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na de las preocupaciones del papa Benedic- to XVI, siendo atin cardenal Ratzinger, ha sido y sigue siendo el papel y la actuacion de los movi- mientos y las comunidades eclesiales. Este libro recoge dos textos fundamentales del cardenal: una conferencia y un coloquio con otros obispos. del mundo permiten conocer su vision sobre los. movimientos. Completa la obra la homilia que, ya siendo Papa, pronuncié en el encuentro con los movimientos y nuevas comunidades eclesia- les que se celebro en Pentecostés del 2006. Pa- labras todas que son una guia preciosa para los obispos y la Iglesia entera, invitada @ acoger los «nuevos soplos del Espiritu». Benedicto XVI Joseph Ratzinger, Kes Wiiee Mui Phases els en la BG et Cosh} Los movimientos en la Iglesia as Pensar y Higa Pensar y MCI SON 842852965 Il ——pgmzaiae, © I movimentielesial la lr callocacionetelogica, en I moviimenti nella Chiesa, «cargo del Pontficium Consilium pro Laicis, Libreria Editrice Vaticana, Citta del Vaticano 1999, 23-51, © I moviment te Chica it monde I movimento nla lectin vol det wae ge dl Pontifcun Conan pro Lak, ‘Tteea Baie Vatican, Cit dl Vain 2000, 21-25. © Homi desu Sante Beet XVT nel Encenr cn los cients "yrs come eer, [rsa Edirce Vaccang, Ci del Vasicano 2006, © SAN PABLO 2006 (Protasio Gomer, 11-15. 28027 Mads) TeL917 53 ~ Fax 317 425 723 Eval seactariadit@anpblocs (© Edisioni San Paolo s.r, Cinisello Balsamo (Mitin) 2006 ‘Titulo original: Nuoveirricioné dell Spirito “Traducido por Ezequiel Varona Valdivia Disribusn: SAN PABLO, Dis Come Rosina 1 28021 Madd Tel 917987975 = Far 915 052 050 J. ISBN onans-9e8 5 eg M.39877-2005 Tepes en utes Gras Gat. 29570 Homans (Mads) Pred in pan Imps on Espa Presentacién de la edicién espafiola Presentamos en esta edicién tres textos fundamen- tales de Benedicto XVI sobre los movimientos eclesiales. Dos correspondientes a su etapa como Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregacién para la Doctrina de la Fe, y un tercero, ya como Sucesor de Pedro, la homilia pronunciada en la vigilia de Pentecostés el 3 de junio de 2006 en la plaza de San Pedro, ante miles de representantes de movimientos y comunidades eclesiales. En estos textos, con independencia de su indole teoldgica o magisterial, el autor expone de forma profunda y sélida los fundamentos teolégicos de estas nuevas expresiones carismaticas de vida en comin y de apostolado, «Los movimientos han nacido precisamente de la sed de la vida verdadera, son movimientos por la vida en todos sus aspectos», recuerda Benedicto XVI. Consciente de esta reali- dad eclesial, va trazando los principales aspectos de su insercin en la Iglesia y sus afirmaciones sirven de guia tanto para pastores como para fieles, de 6 | Los movimientos en la iglesia forma que acojan los movimientos como «nuevos soplos o irrupciones del Espiritu». Ademas de las tres intervenciones de Benedicto XVI, la presente edicién cuenta con una amplia introduccién de Mons. Stanislaw Rylko, Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos. SAN PABLO quiere editar ahora de forma conjunta estas tres intervenciones sobre los movi- mientos y las comunidades eclesiales, especial- mente significativas en este momento eclesial, tras el Encuentro mundial de las familias de Valencia, el pasado mes de julio, a poco mas de un afio del comienzo del Pontificado del Papa Benedicto XVI. Esperamos que estas reflexiones sirvan de ayuda y ofrezcan luz tanto a miembros de estas comuni- dades como a los fieles en general, de forma que vivan en perfecta libertad evangélica, pues como recordé Benedicto XVI en su homilfa: «Los movi- mientos eclesiales quieren y deben ser escuelas de libertad, de esta libertad verdadera... Deseamos la libertad verdadera y grande, la de los herederos, la libertad de los hijos de Dios». El Editor Introduccién Mons. Staniszaw RyzKo Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos Ciudad del Vaticano El papa Benedicto XVI hace muchos afios que sigue, con pasion de tedlogo y pastor, el fenémeno de los movimientos y de las nuevas comunidades que han ido apareciendo en la Iglesia después del Concilio Vaticano II. Sus primeros contactos con estas realidades eclesiales se remontan a mediados de los afios sesenta, cuando atin era profesor en ‘Tubinga’, Mas tarde, con el paso del tiempo, estas relaciones se intensificaron y profundizaron, con- virtiéndose en una verdadera amistad. El entonces cardenal Ratzinger lo recordaba asi: «Para mi, personalmente, fue un acontecimiento maravi- lloso la primera vez que entré mds estrechamente ¥ CET mcvimenti, la Chiesa il mondo, Dialego con ilcardinale Joseph Ratzinger, en Pontiricium Constiium pro Larcs (ed.), I movimenti scclesal nll sollectudine pastoral dei vescov, Libreria Editrice Vaticana, ‘Ciudad del Vaticano 2000, 224. CF infra, 77s. 8 | Los movimientos en la glesia en contacto, a comienzos de los afios setenta, con movimientos como el Camino Neocatecumenal, Comunién y Liberacién 0 el Movimiento de los Focolares, experimentando el impulso y el entu- siasmo con que ellos vivian la fe; y por la alegria de esta fe se sentian instados a participar a otros el don que habjan recibido»’. Eran los afios del posconcilio, aftos dificiles para la Iglesia, pero el tedlogo y el pastor ve inmediatamente aquellas rea- lidades como un don providencial: «De improviso ~escribia él- nos encontramos con algo que nadie habia pensado. El Espiritu Santo, por asi decir, habia pedido de nuevo la palabra. En jévenes hom- bres y mujeres rebrotaba la fe, sin “condiciones” ni “peros”, sin subterfugios ni escapatorias, vivida en su integridad como don, como un regalo precioso que hace vivir»’, Al lado del siervo de Dios Juan Pablo II como Prefecto de la Congregacién para la Doctrina de la Fe, el cardenal Ratzinger fue intérprete autorizado de su magisterio sobre los movimientos eclesiales 2], Rarzinoer, I movimenti ecesal ela loro cllecaciene teologica, en Poxaricrumt Coxstuium pro Laicis (ed.),Imovimenti nella Chiesa Atti del Congreso mondiale dei movimenti eles, Rema 27-29 maggio 1998, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1999, 23-24; infra, 22. "Infea, 23, Introducciin | 9 y las nuevas comunidades, convirtiéndose en un punto de referencia seguro para ellas. El ve en los movimientos, de los que fue siempre interlocutor atento y prédigo en sabios consejos, «modos fuer- tes de vivir la fe»', una provocacién saludable que la Iglesia necesita siempre, una especie de profecia que preanuncia el futuro. Hace afios escribia: «En nuestros dias hay cristianos que quedan fuera, que se colocan fuera de este extrafio consenso de la existencia moderna, que intentan nuevas formas de vida; ellos, indudablemente, no exigen particu~ lar atencién por parte de la opinién piblica, pero hacen algo que indica realmente el futuro’. En otras palabras, asumen el rol de esas «minorias creativas» que, segtin Arnold Toynbee, son deter- minantes para el porvenir. El texto que abre esta publicacién es una pre- ciosa leccién que presenta de modo articulado y exhaustivo la visién teolégica que tiene el cardenal Ratzinger de los movimientos eclesiales y de las nuevas comunidades. Se trata de la conferencia «Los movimientos eclesiales y su lugar teolégico», pronunciada por él en la apertura del Congreso +7, Ratzincer, I! sale della terra. Cristianesimo e Chiesa Cattolica nella soolta de! millennia, Edizioni San Paolo, Milin 1997, 18 (trad. esp. La sal de la tierra Palabra, Madrid 2005) 5Tb, 146. 