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1.

1 La Virginidad Perpetua

Al hablar sobre lo que creemos los católicos respecto de la Virgen María es


necesario hacer una distinción fundamental. Esta radica en el grado de
certeza y veracidad de lo que se expresa, lo cual nos indica que no todo lo
que se dice respecto de la Virgen debe ser necesariamente admitido. Solo
aquello que se ha establecido como dogma debe ser creído y aceptado por
los fieles como una verdad divina revelada necesaria para la salvación.

Este preámbulo es ineludible para entender la importancia que tiene la


virginidad de Nuestra Madre y el esfuerzo que ha hecho la Iglesia desde
siempre para defender esta causa, que, lejos de ser un intento de imponer
una “mentalidad”, busca salvaguardar una verdad que se hace
indispensable en la economía de la salvación.

Pero… ¿Qué implica la virginidad perpetua de María?

Cuando hablamos de la virginidad perpetua de María lo primero que viene


a nuestra mente está referido a la concepción de Cristo, la cual se realizó
de manera excepcional, esto quiere decir, sin la participación de varón
alguno. Sin embargo, este dogma engloba algo mucho más profundo,
mucho más intenso que solo la concepción virginal, hace referencia a lo
que San Ildefonso de Toledo ya mencionaba en el siglo VII: “Virgen antes de
la venida del Hijo, virgen después de la generación del Hijo, virgen con el
nacimiento del Hijo, virgen después de nacido el Hijo”1.

¿Y todo esto ha sido planteado desde siempre por la Iglesia y las


Sagradas Escrituras?

Al ver todas las implicancias que conlleva la virginidad de Santa María,


cabe hacernos las siguientes preguntas: ¿ha creído siempre la iglesia en la
virginidad de María? y ¿es posible encontrar el desarrollo total del dogma
en las Escrituras?

1
POZO, Cándido: María, nueva Eva; Primera Edición, Madrid, La BAC, 2005.
Ante estas interrogantes, pareciera que se cierne una atmósfera incómoda
alrededor del misterio de la virginidad mariana, que sin embargo, no refleja
en absoluto el asentimiento profundo que los cristianos de todas las
épocas han profesado respecto de la virginidad de Nuestra Madre. Es cierto
que el desarrollo del dogma se ha dado en el devenir de la historia, pero
esto responde a la realidad temporal en la que nos movemos y a los
momentos en que algunos pensadores han cuestionado una verdad, que,
desde los inicios se hallaba arraigada en el seno de la Iglesia y al
encontrarse puesta en duda, el Magisterio, por el bien de los fieles, decide
hacer un reconocimiento explícito.

La respuesta a la segunda interrogante es compleja. Esto se debe a que la


buena nueva del Evangelio no ha sido transmitida únicamente de forma
escrita sino también de forma oral (a través de la Tradición Apostólica) y es
la dinámica que se produce entre estos dos procederes, ayudados de la
reflexión teológica, lo que determina la forma y alcance que se le da a la
verdad de fe que se busca poner de manifiesto. Por esto el Catecismo de la
Iglesia Católica enseña que los dogmas son “luces en el camino de nuestra
fe, lo iluminan y lo hacen seguro”2.

También, es bueno recordar que la lectura y reflexión que se debe hacer de


los pasajes bíblicos en los cuales se habla de Santa María, deben ser
hechas a la luz de Cristo, pues la Virgen fue temporalmente lo que es
eternamente en su relación con Él; por tal razón, como indica Guitton, “no
tenemos que pensar en la Virgen al modo histórico y como si se tratara de un
personaje que ha existido; en cierto sentido ya no tenemos que conocer a
María según la carne. Para esto nos ayuda el hecho de que el Evangelio nos
ha conservado de Ella ciertas actitudes, temporales sin duda, pero
eternizables en el sentido de que, aunque se produjeron en el tiempo, son


2
Catecismo de la Iglesia Católica, Lima, Misión Jubilar, 1993.
susceptibles de continuarse en la eternidad. Allí es donde debemos
establecer nuestra morada”3.

