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Historia de las
tierras y los
lugares
legendarios
ePub r1.0
Oxobuco 03.12.14
Título original: Storia delle terre e dei
luoghi leggendari
Umberto Eco, 2013
Traducción: María Pons Irazazábal
Ilustración de cubierta: Thomas Cole, El
viaje de la vida, infancia, 1842
STEPHEN HAWKING
Historia del tiempo. Del big bang a los
agujeros negros (1988)
LA TIERRA ESFÉRICA
LAS ANTÍPODAS
MACROBIO
Comentario al Somnium Scipionis, II, 5,
23-26
LAS TIERRAS DE LA
BIBLIA
ANTIGUO TESTAMENTO
Reyes I 10, 1 y ss.
ANTIGUO TESTAMENTO
Ezequiel 40-41
JUAN DE HILDESHEIM
Historia de gestis et translatione trium
regum (1477)
MARCO POLO
Viajes, 30-31 (1298)
Si no se ha conseguido identificar la
patria del héroe, podemos imaginar lo
que ocurre con las otras tierras de las
que habla el autor de la Odisea.
Siguiendo la reconstrucción de las
ochenta teorías más extravagantes
acerca del periplo de Ulises (Wolf,
1990), probablemente el primer mapa
que intentó representarlo fue el que
aparece en el siglo XVI en el Parergon
de Ortelio. A primera vista se observa
que para Ortelio el periplo es mucho
más reducido y Ulises no se habría
movido más allá de Sicilia (donde se
encuentran los lotófagos) y la península
italiana, que alberga el país de los
cimerios y la isla de Calipso, por no
hablar de la isla de Ogigia que de las
costas marroquíes se desplaza hacia un
lugar que correspondería
aproximadamente al actual golfo de
Tarento, lo que explicaría que un
náufrago pudiera llegar a Esqueria. En
este sentido, Ortelio seguía indicaciones
que podían remitirse a fuentes antiguas,
que situaban Ogigia en las costas de
Crotone, en Calabria.
En 1667, Pierre Duval trazó un mapa
en el que los lotófagos se situaban en las
costas africanas. Si nos fijamos en las
distintas reconstrucciones del siglo XIX,
encontramos Ogigia en los Balcanes y la
tierra de los cimerios y Calipso en el
mar Negro. Samuel Butler (1897),
además de suponer que Homero había
sido una mujer, ubicaba Ítaca en Sicilia,
en Trapani, y cierto pseudo Eumaius
(1898) afirmaba que Ulises había
circunnavegado África y descubierto
América, aunque se cree que esta
propuesta tenía una intención paródica.
EL PALACIO DE ALCÍNOO
SERGIO FRAU
Las columnas de Hércules.
Una investigación [2002]
FELICE VINCI
Homero en el Báltico [2008]
EL COLOSO DE RODAS
EL MAUSOLEO DE HALICARNASO
AULO GELIO
Noches áticas, X, 18
LOS PIRAMIDÓLOGOS
UMBERTO ECO
«Sobre los usos perversos de la
matemática» (2011)
LAS MARAVILLAS DE
ORIENTE,
DE ALEJANDRO AL
PRESTE JUAN
EL BASILISCO
MARAVILLAS ORIENTALES
LA VERSIÓN DE MANDEVILLE
LA RELACIÓN DE ÁLVARES
FRANCISCO ÁLVARES
Verdadeira informação das terras do
Preste João das Indias (1540)
Y vimos allí al Preste Juan sentado
sobre una plataforma a la que se accedía
por seis escalones, ricamente adornada.
Ceñía su cabeza una corona de oro y de
plata, esto es, una parte de oro y otra
parte de plata, y llevaba una cruz de
plata en la mano, y ocultaba el rostro
con una tela de tafetán azul, que se subía
y se bajaba, de modo que a veces se le
veía toda la cara, y luego volvía a
cubrirse. A su derecha se hallaba un
paje vestido de seda con una cruz de
plata en la mano, adornada con figuras
en relieve. […] Iba vestido con
suntuosos ropajes de brocado de oro, y
la camisa de seda con mangas largas,
ceñido con un rico paño de seda y de
oro, como el gremial de un obispo, y se
sentaba en majestad, tal como aparece
pintado en los frescos Dios Padre.