10 | Los movimientos en la gest mundial de los movimientos eclesiales, convo- cado en Roma por el Pontificio Consejo para los Laicos en mayo de 1998°. La conferencia, que a su extraordinaria profundidad teolégica une un gran valor pastoral, fue acogida por los participantes en el Congreso con calurosas expresiones de gratitud. En las magistrales y autorizadas palabras del car- denal Ratzinger, que habfa abierto ante sus ojos horizontes teoldgicos nuevos y fascinantes, ellos veian reflejada y confirmada su experiencia de fe, su identidad eclesial mas profunda. Para plantear correctamente un discurso teo- logico sobre los movimientos eclesiales —segiin el cardenal Ratzinger no basta la dialéctica de los principios: institucién y carisma, cristologia y pneumatologia, jerarquia y profecfa, porque la Iglesia no esta edificada dialécticamente, sino organicamente’. Por tanto, él propone otro camino, a saber, el de la aproximacién hist6rica, viendo en la «sucesién apostélica» y en la «apostolicidad» el justo lugar teolégico de los movimientos de la Iglesia. Una perspectiva que revela la misma razén de ser de movimientos eclesiales y nuevas comu- TEFL Raremoen,Imovinent elie caleaione cee nella Chiesa, 0.¢., 23-51; infra, 25-71. 7 Cf infra, 37s. Imtroducciin 111 nidades: la misién que rebasa las fronteras de las Iglesias locales para legar «hasta los confines de la tierra». Es, pues, el vinculo que los une al minis terio del Sucesor de Pedro en la Iglesia universal. «El papado no ha creado los movimientos ~afirma el cardenal Ratzinger-, pero ha sido su apoyo, su pilar esencial en la estructura de la Iglesia [...]. El papa necesita estos servicios, y estos servicios lo necesitan a él, y en la reciprocidad de ambas clases de misién se logra la sinfonia de la vida eclesial»’, El fenémeno de los movimientos, una constante de la vida de la Iglesia, esta presente a Jo largo de toda su historia. La interesante resefia histérica que él hace demuestra que ellos han dado forma a las oportunas intervenciones del Espiritu Santo para suscitar santos y carismas nuevos en respuesta a los desafios que la Iglesia ha debido afrontar en todas las épocas. La apa- sionante leccién termina con algunos criterios practicos de discernimiento, titiles para los pas- tores y para los mismos movimientos. En efecto, por un lado, el cardenal Ratzinger pone a estas nuevas realidades en guardia contra los riesgos que derivan de una condicin todavia en ciertos aspectos «adolescente», como formas a veces exce- "1b, 50y 61 12 | Los movimientos en fa igesia sivas de exuberancia, unilateralidad de diversos tipos, erréneas absolutizaciones. Y, por el otro, previene a los pastores, a quienes invita a «no ceder a ninguna pretensién de uniformidad absoluta en la organizacién y en la programacién pastoral [...] jmejor menos organizacién y més Espiritu Santo!»’, En efecto, los carismas nece- sitan un espacio indispensable de libertad para poder desarrollarse plenamente. Por ello, él dirige a entrambas partes un apremiante llamamiento a dejarse educar y purificar por el Espiritu!®. El segundo texto incluido aqui, aunque parta del mismo punto, tiene un cardcter totalmente diverso del primero, pero sin duda alguna es complemen- tario. Contiene el didlogo del cardenal Ratzinger con un numeroso grupo de obispos procedentes de todas las partes del mundo para participar en el seminario de estudio sobre el tema «Movimientos eclesiales y nuevas comunidades en Ia solicitud pastoral de los obispos», promovido en Roma en el mes de junio de 1999 por el Pontificio Consejo para los Laicos en colaboracién con la Congrega- cién para los Obispos y la Congregacién para la Infra, 69. © CFib, 68. Introduccion 113, Doctrina de la Fe", La férmula del coloquio, en lugar de una relacién, encontré una acogida muy favorable entre los obispos, agradecidos por la oportunidad de poderse confrontar directamente con el Prefecto de a Congregacién para la Doc- trina de la Fe sobre cuestiones doctrinales y pasto- rales muy importantes para ellos. El intercambio, que parte de Ja experiencia personal del autorizado interlocutor con los movimientos, abarca un radio bastante amplio, tocando tematicas como la rela- cién entre viejos y nuevos carismas, la dimensién institucional y la dimensién carismatica de la Igle- sia, el aspecto mariano y el aspecto petrino de la Iglesia, los movimientos eclesiales y las parroquias, los movimientos y la misién de la Iglesia en una sociedad no cristiana, los elementos constitutivos de una eclesiologia de los movimientos, el futuro de la religion... Entre tantos pensamientos, todos ellos estimulantes, me llama poderosamente la atencién la idea de los movimientos como «lugar» que ayuda a los cristianos a «sentirse en casa» en la Iglesia: «Los movimientos, a mi entender, tienen Ia especificidad de ayudar a reconocer en una gran Iglesia, que podria aparecer solamente como una ¥ Las actas del Seminario estén publicadas en Ponrurrcrum Con- suru Pro Latcis (ed. J movimentiecesali nella sollecitudine pastorale dei vesovi, o.. 14 | Los movimientos en la iglesia gran organizacién internacional, la casa donde se halla la atmésfera propia de la familia de Dios, permaneciendo al mismo tiempo en la gran fami- lia universal de los santos de todos los tiempos». Hoy, mas que nunca, releyendo este dilogo, causa impresién la seriedad con que el cardenal Ratzin- ger toma todas las preguntas, la amplitud y la consistencia de sus respuestas, que Ilegan siempre hasta el fondo, sin olvidar ninguna dimensién de los interrogantes hechos. Y causa asimismo impresién la sabidurfa pastoral con la que trata cuestiones complejas y nodales, asi como la carga de esperanza que se desprende de sus palabras. Elegido papa, Benedicto XVI no ha cesado de manifestar su afecto y atencién pastoral a estas rea- lidades. Baste recordar aqui las palabras dirigidas a los jévenes concentrados en Colonia en agosto de 2005 para celebrar la XX Jornada mundial de Ia juventud: «Construid comunidades basadas en Ja fe. En los tiltimos decenios han nacido movi- mientos y comunidades en los cuales la fuerza del Evangelio se deja sentir con vivacidad»'*. Y las que dijo a los obispos alemanes, siempre sobre el ® CFinfra, 104. » Benepicro XVI, Homilia en la santa Misa celebrada en la expla- nada de Marienfeld, en'La Revelucién de Dios. A los jovenes en Colonia, San Pablo, Madrid 2006, 89-90. Introduccion 115 tema de los movimientos: «La Iglesia debe valorar estas realidades y al mismo tiempo debe dirigirlas con sabiduria pastoral, para que contribuyan de la mejor manera posible, con sus diversos dones, a la edificacién de la comunidad», afiadiendo un inciso importante: «Las Iglesias locales y los movimientos no estan en contraste entre sf, sino que constituyen Ia estructura viva de la Iglesian"*, Precisamente de esta profunda solicitud pas- toral ha surgido la iniciativa del Santo Padre de convocar en Roma, en la vigilia de Pentecostés de este afio, a los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades de todo el mundo, para dar una vez més juntos un testimonio de unidad en la diversi- dad de sus carismas. Transcurridos ocho afios del histérico encuentro del 30 de mayo de 1998 con el papa Wojtyla —un evento que para movimientos y comunidades marcé el inicio de una nueva etapa hacia la «madurez eclesial»-, la invitacion de Bene- dicto XVI ha sido acogida por ellos con alegria, entusiasmo y profunda gratitud. El encuentro del papa Ratzinger con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades esta en perfecta continui- dad con el que ellos tuvieron con Juan Pablo II. Y Benepicto XVI, Discurso a los obispos de la Conferencia Episcopal Alemana, Osservatore Romano (24 de agosto de 2005) 5. 