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GRETA escena final de Reina Cristina: con

de Emilia Macaya dominio absoluto sobre las domas


(Costarricense, 1950) alzó la ceja izquierda, limpió aún
más el azul de los ojos y dejó
Caminaba por la calle con paso vagar la mirada por el horizonte
largo y descuidado, sombrero de encendido de la tarde. La persistente
ala ancha, anteojos oscuros y un luz reflejada en la única mitad de la
aire de desgano curvándole la cara visible en ese momento,
espalda, como si soportara un regalaba a su aspecto un brillo
peso que nadie había podido incomparable. Aferrándose al rubio
descifrar con exactitud. rojizo del solitario mechón
escapado a la cárcel de sombrero,
Estaba convencida de ser la más un rayo agonizante se empeñaba
reciente encarnación de Greta Garbo. en vencer la sombra de aquellos
Conforme se fortalecía en su mente ojos inmortales.
tal idea, moldeaba con empeño las
formas del cuerpo y las líneas del Rodolfo tenía que sucumbir sin
rostro, de manera que el parecido remedio a su encanto.
resultase indudable. Pasó
verdaderas hambrunas hasta Aumentaron las visitas, se
conseguir una silueta que, por multiplicaron los paseo y a partir de
etérea, parecía destinada a un ese momento, hasta las horas de
perpetuo estado de levitación. Con estudio fueron compartidas. Con
lágrimas y estornudos sin cuento tanta actividad, ella quedó aún más
afinó el arco de las cejas. Luego, delgada. El cansancio le afinó el
delineó artísticamente la boca, óvalo perfecto de la cara y la
aplicando a los labios un crayón presencia continua del John Gilbert
color rojo profundo. Finalmente, la de dieciocho años, terminó de
labor decisiva: obtener el dejo enmarcar el ensueño.
enigmático de la más hermosa
mirada hecha carne en este Sin embargo, algunos detalles
mundo. Para lograrlo, alargó con comenzaron a inquietarla. En una
empeño las pestañas y maquilló oportunidad fue la alabanza de una
los párpados con tal esplendidez, peca. Rodolfo, que miraba sus
que el solo peso del cosmético mejillas con gran detenimiento, alzó
languideció los ojos de manera de pronto la mano y quitó un poco
casi perfecta ya no se sabía a del maquillaje que las cubría.
ciencia cierta si había en ellos
tristeza nostalgia, hambre o -Tienes unas pecas encantadoras;
aburrimiento. La primera vez que no debías ocultarlas.
encontró a Rodolfo, percibió en su
expresión asombra da la evidencia ¡Pecas! Recordó la inmaculada piel
de la revelación. Indudablemente, de Greta y sus propios esfuerzos
también él se había percatado de cada mañana frente al espejo, al
la semejanza. Y como deseaba tratar de eliminar esas odiosas
enfatizar el hechizo, recurrió a la manchitas que sus padres le
habían dejado por herencia. Era de nuevo al suelo. Buscó en su
preciso evitar cualquier descuido, propia memoria y no encontró
por lo que redobló las atenciones vestigios de tal nombre. Nadie en
a su aspecto: cortó los rizos Ana la familia, nadie entre los amigos.
Karenina con el propósito Tal vez había surgido por alguna
de adherirse al estilo Ninotchka y asociación con la Literatura. Sí, la
con polvos oscuros marcó una fierecilla, Shakespeare... Pero
sombra en medio de ambos ojos, nunca interpretó Creta ese papel.
a fin de acentuar la curvatura en el Además, muy poco en común
puente de la nariz. Greta volvía a podía tener con aquella otra mujer
ser perfecta. indómita y vulgar.
¿Y en la historia? Catalina de
No pasó, sin embargo, mucho Aragón... Catalina de Médicis...
tiempo, antes de que Rodolfo Retratos junto a los nombres
introdujera una nueva distorsión en arrojaban rasgos extraños, algo
el cuadro aparentemente concluido. rudos y muy desagradables.
Deslizaba ella el cepillo por los Rodolfo debía estar volviéndose
cabellos que habían encontrado fin, el loco.
exacto tono rojizo, cuando el
muchacho, con voz algo tímida y algo Otro día habló de Cuba. Muy
cohibida, pronunció las frases interesado en la pesca preguntó si
fatales. le gustaría hacer con él un largo
viaje por mar. El Caribe y los
-¿Por qué no te recoges el pelo? peces. Aquello no tenía sentido.
Así, como si te lo sujetaras con Como para llevar a la culminación
descuido... el desconcierto, una noche de
especial calidez sobrevino la
¡Un verdadero disparate! Buscó tragedia.
todas las fotografías a su
disposición y en cada una de ellas Rodolfo había estado inmejorable.
aparecían las sedosas hebras de Ella, reproduciendo f a escena de
reflejos indescriptibles, siempre en la muerte en [a Dama de las
su justo lugar, como si el Camelias, se había desvanecido
movimiento, las prisas y el aire en sus brazos. La cabeza de diosa
jamás hubiesen existido. Creta vencida, hacia atrás, dejaba al
despeinada. Resultaba más fácil descubierto la curva admirable del
imaginar morena a Jean Harlow. cuello: en arqueada plenitud de
armonías, era el cuerpo una
En otra oportunidad, al imagen perfecta del cisne
contemplarla el muchacho con agonizante. Creía recuperar la
enamorados ojos que todo podían fuerza que alguna vez le había
presagiar menos tormentas, infundido Stiller; en la respiración
repentinamente la llamó Catalina. armada vibraban las sinfonías de
Stokowsky y un susurro devolvíale
¡Catalina! La representación tan la suave voz de Gilbert, al llamarla
afanosamente construida, se venía por el nombre secreto.
-Sueca, mi muchacha sueca.

Pero no. No era sueca lo que oía,


sino Kate. Rodolfo la estaba
llamando Kate. Al suelo cayeron, en
pedazos, diccionarios y libros.
Aquello no era literario, ni
escandinavo, mucho menos
cinematográfico. Parecía más bien
el apelativo cariñoso de alguna
costurerita modesta, en un
insignificante guión jamás filmado.

A pesar de lo mucho que se esforzó


por comprender y aunque multiplicó
la espesura del maquillaje, la
oscuridad de los anteojos y las
dimensione del sombrero, el misterio
no fue aclarado sino cuando,
invitada por el mismo Rodolfo,
conoció el santuario a Katharine
Hepburn que él tenía por
departamento.

Transcriptor: George

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