Además del paje que sostenía la cruz,
había a cada lado otro paje vestido de
forma similar, con una espada
desenvainada en la mano. Por edad,
color y estatura, el preste parece joven,
no muy negro, diríamos que de color
castaño. […] de mediana estatura, y
aparenta veintitrés años. Tiene el rostro
redondo, los ojos grandes, la nariz
aguileña, y le empezaba a crecer la
barba. […]
Los días siguientes nadie podía
saber qué camino debía seguir, sino que
cada uno se alojaba donde veía
levantada su tienda blanca. […]
Cabalgaba con la corona en la cabeza,
rodeado de colgaduras rojas. Los que
llevaban estas colgaduras las portaban
alzadas sobre delgadas lanzas. Por
delante del preste van veinte pajes y
delante de ellos van seis caballos
ricamente engalanados, y por delante de
estos caballos caminan seis mulas
ensilladas y muy bien guarnecidas, y
cada una es conducida por cuatro
hombres. Delante de estas mulas van
veinte gentileshombres sobre otras
mulas, y no pueden acercarse otras
gentes a pie o a caballo.
El Preste Juan, en Francisco Álvares,
Verdadeira informação das terras do Preste
João das Indias, grabado, 1540.
EL TESTIMONIO DE MARCO POLO
LA TAPROBANA DE MANDEVILLE
ARTURO GRAF
«Il mito del Paradiso terrestre», III, en
Miti, leggende e superstizioni del
Medio Evo (1892-1893)
EL PARAÍSO TERRENAL,
LAS ISLAS AFORTUNADAS
Y EL DORADO
Jacob de Backer, El jardín del Edén, c.
1580, Brujas, Groeningemuseum.
En el jainismo, en el hinduismo y en
el budismo se habla del monte Meru del
que brotan cuatro ríos (como del Paraíso
bíblico brotaban cuatro ríos: el Pisón, el
Guijón, el Tigris y el Éufrates) y sobre
el que se alza la morada de los dioses y
antigua patria del hombre. En el poema
Mahabharata el dios Indra construye la
ciudad móvil de Indraloka, que tiene
muchos puntos en común con el jardín
del Edén.
En las leyendas taoístas (Lie Tse o
Tratado del vacío perfecto, c. 300 d.
C.) se habla de un sueño en el que
aparece un lugar maravilloso donde no
hay gobernantes ni súbditos y todo
ocurre por espontaneidad natural. Los
habitantes entran en el agua sin
ahogarse, si se les azota no resultan
heridos y se elevan por los aires como
si caminaran por la tierra. De una edad
feliz hablan los mitos egipcios, que tal
vez esbozaron por primera vez el sueño
del jardín de las Hespérides. El paraíso
de los sumerios se llamaba Dilmun y no
había en él enfermedades ni muerte. Las
montañas del Kunlun eran el lugar del
Paraíso terrenal para el taoísmo. Tanto
en la mitología china como en la
japonesa se habla del monte Penglai
(que las leyendas sitúan en lugares
diversos), donde no existe el dolor ni el
invierno, hay grandes tazas de arroz y
vasos de vino que no se vacían nunca,
frutos mágicos que pueden curar
cualquier enfermedad y naturalmente se
goza de una eterna juventud. Los griegos
y los latinos fabulaban acerca de la
Edad de Oro y de los reinos felices de
Cronos y de Saturno (cuando, según
Hesíodo, los hombres vivían sin
preocupaciones y, manteniéndose
eternamente jóvenes, se alimentaban de
la tierra sin trabajarla, y morían como si
el sueño se hubiera apoderado de ellos).
Lucas Cranach el Viejo, La edad de oro, c.
1530, Munich, Alte Pinakothek.
Paolo Fiammingo, Amores en la edad de
oro, 1585, Viena, Kunsthistorisches
Museum.
Lucas Cranach el Viejo, Paraíso, detalle,
1530, Dresde, Gemäldegalerie Alte Meister.
EN EL PRINCIPIO
GÉNESIS 2-3
LA EDAD DE ORO
Corán, XLVII, 15
EL PARAÍSO DE AGUSTÍN
EL PARAÍSO DE ISIDORO
MATTHEW PARIS
Chronica majora, II, 4 (1840)
LUDOVICO ARIOSTO
Orlando furioso, XXXIII, 51 y ss.