16 | Los movimientos en la glsia estamos seguros de que, como aquel, gracias a la fuerte y luminosa palabra del Sucesor de Pedro, se convertira en importante piedra miliar en su vida y en la vida de la Iglesia. ‘Me congratulo con la Editorial San Pablo por la feliz iniciativa de publicar estos tres textos tan sig- nificativos, en concomitancia con el intenso camino de preparacién espiritual que los movimientos ecle- siales y las nuevas comunidades estan recorriendo con vistas al encuentro con Benedicto XVI. Estas paginas les servirén de bnijula segura y guia preciosa para atender a lo esencial y redescubrir nuevamente, como siempre, su misma raz6n de ser: el servicio a la misi6n en la Iglesia. LOS MOVIMIENTOS ECLESIALES | Y SU LUGAR TEOLOGICO En la gran enciclica misionera Redemptoris missio, escribe el Santo Padre: «Dentro de la Iglesia se pre- sentan diversos tipos de servicios, funciones, minis- terios y formas de animacion de la vida cristiana. Recuerdo, como novedad surgida recientemente en no pocas iglesias, el gran desarrollo de los “movi- mientos eclesiales”, dotados del dinamismo misio- nero. Cuando se integran con humildad en la vida de las iglesias locales y son acogidos cordialmente por obispos y sacerdotes en las estructuras dioce- sanas y parroquiales, los movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangeli- zacién y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jovenes, ala vida cristiana y a la evangelizacién, con una vision pluralista de los modos de asociarse y de expresarse>!, RM 72, 20 ! Los movimlentosen la iglesia Para mi, personalmente, fue un acontecimiento maravilloso la primera vez que entré més estrecha- mente en contacto, a comienzos de los afios setenta, con movimientos como el Camino Neocatecume- nal, Comunién y Liberacién 0 el Movimiento de los Focolares, experimentando el impulso y el entu- siasmo con que ellos vivian la fe; y por Ia alegria de esta fe se sentian instados a participar a otros el don que habjan recibido. En aquellos tiempos, Karl Rahner y otros solian hablar de «invierno» en Ia Iglesia; en realidad parecfa que, tras la gran flo- racién del Concilio, el hielo hubiera sustituido a la primavera y el cansancio a un nuevo dinamismo. Entonces el dinamismo parecia estar en una parte completamente distinta; allf donde, con las propias fuerzas y sin molestar a Dios, nos afandba- mos para dar vida al mejor de los mundos futuros. Que un mundo sin Dios no pueda ser bueno, y menos atin el mejor, resultaba evidente para todo el que no era ciego. Pero, ¢dénde estaba Dios? Y la Iglesia, después de tantas discusiones y fatigas en busca de nuevas estructuras, ¢no estaba de hecho exhausta y aplanada? La expresin rahneriana era plenamente comprensible; reflejaba una experiencia que estaban haciendo todos. Pero de improviso nos encontramos con algo que nadie habia pensado. Los movimiontoselesilesy su lugar telégica | 21 El Espiritu Santo, por asi decitlo, habia pedido de nuevo la palabra. En jévenes hombres y mujeres rebrotaba la fe, sin «condiciones» ni «peros», sin subterfugios ni escapatorias, vivida en su integridad como don, como un regalo precioso que hace vivir. Ciertamente no falté quien viera aquello como algo que venja a perturbar debates intelectualistas y pro- yectos de construccién de una Iglesia totalmente diversa y hecha a su imagen. ¢Y cémo podia ser de otro modo? Donde irrumpe, el Espiritu Santo trastorna siempre los proyectos de los hombres. Pero habia y hay también dificultades més serias. En efecto, aquellos movimientos mostraban signos de una condicién todavia infantil. Se podia captar la fuerza del Espiritu, Espiritu que sin embargo acta por medio de hombres y no los libera de la seduccién de sus debilidades. Habia propensiones al exclusivismo, a acentuaciones unilaterales, y de ahi su ineptitud para insertarse en las Iglesias loca- les. Aquellos chicos y chicas sacaban de su impulso juvenil Ia conviccién de que la Iglesia local debia elevarse, por asi decirlo, a su nivel y no, viceversa, que eran ellos quienes debian dejarse engarzar en una unién que a veces estaba realmente Ilena de incrustaciones. Hubo fricciones, de las que, en diversa manera, fueron responsables ambas partes. Fue necesario reflexionar sobre el cémo las dos 22 | Los movimientos en la iglesia realidades el nuevo florecimiento eclesial, que se originaba de situaciones nuevas, y las preexistentes estructuras de la vida eclesial, 0 sea, parroquia y didcesis~ podian relacionarse debidamente. En gran medida se trata de cuestiones eminentemente précticas, que no deben andarse por las ramas. Pero, por otra parte, esté en juego un fendmeno que reaparece peridicamente, en formas disparatadas, en la historia de la Iglesia. Existe la permanente forma basica de la vida eclesial, en la que se expresa la continuidad de los ordenamientos histéricos de la Iglesia. Y siempre se registran nuevas irrupciones del Espiritu Santo, que hacen cada vez més viva y nueva la estructura de la Iglesia. Pero casi nunca esta renovacién esta completamente inrnune de suftimientos y fricciones. Por eso no nos podemos desentender de la cuestién de principio del cémo se puede determinar correctamente el lugar teolégico de dichos «movimientos» en la continuidad de los ordenamientos eclesiales. Los movimientosecesiales yu ugar teoligco | 23 1. Intentos de clarificacién mediante una dialéctica de los principios Institucion y carisma Para la solucién del problema se ofrece ante todo, como esquema fundamental, la duplicidad de insti- tucién y evento, institucién y carisma. Pero cuando se intenta iluminar mas a fondo las dos nociones, a fin de advenir a reglas segtin las cuales precisar vali- damente su relacién mutua, surge algo inesperado. El concepto de «institucién» se desmorona entre las manos del que intenta definirlo con rigor teolégico. En efecto, ccuales son los elementos institucionales portantes que caracterizan a la Iglesia como orde- namiento estable de su vida? Sin duda, obviamente, el ministerio sacramental en sus diversos grados: episcopado, presbiterado y diaconado. El sacra~ mento que, significativamente, lleva el nombre de «Orden» es en definitiva la tinica estructura per- manente y vinculante que, dirfamos, da a la Iglesia su estable ordenamiento originario y la constituye como «institucin». Pero sdlo en nuestro siglo, sin duda por razones de conveniencia ecuménica, se ha dado en designar el sacramento del Orden sim- plemente como «ministerio», apareciendo desde el tinico punto de vista de la institucién, de la realidad 24 | Los movimientosen la iglesla institucional. Pero este «ministerio» es un «sacra~ mento», y por tanto es evidente que asi se destruye la comin concepcién sociolégica de «institucién». Que el tinico elemento estructural permanente de Ia Iglesia sea un «sacramento» significa, al mismo tiempo, que debe ser recreado continuamente por Dios. La Iglesia no dispone auténomamente de él, no se trata de algo que exista simplemente y que determina segiin las propias decisiones. Slo secundariamente se realiza por una llamada de la Iglesia; primariamente, en cambio, se realiza por una llamada de Dios dirigida