciones y

su idoneidad para procurar la justicia entre los individuos.

"El liberalismo de Rawls representa la toma de conciencia más

plena hasta hoy en día de esta concepción de la justicia de una

sociedad en su conjunto, en virtud de la cual todas las instituciones

que forman parte de la estructura básica de la sociedad tienen que ser

evaluadas de acuerdo con un criterio común" Thomas Nagel, “Rawls


and Liberalism”, en Samuel Freeman (ed.), The Cambridge

Companion to Rawls (© Cambridge University Press, 2003). Traducido

y reproducido con permiso del autor y de Cambridge University Press.

Al llegar a este punto salta entonces la pregunta de si es posible

una justicia global según estos principios morales, que se extienda al

resto de la humanidad como un todo unificado, o si por el contrario

confinar la justicia dentro de los estados soberanos particulares es

inevitable. La respuesta de Nagel no parece otra que estar de acuerdo

con esto último.

Una justicia global supondría la existencia de algo así como un

estado global, un poder jurídico internacional que sancione y haga

valer los ideales de justicia social. Si lo justo adquiere sentido solo en

cuanto forma parte de determinado estado, pierde este sentido si lo

planteamos como una exigencia de un estado global.

Sin embargo, es preciso que no se detenga la reflexión en la

autosuficiente justicia que cada pueblo particular ha llegado a poseer e

ir mas allá puesto que el mundo está atravesado por la injusticia y que

esta pesa sobre la mayor parte de sus habitantes. La pobreza

económica ha dejado de ser asunto interno de cada país para pasar a


ser el resultado de poderes transnacionales que deciden la suerte de

las naciones desde la distancia, pasando por encima de la diversidad

cultural y dejándola al margen, subordinándola a intereses centralistas.

De esta forma, es prácticamente imposible concebir un estado global

con autonomía para determinar los elementos de una justicia

socioeconómica que incluya la armonización de las diferencias entre

los pueblos.

A pesar de esto, siguiendo a Nagel podríamos plantear la

posibilidad de una base común de la ética para toda la humanidad,

que dé cuenta de los intereses más genuinos y fundamentales de

todos, una visión descentralizada de los valores morales que por su

propio peso incite a “salir afuera” del estado y trascender los limites

políticos que obstaculizan más que garantizan los ideales de justicia

social para todos. La forma racional del actuar es para Nagel una

forma moral, ambas están ligadas en sus relaciones con la naturaleza

de la sociedad y por esto siempre es posible evaluar los hechos a la

luz de la razón. Siempre se puede preguntar ¿Qué debería hacer?

Incluso cuando los hechos sean producto de evidentes deseos

personales o motivaciones subjetivas claramente definidas, siempre


hay un espacio de libertad que propicia la toma de decisiones y la

reflexión-valoración acerca de lo que debería hacer.

En conclusión, la idea de la universabilidad de la ética pareciera

estar limitada por barreras precisamente de carácter ético. La justicia

no es una exigencia que demande la existencia de un estado global

fuerte, sino que son los estados particulares los que atienden los

deseos y aspiraciones de vida de sus ciudadanos. Nagel es escéptico

con respecto a una justicia global que provenga de la política actual de

los estados. Sin embargo, creo yo que la utopía sigue ahí, a pesar de

que sea negada por los poderes económicos más grandes y fuertes

del mundo, es no solo posible sino necesario sostener su existencia

como la mejor respuesta ante los que nos quieren hacer creer que ya

murió.

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