EL BARROCO
EL BARROCO
(S. XVII)
Richard P. Kinkade
El término "barroco," aplicado primero a las artes
visuales y más tarde a las artes literarias y a la música,
comprende todo un sistema de valores que caracterizan
la cultura española de la segunda mitad del s. XVI y
principios del s. XVII. Durante el Renacimiento,
1
"barroco" designaba un silogismo que encerraba
razonamientos absurdos, siendo al mismo tiempo un
vocablo relacionado con el portugués "barróco," perla
irregular.
Los artistas y literatos italianos del s. XV, con intención
de personalizar los cánones clásicos imperantes en ese
momento, derivaban hacia una expresión individual y
personal que distaba mucho de las normas clásicas. El
resultante movimiento artístico, conocido como
manierismo, por basarse en una escuela o manera
propia, se extiende a través de toda Europa durante el s.
XVI. Más que una reacción al estilo armónico y
equilibrado del Renacimiento, el manierismo es una
modificación personal de las normas de este período,
una expresión exagerada de la realidad. En el arte se
crean efectos ilusorios con distorsiones espaciales y un
notable alargamiento de la figura humana, rasgos que
identificamos con la pintura de El Greco (c. 1541-1614)
y Caravaggio (1573-1610).
El Barroco surge como fenómeno artístico en oposición
al manierismo durante la segunda mitad del s. XVI. Se
caracteriza por un afán de reinterpretar los temas
renacentistas, abandonando las sencillas normas
clásicas para exaltar e intensificar todas las facetas de
la realidad. Esta perspectiva exagerada y extravagante
del Barroco exalta tanto los aspectos negativos y
mundanos como los positivos y espirituales,
entreverando el realismo con el idealismo en una
amalgama ya chocante y grotesco ya jocoso y burlesco.
Estos elementos transformados en literatura resultan en
una obra compleja y complicada, de lenguaje ya culto,
con latinismos y una sintaxis distorsionada por el
hipérbaton, ya conceptista, con la expresión rebuscada
y referencias ingeniosas. Las formas más extremas del
estilo literario del Barroco, caracterizado por un lenguaje
florido y rimbombante, metáforas extravagantes,
conceptos rebuscados y artificiosos, juegos de palabras
fantásticos, antítesis forzada, la hipérbole y el empleo de
mitos originales, se conocen por distintas
1 del catolicismo en contra del protestantismo, se
Argumento de la Lógica medieval que consta de tres premisas o
proposiciones, la última de las cuales se deduce del conjunto de las otras dos:
e.g. "cada virtud es loable; la caridad es una virtud; por consiguiente, la
caridad es loable." Si se aceptan la primera y segunda premisas, tenemos que
aceptar la tercera, que sigue lógicamente: "todos los animales tienen colas; el
hombre es un animal; por consiguiente, el hombre tiene cola." Como se puede
apreciar, el silogismo tiene la capacidad de emplearse para sostener los
argumentos más extravagantes y como resultado fue muchas veces condenado
por especioso y engañoso.
1
denominaciones o escuelas según la nación en que se
desarrollaban: en Francia, la préciosité; en Inglaterra,
euphuism; en Italia, el marinismo; y en España, el
culteranismo o Gongorismo.
Hemos observado que en el Renacimiento hubo un¿
exaltación de la vida terrenal y la vida humana, a la vez
que una admiración del arte de la antigüedad
grecolatina El Barroco se diferencia del período anterior
en que desvaloriza la vida presente, adoptando una
posición marcadamente crítica de la Naturaleza. En el
campo de li estética la armonía, sencillez y moderación,
típicas de Renacimiento, ceden el paso a un criterio
completamente distinto. En efecto, el Renacimiento,
época de imitatio contrasta con el Barroco, con su afán
de inventio.
