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El monstruo de la olla«»

Hace mucho, mucho tiempo, vivió en un lejano


país una humilde mujer, vieja y solitaria. Se
ganaba la vida haciendo pequeños favores en las
casas de la aldea a cambio de algo de comida o
alguna prenda de ropa usada. Y siempre, siempre,
lucía una bonita sonrisa en su cara que reflejaba
su ánimo alegre y su espíritu feliz. Realmente
parecía que nada le faltara en la vida.

Un día, acabadas las tareas de limpieza y


planchado en casa de la mujer del alcalde, cuando
regresaba a su casa, encontró al borde del camino
una olla medio escondida entre los matojos. La
anciana se acercó con precaución, observando
los alrededores para comprobar si el dueño estaba
cerca. Al no ver a nadie se aproximó más: - ¡Qué
suerte tengo! ¡Es una olla estupenda! – Dijo la
mujer para sus adentros.

- Quizá tenga un agujero en el fondo y por eso la


han tirado aquí –pensó–. Pero aún así podré
utilizarla para ponerla en la ventana con una
bonita flor plantada en su interior. Será un bonita
maceta. Mas cuál no sería su sorpresa cuando, al
levantar la tapa, descubrió un montón de oro
brillando dentro.
- ¡Esto si que es buena suerte! –exclamó
llevándose las manos a la cabeza- ¡Ahora resulta
que soy rica! –Y no pudo evitar dar unos pasitos
de baile de puro contento. La noche se acercaba
y las sombras se hacían más pronunciadas: - La
oscuridad me ocultará mientras la llevo a mi casa.
Así no tendré que dar explicaciones a los vecinos
que me pudieran ver arrastrando una olla por el
camino.

Sin más tardanza, amarró un extremo de su


delantal a la pesada olla y comenzó a tirar de ella
hacia su casa, mientras pensaba lo que haría con
su contenido: - Quizá lo mejor sea enterrarla en el
jardín e ir tomando poco a poco las cantidades que
necesite, para no levantar sospechas. Con todo
este oro creo que me pasaré las tardes viendo
atardecer, y bebiendo te aromático. ¿Existe algo
mejor?

La olla era tan pesada que la anciana tuvo que


hacer un alto en el camino para descansar un
poco, y aprovechó para echar un vistazo a su
interior antes de continuar. Pero al levantar la
tapa: - ¡Pero bueno! ¡Cómo he podido cometer un
error tan grande! Resulta que es plata y no oro lo
que contiene la olla.
- Mucho mejor así. ¡Qué buena suerte tengo! Me
será más fácil encontrar a alguien que me cambie
la plata por monedas y de todas formas, ¡habría
tenido que vivir varias vidas para gastar todo ese
oro! –Y continuó su camino sonriendo y
arrastrando la olla. Ya en la verja de entrada a su
casa volvió a abrir la olla para descubrir que no era
plata sino hierro lo que había dentro.

- ¡Qué extraño! ¡Mira que confundir este hierro con


plata! Es realmente estupendo, puesto que no
tendré que preocuparme de que me lo roben y aún
así podré vivir holgadamente los días que me
queden en este mundo. –Dijo la buena mujer. -
Además –añadió alegremente- puedo pedirle al
herrero que me fabrique nuevos cubiertos y una
sartén.

Ya en el interior de su casita destapó la olla y...un


formidable monstruo, con orejas largas, patas con
pezuñas puntiagudas, grandes ojos, mucho pelo
con puntos verdes y una enorme boca con dientes
afilados salió de la olla y se puso a dar vueltas por
la estancia, gritando, dando volteretas y saltando,
hasta que halló la puerta y se alejó botando por el
camino y llevando la olla por sombrero.

Viendo al estrafalario ser, la anciana comenzó a


carcajearse, bailando de alegría: - Soy la persona
más dichosa de la tierra. Creí haber encontrado la
fortuna en el oro, la plata y el hierro y sin embargo
nada de eso me habría hecho reír tanto como el
monstruo de la olla dando brincos en mi casa. Y
dicen que aún ahora todo el que pasa por la
pequeña aldea, puede escuchar las risas si se
acerca suficiente a la casa de la anciana.
El monstruo
de la olla.

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