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La cuna de la civilización
Hay otras características que hacen importante el Oriente medio y Turquía: el
lugar donde el hombre se ha encaminado hacia la civilización (la cultura, el arte, la
religión, la ciencia); un lugar donde los pueblos se han encontrado y desencontrado,
donde las religiones han convivido o se han desafiado; un lugar donde los imperios y el
poder humano han mostrado su grandeza y su bajeza, donde se pueden recoger los
frutos y las conquistas más altas, pero también los engaños y los espejismos más
perversos. Una buena escuela, sin duda, para discernir nuestro tiempo y desenmascarar
nuestros engaños. Pero donde mayores son las luces, mayores son nuestras tinieblas:
odios, divisiones, profanaciones, guerras religiosas, espíritu de conquista, egoísmo, uso
violento del nombre de Dios, desencuentro de intereses, ambiciones. Es como si Oriente
medio fuera un signo del contraste que atenaza el corazón del hombre y la historia de
los pueblos.
El entramado de religiones
Comencé a entender el entramado y el encuentro entre cristianismo y
paganismo, visitando el gran santuario del Dios de la salud y de la medicina a los pies
de Pérgamo (el Asclepion), el santuario para consultar el parecer y la voluntad de los
dioses (el templo de Apolo en Didima), los santuarios de la diosa-madre de la vida (el
Artemision) y de la diosa de la belleza y del amor (Afridisias). Me di cuenta de cómo
todo el cristianismo debió medirse, precisamente aquí en Turquía (en toda la costa del
mar Egeo), con las más importantes escuelas filosóficas, morales y científicas de
entonces, y con un poder político que reclamaba a menudo un culto absoluto y que
ejercitaba, al mismo tiempo, miedo y fascinación.
Al mismo tiempo, después de haber asistido a un curso especializado de
islamología, descubrí en la práctica el rostro del Islam: el sentido instintivo de Dios y de
su providencia; la acogida espontánea de su palabra y de su voluntad; el abandono
confiado a su guía; la oración diaria en medio de la propia actividad; la certeza en el
más allá y en la resurrección; la sacralidad de la familia; el valor de la simplicidad, de la
esencialidad, de la acogida, de la solidaridad. Al lado de las luces, las sombras: el miedo
a una verdadera libertad; el límite puesto a una relación más interpersonal e íntima con
Dios, situado demasiado alto como para poder bajar entre los hombres; una visión de la
mujer todavía por descubrir y valorar; una práctica individual y pública de la fe que se
debe conjugar con la interioridad; un comportamiento demasiado timorato en el diálogo
entre culturas y religiones.
Un país joven
He podido entrever los variados y numerosos estratos de las riquezas antiguas
depositadas en Turquía: la civilización de Roma, las civilizaciones griega, romana y
bizantina, la civilización turca en su componente más antigua (la seléucida), y la más
reciente (otomana). Luego, la Turquía de hoy, nacida en los años 20 de la inteligencia,
del coraje y de la iniciativa audaz de Ataturk: una Turquía muy orgullosa, toda tensa —
con arrojo y con fatiga— hacia el progreso económico, social y cultural. Una Turquía
muy joven, que se ha dejado a las espaldas (pero que todavía se resiente de ello) luchas,
odios y guerras al comienzo del siglo; que busca en su interior una siempre mejor
convivencia entre etnias, culturas, sensibilidades y creencias distintas, con el objetivo no
fácil de un equilibrio entre unidad nacional, autonomía local y libertad personal. Una
nación que tiene capacidad y recursos para conseguirlo, evitando los peligros de un
progreso solo económico y técnico (sin alma), y el riesgo contrario de una concepción
centralizada y/o confesional del Estado. Europa es la meta a la que mira Turquía, y a la
que se espera de forma favorable.
Peregrinos, no turistas
Yo en primer lugar con mi comunidad, en medio a la cual he madurado este
proyecto, me he puesto en la “ventana” para empezar a abrirla. He salido para residir en
la ciudad de Abraham (Harran) y vivir un amor pleno de amor y respeto por esta tierra;
por estudiar y absorber mejor el patrimonio antiguo y contemporáneo presente aquí;
para encender una pequeñísima y humildísima centella de diálogo, de buenas relaciones
e intercambio de dones espirituales entre judaísmo, cristianismo e Islam. Amigos
lectores: ¡venid a visitar esta tierra! Venid a excavar en su corazón, venid a absorber la
antigua linfa bíblica-histórica-cultural, capaz de revitalizarnos todavía hoy. El mundo
tiene necesidad más de peregrinos que de turistas. Este mundo oriental, en particular,
tiene necesidad de que se enlacen hilos de diálogo, de conocimiento, de estima
recíproca, de reconciliación; hilos a través de los cuales se pueda hablar, entender y
comunicar las recíprocas riquezas, haciéndonos testigos de la propia fe, de los propios
caminos de búsqueda.
Hasta la vista en Turquía donde, si Dios quiere, estaré para acogeros.
(Original italiano de L’Avvenire)