Ahora Investiguemos lo que nos dice el dogma

El dogma que nos ocupa, considera la virginidad en su aspecto corporal.


La Iglesia cuando expresa esta virginidad de María como perpetua
(“Aeiparthenos”, “la siempre virgen”), lo que busca decir es que Santa
María conservó su virginidad antes, durante y después del nacimiento de
Jesús. Es importante destacar que la virginidad corporal está referida a la
perfecta integridad de la carne, incluida la conservación de la membrana
llamada himen.

a) Antes del Parto


Respecto de este punto del dogma las referencias bíblicas son
claras:
San Lucas dice: “El ángel es enviado a una virgen” (Lc 1,27)… “El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el Espíritu Santo te cubrirá con su
sombra. Por eso lo que nacerá santamente, será llamado Hijo de Dios”
(V. 35).
San Mateo dice: El ángel testifica a José, “lo que en ella ha sido
engendrado es obra del Espíritu Santo” (Mt 1,20).
Tanto San Mateo como San Lucas percibieron en estos pasajes, tan
humanos y tan divinos a la vez, el cumplimiento de la profecía de
Isaías sobre la concepción virginal del Emmanuel.

Lc 1, 26-27 Is 7,14
"Fue enviado el
"He aquí que la
ángel a una
virgen
virgen…
He aquí que
concebirá
concebirás

3
GUITTON, Jean, La Virgen María; Primera Edición, Madrid, RIALP, 1952.

y darás a luz un
y dará a luz un hijo
hijo
y le pondrás por y le pondrá por
nombre nombre
Jesús". Emmanuel".

La Tradición y el Magisterio también han puesto de manifiesto


esta verdad y la ha puesto en el Símbolo de los Apóstoles: “Y nació
de Santa María Virgen”.
La claridad de las escrituras respecto de este punto hizo que desde
el principio se exponga rotundamente testimonios explícitos de la fe
en la concepción virginal, estos los podemos encontrar en San
Ignacio de Antioquía, San Justino, Orígenes y otros, como
respuestas a los pensamientos que circulaban contrarios a esta
doctrina.
En el concilio de Letrán, ocurrido en el año 649, se plasma la
verdad del misterio de la virginidad de la Virgen María en los
siguientes términos:
“Si alguno no confiesa, de conformidad con los Santos Padres, que la
santa madre de Dios y siempre virgen e inmaculada María,
propiamente y según la verdad, concibió del espíritu, sin
cooperación viril, al mismo verbo de Dios, que antes de todos los
siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente le engendró,
permaneciendo indisoluble su virginidad incluso después del parto,
sea condenado” (D 256).

b) Durante el Parto
Respecto de este punto las Escrituras no son explícitas, sin
embargo, es posible ver en la profecía de Isaías no solo la afirmación
de la concepción virginal sino también del parto virginal, se recurre
a un análisis gramatical de las palabras en su idioma original para
llegar a esta conclusión, que si bien no es concluyente se presenta
como un primer indicio.
Otros indicios los podemos encontrar en:
San Lucas, “y dio a luz a su primogénito, y lo envolvió en pañales” (Lc
2,7). Esto podría darnos a entender que inmediatamente después
del parto la Virgen estuvo en pié y actividad, lo cual hace suponer
un parto extraordinario carente de dolores. María, nueva Eva,
escaparía a la sentencia que se pronunció contra la primera mujer.
San Juan también nos da claves para vislumbrar el milagro de la
virginidad durante el parto, “…a los que creen en el nombre de Aquel
que no nació de sangres…”; entonces el parto del cual nació Jesús
careció de sangres.
San Lucas habla de “…lo que nacerá santamente…” (Lc 1,35).
Todos estos textos buscan revelar que el parto del niño Jesús no fue
uno corriente, sino que, se trata de un hecho extraordinario,
glorioso en algunos aspectos y al mismo tiempo corriente en
muchos otros.
La Tradición y el Magisterio han defendido la virginidad de María
durante la concepción de algunas posiciones contrarias como la de
Tertuliano (quien aduce esto en un intento por refutar las teorías
gnósticas). Algunos de estos testimonios los encontramos en las
Odas de Salomón y ya para el siglo cuarto se puede hablar de una fe
universal respecto a este punto del dogma. Lo vemos reflejado en los
escritos de San Agustín, San Ambrosio, San Hilario, San Gregorio
de Nisa, San Basilio y San Epifanio.
El Sínodo Romano del 649 bajo el pontificado de Martín I, en el
canon 3° dice:
“Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres,
propiamente y según verdad, por Madre de Dios a la santa y siempre
Virgen maría, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin
semen por obra del espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y
verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios padre, e
incorruptamente lo engendró…”
c) Después del Parto