a estos hombres, es decir, de modo carismético-pneumatoldgico. De ello se desprende que puede ser acogido y vivido, siempre, en virtud de la novedad de la vocacién, de la indisponibilidad del Espiritu. Estando ast las cosas, y ya que la Iglesia no puede instituir ella misma simplemente «funcionarios», sino que debe esperar la llamada de Dios, por esta misma razén, y en definitiva s6lo por esta, es por lo que puede haber penuria de sacerdotes. Por tanto, desde los comienzos ha sido claro que este ministerio no puede ser creado por la institucién, sino que ha de impetrarse a Dios. Desde los comienzos es verdadera la palabra de Jestis: «La mies es mucha y los obreros pocos. Pedid al duefio de la mies que mande obreros a su mies» (Mt 9,37-38). Se com- Los movimientosecesiles su ugar teolgico | 25 ptende, pues, asimismo que la llamada de los Doce fuera fruto de una noche de oracién de Jestis (cf Le 612-16). La Iglesia latina ha subrayado explicitamente tal cardcter rigurosamente carismatico del minis- terio presbiteral, y lo ha hecho, coherentemente con antiquisimas tradiciones eclesiales, vinculando la condicién presbiteral al celibato, que con toda evidencia puede ser entendido sélo como carisma personal y no simplemente como peculiaridad de un oficio?. La pretensién de separar a la una del otro se basa, en definitiva, en la idea de que el sacerdocio no ha de ser entendido desde una perspectiva carismatica, sino que ha de ser visto en cambio, para la seguridad de la institucién y de sus exigencias, como puro y simple ministerio que corresponde conferir a la misma institucién. Asi pues, para el que quiere someter el sacerdocio a la gestion administrativa, con sus seguridades insti- tucionales, el vinculo carismatico, que se encuentra en la exigencia del celibato, es un escindalo que ha 7 Que el celibato sacerdotal no es una invencién medieval, sino que se remonta alos primeros tiempos de la Tglesia lo demuestra de modo claro y convincente el card. A. M. Sticker, Der Kleikerzilibat. Seine Entwicblinageshcte und sine tholegicten Granger, Abesberg Kral 1993. CF también C. Cocuisi, Origines apostligues du clibat sacerdotal, Namut-Paris 1981; S. Hetp, Zolibat in der fraben Kirche, Paderborn 1997. 26 | Los movimiento en iglesia de evitarse lo més pronto posible. Pero entonces también la Iglesia en su conjunto es entendida como un ordenamiento puramente humano, y la seguridad a la que se tiende de este modo, en iiltimo término, ya no es capaz de dar aquello que deberia conseguir. Que la Iglesia sea no una ins- titucién nuestra sino el irrumpir de algo diverso, por lo que es por su naturaleza iuris divini, es un hecho del que se desprende que nosotros no pode- mos crearnosla nunca. Es decir, que no nos es licito aplicarle nunca un criterio puramente institucional; 0 sea, que la Iglesia es enteramente ella misma sélo donde se trascienden los criterios y las modalidades de las instituciones humanas. Naturalmente, ademas de este ordenamiento fundamental verdadero y propio —el sacramento-, en la Iglesia existen también instituciones de dere- cho meramente humano, en orden a miiltiples formas de administracién, organizacién y coordi- nacién, que pueden y deben desarrollarse seguin las exigencias de los tiempos. Debemos decir inme- diatamente que la Iglesia tiene necesidad de estas instituciones, pero si son demasiado numerosas y preponderantes ponen en peligro el ordenamiento y la vitalidad de su naturaleza espiritual. La Igle- sia debe verificar continuamente su propia unién Los movimientosecesioles ysu ugar teolégico | 27 institucional, para que no se vuelva excesivamente pesada ni agarrote, en una armadura que asfixie, su vida espiritual propia y peculiar. Naturalmente, es comprensible que, caso de que le falten durante mucho tiempo las vocaciones sacerdotales, la Iglesia Hegue a sentir la tentacién de proporcionarse, por asi decir, un clero sustitutivo de derecho puramente humano’. Ella puede verse realmente en la nece- sidad de instituir ordenamientos de emergencia, ya menudo ha recurrido de buen grado a ello en las misiones y en situaciones andlogas. Hay que estar agradecidos a cuantos en tales situaciones eclesiales de emergencia han servido y sirven como animadores de la oracién y primeros anunciadores del Evangelio. Pero si en todo esto se olvidase la oracién por las vocaciones al sacramento, si en un sitio u otro la Iglesia empezara a abastecerse de este modo a s{ misma y, dirfamos, casi a prescindir del don de Dios, se comportarfa como Saiil, que en la gran tribulacién filistea esper6 largo tiempo a Samuel, pero al no aparecer este y empezar el pueblo a dispersarse, perdié la paciencia y ofrecié 4 mismo el holocausto. A él, que habia pensado que no podia actuar de otra manera en estado de "Er Ia parte final de la Instrucion sobre algunas cuestiones acerca de 1a colaboracgn dels lacos con el minisero de los sacerdotes,publicada en 1997, se trata de este problema. 28 | Los movimientos en la iglesia emergencia y que podia, mejor, debia hacerse cargo de la causa de Dios, se le dijo que precisamente por esto se lo habia jugado todo: quiero obediencia, no sacrificios (cf 1Sam 13,8-14; 15,22). Volvamos a nuestra pregunta: {Cul es la rela- cién mutua entre estables ordenamientos eclesiales y emergencias carisméticas siempre nuevas? El esquema institucién-carisma no nos da una res- puesta satisfactoria, ya que la contraposicién dualis- tica de estos dos aspectos apenas describe la realidad de la Iglesia. Esto no impide que de lo dicho hasta ahora podamos extraer algiin principio orientador: a) Es importante que el ministerio sagrado, el sacerdocio, sea entendido y vivido carisméti- camente. También el sacerdote tiene el deber de ser un «pneumético», un homo spiritualis, un hombre suscitado, estimulado, inspirado por el Espiritu Santo. Tarea de la Iglesia es hacer que este cardcter del sacramento sea considerado y aceptado. Preocupada por la supervivencia de sus ordenamientos, no se le permite poner en primer plano el mimero, reduciendo las exigen- cias espirituales. Si lo hiciera, seria irreconocible el sentido mismo del sacerdocio. Un servicio mal desempefiado, mas que ayudar, dafia. Bloquea el Los movimientoseclesiles y su lugar teolgico | 29 camino al sacerdocio y a la fe. La Iglesia debe ser fiel y reconocer al Sefior como Aquel que la crea y sostiene. Y debe ayudar con todos los medios al lamado a permanecer fiel muy por encima de sus principios, a no sucumbir lentamente a la rutina, sino mds bien a ser cada dia mds un verdadero hombre del Espiritu. b) Donde se vive pneumatica y carisméticamente el ministerio sagrado, no hay ningyin agarrotamiento institucional; por el contrario, subsiste una aper- tura interior al carisma, una especie de «olfato» por el Espiritu Santo y su actuar. Y entonces también el carisma puede reconocer nuevamente su propio origen en el hombre del ministerio y se encontrarin caminos de fecunda colaboracién en el discernimiento de los espiritus. c) En situaciones de emergencia, la Iglesia debe ins- tituir ordenamientos de emergencia. Pero estos tiltimos deben entenderse a si mismos en interior apertura al sacramento, acercarse y no alejarse de al. En lineas generales la Iglesia deberd aligerar lo més posible las instituciones administrativas. Lejos de hiperinstitucionalizarse, deber4 perma- necer siempre abierta a las imprevistas ¢ impro- gramables Ilamadas del Sefior. 