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¿Por qué ir a Turquía?

Quisiera responder a esta pregunta partiendo de mi experiencia


personal y pasando por el área geográfica de la que forma parte Turquía: el Oriente
medio. Me pude en contacto por primera vez con Oriente medio (Palestina, Jordania,
Siria, Egipto, Líbano, Turquía) hace unos 20 años. Entonces pasé seis meses seguidos.
Era una época en la que buscaba clarificar mi vida. Buscaba un lugar donde bajar a las
raíces de mi corazón y de las razones de la vida. Buscaba una proximidad a Dios y
pensaba que podía encontrarla allí donde Dios había buscado una proximidad con
nosotros, en la tierra, como dice el apóstol Juan, donde la Vida se ha hecho “visible” y
donde el Verbo se ha hecho carne y ha venido a “acampar” en medio de nosotros. Esto
es, ésta es la palabra justa: buscaba un lugar donde “acampar con Dios”, y tener tiempo
para escucharlo, para hablarle, para entenderlo, para dejar que él me protegiera. Lo
encontré, y esto me ha dejado una señal imborrable, que vuelvo a encontrar cada vez
que me miro por dentro.

Una vida “nueva” en lugares nuevos


Mi vida ha sido transformada, gracias a una tierra donde la “gracia de Dios” ha
dejado sus huellas impresas en los terrones, en los paisajes, en los lugares, además de en
un Libro sagrado y en una comunidad de hombres, donde se prolonga de forma visible
la humanidad de Jesús. El lugar y las presencias cristianas que he encontrado en él han
hecho más claro el Libro de la Biblia y me han permitido penetrarlo en toda su
profundidad. En contacto con la cercanía de esta tierra, y con la cercanía de la Palabra,
que resuena en ella, he revisado de forma cercana mi vida. No he sido yo, ciertamente,
quien ha hecho esto, sino la gracia de Dios que entraba en mí, a través de su Palabra, la
Tierra y las personas providenciales que me han ayudado a leer la una y la otra. Estoy
convencido de que el amor de Dios, como todos nuestros amores —se dice a menudo:
“Nos conocimos aquel día”— tiene coordenadas históricas y geográficas. Cada uno,
naturalmente, tiene sus citas con la gracia: para mí éste ha sido uno de los más
importantes.

Oriente medio, tierra de Dios


Ésta es una de las características más peculiares de Oriente medio (y en él,
también de Turquía): ser el lugar donde Dios históricamente ha decidido posarse, hablar,
actuar de forma especial, entrar a fondo en la historia de los hombres. No solo Palestina
e Israel, por tanto, es Tierra Santa, sino que, al menos para nosotros, los cristianos,
también es Turquía, por los motivos que veremos más adelante. La peregrinación
geográfica a los Lugares Santos, por tanto, (como a los hombres santos) es para mí uno
de los componentes de la fe: el pensamiento, la interioridad, la lectura, no bastan: Dios
se ha hecho visible y tangible, en un cierto sentido documental: en los lugares, en las
personas, en los signos que siembra en nuestro camino. Este salir “fuera” nos permite
más tarde entrar “dentro” de nosotros. Y es esto lo que he visto en tantos peregrinos. Y
también hay que mirar así a la naturaleza.

La cuna de la civilización
Hay otras características que hacen importante el Oriente medio y Turquía: el
lugar donde el hombre se ha encaminado hacia la civilización (la cultura, el arte, la
religión, la ciencia); un lugar donde los pueblos se han encontrado y desencontrado,
donde las religiones han convivido o se han desafiado; un lugar donde los imperios y el
poder humano han mostrado su grandeza y su bajeza, donde se pueden recoger los
frutos y las conquistas más altas, pero también los engaños y los espejismos más
perversos. Una buena escuela, sin duda, para discernir nuestro tiempo y desenmascarar
nuestros engaños. Pero donde mayores son las luces, mayores son nuestras tinieblas:
odios, divisiones, profanaciones, guerras religiosas, espíritu de conquista, egoísmo, uso
violento del nombre de Dios, desencuentro de intereses, ambiciones. Es como si Oriente
medio fuera un signo del contraste que atenaza el corazón del hombre y la historia de
los pueblos.

Ésta es “mi” Turquía


Venimos ahora a Turquía. Mi Turquía. Deseé por primera vez ir allí para
comprender el seguimiento de la aventura de Jesús, ya que muchos de sus apóstoles,
partiendo de Palestina, se dirigieron a Asia menor (la Turquía de entonces). Me movía la
curiosidad por darme cuenta de lo que fue su viajar por mundos desconocidos para
ellos, medirse con mentalidades totalmente distintas, afrontar fatigas grandiosas. Así
empecé a pasar mi mes de vacaciones de verano en Turquía, moviéndome, Biblia en
mano, por las diversas localidades tocadas por ellos. Para mí fue un auténtico
descubrimiento: me di cuenta de las distancias enormes afrontadas por ellos (si Palestina
es tan grande como una región italiana, Turquía es casi tres veces más grande que
Italia), de las diferencias climáticas, de las diferentes realidades de vida y de
pensamiento con las que debieron contar.
Me di cuenta de que Turquía es una auténtica Tierra Santa: en ella predicaron y
vivieron por mucho tiempo los apóstoles (al menos ocho de ellos); en ella nació y se
desarrolló el cristianismo primitivo; en ella se celebraron los primeros siete Concilios de
la Iglesia; en ella vivieron los grandes personajes de la nueva Iglesia que salía
fortalecida de la prueba de las persecuciones; en ella vivió también María junto con
Juan; en ella nacieron escritos como el Evangelio y el Apocalipsis; en ella vivieron las
comunidades cristianas de los efesios, los gálatas, los colosenses, a los que se dirigen
las cartas de Pablo o las cartas de Pedro y de Juan. Descubrí ciudades que parecían
revivir bajo mis ojos, como Éfeso, Antioquía, Pérgamo, Mileto, Nicea, Tarso, o regiones
enteras como Capadocia, Cilicia, Lidia, Panfilia. Descubrí la pequeña y humilde casa de
María sobre las colinas de Éfeso.