CRISTÓBAL COLÓN
Relación del tercer viaje. Carta a los
Reyes Católicos desde la Española,
mayo-agosto de 1498
CÁNDIDO EN EL DORADO
VOLTAIRE
Cándido, 17 y 18 (1759)
EL JARDÍN DE ARMIDA
TORQUATO TASSO
Jerusalén libertada, canto XVI, 9-27
ATLÁNTIDA, MU Y
LEMURIA
Athanasius Kircher, Atlántida, en Mundus
subterraneus, 1664, Amsterdam.
ATLÁNTIDA.
POR UNA BIBLIOGRAFÍA
ATLANTOLÓGICA
ANDREA ALBINI
Atlantide. Nel mare dei testi,
Genova, Italian University Press, 2012,
pp. 32-34
LOS ATLANTES
LA NUEVA ATLÁNTIDA
FRANCIS BACON
Nueva Atlántida (1626)
EL PENSAMIENTO DE MONTAIGNE
GIAMBATTISTA VICO
Ciencia nueva, II, 4 (1744)
HELENA BLAVATSKY
La doctrina secreta, II (1888)
JULES VERNE
Veinte mil leguas de viaje submarino,
segunda parte, cap. 7 (1869-1870)
PALABRA DE ROSENBERG
ALFRED ROSENBERG
El mito del siglo XX, (1936)
GEORGES-GUSTAVE TOUDOUZE
Le Petit roi d’Ys, cap. 3 (1914)
LA CIUDAD EN EL MAR
LA ÚLTIMA THULE E
HIPERBÓREA
THULE
FRIEDRICH NIETZSCHE
El Anticristo (1888)
JULIUS EVOLA
Rebelión contra el mundo moderno,
cap. 3 (1934)
JULIUS EVOLA
El misterio del Grial (1937)
EL GRIAL
HÉLINAND DE FROIDMONT (siglo XIII)
«Chronicon», en Patrología latina, 212,
814
El pagano Flegetanis
descubrió en la constelación de las
estrellas
ocultos secretos
de los que hablaba con temor.
Habló de un objeto que se llamaba
Grial;
este nombre lo leyó claramente en las
estrellas:
«Un grupo de ángeles lo dejó en tierra
y luego se elevó más allá de las
estrellas,
y, tal vez limpios de su culpa,
entraron otra vez en el cielo.
Desde entonces lo custodian
cristianos de corazón también puro.
El que es designado por el Grial
es hombre de gran valor».
JULIUS EVOLA
El misterio del Grial (1937)
LA DAMA DE SHALOTT
ALFRED TENNYSON
La dama de Shalott (1842)
A ambos lados del río se despliegan
sembrados de cebada y de centeno
que visten la meseta y el cielo tocan;
y corre junto al campo la calzada
que va hasta Camelot la de las torres;
y va la gente en idas y venidas,
donde los lirios crecen contemplando,
en torno de la isla de allí abajo,
la isla de Shalott.
El sauce palidece, tiembla el álamo,
cae en sombras la brisa, y se estremece
en esa ola que corre sin cesar
a orillas de la isla por el río
que fluye descendiendo a Camelot.
Cuatro muros y cuatro torres grises
dominan un lugar lleno de flores,
y en la isla silenciosa vive oculta
la dama de Shalott.
Junto al margen velado por los sauces
deslízanse las gabarras tiradas
por morosos caballos. Sin saludos,
pasa como volando la falúa.
con su vela de seda a Camelot:
mas ¿quién la ha visto hacer un ademán
o la ha visto asomada a la ventana?
¿O es que es conocida en todo el reino,
la dama de Shalott?
Solo al amanecer, los segadores
que siegan las espigas de cebada
escuchan la canción que trae el eco
del río que serpea, transparente,
y que va a Camelot la de las torres.
Y con la luna, el segador cansado,
que apila las gavillas en la tierra,
susurra al escucharla: «Esa es el hada,
la dama de Shalott».
Allí está ella, que teje noche y día
una mágica tela de colores.
Ha escuchado un susurro que le anuncia
que alguna horrible maldición le
aguarda
si mira en dirección a Camelot.
No sabe qué será el encantamiento,
y así sigue tejiendo sin parar,
y ya solo de eso se preocupa
la dama de Shalott.
Y moviéndose en un límpido espejo
que está delante de ella todo el año,
se aparecen del mundo las tinieblas.
Allí ve la cercana carretera
que abajo serpea hasta Camelot:
allí gira del río el remolino,
y allí los más cerriles aldeanos
y las capas encarnadas de las mozas
pasan junto a Shalott.
