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Un sermón predicado la Mañana del Día del Señor, 24 de Junio de 2007

en el Tabernáculo Bautista de Los Angeles

“¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Corintios 9:16).

Aparte de Cristo Mismo, la figura más importante del primer siglo era el Apóstol Pablo. Él era grande en todo lo que hacía.
Al ser pecador rebelde, antes de ser convertido, era un gran pecador, persiguiendo a los primeros Cristianos. Su conversión,
cuando se le apareció Cristo Mismo, también fue muy grande. Luego se hizo un Cristiano muy grande, uno de los más
grandes que jamás haya vivido. Y es el más grande predicador de todos los tiempos. Él predicó en muchas naciones en dos
idiomas, ambos a Judíos y Gentiles. Él predicaba ante reyes – al Rey Agripa y el Emperador Nerón. Lo que sea que Pablo
hacía, lo hacía de todo su corazón, con celo intenso. Cuando predicaba, lo hacía con toda su fuerza. Por eso podemos estar
seguros de que cuando escribió este texto, en verdad quiso decir cada una de las palabras mencionadas,

“Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el
evangelio!” (I Corintios 9:16).

Esas palabras de Pablo se aplican a cada predicador hoy, tal como al Apóstol mismo. Al examinar nuestro texto, trataremos
de contestar dos preguntas.

I. Primero, ¿qué es la predicación del Evangelio?

Pablo dijo,

“¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Corintios 9:16).

¿De qué está hablando? ¿Qué significa “anunciar [predicar]...el evangelio”?

Quiere decir predicar. La palabra traducida “anunciar” [en Inglés fue traducida predicar] es diferente de la que fue
traducida “enseñar.” Pablo seguramente sabía la diferencia entre esas dos palabras. Hubo veces cuando él enseñaba. Pero
aquí él dice,

“¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Corintios 9:16).

Esa palabra “predicar” significa “declarar, anunciar, proclamar, las buenas nuevas, el Evangelio” (Strong). La palabra Griega
principal para “enseñar” significa “instruir.” La diferencia vital entre predicar e instruir es que predicar se apoya más en la
proclamación que la instrucción. Predicar el Evangelio significa proclamarlo, declararlo, por trompeta, gritarlo, declamarlo
con vigor. Eso es lo que Pablo quiso decir cuando dijo: “¡Ay de mí, si no anunciare el evangelio!”

Cuando yo era adolescente, un viejo predicador Bautista del Sur me dijo, “Joven, si no puedes ver la diferencia entre
predicar y enseñar, ¡no estás llamado a predicar!” Eso me hizo sentido en aquel entonces, ¡y ahora también!

Pero entonces, el Apóstol dijo, “¡Ay de mí si no predicare el evangelio!” Los hechos del Evangelio son dados claramente en
la Biblia.

“Además os declaro, hermanos, el evangelio...Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue
sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras” (I Corintios 15:1, 3, 4).

Estos versos dan el mensaje central del Evangelio. La palabra Griega traducida “evangelio” significa “las buenas nuevas,” o
sea, las buenas nuevas de que Cristo murió por nuestros pecados, en nuestro lugar, para pagar la pena de nuestros
pecados; que Él fue sepultado para quitar nuestros pecados; que Él resucitó corporalmente de los muertos para darnos
vida nueva. Esas doctrinas Bíblicas, y otras relacionadas, son la base de la predicación del Evangelio. Qué triste cosa es que
hoy a menudo oímos sermones sin mención alguna de estas doctrinas básicas del Evangelio. Cuando estas doctrinas
cardinales del Evangelio se asumen o se dejan fuera, el sermón no se llama propiamente “predicar el Evangelio.”

Nota que en I Corintios 15:3-4 todas estas doctrinas están centradas en Cristo.

“Que Cristo murió por nuestros pecados...y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día...”

Así, la verdadera predicación del Evangelio es siempre predicación Cristológica – predicación centrada en Cristo.

