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La guerra de la salud

Hay que aprender a escoger las batallas. Sobre todo porque este gobierno cree que la política es guerra y, por
consiguiente, que hay que aniquilar al enemigo. Sobre todo, también, cuando su ocasional adversario –los
médicos y todo el sistema de salud- supone que cuenta con la autoridad moral, el apoyo público y una buena
capacidad de movilización y resistencia. Sobre todo, cuando la primera batalla es una trampa camuflada en dos
artículos del código penal.

La guerra iniciada por el gobierno no es contra los médicos, es contra la mercantilización de la medicina. La
respuesta de los médicos, por consiguiente, no debiera concentrarse en la defensa de sus intereses ni contra el
código penal sino en construir un excelente servicio público de salud. Dirán que no es su responsabilidad. Quizá.
Pero es su única posibilidad de ganar la guerra transformándola en servicio.

El gobierno quiso matar dos pájaros de un tiro. Como la medicina en Bolivia es prohibitiva y el gobierno no hizo
nada para universalizar el servicio público ni para sustituir el paradigma curativo por el preventivo –si fueran
socialistas lo hubieran hecho-, intenta encubrir su negligencia acusando a los médicos de negligentes. Los
médicos, por su parte, vista la oportunidad de desinfectar su tradición liberal, objetan con razón que la
solución no es la penalización judicial. Ambos buscan aliados pero se han quedado solos porque ninguno
propone alternativas a esta guerra que, como toda guerra, solo tendrá derrotados si continúa el ritmo del
desastre.

Sin embargo, si la dirigencia médica pudiera superar su tan limitada tradición gremial y la implícita defensa de
la liberalización de la medicina sin regulaciones, sería relativamente fácil volcar la tortilla. Imaginémonos que
determinan unilateralmente poner en suspenso sus medidas. Que asumen esa fundamental responsabilidad
estatal que es elaborar una Ley general de salud que ponga en el centro la prevención y a la gente. Que esa Ley
desnude en su exposición de motivos la precariedad de nuestro sistema de salud. Que incorpore un código de
ética que sancione la negligencia y premie la excelencia. Que determine un presupuesto de transición y de
emergencia para dotar de cargos, equipamiento y medicamentos al actual sistema durante los siguientes dos
años congelando todos los gastos suntuarios del gobierno. Que elaboren la ley en consulta con la gente. Que
sabiendo cuán profundamente política es la salud de un pueblo, se pongan del lado de su pueblo y propongan
que la norma debe ser la excelencia del servicio público, gratuito y universal, y la excepción el servicio privado
regulado. Y que denuncien el carácter negligente y dictatorial del gobierno a través de todos los medios y con
sus muchos recursos. Otro sería el cantar. Sería un cantar y no una nueva protesta destinada al abismo.

Hay que saber escoger las batallas, sobre todo el terreno y la orientación de las batallas, en este escenario
todavía político que, sin embargo, cada vez más es un escenario de guerra abierta.

Si ustedes son derrotados será porque eligieron la soledad gremial y la defensa de sus consultorios privados y
sus clínicas; pero si optan por la solidaridad con la gente que los respeta y los aprecia todos saldremos ganando.
Ustedes, los ciudadanos, inclusive este gobierno al que sólo le importa el poder. Porque el gobierno se habrá
visto obligado a coexistir en la política y no a imponer una nueva guerra. Porque nosotros –médicos y
ciudadanos- habremos ganado mucho más porque el bien común y el servicio público nuevamente formarán
parte de nuestra vida diaria. Porque el juramento hipocrático habrá retomado su profundo sentido de cuidado
de la vida. Porque la política volverá a ser una palabra sagrada y no el nombre de la ignominia.

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