A veces, un tropel de damiselas,
un abad tendido en almohadones,
un zagal con el pelo ensortijado,
o un paje con vestido carmesí
van hacia Camelot la de las torres.
[…]
Pero aún ella goza cuando teje
las mágicas visiones del espejo:
a menudo en las noches silenciosas
un funeral con velas y penachos
con su música iba a Camelot;
o cuando estaba la Luna en el cielo
venían dos amantes ya casados.
«harta estoy de tinieblas», se decía
la dama de Shalott.
A un tiro de flecha de su alero
cabalgaba él en medio de las mieses:
venía el Sol brillando entre las hojas,
llameando en las broncíneas grebas
del audaz y valiente Lanzarote.
Un cruzado por siempre de rodillas
ante una dama fulgía en su escudo
por los remotos campos amarillos
cercanos a Shalott.
Lucía libre la enjoyada brida
como un ramal de estrellas que se
ve prendido de la áurea galaxia.
Sonaban los alegres cascabeles
mientras él cabalgaba a Camelot:
y de su heráldica trena colgaba
un potente clarín todo de plata;
tintineaba, al trote, su armadura
muy cerca de Shalott.
Bajo el azul del cielo despejado
su silla tan lujosa refulgía
el yelmo y la alta pluma sobre el yelmo
como una sola llama ardían juntos
mientras él cabalgaba a Camelot.
Tal sucede en la noche purpúrea
bajo constelaciones luminosas,
un barbado meteoro se aproxima
a la quieta Shalott.
Su clara frente al Sol resplandecía,
montado en su corcel de hermosos
cascos;
pendían de debajo de su yelmo
sus bucles que eran negros cual tizones
mientras él cabalgaba a Camelot.
Al pasar por la orilla y junto al río
brillaba en el espejo de cristal.
«tiroliro», por la margen del río
cantaba Lanzarote.
Ella dejó el paño, dejó el telar,
a través de la estancia dio tres pasos,
vio que su lirio de agua florecía,
contempló el yelmo y contempló la
pluma,
dirigió su mirada a Camelot.
Salió volando el hilo por los aires,
de lado a lado se quebró el espejo.
«Es esta ya la maldición», gritó
la dama de Shalott.
Al soplo huracanado del levante,
los bosques sin color languidecían;
las aguas lamentábanse en la orilla;
con un cielo plomizo y bajo, estaba
lloviendo en Camelot la de las torres.
Ella descendió y encontró una barca
bajo un sauce flotando entre las aguas,
y en torno de la proa dejó escrito
la dama de Shalott.
Y a través de la niebla, río abajo,
cual temerario vidente en un trance
que ve todos sus propios infortunios,
vidriada la expresión de su semblante,
dirigió su mirada a Camelot.
Y luego, a la caída de la tarde,
retiró la cadena y se tendió;
muy lejos la arrastró el ancho caudal,
la dama de Shalott.
Echada, toda de un níveo blanco
que flotaba a los lados libremente
—leves hojas cayendo sobre ella—,
a través de los ruidos de la noche
fue deslizándose hasta Camelot.
Y en tanto que la barca serpeaba
entre cerros de sauces y sembrados,
cantar la oyeron su canción postrera,
la dama de Shalott.
Oyeron un himno doliente y sacro
cantado en alto, cantado quedamente,
hasta que se heló su sangre despacio
y sus ojos se nublaron del todo
vueltos a Camelot la de las torres.
Cuando llegaba ya con la corriente
a la primera casa junto al agua,
cantando su canción, ella murió,
la dama de Shalott.
Por debajo de torres y balcones,
junto a muros de calles y jardines,
su forma resplandeciente flotaba,
su mortal palidez entre las casas,
ya silenciosamente en Camelot.
Viniendo de los muelles se acercaron
caballero y burgués, señor y dama,
y su nombre leyeron en la proa,
la dama de Shalott.
¿Quién es esta? ¿Y qué es lo que hace
aquí?
Y en el cercano palacio encendido
se extinguió la alegría cortesana,
y llenos de temor se santiguaron
en Camelot los caballeros todos.
Pero quedó pensativo Lanzarote;
luego dijo: «Tiene un hermoso rostro;
que Dios se apiade de ella, en su
clemencia,
la dama de Shalott».
August Spiess, Parsifal en la corte de
Amfortas, 1883-1884, decoración de la sala de
los cantores del castillo de Neuschwanstein.