El Barroco se identifica estrechamente con los
trastornos políticos y sociales de la segunda mitad del s
XVI y en especial con las consecuencias de la Reforma
protestante que originaron una reacción inevitable de
parte de la Iglesia, la Contrarreforma. La política
internacional de los Reyes Católicos y la imperial de
Carlos V había involucrado a la nación en los conflictos
europeos al mismo tiempo que había consolidado un
sistema de gobierno en que la corona y la Iglesia
compartían el poder del estado. Con la Contrarreforma y
el reinado de Felipe II (1556-1598), se manifiesta un
nuevo espíritu de Reconquista antieuropeo
caracterizado por una intolerancia religiosa y un
conservadurismo político que busca aislar al pueblo
español de las nefastastas influencias exteriores.
Resuelta a eliminar toda oposición en el nombre de
mantener y acrecentar la verdadera fe y los valores
nacionales, la Iglesia instituye una rigurosa especie de
estado policiaco controlado por la Inquisición. España se
cierra herméticamente contra toda influencia extranjera,
comprometiendo en el proceso su propio futuro
económico.
Sin embargo, durante todo el siglo XVI, España se
destaca como la primera potencia europea; pero la
descomposición política y económica que se inició en el
reinado de Felipe II (1527; r. 15561598) se acelera
durante los reinados de sus sucesores, Felipe III (1578;
r. 1598-1621), Felipe IV (1605; r. 1621-1665), y Carlos II
(1661; r. 1665-1700). España, consagrada a una guerra
desangra en conflictos que consumen casi todas las
riquezas que provienen del Nuevo Mundo. La nación
que al principio del s. XVI prometía un glorioso futuro
económico se halla al final sumida en la pobreza y
miseria
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Los artistas, enfrentados con esta dolorosa realidad
pueden reaccionar de dos maneras distintas. Algunos,
profundamente movidos por el decaimiento que
observan a su alrededor, se entregan desilusionados a
un declarado pesimismo. El mejor ejemplo de esta
postura es Quevedo cuyas obras revelan una honda
angustia, amargura y gran desaliento frente al fracaso
de su patria. Otros, aparentemente inconscientes de la
ruina de España, prefieren entregarse a los placeres de
una vida frívola o refugiarse en un mundo de bellas
ilusiones. A esta actitud de despreocupación
corresponde el pomposo lujo de la corte de los
Habsburgos y el éxito popular del teatro de Lope de
Vega. La popularidad de la comedia española indica
claramente la alegre inconsciencia del pueblo español
contemporáneo. Esta polaridad, pesimismo por un lado
e indiferencia por el otro, la encontramos
constantemente en la literatura del Barroco, un reflejo de
las dos actitudes que puede adoptar el individuo frente a
la realidad de su patria. La ambigüedad ante estas dos
actitudes explica en parte el violento desequilibrio que
es característico del Barroco.
El hombre renacentista se entregaba a la vida casi sin
preocupaciones y con plena confianza en la bondad de
la Naturaleza. Para vivir con éxito y lograr la felicidad, el
hombre, un ser infinitamente perfeccionable, no tenía
que hacer más que aceptar las leyes naturales. Llegada
la reacción moralizadora de la Contrarreforma, los
intelectuales vuelven a plantear muchas preguntas que
el Renacimiento había soslayado o eludido, o tal vez
resuelto insatisfactoriamente. El concepto de la moral, la
libertad y la predestinación, la realidad del mundo físico,
y los límites del conocimiento humano se vuelven a
debatir apasionadamente. La tranquila seguridad
renacentista queda reemplazada por una angustiosa
incertidumbre y tensión espiritual. Más que en cualquier
otro país europeo, se siente en la Península Ibérica el
funesto peso de la Contrarreforma que, con la
Inquisición religiosa, convierten a la nación en un campo
armado con mentalidad de asediado. La noción del
pecado original se hace presente en la mente de todos.
Se ventilan los aspectos más bajos de la vida humana.