A menudo oímos que Spurgeon explicaba este texto y luego “hacía una linea hacia la cruz.” Pero yo creo que esa es una
evaluación incorrecta de Spurgeon. A mí me parece que la mayoría de los sermones de Spurgeon estaban centrados en
Cristo de principio a fin. Y yo creo que esa es la manera en que la predicación del Evangelio se debe hacer. La predicación
del Evangelio exalta al Señor Jesucristo. ¡Es ambas, es predicación centrada en Cristo y que exalta a Cristo! Es predicación
que engrandece, honra, exalta y alza al Señor Jesucristo – ¡todo lo que Él ha hecho para salvar y santificar al hombre
pecador!

Pero la predicación del Evangelio también es predicación negativa. El Dr. J. Gresham Machen correctamente dijo,

Aunque la Cristiandad no termina con el corazón roto, empieza con estar consciente del pecado. Sin estar consciente del
pecado, el evangelio entero parecerá como solo un cuento vacio. Pero, ¿cómo se puede revivir la consciencia del pecado?
No cabe duda que algo se puede lograr con la proclamación de la ley de Dios, porque la ley muestra las transgresiones
(traducción literal de J. Gresham Machen, Ph.D., Christianity and Liberalism, Macmillan, 1923, p. 66).

Estoy convencido de que el Dr. Machen tenía razón. Gran parte de la predicación del Evangelio tiene que ser predicación de
la ley. La gente perdida tiene que estar consciente de su pecado o el Evangelio de Cristo no les parecerá importante – como
“solo un cuento.” Por lo tanto, la verdadera predicación del Evangelio debe también enfatizar la depravación total del
hombre, su incapacidad completa de hacer algo, decir algo, o aprender algo que lo hará aceptable a Dios – sin venir a
Cristo.

La realidad del Infierno, y del Ultimo Juicio, deben también ser parte de la verdadera predicación del Evangelio. La
examinación-propia del corazón, el pecado imperdonable y la reprobación del obstinado también son temas de la “ley”
necesarios para punzar el alma antes de que pueda recibir la medicina del Evangelio. La necesidad absoluta de la
conversión misma puede ser predicada como “ley” cuando se le dice al pecador que esta obra está enteramente en las
manos de Dios – como dijo Cristo sobre la salvación: “Para los hombres es imposible” (Marcos 10:27).

Pero ninguno de esos temas aterrorizantes deben predicarse como motivación. O sea, que no deben predicarse para que el
pecador “sea bueno,” ni para que se “comporte mejor.” Como lo dijo el Dr. A. W. Tozer,

El Diablo no le dará problemas al predicador que tiene miedo de su congregación y se preocupa por su empleo a tal punto
que predica treinta minutos, y lo que dice se resume en ‘Sé bueno y te sentirás mejor.’ ¡Tú puedes ser lo más bueno que
quieras y aun así irte al infierno si no has puesto tu confianza en Jesucristo! El diablo no gastará su tiempo dandole
problemas al predicador cuyo mensaje es simplemente ‘Sé bueno!’ (traducción literal de A. W. Tozer, D.D., Who Put Jesus
on the Cross? Christian Publications, 1975, p. 142).

¡Eso fue exactamente lo que el Papa hizo hace unas semanas cuando estuvo en Brazil! ¡Le dijo a la gente de Brazil que fuera
buena! Leí lo que dijo en el periodico Los Angeles Times. Les dijo que fueran buenos, que vivieran vidas mejores. Esa no es
la predicacion del Evangelio. El Papa quizá mencionó los hechos del Evangelio. Pero nadie pondrá mucha atención, ni será
verdaderamente ayudado al decirle que sea bueno y luego adjuntandole las doctrinas del Evangelio como una idea
posterior. En vez de decirle a los pecadores que sean buenos, ¡la verdadera predicación del Evangelio les dice que ellos no
pueden ser verdaderamente buenos – no importa cuánto traten! La verdadera predicación del Evangelio hace claro que los
pecadores perdidos están arruinados e incapaces, totalmente depravados, y yendo al juicio eterno en el Infierno – sin
poder alguno para cambiarse a sí mismos, sin fuerza humana para hacerse aceptables ante Dios. Esa es la predicación de la
ley, la ley de Dios, que es ¡la cosa exacta que vuelve el Evangelio en “las buenas nuevas” para los pecadores arruinados! El
Evangelio resalta ante la cortina de las leyes y las exigencias de Dios en la verdadera predicación del Evangelio. Como lo
puso el Apóstol Pablo,

