Sei sulla pagina 1di 5

Apuntes de una vida muy negra

David Goodis1 fue un autor poco conocido de novelas policiales de quiosco. Sin
embargo, sus historias y personajes capturaron el interés de los existencialistas
franceses. A noventa años de su nacimiento, un recorrido por su obra y su vida
legendaria.

La primera frase de su primera novela, escrita a los 21 años, adelanta su


filosofía de la vida: "al cabo de un rato uno se siente tan mal que quisiera detenerlo
todo en ese momento". El hombre que escribió estas palabras es, todavía, casi un
desconocido.
Se sabe que David Loeb Goodis nació en Filadelfia, de padres judíos, el 2
de marzo de 1917, y que murió casi cincuenta años después, el 7 de enero de
1967, estragado por el alcohol, en su ciudad natal, a la que amaba y despreciaba a
la vez. Su padre se llamaba William y su madre, Mollie. Cursó un año en la
Universidad de Indiana, entre 1937 y 1938 estudió en la Universidad de Temple.
Pero el estudio universitario lo aburría. Así que empezó a trabajar en agencias de
publicidad para ganarse la vida. Escribió numerosos radioteatros hasta que
finalmente consiguió un contrato por seis años con la Warner Bross, después del
suceso que obtuvo con una serie que se publicó en The Saturday Evening Post. Su
historia fue filmada por Dalmer Daves, bajo el título de Sendas tenebrosas (1946), y
protagonizada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall.
En ningún momento se lo consideró un escritor "serio", y sus guiones fueron
alterados a voluntad de los productores. Tal vez por eso, este hombre triste y
melancólico resolvió regresar a Filadelfia en 1950, a los 33 años. Empezó a ganarse
la vida como periodista y autor (con seudónimo) de novelitas basura para los libros

1
Filadelfia, 1917–1967. Escritor. A los dos años tuvo un hermano, Jerome, que murió tres años

después de meningitis. En 1923, nació otro hermano, Herbert, que nunca superó su esquizofrenia.

Asistió a las universidades de Indiana y Temple, pero pronto abandonó sus estudios. Empezó a

escribir artículos para un periódico e historias para "pulps". En 1950, abandonó Los Ángeles y

retornó a Filadelfia, donde murió olvidado. Un año antes se había internado en un psiquiátrico. No

había cumplido 50 años.


de bolsillo, baratísimos, impresos en papel de diario, con dibujos sensacionalistas
en sus tapas. Llegó a escribir diez mil palabras por día.
Instalado en la casita de sus viejos (6305 de North 11th Street, Filadelfia), se
hizo cargo de Herbert, su hermano esquizofrénico, y se ocupó de su padre, tal vez
el único ser a quien amó. En 1963, después de su muerte, comenzó el derrumbe
definitivo de Goodis. Derrumbe que se aceleró en 1966, tras el fallecimiento de su
madre, de la que se había convertido en único sostén. Enseguida se recluyó por
voluntad propia en un hospital psiquiátrico. El 7 de enero de 1967, a las 11:30,
murió en el Albert Einstein Medical Center. No había cumplido los cincuenta años.
En ese momento, todos sus libros estaban descatalogados en las librerías de los
Estados Unidos. Veinte años más tarde comenzaron a reeditarse, con poca fortuna.

El fracaso, un absoluto
Su vida se parece a la vida de sus personajes. En las 17 novelas que
escribió con su firma, el tema absoluto es el fracaso, la mala suerte como entidad
ontológica, la soledad y la tristeza. Un párrafo de su novela Al caer la noche, de
1947, refleja con nitidez su visión de la vida: "todo había sido reemplazado por
cierta confusión en la que se mezclaba algo de desesperanza, mucha soledad y
mucha amargura, todo coronado por un toque de desesperación". Y un personaje
de Viernes 13 describe así a Hart, alter ego de Goodis: "es viernes 13 y para ciertas
personas, éste es un día que no termina nunca. Lo llevan consigo
permanentemente. Como los portadores de la tifoidea. Estén donde estén, y hagan
lo que hagan, traen mala suerte".
Sus personajes se mueven en un mundo sin salida, "la calle de los
perdidos". El paisaje que los rodea abunda en cielos oscuros, viento helado, nieve,
callejones estrechos, calor pegajoso. "Por fin, el reloj se ocultó del todo y no pudo
ver más que el cielo negro y las paredes negras, los oscuros callejones que no
llevaban a ninguna parte", dice el narrador de La calle sin retorno, uno de sus
mejores libros, llevado al cine por Samuel Fuller.
En los melancólicos antihéroes de Raymond Chandler hay, siempre, una
pizca de esperanza, una mirada piadosa, la búsqueda ideal. El Spade de Dashiell
Hammett, duro y cínico, sabe que a pesar de todo es posible obtener un poco de
justicia. Los personajes de Goodis, en cambio, están marcados desde su
nacimiento: nada ni nadie puede alterar el curso de sus destinos. Un destino que
jamás lleva hacia la luz. Un destino que es muerte, autodestrucción,
autohumillación, culpa, impotencia, derrota y desolación. Para Goodis, la vida es un
mero hecho contingente. Sus personajes viven escapando del pasado, agobiados
por la desdicha, no esperan nada del futuro. En medio de tanta negrura, a veces se
cuela una muchacha frágil, de pelo lacio, casi "asexuada", vehículo del bien y de la
pureza, pero también prisionera de la fatalidad. Su mundo es descrito con un estilo
preciso, que rechaza las metáforas, que desdeña toda retórica, que siempre opta
por la frase corta. "Caminaba muy lentamente, y no sentía la mordedura del viento
helado, no sentía nada. Y poco después, al doblar en las esquinas, no se molestó
en mirar los nombres de las calles. No sabía hacia dónde se dirigía, y tampoco le
importaba". Así termina Viernes 13, otra de sus grandes obras.

