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ESQUEMA DEL PSICOANÁLISIS.

En el prólogo nos revela el propósito del texto: se expondrán los principios del psicoanálisis
de la forma más clara posible. De esta forma, el objetivo de esta reseña es identificar las
principales directrices de la teoría psicoanalítica.

EL APARATO PSÍQUICO.

La psique o la vida anímica está determinada por el órgano encefálico, es decir el cerebro,
y por los actos conscientes. Freud hace una observación que los conductistas ignoraron desde
siempre, y es que en el medio del estímulo-respuesta hay algo oculto, que no se ve pero que es
determinante.
El trabajo clínico con los pacientes y la observación minuciosa llevó a Freud a ratificar la
existencia de un aparato psíquico propio de la especie humana. Después de este
descubrimiento, el Dr. Sigmund inicia una labor topográfica, o sea identificar las instancias
psíquicas de dicho aparato. Identifica tres instancias: el Ello, el Yo y el Superyó.
La primera instancia, la más arcaica es el Ello (id). Esta instancia trae consigo todo lo
heredado, lo establecido constitucionalmente, en términos propios del psicoanálisis el Ello es
el lugar donde las pulsiones del hombre encuentran su primera expresión.
El Yo nace por el influjo del mundo exterior (lo real, lo objetivo) sobre lo arcaico del Ello.
Gracias a la experiencia del individuo en el mundo, éste va adquiriendo las pautas
conductuales, morales, socioculturales de la comunidad en la que vive que llegan a su
conciencia como estímulos externos.
La tarea del Yo es la autoconservación del ente, o sea su cuerpo como masa corporal, y del
ser (el sí-mismo). Para lograr este objetivo, el individuo tiene dos vías: la primera es hacia
afuera, guardando en su memoria las experiencias vividas, los estímulos satisfactorios y
nocivos, evitando situaciones hiperintensas por medio de la huida, hasta adaptar el medio
exterior a sus necesidades alterándolo; la segunda vía es hacia el Ello, "ganando imperio sobre
las exigencias pulsionales", lo que equivale a poner en una balanza los deseos del hombre y
decidir si sofocarlos o satisfacerlos, teniendo en cuenta que la Ley que rige en las sociedades.
Algo importante a tener en cuenta es que el placer en psicoanálisis no está relacionado con una
satisfacción hedonista del deseo o de la necesidad sino que Freud entiende al placer como la
ausencia de tensión en el aparato psíquico. En síntesis, la excitación causa tensión en el aparato
psíquico generando así una experiencia displacentera, dicho displacer necesita ser descargado
para librarse de la tensión y lograr una satisfacción placentera.
El Yo aspira al placer siempre y cuando se presenta una creciente de displacer entonces
emerge la señal de angustia que nos advierte de un peligro latente, el cual puede ser interno o
externo.
La tercera y última instancia del aparato psíquico es el Superyó, este es producto de la
relación del niño con sus padres. En esta instancia se da la introyección de las voces paternas,
es decir la Ley, por esto suele referirse al Superyó como el heredero del conflicto edípico. El
Superyó transmite la Ley pero no sólo se refiere a los mandatos de la casa paterna sobre el niño
sino que esta Ley es una herencia proveniente de diferentes flancos como la familia, la etnia,
la nacionalidad, la ideología, etc. Además, aunque el Superyó emerge por la relación entre
Padres-hijo, esto no quiere decir que la constitución de esta instancia sea exclusiva de esta
relación sino que otros adultos en el curso de la vida del individuo, como niño o como adulto,
influirán en su Superyó. Ejemplos de estos sustitutos los encontramos en el profesor, el médico,
el psicoanalista, las figuras públicas, etc.
Recopilando, el aparato psíquico está compuesto por tres instancias denominadas Ello, Yo
y Superyó que responden a las demandas internas y externas del individuo. Una acción del Yo
es correcta cuando logra reconciliar las exigencias del Ello (lo arcaico), el Superyó (la Ley) y
el mundo exterior (lo real, objetivo). Se da que el Ello y el Superyó representan ciertas voces
del pasado, el Ello como aquello heredado y propio de la especie humana, sus pulsiones; y el
Superyó como aquello asumido por otros, como la identidad cultural, las leyes, etc. El Yo por
su parte, según Freud, "está comandado principalmente por lo que uno mismo ha vivenciado,
vale decir, lo accidental y actual".
El Ello expresa el propósito vital del individuo, es decir, satisfacer sus necesidades
congénitas, primitivas como el hambre, la sed, entre muchas otras. Si el individuo se condujera
motivado sólo por el Ello entonces no tendría problemas en asesinar a alguien para arrebatarle
su comida.
El Yo se preocupa por mantener con vida a su ente, alejado de peligros y amenazas. Además,
el Yo debe procurarse la forma más favorable y menos peligrosa de satisfacción pulsional
debido al miramiento del mundo exterior. En otras palabras, el Yo no puede satisfacer sus
necesidades como se le dé la gana sino que tiene que acatarse a determinados principios
sociales pues su acción se desenvuelve en un escenario social.
El Superyó se limita a restringir la satisfacción de las mociones pulsionales.
Pero ¿qué es eso denominado pulsiones? Su definición es compleja y difícil de entender
ipso facto, Freud las define como "las fuerzas que suponemos tras las tensiones de necesidad
del ello. Representan los requerimientos que hace el cuerpo a la vida anímica". Por esta razón
encontramos infinidad de pulsiones pero Freud las agrupa en dos categorías: Eros (pulsión de
vida) y Tánatos (pulsión de muerte). La meta de Eros es la ligazón libidinal (libido es la energía
de Eros) pues de esta forma se crean los vínculos entre los individuos. La meta de Tánatos es
la disolución de los nexos, la destrucción; el fin último de la pulsión de muerte es conducir al
individuo a un estado inorgánico, previo a cualquier forma de vida.
Las pulsiones de vida y de muerte actúan imbricadas, es decir juntas. Por ejemplo, el acto
de comer es la destrucción del objeto con la finalidad de la incorporación, ocurre algo similar
con el sexo, que es una agresión que busca la unión más íntima entre dos individuos. El
desbalance entre las pulsiones puede perjudicar seriamente a la acción, si seguimos con el
ejemplo sexual podemos suponer que la preponderancia de la pulsión de muerte convierte al
individuo en un sádico, y en casos extremos en un asesino; mientras que si la influencia de esta
pulsión decae entonces dicho individuo probablemente devendría impotente.
La pulsión de muerte es silenciosa, no hace eco, damos cuenta de ella cuando es proyectada
hacia afuera como pulsión de destrucción lo que suele ocurrir en los casos de paranoia.
El narcisismo primario es aquel estado donde toda la libido está investida en el Yo. La
investidura de libido luego se desplazará hacia los objetos. El Yo es el ánfora que resguardará
la libido durante toda su vida y de ahí se investirán los objetos del mundo exterior.