“De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe”

(Gálatas 3:24).

Este verso no solamente quiere decir que la ley del Antiguo Testamento preparaba el camino para la luz del Evangelio.

El gran Reformador, Martín Lutero dijo, “La ley muestra los pecados; no [salva], pero nos muestra que somos pecadores; no
nos da vida, pero mortifica y mata” (Bernhard Lohse, Ph.D., Martin Luther’s Theology, Fortress Press, 1999, pp. 181-182). Y
Lutero era muy fiel a la Biblia al decir eso. La ley moral aun está en efecto, y cuando la predicamos correctamente como
introducción al Evangelio, de verdad “mortifica y mata” la falsa esperanza que tiene el pecador de cambiarse a sí mismo y
ser limpio y bueno ante los ojos de Dios sin conocer al Salvador. ¡“La ley nos muestra que somos pecadores”! ¡Cuanta razón
tuvo Lutero!

“De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe”

(Gálatas 3:24).

“Ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el
conocimiento del pecado” (Romanos 3:20).

“Por medio de la ley es el conocimiento del pecado.” La ley mortifica al pecador. La ley condena al pecador. Lo decepciona
en sus esperanzas falsas, lo disgusta, lo plaga, lo enoja, lo preocupa, lo deprime, lo humilla, lo entristece, lo emproblema y
avergüenza como está, en su estado de pecado. Esa es la ley que se debe presentar, especialmente al principio de un
verdadero sermón del Evangelio.

Solamente cuando el pecador es quebrantado por la Ley de Dios y el Espíritu Santo, solamente cuando es avergonzado de
la maldad de su corazón y vida sucia, solamente cuando es llevado por la ley a sentirse desesperadamente pecaminoso,
mostrandole su culpa y depravación, solamente entonces la medicina del Evangelio de Cristo, la salvación por medio de Su
Sangre y justicia, pueden verse por lo que es – ¡las buenas nuevas del Evangelio!

“¡Oh!,” dijo una joven en nuestro cuarto de consejo, “¡Soy tal pecadora!” Ella había sido quebrantada por los terrores de la
ley, y su incapacidad completa de ser tan buena como lo exige la ley. Solamente cuando un pecador se halla en este estado
de mente puede llegar a entender que Jesús lo ama aún, aún en su pecado, ¡y que Cristo no solamente lo perdonará sino
que lo vestirá de Su propia justicia perfecta! Esa es la predicación del Evangelio. ¡Es predicación de la ley que condena el
pecado, seguida por la misericordia del Evangelio de Cristo! Y esa es precisamente la clase de predicación que estás oyendo
esta mañana. La ley para mostrarte tu culpa, y Evangelio para darte las buenas nuevas de que Cristo puede salvarte por Su
sacrificio sangriento por tu pecado, y Su gracia que da vida como el resucitado Hijo de Dios, quien te ama y está listo para
salvarte.

De dolores, el varón,

¡Oh, qué nombre al que murió,

Para darnos salvación! ¡Aleluya! ¡Jesús salva!


Ese es el tipo de predicación que en nuestro texto Pablo nos urge a que hagamos:

“¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Corintios 9:16).

II. Segundo, ¿por qué es la predicación del Evangelio necesaria?

Por qué dice Pablo,

“¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Corintios 9:16).