PALABRA DE OTTO RAHN
OTTO RAHN
La corte de Lucifer (1937)
ALAMUT, EL VIEJO DE LA
MONTAÑA Y LOS
ASESINOS
LOS HASSASSINS
ARNALDO DE LÜBECK (1150-1211 o
1214)
Chronica Slavorum, VII
EL PAÍS DE JAUJA
LUCIANO
Relatos verídicos, II
Poco después dábamos vista a muchas
islas. Cerca de nosotros, a babor, estaba
Corcho, a la que aquellos se dirigían,
ciudad edificada sobre un gran corcho
redondo: lejos, y más a estribor, había
cinco islas, muy grandes y elevadas, en
las que ardían numerosas hogueras.
Frente a proa había una, plana y baja, a
una distancia no inferior a quinientos
estadios.
Ya estábamos cerca, y una brisa
encantadora soplaba en nuestro entorno,
dulce y fragante cual aquella que, al
decir del historiador Heródoto, exhala
la Arabia feliz. La dulzura que llegaba
hasta nosotros asemejábase a la de las
rosas, narcisos, jacintos, azucenas y
lirios, e incluso al mirto, el laurel y la
flor de la vid. Deleitados por el aroma y
con buenas esperanzas tras nuestras
largas penalidades, arribamos poco
después junto a la isla. En ella
divisábamos muchos puertos en todo su
derredor, amplios y al abrigo de las
olas, y ríos cristalinos que vertían
suavemente en el mar, y también
praderas, bosques y pájaros canoros,
cantando unos desde el litoral y muchos
desde las ramas. Una atmósfera suave y
agradable de respirar se extendía por la
región, y dulces brisas de soplo suave
agitaban el bosque, de suerte que el
movimiento de las ramas silbaba una
música deleitosa e incesante, cual las
tonadas de flautas pastoriles en la
soledad. Al tiempo, percibíase un rumor
de voces confusas e incesantes, no
perturbador, sino parecido al de una
fiesta, en que unos tocan la flauta, otros
cantan, y algunos marcan el compás de
la flauta o la lira. […]
La ciudad propiamente dicha es toda
de oro, y el muro que la circunda de
esmeralda. Hay siete puertas, todas de
una sola pieza de madera de cinamomo.
Los cimientos de la ciudad y el suelo de
intramuros son de marfil. Hay templos
de todos los dioses, edificados con
berilo, y enormes altares en ellos, de
una sola piedra de amatista, sobre los
cuales realizan sus hecatombes. En torno
a la ciudad corre un río de la mirra más
excelente, de cien codos regios de ancho
y cinco de profundidad, de suerte que
puede nadarse en él cómodamente. Por
baños tienen grandes casas de cristal,
caldeadas con brasas de cinamomo; en
vez de agua hay rocío caliente en las
bañeras. Por traje usan tejidos de araña
suaves y purpúreos: en realidad, no
tienen cuerpos, sino que son intangibles
y carentes de carne, y solo muestran
forma y aspecto. Pese a carecer de
cuerpo, tienen, sin embargo,
consistencia, se mueven, piensan y
hablan: en una palabra, parece que sus
almas desnudas vagan envueltas en la
semejanza de sus cuerpos; por eso, de
no tocarlos, nadie afirmaría no ser un
cuerpo lo que ve, pues son cual sombras
erguidas, no negras. Nadie envejece,
sino que permanece en la edad en que
llega. Además, no existe la noche entre
ellos, ni tampoco el día muy brillante:
como la penumbra que precede a la
aurora cuando aún no ha salido el sol,
así es la luz que se extiende sobre el
país. Asimismo, solo conocen una
estación del año, ya que siempre es
primavera, y un único viento sopla allí,
el céfiro. El país posee toda especie de
flores y plantas cultivadas y silvestres.