El entramado de religiones
Comencé a entender el entramado y el encuentro entre cristianismo y
paganismo, visitando el gran santuario del Dios de la salud y de la medicina a los pies
de Pérgamo (el Asclepion), el santuario para consultar el parecer y la voluntad de los
dioses (el templo de Apolo en Didima), los santuarios de la diosa-madre de la vida (el
Artemision) y de la diosa de la belleza y del amor (Afridisias). Me di cuenta de cómo
todo el cristianismo debió medirse, precisamente aquí en Turquía (en toda la costa del
mar Egeo), con las más importantes escuelas filosóficas, morales y científicas de
entonces, y con un poder político que reclamaba a menudo un culto absoluto y que
ejercitaba, al mismo tiempo, miedo y fascinación.
Al mismo tiempo, después de haber asistido a un curso especializado de
islamología, descubrí en la práctica el rostro del Islam: el sentido instintivo de Dios y de
su providencia; la acogida espontánea de su palabra y de su voluntad; el abandono
confiado a su guía; la oración diaria en medio de la propia actividad; la certeza en el
más allá y en la resurrección; la sacralidad de la familia; el valor de la simplicidad, de la
esencialidad, de la acogida, de la solidaridad. Al lado de las luces, las sombras: el miedo
a una verdadera libertad; el límite puesto a una relación más interpersonal e íntima con
Dios, situado demasiado alto como para poder bajar entre los hombres; una visión de la
mujer todavía por descubrir y valorar; una práctica individual y pública de la fe que se
debe conjugar con la interioridad; un comportamiento demasiado timorato en el diálogo
entre culturas y religiones.

Un país joven
He podido entrever los variados y numerosos estratos de las riquezas antiguas
depositadas en Turquía: la civilización de Roma, las civilizaciones griega, romana y
bizantina, la civilización turca en su componente más antigua (la seléucida), y la más
reciente (otomana). Luego, la Turquía de hoy, nacida en los años 20 de la inteligencia,
del coraje y de la iniciativa audaz de Ataturk: una Turquía muy orgullosa, toda tensa —
con arrojo y con fatiga— hacia el progreso económico, social y cultural. Una Turquía
muy joven, que se ha dejado a las espaldas (pero que todavía se resiente de ello) luchas,
odios y guerras al comienzo del siglo; que busca en su interior una siempre mejor
convivencia entre etnias, culturas, sensibilidades y creencias distintas, con el objetivo no
fácil de un equilibrio entre unidad nacional, autonomía local y libertad personal. Una
nación que tiene capacidad y recursos para conseguirlo, evitando los peligros de un
progreso solo económico y técnico (sin alma), y el riesgo contrario de una concepción
centralizada y/o confesional del Estado. Europa es la meta a la que mira Turquía, y a la
que se espera de forma favorable.

Una Iglesia pequeña y rica


He conocido además a la Iglesia turca de hoy: pequeña, dispersa, rica de raíces y
de historia, pero a menudo replegada sobre sí misma y timorata, necesitada de encontrar
más su alma evangélica que una simple identidad confesional. En fin, he visto en parte
Turquía del este y del norte (la menos conocida por Occidente), con sus bellezas
naturales, sus realidades populares, sus bellezas artísticas, sus tradiciones culturales y
religiosas (cristianas y musulmanas). He visto Mesopotamia, sede de los relatos bíblicos
de la creación, del pecado original, de la dispersión de los pueblos, del diluvio universal,
de la presencia de Abraham y de todos los patriarcas hebreos, lugar de paso del
cristianismo antiguo hacia el Lejano Oriente. Ciudades como Urfa-Edessa, Harran,
Mardin, Midiai, Malatia, Trabzon, Van, Dijarbachir o lugares como los valles del Tigris
y del Eufrates, y el Nemrut Dag merecen la pena ser visitados.
Así, hace un año, después de cuatro años de preparación, nació la “ventana para
el Oriente medio”: la idea de abrir un espacio de comunicación, de conocimiento y de
intercambio entre nuestro mundo occidental y el mundo medio-oriental.

Peregrinos, no turistas
Yo en primer lugar con mi comunidad, en medio a la cual he madurado este
proyecto, me he puesto en la “ventana” para empezar a abrirla. He salido para residir en
la ciudad de Abraham (Harran) y vivir un amor pleno de amor y respeto por esta tierra;
por estudiar y absorber mejor el patrimonio antiguo y contemporáneo presente aquí;
para encender una pequeñísima y humildísima centella de diálogo, de buenas relaciones
e intercambio de dones espirituales entre judaísmo, cristianismo e Islam. Amigos
lectores: ¡venid a visitar esta tierra! Venid a excavar en su corazón, venid a absorber la
antigua linfa bíblica-histórica-cultural, capaz de revitalizarnos todavía hoy. El mundo
tiene necesidad más de peregrinos que de turistas. Este mundo oriental, en particular,
tiene necesidad de que se enlacen hilos de diálogo, de conocimiento, de estima
recíproca, de reconciliación; hilos a través de los cuales se pueda hablar, entender y
comunicar las recíprocas riquezas, haciéndonos testigos de la propia fe, de los propios
caminos de búsqueda.
Hasta la vista en Turquía donde, si Dios quiere, estaré para acogeros.
(Original italiano de L’Avvenire)

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