30 | Los movimlentos en a iglesia Gristologia y pneumatologia Pero ahora nos preguntamos: si institucién y carisma sélo pueden considerarse parcialmente como realidades contrapuestas y por tanto el bino- mio no proporciona mas que respuestas parciales a nuestra cuestién, ghay quiz4 otros puntos de vista teolégicos mds aptos para ella? En la teologia contemporanea emerge cada vez més claramente la contraposicidn entre visién cristolégica y visién pneumatolégica de la Iglesia, donde se afirma que el sacramento es correlato a la linea cristolégico- encarnacional, en la que deberia apoyarse la linea pneumatolégico-carismitica. A este propésito, ha de hacerse distincién entre Cristo y Pneuma. Por el contrario, asi como no est4 permitido tratar a las tres Personas en la Trinidad como una comunién de tres dioses, sino que se la debe entender como un solo Dios en la relativa triada de las Personas, asi también la distincién entre Cristo y Espiritu s6lo es correcta si gracias a su diversidad logramos entender mejor su unidad. No es posible entender rectamente al Espiritu sin Cristo, y tampoco a Cristo sin el Espiritu Santo. «El Sefior es el Espi- ritu», nos dice san Pablo en la segunda Carta a los corintios (3,17). Esto no quiere decir que los dos sean sic et simpliciter la misma realidad o la misma Los movimientosectsialesy su lgor teodgico | 31 Persona. Quiere decir, mas bien, que Cristo, en cuanto es el Sefior, puede serlo, entre nosotros y para nosotros, s6lo en cuanto la Encarnacién no fue su iltima palabra. La Encarnaci6n se realiza en la muerte de cruz y en la Resurreccién. Es como decir que Cristo puede venir sélo en cuanto nos ha precedido en el orden vital del Espiritu Santo y se comunica por medio de él y en él. La cristologia pneumatolégica de san Pablo y de los discursos de despedida del evangelio de Juan no se ha integrado suficientemente atin en nuestra visién de la cristo- logfa y de la pneumatologia. Sin embargo, la nueva presencia de Cristo en el Espiritu es el presupuesto esencial para que haya sacramento y presencia sacramental del Seftor. Asi pues, una vez mas se iluminan el ministe- rio «espiritual» en la Iglesia y su lugar teolégico, que la tradicién ha fijado en la nocién de successio apostolica. «Sucesién apostélica» no significa en absoluto, como podria parecer, que nos volvemos, por asi decir, independientes del Espiritu gracias al ininterrumpido concatenarse de la sucesién. Exac~ tamente al contrario, el vinculo con la linea de la successio significa que el ministerio sacramental no esta nunca a nuestra disposicién, sino que debe ser dado siempre y de continuo por el Espiritu, por 32 | Los movimientos en a iglesia ser precisamente ese Sacramento-Espiritu el que no podemos hacer o realizar nosotros. No basta para ello la competencia funcional en cuanto tal: es necesario el don del Sefior. En el sacramento, en el operar vicario de la Iglesia por medio de signos, se ha reservado la permanente y continua insti- tucién del ministerio sacerdotal. El peculiarisimo vinculo entre «una vez» y «siempre», que vale para el misterio de Cristo, aqui se hace sumamente visi- ble. El «siempre» del sacramento, el hacerse pneu- miticamente presente del origen histérico en todas las épocas de la Iglesia, presupone la conexién con el Eda, con el irrepetible evento originario. La conexién con el origen, con ese hito firmemente plantado en la tierra que es el evento tinico y no repetible, es imprescindible. Jamas podriamos eva- dirnos en una pneumatologia suspensa en el aire o dejar a nuestras espaldas el s6lido terreno de la Encarnaci6n, del actuar histérico de Dios. Por el contrario, lo irrepetible se hace participa- ble en el don del Espiritu Santo, que es el Espiritu de Cristo resucitado, Lo irrepetible no se hunde en lo que ya ha sido, en la irrepetibilidad de lo que ha pasado para siempre, sino que Ileva en si la fuerza de hacerse presente, ya que Cristo ha atravesado el «velo [de la] carne» (Heb 10,20) y por ende en tal Los movimientoselesiles y su lugar teolgico | 33 evento lo irrepetible ha hecho accesible lo que per- manece siempre. La encarnacién no se interrumpe en el Jestis hist6rico, en su ott (cf 2Cor 5,16). El «Jestis histérico» se hace importante para siempre justamente porque su carne es transformada con la Resurreccién, de modo que ahora él puede, con la fuerza del Espiritu Santo, hacerse presente en todo tiempo y lugar como muestran admirablemente los discursos de despedida de Jestis en el evangelio de Juan (cf especialmente 14,28: «Me voy, pero volveré a estar con vosotros»). De esta sintesis cristolgico- pneumatolégica cabe esperar que para la solucién de nuestro problema nos sirva de verdadera ayuda una profundizacién de la nocién de sucesién apos- télica. Jerarquia y profecia Antes de profundizar en estas ideas cabe mencio- nar brevemente una tercera propuesta interpreta- tiva de la relacién entre estables ordenamientos eclesiales y nuevos florecimientos pneumiticos: En nuestros dias hay quien, remitiéndose a la interpretacin escrituristica de Lutero en la dialé- ctica entre Ley y Evangelio, contrapone de buen grado la linea ctiltico-sacerdotal a la profética en 34 | Los movinlentos en la iglesia la historia de la salvaci6n. A la segunda habria que adscribir los movimientos. Tampoco esto, como todo aquello sobre lo que hemos reflexionado hasta ahora, es completamente erréneo, pero, una vez més, es sumamente impreciso y por ello inutilizable en esta forma. El problema es dema- siado amplio para ser tratado a fondo en esta sede. Ante todo deberiamos recordar también que la misma ley tiene caracter de promesa. Sdlo por ser tal, Cristo pudo cumplirla y, al cumplirla, al mismo tiempo «abolirla». En verdad, ni siquiera los profetas biblicos prescindieron de la Tord; por el contrario, se propusieron valorar su verdadero sentido, polemizando contra los abusos que de ella se hacian. Es relevante, por fin, que la misi6n profética sea siempre conferida a personas par- ticulares y no se conceda nunca a una «clase» 0 status peculiar. Toda vez. que (como ha sucedido de hecho) la profecia se presenta como un stafus, los profetas biblicos la han criticado con dureza no menor que aquella que usan con la «clase» de los sacerdotes veterotestamentarios*. Dividir la a contraposicién clisica entre profetas enviados por Dios y profetas de la insttucién se encuentra en Am 7,10-17. Una situacién aniloga se verfica en 1Re 22, en el enfrentamiento entee los 400 profe- tas y Miqueas;igualmente en Jeremias, po ejemplo 37,19. Cf también J. Raraincen, Natura ¢compito della tealogi, Jaca Book, Milin 1993, 104-106. Los movimientosectesiles su lugar teolgico | 35 Iglesia en una «izquierda» y una «derecha», en el status profético de las érdenes religiosas o de los movimientos, por una parte, y en la jerarqufa, por Ia otra, es una operacién que la Escritura no nos autoriza en absoluto. Al contrario, es algo artifi- cioso y absolutamente antitético a la Escritura. La Iglesia esta edificada no dialécticamente, sino orgénicamente. De verdadero, pues, sélo hay que se dan en ella funciones diversas y que Dios suscita incesantemente hombres profetas -sean laicos o religiosos, obispos o sacerdotes— que le lanzan esa Iamada que en el curso normal de la institucién no alcanzaria la fuerza necesaria. Personalmente opino que no es posible entender a partir de esta esquematizacién la naturaleza y cometidos de los movimientos. Y ellos mismos estén muy lejos de entenderse de tal modo. El fruto de las reflexiones expuestas hasta ahora es, pues, més bien escaso atendiendo a nuestra pro- blematica, pero no por ello carece de importancia. No se llega a la meta si como punto de partida hacia una soluci6n se elige una dialéctica de los principios. En lugar de elegir este camino, a mi entender conviene adoptar un planteamiento his- t6rico, que es coherente con la naturaleza histérica dela fe y de la Iglesia. 