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¿Por qué se alejan los jóvenes de la Iglesia?

El siglo XXI, o es un siglo religioso, o no será en absoluto


Ante todo, se puede responder viendo algunos hechos concretos. Si observamos detenidamente los
multitudinarios encuentros que ha tenido el Santo Padre con la juventud, y en especial en este año
jubilar, nos damos cuenta de que la juventud no se aleja de la Iglesia.
Por otra parte, no podemos olvidar el gran porcentaje de chicos y chicas que en las últimas décadas
se han apartado de la Iglesia. Sin embargo, esto no quiere decir que la Iglesia los haya perdido. El
materialismo y el libertinaje que se acentúan en nuestra sociedad, son las principales causas de
este alejamiento.
Por otra parte, nos encontramos con un factor curioso, dado que los jóvenes que, en cierta etapa
de su existencia dejan de lado la vida en la Iglesia, con el paso del tiempo regresan a ella, al darse
cuenta de que no hay otra verdad más que Cristo y su Iglesia.
Podemos decir que el joven, por su dinamismo y vitalidad, responde rápido a la llamada de
evangelizar a los que no conocen a Dios. Así, nos encontramos con fuertes y sólidos grupos
parroquiales, misioneros jóvenes, catequistas... aquí hay que tener en cuenta, también, la vida de
oración. No se puede ir por la vida simplemente con un activismo pragmático. Hay que saber
compaginar bien la acción con la oración. Esto depende de la Iglesia, y más concretamente del
sacerdote. Allí donde hay un sacerdote santo y celoso, por lógica se encuentra una juventud santa e
intrépida, capaz de olvidarse de sí misma para entregarse al prójimo sin medida. Pero, por el
contrario, allí donde parece que la Iglesia ha perdido a la juventud, quizás la clave para superar esta
escasez está en intensificar la unión con Dios, para que una vez que el joven llene su corazón de
Dios, sienta un fuego que le queme y le haga transmitir su experiencia a los demás.
La Iglesia no ha perdido a los jóvenes. Sólo habría que recordar Denver, Manila, Santiago de
Compostela, y la historia personal de tantos jóvenes que, cansados de una vida sin Dios buscan
desesperadamente alguien que les habla de Él. Ese alguien, ahora, se llama Juan Pablo II, por eso le
siguen. Basta con ver los encuentros del Papa con los jóvenes para darse cuenta de la sed que ellos
tienen de seguir ayudando a la Iglesia.
Más bien sería la juventud la que ha perdido a la Iglesia. Es cierto que en las últimas décadas la
sociedad ha sufrido una profunda revolución. Las ideologías materialistas y ateas de principios de
siglo, la confusión de los años sesenta y la provocada por algunas interpretaciones erróneas del
mensaje del Concilio, etc., han ido dando paso a una sociedad cada vez más secularizada, en la que
Dios ha quedado al margen. Los jóvenes de hoy sufren las consecuencias de esta falta de jerarquía
de valores, de la pérdida de lo trascendental, y se alejan, efectivamente, de la Iglesia.
Pero también podemos sentir la nueva primavera de la Iglesia, que viene de la mano precisamente
de los jóvenes. Ellos se sienten hastiados de un vacío existencial que no los ha llevado a nada, y se
comienzan a volver a la fe en espera de una respuesta más trascendental. No debe dejar de llamar
la atención los encuentros masivos del Papa con los jóvenes, el incremento de los misioneros y el
todavía tímido pero creciente aumento de las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal.
Alguien dijo una vez que “el siglo XXI, o es un siglo religioso, o no será en absoluto”. Creo que esto
se aplica de manera especial a los jóvenes.

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