La Naturaleza ahora es una fuerza maligna, un conjunto
de falsas apariencias. El hombre necesita adoptar una
actitud de cautela y reprimir sus impulsos espontáneos.
El antiguo optimismo renacentista disuelve ante una
actitud ascética que desvaloriza todo lo terrenal. El
artista barroco, como el medieval, se complace en
destacar la caducidad de este mundo. La nota que
predomina es la de una honda melancolía; y de esta
melancolía surge prácticamente una doctrina del
desengaño que da un sabor agrio a gran parte de la
literatura del XVII.
Pero en esta época de violento desequilibrio, el
desengaño ascético no se produjo en un vacío. La
desorganización política, económica y social por la que
pasaba España da lugar a un marcado descenso moral.
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Las clases altas desatienden las advertencias de los
moralistas, entregándose a un exagerado apetito de lujo
y placeres. Se olvida el anhelo de la fama, tan
importante durante el Renacimiento. El amor ya no es
noble y platónico, sino que degenera en la pura
sensualidad mientras el ideal patriótico se reduce a un
estúpido orgullo nacional. Entre las clases inferiores el
número de vagos, mendigos y delincuentes aumenta de
manera alarmante. Su vida se reduce a una inactividad
estéril llena sólo de hambre y vicios. La novela
picaresca nos ha dejado un retrato fidedigno de este
ambiente cruel y repulsivo, el retrato de un pueblo
desprovisto de todo criterio moral. Estas dos posturas, el
desengaño ascético y el desatado materialismo, infiltran
constantemente en las artes del período. Quevedo y
Góngora alternan reflexiones moralizadoras y halagos
sensoriales. En la novela picaresca, el pícaro acentúa lo
innoble de su conducta al hacer frecuentes alusiones a
la ley moral. Esta contradicción es una señal más del
desequilibrio y de la constante fluctuación de actitudes
que caracterizan al hombre barroco.
Además de las causas ya mencionadas, el advenimiento
del Barroco obedece a un fenómeno de cambio
necesario y gradual en que los temas y figuras
evolucionan hacia formas cada vez más complejas. En
la historia de la estética es axiomática la evolución de
los estilos hacia una mayor complicación. El arte clásico
grecorromano, ceñido al concepto de la línea recta y
una gran sencillez de expresión artística, se
desenvuelve con el tiempo en el bizantinismo con un
exceso de adornos artificiales y un desmesurado lujo
exterior. De la misma manera, el pesado arte románico
medieval se desarrolla en la finura y delicadeza del
estilo gótico del s. XIII, pasando paulatinamente a una
etapa de exagerada tracería en el gótico florido y una
exuberancia decorativa en el estilo plateresco,
provocando una reacción negativa en el Renacimiento
con una vuelta estilística a la línea clásica. Tras la
modificación individual y personal de las reglas clásicas
reflejada en el manierismo, el arte español se inclina
otra vez hacia la exuberancia ornamental del Barroco,
2
degenerando en el estilo churrigueresco que se
distingue por su redundancia y desbordada artificialidad.
Ya que las bellas artes de un período son una
manifestación de la cultura nacional, las mismas fuerzas
que plasman y dan forma a la arquitectura, escultura,
pintura y música, se encuentran como características
inherentes en la poesía, prosa y drama de la época.
Los rasgos estilísticos del Barroco se pueden resumir
sucintamente en: 1) El sensacionalismo o afanosa
búsqueda de lo nuevo y extraordinario para excitar la
sensibilidad y provocar la admiración. El objeto del
2
José de Churriguera (1665-1725), arquitecto y artista
madrileño famoso por sus retablos de altar, como el de la
iglesia de San Esteban de Salamanca, y la capilla del Sagrario
en la catedral de Segovia.
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artista barroco es despertar o excitar la sensibilidad con
sacudidas o estímulos violentos que pueden ser
sensoriales: colores vivos, luces fuertes, sonidos
estridentes; intelectuales: ideas ingeniosas
rebuscadas; o sentimentales: el terror, la compasión.