36 | Los movimientos en la iglesia 2. Las perspectivas de la historia: sucesion apostdlica y movimientos apostélicos Ministerios universales y locales Preguntémonos, pues: gcémo aparecen los albo- res de la Iglesia? Incluso quien tiene un minimo conocimiento de los debates sobre la Iglesia naciente, a cuyo modelo tratan de equipararse todas las Iglesias y comunidades cristianas, sabe perfectamente que parece una empresa desespe- rada poder Ilegar a algiin resultado partiendo de este interrogante de naturaleza historiografica. Si, no obstante, intento buscar a tientas una solu- cién, lo haré a partir de una visidn catélica de la Iglesia y de sus origenes, que por un lado nos ofrece un marco sélido, pero por el otro nos deja abiertos espacios de ulterior reflexién, que estan todavia muy lejos de agotarse. No hay ninguna duda de que, a partir de Pentecostés, aquellos que asumen més directamente el mandato misionero de Cristo son los Doce, a quienes muy pronto se les denomina también «apéstoles». A ellos se les encomienda la misién de evar el mensaje de Cristo «hasta los extremos confines de la tierra» (He 1,8), de ir a todas las naciones y hacer a todos los hombres discipulos de Jestis (cf Mt 28,19). El Los movimientosecesiles y su ugar teoligico | 37 Area que se les asigna es el mundo. Sin delimita- ciones locales, ellos sirven a la creacién del tinico Cuerpo de Cristo, del tinico pueblo de Dios, de la tinica Iglesia de Cristo. Los apéstoles no eran obispos de determinadas Iglesias locales, sino, precisamente, «apéstoles» y, en cuanto tales, des- tinados al mundo entero y a la Iglesia que habia que construir: la Iglesia universal precede a las Iglesias locales, que surgen como sus actuacio- nes concretas’. Para decirlo atin mas claramente y sin sombra de equivoco: Pablo no fue nunca obispo de una determinada localidad ni quiso serlo, La tinica reparticién que se hizo al prin- cipio la consigné Pablo en la Carta a los galatas (2,9): nosotros —Bernabé y yo- nos dedicaremos a los paganos; ellos —Pedro, Santiago y Juan— a * CE Conanraacton para ta Docrnina ne ta Fe, Lettora ‘Com- ‘munionis notio® sw aleuni aspect della Chiesa intesa come comunione. Testo & commenti. Libreria Editrice Vaticana, Citta del Vaticano 1994, n. 9,29- 31; ef también mi introducci6n, ib, 8-12, He expuesto més ampliamente esta correlacidn en mi pequefi libro Le Chiesa. Una comunita sempre in cammino, Edizioni San Paolo, Cinisello Balsamo 1991, 30-31 y 55- 74 (trad. esp.: La Iglesia, Una comunidad siempre en camino, San Pablo, ‘Madrid 2005), De hecho, tanto en la Sagrada Eseritura como en los Santos Padres la precedencia de la tinica Iglesia, de la tinica esposa de Cristo, en la que se profonga la herencia del pueblo de Israel, dela «hija» y de la «esposa» Sidn, en relacién con la concrecién empitica del pueblo de Dios en las Iglesias locales es tan evidente que resulta dificil comprender cémo se ha podido ponerla en duda con tanta frecuencia. ‘A este propésito basta consultar la obra de H. pe Lusac, Catbolicisme (1938), 0 su Mediation sur /Eglive (1954) 0 los hermosos textos que H. Ranier ha recogido en su libro Mater Eelsiae (1944). 38 | Los movimientos en la iglesia los hebreos. Pero de esta biparticién inicial se pierde muy pronto todo rastro: también Pedro y Juan se saben enviados a los paganos e inmedia- tamente rebasan los confines de Israel. Santiago, el hermano del Sefior, que después del ato 42 se convirtié en una especie de primado de la Iglesia hebrea, no era un apéstol. Sin entrar atin en consideraciones de detalle, podemos afirmar que el ministerio apostélico es un ministerio universal, dirigido a toda la huma- nidad, y por tanto a Ia Iglesia entera y tinica. De a actividad misionera de los apéstoles nacen las Iglesias locales, que necesitan responsables que las dirijan. A estos les incumbe la obligacién de garantizar la unidad de fe con la Iglesia entera, de plasmar la vida interna de las Iglesias locales y de mantener abiertas las comunidades, para per- mitirles crecer numéricamente y llevar el don del Evangelio a los conciudadanos que atin no crefan. Este ministerio eclesial local, que al principio aparece con miltiples denominaciones, adquiere poco a poco una configuracién estable y unitaria. En la Iglesia naciente, pues, existen con toda evi- dencia, uno junto al otro, dos ordenamientos que, aun interfiriéndose, pueden distinguirse neta- mente: por una parte, los servicios de las Iglesias ‘Los movimientos ecesalesysu ugar eolégco | 39 locales, que van asumiendo poco a poco formas estables; por la otra, el ministerio apostélico, que deja de reservarse muy pronto tinicamente a los Doce (cf Ef 4,10). En Pablo se pueden distinguir netamente dos concepciones del apéstol: por un lado, él da fuerte relieve a la unicidad especifica de su apostolado, que se basa en un encuentro con el Resucitado y que por tanto le pone a él en el mismo plano que a los Doce. Por el otro, prevé —por ejemplo en la primera Carta a los corintios (12,28)- un ministerio de apéstol que trasciende ampliamente el circulo de los Doce: incluso cuando en la Carta a los romanos (16,7) designa a Andrénico y Junia como apéstoles, esta presente esta concepcién mas amplia. Una termi- nologia andloga la encontramos en la Carta a los efesios (2,20), donde, hablando de los apéstoles y de los profetas como fundamento de la Iglesia, ciertamente no se refiere sélo a los Doce. Los profetas de que habla la Didaché, a comienzos del siglo II, son presentados a todas luces como un ministerio supralocal, tanto més interesante puesto que de ellos se dice: «Son vuestros sumos sacerdotes»®, © Didaché 13,3, en A. Quacavarenis (ed.), I Padri apostolic, Cited Nuova, Roma 1976, 37 40 | Los movimientos en alles Podemos, pues, partir de la idea de que la coptesencia de los dos tipos de ministerio, el universal y el local, perdura hasta bien entrado el siglo II, es decir, hasta la época en la que se pre~ guntan ya seriamente quién ostenta ahora la suce- sién apostélica. Varios textos nos muestran que la copresencia de los dos ordenamientos estuvo muy lejos de discurrir sin conflictos. La tercera Carta de Juan nos muestra con evidencia una situacién conflictiva de este género. Pero cuanto mis se alcanzaban, hasta donde eran accesibles entonces, los «extremos confines de la tierra», tanto més dificil resultaba continuar justificando la posicin de los «itinerantes»; puede ser que algunos abusos en el ejercicio de su ministerio contribuyeran a favorecer su gradual desaparicion. Ahora correspondia a las comunidades locales y a sus responsables —que mientras tanto habfan asu- mido un perfil muy neto en la triada del obispo, presbitero 0 didcono- el cometido de propagar la fe en las areas de las respectivas Iglesias locales. Que en el tiempo del emperador Constantino los cristianos fueran mas o menos el ocho por ciento de la poblacién de todo el imperio y que al final del siglo IV siguieran siendo una minorfa, es un hecho que pone de manifiesto la gravedad de ese cometido. En tal situacién, los jefes de las Iglesias Los