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Mtro.

Julián Serrano Noyola Jesús David Lescas Silva


Tercero de Filosofía
CRÍTICA AL ATEÍSMO EN MARX
UNA DEFENSA A LA RELIGIÓN Y A LA RELIGIOSIDAD DEL HOMBRE

Bien en sabido por la mayoría de los que estudian seriamente el pensamiento de Karl Marx que, la crítica
que éste hace a la religión no constituye en sí una crítica directa y frontal al fenómeno religioso o la religión
en sí, sino contra el estado y las cosas o situaciones que según su análisis son las que generan las vivencias
religiosas del hombre, es decir, busca la causas que alimentan la existencia de la religión, una cúmulo de
contradicciones y defectos que se encuentran inmersos en la sociedad 1.

La religión, es por tanto, la autoconciencia y el autosentimiento del hombre que aún no se ha ganado par sí
mismo o que ya ha vuelto a perderse. En las mismas palabras de Marx, la religión es el suspiro de la criatura
agobiada, el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de estados de cosas carentes
de espíritu. De ahí que Marx concluya, la religión es el opio del pueblo. Una frase que ha sido arrancada de
su contexto y por ende, mal interpretada, dando paso a posturas ateas y a la descalificación de la religión y
lo religioso como lo que es, algo inherente al hombre, pues desde esta perspectiva marxista es el hombre el
que hace la religión y no la religión al hombre.

Sin embargo, la religión es un elemento que completa la integridad del hombre y lo humaniza, es
inherente a él y aparece gracias a la dimensión espiritual que posee y que desborda lo meramente material.
La religión por tanto no es una creación del hombre, ni una utopía o el simple suspiro de la criatura agobia,
ni mucho menos el opio del pueblo, sino más bien, un fenómeno o dimensión implícito en él, que se
explicita gracias a su estructura ontológica de carácter personal. Por eso en esta defensa de la religión es
necesario partir de una concepción seria del hombre, definiéndolo como una unidad substancial compuesta
de materia y espíritu, una unidad radical de tal coprincipio (materia-espíritu). “La persona siempre es la
unidad substancial, compuesta por el organismo material y el alma espiritual. La unión es tal que uno no
existe sin la otra y viceversa”2.

¿Pero, cómo es que llegamos a percibir la dimensión espiritual del hombre? A dicha dimensión
real del hombre, solo podemos acceder mediante sus manifestaciones concretas en la persona,
manifestaciones que también revelan por qué el hombre trasciende lo material y va en búsqueda de un
sentido último para su existencia y de esto se encarga la religión.

Biológicamente el hombre se presenta como un ser limitado, imperfecto, lleno de carencias e


insuficiente para sí mismo, destinado a morir ante otros animales más fuertes (visión biológica-
materialista), sin embargo, vemos que esto no acontece, por el contrario, el hombre prevalece y se eleva

1 Cfr., DÍAZ, JOSE. La religión y los maestros de la sospecha, Ed. San Esteban, Salamanca, España, 1989, p. 50
2
LUCAS LUCAS, RAMÓN, (…) op. cit., p. 276.
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por encima de ellos. Esto nos lleva a concluir que la estructura biológica humana es tan peculiar que su
misma organización material exige una dimensión metabiológica (espiritual), que de explicación de la
supervivencia y superioridad humana, no obstante su inferioridad biológica. 3

Pero aquí entra en juego no sólo la phýsis, sino la phýsis humana, es decir, la biología humana,
que lleva en sí las condiciones de posibilidad de trascenderse a sí misma y de hacerse un todo
con el espíritu. La carencia no es entonces un error, sino la condición de posibilidad misma de
una perfección superior: al espíritu4.

El conocimiento intelectual que como seres humanos logramos desarrollar también es muestra de
nuestra dimensión espiritual, pues las operaciones que el intelecto realiza como el razonar, reflexionar, el
discernir e imaginar, son abstractas e inmateriales. De esta manera si las operaciones de la inteligencia son
espirituales (inmateriales y abstractas), también la inteligencia que realiza tales actos, es espiritual y no
material. Por tanto la naturaleza humana sede de la inteligencia, también es espiritual, es decir, inmaterial
y abstracta.

Una facultad espiritual como la inteligencia forma parte de la esencia del hombre y es
también manifestación de ella. Por eso, de la espiritualidad del acto de pensar se llega a la
espiritualidad de la facultad que lo produce, y de esta a la esencia que lo hace posible. El hombre
es, por tanto, un ser de naturaleza espiritual5.

Estos dos argumentos que reafirman la dimensión espiritual del hombre, se unen a un último, el de
la voluntad (facultad del alma humana), gracias a la cual el hombre es capaz de romper con todo
determinismo instintivo y pasa a apropiarse de sus actos, que son el resultado del ejercicio de su libertad
(operación de su voluntad). “Esta capacidad de detener las pulsiones, de variar el comportamiento
independientemente de ellas, manifiesta una libertad interior, que independiente de la materia, se presenta
como espiritual”6.

Hasta aquí se ha puesto en claro con tres sólidos argumentos (la insuficiencia orgánica, el
conocimiento intelectual y la voluntad libre del hombre) el por qué afirmamos y sostenemos que el hombre
posee una dimensión espiritual. Y es que, es gracias a esta dimensión y a sus manifestaciones, emerge delo
profundo del hombre el fenómeno religioso, en el cual busca unirse al totalmente Otro y de poder tener
una experiencia personal con el Ser Trascendente. Pues es el ser religioso del hombre el que intenta hacer
suya la promesa de trascender a una vida posterior a la muerte y que la mayoría de las religiones, por lo
menos las monoteístas, ofrecen en su mensaje de salvación y redención. “Solo la vanidad y

3 Cfr., Ibid., p. 201.


4 Ibid., p. 203.
5 Ibid., p. 204.
6 Ibid., p. 205.
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autocontemplación del hombre intelectualizado ha puesto en duda o negado la naturaleza y orientación
religiosas del hombre y de la mujer de todos los tiempos” 7.

El Catecismo de la Iglesia católica nos dice al respecto en el numeral 2126 que:

Con frecuencia el ateísmo se funda en una concepción falsa de la autonomía humana, llevada al rechazo
de toda dependencia respecto a Dios. Sin embargo, el reconocimiento de Dios no se opone en ningún
modo a la dignidad del hombre, ya que esta dignidad se funda y se perfecciona en el mismo Dios.

7 MORALES, JOSÉ, (…) op. cit., p. 89.

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