París, siempre París


Goodis fue descubierto en Francia. Y no en 1960, cuando François Truffaut
realizó Disparen sobre el pianista, magnífica película basada en la novela de
Goodis, Música en el fango. El filme obtuvo prestigio, pero pocos repararon en el
nombre del autor norteamericano. Es un filme muy de Truffaut, imaginativo y
poético, pero donde está ausente el mundo opresivo de Goodis.
En Francia siguieron reeditándose sus libros cuando ya no se los
encontraba en Estados Unidos. En 1984, Editions du Seuil publicó Goodis, la vie en
noir et blanc, de Philippe Garnier. A mediados de los noventa, se tradujo al español
Vidas difíciles del novelista y crítico estadounidense James Sallis: un libro dedicado
a Goodis, Chester Himes y Jim Thompson, tres "escritores olvidados". Destaca Sallis
la fabulosa acogida que la intelectualidad francesa (Jean Paul Sartre, Albert Camus
y Andre Gide, entre los principales) le otorgó a Goodis, ya que su temática
entroncaba con el clima del "existencialismo", con el absurdo, la desesperanza, la
falta de horizontes, la concepción de que el único cielo posible es una suspensión
momentánea del infierno habitual.
El biógrafo de Goodis, Philippe Garnier, recorrió todos los lugares en donde
vivió el desesperado escritor norteamericano, leyó muchos documentos, habló con
sus amigos y con una amante negra, y sin embargo, al final de su libro sigue siendo
un misterio cómo era y quién era David Goodis. Todas las personas con las que
habló Garnier se asombraron de que los franceses tomaran tan en cuanta a un
escritor como Goodis. Todos menos uno: el documentalista Paul Wendkos, que a
mediados de los años cincuenta había colaborado con el novelista en la adaptación
de su libro Rateros. Dijo Wendkos: "Me pregunto si los franceses no encontrarán
cierta melancolía existencial en las novelas de David, una postura desprovista por
completo de cualquier juicio hacia las personas tocadas y dominadas por el destino
y que, a pesar de ello, no pierden su dignidad, ni determinados valores éticos, ni su
capacidad para sentir las cosas. En todo esto hay cierto existencialismo".

El destartalado Chrysler
Sallis revela algunos aspectos poco conocidos de la vida cotidiana de
Goodis: "En California había alquilado un sofá en casa de un amigo por cuatro
dólares al mes, y allí vivía. Condujo el mismo destartalado Chrysler descapotable
durante la mayor parte de su vida de adulto. Vestía los mismos viejos trajes hasta
que se convertían en harapos, y entonces los teñía de azul para seguir
poniéndoselos".
Hoy, en la Argentina, sus novelas están agotadas. Pero fueron editadas casi
todas sus obras. La revista Leoplán, hace más de cincuenta años, editó Of missing
persons, que se tradujo con el nombre de Paradero desconocido, que Goodis
había escrito a finales de la década del cuarenta. Tuvo una relativa fama entre los
lectores de "basura de quiosco". Estos lectores tuvieron que esperar hasta 1958
para entretenerse con una nueva historia: "Viernes 13", publicada por la Colección
Nueva Linterna. Se trataba de una literatura "violenta y erótica", que no se
encontraba en las librerías ni era comentada por la prensa "seria". Relatos muy mal
traducidos, con infinitas erratas, pésimamente impresos. Entre 1959 y 1964, los
lectores de "quiosco" conocieron cuatro "novelitas" más de Goodis: Fuego en la
noche (Colección Cobalto, 1959), La calle de los perdidos (Colección Obelisco,
1960), La calle sin retorno (Rastros, 1962), Música en el fango (Rastros, 1964). Pero
las cuatro pasaron con más pena que gloria.
Recién en la década del setenta, Goodis "penetró" en las librerías porteñas,
de la mano de Ricardo Piglia que dirigió, en la editorial Tiempo Contemporáneo, la
colección "Serie Negra". Su primera novela en publicarse fue Al caer la noche
(Nightall, 1974), con una impecable traducción de Estela Canto. La obra, no
obstante su "pátina" intelectual, no cosechó grandes fervores. Se vivía, entonces, el
redescubrimiento de Chandler y de Hammett. Ni la reedición de Música en el fango
(Siglo Veinte la editó en 1973: Disparen sobre el pianista), ni la aparición de su
novela póstuma La víctima, verdadero compendio de sus obsesiones, logró
despertar ni una pizca de interés por este solitario y melancólico escritor que
hablaba de los marginados de Filadelfia y Nueva York, tan parecidos a los
personajes de Roberto Arlt.

® Alberto González Toro

Potrebbero piacerti anche