Las vides dan doce cosechas al año y
vendimian cada mes; en cuanto a los
granados, manzanos y otros árboles
frutales, decían que producían trece
cosechas, ya que durante un mes —el
«minoico» de su calendario— dan fruto
dos veces. En vez de granos de trigo, las
espigas producen pan apto para el
consumo en sus ápices, como setas. En
los alrededores de la ciudad hay
trescientas sesenta y cinco fuentes de
agua y otras tantas de miel, quinientas de
mirra —si bien estas son más pequeñas
—, siete ríos de leche y ocho de vino. El
festín lo celebran fuera de la ciudad, en
la llanura llamada Elisio, un prado
bellísimo, rodeado de un espeso bosque
de variadas especies, que brinda su
sombra a quienes en él se recuestan. Sus
lechos están formados de flores, y les
sirven y asisten en todo los vientos,
excepto en escanciar vino: ello no es
necesario, ya que hay en torno a las
mesas grandes árboles del más
transparente cristal, cuyo fruto son copas
de todas las formas y dimensiones;
cuando uno llega al festín, arranca una o
dos copas y las pone a su lado, y estas
se llenan al punto de vino. Así beben y,
en vez de coronas, los ruiseñores y
demás pájaros canoros recogen en sus
picos flores de los prados vecinos, que
expanden cual una nevada sobre ellos
mientras revolotean cantando. Y este es
su modo de perfumarse: espesas nubes
extraen mirra de las fuentes y el río, se
posan sobre el festín bajo una suave
presión de los vientos, y desprenden
lluvia suave como rocío.
Durante la comida se deleitan con
poesía y cantos. Suelen cantar los versos
épicos de Homero, que asiste en persona
y se suma con ellos a la fiesta, reclinado
en lugar superior al de Ulises. […]
Cuando estos cesan de cantar,
aparece un segundo coro de cisnes,
golondrinas y ruiseñores, y cuando canta
todo el bosque lo acompaña, dirigido
por los vientos.
Pero el mayor goce lo obtienen de
las dos fuentes que hay junto a las
mesas, la de la risa y la del placer. De
ambas beben todos al comienzo de la
fiesta, y a partir de ese momento
permanecen gozosos y risueños. […]
En cuanto a la práctica del amor,
mantienen el criterio de unirse
abiertamente a la vista de todos, tanto
con mujeres como con hombres, y en
modo alguno ello les parece vergonzoso.
Tan solo Sócrates se deshacía en
juramentos, asegurando que sus
relaciones con los jóvenes eran puras,
más todos le acusaban de perjurio, ya
que con frecuencia el propio Jacinto o
Narciso habían confesado, mientras él lo
negaba. Las mujeres son todas de la
comunidad y nadie siente celos de su
vecino: en eso son superplatónicos. En
cuanto a los jóvenes, se ofrecen a
quienes los solicitan sin oponer
resistencia.
EL PAÍS DE JAUJA
CALANDRINO Y EL HELIOTROPO
BOCCACCIO
Decamerón, octava jornada, tercera
novela (1349-1353)
CARLO COLLODI
Pinocho, cap. 30-32 (1883)
LA ISLA DE UTOPÍA
TOMÁS MORO
Utopía (1516)
TOMÁS CAMPANELLA
La ciudad del sol (1602)
LA CASA DE SALOMÓN
FRANCIS BACON
Nueva Atlántida (1624)
CHRISTIANOPOLIS
JOHANN VALENTIN ANDREAE
Christianopolis, 7 (1619)
LA JERUSALÉN CELESTIAL
Apocalipsis, 21,12-23
LA ISLA DE SALOMÓN
Y LA TIERRA AUSTRAL
LA TIERRA AUSTRAL
DENIS VAIRASSE
L’Historie des Sévarambes (1677-
1678)
LA LENGUA AUSTRAL
GABRIEL DE FOIGNY
La Terre australe connue (1676)
ZACCARIA SERIMAN
Viajes de Enrique Wanton a las tierras
incógnitas australes, caps. V y VII
(1764)
LA ISLA NO ENCONTRADA
EL INTERIOR DE LA
TIERRA,
EL MITO POLAR Y
AGARTHA
Tintoretto, Descenso de Jesucristo al
Limbo, 1568, Venecia, iglesia de San
Cassiano.
Quizá el desencadenante de la
leyenda de Byrd fue el libro de Francis
Amadeo Giannini, Worlds beyond the
Poles (1959). Giannini era un fantasioso
personaje que desde hacía años sostenía
una teoría más osada aún que la de la
Tierra hueca: creía que la Tierra no era
un planeta, sino que las partes de la
Tierra que conocemos no eran más que
una porción reducida de una masa
infinita que se extendía más allá de los
polos en un espacio celeste. En
cualquier caso, se contentaba con el
hecho de que en 1947 Byrd hubiese
descubierto algo «más allá» del polo.
Entre quienes interpretaron
alegremente las pocas cosas que dijo
Byrd se encuentra Raymond W.