Hay un deseo exagerado de ser original o sorprendente,
de maravillar al público. 2) La exaltación del individuo o
del capricho personal: El artista ya no se somete a un
modelo clásico que imita, sino que sigue con toda
libertad su propia inspiración. La originalidad es, tal vez,
la principal aspiración del artista barroco. 3) La
exageración y gusto por lo desmesurado e hiperbólico,
una tendencia a exceder todo límite que en la poesía se
manifiesta en el uso del hipérbaton y los neologismos, la
creación de palabras nuevas. 4) El dinamismo o
concepto agitado de la vida y del arte; una contorsión de
los gestos y una rapidez y retorcimiento del estilo con
énfasis sobre el movimiento y la movilidad. A diferencia
del arte clásico estático, el Barroco ofrece un estilo que
es fundamentalmente enérgico. En este mundo
prevalecen las apariencias engañosas, el cambio
incesante de las cosas, su aparición y luego su
desaparición. Los escritores barrocos nos hacen
observar constantemente que, lo que fue, ya no es, y lo
que creímos verdad no es sino mentira. La vida es un
perpetuo transformarse de amables apariencias en
crueles realidades. Los personajes se entregan a sus
impulsos o revelan actitudes ambiguas. 5) La
contraposición o violento contraste de elementos
extremos; el arte clásico, modelo de la serena
sensibilidad, buscaba la armoniosa síntesis de sus
elementos. El Barroco presenta estos elementos en
violenta contraposición: lo grande se coloca frente a lo
pequeño, lo refinado se contrapone a lo grosero; lo feo a
lo bello, la luz lucha con la sombra en un fenómeno
artístico de claroscuro; la realidad se enfrenta con la
ilusión. 6) La compleja artificialidad o arte difícil y elitista
para minorías; el arte recargado de una
superabundancia de adornos. La naturalidad ya no es
una de las normas supremas del artista e invade la
literatura una fuerte afectación. La elegancia ya no se ve
en la espontaneidad y la sencillez sino en el artificio y la
complicación. El artista no busca ser comprendido por el
vulgo; se dirige a un público selecto. El arte barroco es
en ciertos casos accesible a unos pocos, sobre todo
cuando los elementos cultos sirven para la
ornamentación del lenguaje, llegándose hasta el
extremo de declarar que la intensidad del goce estético
está en relación directa con el esfuerzo realizado por el
lector para entender la obra. Esta actitud no hacía sino
exagerar la ya existente tendencia a la artificialidad. 7)
Una visión unilateral de la realidad con la deformación
expresionista e idealización desorbitada. Ha existido
siempre en el arte español una doble tendencia: la
realista y la idealista. En el arte barroco encontramos
una fuerte exageración de ambas características. El
realismo ahora revela un tono más crudo, incluso cruel,
que se convierte con frecuencia en caricatura y sátira.
Mientras se describen los aspectos externos más bajos
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de la vida social y de la realidad física, se revelan y se
comentan las inquietudes interiores del individuo en una
marcada exposición psicológica. El idealismo barroco no
y nos presenta una leve estilización sino una extravagante
creación en la que la realidad queda sustituida por otro
mundo de orden y belleza superiores que se
desenvuelve en una transformación radical del lenguaje:
el ruiseñor es una sirena con plumas; las ondas son
cuerdas de plata; el cielo, campos de zafiro. La obra
barroca muchas veces responde a un enfoque
completamente subjetivo en que la visión realista más
típica elimina sistemáticamente lo bello, ofreciendo un
mundo compuesto de elementos desagradables; o, por
el contrario, una visión idealista que huye de la realidad,
sustituyéndola por un mundo poético creado por la
imaginación del artista. Al hombre barroco le falta
serenidad, no conoce el justo medio, subrayando
morbosamente el lado repulsivo o eludiendo a la
realidad en una ansia de belleza absoluta.
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