Cuando pretendemos abordar el tema de la virginidad de María post-


parto y su realización en las Sagradas Escrituras, debemos tener
claro que la lectura de las mismas no podrá ser hecha en clave
histórica, sino, que exigirá de nosotros una meditación a la luz de la
fe.

San Lucas, en su evangelio muestra que en María al momento de la


anunciación existe al menos una intención de virginidad: “¿cómo
será esto, pues no conozco varón? (LC 1,34).

En este pasaje a la luz de la fe vemos la gran humildad de la Virgen,


pues en la mentalidad judía al permanecer virgen una mujer se
sustraía del privilegio de poder ser la madre del Mesías y no solo esto
sino que iba en contra de uno de los primeros mandamientos dados
por Dios al hombre, es decir el de llenar el mundo y someterlo. María
formaba parte de la casa de David de la que se creía nacería el
Mesías, al conservarse virgen incluso dentro del matrimonio ella
deliberadamente se sustraía de este privilegio y se colocaba en el
último puesto. Todo esto por supuesto no menguó de forma alguna
la generosidad fiel con que la Esclava del Señor en el momento
decisivo respondió frente al anuncio del ángel.

La Tradición y el Magisterio la han defendido como verdad de fe y


esta defensa puede encontrarse en Tertuliano (la defiende de forma
errónea), Orígenes e incluso Clemente de Alejandría.

En el siglo IV surgen algunas corrientes que pretenden poner en


duda esta verdad, algunos representantes de esta corriente son los
antidicomarianitas, Helvidio y Bonoso. Este hecho del nacimiento de
negaciones produce una reacción universal, ya que se considera la
virginidad de María después del parto como verdad de fe. Muchos
escribieron contra estas corrientes quizá los más importantes sean
San Epifanio, San Jerónimo y San Ambrosio.

Pero… ¿Cómo encajan dentro de este esquema los llamados hermanos


de Jesús a los que se hace referencia en los Evangelios?

En la escritura encontramos indicios que podrían llevarnos a pensar que la


Santísima Virgen tuvo otros hijos, analizaremos los dos más importantes:

a) Jesús es llamado hijo primogénito de María tanto en el Evangelio


de San Mateo y en el de San Lucas. Para entender esto es
necesario profundizar en la mentalidad semítica, en ella nacer
primero conlleva ciertas consecuencias en el ámbito familiar -
jurídico. De tal forma que el primogénito no es sólo aquel que es
seguido de otros hermanos, sino aquel que es primero en nacer,
aunque se trate de un hijo único. Entonces, todo unigénito es
primogénito, pero no todo primogénito es unigénito.
b) Las Sagradas Escrituras en varios pasajes hace mención de los
hermanos y hermanas de Jesús. Esto se entiende en la medida
en que se conoce la lengua en la que habló Cristo, esta no hacía
diferencias al referirse a los parientes. Un ejemplo claro lo
encontramos cuando quería hacerse referencia a los primos,
para ello se valía de la misma palabra que utilizaba cuando se
refería a los hermanos. Una prueba de esto la encontramos en el
hecho de que a dos de los que las escrituras refiere como
hermanos de Jesús (Santiago y José) en otro momento aparecen
como hijos de otra María, distinta de la Madre de Jesús.

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