movimientoseclesiles y su lugar teolgico | 41 locales, los obispos, debieron de darse cuenta de que ya se habian convertido en los sucesores de los apéstoles y que el mandato apostélico gravitaba enteramente sobre sus espaldas. La conciencia de que los obispos, los jefes responsables de las Iglesias locales, son los sucesores de los apéstoles, en la segunda mitad del siglo II encuentra una formulacién esclarecida en Ireneo de Lyon. La determinacién que da de la esencia del ministerio episcopal incluye dos elementos fundamentales. a) «Sucesién apostdlica» significa ante todo algo que para nosotros es obvio: garantizar la con- tinuidad y la unidad de la fe, y hacerlo en una continuidad que nosotros llamamos «sacramen- tab. b) Pero a todo esto va ligada también una incum- bencia concreta, que trasciende la administracion de las Iglesias locales: los obispos deben procurar ahora que se siga cumpliendo el mandato de Jest: el de hacer de todos los pueblos discipulos suyos y llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra. A ellos, e Ireneo lo evidencia vigorosa- mente, les corresponde hacer que la Iglesia no se convierta en una especie de federacion de Igle- sias locales yuxtapuestas unas a otras, sino que 42 | Los movimientos en a lesia mantenga su universalidad y unidad. Ellos deben continuar impulsando el dinamismo universal de la apostolicidad’. Mientras que al comienzo hemos aludido al peligro de que el ministerio presbiteral pudiera acabar entendiéndose en un sentido meramente institucional y burocratico, olvidando su dimensién carismética, ahora se perfila un segundo peligro: el ministerio de la sucesi6n apostélica puede corrom- perse desempefiando servicios al mero nivel de la Iglesia local, perdiendo de vista y del corazén la universalidad del mandato de Cristo; la inquietud que nos impele a llevar a los otros el don de Dios puede extinguirse en la inmovilidad de una Iglesia fuertemente sistematizada. Por decirlo en términos mis drasticos: en el concepto de sucesién apostélica esté insito algo que trasciende el ministerio ecle- sidstico puramente local. La sucesién apostélica no puede reducirse nunca a esto. El elemento univer- sal, que va més alla de los servicios que se prestan a las Iglesias locales, sigue siendo una necesidad imprescindible. * CEJ. Rarzincer, La Chiesa, o.c., 61-65, 105 movimientosecesiolesysu lugar teolégico | 43 Movimientos apostdlicos ena historia de la Iglesia Ahora debemos profundizar un poco y concre- tar ulteriormente en el plano historiogrfico esta tesis, que anticipa el resultado final de mi discurso. En efecto, ella nos conduce directamente hacia el emplazamiento eclesial de los movimientos. He dicho que, por razones muy diversas, en el siglo II los servicios propios de la Iglesia universal des- aparecen poco a poco y el ministerio episcopal os engloba a todos. En muchos aspectos este fue un desarrollo no sélo histéricamente inevitable, sino también teolégicamente indispensable; gra~ cias a él emergieron la unidad del sacramento y la intrinseca unidad del servicio apostdlico. Pero, como se ha dicho, fue también un desarrollo que comportaba peligros. Por ello fue completamente logico que ya en el siglo III apareciese en la vida de la Iglesia un elemento nuevo que se puede definir tranquilamente como un «movimiento»: el mona- cato. Se podra objetar que el primer monacato no tuvo ningiin cardcter apostélico ni misionero, siendo, por el contrario, una huida del mundo hacia islas de santidad. Al principio es indudablemente verificable la falta de tensién misionera, orientada directamente a la propagaci6n de la fe en todo el 44 | Los movimientos en a lesia mundo. En Antonio, que a nuestros ojos destaca como figura histérica con perfil propio en los albores del monacato, el impulso determinante es Ja voluntad de abrazar la vida religiosa evangélica, la voluntad de vivir radicalmente el Evangelio en su integridad’. La historia de su conversin tiene tuna sorprendente analogia con la de san Francisco de Asis. Idéntico es el impulso que encontramos en uno y otro: tomar en serio y rigurosamente, a Ia letra, el Evangelio, seguir a Cristo en pobreza total y conformar por entero la vida a la suya. El ir al desierto es un evadirse de la rigida estructura de la Iglesia local, de una cristiandad que poco a poco se ha ido adaptando a las necesidades de la vida mundana, para entrar en un seguimiento sin «condiciones» ni «peros». Mas entonces brota una nueva paternidad espiritual, que no tiene, cierta~ mente, ningiin cardcter directamente misionero, pero que integra la de los obispos y presbiteros con la fuerza de una vida vivida en todo y por todo pneumiticamente?. © CFAmHANAsE DALExanDaue, Vie d’Antoine ed G. Bartelink (SC 400), Paris 1994, sobre todo el parrafo de la introduccién: Lexemple de a vie Cvangelique et apostoligue, 52-53. °° Sobre cl tema de la paternidad espititualremitiré a una obra breve pero significativa de G. Bunce, Geistliche Vatersaft, Critiche Gnosis bei Euagries Pontikor, Regensburg 1988. Los movimientosecesialsy su lugar teldgico 1 45 En Basilio, que dio una impronta definitiva al monacato oriental, vemos después, en sus contor- nos més netos, la problemitica con la que se han confrontado en nuestros dias varios movimientos. El no pretendié en modo alguno crear una insti- tucién propia afin a la Iglesia institucional. La pri- mera, verdadera y propia regla que escribié queria ser, por decirlo con Von Balthasar, no una regla de religiosos, sino una regla eclesial, el «enchiridion del cristiano animoso»"®, Es lo que sucede en los orige- nes de casi todos los movimientos, también y sobre todo en nuestro siglo: se busca no una comunidad particular, sino el cristianismo integral, una Iglesia que, obediente al Evangelio, viva del Evangelio. Basilio, que en un primer tiempo habia sido monje, acept6 el episcopado, subrayando vigorosamente su carismaticidad, la unidad interior de la Iglesia vivida por el obispo en su vida personal. La vicisi tud de Basilio es andloga a la de los movimientos actuales: él hubo de admitir que el movimiento del seguimiento radical se negara a fusionarse totalmente en la realidad de la Iglesia local. En la segunda tentativa de una regla, la que Gribomont denomina «el pequefio asketikon», aparece su idea de movimiento como «forma intermedia entre un I, U. von Bavrnasan (dit), Die grossen Ordensregein, Johannes Verlag, Einsiedeln 1994?, 47 {46 | Los movimientos en la iglesla grupo de cristianos decididos, abierto a la totalidad de la Iglesia, y una orden mondstica que se va orga- nizando e institucionalizando»". El mismo Gribo- mont ve en la comunidad monistica fundada por Basilio un «pequefio grupo para la vitalizacién del todo», y no duda en considerar a Basilio «patrono no solo de las érdenes dedicadas a la ensefianza y la asistencia, sino también de las nuevas comunidades sin votos»”?, Esta, pues, claro que el movimiento monéstico crea un nuevo centro de vida, que no socava las estructuras de la Iglesia local subapostélica, pero que tampoco coincide sic et simpliciter con ella, ya que actiia en la misma como fuente vivificante y constituye al mismo tiempo una reserva a la que la Iglesia local puede acudir en busca de eclesisticos verdaderamente espirituales, en los cuales se funden siempre de nuevo institucién y carisma. A este res- pecto es significativo que la Iglesia oriental saque sus obispos del mundo monéstico y de este modo defina el episcopado carismaticamente como un W Tb, 48-49; cf J. Gamomonn, Les Régls Morales de S. Basile et le Nawseau Testament, en K. ALAND (Git), Studia patristica, I, Akademie~ Verlag, Berlin 1957, 416-426. 