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Se romperían las fronteras y nunca más el hombre volvería a estar solo. Las
naciones se acercarían para conocerse unas a otras. Y la vida, la intimidad, los
sentimientos propios de los humanos, y el conocimiento, se transformarían para
convertirse en todo, menos en lo que son.
La prensa, que comienza a consolidarse a principios del siglo XVII; a finales del
siglo XIX, el cinematógrafo; en las primeras décadas del siglo XX, la radio; la
televisión un poco más tarde; y ahora Internet, han convertido a la realidad en
ficción, y a lo ficticio en lo creíble: la cotidianidad.
Cómo pues rehusarnos a nosotros mismos, a nuestros sentimientos que nos han
sido arrancados, meditos en una caja electrónica (llámese T.V., radio o
computadora) o impresos en una hoja de papel; revolcados en la cultura
cosmopolita, embarrados con aderezos extraordinarios y dramaticoides, salpicados
de sucesos irreales -y sin embargo creíbles-. Cómo no hallarnos ahí, en películas,
Talk Shows, canciones, historietas, cibertextos y hasta noticias sansacionalistas.
"Estas nuevas mercancías son las más humanas de todas, ya que ofrecen en
'rodajas' los ectoplasmas de humanidad, amores y miedos novelados, los sucesos
del corazón y del alma" (Edgar Morín, 1966, P. 20)
No importa quién eres, qué crees y piensas, qué sueñas, cómo hablas, cuánto
posees, los medios de comunicación han encontrado el estándar de vida, el punto
en donde las fronteras se diluyen, donde cabemos todos y nos soportamos, donde
consumimos lo que éramos antes, lo que estaba dentro, y ahora los medios han
exteriorizado: la vida privada.
"Existen unos modelos patrones del espíritu que ordenan y clasifican los sueños
racionalizados, que vienen a ser temas novelescos y míticos" (Edgar Morín, 1966,
P.34). Es decir, se mitifica la cotidianidad de una manera convencional, que guste a
todos, que sea novedad, pero que no incomode a nadie, que no se salga de lo
permitido.
El cine y la televisión, entendidos como dos entes que no poseen exactamente las
mismas características, pero que siguen la lógica en la representación de la
realidad, mezclan las materias primas, las esencias humanas. Como los grandes
perfumistas, buscan la invención -y sin embargo lo mismo- , así la creación tiende a
ser producción, y los artesanos a ser productores.
Los clásicos del marxismo, expone Eco, dicen que " la tipicidad como criterio de
lectura, nos reafirma en la opinión de que sólo cuando el personaje está
artísticamente logrado, podemos reconocer en él motivos y comportamientos que
son también los nuestros, y que apoyan nuestra visión de la vida". (Humberto (Eco,
1999, p. 197)
Los personajes creados, o mejor dicho producidos, son reflejo de nuestros deseos
humanos por alcanzar la perfección, nuestros ideales del querer ser. Y por esto, por
el hecho de ser inalcanzables, no quiere decir que no emerjan de nosotros, surgen
de nuestro interior, de los sueños, de la necesidad de ser amado y aceptado dirían
Lacan y Hegel. De igual forma existe una identificación del individuo con el objeto o
personaje.
Pero los productores de cine y televisión, no sólo buscan que el sujeto se proyecte
en el personaje, también debe existir otra forma de alineación, la introyección,
como la llama Freud, en donde el individuo se identifica con el personaje.
La radio por su parte, posee algunas características de los medios anteriores, pese
a que carece de imágenes las logra evocar, apuesta, también, al sistema
imaginario, se interna en la vida cotidiana y la representa a través de voces y
sonidos. En sus inicios, hacía el trabajo de la Televisión e Internet, mostraba
imágenes (en sonidos) e interrelacionaba individuos con ayuda de sus estudios-
cabinas, que posteriormente sustituyó por la vía telefónica.
La radio, que se esperaba desapareciera con la creación de la televisión, sirve como
acompañante, como relleno para hoyos de soledad. Habla de la vida después de
procesarla bajo la misma lógica de la televisión y el cine, pero mediante
mecanismos distintos. Dialoga con la cotidianidad, la expresa, y como un ciclo,
retorna a su punto de inicio: la vida cotidiana en la cocina, la recámara, el taxi, el
microbús e infinidad de lugares.
Por su parte la prensa, sea de forma impresa o dicha a partir de palabras sonoras e
imágenes, se ha introducido cada vez más en la vida privada, tanto, que desconoce
las fronteras de lo decible y lo privado. La libertad de expresión revuelve el agua de
la información a tal grado que ya no se percibe distinción entre la vida pública y la
privada; éstas han quedado disueltas en el mismo pozo del que sacan agua los
periodistas y dan de beber a la sociedad.
La vida del vecino, el político, los actores de televisión y cine, se vuelven show,
saboreamos los retazos de nuestros sentimientos proyectados en las
personalidades del glamour. Nos identificamos con las personas que ahora son
personajes públicos.