(Costarricense, 1950) alzó la ceja izquierda, limpió aún más el azul de los ojos y dejó Caminaba por la calle con paso vagar la mirada por el horizonte largo y descuidado, sombrero de encendido de la tarde. La persistente ala ancha, anteojos oscuros y un luz reflejada en la única mitad de la aire de desgano curvándole la cara visible en ese momento, espalda, como si soportara un regalaba a su aspecto un brillo peso que nadie había podido incomparable. Aferrándose al rubio descifrar con exactitud. rojizo del solitario mechón escapado a la cárcel de sombrero, Estaba convencida de ser la más un rayo agonizante se empeñaba reciente encarnación de Greta Garbo. en vencer la sombra de aquellos Conforme se fortalecía en su mente ojos inmortales. tal idea, moldeaba con empeño las formas del cuerpo y las líneas del Rodolfo tenía que sucumbir sin rostro, de manera que el parecido remedio a su encanto. resultase indudable. Pasó verdaderas hambrunas hasta Aumentaron las visitas, se conseguir una silueta que, por multiplicaron los paseo y a partir de etérea, parecía destinada a un ese momento, hasta las horas de perpetuo estado de levitación. Con estudio fueron compartidas. Con lágrimas y estornudos sin cuento tanta actividad, ella quedó aún más afinó el arco de las cejas. Luego, delgada. El cansancio le afinó el delineó artísticamente la boca, óvalo perfecto de la cara y la aplicando a los labios un crayón presencia continua del John Gilbert color rojo profundo. Finalmente, la de dieciocho años, terminó de labor decisiva: obtener el dejo enmarcar el ensueño. enigmático de la más hermosa mirada hecha carne en este Sin embargo, algunos detalles mundo. Para lograrlo, alargó con comenzaron a inquietarla. En una empeño las pestañas y maquilló oportunidad fue la alabanza de una los párpados con tal esplendidez, peca. Rodolfo, que miraba sus que el solo peso del cosmético mejillas con gran detenimiento, alzó languideció los ojos de manera de pronto la mano y quitó un poco casi perfecta ya no se sabía a del maquillaje que las cubría. ciencia cierta si había en ellos tristeza nostalgia, hambre o -Tienes unas pecas encantadoras; aburrimiento. La primera vez que no debías ocultarlas. encontró a Rodolfo, percibió en su expresión asombra da la evidencia ¡Pecas! Recordó la inmaculada piel de la revelación. Indudablemente, de Greta y sus propios esfuerzos también él se había percatado de cada mañana frente al espejo, al la semejanza. Y como deseaba tratar de eliminar esas odiosas enfatizar el hechizo, recurrió a la manchitas que sus padres le habían dejado por herencia. Era de nuevo al suelo. Buscó en su preciso evitar cualquier descuido, propia memoria y no encontró por lo que redobló las atenciones vestigios de tal nombre. Nadie en a su aspecto: cortó los rizos Ana la familia, nadie entre los amigos. Karenina con el propósito Tal vez había surgido por alguna de adherirse al estilo Ninotchka y asociación con la Literatura. Sí, la con polvos oscuros marcó una fierecilla, Shakespeare... Pero sombra en medio de ambos ojos, nunca interpretó Creta ese papel. a fin de acentuar la curvatura en el Además, muy poco en común puente de la nariz. Greta volvía a podía tener con aquella otra mujer ser perfecta. indómita y vulgar. ¿Y en la historia? Catalina de No pasó, sin embargo, mucho Aragón... Catalina de Médicis... tiempo, antes de que Rodolfo Retratos junto a los nombres introdujera una nueva distorsión en arrojaban rasgos extraños, algo el cuadro aparentemente concluido. rudos y muy desagradables. Deslizaba ella el cepillo por los Rodolfo debía estar volviéndose cabellos que habían encontrado fin, el loco. exacto tono rojizo, cuando el muchacho, con voz algo tímida y algo Otro día habló de Cuba. Muy cohibida, pronunció las frases interesado en la pesca preguntó si fatales. le gustaría hacer con él un largo viaje por mar. El Caribe y los -¿Por qué no te recoges el pelo? peces. Aquello no tenía sentido. Así, como si te lo sujetaras con Como para llevar a la culminación descuido... el desconcierto, una noche de especial calidez sobrevino la ¡Un verdadero disparate! Buscó tragedia. todas las fotografías a su disposición y en cada una de ellas Rodolfo había estado inmejorable. aparecían las sedosas hebras de Ella, reproduciendo f a escena de reflejos indescriptibles, siempre en la muerte en [a Dama de las su justo lugar, como si el Camelias, se había desvanecido movimiento, las prisas y el aire en sus brazos. La cabeza de diosa jamás hubiesen existido. Creta vencida, hacia atrás, dejaba al despeinada. Resultaba más fácil descubierto la curva admirable del imaginar morena a Jean Harlow. cuello: en arqueada plenitud de armonías, era el cuerpo una En otra oportunidad, al imagen perfecta del cisne contemplarla el muchacho con agonizante. Creía recuperar la enamorados ojos que todo podían fuerza que alguna vez le había presagiar menos tormentas, infundido Stiller; en la respiración repentinamente la llamó Catalina. armada vibraban las sinfonías de Stokowsky y un susurro devolvíale ¡Catalina! La representación tan la suave voz de Gilbert, al llamarla afanosamente construida, se venía por el nombre secreto. -Sueca, mi muchacha sueca.
Pero no. No era sueca lo que oía,
sino Kate. Rodolfo la estaba llamando Kate. Al suelo cayeron, en pedazos, diccionarios y libros. Aquello no era literario, ni escandinavo, mucho menos cinematográfico. Parecía más bien el apelativo cariñoso de alguna costurerita modesta, en un insignificante guión jamás filmado.
A pesar de lo mucho que se esforzó
por comprender y aunque multiplicó la espesura del maquillaje, la oscuridad de los anteojos y las dimensione del sombrero, el misterio no fue aclarado sino cuando, invitada por el mismo Rodolfo, conoció el santuario a Katharine Hepburn que él tenía por departamento.