2°11, U, von Baurnasar (die), Die grassen Ordensregelt, 0 575 J. Grinomowt, Obcisance e¢ Evangile selon S. Basile le Grand, La Vie Spirituele, Supplément 5 (1952) 192-215, sobre este punto 192. Los movimientosecesioles yu ugar teoligico | 47 ministerio que se renueva incesantemente a partir de la apostolicidad. Si se contempla ahora la historia de la Iglesia en su conjunto, resulta evidente que, por un lado, el modelo eclesial local, caracterizado decididamente por el ministerio episcopal, es necesariamente su estructura constitutiva y permanente a través de los siglos. Pero este ministerio es asimismo recorrido incesantemente por oleadas de movimientos, que revalorizan de continuo el aspecto universal de la misién apostélica y la radicalidad del Evangelio, y Pprecisamente por eso sirven para asegurar vitali- dad y verdad espirituales a las Iglesias locales. De estas oleadas, posteriores al monacato de la Iglesia primitiva, quisiera bosquejar brevemente cinco, de las cuales emerge cada vez mas netamente la esen- cia espiritual de aquello que podemos denominar «movimiento», aclarando asi progresivamente su ubicacién eclesidstica. 1) La primera oleada se encuentra en aquel monacato misionero que tuvo su maximo flore- cimiento desde el tiempo de Gregorio Magno (590-604) hasta Gregorio II (715-731) y Gre- gorio III (731-741). El papa Gregorio Magno intuy6 el potencial misionero insito en el monacato 48 | Los movimientos en a lesia y lo activé enviando a Agustin (que después seria arzobispo de Canterbury) y a sus compafieros a los anglos paganos en las islas britanicas. Anterior- mente ya se habia registrado la misién irlandesa de san Patricio, que espiritualmente hundia también sus raices en la realidad monéstica. Asi pues, el monaquismo se convierte en el gran movimiento misionero que lleva la Iglesia catélica a las pobla- ciones germanicas, edificando asi la nueva Europa, la Europa cristiana. Armonizando Oriente y Occ dente, en el siglo IX Cirilo y Metodio, hermanos carnales y monjes, llevan la fe cristiana al mundo eslavo. De todo esto emergen netamente dos de los elementos constitutivos de esa realidad que es un movimiento: a) El Papado no ha creado los movimientos, pero ha sido su principal apoyo, su pilar esencial en la estructura de la Iglesia. En esto se hace quizd visible como nunca el sentido mas profundo y la verdadera esencia del ministerio petrino: el obispo de Roma no es sélo obispo de una Iglesia local: su ministerio abraza siempre la Iglesia universal. En cuanto tal, tiene caracter apostélico en un sentido del todo especifico. Debe mantener vivo el dinamismo de la misién ad extra y ad intra, En la Iglesia oriental fue Los movimientosecesilesysu lugar teolgico | 49 el emperador el que pretendié en un primer momento una especie de ministerio de la unidad y de la universalidad; no por casualidad se quiso investi Constantino con el titulo de «obispo ad extra» y casi de «apéstol». Pero la suya pudo ser, a lo sumo, una funcién supletoria con un plazo determinado, cuya peligrosidad es evidente. No es una casualidad que desde la mitad del siglo Il, con la extincién de los antiguos ministerios universales, los papas manifiesten cada vez més claramente la voluntad de ejercer de modo particular este aspecto de misién apostélica. Papado y movimientos que rebasan el ambito y la estructura de la Iglesia local van siempre,y no por casualidad, de la mano. b) El motivo de la vida evangélica, que se encuen- tra ya en Antonio el Egipcio, en los albores del movimiento monistico, es decisivo. Pero ahora resulta evidente que la vida evangélica incluye el ministerio de la evangelizacion: la pobreza y la libertad del vivir segiin el Evangelio son presu- puestos de ese servicio al Evangelio que rebasa el propio pais y la propia comunidad y que, como veremos dentro de poco con mis precisin, es a su vez la meta y la intima motivacién, de la vida evangélica. 50 | Las movimlentos en la iglesia 2) Quiero aludir sélo sumariamente al movi- miento de reforma monastica de Cluny, determi- nante en el siglo X, que también se apoyé en el Papado para obtener la emancipacién de la vida reli- giosa del feudalismo y del predominio de los obispos feudatarios. Gracias a la confederacién de los diver- sos monasterios en una congregaci6n, se convirtié en el gran movimiento devocional y renovador en el que tomé forma la idea de Europa. Del dinamismo reformista de Cluny procedié después en el siglo XI la reforma gregoriana™, que salv6 al Papado de Ja vordgine de las contiendas entre los nobles romanos y de la mundanizacién, emprendiendo la gran bata- ila por la libertad de la Iglesia y Ia salvaguardia de su peculiar naturaleza espiritual, aunque después la empresa degenerase con frecuencia en una lucha de poder entre el Papa y el Emperador. 3) Aun en nuestros dias esta vitalmente activa la fuerza espiritual de aquel movimiento evangélico Sobre a relacién entre la reforma cluniacensey la formacién de la idea de Europa llama la atencion B. SenoeR, que tiene presente también Ja importancia de la independencia juridica y del auxilio de los papas (Lesion fir Teoogie und Kirche, TI (1958), 1239). 1 A pesar de que P. ENcetmerr puede afirmar con toda razén que «no es constatable un influjo directo de la (reforma cluniacense) en la reforma gregoriana» (Lexikon far Theologie und Kirche, 1 [1994], 1236), sirve, sin embargo, la observacién de B. Sencer, segin el cual la reforma cluniacense preparé un clima favorable para la reforma gregoriana (Lexikon fir Theologie und Kirche, U1 [1958"), 1240) Los movimientosectesialesy su lugar telégico | 51 que en el siglo XIII exploté con Francisco de Asis y Domingo de Guzman. En cuanto a Francisco, es més que evidente que él no pretendia fundar una nueva orden, una comunidad separada. Simple- mente queria que la Iglesia abrazase integramente el Evangelio, reunir al «pueblo nuevo», renovar la Iglesia segiin el Evangelio. Los dos significados de Ia expresién «vida evangélica» se entrelazan insepa- rablemente: quien vive el Evangelio en la pobreza de la renuncia al poseer y a la descendencia, debe anunciar por eso mismo el Evangelio, En aquellos tiempos habfa una necesidad urgente de Evangelio, y Francisco consideraba como tarea esencial, tanto suya como de sus hermanos, anunciar a los hom- bres el mticleo desnudo del mensaje de Cristo. El y los suyos querian ser evangelizadores. Y de aqui procede después autométicamente la exigencia de rebasar los confines de la cristiandad, de llevar el Evangelio hasta los confines de la tierra’®. En su polémica con los sacerdotes seculares % Son fundamentales para la comprensién de san Francisco las Fuentes franciscanas, editadas de un modo ejemplar por el Movimiento Francicano, Ass 1977 con wna introducton muy atl einformacio- zen biliogdfcs). Interesante para corprenger la concepeidn que las grandes drdenes mendicantes tenian de sies el articulo de A. JoiscriKy ‘Se mendican views of he Origins ofthe Monastic Prfesion Cristae nesimo nella Storia 19 (1998) 31-49. Este estudioso demuestra que los autores pertenecentes alas Grdenes mendicantes, para exponer el oigen yee significado en la Iglesia, se refieren a la Iglesia primitiva y de modo especial alos Padres del desierto.

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