EL DESARROLLO DE LA FUNCIÓN SEXUAL.

El psicoanálisis rompió con el estereotipo de la función sexual y causó bastante revuelo en su


época y en la nuestra. Dentro de los hallazgos freudianos tenemos que:
La vida sexual no inicia en la pubertad como se creía sino que nace con el nacimiento del
bebé.
La necesidad de distinguir entre lo "sexual" y lo "genital". Aquello que abarca lo sexual no
se limita a los genitales sino que toma como zona erógena todo el cuerpo.
La función de la vida sexual radica en la ganancia de placer a partir de zonas del cuerpo. A
posteriori, esta función se ajusta a la reproducción.
Freud descubre que desde muy temprano en el niño se observan caracteres sexuales que
luego se manifestarán en la vida adulta, ejemplo de ello son las fijaciones en determinados
objetos, los celos, etc. De esta forma se identifican unos estadios del desarrollo sexual: oral,
anal, fálica, periodo de latencia, genital.
El estadio oral se caracteriza por la boca como zona erógena, se procura la satisfacción de
esta zona en las actividades realizadas por el bebé como la alimentación real o fantaseada. Con
la aparición de los dientes emerge un impulso sádico aislado.
El estadio anal o sádico-anal adquiere este nombre porque la satisfacción se busca en la
agresión y en la función excretoria. Aquí evidenciamos más de cerca la imbricación entre las
pulsiones de vida y de muerte.
La fase fálica es precursora de la vida sexual adulta. En este estadio hay preponderancia del
genital masculino que recibe el nombre de falo. En esta fase existe la creencia universal del
pene, es decir que tanto niños como niñas cuentan con uno aunque en las niñas "todavía no hay
crecido". Esta creencia dará lugar a la angustia de castración en los varones como amenaza del
padre ante los juegos autoeróticos que hace el niño con su pene, la amenaza de castración retira
al niño del conflicto edípico porque prefiere renunciar al deseo sexual por su madre para salvar
de esta forma a su pene. Sin embargo, en las mujeres ocurre un proceso diferente: cuando la
niña se da cuenta que "está castrada" es cuando entra en la dinámica del conflicto edípico, se
aleja de su madre que la ha engañado desde siempre y se acerca sexualmente al padre, para
tener lo que ella no tiene (pene) y darle un hijo (falo).

Luego de esta elucidación comprendemos que el pene no es equivalente del falo en su


totalidad, pues éste último es ante todo un símbolo de omnipotencia, de poder, por eso el niño
renuncia a la madre y salva a su pene; mientras que la niña se aleja de la madre porque ha sido
engañada y desea al padre. Se entiende de esta forma que el falo es un pene imaginario investido
libidinalmente.
Otra anotación interesante es la castración, pues mientras en el niño significa la retirada del
conflicto edípico en la niña equivale a su entrada en él.

BIBLIOGRAFÍA.

Freud, S (1856-1939). Esquema del Psicoanálisis, en: Obras Completas, vol. XXIII.
Londres: Amorrortu Editores.

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