La predicación del Evangelio es necesaria porque se centra en el tema principal de la Biblia entera, en el Antiguo y el Nuevo
Testamento. A través de la Biblia entera, por tipo, por profecía, por declaración directa, el Evangelio de Cristo está en el
centro. El que lee la Biblia sin estar consciente del sacrificio de Cristo por él, está tan ciego como un murcielago a la media
noche. Él puede leer las páginas de la Escrituras. Hasta puede memorizar versos buenos de la salvación. Pero su alma
permanece en oscuridad hasta que los rayos despertadores de la ley le muestran que es pecador, hasta que los rayos
vivificadores del Evangelio de Cristo entra su misma alma. Hasta que venga esa bendita hora, él vaga por la oscuridad de la
vida, un hijo de Adán, perdido, aun sintiendo lo que Caín el hijo de Adán sintió cuando dijo,

“Grande es mi castigo para ser soportado” (Genesis 4:13).

Sin embargo, por ese tormento interno, el pecador no tiene descanso, ni paz verdadera con Dios, hasta que él oye el
mensaje del Evangelio. Entones el amor de Cristo por él le parecerá tan maravilloso que él es llevado al Salvador. ¡Ese es
nuestro mensaje! ¡Ese es el Evangelio!

“¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!” (I Corintios 9:16).

¡Ay de mi! – porque siendo predicador tengo la Biblia en mi mano, que proclama el único remedio, la única cura para los
pecadores perdidos. ¡Ay de mí si detengo estas preciosas verdades del Evangelio y solamente enseño la Biblia verso-por-
verso, con poca aplicación que conmueva el alma, y pocos, si acaso alguno de los dardos de la ley que le pruebe al corazón
del pecador su necesidad del Salvador!

¡Oh! Esta mañana te llamo, te suplico, te predico el modo dado por Dios para que seas salvo de la miseria del pecado y de
la ira de Dios. Y ay de mí si me detengo y no declamo estas verdades con cada palmo y músculo, y te predico las buenas
nuevas del Evangelio – Cristo ha muerto para pagar por tus pecados. Cristo ha resucitado de los muertos para romper la
soga que Satanás tiene en tu corazón.

Y si es un ay para mí no predicar el Evangelio – ¡piensa en que ay será para ti si no pones atención al Evangelio que he
predicado! Y sí hay un ay determinado para el predicador que no proclame, y aun declame, con gran fuerza el Evangelio
que en sí solo puede salvar pecadores. ¡Piensa en el aún más grande ay que caerá sobre ti si no obedeces el Evangelio!
Porque Jesús dijo,

“Por eso os dije que moriréis en vuestros pecados; porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis” (Juan
8:24).

Oh, Dios, que algunos de los que han oído este claro sermón del Evangelio se vuelvan de su pecado y vengan a Jesús, antes
de que sea eternamente y para siempre demasiado tarde, porque Jesús dijo,

“El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Marcos 16:16).

Salvalos, ¡O Dios! Vuélvelos a Jesús. Oramos en el nombre del Salvador. Amén.

Por favor voltea en tu hoja de himnos al número 7 y cantalo pensando en ello y con gran sentimiento.
Mientras que oramos hoy,

Y ves tu necesidad,

Mientras Dios te llama a ti,

¿Hermano, tú no vendrás?

¿Por qué no, por qué no,

A Jesús no vienes hoy?

¿Por qué no, por qué no,

A Jesús no vienes hoy?

Ya muy lejos vagaste,

Otro día no arriesgues;

No te alejes de Jesús más,

Mas Su gracia acepta ya.

¿Por qué no, por qué no,

A Jesús no vienes hoy?

¿Por qué no, por qué no,

A Jesús no vienes hoy?

En el mundo no has hallado,

A tu corazón la paz;

A Jesús ven, fía en Él,

Gozo y paz recibirás.

¿Por qué no, por qué no,

A Jesús no vienes hoy?

¿Por qué no, por qué no,

A Jesús no vienes hoy?

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