Bernard, del que ya se ha hablado. Más
interesante resulta leer el presunto
diario de Byrd.
¿Es auténtico dicho diario? La
cuestión ha generado una cantidad
asombrosa de libros y artículos, y si se
consulta internet prácticamente solo
aparecen páginas de adeptos a la Tierra
hueca que lo consideran auténtico; en
cambio, en las biografías oficiales
(véase la Enciclopedia Britannica o
Wikipedia) ni siquiera se menciona.
Naturalmente, los «polares» objetan que
no hay ninguna fuente oficial que hable
del diario porque había que censurar a
toda costa el descubrimiento. Pero
incluso encontramos textos que niegan
que Byrd realizara la exploración de
1947; otros precisan que en 1947 Byrd
se hallaba en la Antártida, mientras que
sus intérpretes «polares» asumen que en
aquella fecha había estado asimismo en
el Polo Norte, por supuesto de forma
clandestina.
La conclusión más prudente es que
el diario es una falsificación, como los
falsos diarios de Hitler o de Mussolini,
si bien cabría también pensar que Byrd
se hubiera entregado a fantasías
personales en algún escrito privado.
Tampoco hay que olvidar que era
miembro de una logia masónica y, por
tanto, propenso (quizá) a tomar en serio
algunas creencias ocultistas. Por último,
algunos recuerdan que Byrd fue acusado
de haber falsificado los datos de su
primera exploración polar de 1926 y,
por consiguiente, no encuentran extraño
que falsificara igualmente los datos de
las exploraciones sucesivas.
Las habladurías han dejado ya de
hacer sombra a las informaciones sobre
los documentos reales. Byrd fue
considerado un héroe por el gobierno
norteamericano y fue sin duda un
valiente explorador; es posible que
sobre ese irreprochable personaje que
sobrevoló el Polo Norte pesen las
mitologías construidas sobre él por sus
insensatos seguidores. Lo cierto es que
su leyenda sigue presentándonos una
tierra polar que no tiene más existencia
que la isla de San Brandán o el país de
Nunca Jamás de Peter Pan, cuando ya
nuestros conocimientos geográficos
sobre los polos excluyen tales fantasías.
William Bradford, En los mares polares,
1882, colección particular.
EL MUNDO SUBTERRÁNEO DE
NIELS KLIM
LUDVIG HOLBERG
Viaje al mundo subterráneo (1741)
E. BULWER-LYTTON
La raza futura, caps. II y IV (1871)
J. CLEVES SYMMES
(1772-1829)
Una carta
LA HIPÓTESIS DE BERNARD
R.W. BERNARD
El gran misterio de la Tierra hueca
(1964)
R.W. BERNARD
El gran misterio de la Tierra hueca
(1964)
Muchos de los que han escrito sobre
este tema asumen que el interior de la
Tierra está habitado por una raza de
seres de pequeño tamaño y color oscuro,
y dicen también que los esquimales,
cuyos orígenes étnicos difieren de los de
las otras razas, proceden de esa raza
subterránea. […] Algunas leyendas
esquimales hablan de una tierra
paradisíaca de gran belleza que estaba
situada al norte. Estas leyendas hablan
de una tierra de luz perpetua, donde
nunca hay tinieblas ni un sol demasiado
brillante.
Gardner escribe: «Es perfectamente
posible que los esquimales no
desciendan de ninguna tribu procedente
de China, sino que los propios chinos y
los esquimales provengan
originariamente del interior de la
Tierra».
ASGARTHA
LOUIS JACOLLIOT
Les fils de Dieu, VIII (1873)
El brahmatma vivía invisible entre sus
mujeres y sus favoritos en su inmenso
palacio. Sus órdenes a los sacerdotes y
a los gobernadores de provincia, a los
brahmanes y a los aryas de todos los
órdenes, eran transmitidas por medio de
mensajeros que llevaban brazaletes de
plata grabados con sus armas.
Cuando estos oficiales pasaban por
las ciudades y los campos, montados en
sus monstruosos elefantes blancos,
vestidos de seda adornada con oro, y
precedidos de gente corriendo que
anunciaba su presencia al grito de
«¡ahovata!, ¡ahovata!», el pueblo se
arrodillaba al borde de los caminos y no
alzaba la cabeza hasta que el cortejo
había desaparecido […]
RENÉ GUÉNON
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